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El abuso sexual.

Comentario sobre un caso clínico


Publicado en la revista nº031
Autor: Abad, Manuel

[Este trabajo consta de dos partes. En la primera, se realiza una


reseña sobre el Caso Flora, presentado por Inji Ralph. A
continuación, se comentará dicho caso y se examinará más
ampliamente el tema del abuso sexual.]
Reseña: Countertransference, enactment and sexual abuse. Inji
Ralph. Londres, UK. Journal of Child Psychoterapy. 2001. Vol 27,
Tomo 3, 285-301

Este artículo examina el desarrollo de una relación terapéutica


con una niña en fase de latencia que fue sexualmente abusada y su
psicoterapia con cuatro sesiones por semana, siendo su terapeuta
la autora del artículo. Cuando se trabaja con niños que han sido
sexualmente abusados, la expectativa del niño es que el abuso se
repetirá en la sala de consulta (de la psicoterapia). El
desarrollo de esta expectativa debe permitirse en la relación de
transferencia donde el terapeuta debe consentir que el niño le
perciba como un adulto potencialmente abusador. Esa expectativa
del niño le lleva a poner en acto lo que él ha tenido que
soportar, tanto como un medio de mostrar sus espantosas
experiencias al terapeuta como de proyectar sobre éste el shock y
la indignación que quizá no pudo expresar antes.
Muchos autores han subrayado que hasta que el terapeuta haya
experimentado el trauma de sus pacientes "de una manera atenuada"
dentro del contexto de la relación terapéutica y se haya sentido
genuinamente consternado por lo que el paciente ha experimentado,
éste, el paciente, no puede empezar a trabajar sobre el problema
de su propia conducta traumatizante. A través de este proceso, la
niña obtendrá la oportunidad de ver que la terapeuta se siente
afectada por lo que ella está proyectando, y cómo, además, puede
estar haciendo un gran esfuerzo para tolerarlo y, si la terapia es
efectiva, que la terapeuta está consiguiendo mantener su postura
analítica lo suficiente, sin caer en notables conductas de
actuación. Es a través de este proceso, por tanto, que la niña va
siendo capaz, gradualmente, de re-introyectar los aspectos
afectados de sí misma previamente intolerables. La niña es capaz
también de introyectar la capacidad para tolerarlos, que es lo que
ha observado en la terapeuta.
Pero, ¿cuál es el impacto de tales proyecciones y puestas en acto
(enactments) en la relación terapéutica y el entorno protector que
se encarga de la niña? Algunos autores describen el abuso sexual
del niño como si "el abusador violara físicamente la mente de la
niña, como si un trozo de locura se introdujera de manera forzada
en su mente, de forma que el niño no puede comprender sus
experiencias, pensamientos y sentimientos". Añaden que "el mismo
proceso puede suceder a aquellos profesionales que trabajen con el
niño". Los sentimientos contratransferenciales de confusión, de
deseo de proteger, de rabia, de sadismo, de impotencia, y la
incapacidad para pensar se despiertan y, a menudo, dejan a todos
los involucrados con el deseo de “mirar hacia otro lado”.
Atender a la contratransferencia de uno mismo, en primer lugar,
puede ser la única herramienta disponible para entender las
comunicaciones, experiencias y sentimientos de la niña. Sin
embargo, a menudo esos sentimientos son demasiado intensos como
para permitir que lleguen a la conciencia. Entonces, el entorno
protector de la niña, incluyendo a la terapeuta, probablemente
actuará o volverá a poner en acto (re-enact) el abuso. Algún autor
subraya que el terapeuta necesita estar constantemente alerta y
atento tanto al mundo interno del niño como a su realidad externa
en el momento actual. Y se añade que el trabajo con niños en
tutela requiere de una particular habilidad del psicoterapeuta
infantil para tener en mente tanto la psicodinámica interna
individual del niño como la dinámica, a menudo compleja, de su
entorno protector. En este trabajo se han puesto a prueba las
capacidades de los profesionales que han intervenido y sus
limitaciones, junto con su propia problemática (resuelta o no),
con respecto a la sexualidad, a la perversión y al abuso. Como
terapeutas que trabajan con niños que han sido sexualmente
abusados y que han sufrido cambios de ubicación dentro del sistema
de tutela, fue necesario familiarizarse con los tres roles
descritos por Dyke (1987) - el de "rescatador, el de abusador y el
de víctima". Estos roles circulan por las personas que constituyen
la red y, como se ha sugerido "los profesionales que tratan con
tales casos no son agentes libres, sino actores potenciales a los
que les han sido asignados roles como parte de la propia nueva
puesta en acto (re- enactment) del drama interno del individuo".
Es crucial disponer de un espacio para pensar acerca de los
procesos y de los mecanismos que son actuados cuando se trabaja
con estos chicos.

Historia temprana y funcionamiento de Flora

La autora aclara que Flora ya había sido atendida por muchos


profesionales desde una edad muy temprana. Fue un bebé difícil,
que desarrolló problemas de alimentación tempranos, rechazando
tomar el biberón y siendo amamantada hasta sus dos años. Cuando
empezó con alimentos sólidos nunca comía mucho, y su madre tenía
que hacerle papilla toda la comida. Por la noche, no se calmaba y
se negaba a dormir sola, separada de su madre. Cuando la
matricularon en la guardería local a la edad de tres años, Flora
se negó a separarse de su madre. Cuando fue capaz de asistir sin
su madre, se orinaba y defecaba encima. Entre los 3 y 5 años de
edad tuvo problemas de control de esfínteres y debió hacer visitas
frecuentes al médico de cabecera por infecciones del aparato
urinario. Había una creciente preocupación relacionada con su peso
y su talla, y Ralph hace notar que, sin embargo, no se presentó a
varias citas con su médico de cabecera. Flora continuaba negándose
a ir a la escuela, en donde se observaron sus problemas con la
comida y donde también se observó que se comportaba con extrema
agitación y miedo. La escuela notó la falta de cooperación de los
padres y también que no se fiaban de los médicos.
Flora tenía 8 años cuando fue puesta en tutela, tras el arresto de
su padre acusado de pedofilia. Cuando fue arrestado se le encontró
un gran número de fotografías pornográficas de chicas y chicos.
Algunas de éstas mostraban a la madre de Flora y a Flora misma,
aparentemente con uno o dos años de edad, desnudas de cintura para
abajo. Los exámenes médicos proporcionaron la evidencia de que
Flora había sufrido abuso anal y vaginal crónico. Sin embargo no
quedó claro si la madre de Flora conocía el abuso perpetrado a su
hija, o incluso si ella misma estaba involucrada en el asunto.

Creación de una red de seguridad en torno a la niña

Flora, que no había hablado de ningún abuso parental, fue


inmediatamente asignada (a corto plazo) a una tutora joven pero
muy experimentada, Mary, que no tenía compromisos y vivía sola. El
padre de Flora fue condenado a prisión y su madre fue acusada por
atentado al pudor y condenada a cuatro años de libertad
condicional. Una evaluación psiquiátrica de Flora recomendó un
tutelaje a tiempo completo, una casa de acogida permanente, y que
Flora obtuviera un apoyo de educación especial en la escuela y
psicoterapia intensiva. También debía establecerse contacto
mensual supervisado con su “familia extendida”. Para cuando Flora
comenzó su psicoterapia de cuatro sesiones por semana, su madre
había solicitado tener contacto con su hija, y se le concedieron
visitas periódicas supervisadas.
Ralph relata que al poco de instalarse Flora en casa de Mary, a la
edad de 8 años, se convirtió en una niña más tranquila y feliz,
capaz de concentrarse en la escuela. Por primera vez en su vida
hizo progresos en sus estudios y aprendió a jugar. También intentó
hacer amigos. Su relación con los adultos llegó a ser más
adecuada. Sus hábitos de sueño llegaron a ser regulares y
estables. Dormía en su propia cama, a diferencia de la niña que
fue, que se negaba a dormir separada de su madre. Por tanto, en un
entorno seguro y protector, Flora podía sentirse contenida y
comenzar a desarrollarse. Sin embargo, en momentos de ansiedad, a
menudo se masturbaba en público y se comportaba de manera muy
seductora. Esto con alguna frecuencia hacía que su cuidadora,
Mary, se escandalizara y se sintiera furiosa, luchando
internamente entre proteger a Flora y desear que se la quitaran de
su responsabilidad.
Cuando Flora comenzó su terapia, a la edad de 9 años, también se
prescribieron sesiones semanales para Mary con la Dra. Brown, que
fue nombrada supervisora del caso. Esto ofrecía la ventaja
adicional de que el trabajador social asignado podía comunicarse
directamente con la Dra. Brown, en lugar de hacerlo con la
terapeuta, lo que suponía una forma de proteger a Flora, a la
terapeuta y al tratamiento También se negociaron reuniones
periódicas con Servicios Sociales que fueron cruciales para
evaluar el progreso de Flora y, aclarar su realidad externa. Para
la terapeuta resultó imprescindible encontrar un espacio fijo para
discutir la terapia y los efectos del abuso, tanto en el
tratamiento como en la red de protección.

Sobrevivir al niño abusado: los primeros seis meses

La autora cita a Bion (1990) cuando dice que “en toda consulta
debe haber dos personas bastante asustadas, el paciente y el
psicoanalista”. Confirma que había dos personas bastante asustadas
en su consulta, pero que ella no había previsto el tiempo que iba
a durar esta situación, y los sentimientos de terror adicionales
que ella como terapeuta iba a experimentar, sentimientos que debía
“contener” antes de que Flora empezara a experimentarlos. Afirma
que los primeros seis meses de terapia Flora se mostró recelosa
con ella y los adultos de la clínica, comprobando continuamente si
la terapeuta era un adulto seguro y la clínica un lugar seguro.
Esta comprobación y la necesidad de probar límites fueron los
temas principales de los primeros meses.

Primera Sesión

La autora nos dice que su consulta estaba en el último piso del


edificio y que, al subir las escaleras, Flora insistía en que la
terapeuta fuera delante y preguntó si habían llegado “los otros
niños”. Eso desconcertó a la terapeuta, puesto que Flora no sabía
que la terapeuta veía otros niños. Afirma que en la transferencia
se sintió incómoda y comprendió repentinamente que el abuso de
Flora había tenido lugar en el ático de la casa familiar, con lo
cual ella estaba ahora reproduciendo el escenario. Eso la hizo
sentir “culpable, horrible y abusadora”. Flora estaba tensa y se
mostró indecisa al entrar en la consulta. En lugar de sentirse
aliviada al ver la consulta vacía, como suponía Ralph, consideró
aún más peligrosa la situación “especial” en que se hallaba. De
este modo, no se quitó el abrigo durante toda la sesión, ni se
sentó, permaneciendo cerca de la puerta y mirando a la terapeuta
con desconfianza”.
Luego hizo una máscara horrible con los materiales de que
disponía, que en realidad era un amasijo caótico que repugnó a la
terapeuta y la hizo sentirse incapaz de hablar. A continuación
dibujó y después “preguntó para qué estaba la cama ahí y decidió
que era para ser utilizada si uno se sentía mal o cansado”. Se
subió a ella y preguntó a Ralph si quería ver cómo hacía
volteretas y el pino. Se puso a dar saltos en la cama, se tumbó
boca abajo, mostró el trasero, lo movió, y se puso a gemir.
Jadeaba profundamente y parecía que se estaba excitando mucho. En
la contratransferencia, Ralph dice sentirse escandalizada y
furiosa, atontada y paralizada sin poder pensar. Mientras la
terapeuta permanecía en silencio, Flora salió corriendo de la
consulta para encontrarse con su cuidadora. La autora dice: “Flora
había volcado sobre mí la conmoción y la indignación que no se le
había permitido expresar, y ni siquiera sentir”.
Esto se repitió en las siguientes sesiones presentando una
conducta sexualizada y seductora, volviendo, bien a poner en acto
lo que había sufrido, o bien levantándose la falda y enseñando el
trasero. Cuando la autora interpretó que le parecía difícil
esperar que Flora creyera que ella no iba a hacerle daño como se
lo habían hecho otros, la niña respondió saliendo a la carrera de
la consulta. Según Ralph, esto se convirtió en un patrón habitual:
como un niño en fase pre-verbal, no tenía palabras para expresar
sus sentimientos, ni para entenderlos. “En esta sesión me mostró
su principal repertorio de formas de relacionarse con personas en
las que aún no confiaba, a través de actividades y comportamientos
sexualizados”.

Poniendo a prueba al terapeuta, y a la busca de un lenguaje común

Flora presentó otras formas de probar límites y su repertorio de


“tacos” (palabrotas) aumentó, convirtiendo a la terapeuta en
objeto de un terrible abuso verbal. La terapeuta se dio cuenta de
la necesidad de modificar buena parte de su vocabulario para
llegar a encontrar un lenguaje común. El hablar de confidencias
implicaba que iban a mantener “secretos”, era muy posible que a lo
largo de los años Flora hubiera sido silenciada y acostumbrada al
secretismo. Flora quería dejar la puerta de la consulta abierta, o
jugar en el pasillo por donde otros clínicos a veces pasaban y a
los que podía mostrarles lo terrible que era la terapeuta,
gritando y diciendo “tacos”. Incluso la recepcionista preguntó a
la terapeuta qué le había hecho a la niña para que siempre
estuviera corriendo por la clínica. A este respecto dice Ralph:
“Ya se había producido una transferencia con la clínica: yo me
había convertido en la abusadora y mis colegas en los
rescatadores.

