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La autora cita a Bion (1990) cuando dice que “en toda consulta
debe haber dos personas bastante asustadas, el paciente y el
psicoanalista”. Confirma que había dos personas bastante asustadas
en su consulta, pero que ella no había previsto el tiempo que iba
a durar esta situación, y los sentimientos de terror adicionales
que ella como terapeuta iba a experimentar, sentimientos que debía
“contener” antes de que Flora empezara a experimentarlos. Afirma
que los primeros seis meses de terapia Flora se mostró recelosa
con ella y los adultos de la clínica, comprobando continuamente si
la terapeuta era un adulto seguro y la clínica un lugar seguro.
Esta comprobación y la necesidad de probar límites fueron los
temas principales de los primeros meses.
Primera Sesión
La necesidad de control
Progreso
Recordar el abuso
Cuando llevaba quince meses de terapia y dos años con Mary, fue
cambiada a otros tutores: el Sr. y la Sra. Red, que tenían una
bebé, Sandra. Este cambio provocó una regresión en Flora a
comportamientos sexualizados, obsesivos y a sesiones caóticas. La
convivencia con los Sres. Red revivió recuerdos de haber convivido
con una pareja peligrosa, abusiva y que la rechazaba, y esto
surgió en la transferencia. Pasó un momento
especialmente duro, pero pronto pudo estar más calmada,
principalmente una vez que los Sres. Red le marcaron límites muy
claros y efectivos. Flora se integró más con la familia
participando (con la ayuda de la Sra. Red) en los quehaceres
domésticos. También comenzó a establecer fuertes lazos con Sandra.
Estuvo de lo más adaptada y protectora con ella, a menudo venía a
las sesiones con su propia muñeca. Ella se dedicaba a cambiar,
alimentar y cuidar de su “niña” de la manera más apropiada. A
menudo, durante esas mismas sesiones, Flora también buscaba que la
cuidaran, fingiendo ser el bebé que la terapeuta tenía que
proteger y cuidar. Con la terapeuta como nuevo objeto, parecía
estar intentando comprender si ella era o no merecedora de tener
padres. Cuando una vez Ralph le comentó lo bien que ella cuidaba a
su bebé, Flora respondió: “yo la cuido a ella y tú me cuidas a
mí”. Antes de las interrupciones de los fines de semana Flora
insistía en llevarse algo de la habitación para su bebé. Cogió
arena y plastilina y les llamó “comida hecha de terapia”. Ralph
aprecia que era esencial su necesidad de continuidad.
Avances de la terapia
Conclusión
Sistemas Motivacionales
V. Adultos colaboradores
La sexualidad
La autoconservación
El Sistema narcisista
Narcisistas y sexuales
Una vez que el sujeto del abuso reconoce que "eso es malo",
aparecen sentimientos relativos a la conciencia de la
transgresión: vergüenza, tristeza, traición, desilusión, rabia,
desapego, etc. Cuanto más pequeña es la niña, más conflicto hay
entre el desapego, porque este cúmulo de experiencias no puede
sino significar ambivalencia con el abusador y el abusado: se
desea al padre por la excitación, pero lleva a un desapego a causa
de la ambivalencia. La chica tiene un estado de catatonia, como un
robot, callada, siempre mira para abajo, cuando predomina la
culpa. Es diferente si se la culpabiliza o si hay coerción, pero
la regla es lo visto arriba ¿Cuál es la posibilidad psíquica para
sobrevivir a esto tan fragmentante? La disociación, que es el
mecanismo de defensa que es utilizado masivamente. Pero un caso
como el de Sonia es muy poco frecuente. Sonia quería tener la
gratificación y se resistía a que se interrumpiera y salía a
buscar hombres, y para eso tenía que ser "una nena que no quería
estar con su mamá". Disociación para conseguir la realización de
sus deseos. Sonia era, por un lado, una "supermujer" y, por otro
lado, "una niñita". Pero en las formas más comunes de disociación
lo que ocurre es que la mente, aunque esté despierta y sin
olvidarse, está, sin embargo, desconectada. Un caso del que ya
hemos hablado: el de una paciente bulímica, obesa, adulta. Empieza
con vómitos en la sesión, y recuerda a los 4 años “la siesta con
mi papá...”, pero, dice, "entonces yo me iba del cuarto". Lo que
hacía es que se iba mentalmente del cuarto: fantaseaba que estaba
en otro lugar mientras el hecho estaba ocurriendo. Disociación:
mecanismo mental. Imaginario de ensoñación histérica: se crea
realidad imaginaria que permite el olvido de la otra realidad.
Estaba poco reprimido, no estaba reprimido del todo.
3. Adolescencia: Empuje puberal, realidad y sexualidad
Hay que pensar que es muy diferente la escucha cuando una persona
ya ha denunciado el abuso, de cuando aún no lo ha hecho. Hay
terapeutas que sospechan, a veces, un abuso sin que nadie lo haya
manifestado, deduciéndolo de lo que ven en el juego, o en los
dibujos. También, en principio, debe tenerse en cuenta que cuanto
menor sea el lazo biológico, por una parte hay más riesgo de
abuso, mayor probabilidad. La escucha es un tema sumamente
delicado. El profesional no debiera forzar la confesión, ni ir a
la búsqueda de la misma, sino que tendría que conseguir que se
dieran unas condiciones en la relación para que la propia víctima
pueda decirlo. Hay que tener en cuenta, también, como ya se ha
dicho, que el terapeuta puede ser para la abusada/o: el
rescatador, el abusador, o la víctima, y pueden estar totalmente
paralizados e impotentes (en el lugar de las víctimas), y esto se
reproduce en la terapia. Es necesario saber, en cada momento, qué
papel nos otorga a nosotros. ¿Qué podemos hacer? ¿Enunciamos lo
que no está puesto en palabras, o esperamos? ¿Cuáles son los
indicadores de que sí podemos trabajar el hecho en sí del abuso?
