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Conceptos relacionales en psicoanálisis: una

integración
Autor: Levinton, Nora - Mitchell, S.A.

Palabras clave

Agresividad, Angustia, Depresion, Enfoque modular transformacional, Identificacion,


Masoquismo, Matriz relacional, Mitchell, Modelo del conflicto relacional, Modelo
pulsional, Modelo relacional, S., Sexualidad, Sistemas motivacionales, Tecnica del
narcisi.

 Libro: Conceptos relacionales en psicoanálisis: Una integración (1993) Stephen A. Mitchell. Siglo XXI


Editores, México D.F.

Introducción

El libro plantea que los interrogantes más urgentes de la teoría y la


práctica contemporáneas del psicoanálisis giran en torno a la relación
que guardan entre sí las numerosas escuelas y tradiciones
psicoanalíticas. En la búsqueda de una respuesta, Mitchell afirma que
hay dos estrategias habituales frente a la diversidad y heterogeneidad de
las escuelas: una consiste en adoptar sólo una teoría (clásica, neoclásica
o contemporánea) que representa alguna de las ortodoxias reconocidas y
que excluye a las otras, lo que provee de continuidad y precisión, aunque
resta riqueza; la segunda está representada por el eclecticismo que
supone que puede creerse en diferentes teorías y aplicarlas bien a
diferentes pacientes o al mismo paciente en diferentes momentos de su
proceso. En este caso, la ventaja estaría dada en lo abarcativo del
intento y su riesgo en la falta de rigor conceptual.

La propuesta del autor es una tercera vía a la que se caracteriza como


de integración selectiva,  que valora todas las aportaciones con un
sentido crítico considerando los aspectos que las hacen compatibles con
las demás y los  que resultan excluyentes.  El objetivo es dar cuenta de
en qué casos clínicos  es conveniente aplicar una determinada teoría.

Por lo tanto, señala las dos perspectivas fundamentales del psicoanálisis


contemporáneo: una es la teoría freudiana de las pulsiones y la otra
incluye a la escuela inglesa de las relaciones objetales, al psicoanálisis
interpersonal y a la psicología del self, bajo la denominación de lo que
Greenberg y Mitchell han llamado modelo relacional que, a pesar de
diferir en muchos aspectos importantes, contiene elementos comunes
que han cambiado la naturaleza de la investigación psicoanalítica.

Para introducirnos en las discrepancias entre el modelo pulsional y el


interpersonal, Mitchell especifica las diferencias esenciales que los
caracterizan. El modelo pulsional es el de una mente habitada por
“urgentes deseos sexuales y agresivos que pugnan por expresarse... La
mente está compuesta de complejos y elegantes acomodos entre la
expresión de los impulsos y las defensas que los controlan y canalizan.
La búsqueda analítica clásica implica el descubrimiento de los impulsos
infantiles instintivos y la posterior renuncia a ellos. Durante sus primeros
cincuenta años, esta perspectiva dominó la generación y el desarrollo de
las ideas psicoanalíticas” (pág.13).

En el llamado modelo relacional, serán las relaciones con los demás y no


las pulsiones la materia prima de la vida mental. “No nos describen como
un conglomerado de impulsos de origen físico sino como si estuviéramos
conformados por una matriz de relaciones con los demás, en la cual
estuviéramos inscritos de manera inevitable, luchando simultáneamente
por conservar nuestros lazos con los demás y por diferenciarnos de ellos.
Según este punto de vista, la unidad básica de estudio no es el individuo
como entidad separada cuyos deseos chocan con la realidad exterior,
sino un campo de interacciones dentro del cual surge el individuo y
pugna por relacionarse y expresarse. El deseo siempre se experimenta
en el contexto de la relación, y este contexto define su significado. La
mente está compuesta de configuraciones relacionales. La persona sólo
es inteligible dentro de la trama de sus relaciones pasadas y presentes.
La búsqueda analítica implica el descubrimiento, la participación, la
observación y la transformación de estas relaciones y de sus
representaciones internas ” (pág.14).

Mitchell comenta que muchos autores contemporáneos conservan el


término “pulsión” (o instinto) pero alteran el significado para poder
utilizarlo dentro del modelo relacional, lo cual contribuye a crear
confusiones para poder identificar qué es lo que se conserva y qué se ha
cambiado del concepto freudiano.

Para el autor, la distinción fundamental de la teoría pulsional clásica es


que describe a la mente como fundamentalmente monádica: desde
dentro pujan presiones endógenas. En cambio, en la teoría del modelo
relacional, la mente es diádica e interactiva y por encima de todo busca
contacto con otras mentes; acorde al modelo de estas interacciones se
organizarán las estructuras psíquicas.

Para el modelo relacional “…las experiencias y los acontecimientos


corporales son capacidades evocadas que derivan su significado de la
manera en que se configuran en la interacción con los demás” (pág.15).
Se destaca que, tanto el modelo pulsional como el relacional, tienen en
cuenta la biología, la cultura, el cuerpo y el medio social pero en lo que
difieren es en la interacción entre estos factores. Si el modelo pulsional
privilegia que las presiones instintivas conforman a los factores sociales,
en el relacional la biología y los procesos interpersonales constituyen
ciclos perpetuos de interacción mutua.