La necesidad de control

Según la autora, Flora expresaba su necesidad de controlar la


situación para sentirse segura mediante el deseo de jugar los
mismos juegos sesión tras sesión, siempre en el mismo orden, como
para asegurarse de que la terapeuta no se comportaría de manera
diferente de una sesión a otra. También se manifestaba su
necesidad de controlar la situación, y su ansiedad subyacente, en
su pensamiento y comportamiento obsesivos, como cuando repetía los
mismos pasos o movimientos. Afirma la autora: “Daba pena mirarla,
y me dejaba agotada. Comencé a temer cada nueva sesión, lo que
probablemente era mi propia defensa contra tener que sobrevivir a
las horribles experiencias y proyecciones de Flora”. Ralph,
refiriéndose a su deseo de “mirar hacia otro lado” en esos
momentos, en lugar de enfrentarse al dolor de Flora, cita a
Hopkins (1986): “parece que ayudar a un niño a recuperarse de un
trauma puede involucrar al terapeuta no sólo haciéndole compartir
el dolor, sino también teniendo serias dudas sobre si es necesario
enfrentarse al dolor de una manera tan descarnada, y de si no es
preferible “mirar hacia otro lado”. Sin embargo añade que
“reconocer que tener estas dudas es un rasgo del trabajo
terapéutico con niños traumatizados podría contribuir a hacerlo
más tolerable””

Confianza básica y el comienzo de la intimidad

Salir corriendo de la consulta y correr por el edificio era el


medio empleado por Flora para impedir que ninguna de las dos
pensara. La terapeuta sentía que debía encontrar su propio espacio
para pensar y poder continuar sobreviviendo a las proyecciones de
Flora, y para contener sus sentimientos y proporcionarle un
ambiente acogedor. Pero, poco a poco, Flora empezó a responder a
los límites establecidos por parte de los otros clínicos y por la
propia terapeuta. Había una mayor sensación de seguridad en torno
a ella, y los adultos comenzaban a estar al mando, para protegerla
y proporcionarle una base segura desde donde pudieran analizarse
sus ansiedades.
Al acercarse la primera interrupción, aparecieron en Flora
sentimientos de rechazo y de ansiedad relacionados con el contacto
familiar. Y comenzó a luchar contra su vínculo con su terapeuta,
que significaba dependencia e intimidad, lo que le resultaba
intolerable. Ella negaba estar furiosa por sentirse abandonada,
pero preguntaba a la terapeuta con urgencia “Voy a verte después
de las vacaciones, ¿no?”. Y comenzó a jugar con la
presencia/ausencia de la terapeuta. Todo ello, según escribe
Ralph, permitió que Flora comenzase a experimentar con la
intimidad, y a comprobar si era seguro estar físicamente cerca de
la terapeuta. Cuando jugaban físicamente cerca, como al dibujar,
de repente salía corriendo de la consulta si la terapeuta tocaba
su brazo accidentalmente, como si se sintiera amenazada por la
intimidad. Flora parecía estar abrumada por los recuerdos de los
abusos y también incapaz de ponerle palabras a sus experiencias.
Era como si su cuerpo estuviera reaccionando a una sensación que
no podía relacionar directamente con una experiencia real”.

Una gemela imaginaria

Según avanzaba la terapia, Flora se esforzaba en diferenciar lo


que era real de lo que no lo era. Realizaba grandes esfuerzos para
diferenciar entre fantasía y realidad, y pensaba que sus
pensamientos podían ser peligrosos: podían matar o hacer daño, y
se trabajó sobre ese tema. Ralph relata que Flora presentó una
gemela imaginaria, Claire, que le permitió, entre otras cosas,
expresar su sensación de estar dañada. De este modo, se repitió el
mismo juego, pero ahora Claire era quien se había torcido el
tobillo. La terapeuta afirma que llegaron a entender cómo Claire
era utilizada como una forma de abordar sin peligro aspectos de
Flora que de otro modo resultaban muy peligrosos de reconocer.
Flora describía a Claire como la chica fea que solo tenía un
novio, mientras que ella era la guapa que tenía varios novios.
La fantasía de la gemela parecía operar a diferentes niveles. En
primer lugar, en un nivel espacial concreto donde en ocasiones la
gemela parecía real. Por ejemplo, si la terapeuta se sentaba en
una silla determinada, Flora le anunciaba: “levántate rápidamente
que Claire está ahí sentada”. La gemela parecía una compañera
imaginaria, el tipo de figura que cabe esperar en un niño de menor
edad. En segundo lugar, Claire empezaba a representar a su familia
nuclear, a construir una pequeña unidad familiar en la forma de
una gemela que ocupaba un importante espacio en su mente. En
tercer lugar, la gemela encarnaba el narcisismo negativo de Flora,
en el sentido de que era fea, y sólo la admiraba “un” novio. En
cuarto lugar, Claire estaba relacionada con el padre que la
sobreexcitaba y con su parte que disfrutaba en secreto del abuso.
Flora mostraba a través de Claire el abuso, el juego sexual y sus
consecuencias de excitación y de humillación. Además, en aquel
momento se asignaba a la terapeuta en la transferencia el rol de
la madre impotente, que observaba todo, mientras ella era la hija.
Este fue un momento importante en el tratamiento, que motivó que
la terapeuta comenzase a percibir por primera vez a Flora como
atractiva, como una niña bonita de aspecto frágil con mejillas
sonrosadas, pelo negro largo y rizado, y brillantes ojos
almendrados.
A través de la figura fantástica de Claire, Flora siguió
comunicando su representación de sí misma como una niña abandonada
y víctima vulnerable y dañada. Claire comunicaba la representación
de Flora como una niña pequeña enferma, “mocosa”, descontrolada,
que dudaba de su capacidad de merecer ser amada. Flora comenzó a
hacer preguntas sobre gemelos: “¿Realmente parecen iguales?,
¿pueden ser diferentes?, ¿tienen el mismo tipo de pelo?, etc.
Había algo obsesivo en sus preguntas, pero parecía intentar
entenderse a sí misma como un individuo separado. En opinión de
Ralph, Flora parecía estar cuestionando su identidad y buscando un
vínculo manifiesto con su madre o su familia biológica.
Después, poco a poco, la terapeuta comenzó a explorar el área de
las relaciones sanas de madres e hijas, momento en que comenzó a
surgir mucho material sobre bebés e infancia temprana.

Siendo una madre

Después apareció en escena Tamara, la muñeca hija imaginaria de


Flora. Ésta trataba a Tamara a golpes contra la pared, mostrando
así a la terapeuta hasta qué punto puede ser peligrosa una figura
parental al cuidado de un bebé. Luego entregó la muñeca a la
terapeuta para comprobar, seguramente, si ella respondería siendo
una buena madre. Pero, además, Flora quería fingir que ella misma
era un bebé al que la terapeuta cuidaba.
Ante la segunda interrupción y al tener que lidiar de nuevo con el
contacto con su familia y su madre, volvió a dar marcha atrás e
interpretó una vez más el intento de la terapeuta de marcar
límites como algo abusivo, lo que perturbó su capacidad de pensar.
Comenzó a agredir a la terapeuta como si ésta representase a todos
los adultos que la habían abandonado, dándole patadas y golpes, en
lugar de salir corriendo de la consulta, destruyendo así la
intimidad y la esperanza de la misma. Por otra parte, en estos
momentos de rabia y de necesidad de Flora, la terapeuta se sintió
impotente e incapaz de hacer las cosas bien para ella. Mary
expresó en sus sesiones su desesperación al tener que lidiar con
Flora, e insistió en que fuera tenido en cuenta su deseo de que le
retiraran su tutela.

La capacidad para pensar y para tolerar estados afectivos

Después de un año de terapia y 21 meses de tutela con Mary, ésta


estaba abrumada con los Servicios Sociales por no atender su
petición de que le quitaran a Flora de su tutela “en un corto
plazo”. “Por tanto, había continua incertidumbre acerca de la
ubicación de Flora. Amenazada con la separación y con sentirse
desarraigada, tocaba todo lo que había en la habitación, los
muebles, las paredes y a la terapeuta: como una niña pequeña que
necesita mantener contacto y reasegurarse de que todo era real,
que ella estaba todavía “conectada”. Regresó a modalidades más
tempranas de relacionarse, substituyendo el pensamiento por la
acción. Más o menos al mismo tiempo, a la madre de Flora se le
concedió un contacto mensual supervisado con su hija. Ralph se da
cuenta que Flora tenía ahora que hacer frente a la ansiedad que le
provocaba el incremento del número de contactos y a la creciente
sensación de pérdida de Mary
Flora introdujo un nuevo juego en el que ella y su terapeuta
debían reírse tontamente sin cesar. Cuando la terapeuta se
preguntó si era una manera de asegurarse de que no se vertiera
ninguna lágrima, Flora se sentó tranquilamente enfrente de la
terapeuta y le explicó que Mary le había dicho que uno de los
cordones de sus zapatos no estaba atado correctamente. Ella
ansiosamente ató y desató sus cordones y rechazó la ayuda de la
terapeuta, diciendo que tenía que manejarse por sí misma. Flora
estaba llorando; al intentar la terapeuta tranquilizarla
diciéndole que Mary entendería, su respuesta fue una bofetada.
Impactada, la terapeuta dijo a Flora que estaba mostrándole cuán
doloroso era equivocarse y sentirse humillada. Flora gritaba, a
través de las lágrimas: “¿por qué no puedo ser como otra niña?,
¿por qué? No es justo. Todos los niños pueden estar con sus mamás
y sus papás y yo no. No es justo”. Cuando la terapeuta le responde
que tampoco es justo que no pudiera estar con Mary y que ella no
pudiera hacer que las cosas fueran mejor para Flora, ésta deja de
gritar y la abraza diciendo: “siento haberte pegado”.
Flora por fin fue capaz de hablar más acerca de su familia
biológica. Reconocer la realidad de su situación le permitió
trabajar sus propios sentimientos de tristeza, de ira y de
desesperación, lo cual le permitió, a su vez, representar lo que
pensaba de su propio rol y de su responsabilidad por la pérdida de
Mary y por el abuso. Ralph escribe: “En la contratransferencia me
sentí muy triste. A Flora se la veía exhausta”.

Progreso

Ralph nos dice que Flora empezó a mostrar progreso tanto en la


terapia como fuera de ella. Con todos los cambios de su vida, la
terapeuta era un objeto constante que proveía alguna forma de
estabilidad. Flora fue capaz de controlar su agresividad. Le dice
a la terapeuta, en un momento dado: “no voy a decir ninguna
palabrota hoy, ni a pegarte porque tú has buscado mi pluma” (una
pluma que ella había olvidado el día anterior). Surgió en ella
cierta capacidad para el humor, y empezó a aceptar que el hecho de
estar enfadada con la terapeuta no significaba que no pudieran
estar ambas en la misma habitación. Flora era mucho más capaz de
pensar en lugar de salir corriendo sin escuchar ni pensar. También
podía ahora estar orgullosa de sus logros, haciendo comentarios
tales como: “antes no podía hacer eso”, y buscaba la aprobación
de la terapeuta. Cada vez era más coqueta y deseaba ser normal.
Fue desarrollando una representación de sí misma como una niña
querida. La terapeuta se sentía maternal con ella, parecía que
Flora estaba construyendo una familia interior estructurada que
consistía en una diada madre – hija, lo cual fue posible a través
de la experiencia de la terapeuta como un nuevo objeto confiable y
del trabajo en la transferencia. La contribución de la estructura
de su familia externa proporcionada por Mary no debe ser
infravalorada.
Con estos adelantos, la necesidad de Flora de la fantasía del
gemelo imaginario fue disminuyendo. Al llegar a una sesión afirmó
que su gemela no iba a acudir más, diciendo: “no es realmente mi
hermana”. Flora explicó que había tenido a Tamara, su hija, que
había crecido y tenía su misma edad. Flora no necesitaba más a
Claire. En su lugar ella creó su propia familia, en la que ella
era la madre.

Recordar el abuso

Flora continuó tratando de dar sentido a lo que le había sucedido,


a su historia. Utilizando su muñeca, durante una sesión dijo que
la muñeca fue adoptada porque sus padres “hicieron algo que no
debían haber hecho”. Cuando la terapeuta trató de averiguar más,
la hizo callar. Su muñeca también tenía que esperar siete años
aproximadamente antes de que pudiera estar con sus padres otra
vez, pues en ese momento no estaría “a salvo con su madre”. Ralph
observa que era importante que no interrumpiese su juego, casi
como si, de pronto, estuviera inundada con recuerdos que sus
comentarios podían borrar del todo. Sólo tenía que escuchar y
sobrevivir a la pena y la tristeza que se escondían detrás de sus
relatos. Al final de la sesión me dijo “que ella [la muñeca]
necesitaba volver a terapia para verte y así poder hablarte de
cómo se sentía”-
Con esta mejora en su capacidad para hablar acerca de su historia,
Flora reveló a Mary por primera vez que su padre había abusado de
ella sexualmente. La angustia de Flora creció como resultado de
esta revelación, y Mary no podía contenerla. Flora continuó, con
angustia y cautela, presentando material directo sobre su padre.
En la contratransferencia, la terapeuta se sintió disgustada, pues
le resultaba insoportablemente doloroso presenciar sus juegos.
Cuando le interpretó a Flora su deseo de mostrarle lo que sentía
cuando a una la trataban mal le gritó: “mi padre me hizo eso”.
Estaba angustiada y dijo a la terapeuta que no quería hablar de
ello, ya que “eso me enfada”.
Los recuerdos de su padre estaban asociados con su cuerpo dañado.
Debían jugar repetidamente a que ella se hacía daño, se sentía
enferma, sufría ataques de asma, etc. Cuando la terapeuta
relacionó sus heridas con su padre ella gritó que “yo no sabía
nada”. Cuando le dijo que ella, la terapeuta, “no lo sabía todo”,
Flora chilló “¿te he dicho que él toco mi .....”mini”?. ¿Ves? , no
lo he hecho, y no quiero hablar de eso”. Durante los siguientes
dos o tres minutos Flora estuvo angustiada, andando rápidamente
por la habitación, manteniendo las manos entre las piernas, no
sabiendo qué hacer, si pegar a la terapeuta o abrazarla. Sin
embargo, hubo una fuerte sensación de alivio cuando al acabarse la
sesión, finalmente la abrazó y le dijo: “siento haber gritado”.

Ganando objetos, perdiendo objetos

Cuando llevaba quince meses de terapia y dos años con Mary, fue
cambiada a otros tutores: el Sr. y la Sra. Red, que tenían una
bebé, Sandra. Este cambio provocó una regresión en Flora a
comportamientos sexualizados, obsesivos y a sesiones caóticas. La
convivencia con los Sres. Red revivió recuerdos de haber convivido
con una pareja peligrosa, abusiva y que la rechazaba, y esto
surgió en la transferencia. Pasó un momento
especialmente duro, pero pronto pudo estar más calmada,
principalmente una vez que los Sres. Red le marcaron límites muy
claros y efectivos. Flora se integró más con la familia
participando (con la ayuda de la Sra. Red) en los quehaceres
domésticos. También comenzó a establecer fuertes lazos con Sandra.
Estuvo de lo más adaptada y protectora con ella, a menudo venía a
las sesiones con su propia muñeca. Ella se dedicaba a cambiar,
alimentar y cuidar de su “niña” de la manera más apropiada. A
menudo, durante esas mismas sesiones, Flora también buscaba que la
cuidaran, fingiendo ser el bebé que la terapeuta tenía que
proteger y cuidar. Con la terapeuta como nuevo objeto, parecía
estar intentando comprender si ella era o no merecedora de tener
padres. Cuando una vez Ralph le comentó lo bien que ella cuidaba a
su bebé, Flora respondió: “yo la cuido a ella y tú me cuidas a
mí”. Antes de las interrupciones de los fines de semana Flora
insistía en llevarse algo de la habitación para su bebé. Cogió
arena y plastilina y les llamó “comida hecha de terapia”. Ralph
aprecia que era esencial su necesidad de continuidad.

