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Solórzano Suverza Victor Daniel

Comunicación Oral y escrita


5 de septiembre de 2017

DE CAMINO A TONALÁ

Era el jueves 31 de agosto de este año cuando salimos el hermano Jaime y yo


rumbo a Tonalá. Nos dirigíamos a este pueblo para comprar las botellas que
servirían para envasar el limoncello que los hermanos realizamos para
obtener fondos.
La hora de salida la acordamos entre los dos y determinamos que sería
a las tres y media de la tarde; al llegar la hora, pasamos a la cochera para
dirigirnos a nuestro destino. Al salir, teníamos la ilusión y la esperanza de que
el tránsito fuera poco y que el escoger las botellas fuera rápido para que el
viaje a este pueblo no retrasara las actividades que tenemos en comunidad;
sin embargo, esto no fue así, ya que el tránsito que había en periférico era
demasiado, además de que Jaime no sabía el camino para ir a nuestro
destino; así que tuvimos que detenernos en diversos momentos para
preguntar el camino que nos llevaría de forma directa a las tiendas de
cristalería.
Al llegar a Tonalá, nos dimos cuenta de que en el pueblo había un
tianguis y, que además, algunas calles estaban en reparación, además del
embotellamiento vial que en las calles se presentaba.
Buscamos pronto un lugar adecuado para estacionarnos y poder
buscar las botellas que deseábamos conseguir. Lo encontramos de inmediato
y dejamos la camioneta en la que nos desplazamos.
Salimos del estacionamiento y caminamos por la calle de Tonalzintlas,
entramos a diversos negocios que se encontraban sobre esta calle, en los
cuales había botellas y cristalería de muchos tamaños, colores y formas, que
eran demasiado bonitas, pero como las que buscábamos no tenían.
Caminamos unas cuadras más y encontramos un local llamado “Lidia”,
en este se encontraban las tan esperadas botellas, que además de bonitas,
estaban baratas y sin pensarlo dos veces, compramos un ciento. Una vez
que concretamos nuestra compra, salí por la camioneta para que
pudiésemos transportar las botellas sin tanta complicación.
Pagué la tarifa del estacionamiento y me dirigí al local, pero no contaba
con que las calles que me sacarían al local se encontraran bloqueadas por los
puestos del tianguis o por las reparaciones que estaban realizándose. Cuando
por fin salí del embrollo vial, me estacioné al otro lado de la calle y recogí a
Jaime, que ya tenía las cajas de las botellas listas para subirlas a la camioneta.
Ya con las botellas en la camioneta, nos apresuramos a llegar a la casa
sin más contratiempos, el traslado fue muy rápido y fluido. Al llegar a casa
nos reincorporamos a las actividades comunitarias.

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