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Discusión

Humanismo y post-humanismo
Frente al artículo publicado en estas páginas el pasado 22 de septiembre, Sloterdijk y el posthumanismo -con
la firma de Julio Quesada- el filósofo venezolano Eduardo Vásquez responde a la tesis allí expuesta por el
escritor español. La interpretación de Sloterdijk acerca del pensamiento de Heidegger sobre el humanismo
-idea que "Quesada parece compartir"- es "realmente audaz y destructiva del trabajo de los escritores", señala
Vásquez

El artículo de Julio Quesada publicado en Verbigracia (No. 51, 22-09-01) sobre el humanismo y el post-
humanismo nos planteó serias dudas respecto de lo que entendió M. Heidegger por humanismo. J. Quesada
cita la interpretación de P. Sloterdijk de lo que entiende Heidegger por humanismo y la cual J. Quesada
parece compartir. Desde el inicio del artículo se nos dice que: "El Estado-nación moderno y, en general, la
idea de nación, estaba mantenida por una especie de sociedad literaria, amigos del humanismo que, en el
intercambio de lecturas clásicas y dentro de un determinado canon, precisamente el que van los humanistas
formando educativamente como esencia de la cultura, satisfacían las condiciones sociopolíticas modernas del
Estado nacional burgués".
Luego continúa Quesada refiriéndose a "la lectura, poder literario que vendría a ejemplificar
humanísticamente la eficacia de la ficción literaria: una asociación de amigos que congenian". No deja de
asombrar que la idea de nación moderna haya sido mantenida por literatos humanistas que leen y comentan a
los clásicos y que esta actividad sea la que forma la cultura en la que se educan los que forman las
condiciones sociopolíticas del Estado burgués. Asombra ver que dicho Estado se haya constituido y
mantenido por una "asociación de amigos que congenian". Esto de que los Estados burgueses se mantengan
gracias a la labor de amigos que congenian es una tesis novedosa en la teoría política. Es sumamente
novedosa e inédita.
Uno no deja de navegar en sorpresas en el artículo de Julio Quesada. Por una parte, según Sloterdijk y
como lo repite Quesada, "el humanismo ha fracasado como escuela de domesticación del hombre". Es una
interpretación realmente audaz y destructiva del trabajo de los escritores. Siempre pensé que los grandes
escritores no se proponían domesticar ni amansar al ser humano. ¡Qué papel tan vil le atribuye Sloterdijk-
Quesada a la literatura! Cuando hemos leído a los grandes escritores nos parece que siempre están colocados
en el lado de la crítica y de la oposición. El señor Quesada nos debe al menos un ejemplo del escritor
domador. Por supuesto, esta tesis del escritor amansador y domador se deriva o está implícita en la tesis de
los escritores que se asocian para mantener al Estado por medio de la acción creadora.
Hasta ahora, nos hemos mantenido en la tesis Quesada-Sloterdijk del humanismo como lectura de los
clásicos para amansar a los súbditos del Estado. Según Quesada, Sloterdijk interpreta a la concepción de
Heidegger de esa manera. Esta interpretación, banal y superficial, nada tiene que ver con lo que Heidegger
llama humanismo, o también metafísica de la subjetividad, o sujeto. El esfuerzo de Heidegger se dirige a
eliminar el sujeto o el hombre como fundamento de la filosofía como se encuentra en Descartes, en Kant, y
que culmina en Hegel. "El humanismo, escribe Heidegger, en el sentido histórico del término, no es, pues,
otra cosa que una antropología estético-moral… Quiere designar esta interpretación filosófica del hombre
que explica y evalúa la totalidad del ente a partir del hombre y en dirección al hombre" (M. Heidegger, La
época de las concepciones del mundo, Gallimard. 1962, p. 122). El humanismo o metafísica de la
subjetividad tiene su culminación en Hegel. Es en este pensador donde encontramos que la verdad se halla en
el sujeto que tiene certeza de sí mismo y de sus representaciones, y de sus producciones. El sujeto, conforme
a esas representaciones, actúa sobre el mundo y lo transforma, e incluso lo devasta, alterándolo totalmente.