Desde luego no en un primer tiempo, en los primeros pasos de la
terapia. Ya se dará en algún momento de la terapia, pero no de
inicio. En general, si son niños pequeños hay diferencia entre que
existan o no sentimientos de culpa. En este último caso aparece
porque el niño lo dice, o porque se ve en los dibujos. ¿Hay o no
trauma sexual?: Si hay trauma es porque ya hay víctima, ya se
siente víctima, y en este sentido se siente ya culpable. Si no lo
muestra rápidamente es que lo esconde, y si lo esconde es que hay
trauma. En principio, no podemos tomar la palabra del niño, o su
juego, o sus dibujos como una evidencia de abuso. A no ser que sea
absolutamente evidente, porque se esté metiendo el dedo por todas
partes, por ejemplo, y entonces, por el momento, simplemente
podemos acompañarle. En algún momento de la terapia hay que
normativizar. Hacer una declaración de la norma: "Eso es algo que
no debiera haber ocurrido, y no es para nada culpa tuya". El chico
podría decir: "pero a mí me gustaba eso que pasaba". Puede añorar
el placer sexual o incluso puede seguir sintiéndolo en ese
momento, eso es normal. El placer sexual en la infancia es
autoerotismo con lo que se puede, solitario, con lo que piense,
etc., lo que está mal es lo que hizo el adulto. Pero esto puede
ser un tapón, si se dice esto puede ser que no haya más en la
terapia. Hay que esperar, y si el niño ha tenido un placer enorme,
o pánico, o miedo hay que compartirlo con él/ella, aunque nos
horrorice, no tiene que avergonzarse. Y como los niños no lo
dicen, se puede jugar "con los niños", "con las muñecas", a lo
que pasó. Todo el tiempo anterior es previo a la explicitación de
las normas, a lo que está bien y a lo que está mal. Cuando la
escucha del abuso recae en niños muy imaginativos, a veces no se
les da crédito, pudiendo, entonces, fallar la escucha, aunque cada
vez se detecta mejor. "No me quisieron escuchar", "a nadie le
interesaba", dicen a veces. Se minimiza el tema, y se les confirma
así la creencia de que son rechazables y cuanto más les
estigmatiza, más lo ocultan. Entonces, ¿qué sucede? Si son niñas
pequeñas, en general aparece en el juego, en el dibujo, porque lo
que dicen lo indica. Salvo en los casos en que hayan sido
indoctrinados para no decir nada desde muy pequeños, entonces
habrá un mutismo, un ocultamiento. En estos casos, ¿cómo
intervenir si se sospecha algo a causa del dibujo? ¿Cómo
verbalizamos algo que él vive intrapsíquicamente, y que es
legítimo que él viva en su fantasía, en su mundo interno, en su
masturbación? Si aparece en el dibujo de manera insistente,
repetida (o si se ve en una entrevista vincular), entonces quizá
algo se podría encarar, pero dentro de este contexto. Aquí
podríamos hacernos una pregunta clave y que, a la vez, puede
resultar sumamente delicada e incluso considerarse, de alguna
manera, piedra de escándalo, que sería: ¿se puede tratar una
psicopatología, o sea estar en proceso terapéutico, mientras que,
a la vez, sigue existiendo abuso sexual durante el tratamiento?. A
esto se pueden dar varios tipos de respuestas:
1. Si se ve como una cuestión de ética: “no puedo tratarles así.
Es imposible éticamente, que Dios les ayude”.
2. O se puede uno plantear: “los voy a tratar y voy haciendo
terapia, pero el tema del abuso ya saldrá
3. O denunciarlo inmediatamente. ¿Es obligatorio denunciarlo? Sí,
si hay pruebas fehacientes. Pero ¿y si sólo hay sospechas?
Por otra parte, ¿qué efecto produciría la denuncia en el niño/a, y
qué consecuencias tendría para él/ella?
Se puede uno decidir por cualquiera de estas soluciones, u otras,
aunque parece que la más efectiva para ayudar al niño/a puede ser
la respuesta 2 en muchos de los casos que se nos presenten. No se
trata de que podamos ser acusados de perversión por afirmar que
quizá convenga continuar la terapia, y pensar que el abuso ya
saldrá, pero tampoco de transmitir impotencia, lo más importante
es que hay que mirar cuidadosamente las circunstancias de cada
caso particular y decidir la actuación a seguir hacia lo que
parece más conveniente en ese caso concreto para la niña que pueda
estar siendo abusada. Conviene recordar, y volveremos sobre ello
con más detalle, que en todos los casos de abuso hay siempre dos
personas traumatizadas: la víctima y la madre de la víctima.
1. Obsesivos sexuales
2. Adolescentes regresivos.
4. Emocionalmente dependientes
10% de la muestra
5. Vengadores Agresivos
10% de la muestra
Contratransferencia
Citaremos nuevamente a Dio Bleichmar (2005):