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La herencia más grande de todas las edades es la Palabra de Dios revelada en las
Sagradas Escrituras. Es un tesoro incalculable. Por la Santa Biblia sabemos de la
creación del mundo, el principio de la raza humana, la caída del hombre, la historia de
Israel, la redención de la humanidad por medio de Jesucristo, nuestro Señor y la
formación de la Iglesia Cristiana.
Para salvar a la humanidad de sus pecados, era preciso para Dios venir a vivir en este
mundo, revelarse así a nosotros, y por fin, morir por nuestros pecados. Dios bajó al
mundo en la forma de Jesucristo, Jesús nació en Belén, de la virgen María. No tenía
padre humano, pues las Escrituras dicen claramente que Jesús fue concebido en el
vientre de la Virgen, por el Espíritu Santo de Dios. Así que Jesús era Dios, porque
tenía a Dios por Padre, y era a la vez humano, porque la virgen María era su madre.
De modo que Jesucristo era, a la vez, verdadero Dios y verdadero Hombre.
Su propósito de venir al mundo fue salvar a los hombres de sus pecados. Dios es
santo, y no puede tolerar el pecado. Por tanto, la ley de Dios dice: “El alma que
pecare, esa morirá” (Ezequiel 18:20). Puesto que todos hemos pecado, Dios nos ha
condenado a la muerte. Nuestra única esperanza es Jesucristo. Siendo Dios, Él vivió
en este mundo sin mancha y sin pecado. ¡Él es el único que ha vivido así! Porque no
pecó, no tenía que morir, pues la muerte es la paga del pecado. Sin embargo, Cristo
murió voluntariamente en la cruz del Calvario por nosotros. No murió Jesús por sus
propios pecados, sino por los nuestros. Así que Él ofrece por mérito de su sangre
derramada por nosotros, el pleno perdón de nuestros pecados, puesto que Él sufrió
esa pena en nuestro lugar. Ese fue su propósito al venir al mundo, y, cuando lo hubo
cumplido, volvió al cielo, donde espera a aquellos que confían en Él.
Nuestra herencia de las Sagradas Escrituras es el conocimiento del plan de Dios para
la preservación y salvación de la humanidad. En sus páginas leemos del amor de Dios
para con nosotros; su tristeza por causa de nuestros pecados y su plan incomparable
para la salvación de la humanidad. Con el Salmista podemos decir, ¡Es hermosa la
heredad que me ha tocado! (Salmo 16:6).
1. De la Iglesia Primitiva
Los 3.000 convertidos en el día de Pentecostés y los miles que se convirtieron en los
días siguientes, también llenos del Espíritu Santo, comenzaron de una vez a proclamar
las buenas nuevas de salvación. Se reunían en casas para la oración, alabanza y
para tomar la Cena del Señor.
Sus actividades pronto trajeron persecución. Pero la persecución sirvió más bien para
la expansión del reino, porque los que tenían que huir de Jerusalén para escapar de
la persecución, fueron a todas partes predicando la Palabra de Dios. De esta manera
grupos de cristianos se levantaron por todas partes. Tan grande era el deseo de llevar
el evangelio a todo el mundo, que algunas iglesias, como la de Antioquía, enviaron
misioneros a partes desconocidas. Tantas personas se convirtieron, que se cambió
por completo la sociedad de su tiempo.
La Iglesia Primitiva crecía rápidamente impulsada por el amor de Cristo, a pesar de las
persecuciones del Imperio Romano. El Imperio Romano era un gobierno pagano, que
incorporaba en su política la adoración de muchos dioses. El emperador era el dios
principal, y rendirle culto era un acto patriótico. Puesto que los cristianos rehusaron
adorar al emperador fueron severamente perseguidos. No obstante, la Iglesia seguía
creciendo. Al fin, el gobierno romano tuvo que reconocer que no podía detener la
marcha de los cristianos, y, poco después del año 300, el emperador Constantino tuvo
que buscar el apoyo de ellos para establecerse en su trono.
Muchos cambios se operaron en la Iglesia Cristiana cuando llegó a ser la Iglesia del
Estado. Los ricos y oficiales no estaban conformes con la adoración sencilla de la
Iglesia Primitiva. Acostumbrados a sacerdotes, imágenes y fórmulas mágicas en sus
ceremonias paganas, hallaban los servicios cristianos demasiado sencillos y se
comenzó a poner altares e imágenes en sus templos y adornar los servicios con
pompa, ceremonia y ritual. Poco a poco el humilde pastor del rebaño de Cristo, que
compartía la Palabra de Dios con sus hermanos, llegó a ser un sacerdote cristiano
ministrando ante un altar, por medio de simbolismo y ritual. Para satisfacer el deseo
popular de aquella época de politeísmo, pusieron retratos e imágenes de Cristo, de
María y de los apóstoles, en las iglesias. Y los nuevos miembros, todavía en parte
paganos, adoraban las imágenes. Así el paganismo invadió la Iglesia.