Preocupaciones con su cuerpo

Flora fue interesándose cada vez más por su cuerpo y su


apariencia, preocupaciones propias de su edad, y, a través del
cuidado de la Sra. Red con Sandra, pudo identificarse con figuras
femeninas. Y entonces, espontáneamente, en una sesión de terapia,
dijo de pronto que quería bañarse en la cubeta en la que bañaba a
su muñeca. Se quitó la ropa y se sentó en la cubeta unos segundos.
A este respecto dice Ralph: ”En esos momentos sentí que para Flora
era muy importante que yo soportara la contemplación de su cuerpo
para que ella pudiera empezar a aceptarlo también. Al poco tiempo
ella se puso la ropa y me explicó con orgullo como se arreglaba
todas las mañanas, se ponía primero su ropa interior, después las
medias, luego la camisa, etc. Sentí que me estaba mostrando sus
capacidades de un modo no sexualizado”.
La Sra. Red habló a Flora, que ahora tenía casi once años, sobre
el desarrollo sexual y, Flora se mostró confusa, curiosa y
angustiada. Parecía también estar renegociando el abuso en esta
etapa diferente de su desarrollo. Flora llegó a la sesión
diciendo: “¿si no tengo el periodo, entonces no tendré bebés?”. La
terapeuta le habla de la angustia que había detrás del
“crecimiento” y de los “cambios del cuerpo”, Flora susurró, “¿cómo
es eso?”. Las explicaciones se toparon con el silencio de Flora:
la idea de sentir su cuerpo fuera de su control era claramente una
fuente de inseguridad para ella. Cuando la terapeuta contiene la
angustia de Flora por no saber qué clase de chica sería de mayor,
y su miedo de que se sintiera “rota por dentro”, ésta abrió la
puerta y preguntó a la terapeuta si podía cogerla en brazos. Ante
esta petición, la terapeuta le señala que le está mostrando,
mediante el deseo de ser llevada en brazos, que ella podía ser un
bebé incluso cuando su cuerpo estaba cambiado y creciendo, y la
tensión se alivió: a Flora le dio una risa floja.
Flora fue tranquilizándose con sus cuidadores, muy cariñosos y
dispuestos a comprometerse a cuidarla por un largo plazo – un
cambio esencial desde su estancia con Mary. Flora fue revelándoles
poco a poco el abuso: ella se sentía claramente a salvo y segura
con ellos y ellos, a su vez, se sentían capaces de protegerla.
“Tristemente, sin embargo, seis meses después de su traslado a
casa de los Sres. Red, yo tomé la decisión de dejar la clínica”,
dice la terapeuta.

Terminación: nueva puesta en acto (re–enactment) del abuso y los


avances del tratamiento

El terapeuta como abusador

Flora pareció intuir los sentimientos de culpa y tristeza de la


terapeuta por tener que irse antes de que se lo dijese. Cuando se
lo dijo, reaccionó diciendo con desdén “Yuppi no más terapia, ya
no tendré que ver tu cara de imbécil nunca más”, pero no tardó
mucho en expresar su furia, y explotó en cierto momento, gritando
y chillando fuera de sí. Ralph afirma: “yo estaba siendo el padre
a quien ella, finalmente podía expresar su furia”. Decía una y
otra vez con las manos entre las piernas: “Eres una cabrona, me
has hecho daño, me has engañado, todo ha sido culpa tuya. Te odio,
cabrona”, y seguía llorando, gritando y tosiendo. En la
contratransferencia la terapeuta se sintió muy mal e impotente.
Intentó cogerle la mano y la abofeteó con fuerza. La terapeuta
terminó llorando y Flora se calmó un poco, ¿podía, quizá, ver que
la terapeuta sentía su dolor y que no estaba sola? Ralph comenta:
“Al final de la sesión me pidió que fuera abajo y que la esperara
a que ella estuviera lista. Nos estaba dando a ambas el espacio
que necesitábamos”.
En las sesiones siguientes, Flora hizo un gran esfuerzo para
controlar sus sentimientos y volvió a comportamientos anteriores.
La terapeuta le interpretó que le resultaba difícil creer que ella
se preocupara por Flora a pesar de marcharse, y eso dio lugar a un
nuevo juego de forcejeo que interpretó como un medio de vengarse
de la terapeuta por el hecho de abandonarla. Esto le hizo poder
aceptar en parte sus sentimientos ambivalentes y le permitió hacer
ciertas preguntas a la terapeuta: ¿Iba a seguir siendo una
terapeuta?, ¿Iba a abandonar a otros niños?, ¿De todas formas, por
qué se iba?, ¿podía Flora llamarla por teléfono?”
El personal administrativo y los demás clínicos estaban tristes
porque Flora no iba a volver. Estaba claro que ahora Flora era una
niña que gustaba a la gente, y resultaba sorprendente el cambio en
la clínica, que había pasado de temer su presencia a pensar que
iban a echarla de menos

Avances de la terapia

Flora empleó las últimas semanas para comunicar a su terapeuta lo


que creía que había avanzado en la terapia, así como sus
esperanzas y las preocupaciones que aún tenía. Comenzaba las
sesiones saltando en la cama y cogiendo la mano de Ralph, parecía
querer tocar una parte de su cuerpo cada vez que podía, como una
niña pequeña. Una y otra vez jugaron a que la terapeuta se había
torcido el tobillo y Flora, como maestra, debía cuidarla. Era
extremadamente afectuosa. Ahora podía ser una persona afectuosa,
una madre protectora. Luego, invirtiendo los roles, le pedía que
la cogiera en brazos, le olía el cuello como una niña pequeña en
busca de consuelo y se dormía en sus brazos. También le pidió
jugar a que ella le gustaba (ella hacía de niño) y que debía
acercarme a ella y ser seductora. Para la terapeuta esto era un
intento, por parte de Flora, de comprobar por última vez que no
iba a abusar de ella.
Por último, Flora podía disfrutar comparándose con su terapeuta.
Pasó la última semana comparando su aspecto físico con el de ella:
la longitud de los brazos, de los dedos y del pelo. Durante estas
sesiones también intentaba desesperadamente tocar el techo
saltando en la cama. Se reía tontamente cuando la terapeuta pegaba
un salto temiendo que se cayera. Se reía y decía “me encanta verte
asustada”. Dijo que pronto ya sería más alta que la terapeuta –
“cuando tenga 10 ó 25 años” – y que podrían comparar su altura
cuando ella alcanzara esta edad. Cuando le preguntó si iba a
querer ir a verla entonces, respondió “quizá tenga un bebé para
entonces”, y afirmó que ambos irían a verla.
Según narra Ralph, en la última sesión, Flora se debatió entre su
deseo de abrazarla y golpearla. A continuación, le preguntó si
podía llevarse la muñeca, pero luego se mostró preocupada de que
su cuidadora pensara que volvía a jugar con las muñecas. Se
tranquilizó diciendo “es que necesito algo que me recuerde la
terapia; si se lo digo quizá ella entienda”. Pero también quería
ropa para la muñeca, el biberón, comida, etc. Quería tanto que
ninguna cantidad parecía suficiente. Justo antes de terminar la
sesión le dio a Ralph un beso en la mejilla y se marchó
rápidamente.

Conclusión

Ralph concluye que en el curso de sus dos años de psicoterapia a


cuatro sesiones por semana, Flora fue capaz de hacer uso de su
tratamiento para empezar a dar sentido a lo que pasaba, y a
desarrollar una representación de sí misma. Mediante la relación
de transferencia con un (nuevo) objeto permanente, Flora llegó a
tener la experiencia de ser una niña querida, lo que le da un
sentimiento de tener un “self” valorable y merecedor de cariño.
Inicialmente, la terapeuta proporcionó un espacio para las
proyecciones de Flora: tuvo que sobrevivir a ellas, contenerlas y
aceptarlas para Flora, antes de que ella pudiera empezar a
hacerlas suyas. Con esta contención, Flora empezó a experimentar
con la idea de la terapeuta como un objeto bueno, que podía
disfrutar de Flora, pero también rechazarla. Flora pudo, poco a
poco empezar a hacer suyos sus recuerdos y, en ocasiones se
esforzaba en mantenerlos vivos para poder entenderlos.
Flora también utilizó una gemela imaginaria para entender su
historia y abordar de manera segura aspectos desplazados de sí
misma que, de otra manera hubieran sido demasiado doloroso
reconocer. Su “gemela”, un objeto querido perdido (Burlingham,
1945) además de ser también un objeto abusivo, fue reemplazado por
una “hija” que le permitió examinar la posible existencia de una
madre afectuosa.
Aunque el punto central de este trabajo ha sido en gran parte la
terapia en sí misma, también se han examinado algunas dificultades
que pueden surgir cuando se trabaja con una red de protección
encargada de un niño que ha sido abusado sexualmente. A menudo, el
escenario del abuso se repitió y los límites se rompieron. Las
diferentes instituciones llegaron a ser inconscientemente
identificadas con miembros de la familia de Flora (un proceso
conocido como “especular” o hacer una nueva puesta en acto [re-
enactment] del mundo interno del niño). Durante el trabajo con
Flora, el crear un espacio para pensar fue crucial, pues en
demasiadas ocasiones, tanto la niña como la red impedían recordar
y pensar.
Sin embargo se han registrado progresos “por fuera” del
tratamiento: su colegio determinó que podía ser trasladada a un
colegio normal y sus cuidadores estaban determinados a cuidarla
durante un largo plazo. Los cuidadores también se mostraron
interesados en continuar recibiendo ayuda del Dr. Brown, y en que
Flora fuera derivada a otro terapeuta. Flora demostró su necesidad
de continuidad preguntando a la terapeuta si sería correcto que
utilizara su caja de juguetes con su nueva terapeuta.
Incluso con estos cambios positivos, Flora continuará necesitando
una ayuda en cada etapa de su desarrollo: en la adolescencia,
cuando tenga su primer novio, su primera relación sexual no
abusiva, etc., y en cada etapa el abuso tendrá que ser
renegociado. Horne (1999) hace hincapié en que, si el abuso sucede
dentro de la familia, la capacidad de hacer uso de lazos y
relaciones de objeto está particularmente dañada y distorsionada.
Sin embargo, ¿le habrá proporcionado su corta experiencia
analítica los suficientes recursos para hacer frente a los años
venideros?

Reflexiones sobre el caso Flora y el abuso sexual

En primer lugar, debería indicarse que, en todo abuso sexual, se


está ante un "drama del desencuentro" y, como se sabe, la mayoría
de los trastornos patológicos tempranos son desencuentros entre
los sistemas motivacionales que predominan en los adultos y las
necesidades del bebé.
La seguridad: ("La Base Segura", Bowlvy) es polisémica, vale para
cualquier sistema motivacional. La inseguridad, sin embargo, debe
llevar "apellido" y, en este caso, se entiende que lo lleva
fundamentalmente en el sistema de la autoconservación. Es básico
para el niño que la figura del apego proporcione un sentimiento de
seguridad por parte del adulto, alguien que se supone debería
estar más dotado de esa seguridad y que debería, quizá,
convertirse para el niño en un yo auxiliar.
Pero no todo adulto como figura de apego da al niño seguridad,
porque, por ejemplo, aunque los padres de Flora hayan estado
presentes, la niña ha sido abusada sexualmente por el padre, y la
madre, al menos, ha permitido que esta agresión pudiera
materializarse. ¡Qué lejos de dar seguridad a la nena se
encuentran estas conductas, pese a la presencia de los padres!
Hay que investigar siempre en los cuidados para entender si en
ellos pueden haberse dado déficits o, en su lugar, excesos. Este
caso parecería, a primera vista, ser un caso de exceso, si por
exceso puede entenderse la invasión a gran escala de la intimidad
psíquica y física que el abuso conlleva y, por otra parte, de
déficit, al no tener en cuenta las necesidades correspondientes a
su edad, vulneradas por el abuso sexual. También podría pensarse
en déficit desde la posibilidad de que el abuso haya provocado en
la niña inhibición. Melanie Klein se refería a fantasías de
“destripamiento” diciendo: “Cuando el adulto no es seguro en la
protección, genera en el niño ansiedades persecutorias muy
complejas, que son vividas con frecuencia corporalmente”.
Estamos hablando del bebé en infancia temprana, desde el
nacimiento hasta los 2 ó 3 años, que parece que fue cuando se
produjo el abuso de Flora. En esa etapa, el adulto, incluso el
abusador, es protector, siempre será considerado por el niño como
tal, alguien a quien acude por la angustia de indefensión, y se
produce entonces en él un conflicto de sistemas motivacionales
a) El niño/a acude a sus figuras significativas porque necesita
apego y protección
b) pero en los sistemas de la autoconservación, del apego, y del
narcisismo recibe algo nocivo.
Por otra parte el niño es una unidad psicosomática (Anna Freud), y
sus temores repercuten directamente en su cuerpo, como le ocurrió
a Flora. Lo físico implica lo relacional, al igual que lo
relacional implica lo físico.
Y respecto de la ansiedad, ¿de qué maneras podemos detectar
ansiedades en el cuerpo de niños?: en Flora se daban las
siguientes conductas:
·Problemas tempranos de alimentación: rechaza el biberón, es
amamantada hasta los dos años, los sólidos había que
convertírselos en papilla
·Por la noche no se calmaba, se negaba a dormir sola, a separarse
de la madre
·Cuando con tres años la matricularon en la guardería local, se
negó a separarse de su madre
·Luego, cuando pudo asistir, se orinaba y defecaba encima, esto
entre sus 3 y 5 años,
·En la escuela se comportaba con mucha agitación y miedo
·Con 8 años, ya en tutela con Mary, solo comía media rebanada de
pan y quería que le dieran la comida con cuchara
·Más adelante pudo empezar a dormir y concentrarse en clase, pero
en los periodos en que se encontraba más nerviosa a menudo se
masturbaba en público y se comportaba de manera seductora
Estas no son causas de la ansiedad, sino que esto era la propia
ansiedad para Flora. Por otra parte, Flora utiliza una gemela
imaginaria y también la muñeca como objetos transicionales (¿e
incluso a la terapeuta y a Mary?). Y estos objetos transicionales
le hacen sentir que es activa, no pasiva, que es medio-autónoma
para autoproporcionarse sosiego. Y estos objetos son mitad
internos y mitad externos, porque es la mente de la sujeto, de
Flora, la que les confiere los atributos necesarios. A su vez, la
situación vivida por Flora ha hecho que emerjan fobias varias
causadas en la emoción generada por unas relaciones con los padres
que no eran protectoras. En Flora, en concreto se dan fobias al
contacto de piel con piel, a cerrar la puerta y quedarse dentro de
la habitación con la terapeuta, "se dejó el abrigo puesto, no se
sentó, y se mantuvo cerca de la puerta", etc. y temores al ático,
a las escaleras, etc. (se puede hablar de fobia cuando se da una
restricción yoica). Respecto de los temores del desarrollo
(término de Anna Freud cuyo uso resulta más apropiado que el de
fobias tempranas) y su degeneración en fobias en algunos casos,
debe comentarse que los temores pueden ser normales, dentro de la
evolución. Un temor más la contaminación con algo endógeno es lo
que puede dar lugar a una fobia. Es un continuum lo que se da
desde el temor, que es un juicio de realidad, hasta la fobia.