“El cuerpo contiene procesos mentales que se efectúan en un contexto


social, el cuál a su vez define los significados subjetivos de las partes y
los procesos corporales que vuelven a moldear la vida mental” (pág.16).
Mitchell propone el empleo de la expresión “matriz relacional” para
superar la dicotomía entre lo interpersonal y lo intrapsíquico,
confiriéndole a la realidad psicológica la capacidad de abarcar ambos
terrenos, así como la mente puede operar con motivaciones referidas a la
autoregulación y a la regulación del campo de las relaciones.

Considera el autor que aquellas líneas del modelo relacional más afines
a la teoría pulsional, como la psicología freudiana del yo y la psicología
del self, incluso cuando abandonan el concepto de pulsión, mantienen un
aspecto de la perspectiva monádica de la mente: destacan la dimensión
del “self” de la matriz relacional,  que deriva de la interacción pero una
vez establecido  opera con mayor o menor independencia de las
interacciones con los otros. Por lo tanto el énfasis estará puesto en: la
organización del self, las funciones del yo, la regulación homeostática de
los afectos, las necesidades de desarrollo y el self nuclear o verdadero.
Es esta una versión del modelo relacional que prioriza las interacciones
pasadas sobre las propiedades interactivas presentes de la mente, que
dará lugar al concepto de detención del desarrollo de la acción
terapéutica del psicoanálisis.

Mantiene que uno de los propósitos del libro es establecer una


perspectiva panorámica de los problemas de la teoría y la técnica y
ofrecer esa tercera opción del modelo relacional y de conflicto, en que
“los antagonistas de los conflictos psicodinámicos medulares son las
configuraciones de relaciones, las inevitables pasiones conflictivas que
surgen en cualquier relación y las exigencias contrarias, por fuerza
incompatibles, de las diferentes relaciones e identificaciones
significativas” (pág.22).

El libro divide cada parte en dos capítulos, el primero se define como


más bien teórico y el segundo más clínico. La parte I presenta diferentes
estrategias y opciones del modelo relacional para poner de manifiesto a
la relación intersubjetiva como unidad psicológica primitiva de la vida
emocional.

En la parte II se plantean las limitaciones del modelo pulsional freudiano


respecto a la naturaleza de la sexualidad como clave de la teoría clásica
de la mente  y  la III se refiere al infantilismo como el papel significativo
de los conceptos del desarrollo temprano en la teoría y práctica del
psicoanálisis.
Las dos últimas están dedicadas una a la cuestión del narcisismo y la
otra a la continuidad y el cambio respectivamente, refiriéndose al
complejo asunto de la naturaleza del cambio analítico introduciendo la
controversia entre determinismo y libre albedrío.

Parte I

Los límites

1. La matriz relacional

El capítulo se inicia con una referencia al cambio de paradigma


producido en los últimos decenios en la evolución de las ciencias
naturales, que ha afectado al psicoanálisis en cuanto a la redefinición de
la mente como “modelo de transacciones y estructuras internas
derivadas de un campo interactivo e interpersonal ”(pág. 29).

Por lo tanto, se incluye al modelo relacional como una de las teorías


sociales de la mente junto a la teoría interpersonal, y a la de las
relaciones objetales, formando parte de un movimiento más amplio de
disciplinas, la antropología entre ellas, en la que el cambio aludido
conduciría a plantearse que “la mente por su propio origen y por su
naturaleza, es un producto social” (pág.30). Cambio también operado en
el campo lingüístico en que se cree que la experiencia se estructura
mediante el lenguaje, condición inevitable y esencialmente social e
interactiva.

Mitchell  destaca la importancia que tienen las experiencias preverbales


en el proceso de desarrollo y en el futuro de las relaciones adultas.
Habría una matriz semiótica en la cual las dimensiones preverbal y no
verbal de la experiencia se expresarán dentro de un sistema de
significados lingüísticos conformados socialmente. De modo que el
significado se derivaría de la matriz relacional.

Apunta a que dentro de este  modelo relacional los partidarios de una


postura más radical cuestionan la idea misma de que la mente individual
pueda constituir una unidad de estudio significativa, ya que al estar en
interacción con los demás desde los primeros días su experiencia estará
conformada por estas interacciones.  Cita a Stern quién lo ilustra como
“de hecho, gracias a la memoria rara vez estamos solos, ni siquiera (o tal
vez especialmente) durante los primeros seis meses de nuestra vida...
Así pues, la idea del yo-con otro como realidad subjetiva es casi
universal” (pág.32).

Como referencia privilegiada para ubicar el tema del epígrafe titulado: "la
naturaleza intrínseca de las relaciones" hace referencia a Bowlby y ubica
al apego como necesidad biológica fundamental en sí (no derivada de
otras necesidades biológicas) inscrita en la especie humana. De modo
que… “la necesidad de madre es la necesidad más urgente e importante
del infante, es la condición para satisfacer todas sus demás necesidades”
(pág.34).

