Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
Lec c ió n 6
ÁNGEL ROJO
Sumario:
I. Introducción
1. Las funciones de la contabilidad
2. El derecho contable
II. El deber de contabilidad
3. El deber de contabilidad
4. Libros obligatorios y libros potestativos
5. La llevanza de los libros de contabilidad
6. El valor jurídico de los asientos contables
7. El deber de conservación
8. La inobservancia de las normas legales en materia de contabilidad
III. El secreto contable y sus excepciones
9. El secreto contable
10. Las excepciones al secreto contable
IV. La contabilidad como medio de prueba
11. La comunicación y la exhibición de la contabilidad
12. La eficacia probatoria de la contabilidad
I. INTRODUCCIÓN
Pero la contabilidad no sólo cumple esta función interna o técnica al servicio del interés
del propio empresario o sociedad mercantil. Al lado de esta función –que es la que
primero aparece en el curso de la historia–, la contabilidad ha ido asumiendo una
función externa , que es propiamente la que interesa al Derecho, en la medida en que la
llevanza de los libros contables satisface también exigencias de terceros. De un lado, la
contabilidad interesa a los socios (en el caso de que el empresario sea sociedad
mercantil) y a los acreedores, que necesitan contar con la garantía de una gestión
ordenada; de otro, la contabilidad también está al servicio del interés público. Al Estado
importa conocer, por razones fiscales y de otro tipo ( v.gr.: subvenciones o ayudas
públicas) la marcha de la empresa y los resultados de la actividad económica. Y ese
interés público se manifiesta también con toda intensidad en caso de concurso de
acreedores, situación en la que el examen de la contabilidad es fundamental para la
determinación del activo y del pasivo, así como para la eventual depuración de
responsabilidades. Éstas son las razones que condujeron a declarar obligatoria la
contabilización diaria de las operaciones mercantiles y a regular esta materia con
normas jurídicas de carácter necesario.
2. EL DERECHO CONTABLE
3. EL DEBER DE CONTABILIDAD
La Ley impone a todo empresario, sea persona natural o jurídica, la llevanza de «una
contabilidad ordenada», que, además, tiene que ser «adecuada a la actividad de su
empresa» (art. 25.1 C. de C.). Se trata de un deber legal que no conoce excepciones:
cualesquiera que sean las dimensiones de la empresa y cualquiera que sea el sector
económico en el que se desarrolle la actividad empresarial, el empresario debe llevar
una contabilidad.
Al regular este deber legal, el Código de Comercio establece dos exigencias que
ineludiblemente la contabilidad tiene que cumplir: en primer lugar, tiene que ser
ordenada. En rigor, no hay contabilidad sin orden. Si la contabilidad es desordenada no
será posible lograr ese doble fin que la propia Ley trata de conseguir con la imposición
del deber: «el seguimiento cronológico de todas sus operaciones y la elaboración
periódica de balances e inventarios» (art. 25.1 C. de C.). En segundo lugar, la
contabilidad tiene que ser adecuada a la actividad de la empresa. La adecuación se
refiere tanto a la dimensión de la empresa como al género de actividad que desarrolla.
En el primer sentido, porque no es la misma la contabilidad que tiene que llevar un
pequeño empresario que la que es propia de una sociedad mercantil de considerables
dimensiones.
El libro Diario es aquél en el que se recogen todas las operaciones relativas a la actividad
de la empresa (art. 28.2 C. de C.). Se trata, pues, de un registro contable de carácter
cronológico y analítico. Aunque el Código afirma, inicialmente, que las operaciones
deben ser registradas día a día, las dificultades que ello puede acarrear para
determinados negocios (por ej., bancos, grandes almacenes, etc.) justifican que se
autorice al empresario a realizar en el libro Diario anotaciones conjuntas de los totales
de las operaciones por períodos no superiores al trimestre, «a condición de que su
detalle aparezca en otros libros o registros concordantes» (art. 28.2 C. de C.).
Además de los libros obligatorios de contabilidad, los empresarios podrán llevar los
demás libros o registros que estimen convenientes, según el sistema de contabilidad que
adopten o la naturaleza de la actividad que desarrollen (art. 28.2 C. de C.). Aunque el
Código de Comercio ya no imponga obligatoriamente la llevanza de un libro Mayor , la
práctica contable generalizada así lo aconseja. En el libro Mayor se agrupan y
sistematizan las operaciones de la empresa en diversas cuentas. Así, las operaciones
registradas en el libro Diario se reagrupan en cuentas separadas e independientes
(cuenta de capital, de caja, de bancos, de mercancías, de efectos a pagar o al cobro, de
maquinaria, de comisiones, etc.) abiertas por «Debe» y «Haber». Este sistema de
contabilidad se basa en la técnica de la partida doble , de larga tradición en el tráfico
mercantil: de acuerdo con este sistema, cada operación se registra dos veces en el libro
Mayor: una, en la cuenta que reciba el valor (cuenta de «Debe») y otra en la cuenta de
que haya salido (cuenta de «Haber»). Por ejemplo, si se compra al contado una
mercancía, se adeudará su importe en la cuenta de mercancías y se abonará en la
cuenta de caja o en la cuenta del banco que lo pagó.