Cada nación tiene características especiales. Entre los griegos era el arte y la
escultura. Los romanos se distinguían por sus leyes y organización. Por medio de su
buena organización y disciplina llegaron a ser la nación más poderosa del mundo en
su época. Este genio de organizar se sintió muy pronto en la Iglesia Cristiana, cuando
fue adoptada como la iglesia del estado. En la Iglesia Primitiva cada congregación
nombró sus oficiales, quienes dirigían los asuntos de la iglesia local. Pero ahora la
iglesia poco a poco adoptó el sistema del gobierno romano. El emperador asumió el
puesto de sumo sacerdote del cristianismo, como había sido el dios principal de la
religión pagana. Nombraba a los obispos a los puestos importantes. Los obispos de
las iglesias, en las ciudades principales, ejercían autoridad sobre los obispos de las
iglesias pequeñas en su derredor. Así que, gradualmente la Iglesia adoptó una forma
eclesiástica de organización en la que los clérigos la gobernaban absolutamente, cada
uno nombrando sus subordinados. Las congregaciones perdían por completo su voz
en la selección de sus pastores. Esta organización eclesiástica ayudó a la unidad de la
Iglesia y al control de doctrina y práctica, pero daba lugar a muchos abusos, como
veremos más adelante.
Los judíos siempre se han distinguido como hombres religiosos. Su celo religioso a
veces se ha convertido en fanatismo extremo. Pero, aunque la apostasía se apoderó
de ellos en ciertas épocas, nunca han faltado hombres piadosos entre ellos.
En el Antiguo Testamento leemos de los recabitas. Ellos eran una tribu muy devota al
Dios verdadero. Insistían en vivir una vida pastoral. Temían que si se mudaran a las
ciudades se contaminarían con la mundanalidad e idolatría de la época. Así que
preservaron la vida sencilla y rehusaron tomar bebidas alcohólicas.
Otro grupo piadoso entre los hebreos eran los nazareos. Su nombre indicaba santidad
y devoción. Los nazareos eran personas que tomaban un voto por cierto período de
tiempo. Podía ser un tiempo corto o por toda la vida. Durante el tiempo de su voto no
se cortaban el cabello; no tomaban bebidas alcohólicas ni tocaban nada inmundo.
Protestaban contra la adopción de costumbres paganas. Eran muy celosos en la
defensa de su fe.
Los profetas del Antiguo Testamento luchaban para avivar la vida espiritual. Cuando
los reyes gobernaban a Israel en Jerusalén, la adoración del templo llegó a ser muy
pomposa y sujeta a la voluntad de reyes y sacerdotes. A veces los reyes malos
suprimían completamente los cultos a Dios. Los reyes de Samaria enseñaban a la
gente a adorar ídolos, para evitar que fueran a Jerusalén. La religión verdadera de
Dios estaba a punto de desaparecer.
En esta condición lamentable del pueblo, Dios levantó profetas. Aunque a veces los
profetas revelaban eventos futuros, la mayoría de sus mensajes llamaban a la gente al
arrepentimiento; destacando la importancia de la vida espiritual y personal, en lugar de
sacrificios y ritualismo. Típicas de sus mensajes son las palabras famosas de Miqueas:
“¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil arroyos de aceite? ¿Daré
mi primogénito por mi rebelión, el fruto de mis entrañas por el pecado de mi alma? Oh
hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y que pide Jehová de ti: solamente hacer
justicia, y amar misericordia, y humillarte ante tu Dios” (Miqueas 6:7-8). Es interesante
que Juan el Bautista y Jesucristo fueron considerados profetas por los judíos de su
tiempo porque, como los profetas del Antiguo Testamento, ellos predicaban el
arrepentimiento.
La historia de Israel durante los 400 años entre el Antiguo Testamento y el nacimiento
de Jesús, es un poco oscura, debido a la falta de una historia adecuada. Sin embargo,
sabemos, que existían grupos piadosos durante este periodo que esperaban un
avivamiento y la llegada del Mesías. Uno de estos grupos se llamaba los Hasidím. Se
parecían mucho a los nazareos y recabitas en que se dedicaban a obedecer a la ley
de Dios, y a tener una vida sencilla. Tenían un espíritu patriótico y peleaban
fanáticamente por la libertad de su pueblo y por su fe.
Leemos mucho de los fariseos y saduceos del tiempo de Jesús. Ellos empezaron
como sectas religiosas y patrióticas, pero habían perdido mucho de su espiritualidad.
Había otro grupo no mencionado en el Nuevo Testamento que era más espiritual y no
se mezclaba en la política, llamado los esenios. Se formaba de gente sencilla y
piadosa. A veces se congregaban en colonias religiosas para vivir apartados de las
tentaciones del mundo, y tener un ambiente propio para la meditación y oración.
Debemos mucho de nuestro conocimiento sobre ellos y su tiempo y sobre las copias
más antiguas en existencia del Antiguo Testamento, a una colonia de estas personas,
cerca del Mar Muerto, que copiaban y preservaban muchos manuscritos de la Biblia y
de la historia.
No había muchas Biblias en los primeros siglos del cristianismo, porque tenían que
copiarlas a mano. En el año 660, un cristiano llamado Constantino de Samosata,
recibió un regalo inesperado de un Nuevo Testamento. Al leerlo, se dio cuenta de lo
lejos que se había apartado la Iglesia de los preceptos bíblicos del cristianismo. La
lucha tenaz contra imágenes en las iglesias, que más tarde dio lugar a guerras y la
separación de las iglesias occidentales y orientales, principió con los seguidores de
Constantino de Samosata que se llamaron paulicianos.
Hemos visto que en todas las épocas y en diversas partes del mundo cristiano, han
existido protestas contra la corrupción de la Iglesia y abusos contra las doctrinas de
Jesucristo. Estas protestas aparecieron bajo diversos nombres, pero en el fondo todos
buscaban la misma cosa–sujetarse a las normas bíblicas.
Uno de estos fue Claudio de Turín, quien murió en el año 839. Este piadoso obispo,
nacido en España y enseñado por Félix, obispo de Urgél, rechazó las tradiciones que
no estaban de acuerdo con el evangelio. Especialmente atacaba las oraciones por los
muertos; la exagerada veneración del Papa; la adoración de las imágenes, y la
invocación de los santos.