También Lichtenberg ratificará la “capacidad preadaptativa” para la


interacción directa con la madre, de modo que las pruebas parecen
confirmar de manera muy consistente que no es que el bebé se vuelva
social mediante el aprendizaje o adaptación a la realidad sino que está
programado para ser social. “La relación no es un recurso con otro fin
(reducir la tensión, sentir placer o seguridad); la naturaleza misma del
bebé lo empuja a relacionarse. Además, parece que la relación en sí
constituye una gratificación (pág.37).
Se retoma así el lema de Fairbairn: se busca primariamente al objeto y
no sólo placer libidinal sexual, y la perspectiva de Sullivan sobre la base
relacional de la estructura humana. Sus  observaciones sobre la lealtad
de los niños maltratados hacia los padres maltratadores, lo llevó a
plantear que la principal necesidad del niño no era la consecución del
placer o la gratificación sino el poder establecer una fuerte relación con
otra persona. El motivo básico de la experiencia humana sería  la
búsqueda y conservación de un fuerte vínculo emocional con otra
persona.
Mitchell menciona lo espinoso del tema y la controvertida
conceptualización freudiana de la “compulsión a la repetición” para
explicar la tendencia a repetir experiencias dolorosas o a establecer
relaciones autodestructivas, y la dificultad para articular la premisa
hedónica del principio de placer con la repetición sistemática de los
conflictos tempranos. Plantea abiertamente que ni la formulación de la
“adhesividad de la libido” a las primeras relaciones objetales ni el “más
allá del principio de placer” llegan a ser explicaciones convincentes, por
lo que reconoce un aporte valioso en la aproximación de Fairbairn de que
la verdadera prioridad motivacional es la de ingresar en la comunidad
humana y establecer fuertes lazos con los demás.
También destaca el concepto de reparación de Melanie Klein (1935,
1940), planteado como anhelo de consolar y rectificar, que describe la
pugna entre la envidia por un lado y la gratitud por el otro,  enfoque que
realza el factor de las fuerzas constitucionales y de la fantasía. Para el
autor,  al trasladar la descripción de esta dinámica  a la matriz interactiva
del marco metapsicológico de Fairbairn que  incluye la consideración del
carácter de los padres y las transacciones reales, se podría interpretar la
necesidad de reparación como reacción ante los verdaderos sufrimientos
del otro. Y hacer extensiva esta dialéctica entre  la fuerte necesidad de 
establecer y proteger vínculos íntimos con otros y los esfuerzos por
escapar de los peligros que estos suponen, representados por el
sentimiento de vulnerabilidad y la amenaza de la desilusión. El apartado
finaliza con la consideración acerca de que para algunos teóricos del
modelo relacional el establecimiento y la conservación del sentido de la
identidad es la  motivación fundamental.

El niño aprende a conocerse a través del reconocimiento proveniente


especialmente de la mirada y las palabras de su madre. El sentido del
self sería un momento de culminación del desarrollo, logrado a través de
la búsqueda de la estabilidad y en la continua interrelación con los
demás. Se citan los autores que más han trabajado este tema: Winnicott
y su propuesta de que la adquisición de un fuerte sentimiento del self es
el principal logro del desarrollo temprano normal;  y Kohut (1971) con su
perspectiva del desarrollo del self a partir de las relaciones con el objeto,
siendo las funciones parentales de especularización y de proveer de una
imago parental idealizada esenciales para la constitución de un self
cohesivo.

En  el modelo propuesto por Mitchell los esquemas repetitivos de


experiencia humana se derivan de una tendencia general a conservar la
continuidad, las conexiones y la familiaridad del mundo personal e
interactivo. La definición de las configuraciones relacionales básicas
tienen tres dimensiones: el self, el otro y el espacio entre ambos. Y es
este espacio en el que harán énfasis los teóricos del psicoanálisis
interpersonal, destacando las transacciones reales entre el analizando y
los demás, intentando recabar que sucedió realmente en las primeras
relaciones familiares y registrando las percepciones del “aquí y ahora” de
la relación analítica.

Quienes  destacan lo intencional de las relaciones, profundizan en el polo


objetal del campo relacional, para estudiar el modo en que diferentes
clases de identificaciones y vínculos con otras personas son utilizados
como enlace y aglutinamiento del mundo personal.

Y los teóricos que subrayan las relaciones por implicación destacan el


polo del self del campo relacional. Winnicott se centra en la
fragmentación del sentido del self y en la presencia ( o ausencia ) del
sentido de autenticidad y realidad y Kohut en la necesidad primordial de
self  de conservar su continuidad y cohesión y los complejos procesos
psíquicos que lo posibilitan.

En el dilema de priorizar uno u otro aspecto, Mitchell apunta:  “Marcar las


prioridades al sentido del self, a los vínculos objetales o a los patrones de
interacción, es como tratar de decidir si lo que le conserva la forma al
cuerpo son la piel, los huesos o los músculos...Desde este punto de
vista, los seres humanos simultáneamente regulan al self y al campo
relacional. Nos interesa tanto crear como conservar un sentido del self
relativamente estable y coherente a partir del flujo continuo de la
percepcion y el afecto, y crear y mantener contactos seguros y que nos
sostengan con los otros tanto en la realidad como en forma de
presencias internas. La dialéctica entre la autodefinición y la conexión
con los demás es compleja e intrincada, y a veces destaca la primera y a
veces la segunda. Los procesos reguladores del self y los reguladores
del campo de relaciones a veces armonizan entre sí y a veces entran en
pugna, constituyendo la base de fuertes conflictos. Lo intrapsíquico y lo
interpersonal son terrenos que se trasminan de continuo, y cada uno
tiene su propia serie de procesos, mecanismos e intereses”(págs. 49-50).

