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Marcelo Mella

(comp.)

Extraños en la noche
Intelectuales y usos políticos del
conocimiento durante la transición chilena
Extraños en la noche
RIL editores
bibliodiversidad
Marcelo Mella
(comp.)

Extraños en la noche
Intelectuales y usos políticos del
conocimiento durante la transición chilena
305.5 Mella, Marcelo (comp.)
M Extraños en la noche. Intelectuales y usos
políticos del conocimiento durante la transición
chilena / Marcelo Mella. -- Santiago : RIL
editores, 2011.

324 p. ; 21 cm.
ISBN: 978-956-284-806-0

1 intelectuales-chile-historia 2
intelectuales-actividad pólitica

Extraños en la noche
Primera edición: julio de 2011

© Marcelo Mella, 2011


Registro de Propiedad Intelectual
Nº 202.298

© RIL® editores, 2011


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750-0960 Providencia
Santiago de Chile
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Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores

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…ˆiÊUÊPrinted in Chile

ISBN 978-956-284-806-0

Derechos reservados.
A mis Estudiantes,
con quienes he podido crecer.
Índice

Prefacio ..........................................................................................13

I. Para un programa de investigación

El estudio de las élites: un estado del arte


Alfredo Joignant Rondón .................................................................31

La resiliencia del piloto automático. Dogmatismo y pragmatismo


en los fundamentos teóricos de las políticas
públicas en Chile, 1990-2010
Alfonso Dingemans ...........................................................................49

II. Los que ponen las reglas

Jaime Guzmán y la Unión Demócrata Independiente


durante la transición. Una revisión de su aporte intelectual
en los años ochenta
Pablo Rubio Apiolaza .......................................................................73

Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos.


El caso de la transición democrática chilena (1990-2000)
Rolando Álvarez Vallejos...................................................................97

III. Los ambivalentes. (Ruptura y adaptación)

Los intelectuales de los centros académicos independientes


y el surgimiento del concertacionismo
Marcelo Mella Polanco....................................................................153

Pensar la transición a la democracia. Temas y análisis de


los intelectuales mapu en sur y flacso 1976-1989
Cristina Moyano Barahona .............................................................195
Los centros de pensamiento (think tanks) en la Democracia Cristiana.
¿Más política que políticas?
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo ....................241

IV. Los contraadaptativos

El discurso comunista y la transición desde el plebiscito de 1988.


(¿Interpela ese discurso comunista a sectores de la concertación?)
Augusto Samaniego Mesías .............................................................287

Las ong, la educación popular y la política en los años 80:


el caso de eco, educación y comunicaciones
Mario Garcés Durán .......................................................................301
Un hombre pidió a una hilandera hilos delgados. La
hilandera tejió hilos delgados, pero el hombre dijo:
Esos hilos no me valen; necesito hilos delgadísimos.
La hilandera dijo: Si para ti estos no son delgados, te
daré estos otros, y le mostró el vacío. El dijo que no
veía nada. La hilandera dijo: no los ves porque son
muy delgados; tampoco los veo. El tonto se alegró
y ordenó que le hiciera otros hilos como aquellos;
y por esos hilos pagó dinero.

Fábula «Los hilos delgados»


León Tolstoi
Prefacio

La oportunidad de escribir sobre los intelectuales chilenos y


su influencia en el proceso político de las últimas décadas surgió
con ocasión del proyecto «La contribución de los Centros Aca-
démicos Independientes en la transición a la democracia en Chile
(1980-1990)», financiado por la Vicerrectoría de Investigación de
la Universidad de Santiago de Chile (Proyecto dicyt 03-0852mp).
Mediante este trabajo pude iniciar un plan exploratorio del papel
de los intelectuales en la transición chilena y muy particularmente,
su importancia en el origen de la Concertación de Partidos por la
Democracia, coalición que lideró la transición desde el régimen
autoritario de Pinochet y constituyó gobierno en Chile por dos
décadas en forma ininterrumpida. Como resultado, publiqué desde
el año 2008 diversos artículos relativos al papel de los centros
de estudios en el origen de la Concertación, las influencias inter-
nacionales para el giro reformista en la izquierda chilena y dos
trabajos acerca del pensamiento de los presidentes Eduardo Frei
Ruiz-Tagle y Ricardo Lagos Escobar. Próximamente serán publi-
cados estudios referidos a las claves discursivas de los mandatarios
Patricio Aylwin y Michelle Bachelet. Se encuentran también en
preparación nuevos artículos sobre composición de gabinetes y
uso de la facultad presidencial de nombramiento de ministros y
subsecretarios durante los cuatro gobiernos de la Concertación.
Todas estas publicaciones han tenido como norte analizar la
función de intelectuales de tipo híbrido conocidos como transi-
tólogos y technopols que surgieron en paralelo con el avance de
la transición chilena y se consolidaron como actores claves en el
diseño de políticas durante los Gobiernos concertacionistas. Los
transitólogos fueron los creadores del pensamiento destinado a

13
Marcelo Mella

definir las condiciones estratégicas y orgánicas para producir el


cambio de régimen desde el autoritarismo. Los technopols, por su
parte, corresponden a expertos que en sus trayectorias y gramáti-
cas disciplinares construyeron una síntesis entre la lógica técnica y
la lógica política, subordinando la segunda a la primera.1 En ambos
casos, el principal impacto de los nuevos intelectuales consistió en
una reelaboración de «lo posible» y de la relación «medios-fines»,
desplazamientos en la racionalidad que, entre la primera mitad de
la década de 1980 y 2010, imponen como condición para acceder
al juego político institucional la «racionalidad adaptativa» y la
«ética de la responsabilidad».2
Sin embargo, desde hace algún tiempo, sostengo la convicción
de que este tema desborda el estudio de las trayectorias de intelec-
tuales prominentes, la identificación de los expertos, el esclareci-
miento de su papel en la oposición reformista chilena y el análisis
de la composición de los gabinetes concertacionistas; incluso creo
que el tema desborda el análisis de los usos gubernamentales del
conocimiento. Se trata también de poner en perspectiva las «lu-
chas internacionales por el poder» y los modos de penetración de
ciertas redes de intelectuales que adquirieron, en los años 70 y 80,
influencia internacional sobre los procesos regionales y locales.
Por sobre todo, se trata de comprender las raíces del orden social
y político vigente, así como las condiciones de sobrevivencia o
derogación del proyecto hegemónico establecido por el régimen de
Pinochet, más allá de las discontinuidades institucionales, cambio
de actores en el Gobierno y mayor o menor intensidad en la cir-
culación de las elites políticas. Se trata de comprender cómo se ha
producido desde la década de 1980 la lucha por la construcción
del orden social, entendida como lucha por la nominación y el
mantenimiento del sistema de dominación a partir de saberes que
poseen una vinculación orgánica con la estructura institucional.
¿Qué oportunidad existe para la construcción de una sociedad
1
Domínguez, J. (1997). Technopols: Freeing Politics and markets in Latin
America in the 1990s. University Park: University Pennsylvania Press.
2
Véase, Santiso, J. (2006). La economía política de lo posible. Banco Interame-
ricano de Desarrollo. New York. Santiso, J. y Whitehead, L. (2006). «Ulysses,
the Sirens and the Art of Navigation: Political and Technical Rationality in
Latin America». Working Paper n° 256: oecd Development Centre.

14
Prefacio

plural y democrática si no existen contrapoderes que expresen


visiones antagónicas de la sociedad? ¿Es posible esperar rupturas
del statu quo con saberes incrustados en el orden vigente? Por
tanto, existen nuevos fundamentos para tratar el viejo tema de la
relación entre producción de conocimiento y el ejercicio del poder.
En especial, visualizamos dos fundamentos macro y uno micro.
En primer lugar, es relevante estudiar los usos políticos del
conocimiento en Chile en el período 1980-2010, porque al cons-
tituir un «tema viejo» sería posible construir una mirada histórica
sobre la política chilena referida a la capacidad performativa
del pensamiento y las ideas sobre la «política real». En palabras
simples, como ha ido cambiando longitudinalmente la influencia
de las ciencias sociales en los asuntos públicos. Sin embargo, a
pesar de ser un tema tratado con intensidad en los estudios de
la flacso durante la década de 1980, no existe una tradición de
investigación fuerte de historia de las ideas políticas o teoría po-
lítica en nuestro país, tal como si las ideas no fuesen un aspecto
importante en el desarrollo político. Lo anterior no significa que
las ideas sean en la actualidad un objeto completamente inexplo-
rado. Efectivamente, existen estudios de historiadores y sociólo-
gos chilenos sobre las ideas y los intelectuales, pero carentes de
análisis acerca de su impacto y aportes en el sistema político. En
estos análisis el estudio de las ideas posee un sesgo «culturalista»
o «sociologizante» alejado del estudio de las coyunturas estruc-
turantes de lo institucional, vale decir como «piezas de museo»
o como subproductos de estructuras y relaciones de dominación.
Por tanto, no existe mayor desarrollo de reflexión formal sobre
ideas políticas elaboradas en lógicas de desviación o marginali-
dad, ni tampoco un análisis sobre la performatividad diferencial
de distintas tradiciones de pensamiento político chileno. De tal
suerte, el estudio del pensamiento político y la historia de las ideas
constituirían áreas de investigación «jurásicas», las que generan
en el presente solo una atención ingenua de parte del clero en las
ciencias sociales.
Recuerdo por el contrario, algunos trabajos que han ejercido
una influencia determinante en mi investigación, haciendo posible
una comprensión mas profunda de la importancia del pensamiento
15
Marcelo Mella

para el estudio de las estructuras de poder; especialmente el libro


de Norbert Lechner La conflictiva y nunca acabada construcción
del orden deseado3. De estas lecturas extraje algunas ideas muy
generales que me han resultado provocadoras para mi entrada
a estos problemas: i) sugerir que para construir un determinado
orden político es necesario pensarlo o imaginarlo previamente y ii)
entender que es posible establecer «puentes» entre la producción
de conocimiento y la toma de decisiones que fortalecen las bases
de la democracia.
En segundo lugar, examinar la relación entre el trabajo de los
intelectuales y el ejercicio del poder permite comprender algunas
claves del inmovilismo institucional y la ausencia de sentido his-
tórico para el desarrollo colectivo de nuestra sociedad desde la
recuperación de la democracia en 1990. ¿En qué medida es posible
explicar las continuidades pre y post 1990 sobre la base de las
convergencias de trayectorias profesionales en el ámbito de los
expertos y los altos cargos en el poder ejecutivo? ¿Existe captura
de ministerios, áreas de política o temas públicos por parte de
determinadas profesiones? Al mismo tiempo, reabrir esta reflexión
también contribuye al debate sobre las alternativas posibles de
cambio político y social en nuestro país, más allá de los eslóganes
de la comunicación y el marketing político. ¿Qué profesiones y qué
saberes influyeron sobre las lógicas decisionales de los Gobiernos
de la Concertación? El minimalismo de los mapas cognitivos de
los transitólogos chilenos no solo bloqueó la entrada de temas
en la agenda de la transición (dd.hh. y modelo Económico), sino
que del mismo modo, acarreó una mayor dificultad para generar
expresiones efectivas de pluralismo y superar el diseño elitista-
consociativo del proceso político. Consolidada la transición, no
quedó más que aceptar el predominio de la comunicación política
o, como diría Antonio Cortés Terzi, el imperio de la «encuestola-
tría» abocada a definir aquellos temas y estándares para evaluar
la gestión de las autoridades públicas. «La gestión es la muerte
de la política» y se podría señalar algo semejante respecto de las
encuestas. Adam Przeworski en un reciente libro ha señalado
3
Lechner, Norbert. La conflictiva y nunca acabada construcción del orden
deseado. flacso. Santiago. 1984.

16
Prefacio

acerca de este vacío normativo o aspiracional en las democracias


de postransición:

Argentina, Brasil, Chile, Grecia y Uruguay tenían Go-


biernos militares brutales; en España y Portugal, regímenes
autoritarios seguían asesinando gente (…). En consecuencia
cuando un grupo de estudiosos, muchos de ellos activistas
por la democracia en sus respectivos países, se reunió en el
Wilson Center en Washington, en 1979, con el propósito
de analizar y buscar estrategias para detener esa barbarie,
pensábamos en términos de «transición desde», es decir,
desde el autoritarismo, y no «hacia» algo. La democracia
era todo lo que no nos gustaba del autoritarismo. Por lo
tanto, estudiamos transiciones sin plantearnos preguntas
acerca de esta (la democracia).4

Asimismo, es necesario volver a discutir sobre conocimiento


y poder, porque permite cuestionar el estatus disciplinario de la
historia política y la ciencia política frente a los asuntos públicos.
No pretendo disimular la nota polémica de este propósito, pero
luego de múltiples conversaciones con intelectuales opositores de
los años más oscuros de la dictadura chilena, tengo la impresión
de que la fórmula de la institucionalización disciplinar como si-
nónimo del academicismo podría tener efectos paradojales. Sobre
todo si este academicismo es el camino único para el desarrollo
de las ciencias sociales y, a la postre, termina alejando a estos
saberes de la problematización y análisis de los asuntos de fondo
en nuestro país. Pienso, en especial, en el presente de la ciencia
política en Chile y su peligrosa estrategia de institucionalización
disciplinar que combina una alta sofisticación metodológica y una
evidente pobreza conceptual. En lo personal, me resulta llamativo
que aquella ciencia política embrionaria de los años 70 y 80 haya
conseguido un alto nivel de influencia en el proceso político y, sin
embargo, en la actualidad esta misma disciplina sea escazamente
consultada para dar respuesta a los desafíos que enfrenta el país
en política pública. Otro tanto ocurre si se observan los procesos
de reclutamiento en el personal gubernamental y se le compara
4
Przeworski, Adam. Qué esperar de la democracia. Límites y posibilidades
del autogobierno. Siglo xxi. 2010. Buenos Aires, p. 27.

17
Marcelo Mella

con los primeros años del retorno a la democracia. ¿Falta de


renovación en el clero disciplinar? ¿Pérdida de propósito de las
ciencias sociales una vez agotada la transición? Lo cierto es que
la reclusión del clero en los claustros universitarios podría ser
disfuncional para el desarrollo de estos saberes y un factor de
desencuentro con los asuntos públicos; todo ello en un momento
en el que las universidades chilenas se encuentran severamente
interrogadas por su misión. La expansión explosiva de los progra-
mas de pregrado en estas áreas del conocimiento no dice mucho
respecto de la institucionalización, profesionalización y calidad
de la contribución de estos saberes.
Sin embargo, nuestras motivaciones mas importantantes
guardan relación con aspectos de contenido en el desarrollo de las
ciencias sociales. Hacia inicios de los '90 Timothy Scully5, Tomás
Moulián6 y Manuel Antonio Garretón7 trataban de comparar los
elementos que diferenciaban el sistema político chileno de pre y
posdictadura. Posiblemente uno de los diagnósticos más compar-
tidos en los años iniciales de la nueva democracia consistió en que
la nueva configuración política, no implicaba, ni total continuidad,
ni total ruptura con el orden precedente y se caracterizaba por un
fenómeno de metamorfoseo de los actores políticos, de sus códigos
de intercambio y de su dimensión aspiracional. Bajo la hipótesis
de la diferenciación del sistema político de pre y posdictadura,
Tomás Moulián, hacia mediados de la década de 1990, elaboró
la noción del «encierro institucional» que intentaba explicar la
reducción de historicidad de la nueva democracia:

En el caso chileno la reproductibilidad (mantención con


pequeños cambios de la política económica del gobierno
militar) necesitaba de esa apariencia que era el consenso.
Esto porque el cálculo político estaba determinado por
las restricciones institucionales existentes, para decidir

5
Scully, Timothy. «La reconstrucción de la política de partidos en Chile». En
Scully, Timothy y Mainwaring, Scott. La construcción de las instituciones
democráticas. cieplan. 1996. Santiago de Chile.
6
Moulián, Tomás. Chile Actual: anatomía de un mito. Lom. 1997. Santiago.
7
Garretón, Manuel Antonio. La redemocratización política en Chile. Transi-
ción, Inauguración y Evolución. Revista Estudios Públicos, No. 42, Otoño
1991, Santiago.

18
Prefacio

cualquier cambio que necesitara legalización. Esa situación


de bloqueo era la resultante del encierro institucional,
de haber negociado la entrada en una jaula de hierro, lo
que restringía absolutamente el campo de la historicidad.
Como no había otra opción que la reproductibilidad era
necesario organizar esa operación de simulación que fue el
consenso. Digo simulación porque la nocion de consenso
estaba destinada a conseguir, por parte de los trabajadores
y de la izquierda, la aceptación de la política de cambios
mínimos como si fueran un sacrificio de la reinauguracion
democrática, como una especie de tributo temporal. Pero
no era así. En el futuro, todo hace presagiar, que tampoco
será posible negociar reestructuraciones de las relaciones
capital-trabajo. Operará la ley de hierro de la disputa por
la competitividad, tal como es interpretada por los empre-
sarios, el nuevo sujeto de la historia.8

De modo tal, este libro se propone dar cuenta de algunos de


estos rasgos diferenciadores de la política chilena que se gestan desde
la transición a la democracia y perduran en algunos casos hasta hoy.
Estas nuevas tendencias observadas en los últimos veinticinco años,
visibilizan la complejidad de la construcción del régimen político y
de sus mecanismos de gestación y mantenimiento.
Nuestro supuesto base es que el régimen autoritario y la
transición fueron, en cierto sentido, gatilladoras de imaginación
política como factor que reorganizó los clivajes históricos y adaptó
a los actores políticos a las nuevas condiciones. Esta mirada per-
mite construir una opinión más comprensiva de la racionalidad
de los actores del período que la típica distinción entre «duros» y
«blandos» dominante en la literatura politológica institucionalista.
En algunos casos, esta imaginación fue el resultado del deseo de
prolongar el orden que creó la dictadura más allá de la vigencia
de su régimen, bajo una creciente presión de la sociedad civil y la
comunidad internacional. En otros casos, la imaginación y la ca-
pacidad de reinvención, se generó como resultado de la necesidad
de huir de la brutalidad de la represión, de organizar la resistencia
o de propiciar las condiciones ideológicas, estratégicas, orgánicas
y culturales para recuperar la democracia. La experiencia del
8
Moulián, Tomás. Op.Cit. pp. 40 y 41.

19
Marcelo Mella

exilio y los vínculos cosmopolitas de sectores de la oposición a


Pinochet también tuvo efectos profundos en los giros adaptati-
vos del pensamiento del Partido Socialista y en las innovaciones
orgánicas y estratégicas desarrolladas por la izquierda reformista
chilena. Entre otros actores, la imaginación política se manifestó
diseñando los caminos para recuperar la democracia sin legitimar
las reglas del juego implantadas por Pinochet. Como se podrá
entender, dependiendo de la situación de cada actor, esta imagi-
nación política poseyó un carácter «fundacional», en otros casos
un carácter «adaptativo» y en otros, la imaginación se manifestó
como puro pensamiento «contraadaptativo». Se podrá observar
en este libro que un propósito del compilador ha sido analizar, en
amplio espectro, los usos políticos del conocimiento, incluyendo en
este análisis a actores ligados al régimen autoritario en su calidad
de instaladores de las directrices del modelo o «guardianes del
orden», posiciones que permiten poner en perspectiva los proce-
sos adaptativos y contraadaptativos en el mundo de la izquierda
durante los años 80.
Carlos Altamirano, a la sazón, uno de los intelectuales que
impulsó la renovación socialista, recuerda de la siguiente manera
su experiencia del exilio y los fundamentos para la adaptación en
la izquierda chilena:

Para nosotros, la crisis comenzó antes de la caída del


Muro de Berlín (lo nuestro fue en 1979), y se materializó
con nuestra mudanza material, geográfica y simbólica desde
el grisáceo Berlín comunista hasta el brillante Berlín social-
demócrata (donde nos protegía Mitterrand) y el laborioso
Rotterdam, socialdemócrata también (donde los holandeses
nos habían instalado un centro de estudios). Tomando
como eje París, por tanto, comencé a ensanchar mi vaga-
bundaje político y mi seguidilla de diálogos reflexivos con
los líderes del mundo moderno».9 (…) Estando todavía en
Alemania, y viendo lo que ocurría allí –y en general detrás
de la Cortina de Hierro– con el comunismo, llegamos al
convencimiento, junto con otros camaradas, de que no era
posible que el Partido Socialista continuara sosteniendo

9
Salazar, Gabriel. Conversaciones con Carlos Altamirano. Random House
Mondadori. Santiago. 2010, p. 408.

20
Prefacio

una alianza única y preferencial con el Partido Comunista


chileno, y que, además, nos definiéramos como partido mar-
xista-leninista. Esa definición nos convertía en un partido
comunista más, lo que borroneaba por completo nuestras
definiciones propias y originarias, con el agregado de que
ella nos amarraba, por un lado, al violentismo implícito
en el concepto (sovietizado) de dictadura del proletariado,
y por otro, el paternalismo político de la Unión Soviética.
El partido socialista –recordemos– había repudiado la
invasión soviética a Hungría, a Checoslovaquia, había
simpatizado con la posición de Tito en Yugoslavia y hasta
con la de Chou En-lai en China (…) ¿Cómo compaginar
esas decisiones espontáneas de nuestra gente con nuestra
creciente dependencia del bloque soviético? (…) Eso dio
lugar a intensas discusiones al interior de nuestro Comité
Central, sobre todo con el grupo encabezado por mi ami-
go Clodomiro Almeyda, un viejo marxista – leninista que
estaba convencido en ese tiempo de que la Unión Sovié-
tica y el movimiento comunista internacional continuaría
avanzando hasta triunfar sobre el capitalismo occidental.
El pilar de apoyo estratégico de la unidad mundial para él,
era la Unión Soviética, más que las fuerzas sociales y popu-
lares de cada país. (…) Para nosotros, en cambio, la forma
dictatorial, visible entonces en todo el mundo comunista,
revelaba que el socialismo real no está transformando en
sustancia la sociedad, sino repitiendo algunos de los peores
vicios políticos del capitalismo occidental, sobre todo en el
tercer mundo, donde abundaban las dictaduras.10

En consecuencia, el nombre de Extraños en la noche para este


libro recoge algo de la metáfora de Catacumbas de Guillermo
O’Donnell11 en el sentido de revelar las precarias condiciones del
trabajo intelectual durante las dictaduras latinoamericanas, en
la clandestinidad y en la resistencia frente a la represión. En este
punto, la paradojal combinación de represión y alta producción de
las ciencias sociales es un rasgo común para Chile y Argentina. Lo
que O’Donnell llamó catacumbas consistió en espacios formales
e informales donde fue posible la producción intelectual; siendo
su expresión más visible, la plataforma de Centros de Estudio con

10
Ibíd., p. 405.
11
O’Donnell, Guillermo. Catacumbas. Prometeo. Buenos Aires. 2008.

21
Marcelo Mella

financiamiento internacional, articulados en redes de cooperación


a lo largo y ancho de América. Los casos más conocidos de esta
red de centros fueron el Wilson Center for Scholars (eua), flacso
(México, Chile y Argentina), cieplan (Chile), ced (Chile), sur
(Chile), cedes (Argentina), clacso (Argentina) y cebrap (Brasil).
Algunos de los «intelectuales-activistas» que pertenecieron a esta
red y que resultaron más influyentes fueron: Manuel Antonio
Garretón, Norbert Lechner, Ángel Flisfisch, José Joaquín Brun-
ner, Eugenio Tironi, Guillermo O’Donnell, Marcelo Cavarozzi,
Óscar Oszlak, Fernando Henrique Cardoso y el español Ludolfo
Paramio, entre otros. Así, la condición de extraños estuvo dada
por el desgarramiento de los roles, vínculos, referentes y discursos
preexistentes entre intelectuales y políticos profesionales, para dar
paso a una política compleja y, en cierto sentido, bastarda, parado-
jal y con lealtades circunscritas a necesidades de la coyuntura. Los
actores, las relaciones y estructuras políticas irremediablemente
dejaron de ser lo que habían sido.
A más de 20 años de recuperada la democracia en Chile,
nuestra sociedad se percibe organizada mediante relaciones
naturalizadas, el cambio estructural es considerado por amplios
sectores como una idea delirante, la política es controlada mono-
pólicamente por la economía y la ciencia política es colonizada
por la ciencia económica, existe una nueva intelectualidad que
no puede o no quiere (o ambas cosas) cuestionar el statu quo.
Pensadores que huyen de cualquier posibilidad de «inflación ideo-
lógica», comprometidos con la sociedad de mercado, «expertos
de palacio» con demasiados intereses creados y espacios institu-
cionales divorciados de los asuntos públicos. La política en Chile
se ha transformado en un campo plagado de extraños con sus
paradojas: rupturas de lugares, roles, valores, relatos y proyectos;
nuevas síntesis ideológicas con pretensiones hegemónicas que han
aniquilado no solo las formas orgánicas de la política partidista,
sino más grave aún, sus referentes de significado y las claves que
hacen posible una representación compartida de la sociedad. Vale
decir, existen extraños, porque hemos dejado de reconocernos en
un solo «juego» a pesar de nuestras convergencias derivadas de
las necesidades de la acción. Lo que confiere su extrañeza a los
22
Prefacio

sujetos, es el lugar de los agentes en el mercado de los intercam-


bios simbólicos (vale decir, su posición), los valores atribuidos a
los intercambios simbólicos (vale decir, los significados sociales)
y la forma de constitución de los proyectos históricos (o sea, las
convergencias y articulaciones hegemónicas).
Por otra parte, a «la noche» del disciplinamiento implemen-
tado por la dictadura sobre políticos e intelectuales provistos de
pensamiento contraadaptativo durante los años 60 y 70 le sigue
la oscuridad derivada de la sobreadaptación concertacionista du-
rante la década de 1990. Sobreadaptación que ha hecho posible, al
fragor de la polémica política, hablar de un «partido transversal».
Hablamos en consecuencia de «la noche» como metáfora en un
doble sentido: por un lado, equivale a la pura represión; por otro,
a la ausencia de alternativas de pensamiento capaces de modelar
las prácticas y darle sentido histórico al proceso político. En ambas
situaciones supone la expansión de la incertidumbre como expe-
riencia vital, la falta de control racional sobre el proceso histórico
y una fuerte tendencia a producir «pensamiento único».
Como se podrá apreciar, en cierto sentido, este libro colectivo
es una expresión de decepción y malestar frente a la democracia
chilena recuperada en 1990. Extensivamente, es parte de una pre-
ocupación más general de la ciencia política sobre los resultados
y el desempeño institucional de las democracias contemporáneas.
Respecto de estos puntos Adam Przeworski sostiene:

El advenimiento de la democracia generó, inevitable


y repetidamente, el desencanto. O’Donnell pintó el verde
prado de la democracia de todos colores, hasta el marrón:
la democracia es compatible con la desigualdad, la irracio-
nalidad, la injusticia, la aplicación particularista de las leyes,
la mentira, la ofuscación, un estilo policial tecnocrático e
incluso una dosis considerable de violencia arbitraria. La
vida cotidiana de la política democrática no es un espec-
táculo que inspire admiración: una serie interminable de
peleas por ambiciones mezquinas, una retórica pensada
para ocultar y mentir, conexiones oscuras entre el poder y
el dinero, leyes que ni siquiera aspiran a la justicia, políticas
que refuerzan el privilegio. No es ninguna sorpresa, por lo
tanto, que después de seguir la liberalización, la transición

23
Marcelo Mella

y la consolidación, hayamos descubierto que hay algo que


mejorar: la democracia.12

Pero, por sobre todo lo anterior, este libro constituye una ma-
nifestación de esperanza y no disimula su pretensión fundacional.
A la tarea de analizar significados, posiciones y articulaciones se
agrega el propósito de constituir un primer esfuerzo por analizar
colectiva e interdisciplinariamente el problema de la transición
y la democracia chilena posterior a partir de sus fundamentos
intelectuales. Constituye un propósito deliberado reunir a histo-
riadores, economistas y cientistas políticos en torno a una temática
común, a saber: el papel de los intelectuales y los usos políticos
del conocimiento en la transición desde el régimen autoritario
hasta fines de los gobiernos concertacionistas. Suponemos que la
complejidad y extensión del tema justifica la convergencia inter-
disciplinar, pero además, sostenemos que a través de este esfuerzo
contribuiremos a desarrollar una historia politizada y con mayor
interés por la genética institucional. Asimismo, creemos que la
reunión de especialistas de diferentes orígenes disciplinarios per-
mitirá sentar los cimientos de una ciencia política con una fuerte
base histórica y perspectiva de largo plazo. La convergencia de una
historia politizada y una ciencia política historizada esperamos
catalice nuevas formas de hacer estudios políticos apoyados en una
perspectiva, a la vez, crítica e institucional y con alto compromiso
con los asuntos públicos.
Hemos organizado este trabajo en cuatro secciones, partiendo
por una primera con interés metodológico para continuar con
la revisión de tres posiciones que, a nuestro parecer, definen la
producción de conocimiento de las ciencias sociales y sus usos
políticos en Chile en el período 1980 a 2010. Nuestro criterio ha
sido agrupar los artículos (para el caso de las tres últimas seccio-
nes) de acuerdo al grado de performatividad (capacidad de las
ideas de influir sobre las prácticas) de los procesos de producción
de conocimiento en cada caso, siguiendo una escala de mayor a
menor performatividad. Para el presente estudio, consideramos
como un primer uso político del conocimiento, la producción
12
Przeworski, Adam. Óp. cit., pp. 27 y 28.