Otro gran hombre de Dios, venerado por la Iglesia Católica, pero con un espíritu
verdaderamente evangélico, era San Francisco de Asís. Este hombre vino de una
familia rica; pero, tras una enfermedad grave, renunció a la vida holgada de su hogar y
se entregó a una vida de abnegación. Pasó el resto de su vida predicando el
arrepentimiento. Sus esfuerzos resultaron en la formación de una secta dentro de la
Iglesia Católica, llamada los franciscanos.
La Iglesia Católica les acusó de ser herejes; pero como no tenemos más referencias
de ellos que las acusaciones de sus enemigos, es difícil juzgarlos. El Papa Inocencio
III dirigió una cruzada para exterminarlos. Es interesante que los mismos católicos que
vivían en el sur de Francia los protegían de los ejércitos del Papa; muchos de ellos
dando su vida por los albigenses, prueba fuerte de su vida cristiana y su fe.
Las predicaciones de Pedro de Bruys, Enrique de Cluny, Pedro Waldo, llamados ‘Los
Pobres de Lyon’, que iban vendiendo el Nuevo Testamento de pueblo en pueblo,
cristalizaron en un movimiento evangélico que ha perdurado, desde 800 años antes de
la Reforma, hasta nuestros días, y son las iglesias evangélicas denominadas
valdenses.
Tan numerosos eran estos cristianos, que la Iglesia Católica nunca podía
exterminarlos completamente. Se refugiaron en los valles del Piamontes y desde allí
desafiaron todo intento de desalojarlos.
De aquí vemos que aun en la Edad Media, tiempo del apogeo del Papado y del poder
temporal del clero romano, existían fuertes movimientos evangélicos en diversas
partes de Europa.
El Amanecer de la Reforma
A principios del siglo XV, unos escritos de Wycliffe cayeron en manos de Juan Huss,
eminente profesor de la Universidad de Praga. Perplejo al principio, Huss pronto
reconoció que las doctrinas de Wycliffe eran fundadas en las Escrituras. Estaba de
acuerdo con Wycliffe en tres de sus puntos esenciales: Que las Sagradas Escrituras
eran la única autoridad infalible; que era necesario establecer una disciplina del clero;
y que los sacerdotes no tenían ningún poder espiritual, a menos que estuvieran llenos
del Espíritu Santo.
Huss, fue hecho prisionero por engaño y quemado vivo después de larga prisión. Más
tarde su colaborador, Jerónimo de Praga, sufrió la misma suerte. Airados, los nobles y
principales de Bohemia se reunieron bajo el estandarte del gran guerrero Ciska. Tras
ardua lucha lograron firmar un acuerdo entre el Concilio y los Estados de Bohemia,
concediéndoles completa libertad de culto. De modo que Bohemia fue el primer país
en ganar la libertad de adorar a Dios según su conciencia.
Desgraciadamente el emperador violó su pacto con los bohemios, imponiendo otra vez
la ley católica en el país. Nunca pudo borrar, sin embargo, el espíritu del pueblo. Por
medio de la obra misionera de los moravos, (dignos seguidores de Huss), los
bohemios fueron instrumentos en la salvación de los hermanos Wesley, de Inglaterra,
quienes comenzaron el gran avivamiento que resultó en la formación de la Iglesia
Metodista.
Hemos recibido del pasado una herencia de personas piadosas; de vidas espirituales,
en medio del paganismo y la corrupción de la Iglesia establecida. Dios siempre ha
escogido personas para proclamar su mensaje. Hay una cadena gloriosa de
predicadores de santidad a través de Abraham, Moisés, los jueces, los profetas, Juan
el Bautista, los apóstoles, los padres de la Iglesia Cristiana y los reformadores, hasta
nosotros. Prueba de esto son los grupos como los recabitas, los nazareos, los hasidim,
los esenios, los novacianos, los albigenses, los valdenses y las iglesias evangélicas
del tiempo de la Reforma. Nosotros somos los herederos de estos hombres
espirituales.
Hemos aprendido que en todas las edades ha habido movimientos de protesta, contra
los abusos de la Iglesia y el bajo nivel espiritual y moral de sus miembros. Cualquier
persona se preguntaría porque estos movimientos tenían tan poco éxito en reformar la
Iglesia.
El sistema feudal era otro factor importante en el control de las masas. Todo el
territorio estaba dividido entre grandes señores o amos. Los pobres cultivaban la tierra
y pagaban tributos a ellos. El amo tenía absoluta autoridad sobre sus peones. Por
cualquier capricho podía quitarles su tierra. Si la Iglesia acusaba a una persona de
herejía, le confiscaba sus bienes y terrenos. En tal caso, el pobre moría porque no
había otra manera de ganarse la vida. Como la Iglesia era dueña de grandes
extensiones de tierra, controlaba directamente a los pobres bajo su autoridad, y por
medio de su influencia en el gobierno civil, controlaba a los grandes señores feudales
y los forzaba a hacer su voluntad.
El contacto con el Este también estimuló el comercio. Los viajeros trajeron telas,
metales y muchas especies desconocidas en Europa. Había gran demanda de estos
artículos, de modo que una clase de comerciantes, para procurar estos productos y
venderlos, se estableció en las ciudades, a lo largo de las líneas de comercio.
También se desarrollaron artesanos para labrar los nuevos productos. De esta
manera, una nueva clase de ciudadanos surgió, que no estaba ligada a la tierra para
ganarse la vida, y por tanto, se excluía del dominio de los grandes señores feudales.