El libro de Inventarios y Cuentas Anuales y el libro Diario no son los únicos obligatorios
a que se refiere el Código de Comercio, aunque sí los únicos libros obligatorios de
contabilidad cuya llevanza se exige a toda clase de empresarios. Al lado de ellos,
también como libro obligatorio, es menester hacer referencia al libro o a los libros de
actas (art. 26.1 C. de C.). Las sociedades mercantiles, cualquiera que sea la forma social,
deben llevar un libro de actas, en el que transcribirán, al menos, los acuerdos adoptados
por las juntas o asambleas generales o especiales de socios y por los demás órganos
colegiados que pudiera tener la sociedad (Consejo de Administración, Comisión
delegada o ejecutiva). La Ley exige que toda sociedad lleve, cuando menos, un libro de
actas; pero permite que, en lugar de uno, lleve dos o más ( v.gr.: uno para los acuerdos
adoptados por las juntas o asambleas de socios y otro para los acuerdos del Consejo de
Administración).
También son libros obligatorios para las sociedades anónimas y comanditarias por
acciones con acciones nominativas el denominado libro registro de acciones
nominativas (art. 116 LSC) y para las sociedades de responsabilidad limitada el libro
registro de socios (art. 104 LSC). Las sociedades unipersonales, sean anónimas o de
responsabilidad limitada, deben llevar, además, un libro-registro en el que se
transcriban los contratos celebrados entre el socio único y la sociedad (art. 16 LSC).
En segundo lugar, esos libros deben ser presentados para su legalización en el Registro
Mercantil del lugar donde el empresario tenga su domicilio: la legalización judicial –que
ya exigía el primer Código de Comercio español (art. 40 C. de C. de 1829) y que continuó
exigiendo el Código de Comercio de 1885 (art. 36 C. de C., en la redacción originaria)
hasta que entró en vigor la Ley 19/1989, de 25 de julio– ha sido sustituida por
legalización registral (art. 27 C. de C., en la redacción vigente, y arts. 329 a 337 RRM). La
legalización de los libros otorga a éstos una presunción de legitimidad en la medida que
impide que la contabilidad se reconstruya por el empresario en función de la
conveniencia de una situación determinada ( v.gr.: la solicitud de concurso de
acreedores). En cada Registro Mercantil existe un libro de legalizaciones en el que
constan los datos correspondientes a los libros legalizados (art. 27.4 C. de C.; art. 27
RRM).
No sólo tienen que ser objeto de legalización los libros obligatorios de contabilidad:
también tienen que ser legalizados los demás libros de llevanza obligatoria (art. 27.3 C.
de C.).
En cuanto a los requisitos intrínsecos , la Ley exige que, cualquiera que fuere el
procedimiento utilizado, todos los libros y documentos contables sean llevados «con
claridad, por orden de fechas, sin espacios en blanco, interpolaciones, tachaduras ni
raspaduras». Los errores u omisiones de las anotaciones contables deben ser salvados
en cuanto sean advertidos. En aras de la necesaria claridad de la contabilidad, no se
permite la utilización de abreviaturas o símbolos cuyo significado no sea preciso con
arreglo a la Ley, el reglamento o la práctica mercantil de general aplicación (art. 29.1 C.
de C.).
6. EL VALOR JURÍDICO DE LOS ASIENTOS CONTABLES
La respuesta a la espinosa cuestión del valor jurídico de los asientos contables está
determinada por la postura que se adopte en relación a la naturaleza de la contabilidad.
La contabilidad es, ante todo, un sistema de información; por ello, no constituye la
realidad económica de la empresa, sino que tan sólo la refleja. A pesar de que este
planteamiento parece tender a la negación del valor jurídico de la contabilidad, no
puede subestimarse la trascendencia jurídica que la Ley ha atribuido a los asientos
contables. En efecto, aunque los documentos contables no hacen sino informar
adecuadamente sobre la realidad económica de la empresa, dicha realidad sólo
despliega todos sus efectos jurídicos gracias a su reflejo contable. La contabilidad es algo
más que simple aritmética. Por ejemplo, la existencia de los beneficios empresariales de
una sociedad no es consecuencia de la contabilidad, sino de las operaciones realizadas
por la propia sociedad. Sin embargo, para proceder al reparto o capitalización de los
beneficios será preciso que éstos se deriven de los documentos contables debidamente
elaborados. Los ejemplos son innumerables: la determinación contable del saldo al
tiempo de cerrar una cuenta corriente lo convierte en exigible; o incluso el balance de
una sociedad mercantil puede obligar a que ésta tome medidas tendentes a evitar o a
acordar su disolución disolución [art. 221.2º C. de C. y art. 363.1, e) LSC). En definitiva,
aunque los asientos contables contengan, fundamentalmente, declaraciones de
conocimiento sobre hechos, actos o negocios jurídicos, la Ley les atribuye consecuencias
jurídicas propias, diversas de las consecuencias jurídicas de los hechos, actos o negocios
reflejados en la contabilidad.
