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MATERIAL DE LA CONGREGACIÓN PARA EL CLERO

POR: ALONSO CARRASCO ROUCO - FACULTAD DE TEOLOGÍA “SAN DÁMASO” - MADRID

LOS PRINCIPIOS TEOLÓGICO-CANÓNICOS


DE LOS ORGANISMOS CONSULTIVOS

El desarrollo de los organismos consultivos en la Iglesia es uno de los frutos de la


renovación impulsada por el Vaticano II. Su fundamento se encuentra en lo esencial de la
concepción conciliar de la Iglesia como realidad de comunión. De ello se deducen algunos
principios teológicos fundamentales para la comprensión de estos organismos.

1. La Iglesia como realidad de comunión en Cristo

1.1. La naturaleza de la Iglesia está determinada por su origen histórico en las misiones del
Hijo y del Espíritu. Surge como fruto de la Encarnación de nuestro Señor, que culmina en la cruz,
resurrección y don del Espíritu.
Aquellos que creen en el Evangelio, es decir, en Jesucristo mismo, enviado por el Padre para
la salvación del mundo, no sólo acogen sus palabras, sino a su Persona, que se entrega por los
hombres hasta el don de su Cuerpo y de su Sangre; por el bautismo se introducen a esta profunda
unidad en Cristo, que se manifiesta particularmente en la celebración de la Eucaristía. En la
comunión con Cristo, encuentra el hombre la salvación ofrecida por Dios y es enviado a
anunciarla y ofrecerla al mundo entero.
Así, la Comunión, fundada en el amor del Redentor, se constituye en dimensión
ontológica de la nueva criatura, que, tras el bautismo, existe en Cristo; por ello, la comunión será
también ley y forma de la existencia cristiana.

1.2. Este es el fundamento de una segunda enseñanza característica de la eclesiología


conciliar: el estatuto primario de los miembros de la Iglesia es el de fiel cristiano; por lo cual,
entre ellos existe una igualdad fundamental en la dignidad y en la acción.
La igual dignidad de todos los fieles cristianos está enraizada en la común pertenencia a
Cristo, que ha muerto y resucitado para el perdón de los pecados y la salvación plena de cada uno.
La mayor dignidad del fiel radica en este amor inmenso de Dios, que fundamenta la grandeza
de su vocación y de su destino. Reconocerlo así, gloriarse sólo de Cristo y no de sí mismos,
significa descubrir también y amar de corazón la dignidad común de todos los cristianos.
Esta igualdad afecta también a la acción, a la participación en la misión donada por el
Señor. Pues la edificación del Cuerpo de Cristo, para la salvación del mundo, es la finalidad común,
sea cual sea el ministerio dado por Dios; y, por otra parte, la caridad, don del Espíritu, es asimismo
el principio que hace fructuoso el servicio de todo cristiano en cualquier estado de vida.
Estas perspectivas encuentran expresión en el reconocimiento de que todos los fieles
cristianos, por el sacramento del bautismo, reciben participación en los tria munera de
Cristo, –sacerdotal, profético y real–, en la vida y la misión de Jesucristo en el mundo.

1.3. La naturaleza de la comunión eclesial no se comprende adecuadamente, sin embargo, sin


un tercer principio teológico: a través del sacramento del orden, algunos fieles reciben una
participación en estos tria munera, que se diferencia de la común no por grado o intensidad,
sino ontológicamente, y los capacita para representar de algún modo a Cristo mismo como
Cabeza del Cuerpo. Estos fieles están llamados a realizar un servicio imprescindible para la
existencia de la Iglesia en la historia, como realidad de unidad en la fe y en la comunión, que se
congrega por medio del anuncio auténtico de la Palabra de Dios y la celebración legítima de los
sacramentos.
La igualdad de los fieles no se contradice con el reconocimiento de que la comunión
eclesial tiene una constitución jerárquica por voluntad del Señor, que quiso la presencia en ella
de ministros, sucesores de los apóstoles. Pues su presencia no niega la igual dignidad de todos los
fieles cristianos; sino que mantiene viva la memoria de que su común dignidad y misión se basa en
Jesucristo, no en sí mismos y en los propios proyectos.
Así pues, el ministerio episcopal –sacerdotal– hace presente en la Iglesia a Cristo como Aquel
que a todos antecede, que ha abierto el camino de la reconciliación y de la unidad con Dios, que es
la verdad y la vida para todos, y de quien todos la recibimos permanentemente.