El pensamiento es acción, es voluntad que actúa y transforma la totalidad del mundo (del ser). Nada puede
resistirle. Ese momento en que el ser se identifica con la representación (idealismo absoluto) lo concibe
Hegel, según Heidegger, como "aquel instante de la historia de la metafísica en que la conciencia absoluta
de sí mismo (o autoconciencia) se convierte en principio del pensamiento" (M. Heidegger, Conferencias y
artículos, p. 89. Edic. del Serbal, Barcelona, 1994). El pensamiento activo es voluntad y ésta sólo busca
afirmarse transformando todo. Para ello busca los medios que la hagan eficaz y productiva y por eso la
esencia de la técnica es "metafísica concluida o acabada". Es lo que se ha llamado también razón
instrumental o razón convertida en instrumento.
El humanismo no es otra cosa que la filosofía del idealismo que convierte al sujeto (o al hombre) en
fundamento de todas las categorías, tanto las de la lógica, como las de la estética y la moral. Y el sujeto
adecua al mundo a sus categorías, haciéndolo igual a sí mismo. En el idealismo (o humanismo) el
pensamiento no se adecúa a las cosas, de manera totalmente pasiva, sino que las adecua, transformándolas, a
sí mismo.
Como vemos, esta concepción del humanismo nada tiene que ver con una asociación de amigos constituida
para amansar a los hombres. En la Carta sobre el humanismo, Heidegger expone bastante claramente su
intención respecto de ese humanismo. Quiere desecharlo; esto es, quiere eliminar a la subjetividad como
fundamento, o también como legisladora, como ella se constituye en la filosofía moral de Kant. Critica en
esa Carta que "toda ley no sea más que el producto de la razón humana". Quiere Heidegger que "la ley
venga del Ser mismo y que la asignación de estas consignas se convertirán para el hombre en normas y
leyes". El Ser, y no la razón y la subjetividad, es el que debe dictar las normas y las leyes. En vez de Dios, el
Ser. Cabe preguntar qué ocurre con la libertad del hombre, con la imputabilidad y su consecuencia la
responsabilidad. Según esa tesis, ya no habrá culpables en la Historia. Hitler, Mussolini, Stalin, y hasta el
mismo Heidegger por apoyar el nazismo, son absueltos. El responsable es el Ser que les asignó las normas y
las leyes.
Si el lector quiere profundizar más sobre el humanismo puede consultar la revista Apuntes filosóficos, No.
15, 1999, publicado por la Escuela de Filosofía de la UCV, en la que aparece nuestra traducción de Kant y el
humanismo, cuyo autor es Alain Renaut y también autor de numerosas obras sobre el mismo tema.
También puede consultar nuestro libro Hegel, un desconocido (ULA 2000) donde hacemos una crítica muy
fundada de la interpretación que hace Heidegger de la filosofía de Hegel.
Para terminar, esa asociación de intelectuales que se agrupan para mantener al Estado, defendiendo sus
intereses, sus mentiras, su razón contra sus enemigos, pertenecen a los que llamó Julien Benda en su libro
La traición de los clérigos, los clérigos traidores, siendo los clérigos o los intelectuales los que deben buscar
la justicia, la verdad.
Eduardo Vásquez. Filósofo
Los lectores hispanohablantes conocen al filósofo alemán Sloterdijk por la célebre revista El Paseante, de
Ediciones Siruela, donde le publicaron apartes de su volumen hoy ya clásico, Crítica de la razón cínica. El
libro llegó poco tiempo después en dos tomos con un prólogo más bien flojo de Fernando Savater. Lo
importante es que anunció una agudeza irreductible y un deseo de no usar palabras que no fueran
comprendidas por amplios públicos -lo que le dio garantía de popularidad, pero también demostró que era
capaz de actos de comunicación verdaderamente eficaces-. 
Apelando al arte y la literatura de comienzos de este siglo que se nos acabó, Sloterdijk logró, con referencias
a Duchamp, Man Ray y Musil, proponer al cínico como estandarte de la razón, que llama a la sensibilidad y
a su razón de perro como la única posible: después de la caída en la alienación, al humano lo único que le
queda es el cinismo -de la raíz can, perro-. 
De los discípulos del viejo de la Selva Negra quedan hoy testimonios de su grandeza personal, cruzados por
los diferentes silencios, rechazos y enigmas por su posición en los años 30, cuando afirmó que el Führer era
el único destino del pueblo alemán. Hay uno de Levinas, el más importante por su condena irreductible a la
vez que por su reconocimiento al filósofo; está el silencioso y amante de Hannah Arendt, del cual supimos
hace poco, y está el testimonio de Sloterdijk.