7. EL DEBER DE CONSERVACIÓN
La duración del deber de conservación se fija por la Ley en seis años «a partir del último
asiento realizado en los libros» (art. 30.1 C. de C.). En cuanto al dies a quo para el
cómputo del plazo, señalaremos que es común a los libros y a los documentos y
justificantes. Significa ello que el empresario está obligado a conservar esa
documentación no sólo durante seis años a contar desde la fecha del documento, sino
durante seis años a contar desde la fecha del último asiento realizado en aquel libro en
el que se hubiera efectuado un asiento contable del que ese documento o justificante
constituya soporte. Naturalmente, si antes de que finalice ese plazo se hubiera iniciado
un procedimiento judicial o arbitral en el que pudiera exigirse al empresario la
exhibición de libros y de documentos, el deber de conservación se extiende en tanto
dure ese procedimiento. Incluso aunque no se haya iniciado un procedimiento, el
empresario tiene la «carga» –y no el deber– de conservar en su propio interés la
documentación relativa al nacimiento, a la modificación y a la extinción de los derechos
y las obligaciones que le incumban, durante el período en el que, según las normas
sobre prescripción, pueda resultarle conveniente promover el ejercicio de los primeros
o serle exigido el cumplimiento de las segundas.
En el plano penal, la tutela del secreto de la contabilidad se garantiza a través del tipo
general de la revelación de secretos (arts. 197 a 201 CP). Pero, además, las violaciones
del secreto contable, en cuanto suponen violación de un secreto empresarial, pueden ser
reprimidas en ciertos casos con las normas sobre competencia desleal (art. 13 LCD). Si la
violación del secreto se realiza por un trabajador, el empresario podrá proceder a la
extinción del contrato de trabajo por transgresión de la buena fe contractual y abuso de
confianza [art. 54.2, letra d), TRLET].
Las excepciones al secreto contable pueden calificarse en dos categorías según operen
erga omnes o frente a sujetos determinados, públicos o privados. El conocimiento de
ciertos datos contables por parte de los terceros en general presupone la existencia de
un deber de publicidad de esos datos a cargo del empresario. En rigor, no se accede a la
contabilidad del empresario, que sigue siendo secreta, sino que se accede a datos
contables publicados por ese empresario o que consten en Registros públicos. Así, por
ejemplo, las cuentas anuales de las sociedades de capital tienen que ser depositadas en
el Registro Mercantil, pudiendo solicitar cualquier persona certificación o nota simple
informativa de esas cuentas (arts. 279, 281 y 388.2 LSC).
La segunda categoría agrupa los casos en los que el secreto de la contabilidad no opera
frente a la Administración pública, sea por razones fiscales (art. 142 LGT) o por el
control público a que están sometidas determinadas entidades por razón del sector en
que operan (como sucede con las entidades de crédito por parte del Banco de España o
con las entidades de seguros por parte de la Dirección General de Seguros). Pero
también se incluyen en este grupo los casos en los que son los particulares quienes
acceden al conocimiento de toda contabilidad de un empresario o parte de ella en la
fase de prueba de un procedimiento judicial mediante la comunicación o la exhibición
de la contabilidad.
Entre los medios de prueba admitidos, figuran los «instrumentos» que permiten
archivar y conocer o reproducir datos, cifras y operaciones matemáticas llevadas a cabo
con fines contables, relevantes para el proceso (art. 299.2 LEC). En este sentido, tanto los
libros de contabilidad como los soportes informáticos en los que conste dicha
contabilidad constituyen medios de prueba.
Cuando hayan de utilizarse como medios de prueba los libros de los empresarios, la
legislación procesal civil se remite a las leyes mercantiles (art. 327 LEC). Según el Código
de Comercio, la utilización en juicio de la prueba de libros y de los soportes informáticos
se hace mediante la comunicación o la exhibición de los mismos (art. 32.2 y 3). El criterio
distintivo básico entre estas dos figuras se funda en el ámbito del reconocimiento: la
comunicación es un reconocimiento general o universal, mientras que, por el contrario,
la exhibición constituye un reconocimiento parcial, es decir, de asientos o de
documentos contables determinados.
En todo caso, una contabilidad llevada conforme a Derecho puede servir como indicio
para probar la existencia de un determinado acto o negocio, especialmente cuando la
parte que alega la prueba de los documentos contables es aquélla que no los ha
redactado. En este sentido, la contabilidad se asemeja a una confesión extrajudicial, que
se presume verdadera contra el confesante, salvo que se pruebe su error, y que será
valorada libremente por los Tribunales (STS de 24 de abril de 2014).
© 2016 [Thomson Reuters (Legal) Limited / Aurelio Menéndez / Ángel Rojo y otros]© Portada: Thomsom Reuters (Legal)
Limited