2. Los organismos consultivos como expresión de la comunión de la Iglesia

2.1. Los organismos consultivos manifiestan paradigmáticamente la naturaleza


comunional de la Iglesia, con todas sus características fundamentales.
Estos organismos son, en primer lugar, una expresión institucional de la dimensión existencial
de la comunión, que no es una mera opción espiritual, sino reflejo de la identidad profunda de
la Iglesia como misterio de unidad en Cristo. El cristiano necesita tal ámbito eclesial vivo e
interpersonal, para el conocimiento y crecimiento en la fe, para la realización cristiana del camino de
la vida, para dar testimonio del Evangelio ante el mundo.
No es adecuado, por tanto, comprender estos organismos fuera de este horizonte de
comunión, según modelos políticos seculares, como formas de articulación o reparto del poder; por
ejemplo, al modo de parlamentos. Ello falsearía su sentido real y su dinámica propia, que no busca
el poder, sino dar la forma y los pasos adecuados a la vida de la Iglesia en las circunstancias
concretas.

2.2. De hecho, la participación de los fieles en las estructuras sinodales tiene su fundamento
en la común participación a los tria munera de Cristo; por tanto, está llamada a ser expresión de su
vida cristiana.
Esto significa que cada uno aporta ante todo su propio testimonio personal, enraizado y
finalizado a la Comunión. Aún salvaguardando la diferencia que implica la responsabilidad
pastoral del obispo y de su presbiterio, todos son testigos, pues todos hablan de lo que han visto y
oído por la propia pertenencia a Cristo, a la comunión de su Iglesia.
Por ello, los miembros de estos organismos no pueden entenderse como representantes
elegidos para defender posiciones u opiniones de parte. Son elegidos, por supuesto, con la
finalidad de que hagan presente la vida real de la Iglesia, en su riqueza de experiencias; pero esto
significa ser elegidos para dar testimonio de la fe, de su vida cristiana.
Por otra parte, no es posible la existencia de un “testimonio” sin la implicación libre de la
propia persona. El testimonio cristiano es siempre un gesto hecho posible por la propia libertad,
que asume el riesgo de hablar en primera persona, por gratitud, por lealtad y por amor al Señor y al
prójimo. Pues en todo testimonio se pone de manifiesto el propio corazón, reconociendo ante
los hombres la verdad y el afecto que mueve la propia existencia, las razones de la propia
esperanza.
Por ello, el testimonio es inevitablemente personal, singular e insustituible. Pues la
palabra que brota del corazón de cada fiel sólo puede ser dicha en verdad por él. El testimonio de
cada uno es un don libre, una riqueza para todos, que existe sólo gracias a la sencillez y libertad de
un corazón movido por la gracia, por la memoria de los dones del Señor, recibidos muchas veces de
manos de los hermanos en la fe.
Desde este punto de vista, el buen funcionamiento de una estructura sinodal presupone la
participación real de sus miembros, que no están llamados a compartir sólo una opinión más o
menos, sino la propia persona, sabiéndose en comunión profunda, fundamentada en el Señor, de
modo que esta misma unidad se haga manifiesta en las concretas circunstancias de la vida y de la
misión de la Iglesia.
Ello implica, de nuevo, que no es posible comprender la propia presencia en estos órganos en
términos de lucha de poder, sino de pertenencia a la Comunión eclesial, que ha de encontrar su
expresión en tales instituciones canónicas.
Los organismos consultivos son también un lugar en el que se manifiesta la necesaria
participación de todos los miembros en la misión encomendada por Cristo a su Iglesia. Pues
el anuncio adecuado de quién es el Señor no puede realizarse en la forma debida sin la presencia y
la palabra libre de todos los fieles; sin este testimonio, sin la experiencia cristiana vivida en
medio del mundo, la palabra del Evangelio no se hace plenamente creíble como el camino de
la vida verdadera y de la salvación.
Estos organismos hacen visible así también que el verdadero sujeto de la misión es el
Pueblo de Dios, en la unidad de los carismas, ministerios y servicios; que no es tarea sólo de una
categoría de fieles, sino que necesita la presencia viva y la unidad de todos los cristianos. Así, por
ejemplo, la afirmación conciliar de la común participación de los fieles en los tria munera, impide
identificar en el obispo al único sujeto de la misión de la Iglesia.
Se comprende, pues, la necesidad de expresiones concretas de la comunión de la Iglesia
también para la vida y el ejercicio adecuado del ministerio jerárquico. Los organismos
consultivos, en concreto, que se corresponden con la naturaleza y la misión de la Iglesia,
dan una contribución también al cumplimiento de la misión del obispo como principio visible
de unidad de su Iglesia particular.

