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MOLLIEN, Gaspard. Cap. 7: “Recorrido por la tierra del oro, en 1823”.

En: CONGRAINS
MARTIN, Enrique (Dir.). Las maravillas de Colombia. Tomo IV. Editorial Forja, Bogotá,
1980. pp. 113-134

Por fin, sin peligro, pero no sin trabajo, llegamos a ese puerto de Buenaventura en que tantas
ganas tenía de verme. (pp. 123)

Por la importancia y por la belleza de su situación, Buenaventura debería ser una ciudad
considerable; un comercio activo debería dar animación a su puerto; una población rica e
industrial debería llenar sus calles, y numerosos barcos deberían entrar y salir sin cesar, pero sin
embargo no hay nada de eso. Una docena de chozas habitadas por negros y mulatos, un cuartel
con una guardia de once soldados, tres piezas puestas en batería; la casa del Gobernador, lo
mismo que la de la Aduana, es de paja y de bambúes, situada en la islita de Cascajal, cubierta de
hierbas, espinos, fango, serpientes y sapos: eso es Buenaventura. (pp. 123-124)

Y sin embargo el comercio que se hace por este puerto no deja de tener cierta importancia, a
pesar de que son sólo productos de los más ordinarios los que por él entran y salen, tales como
sal, cebollas y ajos. Esto es lo que por lo general traen las goletas de Paita, a lo que hay que
añadir los sombreros de jipijapa y las hamacas; extrañas importaciones para una provincia tan
rica en oro. La penuria de víveres aflige constantemente este lugar malsano; con gran dificultad
se consiguen plátanos verdes, pan de maíz y queso. Una gallina cuesta una piastra; el pescado
escasea y parece que es nocivo. (pp. 124)

Buenaventura, hoy por hoy, no es nada. Este villorrio puede, con el tiempo, adquirir un
incremento prodigioso si, de acuerdo con un proyecto planeado hace algún tiempo, se traslada su
emplazamiento al nor-noroeste del sitio en que hoy está. El terreno en que se proyecta crear el
nuevo puerto está un poco más elevado y por lo tanto es menos húmedo, y como está emplazado
en el Continente se podrá extender y será más fácil construirle con materiales más resistentes que
el bambú. Las casas que en él hayan de edificarse cerrarán mejor que las de ahora, que cierran
sólo con unas correas, ofreciendo mayor seguridad para el comercio, y finalmente no habrá esa
humedad excesiva y constante tan funesta para los extranjeros que residen en Cascajal. De ese
modo el puerto de Buenaventura figurará un día entre los primeros del Pacífico. En lugar de esas
piraguas que hoy constituyen toda su marina, se verán en él buques de alto bordo, y sus chozas
repugnantes se trocarán en magníficos almacenes para depósitos de los productos de la India y de
Europa. (pp. 124)

En el Pacífico se suele decir que cualquier ensenada constituye un buen puerto; en efecto, ese mar
es tan tranquilo en los trópicos a lo largo de la costa de América, que cualquier sitio, por poco
abrigado que esté, constituye un refugio. A esta ventaja, común a todas las anconadas de esta
costa, la bahía de Buenaventura añade la de su gran extensión y la de su profundidad. El fondo es
excelente y permite que los buques de guerra entren y permanezcan en ella sin peligro. La entrada
de la bahía se abre al oeste-suroeste de Cascajal, mientras que la desembocadura del Dagua se
encuentra al sureste de aquella isla. A esta bahía van a desembocar otros ríos además del Dagua.
(pp. 125)

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