Con ocasión de un seminario a los pocos años de la muerte de Levinas, en septiembre pasado, Sloterdijk
propuso un documento que llamó el Parque Humano, una respuesta a la Carta sobre el Humanismo,
suscitando el debate filosófico de Europa más importante en este momento. La teoría es que si el humanismo
fue rechazado por Heidegger en su carta a un filósofo francés en los 60, no fue por un capricho del alemán,
sino porque ya se vislumbraba que la educación que estábamos recibiendo y dando los humanos no era
buena, en el sentido que dejaba por fuera la verdadera dignidad del hombre, que está en otra parte y que no
es la razón occidental, ni son la ciencia y la técnica, sus hijas. La sorpresa por lo sucedido se muestra en la
carta de Heidegger, quien puso en tela de juicio todas las proposiciones -incluso la que presuponía su
interlocutor acerca de si habría lugar para el humanismo-.
Sloterdijk, recordando todo este ambiente, se propone mostrar hoy que el parque humano, como lo intuyeron
Platón y Nietszche, ya está andando, y que es el proyecto de la razón occidental, donde la educación será un
desafío, el más grande: existirán dos esferas sociales que ni siquiera se tocarán. Habrá una aristocracia del
gobierno, que será la misma de la ciencia, y una plebe, la gente con cuernos de la que habla Platón en La
República en boca de un extranjero; a esta gente se le permitirá habitar el parque humano como un zoológico
más sofisticado.
Es obvio que a la conciencia bien pensante del momento actual, fin de milenio y otras arandelas, le cae como
pedrada en ojo tuerto que el alemán, pleno de vigor y con argumentos muy serios, demuestre que para allá
van las cosas y no para el progreso a ritmo igualitario de todos y para todos que nos venden los políticos de
profesión, aunque cada vez en voz más baja. Ya se anunciaban estos argumentos en su pequeño libro En el
mismo barco, publicado hace 5 años. Ahora que se levantó el debate, las reacciones han sido tan muy
variadas.
Sin querer confrontar a nadie, Sloterdijk ha tenido la valentía de mostrar que entre las cosas fantasmales que
amenazaban el desarrollo de la humanidad estaba, sin duda, el asunto de la cibernética aplicada a la vida.
Cuando Platón y Nietzche, separados por el comienzo y el fin de la metafísica y de la ontología, dijeron que
la filosofía era un punto de referencia de los fantasmas de la organización humana -en La República y en La
Voluntad de Poder respectivamente- dejaron abierto el campo a la amenaza del poder de los gobernantes o
timoneles, pero con el poder de la ciencia y la técnica de su lado, como advirtió Foucault.
Podrían hacer cosas que nos dejarían anulada la voluntad autónoma, en situación de habitantes del parque de
diversiones de los experimentadores científicos y los locos postmilenaristas de los laboratorios: ya no
produciendo Frankesteins sino meros gorditos asimilados, algo desempleados, con su ración de
McHamburger asegurada, mientras la humanidad -quién sabe qué querrá decir esa palabra a estas alturas del
partido- se encargaba de seguir con fiereza el desafío de ser la administradora del parque, y hacer uno que
otro experimento de vez en cuando (en un zoológico nazi, o en un campo de concentración ídem, como la
isla del doctor Moreau de Wells), o como si fuéramos plantas de hace 100 años, cuando comenzaron los
cruces del doctor Mendel.
Lo que no le perdonan a Sloterdijk es su capacidad de desnudar la jerga filosófica sin perder de vista el fondo
de la cuestión. Si Heidegger es difícil de leer, en cambio Sloterdijk lo cita sin traicionarlo y nos lo muestra en
el problema de nuestra condición de huérfanos y a la vez padres del sentido a la espera del ser, que sólo se
revela en el acto poético y en la aclaración del bosque de los símbolos, por decirlo de alguna manera. Pero
esa horfandad no nos coge solos, como al comienzo de la historia. Nos coge en el momento más delicado,
cuando -como ya lo había advertido Heidegger, buen lector de Platón y de Nietszche- la técnica va a dar un
vuelco a la condición humana, desde una forma matemática oculta, pero evidente en la metafísica occidental,
que le roba a los entes una capacidad común de ser numerados, contados, olvidando el ser. Algo así.