2.3. Los organismos consultivos, por su misma existencia, constituyen ya un reconocimiento


canónico de la naturaleza y de la vida de la Iglesia como realidad comunional jerárquica.
Esta dinámica profunda encuentra su traducción en dos instituciones canónicas: el voto
consultivo de los fieles y la potestad propia del Obispo. Entre ambas existe una circularidad 1,
que es expresión de la comunión que las fundamenta.
El voto consultivo intenta dar expresión jurídica a la dinámica propia del testimonio de
los fieles cristianos. Es un error, por tanto, interpretarlo en una lógica de poder, como un recorte
de los propios derechos de decisión o una exclusión del ámbito de la potestad eclesial.
Pues la verdad de la fe no puede ser determinada por una decisión de la voluntad
humana, aunque sea mayoritaria, sino que se reconoce y se constata, es testimoniada.
Por otra parte, un testimonio cristiano, dado en libertad y de corazón, no es una
contribución destinada a ninguna lucha de poder, no quiere someter ni puede someterse a la
imposición de la opinión de otros, sino que busca encontrarse con el testimonio de los demás, de
modo que emerja de nuevo aquella Comunión en Cristo en la que la palabra y la misión de cada uno
tiene su origen hondo y su promesa de plenitud.
El testimonio del creyente no pretende definir desde sí mismo la verdad de la fe y de la
Iglesia; al contrario, espera encontrar en la unidad de la Iglesia acogida, corrección fraterna y un
camino de crecimiento en la verdad. Porque la Comunión eclesial, como lugar humano concreto
y vivo, es la única regla adecuada de un testimonio creyente, que no puede someterse de
ninguna manera a un simple proceso de mayorías o minorías, cuya legitimidad provendría de un
procedimiento democrático, no de la verdad de la fe testimoniada.
1
Pastores gregis, 44a
Esta dinámica de unidad no sería posible sin la presencia del obispo, que es ministro y
garante de la verdad de la Palabra de Dios y de la comunión sacramental. El ejercicio de su
ministerio como principio de unidad de la Iglesia particular, es insustituible, para que los creyentes
permanezcan vinculados a la verdad del Evangelio y a la realidad de la comunión universal de la
Iglesia.
Su presencia no puede ser concebida simplemente como la de un moderador en una
discusión, pues su misión es dar un testimonio “auténtico” del Evangelio, dotado de una
autoridad propia, que haga posible la permanencia de todos en la unidad de la fe y de la comunión.
Canónicamente se hablará de una potestad, de una jurisdicción, enraizada teológicamente en su
peculiar participación sacramental en el triple munus de Cristo, Cabeza y Pastor de su Pueblo.
Ello no significa, por supuesto, que el obispo no haya de vivir la dinámica de comunión
propia de toda la Iglesia. De hecho, la permanencia en la comunión jerárquica, como miembro del
colegio episcopal, cuya cabeza es el sucesor de Pedro, es condición del ejercicio de su ministerio.
La existencia canónica de los organismos consultivos manifiesta también, de otro
modo, que el obispo está llamado a cumplir su misión en la Iglesia particular según la ley de
la comunión. En efecto, el ministerio episcopal no disminuye en absoluto el significado de la
participación de cada uno en la vida y la misión de la Iglesia; al contrario, por la esencia misma de
su ministerio, el obispo está llamado a potenciar, a promover y salvaguardar –corrigiendo si fuera
necesario, según la verdad del Evangelio– la experiencia y el testimonio creyente de todos los
miembros de su Iglesia en medio del mundo.
Más aún, no sólo la participación de todos es necesaria para el cumplimiento de la
misión de la Iglesia, sino también concretamente muy conveniente para la del obispo mismo.
Pues redundará en bien de su anuncio del Evangelio, haciéndolo más incidente en los problemas
reales de la sociedad y de los hombres, más cercano al camino que siguen sus fieles, más creíble,
en fin, por hacer manifiesta la existencia y el valor único de la unidad vivida de los cristianos.
Los organismos consultivos constituyen un instrumento singular, visible para toda la
Iglesia particular, de la seriedad de esta unidad vivida de los cristianos; se percibe, pues, su
relevancia para la Iglesia actual, necesitada, ad intra y ad extra, de una verdadera espiritualidad de
comunión.
De igual modo, puede comprenderse la importancia extraodinaria que tiene el voto
consultivo, como colaboración real en la formación de un juicio que, con la autoridad propia
del obispo, guíe la vida de los fieles y de la Iglesia en la verdad del Evangelio.

Conclusión
El desarrollo de las estructuras sinodales pone de manifiesto elementos esenciales del
magisterio conciliar sobre el Pueblo de Dios:
 Su naturaleza comunional, la igual dignidad del ser cristiano de todos y la común
llamada a la misión, el ministerio propio de los sucesores de los apóstoles.
 Su buen funcionamiento presupone además la existencia de una experiencia cristiana
y eclesial que permita comprender y poner en práctica esta enseñanza conciliar.
 Sería un grave error, en cambio, entenderlas según una lógica parlamentaria de poder,
en que los representantes de unos grupos intentarían imponer su posición a los de otros;
pues ello reflejaría en una confusión profunda sobre la verdadera naturaleza de la Iglesia
y redundaría en daño de la experiencia cristiana auténtica, que es una experiencia
de comunión.

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