Temores del desarrollo:


A. Vinculados a la angustia de separación. Es evolutivo, es un
temor hasta los 3 años. Para más de 3 años ya tendría que pensarse
en una fobia, que se da en Flora, como veíamos por los desajustes
ya citados en la guardería.
B. Miedos: ¿Cómo opera la mente a esa edad?, el niño cree que si
quitamos el tapón del baño puede colarse y desaparecer por él como
lo hace el agua. El niño no es capaz de conceptualizar la
causalidad adulta, y se rige por leyes perceptivas: la oscuridad o
el extraño son causa de ausencia. Los MIEDOS tienen que ver con lo
autoconservativo, con la amenaza a la integridad física, con
sentimientos de angustia, de indefensión. Este último párrafo, en
cursiva, tiene mucho que ver con el trastorno central de Flora. Es
como el caso de una niña de 11 meses que tenía miedo a entrar al
salón, a los 13 meses señala ya al equipo de música con ansiedad,
a los 14 meses se percibe que le atemoriza una canción que
comienza con el ruido de una locomotora, a los 18 meses ya no
tiene ansiedad y puede decir que creía que la locomotora se le
venía encima. Es un ejemplo de causalidad perceptiva infantil. Ha
necesitado su tiempo evolutivo para desarrollar el concepto de
grabación. ¿Cómo podría relacionarse lo indicado con lo que le
sucede a Flora? ¿Podría ser que el tacto, la cercanía, implicaran
para ella el sexo, el abuso? O el miedo al salón en donde estaba
el equipo de música, en el último ejemplo, ¿podría tener alguna
relación con el miedo de Flora por el ático, las escaleras o la
puerta cerrada? Evidentemente, para Flora no se trataba sólo de
una carencia evolutiva de la causalidad, en donde se teme un daño
posible, aunque el niño lo viva como cierto, sino que para ella se
trataba de una sucesión de hechos que le producían un daño real,
no hipotético. Recordaremos aquí, en relación con este tema, que
no se dan los temores o las fobias en el contexto, en el lugar,
cuando ha habido ya por medio la utilización de mecanismos de
defensa. Y el adulto ¿cómo modifica estos miedos? Si el adulto
actúa mal, entonces se suman dos temores: el producido por lo que
el niño no entiende, más el generado por la reacción del propio
adulto, y en este caso sí hay complicación emocional, porque se
mezcla lo natural, lo meramente evolutivo, con un creciente temor
u hostilidad del niño hacia el adulto. Con respecto al Edipo y la
sexualidad, hay que decir que una nena de tres años sabe ya sobre
la diferencia de sexos, pero se trata de una diferencia basada en
la anatomía; para ella esos órganos sexuales aún no están ligados
en su mente a la sexualidad, no tienen aún significado sexual.
Para el niño, los órganos sexuales son, en un principio, órganos
excretores; y para él constituye un motivo de asombro cuando
consigue hacer el enlace mental entre órganos y sexualidad. ¿Qué
es lo traumático? ¿Qué asusta al niño en relación con el sexo, sin
haber abuso sexual, sino evolutivamente, normalmente? La visión de
cuerpos entrelazados, ¿es un problema sexual o es un problema de
violencia? El tema hay que reconsiderarlo y pasarlo a términos de
violencia sexual, en vez de situarlo en términos de sexualidad.
Por otra parte, además, para la nena, penetrar es distinto de ser
penetrada. El valor erógeno de ser penetrada es muy relativo. La
nena, en realidad, se está imaginando el pene del padre. Karen
Horney discutió con Freud que, en su opinión, la niña de lo que
tenía miedo era del pene. Esto se escribió, pero nadie lo
mantiene. Sin embargo, pensemos que si el varón tiene miedo del
pene del padre, ¿qué decir de la nena? ¿Sólo la erotiza? No, la
verdad es que, lógicamente, tiene mucho más miedo aún que el
varón. Pensemos por un momento en la visión de los tamaños
relativos, desde la perspectiva de la niña. Hay consecuencias
diferenciales, y en la nena, que es el caso que estamos tratando,
coexiste ya el significado incestuoso con el inicio de la
experiencia sexual con el padre, experimenta su cercanía corporal
y se despliegan en ella los fantasmas del deseo, favoreciéndose el
conflicto y la casi fusión entre deseo sexual, ansiedad y culpa.
Si todo esto es así, de manera evolutiva, "normal", y se da, a la
vez, ese miedo terrible de la nena al pene del padre, puede uno
imaginarse el efecto devastador sobre la mente de una nena tan
pequeña, como es el caso de Flora, del abuso sexual del padre, con
penetración crónica anal y vaginal, y del casi seguro
consentimiento de parte de la madre. Pero, además, como la niña se
acerca al complejo de Edipo cuando ha resignificado la experiencia
primaria, sabiendo que eso es ya incestuoso, también sabe ya que
está transgrediendo. En la niña, el complejo de castración inicia
el complejo de Edipo, pero las consecuencias son diferentes,
porque las mujeres ¿se sienten siempre culpables por la
sexualidad? pero no se sienten así por razones sociales o
culturales. Son razones subjetivas, no hay necesidad de apelar a
lo social o cultural. Es subjetivo por el coqueteo con su papá,
con esto se tiene que sentir algo mal. La niña desde los 3 a 5
años ya sabe de la sexualidad entre adultos y, por tanto, el Edipo
resulta mucho más conflictivo. Con el agregado de que aquí aparece
el tema de la mirada entre el hombre y la mujer, y entre el hombre
adulto y la niña, que no es la mirada narcisizante y protectora,
sino que es la mirada en que en un fugaz momento el cuerpo de la
nena le parece interesante, potencialmente seductor, y cuando la
niña descubre esa mirada, ella sabe que tiene intencionalidad
sexual, y esto transcurre en el máximo secreto, pero a cielo
abierto. Todas las mujeres tienen esa experiencia. Puede que no
sea papá, pero sí un adulto. La nena es objeto erótico para el
hombre: su debilidad, el cuerpo blanco, o la virginidad, etc., le
resultan al padre, al adulto, algo erótico. La niña tiene registro
de la cualidad sexual de todo esto, y este registro se instituye
en complicidad del significado, hay una erotización de la niña por
vía exógena. Malo si el padre no mira a la nena; pero si el padre
la mira como cuerpecito, esto la niña lo guarda "bajo siete
llaves", porque cree que es ella la que está provocando y, por
tanto, malo también. Si la niña sabe que quien la mira lo hace con
intencionalidad sexual, es casi su reconocimiento lo que recibe
esa mirada y, sin embargo, se erotiza si es una mujer normal, y
una vez que se erotiza se siente culpable. Esto les pasa a todas
las niñas porque, efectivamente, hay excitación y la niña se
siente culpable. Estamos hablando para todas las niñas de miradas,
de sentimientos de complicidad y de culpabilidad y de represión,
pero ¿y si llega a producirse el abuso sexual con toda su crudeza
y crueldad? El adulto ya no sólo la mira, sino que la abusa:
dedicación exclusiva a ella mientras lo lleva a cabo, y ella,
claro, se siente provocadora, culpable. Es de suponer que ello: 1)
implica un incremento en su narcisismo por saberse deseada y por
la dedicación obtenida; pero 2) este otro aspecto -el sentirse
provocadora- generará culpa y, además, la violencia produce
miedo corporal, confusión, ambivalencia, mala imagen de sí misma,
la pérdida del narcisismo logrado, citado en el punto 1) anterior,
y el pensar/sentir también sobre cómo se sentirá la madre. Si la
niña ya sabe de la sexualidad, como antes hemos dicho, ya sabe
también que es la elegida, al menos temporalmente, por encima de
la madre, o que comparte al padre de igual a igual con la madre.
Ello ocasiona más ambivalencia y confusión aún, desorganización de
roles y del apego, existencia de una competencia real con la
madre, etc. Y se podría continuar la lista, toda ella apuntando a
la devastación de la mente de la nena. Un último apunte sobre lo
diferencial. La niña no parte, como el varón, de ninguna
valoración corporal: su valoración corporal no está en función de
un atributo genital. Al entrar en el complejo de Edipo, la niña
entra desde una identidad de un self desvalorizado, y esto es lo
que genera la angustia. Hay un self que se siente mal con sus
atributos: parte, pues, de un déficit narcisista. La feminidad se
construye, entonces, desde un déficit narcisista (tesis que
mantiene Emilce Dio Bleichmar, 1985). Volvamos de nuevo la mirada
a Flora, sin olvidarnos de todo lo anterior, para tratar de
hacernos una idea de lo enormemente dificultada que puede y debe
encontrarse en esa niña, como en cualquier niña abusada, y más por
su propio padre, la emergencia y constitución en ella de una
identidad femenina. Por último vamos a reflexionar brevemente
sobre tres aspectos concretos del caso de Flora: la afectación de
los diferentes sistemas motivacionales, el apego, y el desarrollo
de la terapia que se llevó a cabo con ella.

Sistemas Motivacionales

Parece obvio que ante un efecto tan devastador como un abuso, la


mayoría de los sistemas motivacionales hayan sido afectados por
él. Comenzando por el fallo de los padres en su trabajo de
heteroconservación, en Flora parece encontrarse especialmente
afectado el sistema de Autoconservación: víctima, sintiéndose
perseguida, vulnerable y dañada, evita el peligro saliendo
corriendo de la consulta, ya que espera y teme que la terapeuta
será otro adulto abusador, o defendiéndose mediante actuaciones,
"para conseguir que ninguna de las dos pensara". Y, como
consecuencia defensiva, la agresividad: lanzando al suelo las
pertenencias del personal del hospital y agrediendo a su
terapeuta. (¿Los niños son sádicos? No, generan una reacción
defensiva ante estados carenciales, caóticos: como el abuso en
Flora, su confusión, etc.). El adulto tiene el poder absoluto
frente a la niña, y el poder absoluto genera terror absoluto. Los
chicos, con su agresividad, están sobreviviendo. Flora reacciona
también con pensamientos y comportamientos defensivos de carácter
obsesivo, y llenos de angustia, repitiendo las mismas conductas
con que había sido dañada. Su narcisismo se encuentra afectad,o
como hemos indicado en los párrafos anteriores, por la humillación
que todo ello supone. Y, de nuevo, la agresividad de Flora: como
defensa y como furia narcisista: "¿por qué no puedo ser yo como
las demás niñas?". La sensualidad y sexualidad se hallan afectadas
y distorsionadas, y ésta última llega a conformar su repertorio de
formas de relacionarse con personas en las que aún no confiaba, a
través de comportamientos sexualizados. En cuanto al apego, al que
enseguida dedicaremos unas palabras, se siente abandonada, y duda
de ser una persona capaz de ser amada, lo que afecta también a su
narcisismo y le genera culpa. En lo que se refiere a la intimidad,
el tener secretos le recordaba el abuso, seguramente plagado de
mensajes de "boca sellada". Su ansiedad y su incapacidad de
controlarse en variados ámbitos y temas, y su inhibición en otros
momentos, nos hablan de la afectación del sistema de regulación
psicobiológica.

En relación con el apego

No se ha creado una figura del apego en el área cerebral


correspondiente, porque la madre no era una protección segura
contra el padre, y por tanto NO se habrá creado una figura de
apego seguro. Cuando un miembro de una pareja adulta empieza a
controlar, es que tiene apego inseguro; pero, en el caso de los
niños, cuando se da apego inseguro es porque el vínculo en la
realidad es inseguro. El apego de Flora podría considerarse como
inseguro, tanto evitativo como ambivalente o resistente y, por lo
tanto, podríamos estar hablando de un apego desorganizado. Flora
busca el contacto a la vez que se resiste a él. Esto implica un
alto nivel de angustia y un apego inseguro. El apego inseguro se
da por el fracaso en la búsqueda de un apego seguro, cuando se
instala la defensa y se extingue la búsqueda del deseo. Este tipo
de apego puede ser evitativo, donde se reacciona poco ante el
contacto personal o la falta del mismo, o ser ambivalente o
resistente en donde en torno al contacto personal o su carencia se
dan signos de malestar, de incomodidad o de inquietud, y alterna
momentos de contacto y otros de separación. El apego desorganizado
se da cuando no se pueden establecer patrones (todo ello descrito
en relación con "la experiencia del extraño"). Este tipo de apego,
el desorganizado, suele darse en familias de alto riesgo:
psicosis, borderline, depresiones, alcoholismo, familias
marginales, rotas o desestructuradas. Se supone que lo que
organiza el tipo de respuesta caótica del apego desorganizado es
que el contacto con el adulto produce terror. En realidad, el niño
siente terror y también percibe terror en el adulto, pero también
ha habido contacto, y ese contacto ha sido protector. Estos dos
factores: a) miedo y agresividad; y b) contacto protector, y que
los padres a veces están a gusto con el niño, son los ingredientes
de la desestructuración del apego desorganizado. Este tipo de
apego genera en la mente mecanismos de fragmentación y
disociación. La desorganización crea una memoria fragmentada, que
es parte de lo que conforma el self. Algo fragmentado es algo que
estaba unido y se rompe, y estos trastornos vienen así:
fragmentados, actuadores, impulsivos, adictos, desorganizados
emocionalmente. Por otra parte, podríamos también añadir aquí que
la madre de Flora es desatenta, negligente, o ambas cosas.