2. “Las pulsiones” y la matriz relacional

El punto 2 propone revisar el momento en que surge el concepto de


pulsión en la teoría psicoanalítica para poder entender tanto su alcance
explicativo como sus limitaciones, y así examinar cómo fue tratada la
cuestión por las diferentes escuelas psicoanalíticas. Se retoma la
consideración de la seducción infantil (previa a 1897) por parte de los
adultos como etiología medular de la neurosis. Inicialmente en esa teoría,
desde afuera, una seducción externa introducía simientes patógenas que
desencadenaban la neurosis, lo  que permitiría a Freud acuñar la famosa
frase “los neuróticos sufren de reminiscencias”.

Poco tiempo después hubo una radical rectificación sobre este punto
cuando Freud afirmó que las seducciones no habían sucedido en
realidad sino que eran producto de la fantasía de sus pacientes. Los
motivos del  abandono de esta hipótesis son comentados en el apartado
“De la seducción a las pulsiones”,  planteándose  como un tema
controvertido.  Allí se mencionan varias posibilidades: que el
descubrimiento en  Freud de su propio complejo de Edipo en una serie
de sueños (posteriores a la muerte de su padre acaecida en 1896) lo
llevaran a pensar que los relatos de sus pacientes no se refirieran a
episodios reales sino a deseos similares a los suyos (Ellenberger, 1970);
que este cambio de criterio pudiera atribuirse  a  factores más defensivos
ligados a su reticencia a aceptar secretos e hipocresías de su propio
padre (Levenson, 1983); o que fuese una modalidad vergonzosa  de
ocultamiento sobre la actuación de los padres de la clase alta vienesa y
de las instituciones médicas (Mason, 1984).

Pero, para Mitchell la importancia del cambio no radica en los motivos


sino en el impacto que produjo a posteriori sobre la historia de las ideas
psicoanalíticas, ya que las consecuencias supusieron que si el material
patógeno no se implantaba en la mente infantil a través de seducciones
externas,  precoces debía provenir “desde adentro”. De modo que, a
partir de ese momento Freud propone que el psiquismo infantil contiene
dentro de sí fuertes pasiones sexuales de naturaleza inevitablemente
conflictiva lo cual la transforma en un complejo  y dramático entramado.
Pero, además como tan lúcidamente queda señalado:  “La teoría de la
sexualidad infantil también produjo una interpretación muy diferente a la
cuestión de los límites  y  la motivación.  La teoría de la seducción había
colocado al  individuo, por lo menos al neurótico, en un contexto social.
No se podía comprender la psicopatología observando sólo al individuo:
para estudiar las ideas y los afectos patógenos había que conocer las
influencias sociales externas, los escenarios interpersonales de donde
surgen. Al abandonarse  la teoría de la seducción infantil,  las demás
personas y el contexto cultural  pasan a un segundo plano. La mente del
individuo ha producido su propia fragmentación y sus dificultades. Lo
importante no son las otras personas, sino las fantasías del paciente
acerca de los demás, y éstas fantasías brotan de la mente del propio
individuo. Lo que en la realidad sucede pierde importancia frente a lo que
el paciente cree que sucedió, lo que desea que haya sucedido, etc. La
mente del individuo crea su propio mundo con el material de la
experiencia, pero la composición de ese mundo está fijada de antemano.
La experiencia y los acontecimientos reales no carecen de importancia,
pero  se utilizan para construir los anhelos, temores y dramas inevitables
que constituyen extensiones de la naturaleza del niño” (pág. 57).
Como consecuencia se establecen dos conjuntos de conceptos
dicotómicos asociados a los términos intrapsíquico  e interpersonal,
fantasía versus percepción, realidad psíquica vs. mundo exterior, y teoría
pulsional vs. teoría de las influencias ambientales.

Por lo tanto, el modelo pulsional se instituye a partir de 1910  y eleva a la


pulsión como constituyente básico y materia prima de la vida mental:
tensiones corporales con representaciones psíquicas originadas en
alguna fuente determinada que ejercen presión sobre la mente que
intenta liberarse de esas tensiones. Se trata de reducir el displacer
generado por la excitación para obtener placer:  la mente se estructura
de acuerdo con la necesidad de controlar y regular los modos de
gratificación pulsional, y  las defensas son creadas a modo de derivados
cuyo propósito es lograr vías de inhibición y sublimación. Todo  (sueños,
síntomas neuróticos, perversiones sexuales,  e incluso los estados de
ánimo) se origina en estos componentes pulsionales y la psicopatología
clínica se basará en el rastreo de los deseos infantiles para  su
interpretación.