La importancia de estos comerciantes y artesanos creció hasta ganar el derecho de
formar ciudades libres. Estas ciudades libres llegaron a ser pequeños países,
independientes de las grandes haciendas. Ni la Iglesia ni el rey podían amenazarlos
con el hambre, porque ya tenían un modo nuevo de ganar la vida.
A la vez que se desarrollaron las ciudades libres, las naciones modernas estaban en
proceso de formación. Las tribus salvajes de la Europa Central, que habían sido
evangelizadas por la Iglesia en el tiempo del Imperio Romano, poco a poco estaban
transformándose en naciones. Los alemanes, los francos y otros no querían sujetarse
más al control extranjero. Puesto que muchas veces el emperador era extranjero y
apoyado por la iglesia de Roma, llegaron a considerar tanto al emperador como a la
Iglesia, sus enemigos nacionales.
Por fin, en el principio del siglo XVI, el espíritu evangélico brotó simultáneamente en
varias partes de la Europa Central, con tanta fuerza, que la Iglesia Católica no podía
controlarlo.
El primer golpe del movimiento fue dado por un monje agustino llamado Martín Lutero.
Horrorizado por los excesos de un vendedor de indulgencias, Lutero decidió formular
unas proposiciones para debate, esperando así traer a luz los abusos de la Iglesia.
Escribió noventa y cinco (95) proposiciones que clavó a la puerta de la Iglesia de
Wittenberg en la víspera del día de Todos los Santos, 1517, invitando a cualquier
persona a discutir estos asuntos con él en la Universidad donde era profesor. La
publicación de estas “noventa y cinco tesis” de Lutero se considera como la fecha en
que principió la Reforma Protestante. Lutero esperaba que cuando el Papa se diera
cuenta de los abusos que se practicaban en el nombre de la Santa Iglesia, pondría fin
a tales prácticas. ¡Cuál no sería su sorpresa al encontrar que en lugar de reconocer el
error de sus prácticas, la Iglesia trataba de callarlo a él!
Después de muchos esfuerzos de callar al monje, el Papa por fin lo excomulgó. Tal
acción, en el pasado, había puesto fin a muchos reformadores. Pero no fue así con
Lutero. Ya el espíritu evangélico era tan fuerte en el pueblo alemán, que se levantó
como un solo hombre para defender a Lutero y las doctrinas evangélicas que él
predicaba.
2. La Justificación por la Fe
El apóstol Pablo, en su Epístola a los Gálatas, es aún más explícito cuando dice:
“Sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de
Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para que justificados por la
fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie ser
justificado” (Gálatas 2:16).
Pueden citarse otros pasajes que enseñan igualmente que la salvación viene por la fe
en Jesucristo, y no por las obras. Esta doctrina es una de las más importantes del
Nuevo Testamento y del movimiento evangélico.
La Biblia nos enseña que cualquier persona puede comunicarse con Dios. No se
necesitan sacerdotes ni iglesias para la salvación. La Iglesia Católica sostiene que
fuera de ella no hay salvación, porque creen que Dios depositó en sus manos el
derecho de aceptar o rechazar a los que quieren ser salvos. Esto equivale a poner la
salvación de la humanidad en las manos de los hombres o de una organización
humana.
La Reforma del siglo XVI no fue tan poderosa en Inglaterra como en los países de
Europa, porque tomó la forma de una revolución más política que religiosa. La Iglesia
de Inglaterra se separó de Roma, pero continuó siendo la iglesia del estado, dominada
por el rey en lugar del Papa. Fue casi 200 años después que una verdadera reforma
en la vida espiritual de Inglaterra tuvo lugar. Este avivamiento se debió en gran parte a
la predicación de los hermanos Wesley.
W. H. Fitchett, en su libro, Wesley y Su Siglo, dice del siglo XVIII en Inglaterra: “El
cristianismo bajo los cielos ingleses no estaba nunca, ni antes ni después, tan cerca
del punto de la muerte.” La corrupción del gobierno era tan patente, que los políticos
más conocidos practicaban el cohecho. A veces, una mayoría de los miembros del
Parlamento estaba tan borrachos, que tenían que levantar las sesiones. Practicaban
diversiones crueles, y el espectáculo más popular era presenciar a personas
ejecutadas en la horca–una práctica muy común en esos días–por razones triviales. La
inmoralidad florecía tanto entre los nobles, que los padres educaban a sus hijos en el
arte de la seducción. La fidelidad en el matrimonio era despreciada, y los historiadores
dicen que la mitad de los niños nacidos en Londres eran bastardos.
A principios de este siglo, el obispo Burnet lamentó que los candidatos para el
ministerio, conseguían nombramiento para un cargo pastoral importante, por dinero.
Los sacerdotes jóvenes se conocían por su libertinaje, y la predicación en las iglesias
era tan pobre, que la gente se ausentaba o se dormía en sus asientos.
La teología aceptada de ese siglo era el deísmo. Según el deísmo, Dios, en una edad
remota, hizo el mundo y el universo; los echó a funcionar y entonces se alejó de todo,
para contemplarlo; pero jamás vuelve a ocuparse de ello. No creían que Cristo era el
Hijo de Dios ni que vino a este mundo para salvarnos. Para ellos, el Nuevo
Testamento no tenía valor espiritual. La única revelación de Dios que aceptaban era la
naturaleza. Según este sistema, Dios no tiene interés en el hombre ni en sus
problemas; no hay revelación de Dios por medio de su Hijo, ni un Espíritu Santo en el
corazón del hombre. No se sorprende, entonces, de que un autor de la época dijo que
visitó varias iglesias de Londres y que, del contenido de los sermones que escuchó no
podía distinguir si el orador era seguidor de Confucio, Mahoma o Cristo.