24
Prefacio

intelectual de actores ligados con la implantación de un nuevo


orden político, económico y social en Chile durante la dictadura
de Pinochet. Se trata de aquellos actores que le confieren al ré-
gimen autoritario su carácter fundacional. Un segundo uso polí-
tico del conocimiento estaría representado por el trabajo de los
intelectuales que consiguen el desplazamiento convergente hacia
posiciones reformistas, tanto de la Democracia Cristiana, como
de la izquierda chilena definida como marxista-leninista durante
los años 60 y 70. La tercera posición que define un uso político y
performativo del conocimiento en las últimas décadas, concierne
a la producción de pensamiento de actores de izquierda que se
plantean en una lógica contraadaptativa frente al proceso de con-
vergencia que hace posible la transición chilena. El estudio de estas
tres subjetividades, ciertamente, constituye una simplificación de
la diversidad y riqueza de la reflexión político-intelectual en Chile
en el período 1980 a 2010, sin embargo, nos parece que permite,
al menos, iniciar el camino para una reconstrucción de las bases
conceptuales o ideológicas del «modelo chileno».
En concordancia con lo anterior, la primera parte de este
libro, primordialmente metodológica, entrega elementos para la
definición de nuevos programas de investigación vinculados al
tema que nos ocupa. El trabajo de Alfredo Joignant, reconstruye
el estado del arte para el estudio de las élites, proponiendo un
abordaje interdisciplinario y centrado en lo que llama –siguiendo
la tradición académica francesa– «ciencias del gobierno». Por su
parte, Alfonso Dingemans analiza los niveles de dogmatismo y
pragmatismo en las políticas públicas durante el período 1990 a
2010. A juicio de este autor, las políticas públicas en los gobiernos
de la Concertación se habrían caracterizado por altos niveles de
dogmatismo, entendido como «rigidez teórica o ideológica» en
las fases de evaluación e introducción de ajustes.
La segunda parte, muestra algunas claves de actores estraté-
gicos que resultaron decisivos durante la transición en la tarea
de imponer nuevas reglas del juego y producir acatamiento en
torno a ellas. Se trata, en este caso, de los actores que cumplen un
papel fundacional o contralor frente al modelo político chileno.
El artículo de Pablo Rubio explora el aporte intelectual de Jaime
25
Marcelo Mella

Guzmán en el diseño de la transición chilena, destacándose su


gradual aceptación de la democracia y su desplazamiento hacia un
pensamiento de corte pragmático. En el estudio de Rolando Álva-
rez se analiza el rol jugado por el gran empresariado en el retorno
a la democracia y durante los primeros gobiernos de la Concerta-
ción. Este autor se centra en tres aspectos que definen el carácter
del empresariado chileno entre 1990 y 2000: la descripción de su
estructura y composición, el análisis de sus imaginarios políticos
y su posicionamiento como actor institucional; aspectos tales que
inhabilitan el concepto de «poder fáctico» asociado usualmente
al estudio de la función política de las élites económicas.
Luego, en la tercera sección del libro, se analizan, desde di-
ferentes ángulos, las condiciones históricas e institucionales para
el surgimiento y la evolución del pensamiento concertacionista.
El principal rasgo de este pensamiento que se encuentra en los
orígenes de la oposición reformista a la dictadura consiste en
su lógica adaptativa. El artículo de Marcelo Mella analiza las
claves del pensamiento concertacionista en su matriz original
identificando como rasgos centrales de este: la revalorización de
la democracia como objetivo de la acción política, las argumen-
taciones estratégicas a favor de la convergencia y la concertación
social, los diseños para constituir un «bloque por los cambios» y
la elección de estrategias para búsqueda de un apoyo mayoritario
para el proyecto de la oposición reformista. El trabajo de Cristina
Moyano referido a la producción de los intelectuales mapu en
SUR (integrado por intelectuales del mapu Garretón) y flacso
(integrado por intelectuales del mapu Obrero Campesino) cuyos
ejes temáticos se concentraron en analizar los efectos del golpe
de Estado, las transformaciones socio-políticas generadas por la
dictadura, así como las opciones para la transición a la democracia.
Por su parte, el trabajo de Bernardo Navarrete y Giovanna Gómez,
aborda la evolución de los Centros de Pensamiento ligados a la
Democracia Cristiana, concentrándose sobre todo en tres organi-
zaciones; Corporación de Promoción Universitaria (cpu), Instituto
Chileno de Estudios Humanísticos (ichei), Centro de Estudios
para el Desarrollo (ced) y Corporación Ambiental Sur (cas).

26
Prefacio

Finalmente, en la cuarta parte del libro se abordarán algunas


claves del pensamiento contraadaptativo elaborado por aquella
parte de la izquierda chilena que durante el régimen autoritario
adhirió a las tesis insurreccionales o a formas alternativas de
politización y lucha social. El artículo de Augusto Samaniego
reconstruye el debate político-estratégico del Partido Comunista
en la coyuntura del plebiscito de 1988, proyectando las lecciones
de aquella coyuntura a los desafíos del momento actual. El artí-
culo que cierra este volumen corresponde a Mario Garcés, quien
examina el origen, el campo de acción y los contenidos elaborados
por la ong Educación y Comunicaciones (eco), organización
orientada a potenciar procesos de rearticulación política en el
movimiento popular chileno a comienzos de la década de 1980.
Como ocurre habitualmente, este libro solo es una expresión
acotada de un deseo más amplio del compilador orientado a
pensar con autonomía y compromiso el carácter de nuestra po-
lítica, los fundamentos del orden social y la función de nuestros
campos de estudio disciplinares. En este plano debo agradecer
al Departamento de Historia de la Universidad de Santiago por
permitirme trabajar en este tema con libertad y siempre en un
ambiente de camaradería y colaboración académica. También
agradezco el apoyo de la Vicerrectoría de Investigación de la
misma Universidad por hacer posible la reunión de académicos
contenida en este libro en relación a asuntos de importancia para
el futuro desarrollo de la historia, la ciencia política y las ciencias
sociales de nuestro país en general. Mis agradecimientos a Enrique
Correa, Ángel Flisfisch y a Edgardo Boeninger (q.e.p.d.) por su
gentileza y apertura al brindarme tiempo para aclarar mis dudas
en varias entrevistas que serán explotadas plenamente en próximos
trabajos. En el mismo plano, quiero destacar la colaboración de
los profesores argentinos Óscar Oszlack y Guillermo O’Donnell
por permitirme a través de generosas conversaciones en Buenos
Aires una mejor compresión acerca del rol de los intelectuales en
los procesos transicionales latinoamericanos. En ningún caso, este
libro logra utilizar toda la información generada durante estos
tres años de investigación, sin embargo, nos parece que constitu-
ye una aproximación inicial oportuna y necesaria al tema de la
27
Marcelo Mella

construcción intelectual del sistema político y los usos políticos


del conocimiento en Chile contemporáneo. A Alfredo Joignant le
agradezco su permanente interés por mi trabajo y su disposición
para permitirme participar como investigador asociado en el
proyecto pics «Étatisation et professionnalisation du politique
en France et au Chili, XIXème et XXème siècles». Mi aprecio a
los colegas que acogieron el llamado para participar en este libro
coral sin más guión previo que analizar las raíces conceptuales o
intelectuales de nuestro sistema político con apertura y construir
puentes para el diálogo entre disciplinas y enfoques diversos. A
mi amigo y colega Alejandro Olivares por su dedicación para leer
y releer este material y hacerme llegar siempre valiosas sugeren-
cias. Agradezco también a mis ayudantes Loreto Massicot, Grey
Parraguez, Cristián Piña, Gonzalo Parra, Valeria Castillo, Javiera
Avello y Camila Berríos, quienes participaron en la fase inicial
de mi proyecto sobre la contribución de los Centros Académicos
Independientes en la transición chilena. A mis estudiantes del curso
de Ciencia Política que imparto todos los años en la Universidad
de Santiago de Chile para las carreras de Historia y Estudios In-
ternacionales por mostrar aprecio y lucidez frente a estos temas
que se han convertido con el tiempo también en mis obsesiones.
Finalmente, en forma especial, quiero hacer llegar toda mi grati-
tud y cariño a mi familia; a mi mujer Cecilia y a mis hijos Sofía,
Diego y Camila, por aquellos días robados, por su alegría a toda
prueba y por su tolerancia infinita.

M. M.

Pichilemu, enero de 2011.

28
I. Para un programa de
investigación
El estudio de las élites: un estado del arte

El estudio de las élites:


un estado del arte

Alfredo Joignant Rondón


Escuela de Ciencia Política
Universidad Diego Portales

1. Introducción
¿Quiénes nos gobiernan? Con esta simple pregunta podría resu-
mirse el principal argumento de las investigaciones fundadoras
de este campo de estudio, a fines del siglo xix y comienzos del xx.
Es Pareto (1991 [1901]) quien consagra el uso sistemático de la
noción de «élite», compuesta por individuos excepcionales cuyo
análisis se logra a partir de algo parecido a una sociología de las
aptitudes, lo que equivale a señalar que se trata de un grupo for-
mado por los miembros superiores de una sociedad. Es en virtud
de este trasfondo de cualidades que tiene lugar la «circulación
de las élites», la que según Pareto permite que individuos prove-
nientes de las capas inferiores asciendan. El enfoque de Mosca
(1939 [1896]) es diferente, en cuanto este autor asimila la élite a
una auténtica clase social dominante, cerrada gracias a su modo
de estructuración, lo que no significa que sea un grupo homogé-
neo y definitivamente unificado, al constar de un núcleo interno
que se expresa en el liderazgo de unos pocos. En cualquier caso,
Pareto y Mosca, a quienes cabe sumar a Michels (1971 [1911]) y
su célebre «ley de hierro de la oligarquía», se encontraron en el
origen de la escuela elitista italiana.

31
Alfredo Joignant Rondón

Tras estos tres tempranos e influyentes trabajos, la literatura


se dividió entre los autores que enfatizaban la unidad de la élite
en el poder (por ejemplo con Wright Mills, 1956), y aquellos que
evidenciaban a escala local su diversidad, como por ejemplo con
el análisis histórico de Dahl (1961) de los grupos dirigentes de la
ciudad de New Haven. Era el nacimiento de la duradera rivalidad
de dos tradiciones de estudio: las escuelas unitaria y pluralista.
Desde entonces, la literatura científica se ha interesado de di-
versos modos en las «élites», ensayando distintas denominaciones
(«clase política», «clase dirigente», «tecnocracia», «burocracia
política», etc.). Desde los estudios empíricos sobre el personal
gubernamental, hasta la investigación acerca de grupos dirigentes
específicos (empresarios, militares, dirigentes partidarios, etc.) y de
las redes que estos componen, pasando por una reflexión sobre las
formas de experticia (Lascoumes, 2002; Nowotny, 2000; Collins
y Evans, 2002; Turner, 2001) de grupos particulares de individuos
que reivindican conocimientos escasos y valorados (científicos,
profesiones particulares, etc.), la investigación muestra cómo los
recursos de estos grupos les permite incidir decisivamente sobre
las instituciones públicas o privadas, y, en primer lugar, sobre la
conducción de los Estados o de sus políticas.
En Chile, la escasa literatura disponible sobre las élites ha sido
el fruto de los historiadores, esencialmente mediante el empleo de
metodologías biográficas y prosopográficas (destinadas a construir
biografías «estructurales» o «colectivas» de grupos específicos:
Levi, 1989; Daviet-Vincent, 2004; Dézalay y Garth, 2006, p. 312)
a propósito de individuos notables (De Ramón, 1999); sobre el
empresariado católico (Thumala, 2008); y más recientemente de
historiadores y cientistas políticos interesados en caracterizar el
personal político y parlamentario (Gazmuri, 2001; Joignant y
Navia, 2003 y 2007; Cordero, 2005).
La literatura internacional más interesante e influyente sobre
élites de los últimos 20 años se ha concentrado en cuatro grandes
tópicos, algunos de los cuales han sido parcialmente abordados en

32
El estudio de las élites: un estado del arte

Chile, o tomando a determinados grupos elitarios chilenos como


objeto de estudio.

2. Los estudios empíricos sobre élites


gubernamentales
Un primer conjunto de estudios, liderado por sociólogos, es aquel
que se aboca a poner en evidencia las determinaciones sociales que
operan sobre las élites gubernamentales, lo que explica la necesidad
de recopilar la mayor información posible sobre los orígenes sociales,
educativos, la posición social, los capitales, las trayectorias políticas y
profesionales, así como acerca de las «afinidades electivas» (Weber)
que prevalecen entre los individuos. Tras la duradera influencia de
Pierre Bourdieu (1979, 1980 y 1989), son numerosos los estudios
franceses longitudinales que ensayan esta estrategia de investigación
(Gaxie, 1983; Mathiot y Sawicki, 1999a y 1999b), bajo el supuesto
que la hipotética homogeneidad social de los miembros de la élite
gubernamental explica –más allá de las divergencias políticas– las
«afinidades ideológicas», las «convergencias programáticas» y «los
límites de las rivalidades internas» (Gaxie, 1983, p. 456), en virtud
de una «mano invisible de la competencia política» (Gaxie, 1983,
p. 445). Refiriéndose al destino gubernamental de muchos de los
alumnos que salieron de la École nationale d’administration (ena)
y del Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po), Garrigou
(2001, p. 77) señala en el mismo orden de ideas:

La parte muy importante de alumnos provenientes de


las clases superiores confirma que no son competencias
especializadas las que se adquieren mediante el aprendizaje
escolar, sino más bien títulos de legitimidad, un diploma y
un concurso parcialmente ganado con cualidades de vir-
tuosismo social. El capital (escolar) va al capital (social), y
las especies de capital se confirman recíprocamente.

En una parecida línea de investigación se inserta el importante


enfoque metodológico de Kadushin (1995) a propósito de la élite
financiera francesa, quien aboga por explicaciones más «estruc-

33
Alfredo Joignant Rondón

turales» que «individualistas» (p. 205), a partir de un análisis de


«la amistad, la parentela y otros círculos sociales equivalentes» en
donde se tejen las redes de confianza (p. 219). Al final del camino,
Kadushin logra identificar, a partir de una muestra de entrevistas
a 67 personas, el «núcleo interno elitario» (inner circle) de esta
élite (p. 204), esto es el pequeño grupo de personas en el que se
concentran todas las miradas y el poder financiero.
Muy distinta es la estrategia de investigación dominante en
la ciencia política anglosajona, más interesada por comprender la
relación entre tipos de élites («pluralistas», «totalitarias o ideoló-
gicamente unificadas» y «divididas») y estabilidad política (Higley
y Burton, 1989; Higley y Pakulski, 2000; Suleiman y Mendras,
1995; Xiao, 2003), concluyendo a partir de un enfoque comparado
de las élites transicionales en los países de Europa del Este que
«la condición sine qua non de un régimen democrático sólido» es
la «unidad en la diversidad» de sus cúpulas gobernantes (Higley
y Pakulski, 2000, p. 657). Los autores sustentan esta conclusión
analizando tanto los modos de competencia entre las élites como
las formas de circulación de las mismas, sin que sea necesario
disponer de información acerca de las características sociales de
sus miembros, dado que el énfasis recae en los intereses en disputa,
en los «juegos de poder» entre los diversos actores elitarios y en
la estabilidad de las instituciones gubernamentales.
Finalmente, cabe destacar dos levantamientos de la literatura
sobre este tema con especial énfasis en las diferencias que separan
la investigación francesa de la norteamericana (Genieys, 2005 y
2006), así como los estudios descriptivos del comportamiento
tolerante o intolerante de élites parlamentarias (Sullivan, Walsh
et ál., 1993), o autoritario de las élites gubernamentales, empre-
sariales y de los medios de comunicación en países específicos,
incluyendo a Chile (Stevens, Bishin y Barr, 2006).

3. Los economistas: de la consejería del príncipe


a la condición gubernamental hegemónica
Existe una importante literatura, monográfica y comparada,
que destaca el papel protagónico que han terminado por des-
34
El estudio de las élites: un estado del arte

empeñar los economistas en la conducción gubernamental de


los países. Para esta literatura, la explicación no reside tanto en
la eficacia intrínseca de las ideas económicas pro mercado y de
las consiguientes razones de economía política (para una expli-
cación de este tipo respecto de las reformas en América Latina,
ver Rodrik, 1996; según Denord, 2002, p. 9, el éxito de las ideas
neoliberales «no debe mucho a la sola fuerza de las ideas puras»;
para un análisis de los determinantes institucionales, ver Biglaiser
y Brown, 2005), sino más bien en un patrón general que conduce
a los economistas a transitar desde las funciones de consejería del
príncipe al desempeño en posiciones centrales del poder guberna-
mental. Naturalmente, no todos los países exhiben una idéntica
hegemonía de los economistas en el poder, diferencias que se ex-
plican por el peso de las historias nacionales, la robustez de otras
profesiones rivales (los juristas por ejemplo) y la profundidad de
las conexiones con los pares que cultivan la economía matemática
que triunfa en los Estados Unidos (Dézalay y Garth, 2002; para
un análisis de la difícil penetración de los economistas y del neo-
liberalismo en Filipinas, India, Corea e Indonesia, ver Dézalay y
Garth, 2006; y sobre el contraste con el papel desempeñado por
los juristas en Filipinas e Indonesia, ver Dézalay y Garth, 2008;
para una crítica clásica de la retórica económica desde la propia
disciplina, McCloskey, 1983).
Chile se transformó tempranamente en un caso de estudio,
dada la documentada importancia que desempeñaron los espe-
cialistas en las modernizaciones emprendidas bajo la dictadura
de Pinochet, todos ellos formados en las principales universidades
norteamericanas. A este respecto, destaca el trabajo de Valdés
(1995) sobre los Chicago Boys, así como los de Silva (1991),
Biglaiser (2002), Aslanbeigui y Montecinos (1998) y Fourcade-
Gourinchas y Babb (2002), quienes se interesan en los modos de
adquisición de una «jurisdicción intelectual» (Markoff y Monteci-
nos, 1993, p. 58), en las políticas de becas y en el apoyo otorgado
por fundaciones y universidades estadounidenses (Aslanbeigui y
Montecinos, 1998; Huneeus, 2000, quien prefiere hablar de «Ode-
plan Boys», destacando la comunidad formativa y de experiencias

35
Alfredo Joignant Rondón

políticas entre gremialistas y equipo económico; Biglaiser, 2002;


para una comparación con el caso brasileño, García, 2005). El
interés de esta literatura es aún mayor cuando el papel de estos
expertos latinoamericanos y chilenos es abordado en términos
históricos, una tarea que es emprendida por Montecinos y Markoff
(2001) desde la década del 30 hasta la del 2000, pasando por el
período de apogeo del pensamiento cepaliano, quienes muestran
el «rol radicalmente cambiante de los economistas profesionales»
a lo largo de 70 años: «mientras la crisis de los 30 remodeló la
economía, la profesión económica remodeló la crisis de los 80»
(p. 106), al punto de transformarse en «jugadores centrales»,
mucho «más integrados a la élite política que sus predecesores»
(p. 137). Al final del camino, estos se transforman en «mánagers
de la incertidumbre» (Markoff y Montecinos, 1993, p. 55), esto
es una cualidad profesional avalada por credenciales de prestigio
y que participa del ascenso de la profesión hasta las posiciones
más encumbradas del Estado y el Gobierno.

4. Los technopols, la tecnocracia, las comunidades


disciplinarias y los modos de circulación de las
ideas dominantes
Es precisamente el análisis de la integración política de los
economistas y, junto a ellos, de otros cientistas sociales, a lo
que se aboca la literatura consagrada a un estamento específico
de agentes: los denominados «technopols» (Williamson, 1994;
Domínguez, 1997), un grupo de actores muy distinto a lo que se
suele entender por «tecnocracia». Mientras esta última puede ser
definida como «la dominación administrativa y política de una
sociedad por una élite estatal e instituciones aliadas que buscan
imponer un único y exclusivo paradigma de política basado en la
aplicación de técnicas instrumentalmente racionales» (Centeno,
1993, p. 314; ver también Silva, 1997; para un análisis histórico
de la tecnocracia en Chile, Silva, 2006), en virtud de una «ideo-
logía del método» (Centeno, 1993, p. 312), los technopols cons-
tituyen una variante de la «tecnocracia». En este caso, se trata de

36
El estudio de las élites: un estado del arte

individuos que, además de esgrimir credenciales que certifican la


adquisición de saberes disciplinarios escasos en universidades de
prestigio mundial (especialmente en Estados Unidos, en su gran
mayoría de la Ivy League), poseen una importante influencia en
la vida política y partidaria de sus países, antes de desempeñar-
se en funciones ministeriales, y a fortiori presidenciales (para
un análisis de la génesis de este grupo de agentes en Chile, ver
Puryear, 1994; Mella, 2008; Brunner, 1985; para un examen de
las relaciones entre technopols e «instituciones cognitivas» en
Chile, Perú y Uruguay, ver Santiso y Whitehead, 2006). Así, «los
technopols temen mucho menos a la política», ya que para ellos
«una política racional no es solo técnicamente correcta, sino tam-
bién políticamente duradera» (Domínguez, 1997, p. 7). Cuatro
ejemplos clásicos de technopols que fueron analizados en el trabajo
dirigido por Domínguez (1997) son Pedro Aspe (México), Fernan-
do Henrique Cardoso (Brasil), Domingo Cavallo (Argentina) y
Alejandro Foxley (Chile), tres de ellos ministros y uno Presidente
de la República, «quienes ganaron poder gracias a su asociación
con partidos políticos» (p. 29). Según Montecinos (2001, p. 188),
el grupo chileno de technopols habría sido capaz de «eclipsar a los
políticos tradicionales que no parecían preparados para enfrentar
los desafíos de una nueva era».
No muy distinto es el enfoque de Hira (2007), quien examina
el equipamiento educativo de los gobernantes de varios países del
mundo entre 1960 y 2005, concluyendo que «en el mundo en
desarrollo ha habido una notable elevación de la economía como
background para los líderes en América Latina, África y Asia» (p.
326), aun cuando su desempeño –mirado desde los «resultados
económicos»– es sumamente desigual. Sin embargo, la literatura
muestra que los technopols pueden también provenir de otras
disciplinas (sociología, derecho y ciencia política), además de una
parte del propio mundo político que, si bien carece de credenciales
académicas, logró familiarizarse con los principales debates cien-
tíficos, con lo cual terminaban compartiendo «el mismo universo
mental» (Montecinos y Markoff, 2001, p. 138; Garth y Dézalay,
2002; Joignant, 2005).

37
Alfredo Joignant Rondón

Como se puede apreciar, la literatura tanto sobre élites como


aquella referida a los technopols se centra en las modalidades de
adquisición de conocimientos escasos y de sus usos políticos, lo
que constituye a los individuos, en su relación con la ideas, en la
principal unidad de análisis. Es así como Dézalay (1995) se intere-
só en «el rol de las profesiones en las estrategias de reproducción
de las élites», y en el impacto de la «apertura de las fronteras» en
la «reconversión de las élites nacionales en élite transnacional»
(p. 336), un programa de investigación que presupone privilegiar
a los individuos de tal o cual profesión en unidad principal de
análisis (para una crítica al carácter excesivamente caricatural de la
globalización y de las élites transnacionales «americanizadas» por
Bourdieu, ver Friedman, 2000). Prosiguiendo con dicho programa,
Dézalay y Garth (2001) se interrogan sobre las modalidades de
importación de las ideas solicitando la función de intermediación
desempeñada por un cierto tipo de agente, el que será denominado
«élite compradora»: al igual que «los indígenas que servían de
intermediarios a los comerciantes coloniales», «los herederos de
los notables locales, formados en las escuelas de derecho europeas,
desempeñaron un rol similar en el plano político, tanto en Asia
como en América Latina» (p. 70), y tras ellos los economistas
locales que transitaron por las principales universidades estado-
unidenses (para un análisis de las «estrategias de doble juego»,
de naturaleza «cosmopolita», que permiten conciliar el interés
nacional reivindicando «valores universales», Dézalay, 2004, p. 7).
Sin embargo, no es posible descuidar el papel de las ideas
en la trayectoria que conduce a sus portadores a desempeñarse
duraderamente como élites. En tal sentido, no es una casualidad
si las transformaciones de la economía que fueron provocadas
por la Segunda Guerra Mundial permitieron la creación de «he-
rramientas económicas mayores», como por ejemplo «el análisis
input-output de Leontieff, la programación lineal, la teoría de
juegos de von Neuman, los sistemas de contabilidad nacional»
(Steiner, 2001, p. 455, nota 11), en el sentido que este instrumental
constituyó el material sobre el cual se articuló un nuevo pensa-
miento económico, y tras él, una nueva generación de economistas

38
El estudio de las élites: un estado del arte

con importantes ramificaciones en los países periféricos. Esto


obliga a tomar en serio la pregunta acerca del rol de las ideas en
la fabricación de políticas, y por tanto respecto de sus modos de
producción, difusión y circulación.
Es a esto que se aboca la revisión de la literatura emprendida
por Dobbin, Simmons y Garrett (2007), quienes abordan las cuatro
«teorías rivales de la difusión» (p. 450), y sobre todo por Campbell
(2002), quien detecta varios problemas en la investigación cientí-
fica. Uno de ellos nos interesa principalmente: ¿en qué consisten
«los mecanismos causales mediante los cuales diferentes tipos de
ideas afectan el policy making» (p. 30), y por tanto sus cultores?
El autor identifica dos pistas: la primera, escasamente estudiada,
es la de los «canales informales», mientras que la segunda, vas-
tamente explorada, es la de las «comunidades epistémicas» (p.
30) y sus conexiones con el espacio gubernamental productor de
políticas públicas. Según Campbell, la pista de investigación más
prometedora y fructífera es comprender «cómo las ideas y los
intereses interactúan» (p. 33), con lo cual lo que se afirma es que
las ideas importan poco si estas no se concilian o armonizan con
los intereses no solo de quienes las promueven, sino también de
quienes las transforman en políticas.
El estudio de las «comunidades epistémicas», así como la de-
nominación, fueron popularizadas por Haas (1992), un autor que
las define como «una red de profesionales de reconocida experticia
y competencia en un ámbito particular», quienes reivindican la
autoridad de un «conocimiento relevante de política al interior
de aquel ámbito o área temática», a partir de una «creencia o fe
compartida en la verdad y aplicabilidad de formas particulares
de conocimiento o de verdades específicas» (p. 3, nota 4). Así
entendidas, las comunidades epistémicas deben ser diferenciadas
de las profesiones. A modo de ejemplo, «mientras los economistas
como conjunto constituyen una profesión, los miembros de un
subgrupo particular de economistas», pongamos por caso los ke-
ynesianos, «pueden constituir una comunidad epistémica» (p. 19).
La relación de estas comunidades con el policy making se origina
en que las «creencias causales» de sus miembros derivan de «su
análisis de las prácticas», contribuyen a ilustrar lo que constituyen
39
Alfredo Joignant Rondón

problemas, y que «sirven entonces como base para dilucidar los


múltiples vínculos entre acciones posibles de política y resultados
deseados» (p. 3). Lo esencial de este enfoque es que se centra en el
«proceso a través del cual el consenso es alcanzado al interior de
un ámbito dado de experticia, y a través del cual el conocimiento
consensual es difundido y transportado por otros actores», con
lo que la principal preocupación se refiere a «la influencia política
que una comunidad epistémica puede tener en el policy making
colectivo, más que en el carácter correcto del consejo otorgado»
(p. 23). Así, la condición para la influencia política reside en la
«lealtad epistémica» (Maranta et ál., 2003, p. 162) al interior de
la comunidad, para desde allí colonizar agencias centrales del
Gobierno. Según Haas (1992), se trata por lo general de un grupo
«relativamente pequeño» de personas, en donde lo importante
es «la infiltración política de una comunidad epistémica en las
instituciones de Gobierno» (p. 27).
La explicación del éxito de las ideas y de los paradigmas
así difundidos no reside tanto en sus características racionales
intrínsecas, sino más bien en su función de «mapas de ruta» que
terminan haciendo sentido entre los policy makers. Es por esta
razón que, «lejos de ser puramente cognitivos, los paradigmas son
inherentemente normativos y programáticos» (Beland, 2005, p. 8).
Si bien la literatura suele privilegiar a los paradigmas económicos
como ejemplos evidentes de cómo estos circulan e ingresan al
espacio del Gobierno, el rol político de las ideas dista mucho de
circunscribirse a la economía. En efecto, no es el fruto del azar si
la «transitología», entendida como cuerpo coherente de investi-
gaciones sobre las transiciones a la democracia por parte de cien-
tistas políticos y sociólogos norteamericanos y latinoamericanos
a partir de metodologías comparadas y cada vez más inspiradas
en el rational choice y la teoría de juegos (O’Donnell y Schmitter,
1988; Przeworski, 1991), constituyó el equipamiento intelectual
que sería posteriormente empleado por los technopols en la re-
gión, y sobre todo en Chile (Joignant, 2005): así, la transitología
devino en «una ciencia de las cosas por venir y de los cambios
inminentes (…), transformándose en una empresa de predicción
del futuro político» (Santiso, 1996, p. 48). Este ejemplo, al igual
40
El estudio de las élites: un estado del arte

que el de las ideas jurídicas y económicas, permite entonces asentar


la hipótesis de ideas científicas que participan de la emergencia
de nuevas élites gubernamentales, a partir de usos políticos del
conocimiento cuya función de legitimación de sus cultores parece
indesmentible.