En “La encrucijada de Freud” Mitchell se dedicará a rastrear 


minuciosamente el desarrollo freudiano  que lo conduce desde la teoría
pulsional hacia la idea de la  identificación como mecanismo fundante,
perspectiva que dará lugar,  posteriormente, al enfoque propio del
modelo relacional. Plantea que “Duelo y melancolía” es el momento  de
resquebrajamiento  en la construcción de la teoría, ya que resta claridad
a la congruencia del modelo pulsional de la identificación como
consecuencia de una pérdida objetal, y sugiere que  si Freud otorgaba
tanta importancia clínica a las identificaciones, debería haber creado un
marco metapsicológico distinto para incluirlas.

Su crítica, rigurosa y respetuosa, plantea complejos cuestionamientos a


la teoría psicoanalítica clásica, especialmente a la confusión que se
establece a partir de 1921 con el planteo de que en la fase primitiva oral
del sujeto, al comienzo de nuestra vida no puede distinguirse entre
investidura de objeto e identificación, lo que según Mitchell es una
afirmación que “nos llena de confusión metapsicológica y oscurece el
más básico de los sistemas motivacionales” (pág.63).

Insistiendo sobre este punto, comenta que en el tercer capítulo de “El yo


y el ello”(1923) se aborda el problema básico de los orígenes
psicodinámicos y la categoría metapsicológica de las identificaciones con
una sorprendente imperfección conceptual, a diferencia de la gran
mayoría de los escritos de Freud. Serían indicios de las dudas que Freud
pudiera haber tenido entre darle a las identificaciones tempranas un lugar
fundamental en el desarrollo y la motivación o sujetarlas “a las
vacilaciones de la explicación de la teoría pulsional e interpretarse como
viscisitudes instintivas”(pág.63).  Es decir, sugiere la posibilidad de que
las identificaciones representen algún tipo de  relación objetal primera
que constituye un factor motivacional básico, pero finalmente  retorna al
planteo de 1917 que establece que el carácter del yo es una
sedimentación de las investiduras de objeto resignadas. De todos modos,
para Mitchell se mantiene la oscilación en la formulación freudiana al
señalar en un párrafo que pueda haber “simultaneidad de investidura de
objeto e identificación” y en el siguiente que aquí podría encontrarse el
trasfondo de la transformación de libido objetal en narcisista,
posibilitando la sublimación.

Para Mitchell la ambigüedad se mantiene  respecto a la categoría


metapsicológica de las  identificaciones tempranas, y en esa
“identificación directa e inmediata y  más temprana que cualquier
investidura de objeto”(p.31[33]) encuentra una premisa del modelo
relacional bajo la forma de una relación objetal primaria. Pero, apunta a
que Freud privilegia como las identificaciones más importantes para la
formación del carácter las que resultan del complejo de Edipo, aplicando
nuevamente el modelo pulsional donde las identificaciones surgen como
consecuencia del abandono de las catexias libidinales dirigidas a los
padres como objetos. El superyó surgiría en el proceso de renuncia de
los deseos edípicos y se alía con el yo para defenderse de esos deseos.
Luego Freud ampliará  sus observaciones incluyendo la religión, la moral
y “el sentido social”.

Como corolario de su crítica a la primacía de la teoría pulsional, agrega: 


“Lo asombroso de la conclusión de este tercer capítulo es el apremio de
Freud por regresar a la explicación de las identificaciones como catexias
objetales abandonadas. Al  explicar los sentimientos sociales como
formaciones de reaccciones, parece haber dejado atrás definitivamente
su anterior sugerencia de que existen identificaciones primarias previas o
simultáneas a las catexias objetales. ¿No serán estas identificaciones
una base mucho más económica conceptualmente para los apegos
objetales y los sentimientos sociales? Pero está claro que Freud no eligió
esa posibilidad metapsicológica ni trató de integrarla a la teoría pulsional;
deja el cabo suelto de las identificaciones primarias, que son oscuras  en
lo metapsicológico, y termina explicando las identificaciones posteriores
como consecuencia de las catexias objetales abandonadas. La
importancia clínica de las identificaciones ha sido explicada mediante los
principios de la teoría pulsional…”(pág.65-66).

Sostiene por lo tanto, que  la compleja historia de las ideas


psicoanalíticas puede verse como una serie de estrategias para tratar
este dilema conceptual con que Freud luchaba en 1923: la discordancia 
entre los datos clínicos, en los que abunda la información referente a las
relaciones con los demás, y el marco conceptual que relega estas
relaciones a un papel secundario. Cada una de las principales escuelas
psicoanalíticas contemporáneas representaría diferentes intentos de
resolver este dilema.

La estrategia en la  que se enmarca Mitchell como fundamento de este


libro es la de la  perspectiva meramente relacional sin combinatoria con
el modelo pulsional, pero hace referencia a la correlación entre las luchas
intestinas dentro del  mundo psicoanalítico respecto de la teoría
pulsional, y el dilema humano universal de articular los pensamientos
actuales con las ideas tradicionales. Así alude al tinte religioso que
adquiere el tratamiento  que se hace del legado de Freud como si fuera
un texto sagrado, interrogando sobre la posibilidad de impugnar algo del
documento original sin correr el riesgo de dejar de ser "un verdadero
creyente".