La obligación de hacerle frente a la segunda etapa de este fenómeno epocal está ahí. Y mientras Habermas
-una especie de enfermero de la asimetría humana- con su preocupación por las condiciones del diálogo
insiste en que sin los apósitos por él diseñados (la “horizontalidad”, el “conocimiento de los intereses” y la
“transparencia”) no se puede hablar, otros -sin preguntarnos nada- están cambiando la clínica. Sloterdijk lo
dice. Y Habermas se enfurece. El debate está encendiendo las cátedras de filosofía y la opinión ilustrada en
el mundo entero. Mientras tanto, lleno de suspicacia, Habermas intuye que Sloterdijk es pronazi y el otro le
recuerda que la finitud moral de Habermas comienza donde termina su juventud hitleriana, con la intención
de crear un debate sobre el verdadero tono moral de la época. Sloterdijk ve tres formas morales: la de los que
tienen algo que fundamentalizar (Habermas entre ellos), la de los que tienen en frente el horizonte de las
ciencias duras sin horror pero sin mayor entusiasmo, y los jóvenes, a quienes no les importa el debate pero
que, a la hora de la verdad, preferirían el parque humano.
El reto no es sólo para filósofos desencantados. La educación humanística y en general la idea de ciencias
sociales, economía, etc., queda afectada por el ensayo de Sloterdijk que no tiene más de diez cuartillas. Es
hora de que repensemos estos retos, sobre todo en estas sociedades pequeñas donde todo está por hacer y en
donde, por lo mismo, se puede hacer distinto.
Manuel Hernández
Peter Sloterdijk - El explorador del ser (reportaje) El alemán Peter Sloterdijk, uno de los más
importantes filósofos europeos de la actualidad, habla en esta nota del lugar del hombre en el mundo y
de la crisis que padece hoy Occidente
¿Cómo habitamos el mundo? ¿Cuál es "el lugar del hombre"? En una exploración que conjuga sin cesar el
concepto y la anécdota, la observación del mundo y la movilización de la filosofía, el alemán Peter Sloterdijk
anticipa una nueva era en que lo liviano se impondrá sobre lo pesado, lo frívolo sobre lo serio, el confort de
la protección sobre el principio de realidad. Se trata, asegura, del fin de la necesidad.

A Sloterdijk, un escándalo lo llevó a la fama. En Normas para el parque humano. Una respuesta a la Carta
sobre el humanismo de Heidegger (1999), señaló "el fin del humanismo docto" y se preguntó cómo podría
evolucionar una humanidad "corregida" por la biotecnología. La "generación de la memoria", con Jürgen
Habermas a la cabeza, se entregó a una confusión (¿interesada?) entre describir y prescribir, observar y
aprobar, y lo acusó de jugar con los peores fantasmas del pasado. No obstante, hoy, Sloterdijk es tenido por
una de las mentes más fecundas de la filosofía alemana actual y aun de la europea. La literatura, la filosofía,
la arquitectura, el cine, la televisión, las ciencias, en suma, todas las invenciones humanas interesan a este
"explorador del ser" que pretende echar los cimientos de un nuevo humanismo. Rector de la Academia de
Bellas Artes de Karlsruhe, donde enseña filosofía y estética, Sloterdijk también conduce, una vez al mes, un
programa televisivo sobre filosofía. Es además uno de los críticos más mordaces de este fascismo del
entretenimiento que ha sustituido el circo romano por el catódico. Y goza ávidamente de los placeres de la
vida.
-Espumas, cuya edición francesa salió este año, es el último volumen de su trilogía Esferas. ¿Podría
explicar rápidamente el plan de esta trilogía?