5. Los usos gubernamentales del conocimiento:


el programa de las «ciencias del gobierno»
Tras el estudio de los modos de difusión y circulación de las
ideas y su contribución a la emergencia de nuevas clases de élites
gubernamentales, incidiendo directa o indirectamente en los policy
makers, un nuevo programa de investigación comienza a aparecer
en la década del 2000: el de las «ciencias del gobierno». Lejos de
tratarse de una corriente homogénea y unificada, a lo que se alude
mediante este programa es a un conjunto de trabajos –de mayoría
franceses– que se interesan en dar cuenta muy en concreto de los
usos políticos y gubernamentales de las ideas.
En tal sentido, se trata de un programa que no solo se com-
promete en la génesis de las ideas, sino también en sus usos, en el
«cruce de la historia y de la filosofía de las ciencias», a partir de
un enfoque «resueltamente empirista que apunta a aprehender no
solo matrices cognitivas, sino más bien ‘ideas en acción’, vale decir
dispositivos prácticos y usos concretos» (Ihl et ál., 2003, p. 12).
Para tal efecto, se privilegia el estudio de los «posibles laborato-
rios» de estas ideas en acción, en donde no solo se desempeñan los
sabios y eruditos: estos laboratorios deben ser entendidos como
«lugares y objetos intermedios en donde se entremezclan saber y
poder, científicos (savants) y gobernantes» (Payre y Vanneuville,
2003, p. 198), vale decir espacios híbridos en donde el conocimien-
to no solo se emplea para comprender la realidad, sino también
para actuar sobre ella y gobernar en consecuencia. Para graficar el
argumento, vale la pena detenerse en cómo una pregunta teórica
(por ejemplo de la «transitología»), se transforma en una pregunta
de corte práctico: mientras que la primera se interroga acerca de
«las condiciones bajo las cuales los regímenes son susceptibles de
tornarse más o menos vulnerables ante los desafíos provenientes
41
Alfredo Joignant Rondón

de grupos políticos rivales», la segunda indaga sobre «la proba-


bilidad que el régimen político titular (incumbent) en un país X
se derrumbe» (Druckman, 2000, p. 1568). Otro ejemplo es el uso
gubernamental del New Public Management (Suleiman, 2003).
De lo anterior se puede inferir un «análisis cognitivo de las
políticas públicas», en donde lo esencial reside en los «juegos de
actores» de la más diversa índole, quienes participan colectiva
y competitivamente en «la construcción de marcos cognitivos y
normativos» de la acción pública (Muller, 2005, p. 155). De esta
construcción colectiva, de carácter «circular» –en tanto es «al
mismo tiempo producida por actores y se impone a ellos como
un marco de interpretación del mundo» (p. 161)–, surgirán deter-
minadas ideas dominantes, lo que Muller llama «referenciales».
Lejos de ser únicamente ideas basadas en razones, algunos refe-
renciales triunfan sobre otros en virtud de la confrontación entre
intereses, caso típico de una «situación de hiperelección», esto es
de una «elección entre opciones que no remiten al mismo espacio
de sentido»: por ejemplo, «¿hay que prohibir la publicidad del
vino en nombre de imperativos de lucha contra el alcoholismo,
o autorizarla en nombre de la preservación del empleo y del pa-
trimonio económico rural?» (p. 162). Es inútil señalar que para
ambas alternativas existen buenas razones, siempre sustentadas
en juicios de expertos. Siendo así, «el campo político es entonces
el único lugar en donde se realiza esta operación de ‘elección
imposible’» (p. 162), un lugar en donde se confrontan intereses
a partir de ideas, lo que significa que «las ideas no existen sin
los intereses (los referenciales expresan la visión del mundo de
los grupos dominantes), del mismo modo que los intereses solo
existen en tanto se expresan a través de matrices cognitivas y
normativas que explican el mundo y dicen cómo este debe ser»
(p. 170). Es de este modo, por consiguiente, que las ideas van a
incidir en los policy makers, y que «ciertas soluciones van a im-
ponerse a través del proceso de policy making» (p. 169), ya sea
mediante funciones de experticia, o a través de «mediadores» (p.
183), y en todos los casos en virtud de usos gubernamentales de
las ideas o de la ciencia.

42
El estudio de las élites: un estado del arte

Así, las ideas que son objeto de usos gubernamentales son de


la más diversa índole: «finanzas públicas, derecho parlamentario,
cartografía, técnicas comerciales, legislación comparada», vale
decir «las primeras ‘ciencias’ de la acción gubernamental que
los siglos xix y xx van a profundizar y especializar poniéndolas
al servicio de la burocracia de Estado» (Ihl et ál., 2003, p. 15).
Pero también la psiquiatría para tratar las neurosis de guerra en
Alemania tras la Primera Guerra Mundial (Kaufmann, 1999), la
geografía y la cartografía en tanto saberes que participan de la
construcción del Estado (Neocleous, 2003), entre tantas otras
formas de conocimiento.
Lo relevante de este programa de investigación científica es
que las élites dejan de ser consideradas como grupos de agentes
vírgenes de todo contacto con las ideas.

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48
La resiliencia del piloto automático.
Dogmatismo y pragmatismo en los fundamentos
teóricos de las políticas públicas en chile,
1990-2010

Alfonso Dingemans
Instituto de Estudios Avanzados
Universidad de Santiago de Chile

Introducción
Las políticas públicas son las herramientas que se proponen para
sortear problemas concretos que enfrentan Gobiernos y entes del
sector sin fines de lucro (Ellwood y Smolensky, 2001, p. 12563).
En ese sentido, el ciclo de las políticas públicas consiste en (1) el
diseño de una política (a menudo inspirado por un modelo teó-
rico o una ideología), (2) la implementación de una política (la
puesta en práctica), (3) la evaluación de aquella política (puesto
que los resultados esperados y obtenidos rara vez coinciden), y
(4) los ajustes introducidos a la política original (para mejorar la
eficiencia y eficacia de la política).
El nexo entre la teoría y la puesta en práctica de una política
pública concreta es estrecha y crucial, si es que creemos en la fuerza
del path dependence o la inercia de los sistemas sociales propuesta
por David (2000). El primer paso restringe las trayectorias posibles
de evolución y, por ende, el conjunto de posibles nodos terminales
de un sistema. Como cualquier sistema, North (1990) plantea que
un sistema social debe encontrar el equilibrio entre la flexibilidad
(la capacidad de cambio) y la rigidez (certidumbre respecto al nodo

49
Alfonso Dingemans

terminal deseado) a través de cambios progresivos. Si logra esto,


se dice que ha obtenido una eficiencia adaptativa.
Para efectos de este artículo definiremos dos tipos de nexos. El
primero lo llamaré dogmático y se caracteriza por una rigidez en
la tercera y cuarta etapa del ciclo de las políticas públicas debido
a un apego excesivo a la teoría o ideología subyacente. Esto sig-
nifica que las políticas públicas no son evaluadas frecuentemente
y que, además, los ajustes no son progresivos y frecuentes, sino
discontinuos e infrecuentes. El segundo lo llamaré pragmático y
se caracteriza por cierta flexibilidad en la tercera y cuarta etapa
de dicho ciclo. El apego a la teoría o ideología subyacente es,
en consecuencia, no tan fuerte, por lo que los ajustes suelen ser
progresivos y frecuentes.
Una de las desventajas más grandes de poseer una forma
dogmática de hacer políticas públicas es que estas pierden en
efectividad y eficiencia, por lo que dejan de ser una solución
viable para el problema que debían abordar. Sin pragmatismo
no hay un aprendizaje y, por tanto, los cambios de política son
tremendamente costosos. En consecuencia, la inspiración teórica
o ideológica es muy importante del ciclo de las políticas públicas,
pero no es el único elemento relevante.
En Chile se ha producido en la década de los 70 un gran giro
en la forma de hacer políticas públicas. La nueva economía política
favorece de manera explícita la eficiencia de la toma tecnocrática
de decisiones y de los mecanismos de mercado. A primera vista es
un abandono radical de las costumbres del período anterior, que
nació en respuesta a la crisis de 1929, pero en este artículo quisiera
explorar con mayor profundidad y, a través de un repaso histórico
de los modelos económicos de desarrollo, para así identificar los
cambios, pero también las continuidades en aquel nexo entre la
teoría o ideología subyacente a una política pública y los demás
pasos del ciclo de las políticas públicas. Sorprendentemente, exis-
te una continuidad muy importante: desde la independencia ha
existido en Chile un apego fuerte al modelo teórico y desde 1920
a la forma tecnocrática de hacer políticas públicas. En realidad,
las políticas públicas se siguen viendo como un piloto automático,
capaces de autorregularse en equilibrio que, por ende, no requie-
50
La resiliencia del piloto automático

ren de ajustes mayores una vez implementadas. Esto se ilustra


con dos políticas públicas concretas de los últimos gobiernos de
la Concertación, el Transantiago (modernización del sistema de
transporte público de la capital chilena) y la reforma educacional.
A diferencia de los logros a nivel macro, donde Chile en contraste
con la mayoría de los países latinoamericanos sí ha logrado ins-
taurar un cierto nivel de pragmatismo o de aprendizaje social, las
políticas sectoriales siguen estando empapadas de una fe excesiva
en la exactitud de los modelos, la que hace superflua la discusión
explícita en torno a la definición de objetivos y de mecanismos
formales de evaluación y, por ende, de ajuste.
La creciente complejización de los problemas que enfrenta la
sociedad chilena, y por consiguiente de los Gobiernos respectivos,
hace necesaria una mayor atención en la calidad de sus políticas
públicas, sobre todo considerando una ciudadanía siempre más
crítica y exigente. Este artículo sugiere que la introducción de
un mayor pragmatismo en el ciclo de las políticas públicas es un
buen comienzo.
La organización de este artículo así se detalla: en la siguiente
sección se describirá el cambio en la forma de hacer políticas,
particularmente en el ámbito del modelo económico de desarro-
llo, a raíz de las profundas reformas pro mercado introducidas
por el último Gobierno militar. El cambio más importante que se
introdujo fue la separación entre el ámbito económico y político
en la toma de decisiones económicas, la que ha sido caracterizada
por ser tecnocrática, un cambio que no solo se continuó, sino
profundizó durante el período de la Concertación desde 1990,
aunque con más énfasis en lo social, a la vez que se reemplazó el
keynesianismo y el marxismo por la teoría neoclásica con mayores
o menores rasgos neoliberales. En la tercera sección se profundiza-
rá en qué tan nueva es esta forma tecnocrática de hacer políticas
públicas. Se postula que existe una constante histórica en Chile
respecto a la manera dogmática de hacer políticas públicas. En la
cuarta se ilustrarán los hallazgos de las secciones anteriores con
dos casos recientes, el Transantiago y la reforma educacional. En
la quinta se concluye.

51
Alfonso Dingemans

Varias crisis y una salvación


El período 1930-1970 se caracteriza en términos de la histo-
ria económica chilena por la implementación y profundización
del modelo isi (Industrialización por Sustitución de Importacio-
nes), una estrategia de desarrollo económico que se basa en un
marcado pesimismo en los potenciales beneficios de la inserción
a los mercados mundiales (Ffrench-Davis et ál., 1997) y en la
consecuente autarquía económica, en reemplazo de un marcado
optimismo en dichos beneficios que había imperado durante el
período 1870-1914 (Bulmer-Thomas, 2003). La entonces posición
hegemónica que ocupaba la teoría económica clásica fue suplida
por una mezcla de la teoría keynesiana y la marxista, cuyo común
denominador fue una posición crítica respecto al laissez-faire y una
positiva respecto a la intervención estatal en el ámbito económico.
Cabe mencionar dos aspectos claves de este nuevo modelo.
El primero se relaciona con el abandono de la creencia en el
mecanismo de ajuste automático, pilar de la política económica
clásica. En términos simples, según los economistas clásicos la
intervención estatal era innecesaria y, aun, dañina en tiempos de
crisis, puesto que a largo plazo la economía volvería al equilibrio,
ya que la recesión crearía desempleo, lo que haría disminuir los
salarios y, en último término, las personas volverían a sus pues-
tos de trabajo. Antes de la Primera Guerra Mundial, este ajuste
automático era políticamente viable, por cuanto los trabajadores
–los más afectados de una recesión– no estaban incorporados (o
no poseían poder político considerable), pero en 1930 las condi-
ciones habían cambiado. Los trabajadores se habían convertido
en actores políticos de relevancia, y esperar a que el mercado
volviera de manera endógena a su equilibrio, ya no era una opción
(Eichengreen, 2008). Además de ser una innovación teórica, la
política keynesiana era políticamente muy oportuna.
El segundo aspecto se refiere al abandono de la creencia de
que el mercado fuera capaz de fomentar de forma interna (eficaz y
eficiente) la industrialización, considerada la cúspide del desarrollo
económico de un país. En específico, el comercio internacional
no era considerado el mecanismo adecuado para promover este

52
La resiliencia del piloto automático

objetivo. El Estado se encargaría, de ahora en adelante, de esa ta-


rea, convirtiéndose en un Estado empresario. En el caso de Chile,
en 1939 se fundó la Corporación de Fomento de la Producción
(corfo) para tal propósito. Una de sus primeras funciones fue
construir un catastro de todas las empresas existentes en el territo-
rio nacional, para lo cual se exigía un nuevo perfil de profesional.
No es, por tanto, casualidad que la tecnocracia y las políticas de
industrialización hayan surgido de la mano (Silva, 2006).
La economía política resultante de este proyecto fue el así
llamado Estado de compromiso, que básicamente constituyó un
equilibrio de Nash entre el Estado, los empresarios y los traba-
jadores (sindicalizados) en torno al proteccionismo. Al primero
el proteccionismo le permitía generar ingresos tributarios por los
aranceles, los que financiarían los beneficios sociales típicos de un
Estado de bienestar (comprando de esta manera la paz social). A
los empresarios les consentía protegerse de la competencia externa,
y a trasladar los costos de los mayores sueldos a los consumidores.
Y, por su parte, los trabajadores (sindicalizados) gozaban, además,
de sueldos mayores y beneficios sociales (Haber, 2006). Por lo
visto, la autarquía estaba rindiendo sus frutos.
El pesimismo respecto de los mercados mundiales fue exacer-
bándose a raíz del desarrollo de la tesis de Prebisch-Singer, según
la cual los términos de intercambio desfavorecían a aquellos países
exportadores de materias primas, y de la teoría de la dependencia.
Trágicamente, cuando la economía mundial experimentaba uno
de sus momentos más dinámicos de comercio internacional (1945-
1970), los países de América Latina estaban retraídos, con sus ojos
puestos en sus mercados domésticos y con sus energías perdidas en
proyectos de integración. En un inicio, los costos de la autarquía
no se percibían. De hecho, las economías latinoamericanas habían
respondido muy bien al proyecto industrializador. Sin embargo,
la llamada etapa difícil de la isi, donde se necesitaba impulsar
los encadenamientos río arriba y abajo en la cadena productiva,
tensionaba de sobremanera la coherencia de la estrategia de desa-
rrollo, puesto que el sesgo antiexportador limitaba la capacidad de
generar las divisas necesarias para financiar la compra de bienes
de capital (Ffrench-Davis et ál., 1997).
53
Alfonso Dingemans

El segundo problema, asociado a lo anterior, radicaba en el


preocupante y creciente endeudamiento público y privado. Para
empeorar las cosas, la deuda pública se financiaba con la emisión
de dinero, la cual generaba importantes presiones inflacionarias,
las que afectaban de manera más profunda a los sectores más
humildes de la población. Así, en la década de los 70, la estrategia
de industrialización autárquica estaba mostrando serios signos de
agotamiento (Edwards, 1995). La excesiva incorporación de fun-
ciones al ámbito estatal, la captura del Estado por parte de grupos
de interés (comportamiento de búsqueda de rentas), la corrupción,
la delicada situación económica y la dramática realidad social
hicieron necesario algún cambio en la estrategia de desarrollo.
Sin embargo, la política en esta materia estaba «capturada» por
una creencia valorativa dogmática en la superioridad de la eficacia
de la acción estatal y por los intereses políticos partidarios que
favorecían el statu quo del Estado de compromiso.
En Chile, el modelo autárquico había llegado a alcanzar un
grado sin precedentes durante el gobierno de la Unidad Popular
(Meller, 1996), donde, además, una desafortunada política mo-
netaria expansiva, que a corto plazo efectivamente había impul-
sado el crecimiento económico, terminó convirtiendo el proceso
inflacionario en uno hiperinflacionario. La excesiva intervención,
que se reflejaba en el control directo de precios y en un ataque
frontal a la propiedad privada, había sentado las bases para un
caos total, incluyendo los mercados negros, el desabastecimiento
y un entorno cada vez más incierto, explosivo e intolerante.
Mientras los demás países de América Latina aún se aferraban
a su moribunda estrategia de desarrollo autárquico, en Chile el
Gobierno militar comenzó a desplegar (no sin serios titubeos) un
novedoso paquete de reformas económicas y políticas, inspiradas
por la teoría neoclásica y específicamente por su interpretación
neoliberal de Milton Friedman de la Universidad de Chicago, la
que contaba con un exitoso convenio con la Pontificia Universidad
Católica de Chile. Estas medidas apuntaban a la despolitización
de la sociedad y de una mayor separación entre los ámbitos po-
lítico y económico en el proceso de toma de decisiones, dando

54
La resiliencia del piloto automático

más énfasis a los mecanismos de mercado en detrimento de la


intervención estatal. Los Chicago Boys, como fueron nombrados
los «discípulos» de Friedman en Chile,1 propiciaron una nueva
forma de tecnocracia, donde lo que movería los mercados no serían
las presiones ejercidas por grupos de intereses, sino la competencia
incentivada por el mecanismo de precios.
Los primeros años de este experimento, 1978-1982, tuvieron
resultados auspiciadores, pero el resto de América Latina, y el
mundo entero en realidad, aún no estaba en condiciones de repetir
esta experiencia, probablemente reticente por el alto costo social
que había significado y por la más que plausible relación causal
entre el contexto autocrático y el éxito. De hecho, la inusitada
liquidez introducida a los mercados financieros internacionales
por el incremento del precio del petróleo a raíz del ejercicio del
poder de la opep (Organización de Países Exportadores de Petró-
leo), permitió a los Estados menos desarrollados, en particular a
aquellos en América Latina, a conseguir créditos baratos afuera,
para así financiar las deudas que la continuación de la isi imponía
a las arcas fiscales y así, en último término, mantenerla con vida.
Pero esta maniobra resultó peligrosa. Las reformas económicas
introducidas por la administración de Ronald Reagan, muy en
línea con lo que se había hecho en Chile, habían generado ciertos
desequilibrios que su Gobierno esperaba corregir aumentando la
tasa de interés doméstica. De pronto, la tasa de interés interna-
cional de referencia creció, convirtiendo las deudas de los países
latinoamericanos (de corto plazo, expresadas en dólares y además
a tasa de interés variable) carísimas e imposibles de pagar. Méxi-
co fue el primero en declararse en secesión de pagos en julio de
1982, iniciando formalmente la crisis de la deuda. Las ya alicaídas
economías latinoamericanas se encontraron ahora en gravísimos
problemas. Brasil, Perú y Argentina resistieron con soluciones
«heterodoxas», es decir diferentes a las ahora populares reformas
«estructurales» (neoliberales), las que recibirían el nombre de
Consenso de Washington (Williamson, 1990), pero finalmente se
1
Aunque entre la primera generación de economistas que se fueron a doctorar
a EE . UU. desde la Pontificia Universidad Católica estaban Carlos Massad y
Ricardo Ffrench-Davis, estos no adhirieron al modelo neoliberal de Friedman.

55
Alfonso Dingemans

implementaron en todo el continente, con mayor o menor fuerza,


con mayor o menor coherencia.
Por su parte, la economía chilena, una de las más golpeadas
en términos de caída en el pib (Meller, 1996) por la crisis, resistió
la presión social y política, no en el último lugar por la introduc-
ción de políticas más pragmáticas, como el aumento de aranceles
y la constitución de programas de empleo. Esto resultó ser una
valiosa lección de aprendizaje social, político y económico. En
vez de dar un golpe de timón, como se solía hacer en América
Latina a raíz de crisis profundas, se sometió aquel modelo a una
evaluación, y por muy limitada o parcial que esta fuera, el ajuste
consecuente de este ejercicio sentó las bases para un crecimiento
económico sostenible, el que comenzó alrededor de 1987 y duró
al menos hasta 1997.
Si bien los think tanks de la oposición, entre los que se destaca
cieplan2 (Silva, 2006), criticaban de manera feroz las políticas
económicas del Gobierno militar por no entender supuestamente
cómo funcionan los mercados en la realidad, cuando sus tecnócra-
tas (los analistas y personeros llamados cieplan Monks) fueron
a ocupar cargos claves en la definición y ejecución de la política
económica en los gobiernos de la Concertación desde 1990, el
modelo no se cambió, sino que se complementó con una dimensión
más social, entendida como una mayor sensibilidad a los temas
de equidad. Se reconoció su capacidad hacer crecer, pero lo que
faltaba era más igualdad sin abandonar el objetivo de crecer. Por
ende, el lema de las políticas económicas concertacionistas pasó
a ser «crecer con igualdad» (Ffrench-Davis, 2002).
La matriz teórica de este modelo ligeramente cambiado se-
guía siendo la teoría neoclásica, aunque con una interpretación
quizás menos neoliberal. Es decir, con una menor fe ciega en los
mercados, aunque en algunos ámbitos el accionar de estos fue
ampliado, como en el caso de las licitaciones de infraestructura
vial bajo el mecanismo bot3 iniciadas bajo el gobierno de Frei
Ruiz-Tagle (Larraín y Vergara, 2001). El estilo de tecnocracia
que había predominado desde 1975 resultó ser un lenguaje com-
2
Corporación de estudios para Latinoamérica.
3
Acrónimo de build, operate and transfer. Esto quiere decir que un privado
debe construir por ejemplo un camino, ganándose durante un período lim-
itado el monopolio de su explotación (a menudo 20 años), al cabo del cual
debe entregar las instalaciones al Estado.

56
La resiliencia del piloto automático

partido por la intelligentsia del centro, la izquierda y la derecha


política chilena. La economía de mercado, y la teoría neoclásica
que la acompaña, se convirtieron en un consenso fuerte que en
Chile sobrevivió los avatares de la crisis asiática de 1997, a raíz
de otra inversión de los flujos de capital internacional emanada
de la devaluación del bhat tailandés, y el consecuente «viraje a la
izquierda» (Weyland et ál., 2010). En vez de cuestionar el modelo
económico de fondo, se trató de dar un nuevo impulso a su cara
social bajo los gobiernos de Lagos4 y especialmente de Bachelet,
cuestionando la efectividad de los mecanismos de mercado solo
en esos ámbitos. El plan auge, que ofrece protección financiera
a todo afiliado a un seguro médico a un paquete básico de en-
fermedades, es un ejemplo del abandono de la idea de primas de
riesgo individuales (y de la ayuda estatal focalizada) a favor de la
reintroducción de derechos universales. No obstante lo anterior,
las políticas sociales en Chile siguen estando caracterizadas por
la focalización (Taylor, 2006) y, en consecuencia, por considera-
ciones «tecnocráticas» de eficiencia. No es ninguna sorpresa que
en las políticas sociales la discusión en torno a la definición de los
objetivos «brilla por su ausencia», debido a la falta de un proyecto
país (Dingemans, 2011).
En suma, el cambio del modelo económico que se introdujo en
Chile desde 1975 evidencia en la tecnocracia tanto una constante
como una sutil evolución dinámica, la que vale la pena ahondar
por cuanto permite dilucidar qué tanto ha cambiado en la forma
de definir, implementar y evaluar políticas económicas.

El enfoque tecnocrático: cambios y


continuidades
Como vimos en la sección anterior, la tecnocracia tiene una
larga tradición en Chile, aunque ha conocido variantes (Silva,
2006). Durante la etapa de la isi, la tecnocracia se definía más
bien por su apego a la planificación central y al desarrollismo o
el estructuralismo. Desde 1990, esta pasa a defender la liberali-
zación de los mecanismos de mercado. Sin embargo, después de
1973 el estilo tecnocrático es muy similar. La vuelta a un gobierno
4
Aunque bajo el gobierno de Lagos se intensificó la política de licitaciones y
de privatizaciones.