Cerca del fin de sus estudios en Oxford, Wesley comenzó a interesarse mucho en las
obras de los místicos. Estas personas creían en una unión mística del hombre con
Dios; tanto así, que la luz interior de comunión con Dios llegó a ser para ellos de más
importancia que la Palabra revelada, o el ejemplo de Jesucristo. Creían que Dios
hablaba directamente al corazón del hombre por medio de su intelecto y conciencia,
sin necesidad de la Santa Biblia. Esta creencia, por supuesto, dio lugar a muchos
excesos, ya que las experiencias interiores eran de más importancia para ellos que la
Biblia. Pero, para el joven intelectual, harto de su búsqueda infructuosa por medio de
la razón, la piedad profunda de los místicos le atraía y apelaba fuertemente.
2. Hallando la Luz
En la noche fui, muy en contra de mis deseos, a una sociedad en la calle Aldersgate,
donde alguien estaba leyendo el prefacio de Lutero a la Epístola de los Romanos.
Como a las nueve menos quince, mientras él estaba explicando el cambio que Dios
obra en el corazón por la fe en Cristo, sentí mi corazón singularmente conmovido.
Sentí que en verdad confiaba en Cristo, Cristo solo, para mi salvación, y una seguridad
me fue dada de que había quitado mis pecados, aun los más oscuros, y me había
salvado de la ley del pecado y de la muerte.
En medio de esta lucha con el pecado interior, vino una invitación por parte de su
amigo y compañero George Whitfield, para ayudarle como predicador de los mineros
de Bristol. Estos servicios se llevaron a cabo al aire libre. Wesley no quería ir porque le
repugnaba la idea de predicar fuera del templo, y prefería gastar su tiempo en
compañía de sus amigos en contemplación espiritual. Todavía le atraía la idea de
refugiarse del mundo en ejercicios espirituales. Por fin, se dio cuenta de su egoísmo y
del llamado de Dios. Entonces experimentó un cambio radical en su vida. Desde el
momento que aceptó la invitación a Bristol, cesaron las luchas interiores y Wesley
comenzó una vida de intensa actividad para la salvación de las almas.
Aunque Wesley no lo dice directamente en sus libros, el Dr. Marston está convencido,
después de mucho estudio del asunto, que la crisis precipitada por la invitación a
Bristol era el momento cuando Wesley entró en la experiencia de la santificación, de la
cual escribe tanto de aquí en adelante.
Una de las maravillas de toda biografía es la manera en que Juan Wesley fue
preservado de caminos falsos, sin que más tarde fuera elevado al extremo opuesto,
renunciando a estos mismos poderes de mente y personalidad en los cuales había
sido falsamente enseñado a buscar a Dios. Wesley fue librado de las garras heladas
de la razón. Más, sin embargo, siempre fue amigo de la educación y buscó el consejo
de la razón, sin someterse a su reino absoluto. Habiéndose librado de las pesadas
cadenas del legalismo, no obstante siempre declaró los imperativos de la vida santa y
las buenas obras. Fue librado de un ascetismo que le había llevado a renunciar aun
las cosas buenas de la vida; pero todavía mantuvo la disciplina del espíritu sobre las
contenciones del deseo físico. Se libró de la esclavitud del ritualismo, pero siempre
aceptó el orden eclesiástico, para evitar el caos. Se abrió camino a través de la neblina
del misticismo, pero llegó a tener una experiencia vital y personal grabada en su
corazón; estando protegido del exceso de subjetivismo, por las restricciones de la
disciplina social y por la Biblia, como la norma para juzgar la misma experiencia
personal. Sin este equilibrio en medio de las fuerzas contradictorias del siglo XVIII,
Juan Wesley no podía haber sido el instrumento efectivo, por el cual Dios movió a
Inglaterra hacia nuevos canales de fe, esperanza y amor, y puso en movimiento una
corriente de calor espiritual y poder que cercó la Tierra.
El Metodismo En Inglaterra
Después de treinta y cinco años de búsqueda y frustración, Juan Wesley por fin
encontró lo que su alma tanto anhelaba y salió a proclamar su mensaje al mundo. El
movimiento que brotó de sus esfuerzos se llama el metodismo un movimiento
espiritual dentro de la Iglesia Anglicana, que transformó a Inglaterra y ha afectado
profundamente al mundo. Tal movimiento es digno de estudiarse. Trataremos de
presentar aquí sus métodos y su mensaje.
1. Sus Métodos
Ya en sus días en Oxford, los hermanos Wesley se habían interesado por los presos.
No dilataron, después de encontrar la salvación por la fe, en proclamar esta verdad a
aquellas pobres personas. Apenas dos meses después de su salvación, Carlos
Wesley acompañó a diez presos a la horca. Él había pasado la noche anterior con
ellos en su celda y la mayoría de ellos habían dado evidencia de un cambio de vida.
La presencia de Carlos Wesley en la hora de su muerte les dio aliento. El mismo dijo:
“Esa hora debajo de la horca era la hora más bendita de mi vida.” El movimiento
metodista, además de salvar a muchos presos, hizo mucho para aliviar la condición
lamentable de las prisiones de Inglaterra.
