Era el jueves 31 de agosto de este año cuando salimos el hermano Jaime y yo
rumbo a Tonalá. Nos dirigíamos a este pueblo para comprar las botellas que servirían para envasar el limoncello que los hermanos realizamos para obtener fondos. La hora de salida la acordamos entre los dos y determinamos que sería a las tres y media de la tarde; al llegar la hora, pasamos a la cochera para dirigirnos a nuestro destino. Al salir, teníamos la ilusión y la esperanza de que el tránsito fuera poco y que el escoger las botellas fuera rápido para que el viaje a este pueblo no retrasara las actividades que tenemos en comunidad; sin embargo, esto no fue así, ya que el tránsito que había en periférico era demasiado, además de que Jaime no sabía el camino para ir a nuestro destino; así que tuvimos que detenernos en diversos momentos para preguntar el camino que nos llevaría de forma directa a las tiendas de cristalería. Al llegar a Tonalá, nos dimos cuenta de que en el pueblo había un tianguis y, que además, algunas calles estaban en reparación, además del embotellamiento vial que en las calles se presentaba. Buscamos pronto un lugar adecuado para estacionarnos y poder buscar las botellas que deseábamos conseguir. Lo encontramos de inmediato y dejamos la camioneta en la que nos desplazamos. Salimos del estacionamiento y caminamos por la calle de Tonalzintlas, entramos a diversos negocios que se encontraban sobre esta calle, en los cuales había botellas y cristalería de muchos tamaños, colores y formas, que eran demasiado bonitas, pero como las que buscábamos no tenían. Caminamos unas cuadras más y encontramos un local llamado “Lidia”, en este se encontraban las tan esperadas botellas, que además de bonitas, estaban baratas y sin pensarlo dos veces, compramos un ciento. Una vez que concretamos nuestra compra, salí por la camioneta para que pudiésemos transportar las botellas sin tanta complicación. Pagué la tarifa del estacionamiento y me dirigí al local, pero no contaba con que las calles que me sacarían al local se encontraran bloqueadas por los puestos del tianguis o por las reparaciones que estaban realizándose. Cuando por fin salí del embrollo vial, me estacioné al otro lado de la calle y recogí a Jaime, que ya tenía las cajas de las botellas listas para subirlas a la camioneta. Ya con las botellas en la camioneta, nos apresuramos a llegar a la casa sin más contratiempos, el traslado fue muy rápido y fluido. Al llegar a casa nos reincorporamos a las actividades comunitarias.