57
Alfonso Dingemans

democrático no significó un cambio institucional importante en


el proceso de toma de decisiones. Cambiaron los tecnócratas,
pero no el modo de tecnocracia. De hecho, esta se profundizó en
la política de concesiones y las políticas sociales focalizadas. Por
tanto, en esta sección se pretende comparar el estilo tecnocrático
pre y post 1973. En otras palabras, en 1975 se introdujo una
nueva economía política con una renovada inspiración teórica y
una nueva forma de hacer políticas públicas, pero ¿qué tanto ha
cambiado y qué tanto ha permanecido igual?
Lo anterior requiere establecer si ambos modelos efectiva-
mente evidencian rasgos tecnocráticos. Meynaud (1968) propone
que un tecnócrata se caracteriza por mantener una orientación
tecnocientífica en la toma de decisiones. Y es ese expertise, más
que sus habilidades políticas, lo que le permite alcanzar influencia
y en último término poder político. En otras palabras, la toma de
decisiones (o la acción política) estaría influenciada por conside-
raciones de eficacia y eficiencia (el logro de objetivos al menor
«costo» posible, en términos amplios). Se rompe, por ende, en
mayor o menor medida el lazo entre la acción política y la repre-
sentatividad política (Dávila, 2010), aunque no entre la acción
política y la capacidad política (Domínguez, 1997).
A partir de esta definición mínima, podemos concluir a
partir de lo visto en la sección anterior que los dos estilos de tec-
nocracia (antes y después de 1973) están cubiertos por ella. En
ese sentido, es atendible la reticencia de Thorp (1998) a afirmar
que la nueva forma de hacer política económica sea un cambio
paradigmático.
Sin embargo, podemos identificar algunos cambios importan-
tes. En primer lugar, antes de 1975 la inspiración teórica provenía
de la economía keynesiana y marxista; actualmente proviene
de la neoclásica. La primera promueve la intervención estatal,
mientras que la segunda la desalienta. Si bien es cierto que este
cambio teórico no afecta de manera directa la relación entre ac-
ción y representividad política, sí reduce el ámbito de la primera,
lo cual puede afectarla indirectamente. A modo de ejemplo, el
Banco Central obtuvo su autonomía, garantizada por un estatuto
orgánico constitucional, en 1989. Anterior a 1973, los sindicatos,
los partidos políticos y los empresarios tenían representación en

58
La resiliencia del piloto automático

el organismo, y en consecuencia la representividad política tenía


cabida en la política monetaria de un país. La autonomía asegura
que las decisiones sean tomadas por tecnócratas, lo que rompería,
y de hecho rompió, el ciclo político de la economía, porque se
garantiza que el logro del objetivo (la estabilidad de precios) no
se vea contaminado por intereses incompatibles. Aun si los tecnó-
cratas hubieran gozado del mismo poder debido a su expertise, la
sola reducción del ámbito de acción de los entes representativos
(causada por el cambio en la raíz teórica de la economía política)
lo habría aumentado comparativamente.
En segundo lugar, y muy vinculado con lo anterior, los trágicos
acontecimientos de 1973 significaron un sentimiento generalizado
de hastío para con la política, o «la polítiquería», al igual que
en 1920 (Silva, 2009). El nuevo tecnócrata, ahora de inspiración
neoliberal, calzaba a la perfección con la imagen del burócrata o
decision maker ideal. Cuando los tecnócratas de antaño tenían una
clara inspiración valorativa, los nuevos ahora abrazan la ideología
de la no-ideología, la que por eso no deja de ser una ideología. En
suma, el proceso de toma de decisiones se ha tornado más frío y
distante de las bases políticas, también bajo los gobiernos de la
Concertación (Silva, 2006 y Dávila, 2010).
Por otro lado, podemos enunciar a la vez algunas coinciden-
cias entre la tecnocracia pre y post 1973, siendo la más importante
la falta de mecanismos de retroalimentación o de evaluación
de las políticas económicas. Esta forma de hacer política la he
definido como dogmática en una sección anterior, en oposición
a la pragmática que sí incluye dichos mecanismos con el fin de
implementar ajustes a una política para aumentar su eficacia y
eficiencia. Contraria a la actitud ingenieril –la disposición prag-
mática a cambiar los medios con tal que se logre el objetivo– la
tecnocracia nacional se caracteriza por una amplia reticencia a
cambiar los medios. A diferencia del proverbial gato de Deng
Xiaoping, el color sigue siendo muy importante en Chile. Esto
amerita algunas aclaraciones.
La isi había perdurado más de su vida útil en América Latina
debido a la reticencia de cambiar el modelo reinante, por muy

59
Alfonso Dingemans

racional o razonable que esta posición haya sido. A diferencia de


Asia, donde la autarquía era un medio para un objetivo, en Amé-
rica Latina la autarquía se había convertido en un fin en sí. Y los
fines rara vez necesitan ser cambiados. El común denominador
de los modelos de desarrollo keynesianos era la creencia de que
el Estado debía dar un big push para encontrar la senda del cre-
cimiento. En el modelo económico actual, se cree que este debe
dar las condiciones necesarias para que el mercado encuentre por
fuerza propia la senda del crecimiento. Ambos enfoques incluyen
una visión muy particular del proceso dinámico de desarrollo
económico que remonta a los economistas clásicos: la creencia
en el equilibrio y en el estado estacionario.
En términos sencillos, el análisis económico dinámico se
caracteriza por la tendencia del sistema económico a volver a un
estado de reposo. Los modelos de crecimiento, incluyendo los
actuales, postulan que a nivel macroeconómico dicho equilibrio
es un crecimiento estable pero continuo. En otras palabras, las
fuerzas de mercado llevarían, siempre y cuando se les da la liber-
tad, a un crecimiento positivo y sostenido en el tiempo (el estado
estacionario). La imagen del piloto automático es muy apriopiada
para capturar la esencia de esta postura inherente a cualquier
análisis económico moderno.
Se podría pensar que el marxismo, con su énfasis en el
conflicto y, por ende, en la ausencia de cualquier equilibrio y en
menor medida el keynesianismo con su énfasis en la rigidez de
precios, pertenecerían a otra categoría. Sin embargo, esta corrien-
te de pensamiento comparte el mismo rasgo teleológico, si bien
identifica un fin (estado estacionario) diferente. La idea de que
el desarrollo económico sea una concatenación de etapas mar-
cadamente distintas, pero que al final llevan a una de reposo (la
sociedad comunista), no es más que una versión más sofisticada
de la estructura (neo)clásica. El equilibrio es un concepto aún no
sobrepasado en la metodología de la economía.
Una segunda aclaración se refiere a la creencia en la veracidad
o precisión de los modelos. El paso de un dogmatismo basado
en consideraciones explícitamente partidistas valorativas a uno
basado en la veracidad de los modelos científicos pareciera ser una
60
La resiliencia del piloto automático

diferencia más que en una continuidad. Sin embargo, ambos en-


foques otorgan una importancia desproporcional al experimento
teórico o imaginario. En el caso pre 1973 la defensa y la elección de
un modelo teórico se fundamentaba a menudo en consideraciones
partidistas, mientras que después se fundaba en su coherencia y
elegancia teórica. En ambos casos hay un cierto desprecio o des-
preocupación por la evidencia empírica. Sowell (1985) mostró
esto para el caso del marxismo, pero lo mismo puede afirmarse
para varias corrientes teóricas actuales de la economía, donde la
formalización es, en apariencia, más importante que su corres-
pondencia con la realidad (Hutchison, 2000). Lo anterior sugiere
que una política puede ser diseñada e implementada en completo
aislamiento, porque el proceso de aprendizaje radica en la primera
etapa y los problemas pueden ser resueltos (definitivamente) por
deducciones lógicas. No se considera lo suficiente la tensión que
siempre existirá entre lo planificado y lo implementado. De forma
invariable, la planificación debiera ser ajustada a los resultados
efectivos. Sin embargo, la sobreconfianza en la teoría subestima
esta etapa de ajuste. El resultado de todo esto es la exacerbación
del enfoque dogmático de los procesos de toma de decisión.
Una tercera aclaración se refiere a la definición de los objetivos
de una política pública. Una política pública precisa de un claro
objetivo para poder evaluar su utilidad, eficiencia y eficacia. En
ese sentido no existen políticas públicas intrínsecamente buenas.
Son buenas o malas en la medida que cumplen con un fin que la
sociedad ha definido, en un sistema democrático liberal, a través
del Congreso. Es cierto que la discusión parlamentaria o extrapar-
lamentaria no es la única fuente de legitimidad que una política
pública pueda tener: en la medida que los resultados de esta sean
considerados por la ciudadanía como positivos o beneficiosos, ga-
nará legitimidad. En el enfoque tecnocrático chileno, la definición
del objetivo de una política pública ha sido implícita en el sentido
que proviene del modelo teórico que la inspiró. El problema con
estas definiciones implícitas es que no permiten evaluar bien las
políticas públicas concretas y, por ende, no permiten introducir
ajustes. Si no se tiene claro a dónde se pretende llegar, ¿cómo
implementar cambios para afinar la dirección? En Chile se tapó
61
Alfonso Dingemans

este vacío con la definición de microobjetivos (Ahumada, 1990),


donde se confunden los medios con los fines. Así, los países desa-
rrollados se caracterizan por tener equis camas hospitalarias por
mil habitantes, entonces las políticas públicas deben concentrarse
en alcanzar esa estadística, no tomando en cuenta que aquella
estadística es el resultado de una variable latente (o no observable
de manera directa) que es el desarrollo. Se invierte así la causalidad
entre fines y medios. El avance hacia el objetivo es nada más que
una ilusión, pero es útil para reafirmar (erróneamente) la exactitud
del modelo teórico subyacente.
Ahora bien, el objetivo debe ser lo suficiente concreto para
permitir una evaluación, pero a la vez lo bastante vago para se-
parar los fines de los medios. En los modelos de desarrollo, los
diversos significados de «modernización» que se manejaron en
Chile («crecimiento económico» o «industrialización») nunca
fueron llevados a ese nivel intermedio. Se obvió la discusión de
un objetivo general (contentándose con tomar aquella definición
implícita al modelo), y se definieron objetivos muy concretos su-
puestamente compatibles con él. Como veremos en una sección
posterior, esto es justo lo que pasó con la definición de la calidad
en ciertas políticas públicas recientes: la ausencia de discusión a
nivel del objetivo general, y la definición de objetivos específicos
y muy precisos.
Una cuarta aclaración dice relación con el reconocimiento
que se le ha hecho a Chile a su capacidad de aprendizaje social y
político (Thorp, 1998; Weyland et ál., 2010), esta se refiere más
bien al sistema macroeconómico. A nivel de políticas sectoria-
les, aún se percibe una falta de mecanismos de evaluación y, en
última instancia, de ajustes. El propio Milton Friedman (1993)
había criticado el apego dogmático de la política monetaria, una
política por excelencia tecnocrática bajo la nueva acepción, a un
tipo de cambio fijo. Cuando las presiones de devaluación ya no
eran sostenibles –hay que entender que la capacidad del Banco
Central de defender un tipo de cambio fijo en un contexto de
expectativas de devaluación está limitada por el tamaño de sus
reservas internacionales finitas y menguantes a medida que dichas
expectativas perduren– se devaluó efectivamente, pero el pánico
62
La resiliencia del piloto automático

generado hizo que la autoridad monetaria tuviera que devaluar


aún más allá de su valor de equilibrio (lo que se llama overshoo-
ting). A diferencia del caso israelí, que sí aplicó minidevaluacio-
nes, la economía chilena se resintió gravemente con la crisis de la
deuda y Friedman atribuye el tamaño del efecto en gran medida
a la ausencia de ajustes pequeños, pero frecuentes a su política
de estabilización.
Tras esta experiencia traumática, la política antiinflacionaria
efectivamente se convirtió más pragmática (Larraín y Vergara,
2001), pero existen muchos ejemplos que indican que las políticas
sectoriales aún padecen de una lógica top-down sin mecanismos
formales de evaluación y ajuste. Dada la ausencia de una discusión
amplia respecto a los objetivos de las políticas, lo anterior solo se
exacerba. El Transantiago (2005-2007) y la reforma educacional
(cuyo eje central es la Ley General de Educación o lge de 2009,
en reemplazo de la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza o
loce) son en ese sentido trágicos casos paradigmáticos. En ambos
asuntos no se definió bien qué se entendía por calidad (un concepto
particularmente escurridizo que por esa razón se presta muy bien
para evaluar nuestra hipótesis), ni se implementaron mecanismos
formales de evaluación y ajuste. Esto confirma una vez más que el
estilo tecnocrático no ha sufrido grandes cambios desde 1973: el
ciclo de las políticas públicas sigue siendo dogmática e inspirada
en el paradigma neoclásico-neoliberal.

Transantiago y la reforma educacional


Ambas reformas suponían perfeccionamientos a los sistemas
existentes (heredados del Gobierno militar) y muy sensibles para
el desarrollo económico del país y la calidad de vida de los ciu-
dadanos chilenos. En la agenda política, la reforma educacional
tenía mucha importancia, dadas las críticas y los reparos que
la Concertación mantenía respecto a la municipalización de la
educación básica o primaria y el rol de la iniciativa privada en la
provisión de servicios educacionales en general. A esto se suma
además una importancia teórica proveniente de los modelos
neoclásicos y neokeynesianos de crecimiento (Acemoglu, 2008). En
63
Alfonso Dingemans

el caso del sistema de transporte público, este ya estaba práctica-


mente colapsado: era considerado muy ineficiente, con muy bajos
niveles de calidad (Figueroa y Orellana, 2007). Ambos proyectos
nacieron con Lagos, pero fueron implementados bajo el mandato
de Bachelet. El Transantiago fue el proyecto estrella del primero
y la reforma educacional, de la ex presidenta. Esto sugiere que
los Gobiernos de turno tendrían mucho cuidado para diseñar,
implementar y ajustar las reformas. Pero, como ya se adelantó,
nada de esto ocurrió.
El sentido común indica que un perfeccionamiento se basa
en una evaluación, ojalá la más amplia y completa posible, de los
sistemas existentes y la posterior incorporación de las propuestas.
Sin embargo, en el caso del Transantiago Figueroa y Orellana
(2007, pp. 169 y 170) incluso afirman que: «[l]a información
fluyó poco o nada desde Transantiago. No se realizó ninguna
tarea de difusión y jamás existió participación. Transantiago se
desarrolló casi en secreto; nunca se dio a conocer exactamente
lo que se hacía».
El secretismo afectó también la definición clara del objetivo
del Transantiago. La determinación de un servicio de calidad se
redujo a indicadores (como fin), mientras que los indicadores
debieran ser un medio para evaluar el grado de obtención de
dicho fin. Esto permite explicar la falta de la autoridad de trans-
porte para hacer cumplir objetivos como lo detectan Figueroa y
Orellana (2007). Como resultado, no existen mecanismos claros
de evaluación del sistema. Probablemente se volverá a evaluar
el sistema de transporte público solo cuando su deficiencia sea
tan fragrante y tan evidente que es imposible no hacer un ajuste
mayor. En el entretanto, se seguirá defendiendo la exactitud del
modelo que lo inspiró.
En el caso de la reforma educacional, la información tuvo un
mayor dinamismo. Se creó en 2005 el Consejo Asesor Presidencial
para la Calidad de la Educación a raíz de la manifestación de es-
colares secundarios de colegios públicos y privados (la así llamada
rebelión de los pingüinos). El descontento social con la calidad y
equidad del sistema escolar chileno tuvo, al menos formalmente,
representación a través de diversos estamentos sociales, en dicho
64
La resiliencia del piloto automático

Consejo Asesor (Betancur, 2007). Pero el dinamismo estaba aco-


tado por el peso desproporciando que los think tanks tuvieron
en la formulación de las políticas (Moreno, 2010). De hecho, una
de las muchas críticas que se han expresado acerca de la reforma
educacional es precisamente que la lge reduce la calidad «a la
discusión de estándares de aprendizaje, enfatizando los sistemas
de medición estandarizados» (Revista Docencia, 2009, pp. 8):

Un aspecto que el citado Consejo Asesor había indicado


como necesidad de primera importancia, era la discusión
social acerca del sentido de la educación, cómo entenderla
dentro de un proyecto de sociedad. De un debate de este
tipo podría desprenderse qué entendemos por calidad y
equidad, y se definirían mecanismos para monitorear si
los objetivos del país se están cumpliendo. Este debate fue
silenciado en esta Ley.

Como sostiene Tironi (2005), la reforma educacional nació


coja por la ausencia de una definición respecto al para qué educar.
Al no saber para qué queremos educar, tampoco sabremos cómo
diseñar, implementar y posteriormente evaluar reformas. La con-
centración en indicadores como el simce y la psu no solucionan
este problema. En primer lugar porque no miden solo la calidad
del establecimiento educacional, sino también las capacidades de
los alumnos (en general exógenas a la calidad del servicio educacio-
nal), y, en segundo lugar, porque su interpretación de igual forma
depende del objetivo de la política pública. Aumentar el índice
por aumentarlo no es exactamente un mecanismo de evaluación.
La evaluación requiere de análisis y discusión y no es por tanto,
valga la redundancia, algo que se puede dejar al piloto automático.
En suma, la fase de diseño y de implementación estuvo regido
por la falta de cooperación estrecha entre los policymakers y los
que al final debían ejecutar la política. La idea que la cooperación
con grupos organizados pueda contaminar la coherencia de la
política pública es reforzada tanto por la creencia en el modelo
como por la supuesta superioridad técnica de los tecnócratas
(en oposición a los grupos de interés politiqueros). Lo anterior

65
Alfonso Dingemans

hace totalmente innecesaria una etapa formal de evaluación o de


ajustes. ¿Para qué? Pues los modelos, desarrollados por una élite
intelectual (Estrada, 2005), aseguran que el piloto automático
hará su efecto con prontitud.

Conclusiones
Las reformas estructurales de 1973 constituyen, en efecto,
un cambio paradigmático en el sentido que se modificó la matriz
ideológica del ciclo de las políticas públicas. Asimismo, se elimi-
naron ciertos vicios en la formulación de políticas económicas
del período 1930-1970, siendo la más identificable la supresión
del ciclo político de las políticas económicas. También es muy
notable que la organización económica de Chile haya pasado
por un fructífero proceso de aprendizaje en las últimas dos crisis
grandes (de 1982 y 1997), introduciendo más pragmatismo sin
incurrir en radicales golpes de timón.
Sin embargo, también se pueden identificar ciertas continuida-
des, las que podemos dividir en dos. En primer lugar, el paso a la
democracia en 1990 no significó un cambio en la forma de hacer
políticas públicas. El estilo particular tecnocrático se mantuvo
intacto, y se profundizó en el caso de las licitaciones y concesiones,
y se extendió a otras áreas, como las políticas sociales. El prag-
matismo que se observa a nivel de estrategia de desarrollo aún no
alcanza a penetrar las políticas sectoriales, como bien se ilustra
con el caso del Transantiago y de la reforma educacional.
En segundo lugar, la tecnocracia pre y post 1973 comparten
el estricto apego al modelo que inspiró las políticas públicas
concretas. Pese a los profundos cambios que se introdujeron a
nuestra sociedad y la asociación que a menudo se establece entre
la tecnocracia y el enfoque ingenieril, las políticas públicas en
Chile jamás han sido particularmente «ingenieriles» en el sentido
que permiten cambiar los medios para obtener con mayor eficacia
y (o) eficiencia el objetivo. Ese pragmatismo, que se reflejaría en
la existencia de mecanismos de evaluación y de ajuste, está casi
ausente en las políticas sectoriales. En su lugar, seguimos obser-

66
La resiliencia del piloto automático

vando un dogmatismo, aunque sea ahora de otro estilo. Pero la


creencia en el piloto automático sigue intacto.
Se argumenta que este dogmatismo ideológico puede tener sus
raíces idiosincráticas o culturales (Fermandois, 2005) y eso solo
hace más difícil introducir cambios a corto plazo. Una esperanza es
que la toma de consciencia de este problema es el primer paso de
la recuperación. La etapa de la negación suele ser la más larga.

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II. Los que ponen las reglas
Jaime Guzmán y la Unión demócrata
Independiente durante la transición.
Una revisión de su aporte intelectual
en los años ochenta

Pablo Rubio Apiolaza


Instituto de Ciencias Sociales
Universidad Austral de Chile

Introducción
La transición democrática chilena respondió a un diseño político-
estratégico y a una planificación extremadamente compleja. En
ella se involucraron distintos actores quienes, desde el mundo
académico y político, reflexionaron tanto del proceso histórico
de los años 80 como de la proyección de un modelo que, a la
postre, tuvo aspectos de improvisación y de diseño racional. En
el caso de la derecha política chilena, estos procesos de reflexión
se llevaron a cabo durante todo el régimen militar, tanto desde
dentro del Gobierno como desde las organizaciones partidistas
surgidas a comienzos de la década de 1980.
La reconfiguración del mapa político-partidista chileno fue
producto directo de una profunda crisis del régimen autoritario,
que adquirió rasgos visibles desde 1983. Los efectos de la crisis
económica y social, las protestas nacionales y la tímida apertura
que, desde el seno del propio régimen, inició en ese entonces el
ministro del Interior Sergio Onofre Jarpa, facilitaron y aceleraron
el terreno para un debate político con características más amplias
que en el período anterior, ya sea para la oposición como para los
adherentes del Gobierno militar. En el léxico común y académico,
el concepto «transición» fue ocupando un lugar en las discusio-
73
Pablo Rubio Apiolaza

nes intelectuales con una fuerza transversal a todos los actores


políticos del momento.
Sin embargo, en el caso de la derecha política, la discusión
respecto del fin del régimen militar y de la transición democrática,
se inició tempranamente en la década de 1970. Aunque no existían
partidos organizados, algunos intelectuales y pequeños grupos
pudieron articular ciertas reflexiones e influir en la orientación
del gobierno de Pinochet, proceso que se aceleró con la mayor
liberalización de la década siguiente. Este es el caso de Jaime
Guzmán Errázuriz y las organizaciones políticas que fundó en
esa época, las cuales le otorgaron al proceso político una dosis
de complejidad importante. 
En ese sentido, el objetivo fundamental de este trabajo consiste
en explorar un aspecto de ese proceso en la compleja y dinámica
década de 1980. Específicamente se pretende rastrear, a través
de fuentes de carácter primario y utilizando un tipo de análisis
histórico-coyuntural, las propuestas teóricas para el desarrollo de
la transición a la democracia levantadas por Jaime Guzmán y por
el partido que él mismo fundó, la Unión Demócrata Independiente
(udi). Si bien esta organización –nacida en septiembre de 1983–
fue concebida en sus orígenes como el partido con mayor lealtad al
régimen militar, fue perfilando después una identidad propia que,
incluso, desafió al propio régimen en determinados momentos.
Jaime Guzmán Errázuriz fue el artífice principal y constructor
de la udi, para lo cual contaba con una experiencia importante
desde el punto de vista político, académico e intelectual. Desde
mediados de la década de 1960, Guzmán formó a decenas de jóve-
nes que lideraron el recambio generacional de la derecha chilena,
principalmente originados en la Pontificia Universidad Católica
de Chile, provenientes de las carreras de Derecho y Economía.
La Federación de Estudiantes de la Universidad Católica (feuc)
fue el principal espacio de poder durante estos primeros años y
estuvo dirigida entre 1968 y 1984 por el «gremialismo».
Intelectualmente, Guzmán colaboró –desde muy joven y al me-
nos desde 1964– en diversos medios de prensa (FIDUCIA, PEC, Portada,
La Tercera), desde donde abogó por reconstruir las «jerarquías» y
el «orden público», lo que definió como el «gremialismo». Esto es,
74
Jaime Guzmán y la UDI durante la transición

la promoción de la despolitización de los llamados «cuerpos inter-


medios» (Iglesia, movimientos sociales, federaciones estudiantiles)
en un marco de una sociedad armónica, donde el conflicto de clases
no existía y donde el comunismo representaba la mayor amenaza
para la sociedad. Si bien hubo en esos planteamientos elementos
de corporativismo de raigambre católica y premoderna, más bien
pueden calificarse estos conceptos como una «reacción tradicional»
a los procesos de cambio social que concluyeron en Chile hacia el
año 1973 (Rubio, 2003-2004, p. 111).
Luego, la participación de Guzmán como colaborador y
asesor del régimen militar brindó la oportunidad de continuar
conformando un grupo civil (ahora de apoyo al gobierno de Pi-
nochet) que desarrollará estas ideas. La Secretaría Nacional de la
Juventud, el Frente Juvenil de Unidad Nacional y el grupo Nueva
Democracia, surgidos todos en los años 70, son considerados
un «ensayo» de la fundación de la udi en 1983 y constituyeron
hitos relevantes para la renovación política de la derecha chilena
(Huneeus, 2001). Guzmán mezclaba esta labor con la más visible:
ser el principal asesor político-ideológico del general Pinochet, rol
que jugó con fuerza hasta 1982.
Bajo el liderazgo del propio Guzmán y de otros altos fun-
cionarios del régimen autoritario como Sergio Fernández, la
udi no solo se constituyó en un partido que pretendía proyectar
civilmente al régimen militar en la futura democracia. A su vez,
participó de manera activa en el diseño de la transición política
que se instaló en la década de 1990 en Chile, aunque en este caso
desde una posición de mayor debilidad frente a sus competidores
de la derecha liberal, representada por Renovación Nacional (rn).
Durante el Gobierno militar, sin embargo, la influencia de este
grupo fue muy relevante en la definición de las principales estra-
tegias políticas frente a la transición. Si bien dicha participación
en el caso de Guzmán se realizó institucionalmente dentro del
régimen –como por ejemplo en el plan de Chacarillas en 1977 y en
la propia Constitución Política ratificada tres años más tarde– sus
planteamientos se hicieron de una forma mucho más autónoma
de lo que se suele afirmar (Cristi, 2000, p. 305).

75
Pablo Rubio Apiolaza

Luego de la promulgación de la Constitución y de la crisis del


régimen a comienzos de los 80, Guzmán y la udi perfeccionaron
este diseño transicional, que en gran parte fue el que se impuso
a los partidos y las organizaciones de la oposición desde 1990.
¿Cuáles fueron sus concepciones de democracia? ¿Cuál fue su
diseño para el tránsito desde el régimen autoritario? Y concreta-
mente ¿en qué consistieron las «reglas del juego» que propusieron
Guzmán y la udi para viabilizar el proceso de recuperación de la
democracia?, son las principales interrogantes que se discuten y
exploran en este trabajo.
El planteamiento o hipótesis central que aquí se sostiene
se relaciona estrechamente con lo anterior, a saber, que las pro-
puestas de Guzmán y la udi experimentaron un desplazamiento
desde una concepción crítica de la democracia política hacia una
aceptación condicionada de la misma, lo que en etapas avanzadas
del proceso transicional se reflejó en concepciones más prácticas
que favorecieron las negociaciones de comienzos de los años 90.
El primer espacio importante, en el que se reformularon
ideas tradicionales de la derecha fue en el trabajo intelectual de
Jaime Guzmán desarrollado en la revista Realidad, publicación
perteneciente al gremialismo y fundada en 1979. En ese espacio se
desarrolló una transición ideológica, manteniendo desde el punto
de vista doctrinario una concepción crítica de la democracia mo-
derna. La novedad en este sentido, fué que Guzmán asumió por
primera vez una clara propuesta de transición a la democracia,
debido a que intuyó los perjuicios que una dictadura muy duradera
o vitalicia pudiese traer al país.
La segunda dimensión corresponde a los desafíos político-
coyunturales. La udi se movió en un contexto más activo y diná-
mico debido a las condiciones políticas de la coyuntura durante los
años ochenta. En esta etapa, esta organización de derecha mantuvo
una ambivalencia tanto en sus propuestas como en su práctica
concreta. Por una parte, autoproclamando su fidelidad al «legado
militar», pero a la vez construyendo una organización autónoma
respecto al mismo Régimen, que incluía el reclutamiento de profe-
sionales «independientes» e incluso de actores sociales populares,
sumado a una práctica política en cierto sentido pragmática.
76
Jaime Guzmán y la UDI durante la transición

En el ámbito metodológico es preciso señalar lo siguiente. Al


constituirse este estudio como una propuesta analítica proveniente
de la disciplina histórica, es necesario situar las ideas de la derecha
chilena, dentro de un «contexto ideológico», vale decir, dentro
de un campo de ideas tradicionalmente dado. Como lo sugiere
Skinner, los «cambios conceptuales» son más importantes en la
moralidad y la política. (Skinner, 2007, p. 295). Los conceptos no
se presentan en un espacio ahistórico, sino que en uno en el cual
la dimensión de realidad los modifica en demasía. De acuerdo a
su explicación: «Asumimos que necesitamos considerar nuestros
conceptos normativos menos como enunciados acerca del mundo
que como herramientas y armas del debate ideológico» (Skinner,
2007, p. 298). Es lo que sucede, por ejemplo, con el concepto de
democracia, en el cual si bien se reconocen sus virtudes intrínsecas
y transversales, durante el régimen militar la disputa ideológica
entre las concepciones de democracia fue también la disputa por
distintas transiciones posibles.
A su vez, el desarrollo de las ideas políticas obliga a revisar el
marco histórico general del Chile de los años del régimen militar.
Sin el reconocimiento del contexto político, social y cultural es
imposible reconocer el espacio donde se movilizaron los actores
colectivos de ese crucial período y, por tanto, no se comprenderían
en una dimensión más amplia que los derivados de los enfoques
de racionalidad instrumental.