Cita a Loewald como un ejemplo paradigmático de reconocida 


interpretación imaginativa, dada su lectura  no literal sino una  utilización
del texto freudiano para producir nuevos significados. Pero, en cambio,
critica a los autores que no aceptan que  aunque hacen una
interpretación libre, leen  a  Freud atribuyéndole el sentido que les resulte
conveniente para avalar su propia posición.  Esto promueve una
importante confusión al borrarse las diferencias esenciales de las
premisas conceptuales lo que torna imposible el análisis de las
consecuencias de estas diferencias.
Sobre la combinación de los modelos, Mitchell apunta al interés de seguir
planteando interrogantes sobre cómo utilizan los analistas el marco de un
modelo en especial, la evaluación que pudiera hacerse de la utilización
de un modelo único o de una forma alternativa, o si al emplear conceptos
de diferentes autores se sigue el modelo original o se modifican sus
significados para acomodarlos de forma congruente con el propio
modelo; todos ellas cuestiones de enorme relevancia y como sostiene el
autor, poco estudiados en nuestro campo.

Llegados a este punto Mitchell concluye diciendo que su estrategia para


este libro será la de integrar las principales pautas de las teorías
psicoanalíticas  del modelo relacional en una perspectiva más amplia, en
la cual se omitirá el concepto de pulsión. Aclarando que  tratar de ubicar
lo innato en el modelo relacional es imposible ya que significaría la
traspolación de un término propio de un paradigma para incluírlo en otro.
 “Para los teóricos  relacionales, todos los significados se producen en la
relación y por ello nada es innato de la misma manera que en el modelo
pulsional. Incluso se cree que los acontecimientos corporales más
elementales, como el hambre, la defecación y el orgasmo, se
experimentan mediante las texturas simbólicas de la matriz relacional y
en ese contexto se interpretan. Así pues, en un sentido amplio, el propio
establecimiento de la matriz relacional es innato, y quizás es mejor definir
el desarrollo  humano como "el despliegue continuo de una naturaleza
social determinada de manera intrínseca"”(Stern,1985,p.234)(pág.78)

Parte II

3. La sexualidad

Siguiendo con la  línea propuesta, el apartado 3 estará dedicado al


análisis de la estrecha relación entre la interpretación freudiana de la
naturaleza de la sexualidad y su psicopatología y el concepto de pulsión
basado en los principios biológicos del siglo XIX.

El 4 tratará sobre cómo la interpretación de la sexualidad queda


determinada por el concepto de pulsión y los cambios que se producen al
trasladarla al marco de la matriz relacional. Para el modelo integrado la
sexualidad es considerada un terreno donde los conflictos relacionales se
forman y desarrollan hasta su fin.
Freud es descrito como un representante de su época, caracterizada
como la “edad de la energía”; por lo tanto, su esquema de un aparato
psíquico como un sistema hidráulico de presiones, canales, diques,
flujos, soportes y desviaciones es una ilustración de las ideas
predominantes en el siglo XIX. Paralelamente, las investigaciones sobre
fisiología cerebral destacaban el descubrimiento de la conducción de
impulsos eléctricos a través de las células nerviosas.

Así pues,  los primeros intentos freudianos para explicar la psicopatología


ya tienen en cuenta estas referencias y privilegian como función esencial
del sistema nervioso el control de la excitación  para evitar el fallo en la
regulación de la energía cuya consecuencia sería  la neurosis,  
comparada con un estado de intoxicación en términos de sobrecarga que
el sistema no puede tramitar.

En la teoría de la seducción infantil la sexualidad era pensada dentro del


contexto de las primeras relaciones con otras personas significativas, el
origen de la excitación sexual patógena se atribuía a las “impresiones
externas, seducciones sexuales en la niñez temprana” que no habían
producido el impacto traumático en el momento real del episodio (ya que
el niño estaba preservado por su ingenuidad y desconocimiento del
significado), que adquirirían el verdadero efecto patógeno con el
despertar sexual de la pubertad cuando los recuerdos de la seducción
recuperaban su carácter perturbador de sobreexcitación.

A partir de 1897, se produce el cambio radical: Freud resuelve que el


material que traían sus pacientes sobre recuerdos de seducciones no
tenía que ser necesariamente verídico y  se inclina por una teoría donde
la pulsión es la energía motivacional que habilita al aparato psíquico,
conteniendo la fuerza y los principios mediante los cuales la mente se
despliega y estructura. El centro de gravedad de la teoría se desplaza de
las interacciones con los otros, a las pulsiones innatas, que contienen
significados codificados a priori. Siguiendo el modelo del acto reflejo de
la  función del sistema nervioso, pero ahora el estímulo que pone en
marcha al proceso, pasa de ser una impresión externa, a una interna, la
pulsión.

El autor  señala el paralelismo entre la teoría clínica de la sexualidad y la


metapsicología que la comprende con la teoría darwiniana de la
evolución de la especie. Primero la sexualidad y, a partir de 1920, la
agresividad nos vinculan a nuestro pasado animal.