Le era muy difícil para Wesley aceptar la necesidad de predicar en los campos. Hasta
su conversión, era tan apegado al ritualismo y el buen orden eclesiástico, que pensaba
que la salvación de un alma sería un pecado si ocurría fuera del templo. Sin embargo,
cuando ya no era posible predicar en las iglesias porque les fue prohibido y aun se les
cerraban las cárceles para que no predicaran a los presos, los metodistas empezaron
a predicar al aire libre. Jorge Whitfield fue el primero en intentarlo. En su primer
sermón en los campos de Bristol predicó a 200 personas. Ocho días después, 20,000
se congregaron para oírlo. Este éxito tan fenomenal atrajo la atención de los demás.
En medio de este avivamiento, Whitfield tuvo que regresar a sus labores como
misionero en América. Fue entonces que llamó a Juan Wesley para que continuara su
obra en Bristol.
El obispo Marston dice : “Por medio de sus himnos, Carlos Wesley hizo más para
formar el pensamiento doctrinal de los convertidos al metodismo, que Juan por medio
de su hábil predicación.” Es casi increíble que Carlos Wesley haya escrito 6,500
himnos antes de su muerte. Muchos de estos himnos se cuentan entre los más
populares de los himnarios de nuestros días. Entre ellos se hallan los himnos: “Oid un
Son en Alta Esfera,” “El Señor Resucitó, Aleluya” y “Solo Excelso, Amor Divino.”
Estos cantos e himnos cautivaron el corazón de las masas, porque antes de los
Wesley la gente no cantaba. Pero ahora, los versos líricos de Carlos Wesley y su
música conmovedora, aumentaron el fervor de los creyentes y conmovieron vastas
congregaciones a aceptar a Cristo. Pero, lo más importante de todo, era que los
himnos estaban llenos de referencias a las Escrituras y a la doctrina. Se dice que el
metodismo conquistó la alianza de las masas, por encima del calvinismo, porque el
calvinismo no produjo cantos.
En una sociedad viciosa como la del siglo XVIII en Inglaterra, era necesario establecer
normas de conducta cristiana. En 1743, los hermanos Wesley publicaron las Reglas
Generales para sus sociedades. Estas reglas ayudaron a los nuevos convertidos a
modelar sus vidas según las normas cristianas. Nuestra Iglesia Metodista Libre
conserva estas Reglas Generales en su forma original como parte de nuestro Libro de
Disciplina.
2. Su Mensaje
Juan Wesley enseñó que cada cristiano puede saber de seguro que sus pecados son
perdonados. En su sermón titulado “El Testimonio del Espíritu” dice que el testimonio
del Espíritu es “una impresión o experiencia interior en el alma, por la cual el Espíritu
de Dios testifica directamente a mi espíritu, que soy un hijo de Dios; que Jesucristo me
ha amado, y se ha dado a sí mismo por mí; y que todos mis pecados son borrados, y
yo, aun yo, soy reconciliado con Dios.”
Otra doctrina enfatizada por los Wesley era que la salvación es para todos. Dios no
excluye a nadie, pero ofrece su salvación a todo aquel que cree. Estas nuevas eran
muy gratas a las masas que vivían en pecados y vicios. El mensaje del metodismo es
un mensaje de esperanza para todo el mundo.
En una sociedad tan viciada como la del siglo XVIII en Inglaterra, estas vidas
cambiadas brillaban como antorcha en las tinieblas. Algunos historiadores están de
acuerdo en que el movimiento metodista salvó a Inglaterra de una revolución horrenda
como la de Francia. La sociedad de Inglaterra se transformó por el amor cristiano
reinante en los corazones, y no por el odio y la venganza de una revolución. Se mejoró
la condición de los obreros, los presos, los huérfanos, los desamparados, y aun la
gente de familias nobles.
El Gran Despertamiento
1. Éxito Inicial
Hasta este tiempo el metodismo no era una iglesia organizada. Los metodistas eran
predicadores laicos sin derecho de administrar el bautismo, matrimonio, entierro ni la
Santa Comunión. Sus miembros acudían a los ministros anglicanos por estos
sacramentos. Después de la revolución no había ministros anglicanos que ofrecieran
estos servicios. En esta crisis, Wesley tuvo que ordenar dos ministros y mandarlos a
América para organizar la iglesia en América y ordenar más ministros metodistas. Se
reunieron en Baltimore en 1784 y organizaron la Iglesia Metodista Episcopal.
La joven iglesia creció rápidamente. Estaba admirablemente adaptada al medio
ambiente del Nuevo Mundo. Sus predicadores itinerantes no necesitaban iglesias
establecidas. Más bien iban de lugar en lugar predicando a cuantos encontraron. Su
sistema de predicar al aire libre, la seguridad de la salvación que predicaba y el
entusiasmo de los convertidos aseguraban el éxito. Los ministros en su mayoría eran
personas con poca preparación académica, pero seguros de su llamamiento a predicar
y dedicados a la obra de Dios. La figura clásica del ministro metodista de entonces era
un hombre a caballo atravesando bosques, ríos y desiertos en busca de almas. Y
multitudes se convirtieron. Pronto la Iglesia Metodista llegó a ser la iglesia más
numerosa en América.
2. Decadencia
en lujo personal, sino demandaba que dedicaran todo lo que poseían a la obra de la
evangelización del mundo. Pero cuando el metodismo en América llegó a ser la
denominación más grande y popular, el ingreso de personas ricas y mundanas en sus
iglesias les hizo olvidar sus principios y toleraron el lujo y las prendas ostentosas de
vestir entre sus miembros.
