Sei sulla pagina 1di 2

Solórzano Suverza Víctor Daniel

Comunicación Oral y Escrita


28 de agosto de 2017

El fin de la etapa universitaria

En la mañana de ese veinticuatro de mayo, me desperté como de costumbre para


irme al trabajo; como siempre, tenía un poco de sueño y hambre porque no me
había levantado lo suficientemente temprano para preparar algo de comida para
desayunar, sólo me había dado el tiempo necesario para guardar en sus
respectivos envases la comida que me llevaría para comer, tomé la mochila y
junto a la carpeta los comencé a acomodar de tal modo que no se fueran a
voltear en el viaje al despacho.

Salí a las siete de la mañana, el metro venía atiborrado de gente y la hora


pico comenzaba a mostrarse en los rostros de a gente, que preocupada por la
hora, corría y se agolpaba en las puertas para entrar en el vagón (el cual ya venía
lleno y no se veía la posibilidad de que en él entrara un alma más); yo aún tenía
demasiado tiempo, ya que normalmente el trayecto al despacho era de treinta a
cuarenta minutos a lo mucho, así que me dí la oportunidad de dejar ir ese tren y
esperar el próximo. Al llegar éste, subí tranquilo y mientras pasaban las
estaciones, recordaba pendientes en la casa, citas que tenía que hacer en los
juzgados, expedientes a revisar, calificaciones que me hacían falta recoger y
algunos exámenes que me tocaban realizar… De pronto, salí de mi burbuja y al
darme cuenta ya estaba en la estación en la que tenía que bajar.

Pasé entre la gente, baje y subí escaleras y me dirigí a la salida para


caminar unas dos cuadras más y llegar al despacho. En el trayecto, seguí
pensando en los pendientes, hasta que al fin llegué a la puerta y toqué el timbre. A
los pocos minutos, la licenciada Beatriz me abrió y con la sonrisa que la
caracterizaba, me saludo y me dijo que ya estaban listos los asuntos que tenía
que revisar, que eran pocos, pero los lugares serían en distintos puntos de la
ciudad. Sin más que decir, tomé mi paquete y salí a mis distintos destinos. Esa
mañana fue algo ajetreada, demasiado tráfico para llegar, pésima atención en las
dependencias y en los juzgados, para colmo, se estaban peleando los litigantes
con las señoras del archivo. En medio de todo esto, la mañana terminó y lso
asuntos quedaron revisados.
Regresé al despacho y entregué el trabajo realizado, me despedí de las
licenciadas y me fui hacia la facultad. Después de veinte minutos llegué a
barranca del muerto, tomé el camión que me dejaba en el estadio México 68´.
Caminé entre las islas y me dirigí a los salones de anexo de la Facultad de
Derecho, pasó la tarde, y junto a las horas, las clases también se desvanecieron,
yo estaba como catatónico, no deseaba que el tiempo se fuera y mi desconexión
era más que obvia; Brenda, Ilian, Aliveth, Brando, Sara, Mariana, Jessica, Marco y
Alan estaban reunidos en el pasillo y al verme me invitaron a la fiesta del fin de
curso y al mariachi que llegaría en un rato para despedir a nuestra generación, yo
me negué y les dije que tenía un pendiente en casa que tenía que resolver; me
volvieron a pedir que me quedara, pero su insistencia fue en vano, no quería
admitir que este momento me dolía, que el dejar este lugar que fue como mi
segundo hogar era difícil, que el separarme de ellos me hacía sentir como si
alguien hubiese muerto, que simplemente no tenía las ganas de despedirme,
pero que era necesario alejarme para que el dolor no fuera notable, así que
emprendí el viaje de regreso a casa.

Pasé entre los pasillos, entre los jardines, por la biblioteca y la anestesia
que me había autoaplicado para no sentir el dolor de irme de mi amada
Universidad estaba haciendo efecto; caminé por un rato y al llegar a los límites de
avenida Revolución y Ciudad Universitaria, me hicieron despertar de la catarsis en
la que me había enfrascado y sin pensarlo, dos veces, las lágrimas y el dolor me
tomaron en sus brazos para que al fin pudiera decir: ¡cachún cachún ra ra!
¡Cachún cachún ra ra! Goya, Universidad.

Potrebbero piacerti anche