El proceso histórico: del autoritarismo


a la apertura
Desde el Gobierno pinochetista las primeras y tímidas pro-
puestas sobre transición democrática, comenzaron tibiamente a
fines de la década de 1970.
Durante las reuniones del Consejo de Estado (fundado en
1976 y presidido por el ex Presidente de la República Jorge
Alessandri Rodríguez), se esbozaron algunos ejes conceptuales
más referidos a concepciones de democracia que al problema
de la transición. Las disputas entre los «duros» y los «blandos»,
la acción de los pequeños centros de estudio de derecha, el rol
77
Pablo Rubio Apiolaza

de la prensa oficialista, entre otros aspectos, se constituyeron en


interesantes focos de polémicas y trazaron una intensa disputa en
los años 80 (Valdivia, 2008, pp. 150-225).
Como es lógico, dicha disputa estuvo lejos de ser partici-
pativa y abierta a la sociedad civil. Al contrario, se radicó en
grupos pequeños y limitados, debido a que el autoritarismo y la
personalización del gobierno de Augusto Pinochet, impidieron
una apertura mayor.
Tal vez, los documentos oficiales en los cuales hay una mayor
explicitación sobre el tránsito de dictadura a democracia, fue-
ron el llamado plan de Chacarillas de julio de 1977 y la propia
Constitución Política de 1980, fundamentalmente en sus artículos
transitorios. Esto marcó un precedente, porque el régimen desde
muy temprano comenzó proponiendo un determinado programa
y un diseño de transición política, en el que si bien no incluía una
democratización inmediata, sí establecía mecanismos específicos
hacia un modelo de democracia protegida.
En general, debe señalarse que en todos los debates de esta
primera etapa, no hay una valoración explícita de la democra-
cia en su forma liberal-representativa, lo que puede extenderse
también para un sector importante de la izquierda chilena que
aún no había concluido su proceso de renovación ideológica. El
«contexto ideológico» del momento justamente explica dichos
énfasis de la discusión intelectual. La influencia de la llamada
«tercera ola democrática» (Huntington, 1986 y 1989), las pre-
siones de la comunidad internacional y la tensa situación chilena
se hicieron más fuertes solo al comenzar la siguiente década, lo
que modificó tanto la situación concreta de los actores políticos
como la intelectual.
La crisis y apertura política del régimen militar, desde 1983,
marcó la segunda etapa, constituyendo un proceso histórico clave
para comprender las características del modelo institucional ins-
talado a partir de 1990. El resurgimiento del sistema de partidos,
de las organizaciones de la sociedad civil y la plena vigencia de
la Constitución de 1980, son fenómenos que, relacionados entre
sí, sellaron la compleja década de los 80 en Chile y que también

78
Jaime Guzmán y la UDI durante la transición

explicaron, en parte, la modalidad que adquirió la transición


democrática (Huneeus, 2001; Drake y Jaksic, 1998).
Hay que sumar a ello el surgimiento paulatino de la prensa
opositora y de los centros de estudio. Desde el punto de vista de la
difusión de ideas, el surgimiento de estos últimos, también llama-
dos centros académicos independientes tanto ligados al régimen
como en la oposición masificaron el debate político-intelectual
(Mella, 2008). En el caso del Régimen Autoritario, la aparición
de la revista Realidad (medio de difusión del gremialismo), de la
Revista Renovación1 y del Centro de Estudios Públicos (nacido
en 1980), entre otros organismos y medios menores, facilitaron
la puesta en marcha de una genuina discusión dentro de los ad-
herentes al Gobierno sobre la transición democrática.
Desde una óptica global, el estudio de esta segunda etapa
histórica permite explorar la dinámica de los actores políticos-
partidarios, que experimentaron una serie de transformaciones
con consecuencias de largo plazo. Así, por ejemplo, el cambio del
carácter de la Democracia Cristiana desde un partido ideológico
a uno signado por el pragmatismo, la renovación del Partido
Socialista (Ortega, 1992) y la misma «izquierdización» del pcch
(Venegas, 2008) sumado a las dimensiones que adquirió una
«nueva derecha» de carácter bipartidista, son fenómenos que
nacieron en los años 80 y que se profundizaron durante la década
siguiente, marcando el sello característico de la política chilena
durante la etapa post-autoritaria.
En fin, durante el régimen militar se enfrentaron distintas vi-
siones del futuro proceso democrático que debía enfrentar el país
cuando los militares se retiraran a sus cuarteles. En ese sentido,
Guzmán comenzó a diseñar, al término de la década de 1970,
una propuesta de transición democrática que resguardara en lo
central el «legado» dictatorial y lo proyectara aún sin Pinochet
en el poder. Sin embargo, en el trasfondo de ese diseño es posible
distinguir una concepción particular de la democracia liberal,
que contiene visibles elementos autoritarios y restrictivos de la
soberanía popular.
1
Órgano del Movimiento de Unión Nacional (mun), organización de la de-
recha liberal nacida en 1983 bajo la dirección de Andrés Allamand.

79
Pablo Rubio Apiolaza

Jaime guzmán y el diseño transicional.


Principales vértices conceptuales
Luego de apoyar fervientemente el golpe, Guzmán experimen-
tó una conversión intelectual que solo culminó en 1983 con la
fundación de la udi. Este partido representó el desenlace natural
de los miembros del Movimiento Gremial, que –como se ha dicho–
él mismo había formado en las aulas de la Pontificia Universidad
Católica desde fines de la década de 1960 y que habían constituido
parte del Gobierno militar en distintas áreas como ministerios,
agencias públicas y municipalidades.
En los 70, dicha metamorfosis de Guzmán consistió en la
valoración crítica de la democracia liberal-representativa y en el
positivo rol de los partidos políticos en ella. Algunos sostienen
que un hecho fundamental en dicho viraje fue el camino que
asumió la transición en España luego de la muerte de Francisco
Franco en 1975 y, en menor medida, el proceso portugués de un
año antes. Más tarde, las insurrecciones radicales de Nicaragua
y de Irán ofrecieron modelos concretos en el sentido de que un
Gobierno militar prolongado podía generar una activación de las
tendencias centrífugas y más radicales.
Durante 1979 Jaime Guzmán fundó el grupo Nueva Demo-
cracia, que duró solo un año y que se considera el antecedente
fundamental e inmediato de la udi. Este conglomerado publicó
la revista Realidad, que tuvo una duración de alrededor de tres
años constituyéndose en una rica fuente para distinguir las prin-
cipales propuestas de transición emanadas de este grupo político.
De este medio se extraen tres textos de su autoría, claves para
desentrañar los rasgos que adquirió el proceso político y el modelo
institucional instalado, luego de la derrota electoral del régimen
militar a fines de los años 80.
El primer artículo se denomina «El sufragio universal y
la nueva institucionalidad» (Realidad, 1979), fue publicado a
mediados de 1979 y en él se expresaron algunos conceptos muy
críticos de esta forma de participación política. Por ejemplo, se
sostiene que:

80
Jaime Guzmán y la UDI durante la transición

Para la tarea de resolver los destinos del país, no todos


los ciudadanos se encuentran igualmente calificados (…)
es indudable que habrá siempre algunos más aptos que
otros para adoptar una decisión política (…) derivado del
mayor o menor grado de inteligencia, virtud, cultura, buen
criterio, intuición o madurez (…).2

Sin lugar a dudas, desde el punto de vista estrictamente doc-


trinario, Jaime Guzmán persistió en las propuestas de índole más
elitistas y corporativistas que venía esgrimiendo desde décadas atrás,
las cuales desconfiaban radicalmente de la soberanía popular (Ru-
bio, 2003-2004, p. 111). En ese mismo sentido, Guzmán señalaba
que «las votaciones populares tienen la mayor parte de los ingre-
dientes de lo multitudinario, y todas las características de lo masivo.
La emoción se exacerba hasta la irracionalidad». Afirmación que
corrobora su posición crítica frente al «método democrático».
Sin embargo, luego de un largo análisis de las deficiencias
doctrinarias del sufragio universal y de su contraparte –los regí-
menes «corporativistas»–, Guzmán va articulando una reflexión
cargada de pragmatismo, que consiste en abandonar aquella op-
ción política, que considera «impracticable», debido al contexto
histórico de mayor valoración del modelo democrático tanto en
Chile como en el mundo occidental.
Otro punto que Guzmán enuncia tiene que ver con la situa-
ción coyuntural del régimen militar chileno, lo que ciertamente
tiene una estrecha relación con este cambio ideológico desde el
corporativismo a la democracia protegida. Para esclarecer dicho
punto, en el mismo artículo señala lo siguiente:

No obstante, un análisis realista del problema indica


que la función política, ejercida por las fuerzas armadas
durante un tiempo demasiado prolongado o supuestamente
indefinido, terminaría por destruir el carácter profesional y
disciplinado de aquellas, al paso que lesionaría seriamente
su prestigio ante la ciudadanía.

2
Jaime Guzmán, «El sufragio y la nueva institucionalidad», Realidad, año 1,
N° 1, junio 1979.

81
Pablo Rubio Apiolaza

Por tanto, ya desde fines de los años 70 Jaime Guzmán articuló


una fórmula política donde las fuerzas armadas ya no dirigían de
forma directa al país, lo que no debe interpretarse, necesariamente,
como una deslealtad al régimen militar y a la figura del general
Pinochet. En el artículo citado gradualmente se va sosteniendo
una opción en la cual se escoge el sufragio universal como «mé-
todo ampliamente predominante pero no excluyente para generar
autoridades políticas», debido a que debe existir un resguardo del
«totalitarismo y del estatismo», considerados por Guzmán como
las amenazas más serias para la libertad. Para este autor:

El sufragio universal, para elegir las autoridades po-


líticas, debe representar la culminación de la nueva insti-
tucionalidad, y no su punto de partida (…) las elecciones
políticas deben concebirse (…) como el último peldaño, y
no el primero, en la construcción de la nueva democracia.
Solo así esta podrá operar sobre bases estables hacia el
porvenir.3

Este último párrafo es decidor puesto que si bien se abre la


puerta hacia una lejana democracia política, esta siempre debe
concebirse dentro de una institucionalidad específica, con reglas
claras, que aseguren la permanencia del legado del régimen militar
(sistema económico, modelo político). En cuanto a esto, se pro-
pone un Senado electo solo en sus dos terceras partes, integradas
fundamentalmente por autoridades tales como los ex comandantes
de las fuerzas armadas y otras, como altos magistrados pertene-
cientes al poder judicial.
El segundo artículo se denominó «El camino político» (Reali-
dad, 1979) y perfeccionó aspectos que en el primer trabajo habían
quedado inconclusos. Guzmán publicó este trabajo a fines de ese
mismo año (1979) y en él se deslizan importantes ideas acerca del
camino que debe adoptar el Gobierno militar en su tránsito a la
democracia. En referencia a las propuestas doctrinarias, Guzmán
se dejó influir por el «contexto intelectual» del momento cuando
sostiene que:
3
Jaime Guzmán, «El sufragio y la nueva institucionalidad», Realidad, año 1,
N° 1, junio 1979.

82
Jaime Guzmán y la UDI durante la transición

Si la democracia es una forma de gobierno, no puede


ser un fin en sí misma, porque ninguna forma de gobierno
puede jamás serlo (…) la democracia solo es realmente legí-
tima en cuanto sirva a la libertad, la seguridad, el progreso
y la justicia, al paso que pierde toda validez si debido a un
erróneo diseño o aplicación práctica termina favoreciendo
los antivalores inversos del totalitarismo, el estatismo, el
terrorismo, la subversión y la demagogia, como tuvimos
dramática oportunidad de comprobarlo en los años que
precedieron al pronunciamiento militar de 1973.4

Al igual que frente al sufragio universal, el líder del gremialis-


mo elaboró una ácida crítica frente al régimen político democrá-
tico liberal y, por sobre todo, frente a la modalidad que adoptó la
democracia chilena antes del golpe de Estado. Inspirado en ideas
de la sociología política norteamericana, Guzmán argumentó que
la democracia solo prosperaba en naciones con desarrollo eco-
nómico, social y cultural superior al de Chile, por lo cual nuestro
país debía primero abocarse a alcanzar dicho desarrollo (Lipset,
1981). Del mismo modo, la democracia se aceptó en la medida
que cumpliera ciertas condiciones como la libertad económica
y la seguridad, siendo considerada una forma de gobierno sin
contenidos sustantivos o proyectivos, lo que aproxima a Guzmán
a una concepción «sobria» y pragmática de la democracia (Hun-
tington, 1986 y 1989).
Uno de los conceptos que más ayuda a comprender estas con-
diciones necesarias para la democracia se refiere a los consensos
mínimos que deben proteger al régimen político democrático de
la ingobernabilidad y la sobrecarga de demandas sociales. En su
artículo, Guzmán argumentó que «una democracia solo puede
ser estable cuando en las elecciones populares se escoge entre
diversas opciones políticas o tendencias de gobierno, pero en que
no se juegue lo esencial de la forma de vida de un pueblo».5 Jus-
tamente estas referencias hacen mención a la situación que vivió
Chile entre 1964 y 1973, período en el cual la polarización y la
ideologización marcaron la política nacional, lo que se tradujo en

4
Jaime Guzmán, «El camino político», Realidad, año 1, Nº 7, diciembre 1979.
5
Ibíd.

83
Pablo Rubio Apiolaza

la existencia de proyectos globales (y por tanto excluyentes) de


transformación radical. Guzmán lo planteó claramente cuando
sostuvo que:

En vez de gobernar para hacer, en mayor o menor


medida, lo que los adversarios quieren, resulta preferible
contribuir a crear una realidad que reclame de todo el que
gobierne una sujeción a las exigencias propias de estas.
Es decir que si gobiernan los adversarios, se vean cons-
treñidos a seguir una acción no tan distinta a la que uno
mismo anhelaría porque –valga la metáfora– el margen
de alternativas que la cancha imponga de hecho a quienes
juegan en ella, sea lo suficientemente reducido para hacer
extremadamente difícil lo contrario.6

Como es posible inferir de esta cita, el objetivo que Guzmán


persigue es fundamentalmente construir una institucionalidad tal
que no permita que los antiguos «vicios» del pasado vuelvan a
destruir la democracia. Por otro lado, este artículo insistió en la
necesidad de una pronta «retirada a los cuarteles» de las fuerzas
armadas, lo que subordina el papel de los militares a la estabilidad
del régimen que se pretende crear:

La inexistencia indefinida de todo plazo para un gobier-


no conlleva la constante presión sobre su permanencia o su
término, lo que a esta altura del proceso chileno perjudica
su estabilidad, especialmente en los instantes de crisis. No se
trata pues de abreviar la duración del actual régimen, sino
de fortalecer los requisitos para su prolongación estable
por el lapso que sus objetivos requieren.7

Sorprende que Guzmán haya redactado este artículo cuatro


años antes de la primera gran crisis que enfrentó la dictadura en
1983, que tuvo como consecuencia el renacimiento de la sociedad
civil, de los partidos políticos opositores y el aceleramiento de la
demanda por democracia. No obstante, es probable que Guzmán
tenga a la vista el desenlace de los procesos revolucionarios de
Nicaragua y de Irán, que culminaron en un régimen distinto me-
6
Ibíd.
7
Ibíd.

84
Jaime Guzmán y la UDI durante la transición

diante ruptura y derrota de los largos regímenes autoritarios que


imperaron en esos países. De acuerdo a Guzmán en 1979, para
preservar la herencia del régimen, había que dar ciertas condicio-
nes de apertura a la oposición, e incluso negociar con él, claro que
desde una perspectiva que no cedía en los aspectos estructurales
legados por el gobierno de Pinochet.
En otro artículo de la misma época, llamado «La definición
constitucional» (Realidad, 1980), se insistió en la necesidad de di-
señar instituciones que «salvaguardaran» el régimen democrático.
Por ejemplo, para justificar la presencian de los senadores llamados
«designados» en la nueva institucionalidad, agregó que:

La legitimidad de tales senadores como exponentes


del ser y de la voluntad nacional resulta indiscutible, y
su carácter moderador y experimentado representará un
valioso paliativo frente a las inevitables deficiencias de
los pronunciamientos ciudadanos masivos. Además, su
condición minoritaria dentro del conjunto deja suficiente-
mente nítida la opción democrática, a lo que es inherente el
sufragio universal, al mismo tiempo que lo hace aceptable
para nuestra opinión pública, que difícilmente compartiría
ir más lejos en la materia.8

En este trabajo también se enfatizó un aspecto clave del futuro


modelo institucional, referido al «pluralismo ideológico limitado»,
fundamentalmente destinado a restringir la incidencia de organiza-
ciones de raíz marxista. A la democracia era necesario «protegerla y
resguardarla», y en esa lógica, determinados partidos y movimientos
deberían quedar al margen del proceso. Para este propósito se esta-
bleció la institución del Tribunal Constitucional, órgano que debía
resolver casos particulares relativos a la vigencia del principio de
supremacía constitucional y el respeto al estado de derecho.
La influencia de Guzmán en la década de 1970 fue clave
para relevar una serie de conceptos como democracia, sufragio
universal y libertades públicas, en los debates de los grupos que
adhirieron al régimen autoritario. Este sector en los últimos años

8
Jaime Guzmán, «La definición constitucional», Realidad, año 2, Nº 3, agosto
1980.

85
Pablo Rubio Apiolaza

había desarrollado una cierta resistencia ideológica a la demo-


cracia, amparándose en ideas ajenas a la tradición liberal como
la noción de «estado de excepción». Es preciso señalar que una
parte de la izquierda chilena también desconfió de la democracia
hasta bien avanzados los años ochenta.
De tal forma, la temprana producción intelectual de Jaime
Guzmán se constituyó en una propuesta precursora durante la
transición democrática, cuyos debates se hicieron más fuertes
durante la década de 1980. Si bien estas ideas están contenidas
en cierta medida en la Constitución de 1980, Guzmán junto a la
udi persistieron en participar del debate que emergió en Chile
luego de la crisis del régimen y su posterior apertura.

Aportes de la udi a la transición chilena


En un marco de apertura y de renacimiento de los partidos
políticos, surgió la udi en septiembre de 1983. Desde un comienzo,
este partido comenzó a jugar un rol activo de apoyo al régimen
militar, lo que coexistía con su intención de diferenciarse de la
derecha tradicional, agrupada en torno a Unión Nacional y al
Partido Nacional, representantes de la derecha más liberal y en
muchos aspectos críticos del liderazgo de Augusto Pinochet. La
udi también participó activamente en varias negociaciones que
determinaron el fin del régimen militar, articulando desde el punto
de vista doctrinario una alternativa de continuidad para la parti-
cipación de Guzmán dentro del régimen (por ejemplo, a través de
Carlos Cáceres en las negociaciones de 1989). En el documento
fundacional de la udi, por ejemplo, se expresó lo siguiente:

El sistema democrático solo puede ser estable si las


opciones electorales que compiten por el poder comparten
sus elementos esenciales y se guardan un mínimo respeto
recíproco. Ninguna elección o plebiscito puede representar
amenazas para los valores fundamentales de la chilenidad,
ni poner en juego legítimos principios esenciales para los

86
Jaime Guzmán y la UDI durante la transición

integrantes de la sociedad. Es preciso aceptar, por tanto,


que el pluralismo político tiene límites.9

En el marco de las protestas nacionales y de la «izquierdi-


zación» del Partido Comunista y sus grupos afines, la udi solo
identificó un enemigo para el régimen democrático futuro, como
se sostiene en la siguiente cita del mismo documento de comienzos
de los años 80:

El marxismo leninismo es un instrumento del imperia-


lismo soviético en sus propósitos hegemónicos. Combatirlo
es, pues, una exigencia patriótica en defensa de la soberanía
chilena, y comprende la lucha en contra el Partido Comu-
nista como el agente directo de la Unión Soviética en su
afán de convertir a Chile en otro satélite de su órbita.10

La Declaración de principios de la udi fue firmada por


un Comité Ejecutivo conformado por Sergio Fernández, Jaime
Guzmán, Javier Leturia, Guillermo Elton, Luis Cordero y Pablo
Longueira, quienes se consolidaron como activos partícipes del
proceso político de los años 80. Desde 1983, y sin negar lo ex-
presado anteriormente en relación al respaldo al régimen militar,
la udi manifestó un «apoyo razonado e independiente de juicio»,
con lo cual este partido y Guzmán quedaban frente a una difícil y
tal vez contradictoria tarea: constituir a este nuevo partido como
el grupo más leal al régimen y, por otro lado, proyectarse como
grupo civil en la futura democracia.11
Durante las protestas nacionales y en las negociaciones de
Sergio Onofre Jarpa con la oposición moderada representada por
la Alianza Democrática (ad), la posición de la udi fue sumamente
cautelosa. El propio Guzmán en una rueda de prensa sostenía que:

9
Declaración de principios del partido Unión Demócrata Independiente, El
Mercurio, 25 de septiembre de 1983.
10
Declaración de principios del partido Unión Demócrata Independiente, El
Mercurio, 25 de septiembre de 1983.
11
«Constituido movimiento Unión Demócrata Independiente», La Tercera, 25
de septiembre de 1983.

87
Pablo Rubio Apiolaza

Para la oposición no hay transición posible con el presi-


dente Pinochet a la cabeza. Y para el gobierno (…) y para
todos quienes apoyamos la gestión del Gobierno, no hay
transición pacífica ni posible, si se pretende desconocer el
plazo constitucionalmente fijado por el presidente Pinochet
(…). Desde el momento en que la oposición deje de insistir
en este punto y se aboque a proponer fórmulas de transición
sobre el declarado reconocimiento del plazo constitucional
del presidente Pinochet yo tengo la impresión que podrían
facilitarse los pasos concretos que hubiese que dar ahora
o en los próximos años.12

En este nuevo «contexto intelectual», la validez de la demo-


cracia se instaló con más fuerza en todos los actores del mundo
político, atmósfera que la udi no desconoció aunque continuó
defendiendo con pasión sus posturas doctrinarias. Para ese partido,
era preciso hablar de democracia e incluso construirla, pero dentro
de ciertos márgenes. «La democracia en que creemos, es la que
está contenida en los artículos permanentes de la Constitución»,
señaló en un momento Sergio Fernández.13
En este sentido hay que ubicar los debates fundacionales
de la udi originalmente alineada con los sectores nacionalistas-
corporativistas que apoyaron al régimen autoritario, por ejem-
plo, representados por los ex miembros de Patria y Libertad.
Diferenciarse de ellos fue uno de los desafíos (y ambivalencias),
que asumió la udi para constituirse en un partido moderno, pero
ligado al régimen militar a la vez.
Remarcando las diferencias con los referentes nacionalistas
y corporativistas se sostuvo que:

Desde luego, hay una diferencia en el concepto de demo-


cracia. Nosotros creemos que ella supone necesariamente
el sufragio universal como método predominante para
elegir a las autoridades políticas, un pluralismo ideológi-
co que excluya a las corrientes totalitarias y la existencia
de partidos políticos como actores válidos, aunque no

12
«Jaime Guzmán: Alianza Democrática se colocó del centro-izquierda a la
izquierda franca», La Segunda, 26 de septiembre de 1983.
13
Fernández, S. «El llamado de los Gremialistas», El Mercurio, 2 de octubre
de 1983.

88
Jaime Guzmán y la UDI durante la transición

monopólicos, tanto en la generación como en la actividad


de las autoridades políticas. Los planteamientos de una
democracia «neo-orgánica» o «corporativista» no nos
parecen efectivamente democráticos sino en el nombre y
allí hay una diferencia profunda de criterios.14

De este modo, la udi buscó siempre en los 80, una salida


política que tuviera dosis importantes de pragmatismo. A las
voces que pedían la democratización inmediata, incluso de parte
de los adherentes del régimen pertenecientes a la derecha liberal,
Guzmán argumentaba que:

En principio, a mí no me parecería aconsejable una


elección dentro de un gobierno militar (…) pienso que
podría buscarse una fórmula intermedia entre una elección
parlamentaria y lo que podría ser un Congreso meramen-
te designado (…) que las fuerzas políticas se pusieran de
acuerdo con los nombres para integrar un Congreso, como
ocurrió en el llamado Congreso Termal de la primera pre-
sidencia del general Carlos Ibáñez (…).15

La idea de una transición dentro de los marcos constituciona-


les, fue defendida por el propio Sergio Fernández, quien explicó
que: «El sentido que tiene la transición (1980-1989) es modernizar
el país y dotarlo de una institucionalidad sólida que permita que
en plena democracia el país puede desenvolverse plenamente»
(Fernández, 1994, pp. 156).
Manifestando un fuerte apoyo a la figura líder del régimen, el
ex ministro agregó que: «El Presidente de la República ha hecho
un gran Gobierno y es muy probable que cuente en 1989, con un
gran apoyo popular. Habrá que esperar ese momento para resolver
lo que corresponda», en referencia al respaldo de la udi a una
virtual candidatura presidencial de Pinochet para el plebiscito
de 1988.16 Esta defensa y apoyo al gobierno de Pinochet acarreó
14
Guzmán, J. «udi propicia profunda renovación de personas y estilo político»,
La Tercera, 2 de octubre de 1983.
15
Guzmán. J. «udi propicia profunda renovación de personas y estilo político»,
La Tercera, 2 de octubre de 1983.
16
«Sergio Fernández: No hay diferencias de fondo con el Plan Jarpa», El
Mercurio, 17 de agosto de 1984.