La terapia con Flora

Son importantes la memoria y el trauma. ¿Qué es lo que se hace en


definitiva en todas las terapias? Revivir el trauma, y no sólo el
trauma o los traumas, sino los estereotipos relacionales en los
que, como consecuencia del trauma, está atrapada: por todo tipo de
conductas sexuales, eróticas, y de utilización de palabrotas o
"tacos", que son para ella la única manera posible de poder
aproximarse al otro. Todo eso es contenido y comprendido por una
terapeuta que antes ha tenido que digerir su propia
contratransferencia en varias fases, para, gracias a ello,
permitir estas repeticiones y rememorizaciones del trauma, o los
traumas, en un ambiente reasegurante y con un vínculo de apego
seguro, tanto en la terapia como en las personas encargadas de la
tutela de Flora, consiguiendo que pueda volver a confiar en
personas adultas protectoras y reestructurar sus modos de
relación, así como reconstruir o construir la representación de sí
misma a través de todo este proceso. Dice Inji Ralph que hasta que
el terapeuta no haya experimentado el trauma del paciente “en
forma atenuada” en el contexto de una relación terapéutica, y tras
haberse sentido genuinamente impresionada por lo que la paciente
ha sufrido, la paciente no podrá comenzar a trabajar sobre el
problema de su comportamiento traumático. No tanto se trata de "la
palabra", sino de la "emoción modificada", En este caso, esto
resulta tanto más evidente porque el abuso se inició, parece, en
la fase preverbal de Flora. Para conectarse emocionalmente hay que
trabajar corporalmente y conectar su mente y su cuerpo con
interpretaciones, y esto se hace con Flora en el trabajo del
artículo. Como antes se decía, la madre de Flora es desatenta o
negligente, o ambas cosas. En cambio, la terapeuta, resulta ser
interactiva y sensible. Se encuentran magníficamente descritas en
este artículo las diferentes fases por las que pasa Flora a lo
largo de esta terapia (sus inicios, sus regresiones ante las
interrupciones, la ayuda que le presta la construcción de una
gemela imaginaria y la muñeca, las personas que la tutelan, etc.,
etc.,), relatado todo ello con una exquisita sensibilidad por una
terapeuta que no se aparta nunca de esa regla básica de que la
terapia es cosa de tres: el paciente, el terapeuta, y un tercero,
que es el propio terapeuta que mira, analiza y siente lo que les
está ocurriendo en las sesiones de terapia a los dos primeros y al
vínculo entre ambos. Un ejemplo de terapeuta que no sólo cuida,
sino que también marca límites y hace crecer en ese ambiente
reasegurador. Incluso al final llega a abandonar la clínica, la
terapia y a Flora, y ese final constituye un modelo de despedida
firme, porque va a darse en todo caso, pero lleno de cuidado, de
amor, de un siempre deseable apego seguro.
Comentarios de carácter general sobre el Abuso Sexual Infantil
Primeras precisiones sobre el abuso sexual infantil

Para iniciar este tema conviene, en primer lugar, distinguir el


juego sexual del abuso sexual. El juego sexual lo llevan a cabo
dos o más niños de la misma edad que juegan; para considerarlo
abuso debe darse una diferencia de edad de cierta consideración,
por ejemplo de entre 5 y 6 años: estamos hablando de un niño de 11
ó 12 años con uno de 6. Otra precisión trascendental consiste en
diferenciar el abuso extrafamiliar del abuso intrafamiliar. En el
abuso extrafamiliar la mayoría de los casos son puntuales y
ocurren en un periodo limitado de tiempo. Y el sujeto del abuso se
siente víctima. Es un problema grave, pero al menos la identidad
de víctima es clara tanto para los demás como para quien ha
sufrido el abuso. Con esto no se quiere decir que ello no traiga
aparejados problemas de persecución, de indefensión, etc., pero,
al menos, es víctima y, por lo tanto, no se siente culpable. Dio
Bleichmar (2005) afirma: “El niño que se considera a sí mismo
víctima de lo sucedido sufre los efectos del trauma, pero no se
halla sumido a su vez en el intento de alterar su juicio, o la
integración de su propia identidad por medio de los mecanismos de
defensa, como ocurre en los casos del abuso sexual intrafamiliar”.
En cambio, el abuso intrafamiliar es siempre crónico y el chico se
siente culpable, por lo tanto no se siente víctima aunque,
evidentemente, lo sea. Subjetivamente, existe una gran diferencia
entre estas dos modalidades. En el abuso intrafamiliar, además de
las consecuencias emocionales enormes de haber sufrido un trauma,
se siente culpable. Y ¿por qué se siente culpable? Por pensar que
ella misma (o él) provocó el abuso o incitó al abusador, o por
callar y no pedir ayuda, etc. De ahí que el cuadro del Trastorno
por Estrés Post Traumático no suela darse en los abusos sexuales
intrafamiliares, porque para que se desarrolle este cuadro uno se
tiene que sentir víctima. Debe tenerse en cuenta que el abuso
intrafamiliar constituye no menos del 80% de los casos de abuso
sexual infantil. Como consecuencia de lo anteriormente dicho, es
el abuso extrafamiliar el que puede ir acompañado, con frecuencia,
de un trastorno por estrés postraumático. Sobre este tema puede
precisarse otra diferencia: en los casos de abuso sexual
extrafamiliar con trastorno por estrés postraumático se produce un
ataque a la capacidad de la memoria. En cambio en el abuso
intrafamiliar lo que se da es disociación: algo del orden de que
se sabe y no se sabe. A veces hay amnesia, pero las más de las
veces hay un saber sin que el yo se haga cargo de ese saber.
Mientras sucede no dice nada, se exige el secreto, pero llega un
momento en que está tan disociado que, ocurre pero a la vez "no
ocurre". Una paciente decía que cuando "eso" (el abuso) pasaba,
“ella se iba del cuarto” en el que el abuso se estaba dando. ¿Qué
significaba eso? Significaba que lo que "se iba del cuarto" era su
mente. Ella estaba allí, pero mentalmente no estaba. Disociaba: es
decir, ocurría pero a la vez "no ocurría". En el abuso sexual se
da lo que se denomina dislocación del sentido, porque, además de
quedar afectada la memoria y la capacidad de integración, a ellos
se suman la falta de sentido, la dislocación de lo que para un
niño es un adulto y un niño, de lo que es protección y de lo que
no lo es, y de lo que es el incesto. Se alteran, por lo tanto,
para el niño las normas que rigen la relación adulto/niño, y se
produce, además, una dislocación de los parámetros de realidad,
que producen en él un impacto muy importante. A este conjunto le
hemos denominado dislocación del sentido, y estamos ya en el
terreno mental del juicio, no sólo en el de la memoria. Con
relación a las patologías asociadas al abuso sexual en la
infancia, debe indicarse que no existen algunas determinadas, sino
varias, en realidad muchas, por ejemplo: la personalidad múltiple
es bastante específica, la personalidad borderline (aunque muchos
borderline no han sufrido abusos), los trastornos de alimentación
tampoco son específicos, la depresión, los trastornos de ansiedad,
etc. Pero los casos descritos con patologías sexuales son muchos.

Momento de la revelación. Características de un discurso verdadero

En general, en niños pequeños la revelación puede ser inmediata.


El niño viene y lo cuenta. No tiene el juicio de que eso está mal.
Pero, en la mayoría de los casos, las revelaciones son tardías
porque enseguida hay estupor e, inmediatamente, hay represión o
disociación del hecho. No se quiere entender lo que está pasando.
Los niños de edad escolar demoran mucho más ¿Hay chicos que vienen
y revelan? Sí, dicen por ejemplo: "me da un beso", o "me toca la
ciruela", o "me dan un beso en la cola", o "me hacen
cosquillitas", acompañado de risa, o de un afecto discordante que
pone en alerta al adulto. Los mayores no lo dicen. Hay una
diferencia fundamental entre los niños en los que por su
desarrollo evolutivo se da aún ausencia de significación sexual, y
los niños que ya han adquirido ese significado sexual. ¿Cuáles son
las características de un discurso verdadero (fiable)? En general
éste es algo fragmentario, confuso, no claro. Va acompañado de
molestia, vergüenza y es, de alguna manera, algo incoherente. Como
hay mucha escisión, siempre es incoherente. Cuanto más
fragmentario, confuso e incoherente, igual es más fiable, pero
puede estar lleno de elementos fantasiosos y discursivos. Y ¿de
qué afecto se acompaña? A veces de ninguno, todo es un sumatorio
de datos: las revelaciones casuales suelen ser las más fiables,
por ejemplo de pronto el paciente dice: "eso es lo que hacía mi
tío"; T: "¿qué hacía?"; P: "No, nada" ¿Qué aparece en el juego?
Puede ser que aparezca un excesivo contenido sexual, pero
simbólico o indirecto. Hay muñecos con órganos sexuales, y los
abusados tienen estupor ante esto. Pero tampoco esto es
determinante, ya que también otros chicos pueden tener ese
estupor. También es muy importante fijarse con mucho detenimiento
en los cambios de registro abruptos que puede hacer el niño en el
progreso de la secuencia o de la asociación. Hay que estar muy
atentos a ellos. Debemos estar alerta ya que, con frecuencia, se
hace mucha iatrogenia en este tipo de estudios. A veces la niña lo
dice, y la madre se asusta, y lo dice a su vez. Y la familia lo
niega totalmente, “esta niña es muy fantasiosa: a tal punto de que
una vez armó un escándalo de que estaba herida, habiendo resultado
al final que se había pintado ella misma la sangre con un esmalte,
e hizo ruido de que se caía por la escalera”, por ejemplo, pueden
decir. Pero no nos olvidemos nunca de que también las niñas que
son fantasiosas pueden ser abusadas. Por último, indicar que
debemos cuidarnos de los “presuntos abusos” o “falsos positivos
“, que aparecen con frecuencia cuando los padres están ya
separados, y que en muchos casos no son realmente abusos.

Resumiendo y poniendo en orden estas ideas:


Discurso verdadero en casos de abuso sexual
I. Características generales del discurso

·Impresión de coherencia, de consistencia, de lógica


·Impresión de espontaneidad, que lleva consigo cierto grado de
imprecisión, desorganización, dudas, idas y vueltas en la manera
en que el niño recuerda los hechos.
·Capacidad de ir más lejos en los detalles, con algún elemento
nuevo o periférico

II. Características específicas del contenido verbal del discurso

·Contextualización de los hechos dentro de un marco plausible


(espacio, tiempo, circunstancias)
·Capacidad de describir secuencias de interacción y de
conversación muy concretas
·Detalles no comprendidos pero exactos (respiraba fuerte... tenía
dolor de garganta; un pipí muy feo...)
·Presencia de detalles inusitados o muy periféricos... sucesos
inesperados.(sonó el teléfono; oímos un ruido)
·Presencia de incidentes que tienen que ver con el abuso pero que
no son centrales (¿lo has hecho antes con alguien?)
·Referencias al secreto y a las presiones recibidas
·Referencias del niño a su propio estado psicológico (me daba
vergüenza), o al estado del abusador (lo necesitaba para calmarse)
·Lagunas de memoria, expresiones de duda (ya no sé si esto es
cierto... si fue verdaderamente así)....correcciones espontáneas.

III. Aspectos formales e interpersonales de la entrevista

·Palabras y lenguaje conformes al nivel de desarrollo intelectual


y afectivo del niño
·Presencia de sentimientos embarazosos o tentativas de evitación
(bloqueo, congelamiento y rigidez, reacciones paranoides, cambiar
de tema)
·Comportamiento seductor o provocador (especialmente en niñas
pequeñas)

·Actitud del entrevistador:


o Preguntas y actitud neutral y empática o muy sugestivas y nada
benévolas
o Ambiente de acogida o de amenaza y coerción
o Si ha habido entrevistas anteriores y qué sucedió en las mismas

IV. Eventual explicación alternativa de los hechos opuesta a las


alegaciones efectuadas en la denuncia

·Niños que han presentado un discurso fiable luego se retractan


con o sin explicación alternativa. ¿Por qué?

o Se han decepcionado por lo que interpretan una falta de eficacia


de los interventores
o Están sometidos a presiones
o La revelación ha causado tanto daño familiar que el niño se
siente enormemente conflictuado
o Niños que presentaron un discurso poco fiable desde el comienzo
y luego cambian
o Adultos que presentaron rasgos negativos del niño(influenciable,
fantasiosa, soñadora)

V. Adultos colaboradores

·Están más preocupados por las consecuencias en el niño, sus


debilidades o motivaciones que por la identidad del abusador.
·Buscan ayuda profesional
·Demandan la indagación y examen a hermanos ante la extensión del
abuso
·No tratan de guardar el secreto a ultranza

Sistemas Motivacionales Afectados en el Abuso Intrafamiliar


El Apego

¿Se afecta el apego? Por supuesto. Se afecta la necesidad de


sentirse protegida, de poder contar con el otro. Poder recurrir a
la figura de apego. La persona que tiene que proteger es la que
daña... Esto la niña no lo puede manejar intrapsíquicamente:
quiere y odia a la vez. Necesita recibir el apego de un adulto,
pero el adulto abusador no deja de ser figura de apego. La mayoría
de los abusos son de familiares muy cercanos. Estamos, pues,
viendo el tema desde la perspectiva de que el abuso es
intrafamiliar. Y si es extrafamiliar y el padre o la madre
ocultan, se produce la paradoja de que el adulto no protege y, a
la vez, protege. Y el sistema de apego se afecta enormemente, ¿en
qué sentido? Los niños tienen una categoría genérica del bien y
del mal. Los adultos para ellos son los que "saben, pueden y
protegen". Pero hasta que, por edad, llegamos a tener la capacidad
de discriminar que esto puede no ser así, mientras tanto, ¿qué les
ocurre a estos niños? Se altera su juicio, su capacidad
discriminatoria, la experiencia que permite establecer estos
patrones. Lo que sucede en su entorno es que lo que produce al
niño daño, o estupor o confusión, es lo que a la vez él codifica
como “bueno”. Y el niño empieza a sentir: "yo estoy medio loco",
"a mí algo me pasa". El niño es muy autorreferente, muy
egocéntrico cognitivamente, y la salida más sencilla es la culpa.
Además, el sentirse culpable le hace sentir que tiene la
posibilidad de controlar la situación si cree que ésta se produce
por culpa suya, y no por la perversidad o arbitrariedad de sus
figuras básicas de apego. Por lo tanto se produce un claro fracaso
de los padres en el sistema de la heteroconservación.

