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* LA FUERZA DEL PENSAMIENTO :

NOS L

Por W. W. Atkinson.

En general, se concibe el magnetismo como una corriente que emanase del cuerpo de la
persona magnética, y capaz de atraer todo lo que se encuentra en su campo magnético.

Esta acepción, en realidad, es falsa, pero contiene el germen de la verdad.

No se puede negar que existe una corriente atrayente, que emana del hombre; pero no
es fuerza magnética en el sentido de suponer el término magnético como una relación
con el imán o la electricidad. Aunque la corriente magnética humana ofrece, en cuanto
a sus efectos, alguna semejanza con esas dos fuerzas, de igual naturaleza, por otra
parte, no existe en realidad en lo que se refiere a su origen o esencia, ninguna
relación entre ellas.

Entendemos nosotros por magnetismo animal, la corriente sutil de las fuerzas del
pensamiento o las vibraciones del pensamiento que emanan del alma. Todo pensamiento
creado por el alma encierra una potencia más o menos considerable, según que la
impulsión que le dio origen haya sido más o menos intensa.

Una corriente etérea emana de nosotros cuando pensamos. Semejante hasta cierto punto
a un rayo de luz, esta corriente penetra hasta el alma de las demás personas y hace
sentir y valer su influencia, aunque medie una gran distancia entre los individuos.

Supongamos que un pensamiento fuerte se proyecta. ¿Qué ocurrirá? Ese pensamiento


vencerá, seguramente, por su gran potencia, la resistencia instintiva opuesta por
muchas almas a las impresiones que vienen de fuera; un pensamiento débil no será
capaz de vencer esa resistencia.

Proyectados los pensamientos unos después de otros en la misma dirección, acabarán


generalmente por penetrar allí donde una sola duda haya sido recha-zada, aun habiendo
sido mucho más fuerte que una de las anteriores. Este fenómeno puede expresarse por
el antiguo adagio: "La unión hace la fuerza", y no es más que una ley física que
tiene también su aplicación en el terreno psíquico.

Los pensamientos de otro ser ejercen sobre nos-otros una influencia mucho mayor de la
que podemos suponer. No nos referimos a sus ideas y opiniones, sino a sus
pensamientos. La expresión de un autor célebre que ha escrito sobre este tema, es, a
nuestro juicio, exacta:

"Los pensamientos son cosas".

De ello estamos convencidos. Los pensamientos son cosas y hasta cosas poderosísimas.

Si no reconocemos esta verdad, corremos el riesgo de abandonarnos a merced de una


fuerza poderosa, cuya naturaleza desconocemos absolutamente y cuya existencia está
comprobada por un número inmenso de personas que nos rodean. Si, por el contrario,
conocemos la naturaleza de dicha fuerza y las leyes a que está sometida, existe la
posibilidad de hacer de ella un auxiliar y un instrumento que obedezca a nuestra
voluntad.

Cualquier pensamiento que abriguemos, sea débil o fuerte, bueno o malo, proyecta sus
ondas en vibraciones rápidas, y esas ondas son las que ejercen su influencia sobre
cada una de las personas que entren en el radio de las vibraciones de nuestro
pensamiento. Podemos formarnos una idea de esas vibraciones de pensamiento,
observando lo que ocurre cuando arrojamos una piedra al agua. A partir del centro,
los círculos se propagan y se van agrandando.

Cuando se proyecta un pensamiento con fuerza en dirección a cualquier objeto, será


naturalmente en ese sitio donde se haga sentir más su influencia.
Pero no es sólo sobre los demás que nuestros pensamientos ejercen su influencia.
Nosotros mismos la experimentamos, y no como impresión pasajera, sino que nos dura
siempre. El pasaje de la Biblia: "Dime lo que piensas y te diré quien eres", se puede
tomar al pie de la letra. Estamos formados y desarrollados por la creación de nuestra
alma. El lector sabe, seguramente, que es muy fácil poner cara de descontento e

incomodado, pero tal vez ignora que ese mismo pensamiento, repitiéndose a cada
instante, ejerce su influencia, no sólo en el carácter sino también en el exterior
del que piensa. Es un hecho indiscutible,del cual podemos convencernos dirigiendo una
mirada

a nuestro alrededor.

Es común observar una particularidad que se presenta continuamente, y es que el


carácter y el exterior del individuo llevan el sello de su profesión. ¿A qué atribuir
esto? Pues al pensamiento, y no a otra cosa. Al cambiar de profesión, el carácter y
exterior sufrirán modificaciones más o menos sensibles, correspondiendo al curso de
los pensamientos que, naturalmente, han debido cambiar, con las nuevas funciones.