89
Pablo Rubio Apiolaza

conflictos importantes entre los dos partidos principales de la


derecha chilena durante el año previo al plebiscito del Sí y el No
(véase Perrier, 1989).
Hacia 1985 la udi se opuso fervientemente al Acuerdo Na-
cional, documento firmado por la oposición al régimen junto a
una parte de la derecha; acuerdo posibilitado por el arzobispo
de Santiago, cardenal Juan Francisco Fresno y que planteaba la
democratización moderada del país. Si bien el acuerdo fue igno-
rado (o combatido) por el régimen militar, constituyó un primer
paso para la formación de consensos amplios, base fundamental
de la transición política posterior. Para la udi, sin embargo, solo
había una salida hacia la democracia que implicaba cierto grado
de tutelaje por parte de las fuerzas armadas, tal como se explica
en el párrafo siguiente:

(…) no habrá democracia estable en el futuro próxi-


mo y previsible de Chile sin gobiernos que cuenten con el
activo concurso de las fuerzas armadas (…) pero es hora
ya más que sobrada que comprendan que estas no se de-
jarán utilizar al modo y gusto de las mayorías políticas de
turno, sino que reclaman con razón una fórmula jurídica
acorde con su relevancia práctica y con su responsabilidad
institucional.17

Durante el «año decisivo» (1986), y en uno de sus documen-


tos políticos más importantes (Chile, Ahora, 1986), el partido de
Guzmán persistió en su actitud irreductible respecto a los plazos
de la transición y a las condiciones de la misma. En este escrito
se confirman muchas de sus propuestas, la mayoría de ellas alza-
das por Guzmán desde la década anterior. Coincidiendo con los
análisis más radicales y conservadores sobre el problema de la de-
mocracia, la udi calificó la crisis de 1973 como «muy profunda»,
razón por la que la obra del régimen debería tener un carácter
refundacional, idea contenida en la Constitución Política de 1980.
Textualmente se planteaba de la siguiente forma:

17
«No habrá democracia estable sin FF. AA.», La Tercera, 19 de julio de 1985.

90
Jaime Guzmán y la UDI durante la transición

Las raíces de esta crisis eran muy anteriores al régimen


marxista. Más aún, el advenimiento de este y la incapacidad
entonces vigente para contener eficazmente su progresivo
avance hacia un totalitarismo irreversible, evidenció que
era todo un sistema político, económico y social el que se
había agotado en forma definitiva.18

Frente a los repetidos intentos de concertación entre grupos


afines al régimen y opositores al mismo, la udi se planteó como
una férrea defensora de la obra de Pinochet, hasta el punto de
ser uno de los bastiones de la campaña del Sí en 1988. En esa
coyuntura, Fernández ocupó el cargo de ministro del Interior y le
correspondió organizar la campaña en todo el país. Un año antes
de aquello, el partido sentenciaba que:

(…) detrás de la mayor parte de las reformas consti-


tucionales auspiciadas por el grueso de la clase política
tradicional chilena, subyace el propósito –consciente e
inadvertido– de destruir la columna vertebral de la Carta
de 1980 y los mejores aportes que ella realiza a la evolución
constitucional chilena.19

Si bien la udi y Guzmán continuaron desarrollando las mis-


mas ideas respecto a la democracia y a la posible transición, en la
práctica su comportamiento fue crecientemente pragmático y con
una fuerte vocación de poder, actitud que en parte consolidó a
este partido ya bien entrado los 90 y lo transformó en la principal
fuerza electoral de la derecha chilena.

Conclusión
La transición democrática en Chile solo es posible compren-
derla como un proceso histórico e intelectual que hunde sus raíces
en el propio régimen encabezado por Augusto Pinochet. En dicho
proceso los actores políticos, de oposición y los que apoyaron de
una u otra forma el régimen, desarrollaron una reflexión teórica
y política que, junto con la propia institucionalidad creada por
18
UDI, Chile, Ahora, Im. Printer S. A., Santiago, julio de 1986, p. 7.
19
Ibíd., p. 15.

91
Pablo Rubio Apiolaza

el autoritarismo, establecieron un «campo intelectual» específico,


en especial desde fines de la década de 1970, mediante el cual se
constituyó políticamente el camino hacia la democracia.
Al concebirse la transición chilena como un proceso gradual
de acuerdos articulados y dirigidos en cierta manera por el propio
régimen (ya que no hay derrota total de las fuerzas armadas) alu-
dimos a un aspecto metodológico que no debe dejar de relevarse
al momento del análisis de la transición. En definitiva, la transi-
ción chilena como proceso histórico (no politológico) hundió sus
orígenes en el proceso de apertura y de institucionalización del
Régmen Autoritario que impuso un cierto «rayado de cancha» a
los restantes actores.
Desde ese prisma, situar el comienzo de la transición demo-
crática desde el momento de la derrota del régimen en 1988 e
incluso desde que asume el primer gobierno democrático en marzo
de 1990, constituye un error o, al menos, una visión reduccionista
del proceso. Las propuestas de transición democrática van de la
mano con un paulatino proceso de reconstrucción de confianzas
entre todos los actores comprometidos con el restablecimiento
de la democracia, lo que se desarrolló en paralelo a los pactos
horizontales entre la clase política de los años 80.
Un proceso adaptativo análogo experimentó Jaime Guzmán
y luego la udi. Desde sus lejanos textos de los años 60, desarrolló
crecientemente un trabajo intelectual autónomo lo que no dismi-
nuyó en las décadas siguientes. ¿Por qué Guzmán, como ferviente
partidario del régimen, funda la udi y no apoya «desde dentro»
al Gobierno que atravesaba su mayor crisis? Es una pregunta
pertinente al respecto y que deja de manifiesto el interés del líder
del gremialismo por proyectar la obra del régimen militar, pero
bajo una impronta civil.
La evolución ideológica de Guzmán, se caracterizó por el mis-
mo patrón de otros partidos políticos y sus intelectuales orgánicos
comprometidos con la idea de transición. Luego de un período de
una crítica extrema a la democracia liberal, en la segunda mitad
de los años 70, gradualmente se la comienza a valorizar en pleno
régimen autoritario, en buena medida, condicionado por necesi-
dades estratégicas provenientes del proceso político. No obstante,
92
Jaime Guzmán y la UDI durante la transición

desde el punto de vista doctrinario hay una continuidad de una


perspectiva crítica sobre la democracia, visible, sobre todo en
textos como El sufragio universal y la nueva institucionalidad y
El camino político, ambos de 1979.
Estas obras son fundamentales en el pensamiento político
del líder del gremialismo, debido a que junto con la dimensión
doctrinaria, esas ideas tradicionales en la derecha se articulan con
una visión pragmática y propiamente política. Su aceptación de la
democracia, al igual que en una parte importante de la izquierda
reformista chilena, se constituyó como una jugada «táctica», en
este caso con el objetivo de proyectar y perpetuar la obra del Go-
bierno militar, sobre todo, en lo tocante con el modelo económico
y la arquitectura institucional del mismo.
En paralelo, Guzmán intentó reunir a jóvenes gremialistas
en espacios dotados de cierta autonomía respecto del régimen
militar, aunque muchos de sus miembros siguieron colaborando
con el Gobierno o se mantuvieron como leales adherentes. Así se
funda Nueva Democracia en 1979 y, finalmente, la udi en 1983.
La acción política de la udi se juega en un contexto distinto al
que actuó Guzmán, debido al regreso de la política a la arena pú-
blica con ocasión del proceso de apertura. Como consecuencia de
la crisis económica y las movilizaciones sociales se generó un efecto
en cadena que incluyó el llamado «Plan Jarpa» y la explosión de
partidos políticos en todo el espectro. Esto de manera inevitable
preparó el camino hacia la democratización del régimen, ya que
las demandas por democracia aumentaron de manera sustantiva,
sumados a presiones internacionales que en esta década se hicieron
manifiestas. En ese contexto la udi se enfrentó a un doble dilema:
cómo mantenerse leal al régimen militar y a la vez, en una línea
de independencia frente al mismo, posicionarse en la futura de-
mocracia. A este doble desafío, se agregaría un tercero, a saber:
cómo diferenciarse de la llamada «derecha tradicional» y ofrecer
un discurso atractivo y una forma «nueva» de acción política,
que no reprodujera los vicios del pasado que tanto criticaban. En
cuanto a esto último se tuvo un éxito indesmentible, debido a la
temprana penetración de la udi en los sectores populares urbanos,
algo inédito en la derecha chilena (Soto, 2001).
93
Pablo Rubio Apiolaza

Las propuestas de transición democrática en lo central siguie-


ron los mismos principios de las ideas del Guzmán de fines de los
años 70 y comienzos de los 80. Esto es, remitirse al calendario
propuesto por los artículos transitorios de la Constitución de
1980 y, en consecuencia, todo intento de acuerdo contemplado
fuera de este marco debía ser rechazado, porque alteraba el rum-
bo institucional. No en vano, Sergio Fernández había redactado
ese articulado y fue quien preparó la campaña oficialista en los
comicios de 1988 con Pinochet como candidato único. Si bien
es cierto que Guzmán y la udi promocionaron la transición
política, dirigida y controlada por ellos y para beneficiar sus in-
tereses políticos particulares; sus aportes al proceso transicional
resultan decisivos para comprender el marco básico en el cual se
desarrolló la transición desde el régimen autoritario en Chile y la
consolidación de la democracia luego de la retirada de Pinochet
del gobierno.

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Gran empresariado, poderes fácticos e
imaginarios políticos. El caso de la transición
democrática chilena
(1990-2000)

Rolando Álvarez Vallejos


Instituto de Estudios Avanzados
Universidad de Santiago de Chile

Introducción1
El triunfo del exitoso empresario Sebastián Piñera Echenique
en las elecciones presidenciales chilenas en enero de 2010 y la
posterior designación de un gabinete cuyo origen mayoritario
provenía del mundo empresarial, puso en el centro del debate
político chileno la relación entre política y empresarios. Los lla-
mados «conflictos de intereses» entre los negocios particulares y
las tareas de Estado, recordaron una antigua discusión sobre el
enorme poder que, desde el retorno a la democracia, han tenido
los empresarios, traspasando desde el ámbito privado hacia los
centros del poder político. En realidad, el triunfo de Piñera, más
que una novedad, puede considerarse el punto de llegada de una
exitosa estrategia hegemónica, que posicionó al gran empresariado

1
Este artículo forma parte del proyecto «Chile y América Latina en frente a
la globalización: profundización de los estudios americanos interdisciplina-
rios», código pda-26, financiado por el Programa Bicentenario de Ciencia y
Tecnología (pbct) y dirigido por la historiadora Olga Ulianova. Agradezco la
colaboración en el desarrollo de esta investigación del licenciado en Historia,
Fernando Pairicán Padilla.

97
Rolando Álvarez Vallejos

nacional como un referente obligado de la política chilena desde


fines de la década de los 80.
A pesar de su protagonismo, no abundan las investigaciones
que traten en profundidad el papel de los grandes empresarios
en los primeros años del retorno a la democracia en Chile. Por
un lado, se ha señalado que irrumpieron como un nuevo sujeto
colectivo consciente de su papel en la historia nacional y que por
ello, a pesar de su desconfianza inicial, se habrían sumado a la
cultura del consenso que supuestamente predominó en esta pri-
mera etapa. De esta manera, los grandes empresarios se habrían
convencido de las virtudes del sistema democrático y, de paso,
convertido en pilares de la transición chilena (Montero, 1996).
También desde una mirada positiva del papel del empresariado
durante este período, se plantea que el rol protagónico que el
modelo económico les asignó, volvió inevitable que se convirtie-
ran en un actor político relevante. Así, tanto empresarios como
nuevo Gobierno democrático debieron entenderse en este escena-
rio, como única manera de conducir exitosamente la transición
(Rehren, 1995). En una línea similar, se ha destacado su relativa
capacidad de adaptación y su actuación política en defensa del
modelo económico a través del manejo de los medios de comuni-
cación de masas y el financiamiento de las campañas electorales
(Drake y Jaksic, 1999). Desde otra óptica, se ha planteado que
los gobiernos de la Concertación modificaron las rasgos más ex-
tremos del modelo económico neoliberal heredado del régimen,
lo que provocó que la convivencia con los grandes empresarios
se desenvolviera problemáticamente (Muñoz, 2007). También se
ha reconocido la modernización de dicho sector, de acuerdo a las
necesidades que impuso la transnacionalización de la economía,
aunque, se dice, manteniendo su tradicional conservadurismo en
materias de relaciones laborales (Ramos, 2009). Desde un ángulo
más crítico, el comportamiento del gran empresariado durante
la transición ha sido evaluado negativamente, considerándolos
como un poder fáctico aliado a las fuerzas armadas y la derecha,
que obstaculizó el proceso de democratización del país (Otano,
1995); como intransigentes, carentes de responsabilidad social y
uno de los actores políticos culpables del carácter incompleto de
98
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

la transición (Portales, 2000) y como expresión del pinochetismo


o sector más recalcitrante de la derecha (Ángel, 2005).
Desde nuestra perspectiva, el papel del gran empresariado du-
rante los dos primeros gobiernos de la transición implicó repensar
el concepto de poderes fácticos. Durante el período 1990-2000,
el gran empresariado, a través de diversas formas, se convirtió en
el principal baluarte político que defendió el legado del régimen
militar, tomando en cuenta las divisiones que debilitaron a la
derecha. Sin embargo, de acuerdo a nuestra hipótesis, esto no lo
hizo desde lo que se denominó un «circuito extra-institucional»
del poder (o «poderes fácticos») o desde una estrategia basada
en la búsqueda de consensos con el Gobierno, sino que incorpo-
rándose propiamente tal al sistema de tomas de decisiones del
país. Desde el punto de vista de este trabajo, actuando como un
partido político más, durante esta década esta nueva generación de
empresarios desplegaron el imaginario político cuya construcción
se había iniciado durante el régimen militar. Esto significó poder
intervenir en todas las materias públicas que les atañeran e incluso
en las disputas internas de la oposición de derecha, tomando posi-
ciones en cada uno de estos debates. Así, legitimada en los hechos
su actuación por el Gobierno y los partidos de la Concertación
–por lo tanto no fácticos ni extrainstitucionales– los empresarios
pudieron participar en el diseño y curso de la transición chilena,
marcando en la trayectoria de esta su impronta ideológica. Este
planteamiento obliga a reconsiderar tanto el concepto de «poder
fáctico» utilizado para referirse a este grupo y como el de «tran-
sitorio» de esta etapa, pues, como sostenemos en este texto, el
nuevo orden democrático se constituyó asignándoles este papel
político, por lo tanto el origen de su poder no era ni fáctico ni
transitorio, sino que legitimado por el nuevo orden civil y per-
manente en el tiempo.
En el presente artículo describiremos quiénes fueron los gran-
des empresarios que protagonizaron la política chilena durante
la primera década del Chile post Pinochet, cuál era su imaginario
político-cultural que explicaba su nuevo papel en el país y cuáles

99
Rolando Álvarez Vallejos

fueron las principales áreas del quehacer público en el que inter-


vinieron durante este período.

1. La nueva generación de grandes empresarios-


políticos: poder económico y política en chile
Como se ha señalado, al inicio de la transición democráti-
ca chilena, el gran empresariado era un mosaico de nombres y
compañías que habían logrado sortear las sucesivas crisis que
habían golpeado al país desde los tiempos del golpe militar del
11 de septiembre de 1973. Capas de nuevos y viejos hombres
de negocios fueron generando la costra que dio cuerpo al gran
empresariado de la época (Arriagada, 2004). Esta nueva capa
tuvo como antecedente directo, aquellos grupos que surgieron
durante el efímero boom económico de fines de la década de los
70 y principio de los 80. Durante aquellos años, el régimen mili-
tar privilegió la reducción de la inflación, para lo cual aplicó una
inflexible fórmula monetarista, acompañada de una baja de los
aranceles y el fin de las restricciones para el ingreso de préstamos
externos. Esta estrategia generó una fiebre consumista, gracias a las
inéditas facilidades de crédito y los bajos precios de los productos
importados. Asimismo, numerosos inversionistas expandieron
sus negocios, sobre la base de contraer abultadas deudas, dando
origen a lo que se denominó «empresas de papel» (Silva, 1993).
En este contexto, se desarrolló la primera oleada de grandes
empresarios neoliberales en Chile, que aprovecharon esta coyun-
tura económica para convertirse súbitamente en los grupos más
ricos del país. El principal y más poderoso fue el Cruzat-Larraín,
fundado por Manuel Cruzat y Fernando Larraín. Llegaron a ser
propietarios de más de 100 compañías, entre las que destacaban
el Banco de Santiago, la afp Provida, Watt’s, Loncoleche, Ladeco,
Tricolor, Radio Minería, Copec, Editorial Ercilla, entre muchas
otras. En enero de 1983 el grupo fue intervenido por el Estado,
liquidando a fines de 1984 más del 91% de sus activos a favor
de sus acreedores. El principal imperio económico nacional ha-
bía desaparecido tan rápidamente como se había conformado.
El segundo grupo de la época era el encabezado por Javier Vial
100
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

Castillo, conocido como bhc, por el nombre del banco y compa-


ñía de seguros de su propiedad. Era poseedor del Banco de Chile,
Somela, Financiera Atlas, entre otras. Al negarse a liquidar sus
activos –como sí lo había hecho el grupo Cruzat-Larraín– enfrentó
una querella criminal que culminó con los principales ejecutivos y
el propio Vial en la cárcel. Al final, este debió firmar la liquidación
de sus bienes.
Existían otros conglomerados, claramente más pequeños que
los anteriores, como el del Banco de Concepción, cuyos propieta-
rios eran Juan Cueto, Jaime Ruiz y Antonio Martínez. Por la crisis,
vendieron parte de sus activos, aunque pudieron retener algunas
empresas, como las afp Invierta y Planvital. El Fluxá-Yaconi,
integrado por Francisco Fluxá y Vittorio Yaconi, era dueño del
Banco Osorno. Ellos protagonizaron la primera gran crisis finan-
ciera de la época, cuando en 1977 este organismo fue intervenido,
arrastrando consigo a 14 grandes empresas relacionadas, como
Cementos Melón, Pesquera Iquique, Viña Santa Rosa, Edificio
Santiago Centro y otros. Por su parte, Raúl Sahli y Mauricio
Tassara eran los dueños del Banco Español, algunas financieras y
agroexportadoras, que, agobiadas por las deudas, también fueron
intervenidas por el Estado. Gran notoriedad cobró el grupo de
Jorge Ross, propietario de la Compañía de Refinería de Azúcar de
Viña del Mar (crav). Símbolo de la mentalidad empresarial de la
época, especuló con que el precio del azúcar subiría en el mercado
mundial, por lo que realizó una millonaria compra, operación que
terminó con una bullada quiebra en abril de 1981.2
La característica en común de todos ellos es que no lograron
consolidarse como una nueva generación que cambiaría el rostro
del país. De alguna manera, fueron expresión de la trayectoria
anterior del gran empresariado chileno, aquel de comportamiento
pragmático y acomodaticio a los Gobiernos de turno. En este caso,
aprovechando oportunistamente las medidas de un régimen ultra-
liberal. Por este motivo, su legado para posteridad empresarial fue
relevante en dos sentidos. Primero, la importancia de terminar con
2
Sobre los empresarios surgidos en los tiempos del boom económico, nos
hemos basado en Estrategia del 21 de octubre de 1991 p. 16 y ss. y del 16
de octubre de 1995, p. 82 y El Diario 25 de octubre de 1999. p. 26.

101
Rolando Álvarez Vallejos

el comportamiento zigzagueante de los hombres de este sector, lo


que se tradujo en la necesidad de pensar en una fórmula o proyecto
que estableciera sus principios básicos. La estrategia del acople
acrítico a las medidas económicas de tal o cual Gobierno, no había
terminado bien. Ni el estatismo –experiencia traumática cuyo fin
significó un gran alivio para los empresarios–, ni el ultraliberalismo
de los Chicago Boys –que terminó en la quiebra de los grupos
económicos más destacados–, se convirtieron en proyectos viables
a largo plazo. Por ello, no fue extraño que la nueva generación se
constituyera alrededor de una reflexión proyectual.3
En segundo lugar, el fracaso de estos tras el boom econó-
mico, obligó a sus herederos a repensar no solo su papel en la
sociedad, sino también la imagen que proyectaban al resto del
país. En efecto, el desfile de connotados hombres de negocios por
Capuchinos, cárcel donde se «alojaron» durante sus detenciones,
dañó fuertemente su credibilidad. Por ello es que un aspecto muy
importante de la reflexión de sus sucesores fue posicionarse como
un actor preocupado del bien común y del desarrollo nacional. El
corporativismo empresarial, el cortoplacismo, el oportunismo, la
irresponsabilidad social, en fin, la proyección de una imagen de una
voracidad incontenible por acumular cuantiosas ganancias, fueron
algunos de los tópicos que la nueva generación buscó revertir.
De esta manera, a mediados de la década de los 80, cuando
los peores efectos de la crisis económica iniciada en 1982 se
habían superado, emergió una nueva élite empresarial, que tras
suyo portaba la experiencia de la Unidad Popular, la inflación de
mediados de los 70 y el desastroso final del boom. La integraron
sobrevivientes de esta fase, que se habían resistido al excesivo
endeudamiento y los beneficiados de la ola de privatizaciones
que se produjeron en esos años (Arriagada, 2004, p. 155). Ellos
fueron los que posteriormente formaron parte y dirigieron, des-
de distintos espacios, el diseño y la conducción política del gran
empresariado, luego del retorno a la democracia.

3
Sobre el proyecto empresarial surgido a mediados de los 80, ver Álvarez, R.
(mimeo) Los empresarios en la encrucijada democrática chilena: ¿pragma-
tismo o dogmatismo ideológico? 1986-1990.

102
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

En general, esa generación tuvo varias características que los


diferenciaba de sus antecesores. Por un lado, nacieron desde la
inquietud empresarial por el futuro a mediano y largo plazo del
país, razón por la cual asumieron un proyecto político-económico,
inspirado en su propia experiencia histórica y en el neoliberalismo
impulsado por el régimen militar. La debacle de sus predecesores les
permitió criticar públicamente lo que consideraban los «excesos»
del equipo económico de los Chicago Boys y la actuación especula-
tiva de los grupos económicos antes del estallido de la crisis. Esto,
que se interpretó en la época como una crítica al neoliberalismo,
no fue sino un ajuste de cuentas con la versión radicalizada del
modelo, pues los nuevos grandes empresarios abogarían por un
neoliberalismo igualmente ortodoxo, pero no tan extremo.
De esta manera, estos tuvieron éxito en dar forma a un pro-
yecto nacional propio, el que, junto con abogar por la continuidad
de las reglas del juego neoliberal, los instaló exitosamente como
un actor político democrático, cuya voz era indispensable tener en
cuenta. Por otra parte, a pesar de lo anterior, fue un grupo mucho
más inflexible de lo que su discurso supuestamente consensual
buscaba proyectar, convirtiéndose en los más férreos defensores
del legado de la dictadura del general Pinochet.
Asimismo, mantuvieron algunas continuidades, como por
ejemplo, canalizar sus inquietudes a través de sus organizaciones
gremiales. Como ha sido señalado, los grandes empresarios utili-
zan diversas modalidades para influir sobre los acontecimientos
nacionales, pasando desde sus contactos personales lo que les
brinda el hecho de ser hombres poderosos con múltiples redes de
influencias, hasta la propiedad de influyentes medios de comuni-
cación de masas. Como ocurre en otras partes, normalmente las
cabezas de los grandes conglomerados no participan abiertamente
en la dirección de los gremios patronales, designando a ejecutivos
u otros empresarios cercanos. En todo caso, el privilegio otorgado
a los gremios patronales como canal de expresión, demostraba la
vocación del gran empresariado chileno de actuar como un solo
cuerpo y proyectar la imagen de ser parte de una comunidad de
intereses supuestamente orientada a la búsqueda del bien común
(Durand, 2003).
103
Rolando Álvarez Vallejos

El cuadro de honor de la nueva generación empresarial chilena


estuvo compuesto por tres grandes grupos económicos, Luksic,
Angelini y Matte, seguidos de cerca por los grupos Yuraszeck
y Said (Fazio, 1997). El primero se originó cuando un hijo de
croata, Andrónico Luksic Abaroa, inició sus negocios a mediados
de la década de los 50 invirtiendo en el sector minero. El grupo
tuvo como política de desarrollo de sus negocios mantener tanto
un escaso perfil público, como bajos niveles de endeudamiento
y costos administrativos. Con el gobierno de Allende, cuando se
habían diversificado de la mera actividad minera, vendieron sus
activos a la corfo, tal como lo propugnaba la Unidad Popular.
Esto le valió ser considerado cercano al presidente y objeto de
resquemores por años al interior del régimen militar. En la déca-
da de los 80 comenzó a forjar su imperio económico, cuando se
involucró otra vez en el sector minero (Los Pelambres) y gracias
a su escaso endeudamiento, pudo adquirir empresas que se li-
quidaron por la crisis, como la Compañía de Cervecerías Unidas
(ccu). Asimismo, mantuvo presencia sobre Lucchetti. El sector
financiero lo desarrolló primero comprando en los 70 parte del
Banco Sudamericano y más tarde el O’Higgins, por medio del
cual a fines de los 90, adquirió el de Santiago. A mediados de esa
década, comenzó su expansión a Perú y más tarde a Argentina. En
resumen, en la década de los 90 el grupo Luksic estaba compuesto
por tres sectores, minero, industrial y financiero, y era dirigido
por el patriarca fundador junto a sus hijos Jean Paul, Guillermo
y Andrónico.4
Por su parte, el grupo Angelini también provenía de una fa-
milia de inmigrantes, en este caso de Anacleto Angelini, llegado a
Chile en 1948 proveniente del norte de Italia. En la década de los
90, era uno de los hombres más ricos del mundo y su conglome-
rado era el más importante del país. Desde sus orígenes, Angelini
se basó en una estrategia empresarial austera, pero con la audacia
para atreverse a invertir en momentos precisos. La primera carac-
terística le permitió, al igual que a Luksic, aprovechar la crisis de
1982, para adquirir Copec (1985), en ese momento al borde de
4
Nos hemos basado en Estrategia del 18 de octubre de 1993, p. 58 y del 16
de octubre de 1995, p. 83 y El Diario del 25 de octubre de 1999, p. 14

104
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

la quiebra. La segunda, invertir en empresas madereras Celulosa


Arauco (en 1979) y de pensiones un par de años más tarde como
AFP Summa. En su actividad matriz, la industria pesquera, aún
conservaba una importante presencia en la década de los 90. Su
perfil político lo conectaba tanto a fuerzas de derecha como a los
Gobiernos democráticos, pues uno de sus colaboradores más es-
trechos era Felipe Zaldívar Larraín, proveniente de una conocida
familia democratacristiana. Angelini cultivaba un bajísimo perfil
público, con escasas apariciones y no concedía entrevistas. Uno
de sus brazos derechos, Felipe Lamarca, fue un activo y polémico
dirigente empresarial durante os 90.5
El tercer gran grupo económico de la década era el Matte. Su
origen, a diferencia de los anteriores, se ancla desde la época en
que Chile era colonia española. Comenzaron a tener una figura-
ción en el ámbito empresarial cuando en 1920, luego de adquirir
una industria del rubro, fundan la Compañía Manufacturera de
Papeles y Cartones (cmpc), más conocida como la «Papelera».
Desde antes, integrantes de la familia tuvieron una vocación polí-
tica. A fines del siglo xix Eduardo y Augusto Matte Pérez tuvieron
cargos parlamentarios y ministeriales, apoyando a la oposición de
Balmaceda en tiempos de la guerra civil de 1891. Más tarde Luis
Matte fue ministro del general Ibáñez en 1930 y dirigente de la
Sociedad de Fomento Fabril. Su sucesor, Arturo Matte Larraín,
incluso fue candidato a la presidencia de la república en 1952 y al
casarse con la hija del ex presidente Arturo Alessandri Palma, fijó
su nombre al clan de esta familia (Carmona, 2002). Esto explica
que Jorge Alessandri Rodríguez fuera presidente de la «Papelera»
desde 1938 hasta 1981, pocos años antes de su fallecimiento, salvo
cuando fue ministro de González Videla y cuando ejerció la pri-
mera magistratura del país entre 1958 y 1964. Durante los años
de la Unidad Popular, bajo la consigna «La Papelera no», como
símbolo del rechazo a los planes de estatización de la compañía,
la familia Matte participó activamente contra el Gobierno.
Su conversión en uno de los principales grupos económicos
del país y de América Latina, tiene una matriz común con los
5
Nos hemos basado en Estrategia del 18 de octubre de 1993, p. 59 y del 16
de octubre de 1995, p. 84 y El Diario del 25 de octubre de 1999, p. 16.

