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el ámbito cristiano.
De este modo, a finales del siglo XIII, la Península Ibérica estaba regida por una red de
relaciones señoriales en la que los nobles y el clero obtenían rentas de sus propiedades y
ejercían derechos jurisdiccionales (el derecho de gobierno sobre un territorio) mientras que los
campesinos aunque disponían del dominio útil de la tierra, se encontraban sometidos a la
jurisdicción señorial.
Dentro de los privilegiados cabe diferenciar por un lado a la alta nobleza, que con las
repoblaciones se convirtió en propietaria de grandes extensiones de tierra; la pequeña nobleza
(hidalgos, infanzones, caballeros, …), que al finalizar el proceso de conquista fue
empobreciéndose paulatinamente. La vinculación de la tierra a los linajes nobiliarios se
consolidó en el siglo XIV con la institución del mayorazgo, que permitía mantener el
patrimonio vinculado al título. De este modo, los bienes pasaban al heredero, de forma que el
grueso del patrimonio de una familia no se dividía. Por último el clero, que poseía también
grandes señoríos, cuyos ingresos se completaban con el obligado pago del diezmo.