En "El cambio de modelos" al abordar la cuestión de la sexualidad


retoma las preguntas básicas sobre el tema: ¿por qué la sexualidad tiene
tanta importancia motivacional y por qué se vuelve tan problemática?
propone un recorrido por distintas escuelas y autores para tratar de
responderlas de acuerdo a sus respectivos enfoques, para llegar a la
propuesta del modelo relacional en que la sexualidad “proporciona otras
alternativas para establecer y conservar las configuraciones
relacionales(pág.114).
Mitchell alude en “La teoría del sexo sin pulsión”  a la dificultad de darle
importancia motivacional y estructural a la sexualidad al quedar desligada
del concepto de pulsión y que en el intento de búsqueda de una
explicación  sobre su incidencia en el desarrollo de la personalidad y en
la psicopatología.  Hay dos modalidades de respuesta: los que se
centran en la dimensión objetal de la matriz relacional y los que se
centran en el self. A pesar de que ambos grupos describen la misma
matriz relacional en el cual el self se estructura a través de las
interacciones con los demás, en un caso se destaca el vínculo con el otro
(cómo se establece y conserva); y  los del segundo grupo enfatizan la
continuidad del self y la conservación de la identidad.

Su propia formulación es que lo fundamental es establecer  y conservar


la relación,  y acaso la sexualidad sea el medio más fuerte en el que la
intimidad y el contacto emocional se buscan,  estableciendo un 
intercambio mutuo de intenso placer y respuesta emocional.

Parte  III : El infantilismo

Otro tema importante que aborda el libro son los cambios que se  fueron
gestando  en la teoría en relación al tema del desarrollo, la cuestión de la
detención del mismo, el conflicto,  y los factores generadores de
psicopatología.

Desde el enfoque relacional, la importancia de comprender el pasado


reside en que así se obtienen las claves para descifrar cómo y porque el
presente se configura de una manera determinada.  Las primeras
experiencias  no serían restos estructurales que permanecen fijos sino
que su relevancia está dada por constituir la primera representación de
esquemas de relaciones familiares que se repetirán, una y otra vez, 
bajo  diferentes formas  en las sucesivas  fases del desarrollo.

Parte IV: El narcisismo

El papel del narcisismo en la teoría freudiana, pensado como un estudio


de la ilusión y de su relación con el amor a uno mismo, es enfocado
extensa y minuciosamente, tanto en la evolución de la conceptualización
como en el abordaje técnico sugerido por las distintas escuelas,
describiendo los aportes de Winnicott  y Kohut en el sentido de proponer 
el proceso analítico no como una situación   de abstinencia   sino
destinado a la satisfacción de experiencias decisivas para el desarrollo
que en su día los padres pudieran no haber cumplido eficazmente.

Se contrapone así, radicalmente, con el planteo de  Kernberg que define


las configuraciones narcisistas como defensas regresivas ante la
frustración, la agresión y el desengaño por lo que habría que someterlas
al análisis “objetivo” desmontándolas.

Siguiendo su propuesta relacional, para Mitchell habría que considerar


las ilusiones narcisistas no solamente como una solución defensiva ante
una amenaza psíquica interna ni como la expresión de la vida mental
infantil, sino como una forma de interacción y participación con los
demás.

Así el apartado “Un delicado equilibrio: el juego clínico de la ilusión” se


extiende sobre las diferencias en el tratamiento técnico del narcisismo,
sobre cuál puede ser la respuesta más útil por parte del analista, si se
participa o no de las ilusiones narcisistas, aunque, al mismo tiempo, se
cuestiona la naturaleza y el propósito de esa búsqueda de reafirmación, y
toda la amplia gama de posibilidades que el autor despliega en un
meticuloso examen sobre el tema.

Se evalúan los alcances y  riesgos de las distintas intervenciones


concluyéndose que aunque no sea habitual reconocerlo el  método
adecuado surgirá del ensayo y error en que se ponen a prueba distintas
intervenciones: la perplejidad, la broma, el análisis, la refutación
intelectual, etc., hasta descubrir cuál de las actitudes  llevan a una mayor
comprensión y capacidad de transformación.

Parte V: La continuidad y el cambio

El último capítulo trata de los problemas clínicos más importantes


resumidos en dos preguntas: ¿por qué la gente se aferra tanto a su
patología? y ¿cómo logra el proceso analítico que cambie?

La primera pregunta se relaciona directamente con la cuestión del libre


albedrío y de la voluntad; menciona la paradoja  freudiana que por una
parte postula que la meta del psicoanálisis es “procurar al  yo del
enfermo la libertad de decidir en un sentido o en otro ”(1923,p.50n[51n],
lo cual parece difícil de conciliar con el principio del determinismo
psíquico, doctrina que ha sido blanco  tradicional de una  serie de
críticas, sobre las que se abunda,  con la mención especial a Sartre  y el
existencialismo.

La exposición de argumentos y refutaciones  podría resumirse en que


mientras  para una psicología  existencialista el analizando juega un
papel determinante en la creación, conservación y tratamiento de su
patología; para los partidarios del principio del determinismo psíquico
todo está predeterminado. La escuela de la psicología del yo  sostiene
una posición que, tratando de conciliar, ambas hipótesis ubica a la
voluntad como esfuerzo puesto en movimiento por las elecciones de los
pacientes, en una esfera sin conflictos.  Postura que Mitchell califica de
arbitraria considerando que deja más cabos sueltos que soluciones.
Farber (de la escuela interpersonal) propone que toda actividad humana 
está constituida tanto por las motivaciones inconscientes como por la
voluntad, y que sería necesario considerar que mucho de lo que ocurre
en el proceso analítico se refiere a cierta organización de las decisiones
conscientes voluntarias.