La sexualidad

Se erotiza. Los chicos gozan, sí. Este es uno de los grandes


problemas. Si el chico es normal se excita, luego efectivamente
hay erotización.

La autoconservación

Si hay amenazas se afecta el sistema de la autoconservación.


Entonces hay, a la vez, terror y erotismo. Si se da este caso, es
muy difícil "desatascar".

El Sistema narcisista

Está afectado desde la perspectiva de que, al ser objeto de abuso,


no dejan por ello de sentirse privilegiadas por haber sido
elegidas, pero, también, después, por haber sido engañadas, por
caer en la cuenta de que han sido utilizadas. ¿Cuáles son los
factores de severidad, de gravedad? ¿Cuáles las mayores
dificultades para los profesionales en estos casos? Los factores
de severidad son: 1) la edad. Es peor que sea temprano; 2) el
tiempo: ¿cuánto tiempo duró?; 3) la naturaleza del abuso de que se
trate: caricias, tocamientos, penetración y, si este es el caso,
por qué orificios; 4) si ha habido coerción o no; 5) el grado de
parentesco: cuanto más cercano, peor. Lo que más nos impide
trabajar adecuadamente con estos casos es que hay que aceptar que
el chico/a se excita y goza. Por lo tanto, hay un compromiso del
chico con esto. El que se sienta culpable es, básicamente, por
esta razón, y este es el sector más difícil para desculpabilizar.
Se podría desculpabilizar teóricamente, pero esto no es fácil de
entender para quien lo vive. Este es el punto más difícil de
trabajar en la psicoterapia, lo menos abordable. Y que una vez que
esté instituida la práctica, si revela no sólo acusa al abusador,
sino que crea un disloque familiar, se dan casos de chicos que
cambian de versión. Es suficiente que los chicos vean el disloque
familiar que se ha armado por lo que han dicho, para que sean
capaces de cambiar de versión. Pueden generarse divorcios, cárcel,
etc. Si no creen al chico es, tristemente y por desgracia, casi la
salida más económica en todos los aspectos: todo el mundo -y ¿el
niño?- lo olvida. Cuando los profesionales somos llamados a actuar
en estos temas, en muchas ocasiones ninguno de los componentes de
la familia está por la labor de seguir adelante, y puede ser que
los profesionales nos empecinemos en continuar a pesar de su deseo
en contra. Esto requiere de una reflexión.

Resumiendo y ordenando ideas, se incluye el siguiente cuadro


Efectos del abuso sexual

1. Efectos del abuso sexual en edad temprana (periodo preedípico)


1.1. Excesiva erotización
1.2. Hipersexualización erótica
1.3. Superposición confusional de las necesidades y deseos de
apego con deseos

Narcisistas y sexuales

2. Efectos del abuso sexual en adelante


2.1. Temores inconscientes de daño físico
2.2. Autoinculpación
2.2.1. Responsabilidad por su conducta sexual
2.2.2. Responsabilidad por la divulgación del abuso
2.1.3. Responsabilidad por los conflictos provocados en la
familia.
2.3. Autodenigración y alto riesgo a la revictimización. Deterioro
y alto riesgo de revictimización
2.4. Deterioro moral. Incapacidad de confiar en otros, y
simultáneamente indiscriminación en sus relaciones sexuales
2.5. Promiscuidad y/o anestesia sexual.
2.6. Fobia sexual.
2.7. Extrema ansiedad y falta de control emocional
2.8. Sentirse diferente a los demás.
3. Trauma sexual severo
3.1. Recompensado repetidamente con la conducta sexual
3.2. Es Inculpada, denigrada, avergonzada por el abusador
3.3. Presión y amenazas para que guarde el secreto
3.4. Convicción de hallarse dañada

(Cuadro incluido en Manual de Psicoterapia de la Relación Padres e


Hijos. Emilce Dio Bleichmar. Paidós, 2005)
Tratamiento del abuso sexual infantil. Consideraciones Previas.

Advertencia previa: existe una diferencia muy grande: entre a) el


trauma sexual, y b) las situaciones de hipererotización, o casos
en donde el trauma es pequeño. A veces el carácter de víctima se
debe a la victimización que los demás hacen. Cada situación es
única, y tiene que ser valorada en estos términos de diferencia,
pues, entre: 1) trauma sexual: víctima; y 2) abuso sexual en donde
el/la sujeto no se considera víctima y en la que se puede llegar a
la victimización tanto por la familia, como por el profesional.
Puede haberse dado experiencia de abuso y, sin embargo, no haber
habido trauma. Si no hay trauma, la identidad de víctima puede no
ser tal. Y en estos casos, como ya se ha repetido en diferentes
ocasiones, hay que tener mucho cuidado para que no seamos
nosotros, los profesionales, los que victimicemos.
Consideraremos:
1. El mundo interno de la víctima

La mayoría de los traumas se dan entre los 4 y los 15 años,


siempre en juego la niñez y la adolescencia. Hablamos de la niña o
el niño. Pero los niños, varones, no van a terapia. ¿Por qué? En
primer lugar, porque los varones no hacen síntomas. La histeria
post-traumática es “cosa de chicas”. Además, la alarma del entorno
respecto al varón es menor que respecto a la nena. Lo más simple:
la experiencia de intercambio de sexualidad por afecto o por
reconocimiento (entre deseos y sexualidad). La sexualidad queda
aquí como un instrumento para conseguir otra cosa: afecto o
reconocimiento, que es lo propio de la histeria. La seducción o la
promesa de sexualidad como instrumento para conseguir otras cosas.
Instrumentación, manipulación, etc. de la sexualidad. Esto puede
haberse establecido instrumentalmente. La inautenticidad, la
artificialidad, todo es inauténtico porque es instrumental. Y todo
ofrece un camino para: la promiscuidad, la prostitución, la
pornografía, etc.

2. Una vez que se instituye la transgresión.

Una vez que el sujeto del abuso reconoce que "eso es malo",
aparecen sentimientos relativos a la conciencia de la
transgresión: vergüenza, tristeza, traición, desilusión, rabia,
desapego, etc. Cuanto más pequeña es la niña, más conflicto hay
entre el desapego, porque este cúmulo de experiencias no puede
sino significar ambivalencia con el abusador y el abusado: se
desea al padre por la excitación, pero lleva a un desapego a causa
de la ambivalencia. La chica tiene un estado de catatonia, como un
robot, callada, siempre mira para abajo, cuando predomina la
culpa. Es diferente si se la culpabiliza o si hay coerción, pero
la regla es lo visto arriba ¿Cuál es la posibilidad psíquica para
sobrevivir a esto tan fragmentante? La disociación, que es el
mecanismo de defensa que es utilizado masivamente. Pero un caso
como el de Sonia es muy poco frecuente. Sonia quería tener la
gratificación y se resistía a que se interrumpiera y salía a
buscar hombres, y para eso tenía que ser "una nena que no quería
estar con su mamá". Disociación para conseguir la realización de
sus deseos. Sonia era, por un lado, una "supermujer" y, por otro
lado, "una niñita". Pero en las formas más comunes de disociación
lo que ocurre es que la mente, aunque esté despierta y sin
olvidarse, está, sin embargo, desconectada. Un caso del que ya
hemos hablado: el de una paciente bulímica, obesa, adulta. Empieza
con vómitos en la sesión, y recuerda a los 4 años “la siesta con
mi papá...”, pero, dice, "entonces yo me iba del cuarto". Lo que
hacía es que se iba mentalmente del cuarto: fantaseaba que estaba
en otro lugar mientras el hecho estaba ocurriendo. Disociación:
mecanismo mental. Imaginario de ensoñación histérica: se crea
realidad imaginaria que permite el olvido de la otra realidad.
Estaba poco reprimido, no estaba reprimido del todo.
3. Adolescencia: Empuje puberal, realidad y sexualidad

3.1. O hay evitación absoluta de que esto se vuelva a contar


3.2. O se da experiencia de encuentro en que la chica vuelve a
funcionar así: sexualidad para conseguir afecto o reconocimiento.
Es lo más frecuente. Se da un mecanismo inconsciente por el que
ella diría que sí a cualquier cosa. Por lo tanto, la probabilidad
de relaciones de riesgo es muy alta, por poca falta de respuesta a
causa de la disociación y por la precaria organización psíquica. A
mayor victimización en la infancia, mayor probabilidad de
victimización en la vida adulta. Hay que tener en cuenta que en la
vida adulta la revictimización no tiene por qué ser sexual; hay
situaciones frecuentes de maltrato en pacientes con antecedentes
de abuso sexual. Por otra parte, ¿cómo reaccionan los varones
victimizados? Opera en ellos la inhibición total, otros se
prostituyen, en otros hay homosexualidad muy distónica, muy
sádica. Cuando hay homosexualidad con violencia es probable que
haya habido abuso en la infancia. Generalmente en el abuso
infantil no suele haber violencia física. Hay, en cambio:
coerción, culpa, intimidación, etc. Volvemos a repetir lo
importante que es tener muy claro si hay victimización o si no la
hay. Y también tener en cuenta que en abusos repetidos (sin
violación) siempre hay goce sexual, erotización. Cuando hay
violaciones, lo anterior no se da. Hay chicos que no viven las
cosas como las pueden proyectar los profesionales, como ya hemos
comentado repetidamente, con lo cual se debe tener un especial
cuidado. Con alguna frecuencia se produce mucha iatrogenia en
torno a este tema.

Mecanismo de defensa: identificación con el agresor

Este mecanismo, conocido y difundido, fue descrito por Anna Freud,


que lo añade a los citados por S. Freud. Anna Freud lo describe
como “personificando el agresor, asumiendo sus atributos o
imitando su agresión, el niño se transforma de ser amenazado, a
ser quien profiere la amenaza. Pero esto no se podría aplicar a
las mujeres, cuando la victimización les lleva a ser maltratadas,
violadas, etc. ¿Cuál sería la identificación con el agresor? ¿Qué
atributos del agresor imita? Pero ¿y la niña?, ¿qué atributos del
agresor asume? Factor de género, condicionamiento de rol. El
término "Identificación con el Agresor" fue utilizado por Ferenczi
(1932, 1933) y su concepto es más complejo, de forma que, en
realidad, es un proceso más que un concepto. Ferenczi tuvo
problemas con Freud, porque el primero planteaba que el abuso se
había producido en realidad, que no era un fantasma y consideraba
más demoledor el efecto por la figura de autoridad que representa
el adulto.

El proceso que describe Ferenczi, y que se produce de forma


inconsciente, es el siguiente:
1. El niño/a abusado se somete.
2. El sometimiento permite estar vigilante, atento, y llegar así a
poder adivinar los deseos del otro: Penetrar, de esa manera, en la
mente del atacante, y poder "ver" qué está sintiendo para poder
anticipar el próximo golpe, para estar preparado.
3. En la medida que pueda anticipar y prepararse, minimiza los
efectos no deseados.
4. Por lo indicado en el punto 2, los sentimientos propios llegan
a desconocerse, y se da una falta de contacto con la propia
subjetividad, por eso no hay rabia, sino un vaciamiento creciente
de la subjetividad.
¿Por qué se llama identificación con el agresor? En el
psicoanálisis se ha dicho que todo masoquista es un sádico en
potencia. Este es un concepto equivocado en la mayoría de los
casos: todo masoquista sabe más de cómo funciona el otro que de
cómo funciona él mismo, a través del proceso de identificación con
el agresor. Esto es lo mismo que la feminidad estereotipada. Freud
se preguntaba qué desean las mujeres, porque hay un cierto
vaciamiento "normalizado" de lo que tiene que ser una "buena
mujer". El continuum entre condiciones patológicas, y condiciones
patológicas muy normalizadas socialmente da lugar a mujeres
estereotipadas. Esto no suele ocurrir en los chicos, excepto en
los niños maltratados. Éstos, cuando están en circunstancias
sociales diferentes, por ejemplo en la pareja, se toman la
revancha, pero no contra sí mismos, sino contra la pareja. Hay una
transmisión generacional de las condiciones de abuso y de
maltrato. Existen situaciones marginales en donde el abuso es
normal, no un privilegio del desarrollo. Vamos a transcribir aquí
algunos párrafos del artículo “Explorando el Concepto de Ferenczi
de Identificación con el Agresor. Su rol en el Trauma, la Vida
Cotidiana y la Relación Terapéutica” (Frankel, 2002) que hacen
referencia expresa al abuso sexual:
·El aspecto más particularmente devastador del abuso en la
infancia es la penetración y clausura de la mente, que sucede
cuando se depende física y emocionalmente de otro que viola y
explota, cuando una persona tiene concedida la autoridad de
controlar y definir la realidad del otro, incluso cuando la
definición de esa realidad subsista en duro contraste con la
experiencia real vivida por la persona.
·Ferenczi (1933), percibió que el aspecto más dañino de la
identificación con el agresor es lo que llamó la “introyección de
los sentimientos de culpa del adulto”. El niño víctima de abuso se
echa la culpa a sí mismo por lo sucedido y se siente malo. Este
niño se ha identificado con la maldad del abusador y probablemente
con la percepción del abusador de que el niño es malo. El término
de Ferenczi implica que todos los abusadores sienten culpa, lo
cual no es cierto. Pero la introyección está ciertamente
involucrada cuando un niño asume la maldad de su agresor, porque
ese niño internaliza y reorganiza los hechos abusivos reales en su
mente para convertirse a sí mismo en el causante de su propio
abuso. Este sentimiento grandioso de control es preferible a
encarar la realidad de ser una víctima desamparada.
·Ferenczi (1932, pp 178, 190), también observó que “la falta de
convicción acompaña con frecuencia los recuerdos de personas que
han sido víctimas de abusos siendo niños. Este déficit puede
deberse a la continuidad del prestigio y de la credibilidad del
agresor/figura parental introyectada (ver Fairbairn, 1943), cuya
visión de los eventos clave frecuentemente contradice la propia
percepción de la persona. Este sentimiento de autodesconfianza
puede extenderse a otros aspectos de la propia experiencia.
Algunas personas sienten que necesitan ser continuamente validadas
por otros acerca de lo que ya saben por sí mismos. De hecho la
identificación crónica con el agresor puede conducir a una
situación en la cual las creencias del agresor toman el lugar de
las propias, y las creencias de uno mismo ya no pueden emerger de
la propia experiencia. La narrativa acerca de la propia vida no
deriva de la experiencia personal sino del relato de algún otro.
El concepto tardío de Sullivan (1953) de desatención selectiva, y
la discusión de Bowlby (1980, cap. 4) acerca de las consecuencias
patológicas de la divergencia entre los sistemas de la memoria
episódica y la memoria semántica (i.e. narrativa) sugiere que esta
discrepancia entre la propia experiencia y las propias creencias
acerca de uno mismo y del mundo pueden verse como una medida de la
psicopatología (ver también Davies, 2000)”. A lo largo de estas
líneas, Ferenczi (1933) también habla acerca de cómo “una víctima
de abusos puede volverse “un autómata obediente mecánico” (p.163),
perdiendo el sentido de personalidad propia y autenticidad
interior (Winnicott, 1960), con su concepto de organización del
falso self, encara temas similares. Pone el foco en la
complacencia con otros y el consecuente sentimiento de falsedad y
desapego; esto sirve para proteger el potencial de autenticidad.
Ferenczi resalta una reactividad ansiosa y una hiperatención
constante hacia los demás, cuyo propósito inicial es, y sigue
siendo, influir en las otras personas al servicio de la propia
seguridad. A mí me parece que tanto los conceptos de Ferenczi como
los de Winnicott incluyen elementos que son centrales en los
conceptos del otro. Además, ambos desarrollaron la idea del “self
cuidador” (Winnicott, 1960, p.142; Ferenczi, 1932, lo llamó
“Orpha”, p. 95; ver también Smith, 1999). Brandchaft (citado en
Barish y Vida, 1998) ha discurrido más recientemente sobre la
“acomodación patológica” a costa de una experiencia del self
autentica en niños cuyos padres no acogen sus necesidades). La
otra cara de esta moneda es que uno puede, de forma refleja,
situarse en la mente de cualquier persona próxima, escrutando y
evaluando a todos como una posible amenaza, sintiendo que la
repetición del propio trauma se encuentra a la vuelta de cada
esquina, y transformándose en lo que haga falta para protegerse a
sí mismo; un estilo perceptual traumático de un estudio vigilante
y continuo de las otras personas para descifrar si poseen el
sentimiento, el motivo, la intención de aquello que uno ha
aprendido que es peligroso.. Esta manera tendenciosa de escudriñar
bajo presión a los otros, paradójicamente, da como resultado una
tremenda sensibilidad y una enorme ceguera frente a los motivos de
los demás. Todo esto sucede de forma automática, inconsciente e
instantánea. Las habilidades para leer en los otros
(superinteligencia, hipersensibilidad, incluso (de acuerdo con
Ferenczi, 1930 – 1932, p. 262; 1932, pp. 81, 89, 139, 203, 214)
clarividencia) se han desencadenado en el momento del trauma y
permanecen como partes de la personalidad (Ferenczi, 1930 – 1932,
p. 272; 1932, pp. 89, 203; 1933, p. 165)”