105
Rolando Álvarez Vallejos

anteriores, a saber, compañía austera, sin excesivas deudas, que


supo sobrevivir al chaparrón iniciado en 1982. En 1979 traspasó
sus activos forestales a Forestal Mininco. Participó en la creación
del Banco bice y su sumó a la afp Summa. Mientras el país se
sumía en crisis, el grupo Matte lanzaba al mercado productos
que hicieron época en el país, como los cuadernos Austral, los
pañales desechables Babysan, el papel higiénico Suave y Dualette.
En 1986 adquieren Industrias Forestales S. A. (inforsa), concen-
trando en sus manos gran parte de la producción de celulosa. De
esta manera, hacia fines de la década de 1990, existía el holding
Empresas cmpc, compuesto por cincos áreas: Forestal, Celulosa,
Productos de papel, Tissue y Papeles. Además, el grupo se había
diversificado al sector minero, eléctrico, portuario, construcción,
inmobiliario y extendido sus negocios a Argentina, Paraguay,
Uruguay y Bolivia.6
Por debajo de estos tres colosos, se desarrollaron con éxito
otros importantes conjuntos empresariales, tales como Claro, In-
versiones Errázuriz, Endesa, cap, Said, Nestlé Chile, Lever y Sigdo
Koppers. Varios de ellos adquirieron gran notoriedad durante la
década de los 90. Uno de los más polémicos fue el grupo Endesa,
controlado por José Yurazeck, quien adquirió la compañía esta-
tal Chilectra en 1983, en un más que dudoso traspaso. El joven
ingeniero, vinculado a la derecha chilena, desarrolló rápidamente
la empresa, creando «Enersis». Asimismo, se conformaron las
Chispas (Uno, Dos, Luz, Los Almendros y Luz y Fuerza), que eran
de propiedad de los trabajadores, lo que en tiempos del régimen
militar se denominó «capitalismo popular». En 1988 ya era un
holding, con intereses en el sector inmobiliario. Ocho años más
tarde, eran líderes en este sector. En 1997, Yuraszeck y los socios
preferenciales realizan una turbia negociación con Endesa España
por medio de la adquisición de las Chispas, a través de la cual
perjudicaban los intereses de los pequeños accionistas. Después
de un largo juicio penal, Yuraszeck y sus socios se deshicieron de
todas sus acciones, dejando la compañía en manos de capitales
españoles. El polémico José Yurazeck era connotado no solo por
6
Nos hemos basado en Estrategia del 18 de octubre de 1993, p. 61 y del 16
de octubre 1995, p. 85 y El Diario del 25 de octubre de 1999, p. 13.

106
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

ser en sus buenos tiempos «el zar de la electricidad» (sic), sino


por ser un activo dirigente de la derechista Unión Demócrata In-
dependiente (udi), el partido más defensor del legado de Pinochet
durante la década de los 90 (Osorio y Cabeza, 1995; Carmona,
2002, p. 162; Estrategia, 1999, p. 22).
Destacado era el grupo Said, dirigido por José Said, accio-
nista mayoritario de la Embotelladora Andina, Parque Arauco y
el Banco bhif, constituyéndose en uno de los más poderosos del
país. Su alianza con Coca-Cola Co., que poseía la licencia de esta
bebida en Chile, Argentina y Brasil. En tiempos de la Unidad Po-
pular, vieron cómo se estatizaban el Banco Nacional del Trabajo
y el Panamericano. Al involucrarse en el bhif, por medio de la
compra de instituciones financieras en dificultades económicas
(por ejemplo el Nacional y el Banesto), lograron convertirlo en el
noveno banco más importante del país entre los años 1990-1996
(Fazio, 1997, p. 250).
El grupo Claro tuvo gran visibilidad política en esta época
también, pues su líder, el empresario Ricardo Claro Valdés, tenía
una gran influencia en el quehacer público del país. En 1975,
Elecmetal, de propiedad de Claro, adquirió el paquete accionario
mayoritario de Cristalerías Chile. Desde ese momento, la estrate-
gia del conglomerado fue desarrollarse en alianza con compañías
extranjeras de vanguardia en su actividad para asegurar su ex-
pansión dentro del país. Así lo hizo, por ejemplo, con Viña Santa
Rita, adquirida en 1980. Más tarde, pasó a controlar la Compañía
Sudamericana de Vapores, líder a nivel continental en el rubro y
se introdujo en el área de las comunicaciones (canal Megavisión,
operadores de televisión por cable, periódico El Diario y un tercio
de la editorial Zig-Zag). Claro se hizo célebre por su intervención
en el llamado «Piñeragate», cuando en el canal de su propiedad,
él en persona, se prestó para transmitir la grabación ilegal de una
conversación telefónica entre Sebastián Piñera y un amigo, en la
que criticaba a su contendiente en la carrera presidencial dentro
de su partido, la entonces diputada Evelyn Mathei (Carmona,
2002, p. 162 y Estrategia 1999, p. 22).
Otros destacados en los 90 fueron el grupo cap, encabezado
por Roberto de Andraca, propietario de la Siderúrgica Hua-
107
Rolando Álvarez Vallejos

chipato, empresas mineras, forestales, inmobiliarias, eléctricas,


entre otras. También fue muy influyente el holding Errázuriz, de
propiedad de Francisco Javier Errázuriz, quien se convirtió en
una figura nacional al presentarse como candidato presidencial
en las elecciones de 1989, obteniendo el 15% de las preferencias.
Tenía como cabeza los supermercados Unimarc, extendiéndose
al sector afp (Planvital), pesquero y automotriz, entre otros. Al
igual que sus pares de la época, expandió sus actividades a Perú y
Argentina. Rivales de Errázuriz era D&S, perteneciente a la familia
Ibáñez, con gran presencia en los supermercados (Almac, Ekono,
Líder) y otras áreas, incluida la educación con la Universidad
Adolfo Ibáñez. Destacaban también los grupos Cueto (Lan Chile),
Abumohor (textil y participación en el Banco Osorno, Provida
y otros), empresas del Río (Home Center Sodimac, automotriz
Derco), Pizarreño, de propiedad de Eugenio Heiremans, Álvaro
Saieh (CorpBanca, Copesa, entre los más connotados (Estrate-
gia, 1993, pp. 59 y ss. y 1995, pp. 86 y ss.; El Diario, 1999, p.
23). También existe información de esto en Carmona (2002) y
Monckeberg (2001).
Finalmente, algunos grupos económicos, no tan poderosos
desde el punto de vista de sus ingresos, pero cobraron notorie-
dad por sus vinculaciones políticas, como el Penta, controlado
por Carlos Alberto Délano (el Choclo), estrecho colaborador
del candidato de la derecha en las elecciones presidenciales de
1999 Joaquín Lavín. Por su parte, Marcos Cariola, junto con ser
el accionista mayoritario del grupo Pathfinder (iansa, masisa),
fue electo senador por la udi, el partido más duro de la derecha
(Carmona, 2002).
Estos fueron algunos de los más importantes empresarios de
la transición, que tuvieron un significativo papel en las discusiones
políticas y económicas durante la década de los 90. Pero para
comprender en toda su dimensión el accionar de este sector chileno
durante los primeros años del retorno a la democracia, es necesario
establecer cómo se desenvolvió su actividad. En efecto, los grandes
empresarios vivieron años de apogeo durante la última década del
siglo xx, lo que explica, en parte, su comportamiento político en
el período. Desde el punto de vista metodológico, compartimos lo
108
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

que se ha planteado respecto a evitar las miradas excesivamente


«racionalistas» para explicar su actuar, que se supone se explica
solo por sus cálculos de coste y ganancia. Otros aspectos, culturales
y subjetivos, también pueden ser decisivos (Hernández, 2004). En
este caso, sin embargo, nos parece importante tener presente en el
análisis las cuantiosas ganancias de los grandes grupos. Estimamos
que parte de sus conductas y decisiones durante la década, estu-
vieron determinadas por sus afanes de asegurar la continuidad del
círculo virtuoso que siguió el modelo hasta los primeros efectos
de la crisis asiática, a principios de 1998. Asimismo, en sentido
opuesto, sus constantes conflictos con el Gobierno, reflejaban el
atávico temor a perder la legitimidad política y cultural ganada.
Su encono y desconfianza contra los mandatos de Aylwin y Frei se
fundaba en la noción de que estos podían perjudicar el desarrollo
de sus negocios. Es más, predominaba en parte una visión que los
buenos resultados de la economía no eran tanto por los aciertos
de los Gobiernos, sino por haber respetado la lógica neoliberal
anterior. En el fondo, estimamos necesario mencionar las abul-
tadas ganancias de los grandes grupos económicos chilenos para
comprender la parte «racional» del comportamiento empresarial
en el período.
Un primer indicador de las ganancias obtenidas en el período,
lo arroja el ranking de la revista Forbes sobre las personas más
ricas del mundo. En 1996, Eliodoro Matte ocupó el lugar 230
con mil 700 millones de dólares; Andrónico Luksic, el puesto
161 con dos mil 200 millones; y Anacleto Angelini, el 150 con
dos mil 300 millones. En 1999, al final del ciclo que comprende
este artículo y cuando ya se hacían sentir los efectos de la crisis
económica mundial en Chile, Matte se ubicaba 272 en el ranking,
con mil 200 millones de dólares; Luksic, en el 243 con mil 500
millones; y Angelini, en el 228 con mil 600 millones de dólares
a su haber (Carmona, 2002, p. 64).
Fuera de estos tres gigantes, muchos grupos crecieron de
manera galopante durante las dos primeras administraciones de
la Concertación. Por ejemplo, la minera Andina, encabezada por
Alberto Hurtado, pasó de tener ingresos por 72 millones de dólares
en 1990, a más de 400 en 1997. Lan Chile, propiedad el grupo
109
Rolando Álvarez Vallejos

Cueto, facturaba 171 millones en 1992, pasando a 438 en 1998.


D&S, de la familia Ibáñez, exhibía ingresos por 626 millones de
dólares entre enero y agosto de 1997 (Estrategia, 1998, p. 24).
Por su parte, los resultados del grupo Said en 1997, ubicaba a su
compañía Andina en el séptimo lugar, superada solo por gigantes
como Copec, Chilgener o mineras transnacionales como Mantos
Blancos (Estrategia, 1997, p. 20 y 1998, p. 16). Yuraszeck y su
«imperio de la electricidad» se ubicaba en segundo lugar en uti-
lidades durante el año 1996, solo superada por la entonces trans-
nacional ctc (comunicaciones). Al año siguiente también lograba
abultados resultados, triplicando sus ganancias en comparación
al año 1990 (Estrategia, 1997, p. 28 y 1998, p. 10).
Por su parte, la banca mostró un importante desarrollo en este
decenio. Tanto el ingreso de capitales extranjeros (Banco Bilbao
Vizcaya Argentaria a la propiedad del bhif), como la consolida-
ción de los pertenecientes a algunos de los grandes grupos, (el
Santiago, perteneciente a los Luksic y el primero del país a fines de
los 90) y otros extranjeros (Santander), configuraron el panorama
financiero de la década. Por su parte, el Banco de Chile, principal
implicado en la deuda subordinada y beneficiado por la manera
que esta fue negociada a mediados de los 90 entre el Gobierno y
la derecha, concentró la participación de varios grupos económi-
cos. Al final de la década, se lo repartían el grupo Penta (Cuprum,
Vida Tres), Juan Cúneo y otros. Era el tercer banco del país, con
retornos sobre el 25%. El Banco de Crédito e Inversiones (bci),
por su parte, se consolidó como uno de los más importantes a
nivel nacional. Fundado a mediados del siglo xx por Jorge Yarur
Banna, en este período era el cuarto en ganancias y quinto en co-
locaciones. CorpBanca, perteneciente al grupo Saieh-Abumohor
y a capitales extranjeros, aumentó notablemente su influencia en
el país. De esta manera, hacia 1997, el Banco de Chile aparecía
en el primer lugar de ganancias, superando lejos al Santiago y
Santander, en segundo y tercer lugar respectivamente (Estrategia,
1998, pp. 18 y 19; Estrategia, 1998, p. 22).
Por último, las afp, fuente de enormes ganancias para sus
propietarios, registraron importantes cambios de propiedad du-
rante la década de los 90. Numerosos capitales transnacionales se
110
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

hicieron de algunas de las principales administradoras de fondos


de pensiones: Summa (Santander), Cuprum (Sun Life, comparti-
da con grupo Penta), Santa María (Aetna). Pero el Corp Group
(Saieh-Abumohor) destacó al controlar Provida y Protección, las
que manejaban en 1998 un tercio del fondo de los pensiones de
los chilenos (Estrategia, 1998, p. 18 y 19).
De acuerdo a los resultados generales de la década, la diná-
mica fue que se repitieran los mismos nombres entre los líderes en
ganancias y crecimiento. El factor que influyó en esta situación, se
relacionó con que las altas ganancias de los grupos permitieron
su continua expansión, diversificando sus actividades y fuentes
de ingreso. De acuerdo a un ranking elaborado por Estrategia
según información de la Bolsa de Comercio, la Superintendencia
de Bancos e instituciones financieras, en el período 1988-1997, las
compañías líderes del mercado, era el siguiente: 1. Endesa; 2. CTC;
3. Enersis; 4. Copec; 5. Chilgener; 6. Chilectra; 7. Banco Chile;
8. Celarauco; 9. Falabella; 10. cmpc. (Estrategia, 1997, p. 17).
Estos grandes empresarios fueron quienes comandaron estas
organizaciones durante la década. A diferencia de la imagen ho-
mogénea que suele tenerse de estos, a lo largo el período existió
una pugna más o menos soterrada sobre cuál debía ser su papel en
el nuevo escenario político abierto con el fin del régimen militar.
Durante los primeros meses del gobierno de Aylwin, primaba la
incertidumbre en el mundo industrial, ante la supuesta posibilidad
de que el nuevo Gobierno realizara modificaciones sustanciales al
modelo económico creado durante el periodo anterior. Ante esto,
las asociaciones patronales optaron por la cautela, reeligiendo a
sus dirigentes. Fernando Agüero (sofofa), Daniel Platovsky (Cá-
mara Nacional de Comercio) y José Antonio Guzmán (Cámara
Chilena de la Construcción) fueron electos para estar alertas ante
las amenazas. Una editorial pro empresario señalaba en este senti-
do que si bien el Gobierno había declarado que no modificaría el
modelo económico, era «necesario que la dirigencia empresarial se
mantenga alerta, para evitar que el Gobierno olvide esta premisa
(…) hacer posible en el país la consolidación de una economía
social de mercado» (Estrategia, 1990, p. 3). Esta precisión que po-
dría considerarse como coyuntural, producto del clima generado
111
Rolando Álvarez Vallejos

por el inicio de la nueva administración, fue la tónica de la labor


de los gremios empresariales durante toda la década.
En el fondo, lo que estaba en discusión era el papel que le
correspondería jugar a este grupo en los 90: un agente difusor de
las ideas de «libre empresa», preocupados del futuro nacional,
reconocido por el conjunto del país y con un gran perfil público
o, por el contrario, un organismo técnico, centrado en sus pun-
tuales intereses corporativos. Como lo resumiera en 1990 Daniel
Platovsky, más partidario de la tesis del «bajo perfil», existía una
corriente que pretendía que los gremios empresariales mantuvie-
ran «una presencia permanente frente a la opinión pública, con
mayor protagonismo» (Estrategia, 1990, p. 23).7 La imposición
de esta línea, cuyo origen radicaba en el liderazgo que Manuel
Feliú había desarrollado en la cpc (Confederación de la Produc-
ción y del Comercio) durante los últimos años del régimen militar,
definió el perfil de los gremios patronales en el período. Más que
considerarse un «poder fáctico», que actuaría entre las sombras,
sigilosamente, tratando de no despertar inquietud por su accio-
nar, el gran empresariado se sintió con el derecho legal y legítimo
para intervenir en cada uno de los aspectos que les parecieran de
importancia. Por ello, durante la transición, especialmente en el
período en que la derecha se atomizó por sus luchas intestinas,
los gremios patronales accionaron consistentemente casi como un
partido político más integrado a las discusiones parlamentarias
(eran invitados a las comisiones respectivas), a diálogos en La
Moneda, incluso tenían voz en las internas de la derecha. Actua-
ban de acuerdo con las posiciones más recalcitrantes de esta y
de las fuerzas armadas, en tiempos que todavía se encontraban
fuertemente dirigidas por el general Pinochet.
De esta forma, el gran empresariado de la transición, operando
a través de sus gremios, hicieron sentir todo el peso de su poder
económico, en el marco de un Estado pequeño, un movimiento sin-
dical debilitado, una institucionalidad que favorecía la continuidad
7
Una editorial que reivindicaba el supuesto papel «vital» del empresariado
en el desarrollo económico del país y, por ende, su misión de defender el
modelo y opinar de política, en «Una voz que no se escucha», (Estrategia,
1990, p. 3).

112
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

del legado del régimen militar y un clima político donde la voz de


Pinochet y la oposición de derecha tenía un papel determinante.
La mayoría de los dirigentes empresariales estuvieron por sostener
en el tiempo esta actitud confrontacional con los Gobiernos de-
mocráticos, generando una relación política predominantemente
negativa con estos. Su actuación estuvo contemplada en el diseño
de la transición y por ello que el nombre de «poder fáctico» puede
hacer alusión a algún hecho puntual ocurrido en estos años, pero
de ninguna manera refleja el sentido y el protagonismo público
de los gremios patronales durante el período. Nunca se sintieron
ni fácticos ni antidemocráticos, sino que legítimos sostenedores
del progreso nacional. Por su parte, la autoridad de Gobierno, no
quiso y no pudo modificar esta situación, adaptándose, tal como
lo hizo con la presencia del general Pinochet, al nuevo protago-
nismo político de los grandes empresarios. José Antonio Guzmán,
el poderoso presidente de la cpc entre 1990 y 1996, resumía, a
mediados de la década, el lugar en el debate público nacional de
su sector, recalcando que su gremio era «un vehículo de expresión
plenamente consolidado, reconocido, es un interlocutor válido
ante los demás actores públicos y privados tanto nacionales como
extranjeros» (Estrategia, 1996, p. 61).8
Los gremios empresariales no estuvieron exentos de polé-
micas internas, surgiendo corrientes que disentían de la posición
ortodoxa de los líderes empresariales de la cpc o no se sentían
representados por ellos. En 1994, con ocasión de la reelección
de José Antonio Guzmán a la cabeza de máxima organización
empresarial del país, la Sociedad Nacional de Agricultura, des-
contenta por su desmejorada situación económica, que se vería
empeorada por la inminente firma de tratados de libre comercio,
intentó boicotear al líder empresarial. Solo luego de tres votacio-
nes, Guzmán pudo ser reelecto, provocando gran malestar entre
la mayoría de la dirigencia patronal. Además, la reflexión que

8
En un consejo extraordinario de la cpc realizado en 1996 en Reñaca, se
exponía la estrategia política del gremio, planteando la importancia de no
«retraerse ni abandonar el espacio ganado, ni aceptar vetos o inhibiciones» y
«participar en todos los temas de interés público». (Estrategia, 1996, p. 41).

113
Rolando Álvarez Vallejos

acompañó este rechazo, reflejaba la filosofía política del grupo


en aquellos años: no solo se debía defender la «economía social
de mercado», sino que:

Los intereses superiores de Chile. Este es, sin duda,


el rol principal que un representante empresarial debe
desempeñar en el mundo moderno. En consecuencia, por
muy atendibles que sean lo planteamientos específicos de
un sector, no deben confundirse con el beneficio global del
país (Estrategia, 1994, p. 3)..

La defensa corporativa de los agricultores se consideraba una


rémora de la antigua lógica empresarial, desfasado en el tiempo.
Lo que predominaba era un empresariado protagonista y con un
proyecto político de largo plazo.
El otro conflicto interno que reflejó la fortaleza de la opción
política de este sector, se produjo con ocasión de las elecciones
de la cpc a fines de 1996. Terminaba su mandato José Antonio
Guzmán, símbolo de la postura partidaria del protagonismo em-
presarial, presentándose dos alternativas. Por un lado, el dirigente
de la sofofa Pedro Lizana, partidario de mayor diálogo y acerca-
miento al Gobierno y, por otro lado, Walter Riesco, considerado
continuador de la línea dura representada por Guzmán. Para este
último, lo que se ponía en juego era una concepción acerca del
papel del gran empresariado en el país. En pocas palabras, este
debía ser independiente y crítico del gobierno de la Concertación
y representarlos a «todos», alejándose del corporativismo de una
rama particular (a Lizana se le criticaba porque supuestamente
solo representaría al sector industrial). La «amenaza», la misma de
la que hablara Platovsky en 1990, otra vez era recordada en esta
elección. En este sentido, Riesco manifestaba su molestia por el
«estancamiento» de las privatizaciones, por el supuesto estatismo
anidado en muchos funcionarios del Gobierno y el peligro que
implicaban las posibilidades presidenciales del ministro socialista
Ricardo Lagos. En pocas palabras, el «modelo» volvía a estar en
riesgo. Unido a este belicoso discurso, Guzmán, jugándose a fondo
por Riesco, denunció una supuesta intervención gubernamental

114
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

a favor de la candidatura de Lizana, con lo que le dio el tiro de


gracia al candidato de la sofofa (Estrategia, 1996).
Un par de años más tarde, en su calidad de presidente de la
cpc, Walter Riesco enfrentó y derrotó los intentos de Felipe La-
marca (del grupo Angelini), quien intentó modificar el patrón de
conducta que había tenido la confederación durante la década.
Propuso hacer rotativa la presidencia y que recuperara su perfil
más técnico, para alejarla de la política contingente. Como co-
rolario, en 1998 proclamó la reelección del presidente Eduardo
Frei. Ante ello, los grandes empresarios cerraron filas alrededor de
Riesco, símbolo del ala dura, quien con el 84% de los votos fue
reelecto como presidente. Así se terminó la década, aplastando los
intentos moderadores de la minoría, ratificando la unidad de los
grandes empresarios en torno a la línea política del «gremialismo
político» enarbolada desde 1990 por la Confederación.9
En resumen, durante la década de los 90, predominó en la
Confederación de la Producción y Comercio una estrategia basada
en una dimensión proyectual, propia del nuevo gran empresariado
nacido durante la década anterior. Esto explica el continuo temor
y desconfianza ante las autoridades (no solo fueron momentos
de «gran miedo», sino que toda la década lo fue), la permanente
confrontación con el Gobierno y su constante intervención en los
debates políticos nacionales. En este sentido, la cpc no se quedaba
solo en la crítica, sino que en propuestas de lineamientos sobre
las que se debía desarrollar el país, lo que la alejaba de ser un
mero gremio defensor de intereses sectoriales y lo asimilaba más
al papel de un partido. El carácter de sus posiciones políticas, los
ubicaron en el ala más dura de la derecha y las fuerzas armadas,
influyendo de manera importante en el curso de la transición
democrática. Así, la cpc fue el gremio político de la transición,
el tercer partido de la derecha, cuando esta estaba debilitada por
sus luchas intestinas. Y todo ello aceptado por los principales
protagonistas políticos de la época, desde el Gobierno hasta los
partidos de la Concertación.
9
Sobre el conflicto provocado por Felipe Lamarca y la reelección de Walter
Riesco al frente de la CPC en 1998, ver Estrategia del 30 de noviembre y 28
de diciembre de 1998, pp. 20, 22 y 32.

115
Rolando Álvarez Vallejos

2. El imaginario político empresarial:


protagonismo histórico y participación
política en la transición democrática
Como lo señalamos en un trabajo anterior, el nuevo gran
empresariado surgido en la década de los 80 en Chile tuvo como
principal particularidad su carácter proyectual. Se convirtieron en
uno de los mayores defensores del modelo económico neoliberal y
de lo que denominaban «la obra del régimen militar». Apoyaron
al general Pinochet en el plebiscito de 1988 y luego de su derrota,
se supieron adaptar a la transición pactada con la oposición al
régimen militar. En este escenario, fue fundamental la toma de
conciencia del gran empresariado, que se autoasignó un papel
decisivo en el desarrollo del país y un protagonismo político que
no debía inhibirse ni negarse. En este contexto su posición frente
al nuevo Gobierno democrático estaba subordinado a si este
respetaría o no el modelo neoliberal.
Iniciada la transición, el gran empresariado consolidó este pro-
ceso de construcción de su identidad basada en la autopercepción
de su papel relevante en el quehacer nacional. Esto explica, como
veíamos en el punto anterior, el accionar de sus principales gremios
que lo representaban. Asimismo, esta autoafirmación identitaria,
terminó cristalizando en un imaginario político, que le permitió
terminar de configurar la fundamentación de su protagonismo
en la transición democrática. La constitución de este imaginario
ayuda a explicar por qué el actuar del gran empresariado no debe
ser considerado fáctico o extra institucional, pues estos lograron
consensuar con la elite política chilena una imagen depurada
e ideal de su papel dentro del quehacer nacional. En el fondo,
durante los 90, la autopercepción de los grandes empresarios se
naturalizó, permeando no solo a la derecha, sino que también a
gran parte de la coalición en el poder. Su accionar político ofensivo,
siempre tratando de tomar la iniciativa, unido a una permanente
confrontación con el Gobierno, fueron la demostración de la
aceptación de su nuevo papel.
Para describir el imaginario político de los empresarios chi-
lenos en este período, utilizaremos no solo sus declaraciones en

116
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

medio de las numerosas batallas políticas que desplegaron durante


la década, cuestión que examinaremos en la tercera parte de este
artículo. Para esta tarea nos basaremos en un centenar de biogra-
fías de grandes y medianos hombres de negocios publicadas por el
diario Estrategia desde 1994 hasta 1997. De las 100 biografías, 16
fueron editadas en un libro, que contenía ejemplos mayoritaria-
mente del siglo xix y principios del xx, mientras que las restantes
se entregaron todas las semanas en las páginas del diario. En ellas
se construyó no solo una tipología idealizada de los empresarios
en Chile, sino que una nueva versión de la historia del país, en la
que estos dejaban de ser actores responsables del subdesarrollo
nacional, sino que, por el contrario, agentes decisivos del progreso.
El primer aspecto que se destaca en esas biografías es el
supuesto carácter moderno del empresariado chileno, inclusive
en el siglo xix. En sentido opuesto a las visiones dominantes, en
especial en las ciencias sociales de raigambre marxista o cepalia-
na, que tradicionalmente imputaban un carácter regresivo a este
grupo, quienes se autoconsideraban como un factor de desarrollo
desde los primeros tiempos de la república. En un libro editado
por Estrategia10, en 1994, se planteaba la conocida hipótesis que
los buenos resultados que experimentaba la economía chilena en
ese momento, radicaban en «la obra» del régimen militar y, en la
aparición de un empresariado a la altura de los nuevos tiempos.
Sin embargo, por medio de las biografías, este planteamiento se
extendió hacia el siglo xix . Los logros y el supuesto «milagro
económico» chileno a fines del siglo xx , de acuerdo a este plan-
teamiento, se debía relativizar, pues este hundía sus raíces, según
se afirmaba, en la existencia de una larga tradición moderna del
empresariado chileno.
En el caso del siglo xix , soslayando su nacionalidad, desta-
caba por ejemplo el aporte de Enrique Meiggs, calificado como
poseedor de una «férrea voluntad empresarial» y que habría entre-
gado «una lección sobre la forma y los procedimientos que debían
tenerse presente en el país a la hora de abordar proyectos a gran

10
Estrategia . El gran salto de Chile. La historia económica y empresarial vista
por Estrategia. Santiago: Gestión. 1994.