-Para comprender mi punto de partida, hay que remitirse a la gran fórmula que utilizó Martin Heidegger para
caracterizar la situación ontológica del hombre: el "ser en el mundo". ¿A qué se refiere? Al éxtasis profundo,
aquel en que residen todos los secretos de la metafísica. En su famosa conferencia de 1929-1930, Heidegger
habla del tedio y, so capa de una breve historia de la naturaleza, hace un análisis apasionante de la diferencia
entre las piedras, los animales y los seres humanos. Las piedras son notables porque Heidegger las considera
seres privados de apertura [al exterior]. Una piedra jamás tiene vecinos. Puede estar junto a otras piedras,
pero el hecho ontológico que llamamos "vecindad" no existe. La piedra carece de aparatos sensoriales: no
tiene nervios, ojos, piel, orejas. Tampoco respira. Esta ausencia de vulnerabilidad, de pasaje hacia el otro,
encarna, por así decir, el ideal ontológico. Si Dios fuera sustancia, esta sustancia debería parecerse a una roca
magnífica, absoluta, inmutable y apática. Pero los animales y, más aún, los seres humanos tienen la desdicha
de hallarse inmersos en un medio. Entramos en la realidad del metabolismo, del intercambio, del sufrimiento
y de la alegría.
-De hecho, usted sigue luchando con la metafísica.
-Es una batalla, o una segunda batalla, que es preciso librar hoy, como ayer, para recuperar los legados de la
metafísica. Durante los siglos XIX y XX, la filosofía fue un esfuerzo por interpretar el testamento de una
metafísica difunta. Nos reunimos todos para asistir a la apertura del testamento. Y entre los convocados para
interpretarlo, Heidegger fue una de las voces más importantes. Como también Jacques Derrida... Pero
Heidegger se detiene demasiado pronto, cuando afirma que el hombre habita en el mundo o en la casa del
ser, que es el lenguaje. Yo querría precisar que "ser en el mundo" debería traducirse "ser en las esferas"
porque uno nunca está inmediatamente en el todo o, digamos, en un todo acondicionado. El hombre siempre
es un arquitecto de interiores; por lo tanto, se construye esferas. Las esferas son realidades trascendentes que
dan a la nada, por cuanto es imposible morar directamente en la nada. O bien, para vivir en ella, siempre hace
falta una versión esquemática, por así decir, de una casa habitable, aunque sea una caja de cartón desechada
por los obreros de una fábrica. No estamos condenados a ser libres; por el contrario, estamos condenados a
habitar.
-El modelo de la esfera es la isla. La realidad humana se construye por separación: es lo que usted
llama "la isla antropógena".
-Una isla es una isla porque está aislada y la realidad humana es el resultado de una gran operación de
aislamiento. El proceso conducente a la realidad humana es la autorreclusión de un grupo humano; ella
transforma a los habitantes del grupo del mismo modo que transforma a los monos en hombres. Este proceso
comienza con un uso perverso y peculiar de la pata del mono, que se metamorfosea en mano humana:
nosotros tocamos de un modo diferente, como lo demuestra Sartre en los maravillosos capítulos de El ser y la
nada sobre el gesto de la caricia. La caricia es exactamente el gesto que demuestra que la mano humana se ha
vuelto extática. Ya no se contenta con el simple gesto de "asir". Es un toque desenvuelto, interesado, ¡pero
libre!. La mano se convierte en una antena del ser.
Después de la mano, está la oreja...
-Todavía no es el lenguaje, pero nos encerramos dentro de una campana sonora específicamente humana:
devenimos miembros de una secta acústica. Vivimos en nuestro ruido y, desde siempre, el ruido común ha
sido la realidad constitutiva del grupo humano. Hoy, por primera vez en la historia, los humanos estamos
rodeados de aislantes acústicos. En otras palabras, el habitante de cada departamento decide qué oirá o
escuchará. Es una de las grandes realidades de nuestra época.
-Salvo los días de los grandes festivales al aire libre, como el Desfile Tecno en Berlín o la Fiesta de la
Música en París, en que el habitante ya no puede decidir...
-En ese momento, decide sumergirse en el ruido de un grupo ocasional. Por la mañana, hasta quienes habrán
de participar se levantan dentro de un departamento, donde están solos y, al principio, reina el silencio
matinal. Y su gesto constitutivo, en su ciclo de vida cotidiana, consiste en elegir una música o una frecuencia
de radio que le permita romper el silencio nocturno. Por primera vez, existe una especie de desayuno
acústico. Los mediólogos del siglo XX, como Marshall McLuhan y Régis Debray, ya han hecho aportes
notables a la comprensión de las dos dimensiones de la realidad insular que hemos mencionado. Otra
dimensión de la isla del hombre, poco explorada, es la que he dado en llamar "uterotopos". Debemos
comprender que los seres humanos estamos condenados a una práctica metafórica: la necesidad de repetir la
situación intrauterina fuera del útero. El hombre siempre depende de un espacio protector para realizar su
naturaleza humana; por consiguiente, el medio uterino pasa a ser el símbolo de la actividad mundial. Siempre
vivimos en un espacio beneficiado por un exceso de seguridad.