Esto no debe sorprendernos.

La nueva profesión ha provocado una serie de nuevos pensamientos; y los pensamientos


toman una forma fija en las acciones.

La persona que abriga constantemente pensamientos enérgicos, demuestra energía en la


vida. La que alimenta pensamientos valerosos, se manifiesta como valiente. El hombre
que piensa: Puedo y quiero, triunfa, en tanto que el que piensa: No puedo, fracasa.

Sabemos bien que esto es verdad. Pero, ¿Cual es la causa de tal diferencia? El
pensamiento sencillamente; el pensamiento de cada día y no otra cosa.

La consecuencia natural del pensamiento es la acción. Se piensa de una manera


intensiva, y la acción hace lo demás. El pensamiento es la fuerza más po-derosa del
Universo.

Quien lea estas líneas, es posible que piense: "La idea no es nueva; ya hace años que
sé que no es fácil triunfar cuando se tiene la imaginación vaga y que hay que saber
adoptar una resolución cuando es necesario".

Pero, ¿por qué no ha puesto usted en práctica esa idea? ¿Y por qué no se ha asimilado
esa verdad de modo que constituya, por decirlo así una parte de su ser, de usted
mismo?

¡Cuántos peligros forjamos en la fantasía sin que jamás lleguen a la realidad!

Asombra el número de gentes a quienes el temor y el tedio han apocado el ánimo y


debilitado la mente y el cuerpo, engendrado además dolencias de morbosidad
correspondiente al peculiar temperamento fisiológico de la víctima.

Pocos son los que, habiendo capitulado en algún período de su vida con esos dos
enemigos, no puedan atestiguar sus efectos en dicho sentido, sobre todos los
neurasténicos, histéricos y neuróticos, cuyos achaques dimanan principalmente del
continuo temor en que viven.

La condición de la sangre determina en muchísima parte la de todo el organismo, y


nada hay tan nocivo como robarle con siniestras emociones el oxígeno que en
abundancia necesita para su purificación.

El abatimiento y desánimo resultante de tan ruinosas condiciones engendra, por otra


parte, el pesimismo, que todo lo mira bajo siniestro aspecto y nos pone en mal lugar
con cuanto nos rodea; y si comprendiéramos mejor esta verdad, cuidaríamos de vivir en
el mundo mental de modo que nuestros pensamientos dominantes influyeran
favorablemente en nuestro alrededor.
* Diremos cómo se hace esto :

Ha pensado usted: No puedo, en lugar de puedo. Y yo he concebido el proyecto de


reemplazar ese no puedo por un puedo enérgico, primeramente, y después por un quiero
más enérgico aún.

Justamente eso es lo que quiero hacer: quiero que usted, lector o lectora, sea otro
hombre, otra mujer, y hasta mucho antes de que usted comparta mi opinión.

Posiblemente se espere aprender de nosotros el método infalible para acumular una


dosis de magnetismo suficiente para encender un mechero de gas con sólo tocarlo con
la punta del dedo, o para atraer a sí a cualquiera, como el imán atrae al hierro.
Pues bien: eso es precisamente lo que no queremos hacer.

Lo que nosotros queremos enseñarle es a despertar en usted una fuerza al lado de la


cual la del magnetismo es insignificante; una fuerza que hará de usted un hombre; una
fuerza que hará que tenga usted plena confianza de su yo.

Es nuestro firme propósito, y podemos realizarlo, darle a conocer esa fuerza que hará
de usted un hombre con sobresalientes cualidades personales, una per. sona que ejerza
influencia; una fuerza que le hará triunfar. Le enseñaremos a desarrollar lo que
usted llama el magnetismo animal, a condición de que se aplique a ello con seriedad.
Vale la pena trabajar con ese fin; cuando sienta desarrollarse dentro suyo esa fuerza
nueva, no querrá cambiar su nueva cualidad por todas las riquezas que puedan
ofrecerle.

Es que ya empieza usted a sentir más vigor, ¿no es así? Eso es natural. Nunca hemos
hablado durante cinco minutos ante una clase de estudiantes de las palabras mágicas
QUIERO, PUEDO, SOY,sin que se ensanchen los pechos y se torne más fuerte la
respiración; sin que los estudiantes nos miren bien de frente. Débese esto a que el
pensamiento toma cuerpo en la accion.

"El hombre sólo puede realizarse, vencer y triunfar por la alteza de sus
pensamientos. Si son rastreros, quedará en débil, abyecta y mísera condición... La
acción es la esflorescencia del pensamiento y el. gozo y la pena de sus frutos. Así
recoge el hombre los dulces o amargos de su propio plantío".