La  concepción de Mitchell, al referirse a la cuestión de “La voluntad y el


significado” es que “La creación de un mundo de significados subjetivos
es un proceso interactivo en las cuales las piezas de la experiencia se
eligen, se reforman y se organizan en esquemas (pág.293)…De la
misma manera, el self se crea a partir de significados que se asignan a la
experiencia; uno no puede empezar a comprender una vida y una
persona sin valorar tanto estas experiencias como las posibilidades y
limitaciones que significa”(pág.295). El énfasis está puesto en que
además de las motivaciones inconscientes está la voluntad creativa de
cada sujeto.  Recalca que si el trabajo clínico no lo  toma en cuenta, se
convertirá en un ejercicio  intelectual de explicación y racionalización, y
no facilitará al analizando hacerse cargo de sus elecciones pasadas y
presentes, claras y conscientes, y de las enturbiadas por el autoengaño y
la confusión. La voluntad consciente de cambio desempeñaría un papel
esencial en la búsqueda analítica, incluso para operar sobre la represión
y recuperar el contenido inconsciente.

El último punto,“El telar de Penélope: la psicopatología y el proceso


analítico”recrea esta poética imagen para describir como tejemos un
mundo de relaciones, orientamos nuestras vidas en determinada
dirección tratando de llegar a un punto, intentando definirnos de alguna
manera, mientras que, al mismo tiempo, inconscientemente
obstaculizamos la consecución de nuestros objetivos, y tropezamos con
las dificultades que supuestamente tratamos de evitar. La estasis  sería
la demostración de nuestra lealtad a lo conocido.
Para este enfoque nuestra personalidad se compone de una urdimbre
que enlaza hebras que representan conflictos inevitables surgidos del
contacto e identificación con las primeras figuras significativas. Los
síntomas neuróticos  no serían manifestaciones de conflictos entre
deseos y defensas sino hebras sueltas, que no logran integrarse
armónicamente y que se expresan  inadecuada e indirectamente.

Por lo tanto en el modelo del conflicto relacional se destaca que son las
alteraciones durante  el transcurso de las  primeras relaciones del bebé 
con quienes lo cuidan, las que distorsionan seriamente las relaciones
subsiguientes, no en términos de detención del desarrollo sino en la
modalidad bajo la cual el niño construye su mundo interpersonal de
relaciones objetales.

De modo que se focalizará el mecanismo principal del cambio analítico


en una alteración de la estructura básica  del mundo de relaciones del
paciente, centrada en tres puntos fundamentales de las dimensiones de
la matriz relacional: la  organización de la personalidad, los lazos
objetales, y los esquemas transaccionales.
Se consideran esenciales tanto el contenido de la información como el
tono afectivo con que es transmitido, y se describe a la interpretación
como un acontecimiento relacional complejo que muestra algo muy
importante sobre la ubicación del analista respecto del paciente; se trata
de un analista que elige y no sólo una vez sino a lo largo  de todo el
proceso.

Como epílogo valga la  imagen que propone Mitchell: lo que el


tratamiento intenta cambiar son los pobladores del mundo que habita el
paciente.

Como comentario personal creo que el libro contiene las claves


fundamentales para entender el  enfoque del modelo relacional, en sus
vertientes teórica y clínica. Es un recorrido exhaustivo sobre los
conceptos de la teoría psicoanalítica que promovieron controversias y
generaron el surgimiento de diferentes líneas y al mismo tiempo una
toma de posición arriesgada y sin ambiguedades en la crítica al papel de
la pulsión en la formulación freudiana. Por lo tanto su lectura supone
considerar una perspectiva diferente, planteada con rigurosa coherencia
sobre un posicionamiento epistemológico que privilegia la matriz
relacional como gérmen del desarrollo para el  funcionamiento psíquico.
Y más aún, invita a reflexionar sobre la forma en que elegimos situarnos
respecto a nuestra propia práctica, si aceptamos una versión del
psicoanálisis que mantiene y preserva las tesis doctrinales sin ningún
cuestionamiento, si intentamos una acomodación que articula diferentes
enfoques aunque no hayamos encontrado una síntesis adecuada…o si
nos planteamos la necesidad de ir revisando nuestro criterio en la medida
en que nos surgen dudas e interrogantes.

Ubicados en este tercer caso, el libro de Mitchell proporciona un estímulo


importante para considerar seriamente dónde nos posicionamos respecto
de los temas abordados: el lugar otorgado a la sexualidad, la diversidad
de registros en que puede ser pensado el narcisismo, la complejidad del
libre albedrío como atributo del paciente, etc.

El libro suscita un ejercicio de confrontación con las propias creencias a


la manera en que el autor lo realiza, sin caer en el dogmatismo de la
exclusión cuando la reflexión nos lleva a planteos novedosos que no han
sido necesariamente consensuados.

De modo que la tarea pendiente sería poder profundizar en la línea


propuesta por Mitchell y determinar qué aspectos permiten una
articulación orgánica con el enfoque modular-transformacional y cuáles
entran en colisión

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