-Pero, entonces, la relación madre-hijo ¿no es un modelo de la civilización, más que su metáfora?
- Y, más que un modelo, es una matriz... En el psicoanálisis, hay una expresión muy útil: la "escena
primordial". Es una situación que tiende a repetirse y convertirse en el modelo de todas las situaciones. Pero,
a mi entender, su objeto no es la relación triangular con el padre y la situación supuestamente traumática
(edípica) de quien presencia la relación íntima de sus padres.
-Para usted, la escena primordial es la competencia por lo que usted llama "el mimo", que es el meollo
del proceso de hominización. Un término polisémico, tanto en francés, en alemán y en otros idiomas...
-Paralelamente a su primera acepción, gâterie o Verwöhnung también significan "malacostumbramiento",
sobre todo aquel que radica en la voluntad de hacer que la vida nos resulte fácil. Queremos llevar una vida
fácil. Tal es el sentido del éxodo antropológico común, que es lo contrario del éxodo judío. Este representa
una paradoja porque prefiere la incomodidad a la comodidad.
-¿Entonces la humanidad se define por el hecho de que somos niños mimados o aspiramos a serlo?
-Es absolutamente obvio que el lugar que habitamos debe ser una incubadora que nos estabilice en nuestra
inmadurez. La posibilidad de exteriorizar la seguridad produce de inmediato una tendencia al lujo. Y el
núcleo del lujo siempre es el infantilismo.
-Esta definición de la humanidad por el "uterotopos" confiere a la mujer un rol muy específico en su
desarrollo.
-Absolutamente. El libro básico de todos nuestros conocimientos biológicos debería titularse El origen de la
mujer y no El origen del hombre porque la mujer no sólo es un sexo: es una situación. Así pues,
ontológicamente, es más rica que el hombre. Sin duda, el varón ha intentado apropiarse de la riqueza
femenina. Pero la mujer no se ha apropiado de nada. Ella encarna el ser en tanto situación.
-¿Los senos desempeñan un papel particular? Con todo, el primer mimo es el amamantamiento.
-Por supuesto. Aunque desde que las madres se contaminaron, medio litro de leche biológica es un lujo
inaccesible hasta para los multimillonarios.
-Las relaciones afectivas y, luego, sexuales, ¿se ajustan a este modelo del mimo?
-Hasta cierto punto sí, porque el matrimonio es un esfuerzo por crear un espacio cómodo superior al que
ofrece el medio ambiente. O bien, se convierte en una simple relación legal. Una de las grandes decepciones
del ser humano en la historia de la civilización es la decepción matrimonial. La promesa de mimos
recíprocos que, a veces, llamamos felicidad resulta muy difícil de cumplir. Hay que recordarles
constantemente sus verdaderos deberes a quienes firmaron ese contrato, o bien, hay que facilitarles el
divorcio. Nuestra sociedad ha optado por la segunda posibilidad. Alienta la separación en la medida en que
no haya la menor diferencia, en cuanto a felicidad, entre el espacio interior de la pareja y el espacio exterior.
Si cada cónyuge no es más feliz con el otro que sin él, suponemos que hay razones suficientes para una
separación.
-Si el matrimonio es un compromiso de mimos recíprocos, el día en que usted tenga un hijo ya no
mimará a su pareja, sino al niño...
-Es cierto. Los varones son los grandes perdedores en la historia de los mimos y esa es, probablemente, la
gran causa de la decepción matrimonial por el lado masculino. Es una de las razones por las que han optado
por huir hacia adelante, hacia el heroísmo. Hoy día, como ya no pueden huir hacia las acciones heroicas, la
felicidad masculina consiste, más bien, en ser el tercero no excluido de lo que ocurre entre la madre, la
esposa, y sus propios hijos.
-Lo que usted ha analizado como la democratización del lujo de dos siglos a esta parte se explica por el
hecho de que el "mecenazgo", esa dádiva desinteresada asegurada por la madre, ha sido transferida a
otras entidades que cumplen una función "alomaternal".