Hay pensamientos y emociones de índole normal, placentera y divina, de los que


siempre dimana bien. Son entre otros, los de la fe, esperanza, valor, benevolencia,
amor, simpatía, misericordia, gozo y paz. Son fuerzas positivas, realzantes y
constituyentes que estimulan las funciones orgánicas y mantienen o resta-blecen la
armonía de la mente sana con el cuerpo vigoroso.

Pero, en cambio, hay pensamientos y emociones anormales y siniestras entre las que se
cuentan el temor, el tedio, la pesadumbre, la cólera, el odio, la lujuria y la
avaricia que conturban el ánimo y debilitan mente y cuerpo, obrando algunas de ellas
como corrosivas ponzoñas y otras como rápidos venenos.

Tal vez no haya otros agentes de tan estragadora influencia en la vida humana como la
siniestra e inseparable pareja: "temor y tedio".

En cuanto al temor, lo hallamos por doquiera, pues propendemos a temer que lo que hoy
es nuestro no lo sea mañana: tememos la pérdida de bienes y amigos, las enfermedades,
los accidentes y la muerte; y aunque no temamos estas desgracias por nosotros mismos,
las tememos por las personas- amadas. Conviene, por lo tanto, salirnos de las filas
de los anormales invadidos de temor, recordando que los hombres verdaderamente
eminentes no conocieron este paralizador sentimiento y en vez de ceder a sus
acometidas, se detuvieron a contemplar el ideal que anhelaban conse-guir y
actualizaron después intensamente las energías mentales que sin cesar les auxiliaban
en su empresa.

Para llegar al punto en que nos veamos libres de la influencia de estos ladrones de
la eficacia y dicha del hombre,-no se necesita otra cosa que el dominio de sí mismo,
tan necesario para librarse de ellos, como lo es al beodo para substraerse a su
repugnante vicio.
El tiempo acrecienta los temores e inquietudes de quienes se habituaron a ellos con
pérdida de lo mejor de su vida. En cambio, nada más dichoso y placentero que una
vejez nutrida con las espirituales reservas almacenadas durante la juventud y
virilidad. De la propia suerte que la conducta de ayer determina la vida

de hoy, así la conducta presente determinará con absoluta precisión la vida de


mañana.

Si desecháramos el temor y nos desembarazáramos del tedio. para abrir todos los poros
de nuestra alma a la esperanza, la fe y el valor, de modo que auxiliaran nuestros
esfuerzos, veríamos todas las cosas bajo su más luminoso aspecto, mantendríamos bien
alto nuestras mentes y corazones, y al actualizar por completo las sutiles y silentes
fuerzas de nuestra alma, empezaría para nosotros nueva vida.

Dicen algunos que nada pueden remediar contra el tedio, y si persisten en este
pensamiento, de seguro que no han de tener esperanza de remediarlo; pero si desde
luego confiaran en.la posibilidad del remedio y reconoceran que manteniéndose
firmemente en tan confiado pensamiento llevarán a cabo cuanto quisieran en este
sentido y fuera tan sólo cuestión de tiempo alcanzar el dominio propio.

Habitualmente nos ocupamos en multitud de menudencias, con olvido de que para


nosotros es de capital importancia; y así dice un profundo pensador moderno

"Dos cosas hay que si las cumpliéramos nos darían la felicidad en esta vida. La
primera, no desazonarnos por lo que no podamos remediar; y la segunda, no
desazonarnos por lo que si podamos remediar".. .

La felicidad se aleja siempre de quien cede al temor o al tedio, y con ello la aleja
también de cuantos le rodean.

Todos tenemos nuestra flaqueza, y por lo tanto hemos de examinarnos de cuando en


cuando y advertir que nada ganaremos y sí perderemos mucho por el temor y el tedio
con que provocamos precisamente aquellas siniestras condiciones que deseamos evitar.
Por otra parte, la experiencia nos demuestra que no de hoy, así la conducta presente
determinará con absoluta precisión la vida de mañana.

Si desecháramos el temor y nos desembarazáramos del tedio. para abrir todos los poros
de nuestra alma a la esperanza, la fe y el valor, de modo que auxiliaran nuestros
esfuerzos, veríamos todas las cosas bajo su más luminoso aspecto, mantendríamos bien
alto nuestras mentes y corazones, y al actualizar por completo las sutiles y silentes
fuerzas de nuestra alma, empezaría para nosotros nueva vida.

FIN

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