Terapia: Características de la escucha

Hay que pensar que es muy diferente la escucha cuando una persona
ya ha denunciado el abuso, de cuando aún no lo ha hecho. Hay
terapeutas que sospechan, a veces, un abuso sin que nadie lo haya
manifestado, deduciéndolo de lo que ven en el juego, o en los
dibujos. También, en principio, debe tenerse en cuenta que cuanto
menor sea el lazo biológico, por una parte hay más riesgo de
abuso, mayor probabilidad. La escucha es un tema sumamente
delicado. El profesional no debiera forzar la confesión, ni ir a
la búsqueda de la misma, sino que tendría que conseguir que se
dieran unas condiciones en la relación para que la propia víctima
pueda decirlo. Hay que tener en cuenta, también, como ya se ha
dicho, que el terapeuta puede ser para la abusada/o: el
rescatador, el abusador, o la víctima, y pueden estar totalmente
paralizados e impotentes (en el lugar de las víctimas), y esto se
reproduce en la terapia. Es necesario saber, en cada momento, qué
papel nos otorga a nosotros. ¿Qué podemos hacer? ¿Enunciamos lo
que no está puesto en palabras, o esperamos? ¿Cuáles son los
indicadores de que sí podemos trabajar el hecho en sí del abuso?
Desde luego no en un primer tiempo, en los primeros pasos de la
terapia. Ya se dará en algún momento de la terapia, pero no de
inicio. En general, si son niños pequeños hay diferencia entre que
existan o no sentimientos de culpa. En este último caso aparece
porque el niño lo dice, o porque se ve en los dibujos. ¿Hay o no
trauma sexual?: Si hay trauma es porque ya hay víctima, ya se
siente víctima, y en este sentido se siente ya culpable. Si no lo
muestra rápidamente es que lo esconde, y si lo esconde es que hay
trauma. En principio, no podemos tomar la palabra del niño, o su
juego, o sus dibujos como una evidencia de abuso. A no ser que sea
absolutamente evidente, porque se esté metiendo el dedo por todas
partes, por ejemplo, y entonces, por el momento, simplemente
podemos acompañarle. En algún momento de la terapia hay que
normativizar. Hacer una declaración de la norma: "Eso es algo que
no debiera haber ocurrido, y no es para nada culpa tuya". El chico
podría decir: "pero a mí me gustaba eso que pasaba". Puede añorar
el placer sexual o incluso puede seguir sintiéndolo en ese
momento, eso es normal. El placer sexual en la infancia es
autoerotismo con lo que se puede, solitario, con lo que piense,
etc., lo que está mal es lo que hizo el adulto. Pero esto puede
ser un tapón, si se dice esto puede ser que no haya más en la
terapia. Hay que esperar, y si el niño ha tenido un placer enorme,
o pánico, o miedo hay que compartirlo con él/ella, aunque nos
horrorice, no tiene que avergonzarse. Y como los niños no lo
dicen, se puede jugar "con los niños", "con las muñecas", a lo
que pasó. Todo el tiempo anterior es previo a la explicitación de
las normas, a lo que está bien y a lo que está mal. Cuando la
escucha del abuso recae en niños muy imaginativos, a veces no se
les da crédito, pudiendo, entonces, fallar la escucha, aunque cada
vez se detecta mejor. "No me quisieron escuchar", "a nadie le
interesaba", dicen a veces. Se minimiza el tema, y se les confirma
así la creencia de que son rechazables y cuanto más les
estigmatiza, más lo ocultan. Entonces, ¿qué sucede? Si son niñas
pequeñas, en general aparece en el juego, en el dibujo, porque lo
que dicen lo indica. Salvo en los casos en que hayan sido
indoctrinados para no decir nada desde muy pequeños, entonces
habrá un mutismo, un ocultamiento. En estos casos, ¿cómo
intervenir si se sospecha algo a causa del dibujo? ¿Cómo
verbalizamos algo que él vive intrapsíquicamente, y que es
legítimo que él viva en su fantasía, en su mundo interno, en su
masturbación? Si aparece en el dibujo de manera insistente,
repetida (o si se ve en una entrevista vincular), entonces quizá
algo se podría encarar, pero dentro de este contexto. Aquí
podríamos hacernos una pregunta clave y que, a la vez, puede
resultar sumamente delicada e incluso considerarse, de alguna
manera, piedra de escándalo, que sería: ¿se puede tratar una
psicopatología, o sea estar en proceso terapéutico, mientras que,
a la vez, sigue existiendo abuso sexual durante el tratamiento?. A
esto se pueden dar varios tipos de respuestas:
1. Si se ve como una cuestión de ética: “no puedo tratarles así.
Es imposible éticamente, que Dios les ayude”.
2. O se puede uno plantear: “los voy a tratar y voy haciendo
terapia, pero el tema del abuso ya saldrá
3. O denunciarlo inmediatamente. ¿Es obligatorio denunciarlo? Sí,
si hay pruebas fehacientes. Pero ¿y si sólo hay sospechas?
Por otra parte, ¿qué efecto produciría la denuncia en el niño/a, y
qué consecuencias tendría para él/ella?
Se puede uno decidir por cualquiera de estas soluciones, u otras,
aunque parece que la más efectiva para ayudar al niño/a puede ser
la respuesta 2 en muchos de los casos que se nos presenten. No se
trata de que podamos ser acusados de perversión por afirmar que
quizá convenga continuar la terapia, y pensar que el abuso ya
saldrá, pero tampoco de transmitir impotencia, lo más importante
es que hay que mirar cuidadosamente las circunstancias de cada
caso particular y decidir la actuación a seguir hacia lo que
parece más conveniente en ese caso concreto para la niña que pueda
estar siendo abusada. Conviene recordar, y volveremos sobre ello
con más detalle, que en todos los casos de abuso hay siempre dos
personas traumatizadas: la víctima y la madre de la víctima.

Efectos sobre la familia

En cuanto a esto, se abre un abanico. No queda nadie a salvo.


Nadie está exento. Todos están implicados, pero siempre está mucho
más afectada la madre que el padre, aún no siendo la madre la
abusadora. Si la prohibición del incesto es uno de los pilares del
mundo occidental, que ha pasado de la naturaleza a la cultura,
permitiendo un determinado ordenamiento social, su transgresión
deshace la familia. Los Servicios Sociales entran en juego, y
puede producirse la segregación de algún miembro. Habría que ver
el efecto de estos temas: segregación, destrucción de la familia,
separaciones de la pareja, pérdida de ayudas sociales, etc.
¿Por qué este efecto toca más a la madre que al padre?. ¿Por qué
la frecuencia de que acuda a tratamiento el abusador varón es
mucho menor? La ineficacia de los tratamientos en hombres se debe
a la dificultad para instaurar la culpa. Sin embargo, la eficacia
es mucho mayor en los tratamientos con abusadoras y el grado de
abandono mucho menor.

Veamos los perfiles de los abusadores, varones y mujeres.


Perfil del abusador (varón).

1. Obsesivos sexuales

26% de la muestra. Muchos han sido abusados en su infancia. Se


interesan por otras niñas, no sólo por sus hijas. Han sido
abusados por hombres.

2. Adolescentes regresivos.

33% de la muestra. Grupo más numeroso. Les atrae el desarrollo


sexual de las niñas. El abuso comienza más tarde, cuando la niña
presenta cambios en su cuerpo. Años masturbándose con la niña. Y
uso del alcohol como desinhibidor.

3. Descarga sexual indiscriminada

20% de la muestra. No están sexualmente atraídos por la niña, y


pueden fantasear con otra mujer mientras cometen el abuso. Abuso
más esporádico. Son los que presentan mayor proporción de
sentimientos de culpa.

4. Emocionalmente dependientes

10% de la muestra

5. Vengadores Agresivos

10% de la muestra

Todos consideran a sus hijas como "participantes entusiastas"

70% Abusados en su infancia

30% en el Grupo Control

Perfil de la mujer abusadora (Ruth Mathews; Midway Family


Services. Muestra de 65 mujeres y 40 adolescentes)
1. Experimentadoras-Explotadoras

Provienen de hogares con una gran represión. Trabajando de


canguros, seducen a niños de entre 2 y 4 años. Motivadas por la
curiosidad. Se sienten terriblemente culpables. Terapia de 3 a 6
meses.

2. Maestras del amor

Relaciones de cuidado con un adolescente, que se transforma en un


"affaire" sexual, no se reconocen como abusadores. La terapia
descubre que la autoestima es muy baja. Después llegan a
reconocer: "pero si era un niño con quien hice el amor".

3. Mujeres con predisposición

Abusadas en la infancia. Combinan cuidado con abuso sexual como


algo natural.

4. Por coacción masculina

Bajo amenaza de abandono o castigos corporales. Extremadamente


dependientes o débiles. Las mujeres responden más y mejor al
tratamiento, y se sienten más responsables de los abusos. Se
autoculpabilizan, a diferencia de los hombres que acuden a
racionalizaciones y negaciones. Las mujeres "se desmayan" de
vergüenza.