-Hoy, hasta el último sociólogo y el último psicoanalista admiten que ya no se puede concebir el Estado
moderno conforme al modelo patriarcal. Todo el mundo ha comprendido que es preciso refundar la función
del Estado dentro de la terminología de una maternización política abarcadora.
-Cuando llegó al poder en Francia, Jacques Chirac definió tres grandes causas nacionales: el cáncer,
los accidentes de tránsito y los discapacitados.
-Ese es el Estado terapéutico.
-Esta función maternal no es asumida solamente por el Estado o por las mujeres. El rol del varón en
este campo, ¿es una invención tardía?
-El padre siempre ha cumplido una función alomaternal. Pero durante la mayor parte de la evolución
humana, dicha función consistió en crear, de ser posible, una envoltura de seguridad suplementaria en torno
al espacio madre-hijo.
-Hoy, con eso que llamamos "los nuevos padres", ¿puede decirse que el padre tiende a intervenir en la
primera envoltura de seguridad que, antes, era asegurada exclusivamente por la madre?
-Sí. Habría que hablar de una uterización del hombre. Tal vez, eso sería una especie de felicidad...
-En tales condiciones, ¿se puede hablar de un patriarcado en la historia, en el sentido de una
dominación masculina?
-Solamente en un sentido legal muy reducido. En el plano psicodinámico, yo vacilaría, porque la mujer ha
ejercido su poder en todas las épocas, a través del absolutismo de la relación primaria, el amor concedido o
denegado. En este sentido, podemos hablar de un juicio final que no tiene lugar al final, sino al principio, en
el momento en que la madre concede o no su amor. Ella ama o no ama.
-A lo largo de la historia, se han sacrificado generaciones enteras privándolas de los mimos. ¿Vivimos
hoy en un período específico?
-Después del mimo constitutivo, sin el cual los niños no sobreviven más allá de su infancia, entramos en el
reino de la verdad bíblica, es decir, de ese núcleo trágico que el psicoanálisis denominó "el principio de
realidad". La aventura del siglo XX es, precisamente, haber puesto fin a ese reinado del principio de realidad,
al menos para la mayoría de quienes habitan esta vasta esfera de comodidad, este palacio de cristal que
llamamos Occidente. El tema de la reducción de las horas de trabajo, muy europeo, es significativo. El año
tiene unas 8600 horas; los franceses trabajan 1500 y los alemanes 1650. Por consiguiente, disponen de una
libertad desconocida desde la Edad de Piedra, en el sentido de que su vida no está estructurada por el trabajo.
Después de ocho horas de sueño y siete de trabajo, les queda casi la mitad del día. Si tomamos en cuenta los
104 días de fin de semana y 30 de vacaciones, vemos que durante mucho más de la mitad de nuestra
existencia ningún patrón puede decirnos qué tenemos que hacer.
-¿Eso significa que prolongamos la infancia y, por ende, que estamos en vías de acabar con el universo
bíblico?
-El universo bíblico conoció la adultez en su forma más severa. Fue en la época en que todavía no estábamos
condenados a la libertad, sino sometidos a la ley del trabajo o, más bien, del trabajo duro y la lucha a muerte.
Ahora, es el consumo a muerte. La crisis que padecemos tiene que ver con el hecho de que no hemos
dominado la transición de la seriedad antigua a la frivolidad moderna. Por eso tenemos la impresión de
asistir a un embrutecimiento sin precedente. Estamos convencidos de que la humanidad jamás ha sido tan
bestial. Es un sentimiento casi omnipresente entre los eruditos y los intelectuales.
¿Y nos acostumbraremos a eso?
-¡Desde luego! Ese sentimiento indica, simplemente, que el reino de la necesidad ha llegado a su fin. Todos
somos huérfanos de la necesidad.
-Nuestro mundo, que todavía conserva un vestigio de adultez, ¿dará lugar a la "isla de los niños"?
-Después de la fiesta del infantilismo desenfrenado, en cierto modo esperamos que regresen los adultos. Pero
otro tipo de adultos, instruidos por el elemento de sabiduría que se esconde en el comportamiento de los
niños felices y terribles.

Por Elisabeth Lévy Karlsruhe, 2005

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