Desde el principio, el metodismo tenía en sus Reglas Generales una prohibición contra
el uso o tráfico de bebidas alcohólicas. Esto es un ejemplo de una regla buena que
existía, pero que no podían hacerla cumplir porque muchos de sus miembros
tomaban.
La Formación de un Reformador
1. Experiencia Personal
2. Interés en la Reforma
3. Éxito en la Universidad
Roberts era un estudiante ávido. Aprendió el latín solo, y había dominado el álgebra
antes de conocer a otra persona que la comprendiera. A pesar de que tenía que vivir
fuera de la escuela parte del tiempo y trabajar para su sostén, se graduó con honores,
dando discursos en los ejercicios de graduación en sus últimos dos años.
No pudiendo hacer nada con sus consejos y predicas, decidió profetizar con su pluma.
En febrero de 1853, Roberts escribió un artículo analizando la membresía de la
conferencia, e indicando que en los últimos 10 años la conferencia había perdido
1,139 miembros. Atribuía está perdida de membresía a la falta de poder espiritual.
También dijo que ni la mitad de los miembros habían experimentado la salvación.
Mostró que una ola de mundanalidad se había apoderado de la iglesia, y las
disciplinas de la vida cristiana habían sido olvidadas de tal modo que no se distinguía
en muchas partes entre los cristianos y los inconversos.
Puesto que este articulo sirvió de base para las acusaciones que resultaron en la
expulsión de Roberts y otros ministros, nos conviene analizarlo. El artículo acusó a los
ministros modernistas de haber dejado las doctrinas y prácticas del metodismo. En su
doctrina enseñaban ellos que la justificación y la santificación eran iguales. En la vida
personal, llamaban fanáticos a los que profesaban una experiencia religiosa profunda.
En la adoración, decían que Dios no se agradaba con las adscripciones de devoción
de los cristianos; que el cristianismo se expresaba mejor por la benevolencia y las
buenas obras. Edificaban templos exclusivistas donde los pobres no podían asistir, y
llenaban sus servicios con músicos profesionales para ejecutar piezas musicales
difíciles. Permitían la mundanalidad en el vestir y en el vivir; para levantar fondos,
alquilaban los asientos del templo al que apostaba más; anunciaban fiestas
mundanas, loterías, etc. Concluyó Roberts con las palabras de Jeremías 6:16: “Paraos
en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen
camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma. Mas dijeron: No
andaremos.”
MES DE MARZO
Doctrinas Bíblicas
Creemos que las Santas Escrituras son el registro de Dios, inspiradas únicamente por
el Espíritu Santo. Creemos que esta Palabra escrita revela completamente la voluntad
de Dios respecto al hombre en todas las cosas necesarias para la salvación y la vida
cristiana, así que todo lo que en ella no se encuentre ni pueda por ella probarse, no
será requerido como un artículo de fe, ni considerado como necesario para la
salvación.
Esta cita del Libro de Disciplina de la Iglesia Metodista Libre, indica que nuestra iglesia
cree firmemente que no puede exigirse ninguna condición de salvación sino la que se
encuentra en la Biblia. De modo que nuestra doctrina es una doctrina bíblica en
oposición a doctrinas y tradiciones de hombres.
2. La seguridad de la salvación.
La nueva iglesia, pues, no inventó ninguna doctrina nueva. Ha sido fiel, desde el
principio, a las grandes doctrinas bíblicas ensenadas a través de los siglos por los
evangélicos, y enfatizadas de nuevo por el movimiento metodista de Juan Wesley.
Puesto que la Iglesia Metodista Libre principió en la América del Norte, donde la
mayoría de las iglesias eran evangélicas y aceptaban las doctrinas bíblicas
fundamentales, su distinción de las demás iglesias consistía, no en doctrinas
diferentes, sino en un énfasis nuevo sobre doctrinas descuidadas por las iglesias
populares. En nuestra época cuando, por un lado, la Biblia esta descuidada y olvidada
y, por el otro, interpretada según las ideas y tradiciones de los hombres–que a veces
anulan su contenido–se necesita de nuevo un énfasis en la autoridad de las Escrituras.
Nuestra iglesia cree que la Biblia es divinamente inspirada y, como tal, es la Palabra
de Dios. Siendo que la Palabra de Dios es la última autoridad sobre doctrina en la
Iglesia Cristiana, no debe exigirse como artículo de fe nada que en ella no se lea o
pueda por ella probarse claramente.
El mensaje glorioso que predicaron los metodistas con fervor, y que fue una de las
razones de su éxito era que la salvación es para todo el mundo. Como dice en 1
Timoteo 2:5-6, “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres,
Jesucristo hombre; el cual se dio a sí mismo en rescate POR TODOS, de lo cual se
dio testimonio a su debido tiempo,” vemos claramente que Dios no mandó la salvación
para unas pocas personas, sino para todo el mundo. San Juan es aún más explícito
cuando dice, “Y él es la propiciación por nuestros pecados; y no solamente por los
nuestros, sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). Tenemos un mensaje
de esperanza para toda la humanidad.
No solamente enseñamos que la salvación es para todo el mundo, sino que cada
creyente puede estar seguro de su salvación. El mismo Espíritu Santo asegura al
creyente que ha sido salvo, como dice Romanos 8:16: “El Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios.” Esta seguridad puede
experimentarla cada cristiano. Esta doctrina fue una de las que dio al metodismo
mucha de su aceptación entre las personas de iglesias ritualistas que no podían
ofrecer a sus miembros esta seguridad de pecados perdonados.