Mundo interno de cada género en estos casos

En el caso de los hombres existe muy poca patología mental en el


abuso. No les conduce a una patología tal como aparece en los
libros. Hay una cierta naturalización del hecho que no culpabiliza
y que no genera procesos de disociación. Esto va a cambiar, pero
aún es así. ¿Por qué la transgresión del incesto no psicotiza al
hombre, cuando está alterando la columna vertebral de la familia?
Esta sería una de las conclusiones y motivo de reflexión sobre
este tema. Estos son los datos. Escasísima o nula consulta por
niños abusados, o por masturbación compulsiva en un varón. La
conducta sexual de un varón no le importa a nadie, o importa muy
poco. El abuso sexual entre varones no se investiga, no lo
sospechamos. Luego los adultos cuentan que en la niñez sí pasó
algo, generalmente homosexual. En mujeres o en niñas abusadas
encontramos un dato curioso: tienen sentimientos de rabia,
resentimiento y odio contra su madre. La madre está implicada así,
siendo objeto de esos sentimientos, en el mundo interno de la hija
abusada. El abuso lleva a un distanciamiento de la abusada con su
madre: todos están de acuerdo en que al padre se le exculpa. La
abusada exculpa al padre y culpa a la madre, aunque ella no haya
abusado. ¿Hay transmisión intersubjetiva de esto? Hay un
distanciamiento emocional madre/hija, y tampoco se explora o se
cuestiona en relación con estos hechos. La relación madre/hija se
altera siempre, dándose un distanciamiento emocional mutuo. Si el
abuso ha sido por parte del padre, la hija está suplantando a la
madre: esto la culpa frente a ella. Pero ¿por qué culpa a la madre
si no se entera, o sabe y no sabe (escindidamente)? El padre no se
entera porque está fuera, etc. Pero la madre no se entera, y las
mujeres dicen: "¿Cómo es posible que no se enterara?, ¿Por qué no
se enteró?” A este respecto, plantea Dio Bleichmar (2005):
¿Es justo asumir que la madre debería haber sabido que el abuso se
estaba llevando a cabo?, ¿Hubiera podido impedirlo?, ¿Cuáles eran
las circunstancias que la llevaron a no darse cuenta del abuso, a
ignorarlo y negar su conocimiento cuando se hacía más que
evidente?, ¿Había sido ella la víctima de abusos en su infancia?,
¿Cuáles eran las restricciones de su libertad para poder actuar:
pobreza, enfermedad, hábitos de dependencia y servicio?
Toda esta rabia es porque de la madre se espera la defensa, la
esperanza es que ella sea la rescatadora. Pero la madre queda
impotentizada: no se entera, no denuncia, no defiende, y se
aparta. Intrapsíquicamente hace igual que la víctima: también
disocia y reprime el saber sobre la sexualidad. Esto es lo común.
Y la intervención profesional al "salir del armario" -es la madre
la que está allí, la que lleva a la chica al ginecólogo, a los
servicios sociales- la culpabiliza, desde la hija al ginecólogo,
hasta el juez. La madre no sabe, pero sabe algo y no inquiere. ¿Es
justo asumir que debiera haber sabido? ¿Hubiera podido impedirlo
si lo sabía? ¿Qué circunstancias la llevaron a no saber del abuso,
a no preguntar? ¿Por qué las mujeres ocultan? La madre está
totalmente implicada y conflictuada. ¿Cuáles son los sentimientos
de las madres ante estos fenómenos? Saben que están desplazadas
sexualmente. Si intuyen algo hay sentimientos de traición, de
desplazamiento, de resentimiento, de odio. Todo esto les distancia
afectivamente, pero ¿por qué se paralizan, se impotentizan, y no
dicen nada? Por las consecuencias: la mujer, la madre, siente que
es la que debe velar por la familia, mantener su unidad. Si habla
de ello se destrozan las relaciones familiares. Esta es la
paradoja, pero es así: si no habla, no protege a su hija, y
mantiene la denigración, pero si habla rompe las ligaduras, la
unidad familiar. Si el abusador es el padre, la revelación va a
tener un gran revuelo familiar y muy graves consecuencias para su
destrucción. Por esta razón debe existir mucha comprensión, por
nuestra parte con la madre. No culpabilizarla, porque ha estado
muy conflictuada, y ya muy culpabilizada por sí misma. Se siente
culpable por haberlo dicho (si lo dice), tanto como por no haberlo
dicho (si no lo dice). A continuación se cita a Dio Bleichmar
cuando habla del trauma materno (2005):
Para muchos terapeutas es la parte más complicada del proceso
terapéutico, al introducirse en el cúmulo de sentimientos de las
madres: desplazadas de su lugar de esposa o pareja sexual por las
hijas, sustituidas en su capacidad de ser deseadas por su pareja,
traicionadas por ambos, pues ante el conflicto, las hijas se
distanciarán afectiva y comportamentalmente de ellas, resentidas y
odiando a sus parejas, a sus hijas y a su propia madre. Esta
complejísima situación las conducirá a sentirse aisladas y
abandonadas por su propio ataque a los seres que quieren,
impotentes y paralizadas en sus deseos de proteger a las hijas,
desautorizadas en su rol de adultas, culpabilizadas, desconectadas
de su cuerpo. Cuando se accede a sus biografías, algunas veces nos
encontramos con una historia de abusos de varias generaciones
anteriores. Muchas madres consideran el abuso como un patrón de
vida corriente: negligencias múltiples, maltrato físico y
emocional además del abuso sexual. Traducido a términos
psicológicos: el abuso es una forma de estar-con, un componente
del apego que se ha estructurado en forma de memoria
procedimental” (pp. 419, 420). Todo lo comentado se refiere a lo
más estereotipado dentro de este tema, pero pueden darse todas las
articulaciones posibles.

Terapia. Formas concretas de intervención

Para que el terapeuta no sea invasivo y no tenga carácter de


"abusador", siempre dialogar, siempre pedir permiso.
Se acude nuevamente a Dio Bleichmar (2005):
El riesgo para las pacientes es que si no se animan a contar todo
lo que ha pasado no pueden poner a prueba el hecho de que pueden
ser aceptadas aún en esa situación, y aislarse en el horror y la
repugnancia. Por otra parte, efectivamente, abundar en el relato –
al generar en el interlocutor sentimientos de horror- puede
confirmarles la idea del rechazo y la convicción infantil de que
son inaceptables a consecuencia del abuso. La cautela de la
paciente entonces puede ser reforzada por la reticencia del
terapeuta a escuchar más detalles. Para el terapeuta, escuchar las
explicaciones de actos sexuales violentos y bizarros puede ser muy
perturbador, y es un trabajo duro luchar con sentimientos
transferenciales de tristeza, horror, rabia, impotencia y
repugnancia al convertirse en una suerte de voyeur. Esto será
captado por la paciente y registrado en su código de temores. Es
por tanto crucial que el terapeuta dé señales explícitas de su
disponibilidad de escuchar todo lo que la/el paciente considere
relevante comunicar. Así como es igualmente relevante que el
terapeuta reconozca y respete la visión de la paciente de que ya
ha contado lo suficiente y no se sienta presionada a contar cada
uno de los detalles, porque ello consistiría en una suerte de
nuevo abuso.

Ejemplos de formas concretas de intervención en estos casos:

· Si hubiera algo más que tú sientas que es importante que yo


sepa, ¿qué te facilitaría el poder contarlo?

· Si tú estuvieras dudando de decirme algo más porque te parece


que yo me voy a impresionar o molestar, ¿qué podría yo decir o
hacer que pudiera hacerte sentir segura para continuar?
· ¿Cómo podemos saber cúando tú has hablado lo suficiente acerca
de los detalles de lo que ha pasado y entonces dejarlo de lado?”
(pp. 416, 417) ¿Cómo hacemos para transmitir que la relación
terapéutica es una relación totalmente diferente a la del abuso,
que no va a haber abuso, y para evitar la disociación? El gran
problema es la contratransferencia: todos estamos implicados en
esto y, por lo tanto, las reacciones están dirigidas por aspectos
inconscientes de uno mismo que no controlan. Hay que trabajar muy
cerca de los propios sentimientos.

Casos de abusos extrafamiliares asociados a trastornos por estrés


postraumático

¿Qué explicación se da de todo esto? En primer lugar, ¿por qué


este juego en la terapia no alivia en los niños la ansiedad?
Fijémonos en el juego normal: aquí se suele producir una
identificación con el poderoso, con el héroe, con el superior, con
el líder, con el adulto, con el jugador de fútbol. Siempre es
identificación "al héroe". Pero en el trauma se identifica con el
agresor, cuando, al mismo tiempo, el agresor lo asusta, lo
traumatiza, la nena ladra, pero al ladrar se vuelve a asustar, por
ello repetir el trauma, en realidad, retraumatiza, genera el mismo
nivel emocional, aunque el ambiente no es ya el mismo. Es
importante el doble circuito: si le evoca un desborde emocional,
no genera regulación. Si ella ladra y no sabe por qué, no puede
saber que la salvaron: Experiencia salvadora que no tiene el mismo
registro emocional que la experiencia traumática, porque el trauma
está en un nivel distinto que la salvación, y a ésta hay que
imbuirla de suficiente emoción como para que contrarreste. Hay que
dramatizar, pero haciendo competir el perro -máxima impotencia-
con la parte salvadora de la madre, del médico -máxima potencia- y
repetir esto tantas veces como sea necesario. Si no hay escena
reparatoria, hay que inventarla para dramatizar y reparar. Como
ejemplo, veamos el caso de una niña, hija de padres separados,
cuya madre, tras hacer una denuncia, consulta cuando la pequeña
tiene 4 años. Se trata de una pareja de hecho. Él es casado con
otro matrimonio anterior del que está divorciado. Es miembro de
una secta de la que la madre, durante un tiempo, participa de la
secta. Tras haber recibido malos tratos por parte de él, se
reconcilian y la madre es empleada en una empresa de su pareja.
Queda embarazada y el padre no quiere el hijo. Ella no quiere
abortar, y el padre no reconoce al bebé. La madre sospecha hace un
año del abuso. La única actividad del padre con la niña es bañarla
y cambiarle los pañales. La niña se niega a ir con el padre y
empieza a decir que su papá es malo, que le hace daño y se señala
los genitales y el ano. La madre lo denuncia y van a juicio, por
lo que se hace necesario un informe psicológico de la niña. En el
contrato, la profesional advierte: “yo sólo voy a documentar lo
que voy a ver en el juego”. La niña es una niña normal. Juega al
mercado. Dice: “Mi papá es malo. Me hace daño en el "culete" con
la mano cuando estaba en su casa". Tenía la pinta "del discurso
aprendido", no se podía decir nada con seguridad y, además, la
actitud de la madre era sospechosa. El padre tenía las
características de un abusador, pero no se podía asegurar, la
madre pedía que el padre la viera con testigos. El juez les quitó
la custodia a ambos, y envió a la niña a un internado en una
institución. En realidad, la castigada fue la niña. Y, además,
antes, la niña tuvo que pasar por un examen médico. Es un ejemplo
de que, a veces, quien puede salir peor parado de una intervención
de este tipo es la víctima: la niña.

Contratransferencia
Citaremos nuevamente a Dio Bleichmar (2005):

...como hemos señalado con anterioridad (el trabajo terapéutico)


debe hacerse en un delicado equilibrio emocional para que el
horror no lo haga sentir un ser rechazable o inaceptable. Durante
el proceso la paciente tiene que comprobar que la terapeuta está
luchando con las emociones y, sin embargo, mantiene su postura o
actitud sin una actuación grosera. Por lo general, en los casos
más graves o de mayor duración, después de la revelación o el
descubrimiento, la red que rodea al niño tiende a actuar, a tomar
medidas, ya sea para comprobar el hecho, para denunciarlo y/o
castigarlo y, desafortunadamente, muchos de estos procedimientos
se convierten en factores de retraumatización. El espacio
terapéutico es el único lugar donde, y a veces solo por medio de
la útil herramienta de la contratransferencia, podemos entender
los sentimientos de confusión, rabia e impotencia que se agregan
al trauma inicial. Se requiere una especial habilidad para estar
en contacto con la dinámica intrapsíquica del paciente y con la
compleja dinámica de la red de apoyo y cuidado de estos pacientes.
Estar en contacto con pacientes víctimas de abusos y con la red de
cuidados y apoyos enfrenta al terapeuta con tres roles
principales: rescatador, víctima y abusador. Estos roles se
suceden en la red y los profesionales que lidian con estos temas
no son, frecuentemente, agentes libres. Tener un espacio
terapéutico donde pensar acerca de estos procesos y mecanismos que
son actuados trabajando con estos niños es crucial. (p. 420)
Volvemos, pues, a este tema, tan importante para este tipo de
casos. A veces, en muchos casos, se toma partido, nos
identificamos con el niño (que es nuestro paciente) y culpamos a
los padres. Ésta ha sido una posición muy clásica, con la que "se
entendía" que el terapeuta velaba por los derechos del niño. Pero
sería bueno invitar a los terapeutas a que se pusiesen en el lugar
del papá y de la mamá, además, por supuesto, de ponerse en el
lugar del niño. Esta es la postura de principio de una adecuada
terapia de familia. La comprensión de los padres en términos de su
sufrimiento en la relación padres/hijos es fundamental porque, en
efecto, ese sufrimiento existe. Incluso en los casos de abuso que,
a veces, nos dan horror el niño puede querer mantener esa relación
con los padres. La toma de partido crea dificultades porque: ¿cuál
es el reproche al adulto? Es mejor no tomar partido de forma
inmediata. Si la paciente es adulta, que lo hable con su madre,
que lo confronte y vean cuáles son las razones. Después, será ella
quien tomará partido y decidirá, no el/la terapeuta. No lo
olvidemos que la relación más dañada es siempre la de madre/hija.
No obstante, lo cierto es que permanentemente tomamos partido y es
casi imposible no hacerlo. Se trata, pues, de pensar: ¿cuál es el
objetivo de la terapia? El objetivo no es romper la familia. En
todo caso el objetivo sería mantenerla, pero sin disociación, para
conseguir que no vuelvan a ocurrir las cosas nuevamente de este
modo.

Tres escollos especialmente difíciles de resolver en la terapia


con pacientes adultas abusadas

En el abuso se dan tres temáticas complejas de abordar con


pacientes adultas/os y que parece adecuado resumir aquí:
· Una, que ya se ha tratado más arriba en diversas ocasiones, es
la producida por la narcisización por haber sido “la elegida/o”
(para el abuso).
· Dos: la erotización y, por lo tanto, el goce (en ciertos casos
la colaboración). Es algo que, en principio, no puede “pensar-
sentir” la abusada/o, y dice en ocasiones con culpa: “¿cómo pude
gozar con eso?” A este respecto, dice Dio Bleichmar (2005):
En nuestra cultura, a los niños se les enseña que deben obedecer a
los adultos; ellos aprenden que cuando algo desagradable pasa
entre un adulto y un niño la interpretación habitual es que el
niño ha sido travieso. Esto es cierto en todos los casos. De modo
que en algún tramo del tratamiento será necesario afirmar que
cuando ocurre un acto sexual entre un adulto y una niña o un niño,
independientemente de lo que haya hecho, no es culpable; el
responsable de lo que ha pasado es el adulto. Una mujer había sido
víctima de abusos por parte de un vecino desde los 5 años tenía la
profunda convicción de que ella era culpable de la continuación de
los abusos y una persona miserable, ya que se había dejado
sobornar por unos pocos caramelos como recompensa. El núcleo más
duro de la culpa está vinculado al hecho de que, aún en las
condiciones de máximo horror, la víctima ha experimentado placer
sexual, y ésta es la experiencia más compleja y atormentadora para
encarar la relación terapéutica. Es necesario en muchas ocasiones
adelantarse y plantearlo como una consecuencia absolutamente
ineludible dada la naturaleza erógena de nuestros cuerpos. (p.
417)
· Tres: un sentimiento reivindicativo frente a figuras
significativas: padre, madre y, sobre todo, pareja, que podría
describirse de la siguiente manera en palabras de la/el paciente:
“yo he sufrido un abuso, he sufrido mucho en la vida, y por ello
tengo derecho a ser tratada de una manera especial. Se me debe
reconocer el daño que otros me han hecho, y estas figuras
significativas que ahora están junto a mí en la vida, tienen la
obligación de reparar eso tratándome con exquisito y ‘especial’
cuidado, y con un amor que deben estar expresando de manera
continua, para compensar el anterior maltrato y engaño”. Se
insiste en estos temas porque resultan especialmente espinosos de
abordar, de reconocer y de aceptar por pacientes adultas, que han
sufrido un abuso sexual siendo niñas.

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