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El terrorismo, arma principal de la guerra moderna

El terrorismo, en sí, es conocido desde hace mucho tiempo. Pero, utilizado


por organizaciones clandestinas, con la preconcebida intención de controlar el
movimiento de una población, solo puede considerarse de reciente desarrollo.
Se utilizó con aciertos en Marruecos en 1954 y ha alcanzado su desarrollo total
en Argelia entre diciembre de 1956 y enero de 1957.

El objetivo principal de la guerra moderna es el control de una población, y


el terrorismo constituye entonces el arma más apropiada para ello, ya que va
dirigido directamente hacia sus habitantes.

El objetivo principal del terrorismo, consiste en provocar la vacilación de la


población. Lo que caracteriza al terrorismo y lo que le hace aparecer como un
arma de extraordinaria fortaleza, es la matanza que generalmente provoca
entre la gente indefensa.

El terrorista no solo hace la guerra sin uniforme, sino que ataca bien lejos
del campo de batalla a ciudadanos indefensos que creen estar protegidos por
las reglas de la guerra tradicional. Envuelto en una amplia organización,
siempre está protegido en su retirada y prácticamente no corre riesgo alguno
de ser atacado por sus víctimas o de ser llevado a los tribunales de justicia.

Los golpes aislados revelan la existencia del terrorismo. Esto despierta la


atención del pueblo y le invita a tomar precauciones.

Comienza a eliminar personas de menor importancia, y si la policía no


atiende los primeros avisos el terror seguirá en aumento tratando de eliminar
cada vez mayor número de personas. Esta acción gana rápidamente el silencio
de los indefensos habitantes y, en consecuencia, los agentes enemigos tienen
mano libre para organizar y manejar la población civil a su antojo.

La guerra moderna requiere la incondicional sumisión y ayuda de la


población. Esta ayuda hay que buscarla y mantenerla sobre todas cosas, el
mejor método para alcanzar este propósito es emplear el terrorismo.
Una estricta vigilancia es mantenida sobre todos los habitantes, y la menor
indicación o sospecha de cooperación es castigada con muerte, muchas veces
precedida por tortura.

El terrorista no debe ser considerado como un criminal ordinario. Está


guiado por su deseo de ayudar a una causa que él considera noble y que
busca determinado ideal. El mismo ideal que guía a los soldados en el campo
de batalla. A una orden de sus superiores, mata sin tener el menor odio a sus
víctimas. La única diferencia es que sus víctimas son, por lo general, mujeres y
niños o personas indefensas.

El terrorista reclama los mismos honores sin incurrir en las mismas


obligaciones. Su tipo de labor le permite eludir la acción de la policía, sus
víctimas no pueden defenderse, y el ejército no puede emplear todos sus
recursos en detenerle porque siempre se esconde entre la misma población a
la que ataca.

Desde luego, el terrorista sabe que, sorprendido y capturado, no puede


esperar que le traten como un criminal ordinario. Las fuerzas del orden tienen
que aplicarle distintos procedimientos, porque lo que se busca es la eliminación
de su organización o su rendición. En consecuencia, cuando se le interroga, no
se le pide detalles de su vida, sino precisa información sobre su organización.
En particular, sobre quiénes son sus superiores y la dirección de los mismos, a
fin de proceder a su inmediato arresto.

Ningún abogado está presente cuando se efectúa este interrogatorio. Si el


prisionero ofrece rápidamente la información, el examen termina enseguida.
Pero no se produce de inmediato, sus adversarios se ven forzados a obtenerla
empleando cualquier medio. Entonces el terrorista, tiene que soportar sus
sufrimientos, y quizás hasta la misma muerte, sin decir media palabra. El
terrorista tiene que aprender a aceptar consecuencias como una condición
inherente a su función y al método de la guerra que él y sus superiores, han
escogido.

Lo esencial para que el interrogatorio de un terrorista sea rápido y efectivo


es tener interrogadores que sepan lo que están preguntando. Se necesita,
pues, que los interrogadores conozcan profundamente la organización que
estudian.

Se sabe que el terrorista opera, por lo general como miembro de un grupo


que forman tres personas se supone, por lo tanto, que tiene que conocer a su
compañero de trabajo y a su superior de su semi célula. Esta es la única
información que se le puede sacar, pero hay que obtenerla pronto, porque de lo
contrario sus buscados tendrán oportunidad de escapar.

Los interrogadores deben evitar lesionar física y moralmente a los


interrogados. Ellos retardarían más la información que se busca. Las
operaciones policiacas de menor cuantía fallarán también aun cuando efectúen
a tiempo, eso animara a buen número de aventureros a unirse a los grupos
terrorista transformándolos en grandes bandas de rebeldes.

Siguiendo esta línea, amplias zonas quedaran en mano de nuestros


adversarios perdiendo todo nuestro control sobre ella. Esto dejara las puertas
abiertas para las guerrillas. Y con el terrorismo en las ciudades y las guerrillas
en el campo, la gran batalla habrá comenzado.

Identificando al adversario

Para conducir una guerra como es debido y ganarla, es indispensable


identificar debidamente al adversario.

En la guerra moderna el enemigo no es tan difícil de identificar. No hay


frontera física que separe los dos campos. La línea que marca la diferencia
entre el enemigo y amigo, es más bien una línea ideológica, que tiene que ser
perfectamente bien descubierta si queremos determinar pronto quienes son en
realidad nuestros adversarios y a quienes tenemos que derrotar.

El periodo de preparación del adversario, antes de iniciar abiertamente las


hostilidades, está protegido, por lo general, por el estandarte de un partido
político legalmente reconocido.

El hecho de que la guerra moderna no haya sido oficialmente declarada y,


por tanto, que no exista un oficial estado de guerra, les permitirá continuar su
labor de proselitismo; y ayudados por la legislación existente podrán trabajar
abierta o secretamente para alcanzar sus propósitos.

Por tanto, para descubrir lo más pronto posible a nuestros adversarios es


conveniente declarar la existencia de estado de guerra tan pronto como se note
el primer síntoma de la batalla.

Ya en este instante, la preparación de nuestros adversarios estará bien


adelantada y el peligro será grande. No darle la importancia que tiene será
siempre un grave error. Cualquier partido que ayude al enemigo o que le haya
apoyado debe ser considerado de inmediato también como enemigo.

La población de la nación atacada debe ponerse rápidamente al lado del


gobierno y de su ejército. Un ejército solo puede iniciar una campaña difícil y
enconada cuando cuenta con el apoyo moral de la nación. Sus actividades
jamás deben ser criticadas, sino solo ensalzadas, porque depende del apoyo
cerrado que reciban el que su misión culmine en un triunfo.

En otras palabras, el ejército, cuya responsabilidad es dar la batalla, debe


recibir una cooperación ilimitada, sin reservas, incondicional, del pueblo que
defiende.

Con este apoyo, el ejército sabrá donde y cuando tiene que atacar.

Se sabe que el enemigo se trata de miembros de una organización que los


alimenta, los informa y hasta levanta su moral apoyándolos resueltamente: este
es un estado de cosas que la democracia tolera en una nación atacada y que
conduce fácilmente a un punto en que, si no se toman rápidas medidas para
aplicar a este enemigo, el golpe de gracia que pueda eliminarle, seguirá
moviéndose secretamente en su contra, y entonces será muy difícil aplicarle
ese golpe o tendrá que ser pospuesto indefinidamente.

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