La Biblia enseña que la contaminación del pecado original queda en el corazón del
creyente, después de la conversión (véase Hebreos 6:1, Romanos 12:1-2, 2 Corintios
7:1, y Gálatas 5:17). Cuando el Espíritu Santo descendió sobre los discípulos en el día
de Pentecostés, purificó los corazones de ellos de este pecado original (Hechos 15:8-
9), y puede hacer igual con cada creyente (Romanos 5:5 y 1 Pedro 1:22).
La santificación pues, es la obra de gracia por la cual Dios purifica nuestros corazones
del pecado heredado de Adán, y nos llena de su Santo Espíritu de amor. La
santificación se recibe por la fe, igual que la salvación. En la salvación, Dios nos
perdona nuestros pecados y nos acepta como hijos de Él. Después, nos purifica del
pecado interior y nos llena de su Santo Espíritu. Por lo tanto, algunas veces llaman a
la experiencia de santificaci6n, la segunda obra de gracia.
Fiel a La Biblia, pues, la Iglesia Metodista Libre enseña que Dios puede purificar el
corazón de toda raíz de pecado, y llenarnos de su presencia, de tal manera que somos
capacitados para vivir una vida sin pecado, y crecer constantemente hacia la madurez
cristiana.
Los Metodistas Libres de hoy tratan de continuar la misión de la cristiandad del primer
siglo, la cual fue recuperada por Juan Wesley y los primeros metodistas que
declararon que existían "para levantar un pueblo santo."
Los Metodistas Libres son una comunidad de cristianos que tratan fervientemente de
llegar al cielo y se han consagrado a trabajar en el mundo para la salvación de todos
los hombres. Ellos se entregan a Cristo y a su Iglesia sobre todo lo demás. Se guardan
libres de alianzas que podrían comprometer su más cara lealtad, y de todo aquello que
pudiera construir un obstáculo y comprometer su efectividad de testimonio a la fe
trinitaria, y la dependencia del hombre en la gracia de Dios. El cristiano se niega a sí
mismo, toma su cruz diariamente, y sigue a Jesús. El se somete a toda la voluntad de
Dios revelada en Su Palabra, y cree que las condiciones de salvación son las mismas
ahora como lo fueron en los días de los apóstoles.
En doctrina, las creencias Metodistas Libres son las mismas que sostiene el
protestantismo evangélico arminiano, con un énfasis especial en la enseñanza
escritural de la entera santificación tal como fue sustentada por Juan Wesley.
Los Metodistas Libres mantienen una vida de devoción diaria a Cristo que procede de
la santidad interior y separa del mundo al cristiano, aunque éste viva en el mundo.
Creen que la mejor forma de evitar que la mundanalidad invada a la Iglesia es que la
Iglesia invada al mundo con un propósito redentor.
Los Metodistas Libres sienten una obligación especial de predicar el evangelio a los
pobres. Las provisiones del evangelio son para todos. Las "buenas nuevas" deben ser
proclamadas a todo individuo de la raza humana. Dios envía la luz verdadera para
iluminar y derretir a cada corazón. Jesús dio el ejemplo. De su ministerio se dio el
informe de que "Los ciegos reciben la vista, los cojos andan, los leprosos son
limpiados, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres es predicado el
evangelio." Esta predicación a los pobres fue la prueba culminante de que él era el
que había de venir. En este respecto la Iglesia debe seguir las huellas de Jesús.
Los Metodistas Libres se someten a los ideales del Nuevo Testamento de la sencillez
y la modestia como estilo de vida. Desean llamar la atención no a sí mismos, sino a su
Señor.
Estos rasgos que distinguen la Iglesia Metodista Libre desde su origen siguen siendo
asuntos vitales. En cada época y en todas partes estos rasgos distintivos son el
testimonio de la Iglesia, y necesitan un énfasis claro y fuerte, a fin de que puedan ser
oídos y observados en medio de las voces confusas y desorientadoras de este mundo.
Privilegios y Obligaciones
B. votar y tener cargos cuando haya cumplido la edad designada por la conferencia
general; y
¶153 El derecho de ser miembro de la iglesia solo puede ser terminado por:
Pacto de Membresía
Privilegios y Responsabilidades
¶156 Los miembros de la Iglesia Metodista Libre, confiando en el poder del Espíritu
Santo, y procurando el apoyo de los demás miembros de la iglesia, hacen la siguiente
confesión y votos como un pacto con el Señor y con la iglesia.
La Confesión y Consagración
¶158 Como pueblo, vivimos vidas sanas y santas mostrando misericordia a todos,
ministrando a las necesidades tanto físicas como espirituales.
El Ministerio Ordenado
¶5300 Es bíblico que la iglesia ponga aparte a ciertas personas para tareas especiales
de liderazgo. Estas personas dan testimonio de un llamado interno del Espíritu Santo.
Los ministros Metodistas Libres bajo asignación como pastores de iglesias son
llamados a ser líderes del pueblo de Dios. El liderazgo requiere visión, decisión, llevar
a las personas a la acción y aprender a vivir en medio de la turbulencia que los
cambios traen consigo. El liderazgo pastoral está arraigado en un profundo amor por
Cristo y su compasión por las necesidades humanas.
Los recursos de Dios son abundantes y a disposición de todos los que abrazan esta
tarea en una obediencia decidida y radical.
Los ministros ordenados podrán ser elegidos para dirigir la iglesia general como
obispos o superintendentes. Bajo la dirección del obispo podrán recibir también otras
asignaciones, tales como los administradores generales de la iglesia, capellanes,
misioneros, evangelistas o maestros de teología en universidades y seminarios.