117
Rolando Álvarez Vallejos

escala». Responsable de la construcción de las líneas ferroviarias


en Chile, se destacaba su capacidad para superar obstáculos y una
gestión moderna y eficiente de los recursos (Estrategia, 1998, p.
77). En el caso del desarrollo de las comunicaciones, no se dudaba
en considerar que empresarios como los hermanos Juan y Mateo
Clark, habrían sido verdaderos adelantados a su época, pues ni
«la sociedad y los Gobiernos de la época (…) estuvieron a la
altura del espíritu visionario y modernizador que los animaba».
Responsables de la construcción del ferrocarril trasandino y del
telégrafo, superaron, se decía, las incomprensiones económicas de
la época en pos del desarrollo del país (Estrategia, 1998, p. 83).
Pero este espíritu moderno no era patrimonio solo de emprende-
dores extranjeros, sino que también de los nacionales. José Besa
Infante se le consideraba el principal impulsor de la banca privada,
al fundar el Banco de Valparaíso, Nacional de Chile y Agrícola en
la segunda mitad del siglo xix. Desmintiendo las acusaciones que
lo tildaban de especulador, su aporte habría sido constituirse como
un modelo de comerciante y un factor decisivo para el «desarrollo
de la banca privada nacional, financiando las obras de desarrollo
que el país requería hacia la segunda mitad del siglo xix ». La
expansión de sus inversiones fuera de Chile y a otras actividades,
como la producción del azúcar y la explotación minera, reflejarían
su ímpetu modernizador. No podían estar ausentes como ejemplo
del espíritu empresarial moderno los dedicados a la minería en el
siglo xix , como José Antonio Moreno, Miguel Gallo, Jorge Rojas
y Alberto Callejas, entre otros. Pero en el siglo xx , en época de
Estado interventor, el espíritu empresarial habría subsistido contra
viento y marea. Walter Kaufmann creó («con escaso capital») una
de las primeras empresas para el comercio automotriz en Chile,
basado en un contrato de exclusividad de la distribución en Chile
de la marca Mercedes Benz; Juan Dunner Landis creó la primera
red de lavandería en Chile, llamada Le Grand Chic, que empezó
como un modesto establecimiento y terminó convertida en una
de las más grandes de Sudamérica; Adolfo Stierling, creador de la
compañía de pinturas que llevaba su apellido, que se las ingenió

118
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

para crear en Chile la primera fábrica de este producto (Estrategia,


1996 y 1997).
En el fondo, en esta versión de la historia de Chile, estamos
frente a un actor social que portaría una característica esencial,
independiente de los contextos políticos, económicos y sociales:
su mentalidad emprendedora. Esta mirada ahistórica del pasado
nacional, permitía concluir que el protagonismo presente del gran
empresariado no se sustentaba solo por una cuestión coyuntural.
Por el contrario, aunque hubiesen sido silenciados o «incompren-
didos» en otros tiempos, estos siempre habrían sido palanca de
desarrollo del país. En la década de los 90, al fin, este silencioso
aporte se reflejaba también en su presencia en los grandes debates
políticos nacionales, ocupando por fin el lugar que ellos sentían
merecían desde siempre.11
Ligado al supuestamente genético espíritu de emprendimiento
capitalista de los empresarios en Chile, se encontraba la caracte-
rística de ser poseedores de una supuesta mentalidad innovadora.
Este aspecto era importante, porque vinculaba a este grupo con
la idea de progreso nacional. Ya no era el Estado interventor el
que había impulsado las mejoras del país, sino la mentalidad
innovadora de estos emprendedores chilenos.
La familia Délano, por ejemplo, aportó por medio de su
empresa constructora, un nuevo sistema de construcción en el
país, que le permitió expandirse fuera de Chile. Además, trajeron
al país los sistemas centralizados de calefacción. Por su parte,
Osvaldo Matzner, el fundador de la Librería Nacional y Artel,
elaboró pinturas químicas en Chile y creó líneas de productos
especializados para el dibujo técnico. Su librería Artel, creada en
1965, fue una de las más populares del país. La empresa de cajas
fuertes Bash, creada por el inmigrante escocés Herbert Bash, fue

11
Al respecto, Manuel Ariztía, propietario de una conocida empresa avícola,
señalaba que «los empresarios son muchas veces incomprendidos, porque se
les ve como el lobo feroz o vaca lechera, sin considerar que son los que tiran
el carro del progreso». Agregaba que «se piensa que solo andamos detrás
del lucro, y no es tan así (…). Nos preocupa que el progreso sea integral
y abarque, además de lo productivo, lo humano y lo cultural» (Estrategia,
1996, p. 33).

119
Rolando Álvarez Vallejos

adquirida en 1936 por Jorge Kosterlitz, quien exportó tecnología


alemana, convirtiéndola en líder del país y con el tiempo, tener
presencia en Perú y Argentina. Pedro Undurraga, en pleno período
de intervencionismo estatal y desarrollo «hacia adentro», se le
consideraba pionero en la exportación del vino chileno, abriéndole
las puertas al mercado extranjero. Por su parte, Alfredo Molina
Flores, dueño de la imprenta del mismo nombre, durante la década
de los 60, fue el primero en traer la nueva tecnología al sector, lo
que permitió aumentar la calidad y la velocidad de la impresión.12
Son numerosos este tipo de ejemplos, que buscaban resaltar que
los adelantos técnicos y comerciales del país, se debían al afán
innovador de la iniciativa privada, silenciando en las biografías
que, vía CORFO, muchas contaron con financiamiento estatal. En
el fondo, lo que se estaba planteando era que la labor empresarial
debía ser considerada la responsable de los grandes adelantos del
país y decisiva en la construcción nacional.
Otro componente del imaginario político del empresariado
chileno a fines del siglo xx , era su supuesto carácter luchador,
capaz de levantarse ante las peores adversidades. Conformando
una especie de trilogía indisoluble que explicaría el exitoso aporte
de este grupo a la grandeza del país, la mentalidad modernizadora
y su capacidad de innovación, terminaría de cristalizarse sobre la
base de esta supuesta habilidad de superar los escollos. Desde crisis
económicas, accidentes como incendios o robos hasta hecatombes
políticas como la Unidad Popular, el empresariado siempre habría
sido capaz de reinventarse y con ello, sacar adelante al país. De
alguna manera, este carácter «luchador» de la trayectoria histórica
del empresariado en Chile, sería su respuesta a la visión negativa
que algunos sectores (fundamentalmente políticos), tenían sobre
ellos. Frente a las críticas, el empeño, el esfuerzo, el sacrificio, la
tozudez y el trabajo serían su sello, que contra viento y marea,
lograba resarcirse de las crisis y los problemas. En las biografías
se destacaba especialmente el carácter humilde de muchos de ellos.
12
Ver Estrategia del 2 de enero de 1998, p. 7; 5 de septiembre de 1997, p. 7; 7
de noviembre de 1997, p. 7; 26 de diciembre de 1997, p. 7 y 6 de septiembre
de 1996, p. 7.

120
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

Por ejemplo Salomón Sack, fundador de la principal barraca de


fierro del país y del Banco Israelita, partió como un simple trabaja-
dor en la fábrica Hucke. Posteriormente, en sus modestos orígenes,
según él mismo relataba, con sus propias manos transportaba el
fierro y lo pesaba en la calle, pues no cabía en su estrecho puesto
de ventas. Por su parte, Benjamín Budnik, hijo de un inmigrante
ruso, recorrió sin suerte Brasil y Argentina. Entre los múltiples
trabajos en los que se empleó, aprendió el funcionamiento de las
fábricas de baldosas, lo que lo llevó a constituir en 1922, una
«modesta empresa» denominada La Europea. No solo fue la
primera en esta actividad en Chile, sino que la más grande del
país hacia principios de la década de los 90, con el nombre de
Budnik Hnos. S. A.
En el caso del empresario textil Blas Caffarena, su espíritu
luchador resultaba más patente. Su padre, un italiano avecindado
en Estados Unidos, fue estafado y luego perdió su cosecha por
una tormenta de nieve, perdiendo todo su capital. Así, el joven
Blas viajó a Chile a fines de 1888 , donde trabajó inicialmente
barriendo, limpiando vidrios y llenando cajones con fideos y
azúcar. Años más tarde, en 1920, fundaría Tejidos Caffarena S.
A., que sería líder en el sector textil. Otro caso era el del conoci-
do industrial del aluminio y los enlozados Ángel Fantuzzi, cuyos
orígenes se remontaban cuando su madre mantenía un humilde
gallinero doméstico y su padre tenía un pequeño taller donde
fundía chatarra para fabricar las primeras ollas. Hacia 1994, esa
empresa había vendido US$ 15 millones. Pero la capacidad de
superar adversidades también incluía las tormentas políticas. En
el caso de los Yarur, dueños del Banco de Crédito e Inversiones
y la Textil Yarur, sufrieron en tiempos de la Unidad Popular la
expropiación de sus dos grandes compañías. El jefe familiar, Jorge
Yarur Banna, se resistió firmemente, porque según señalaba su
sobrino Luis Enrique Yarur, le tenía gran afecto al banco, pues «él
con su empuje y empeño, lo sacó adelante y lo hizo crecer(…). Y
pensaba que tenía que luchar, porque era mantener la tradición de
mi abuelo». Recién en 1975 le fue devuelta la industria y el banco,
el que en la década de los 90, como veíamos, se convirtió en uno
de los más grandes del país (Estrategia, 1995 y 1998, p. 21). Así,
121
Rolando Álvarez Vallejos

el carácter «luchador» del empresariado chileno, enfatizaba su


perfil de self made man, capaz de resistir y resurgir de las peores
coyunturas gracias a su propio esfuerzo.
El imaginario político empresarial se articulaba partiendo de
la base que eran los grandes modernizadores e innovadores del
país, a pesar de los problemas, incomprensiones e injusticias que
padecieron a lo largo de su historia. Pero además, le agregaban
otro condimento importante para legitimar su papel el desarrollo
de Chile y, por cierto, en el presente: su compromiso social. De
esta manera, la actividad de los empresarios no quedaba circuns-
crita solo a su afán de lucro personal, sino que, junto con esto, su
interés era colaborar con el resto de la sociedad. Es decir, no solo
aportaban al país generando fuentes de empleo, sino que además
a través de obras de beneficencia y caridad. El empresariado
chileno, de acuerdo a su autopercepción, rompía con la regla de
Adam Smith, pues su «chorreo» de riqueza hacia los que no la
poseían no era involuntario, sino que consciente y en muchos
casos, preconcebido.
Los ejemplos de la supuesta vocación social de los empre-
sarios chilenos son muy numerosos en las biografías publicadas
en Estrategia. En el siglo xix, el empresario vitivinícola Matías
Cousiño creó «el hospital de Lota, una escuela para los hijos de
los trabajadores y una capilla para el culto». Al momento de
morir, por su parte, la acaudalada Isidora Goyenechea heredó
parte de su fortuna para construir iglesias, hospitales y asilos
para ancianos. El fundador de la Viña Santa Rita, Domingo
Fernández Concha, habría financiado en 1880 la primera «casa
del pueblo», un círculo para los obreros; creó la Caja de Ahorro
Santa Rita, cooperativas de despacho «cuyas utilidades eran re-
partidas entre sus inquilinos»; financió el círculo católico social,
el pensionado universitario, el club católico, etc. Entrado el siglo
xx , un arquetipo de empresariado con sentido social fue Carlos
Vial Espantoso, propietario de la Compañía Sudamericana de Va-
pores y fundador del Banco Sudamericano, entre otras entidades.
Hizo importantes donativos al Hospital de Melipilla, Hospital del
Salvador, al consultorio de Huentelauquén y al Hospital Clínico
de la Universidad Católica. Además, creó la Fundación Parque
122
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

Familiar El Arrayán, que acogía a familias de escasos recursos con


más de diez hijos, entre muchas otras donaciones. En tiempos más
agitados, Marcos Pollak, jefe del clan que fundó Textiles Pollak,
Confecciones Bagir y Tejidos Tricot, fue expropiado durante el
gobierno de Salvador Allende. Sus industrias fueron devueltas, se
afirmaba, en deplorables condiciones, lo que no fue obstáculo para
su resurgir en las décadas siguientes. A pesar de las adversidades,
los Pollak contribuyeron a la construcción del Colegio Hebreo
de Santiago y su posterior traslado desde la comuna de Macul a
la de Las Condes, comprando los terrenos necesarios (Estrategia,
1988, pp. 101 y 115; Estrategia, 1996, p. 8; Estrategia, 1995, p.
8; y Estrategia, 1995, p. 8).
De esta manera, desde esta óptica, si un actor social había
contribuido a combatir la pobreza y las injusticias sociales, este
había sido el empresariado, sin importar el tamaño de su com-
pañía. En su versión de su papel en la historia nacional, estaba
completamente ausente el conflicto de clases, idealizando el
agradecimiento de los trabajadores a su patrón como si fuera la
regla. En el caso de Juan Magnasco, creador de la industria textil
Monarch, se enfatizaba esta mirada paternalista de los empresarios
con sus empleados: «Mantuvo con sus trabajadores relaciones
laborales humanitarias y cordiales, razón por la cual muchos de
ellos lo recuerdan con cariño» (Estrategia, 1995, p. 8). Silenciados
los conflictos laborales, huelgas, matanzas, despidos o cualquier
tipo de abuso patronal, la figura del empresario aparecía como la
de un idealista que por su propio esfuerzo, superando vallas cuasi
infranqueables, se echaba al hombro el desarrollo del país. Era la
inversión del credo marxista, que le asignaba un papel mesiánico
a la clase obrera, la que emanciparía a todos los que sufrían la
explotación capitalista. En este caso, el empresario era el prota-
gonista de la historia, que armonizaba y entregaba beneficios al
conjunto de los chilenos.
Esta característica mesiánica, relacionada con la necesidad de
cumplir un papel destacado en la historia de Chile, se veía coro-
nada por el último aspecto del imaginario político empresarial:
su supuesta «vocación de servicio», es decir, su participación en
términos gubernamentales. En el caso del siglo xix , donde se ha
123
Rolando Álvarez Vallejos

demostrado la colusión entre los intereses particulares de estos


y su intervención política, en sus biografías se prefirió explicar
esta relación por nobles motivaciones.13 En el caso de Eliodoro
Yáñez, fundador del diario La Nación y destacado integrante del
Partido Liberal, entre fines del siglo xix y principios del xx , ocupó
cargos públicos «con la idea de que lo importante era el trabajo
y convencido de la contribución que él podía hacer al desarrollo
nacional». En el caso del banquero Domingo Fernández Concha,
descrito como «generoso y empresario», desde su puesto en el
Senado representando al Partido Conservador, legó valiosos pro-
yectos de ley, que fueron grandes aportes al país, como el referido
a la creación del Banco Central. Contemporáneo a Fernández
fue Silvestre Ochagavía Errázuriz, creador de la primera viña
de «cepas nobles» en Chile. También conservador, fue diputado,
senador y diplomático, donde «siempre destacó», demostraba el
supuesto desapego al poder de los empresarios, al haber rechazado
el ofrecimiento de Manuel Montt de ser candidato presidencial
en 1861. Ya en el siglo xx , el creador de la cmpc, Luis Matte
Larraín, fue director del Banco Central, de la Caja de Empleados
Públicos y de Crédito Agrario. De acuerdo a la idílica autoper-
cepción empresarial, en sus gestiones Matte Larraín:

Formó escuela y dejó una profunda huella progresista,


comprometido sin reservas en la tarea de lograr para el
país un sólido desarrollo productivo y una estable y ar-
mónica convivencia social… abrió camino en materias de
política laboral y de justicia social, llevando a la práctica
en beneficio de los trabajadores muchas iniciativas que
solo con posteridad tendrían sanción legal (Estrategia,
1998, p. 29).

Como es posible apreciar en estos ejemplos, lo que se quería


resaltar era el carácter incorruptible del empresario y que su ex-
periencia en pos del progreso nacional, que supuestamente impli-
caba su labor, lo convertía en una excelente carta para el servicio
público. Así, la vinculación entre empresarios y política sería algo

13
Sobre la relación entre negocios y empresarios a fines del siglo xix y principios
del siglo xx, ver Ortega, 1984 y Ross, 2003.

124
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

positivo, que vendría a poner el corolario al círculo virtuoso que


caracterizaba el imaginario político de los grandes empresarios
chilenos durante la década de los 90: la necesidad de reconocer
su importancia en todos los ámbitos del quehacer nacional.
En resumen, el imaginario político de estos reunía principios
que avalaban el nuevo papel protagónico del sector, olvidando
cualquier asomo de autocrítica de su labor en el presente o en el
pasado. Si algo debía ser criticado, era haber sido timoratos en
otras épocas y no haber reivindicado antes el lugar que ahora
tenían. Por ello, más que una anomalía antidemocrática, para
los empresarios, su destacada participación en política durante
la transición, reponía en el lugar que merecían a quienes siempre
habían sido baluartes del progreso del país. De alguna manera, era
recuperar el orden natural, violentado por décadas de estatismo
e ideologías foráneas. Su autoensalzamiento como los principales
protagonistas de la historia de Chile, era reflejo de su posición
política en el presente, caracterizada por su intransigencia frente
a tópicos que consideraban básicos, como la reforma laboral, los
impuestos y la institucionalidad heredada del régimen militar.
Quienes modernizaron el mercado nacional; quienes traje-
ron las innovaciones tecnológicas y comerciales para asegurar
la continuidad del progreso de Chile; quienes lucharon contra
las adversidades y sobre la base de su propio esfuerzo lograron
encumbrar sus negocios; quienes poseían una fuerte preocupación
por las condiciones de vida y trabajo de los más pobres y quienes
desarrollaban una incorruptible y desinteresada labor de servicio
público, tenían asegurado, por derecho propio y legítimamente
ganado, un lugar de privilegio en la discusión pública del país.
Asimismo, no mencionar algún supuesto aporte al desarrollo de-
mocrático en Chile, a la participación popular o al fortalecimiento
de las organizaciones reivindicativas, era reflejo también de dos
cosas. Por un lado, el papel secundario del tipo de orden político
vigente en el país, ubicado por debajo de los requisitos de un
sistema que respetara «las reglas del juego» capitalista. Orden y
estabilidad por encima de la democracia. Por otro lado, su rechazo
al cualquier intento intervencionista sobre el libre mercado, pues

125
Rolando Álvarez Vallejos

desde su óptica, los grandes logros se habían conseguido sobre la


base del esfuerzo e iniciativa de los particulares.
Al analizar el imaginario político del gran empresariado,
se puede entender que su actuar en la vida política contingente
durante la década de los 90, era considerado como parte funda-
mental de su ethos y deber ante el país. El que esto fuera aceptado
por la coalición gobernante, no hizo más que darles la razón e
institucionalizar su supuesta legitimidad.

3. Gremios empresariales y los gobiernos de


aylwin y frei: el quehacer político de los
empresarios en la transición democrática
chilena
El papel político del gran empresariado durante la década
de los 90 constituyó un hecho indiscutible. Aunque no eran con-
trolados por medio del sufragio universal, su papel institucional
como interlocutores formales ante los poderes ejecutivo y legis-
lativo, le daban legitimidad a su accionar. El propio diseño de la
«transición pactada» contempló la intervención política del gran
empresariado nacido y consolidado bajo el régimen militar. Así
como este legó un corpus jurídico-político para proyectar en el
tiempo su «obra», también forjó a la nueva democracia un actor
político que la defendiera. Este fue la función que le cupo al gran
empresariado en el complejo escenario político chileno a fines
del siglo xx .
En las siguientes páginas expondremos las consecuencias que
tuvo la participación política institucionalizada del gran empresa-
riado chileno durante la transición. Esta se resume en una actitud
permanente de obstruir tanto las medidas económicas tendientes
a reformar los aspectos más radicales del modelo neoliberal
(impuestos, políticas laborales, etc.), como las medidas políticas
que pusieran en peligro el entramado jurídico-político que había
permitido la proyección en democracia del modelo neoliberal
instaurado por la dictadura. A contrapelo de aquellas visiones
que idealizan el supuesto espíritu dialogante y consensual del
gran empresariado en los 90, los hechos demuestran que este se
126
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

constituyó en un constante obstáculo para el avance de medidas


democratizadoras y opuestas a los dogmas neoliberales. Pero esto
no significa que hayan actuado desde fuera de la institucionalidad
vigente, sino que por el contrario, la fuerza de sus posiciones radicó
en buena medida en el manto de legitimidad con que contaban.
Durante el decenio comprendido entre 1990 y 2000, el com-
portamiento político empresarial se caracterizó por los constantes
altibajos de las relaciones con los gobiernos de la Concertación.
Sin embargo, en general, predominaron las relaciones agrias y los
diálogos friccionados. A pesar de las fuertes concesiones en el pla-
no económico-social realizado por los regímenes de los presidentes
Aylwin y Frei y las multimillonarias ganancias que obtenían año
tras año, la relación entre estos y los grandes empresarios fue muy
compleja, plagada de conflictos y confrontaciones. Por otro lado,
la vocación política de este «nuevo actor», también hizo estragos
en la derecha, afectada por una fuerte crisis interna durante estos
años, en donde se jugaron por impedir el triunfo de los sectores
más abiertos al diálogo con el Gobierno.
Examinaremos el accionar del empresariado por medio de
varias dimensiones, que resume sus principales áreas de interés
político y en las que intervinieron sistemáticamente a lo largo de
la década. Por razones de espacio, ofreceremos una mirada sucinta
sobre cómo evolucionó cada una de ellas durante el decenio, lo que
nos permitirá configurar una mirada global del comportamiento
político de los grandes empresarios durante los primeros diez años
de los gobiernos de la Concertación.
La primera dimensión del quehacer público de este grupo en
los 90 la hemos denominado genéricamente como «empresarios
políticos». Con ello englobamos su vocación por participar en los
debates políticos-contingentes en general y, más en particular, su
involucramiento en pugnas con el Gobierno por diversos tipos de
materias distintas a las económicas y laborales, las que abordare-
mos en otras dimensiones. Respecto a la primera, como veremos
más adelante, a comienzos del período de Aylwin, los grandes
empresarios tuvieron gran visibilidad pública a propósito de sus
negociaciones de las reformas laborales con la Central Unitaria de
Trabajadores y la reforma tributaria con el Gobierno. De acuerdo
127
Rolando Álvarez Vallejos

a sus planteamientos, los primeros se veían impelidos a participar


en política por su «imprescindible función social», pues «los más
pobres dependen de que sigamos cumpliendo nuestro deber». Esto
fundamentaba su decisión de «mantener un diálogo fluido con la
autoridad», lo que incluía a parlamentarios y partidos políticos.
De acuerdo a sus conceptos, el régimen democrático era el ideal
para el desarrollo del capitalismo, aunque en Chile no había sido
el caso, por lo que el gran desafío de los grandes empresarios era
demostrar la validez de esta premisa. El paraguas democrático
fundamentaba que los dueños de compañías, por medio de sus
organizaciones, expusieran «constantemente ante los poderes
públicos y el país sus opiniones, ideas y sugerencias».14
Consientes de su importancia en la estructura económica
nacional, se negaron a cualquier intento de marginación de la
arena política. Cuando Carlos Ominami, ministro de Economía del
presidente Aylwin, criticó en 1992 que los gremios empresariales
se pronunciaran sobre las reformas constitucionales propuestas
por el Gobierno, recibió duros ataques desde el mundo empresa-
rial. El influyente Eugenio Heiremans le recordó el riesgo de que
estas materias quedaran solo en manos de los partidos políticos,
que había conducido a concentrar «todo el poder en una minoría
(…) divorciados absolutamente de las voluntad y deseos de la
opinión pública». Como se señalará en otra parte, la motivación
política de estos no era considerada equivalente a la de los partidos
políticos, sino a intereses nacionales, «que supera con mucho los
juegos propios de la estructura democrática vigente y los intereses
particulares que coexisten en ella». En otras palabras, la partici-
pación política de los empresarios se basaba en una concepción
pragmática del concepto de democracia, cuyos principios no se
fundamentaban solo en el de la voluntad popular, sino en supues-
tos intereses permanentes que no debían verse modificados por lo
que ellos denominaban «mayorías circunstanciales». Se estimaba
que los partidos políticos no eran los únicos representantes de las
corrientes de opinión en el país, por lo que consideraban natural
que los gremios empresariales actuaran a la par de ellos (cosa
14
Declaraciones de José Antonio Guzmán en El Diario del 22 de marzo de
1991, p. 23 y Estrategia del 28 de diciembre de 1990, p. 13.

128
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

prohibida por ley a los sindicatos de trabajadores, cuyos dirigentes


no podían postular al Parlamento). Esto explica porque Guzmán,
el presidente de la cpc, sostuviera a mediado de los 90 la tesis
que la crisis de participación política chilena se relacionaba con el
carácter del sistema político nacional, basado en la intervención
del Estado: «Nos hemos quedado con una estructura política
que es para otro modelo y no la hemos adecuado a uno en que
el 75% de la actividad está en manos privadas y obedece a deci-
siones absolutamente personales».15 Por este motivo, el problema
no era la participación política empresarial y el uso de su vasta
red de influencias familiares y económicas que desbalanceaban la
participación democrática en Chile, sino un sistema político que
no terminaba de adaptarse a esta nueva realidad. En el fondo, era
la cristalización en versión empresarial de la «democracia pro-
tegida» contemplada por la Constitución de 1980, que entendía
que el verdadero orden democrático era aquel que restringía la
participación de algunos sectores de la sociedad y aseguraba el
carácter inmodificable de la arquitectura económica y constitu-
cional creada por el régimen militar.
La manifestación práctica de esta vocación por participar
en política, fue el desarrollo de un constante conflicto con los
Gobiernos, para objetar cualquier intento de modificar el legado
del régimen castrense o criticar medidas que afectaran lo que esti-
maban debía ser el escenario adecuado para el desarrollo del país.
En este punto es necesario precisar dos aspectos sobre el carácter
del accionar de los empresarios políticos durante la transición.
Por un lado, hubo amplio consenso en reconocer que Aylwin
y Frei respetaron el modelo económico heredado del régimen
militar. Sin embargo, las críticas empresariales se relacionaban
con las supuestas vacilaciones entre algunos funcionarios de
estos mandatos, que según ellos impedían profundizar la senda
del modelo de desarrollo del capitalismo liberal. Esto, que podía
ser interpretado como un simple matiz, produjo duros enfrenta-
mientos entre el empresariado y los Gobiernos democráticos. En
el fondo, lo que prevalecía era la desconfianza y el temor a lo que
15
Las citas corresponden a El Diario del 14 de junio de 1992, p. 27; del 15 de
junio de 1992, p. 3; del 10 de julio de 1995; y del 11 de julio de 1995, p. 3.

129
Rolando Álvarez Vallejos

ellos llamaban «estatismo», especie de virus que en estado más


o menos latente, consideraban seguía con vida en algunos per-
soneros concertacionistas. Por otro lado, no siempre hubo pleno
acuerdo entre los dirigentes empresariales. En la primera sección
del artículo veíamos los diferendos entre la sna y la cúpula de la
cpc encabezada por Guzmán. También hubo divergencias entre
el sucesor de este, Walter Riesco y la sofofa, representada por
Pedro Lizana, producto de importantes matices sobre qué relación
mantener con el gobierno de Frei. Asimismo, es relevante recalcar
que los gremios empresariales tuvieron serias discrepancias con
sectores de la derecha, especialmente aquella más proclive a des-
prenderse de la imagen cercana al régimen militar. Por este motivo,
los empresarios se vieron envueltos en las tormentosas disputas
internas de la derecha, en donde lograron imponer sus posiciones
más conservadoras y reacias a un aggionarmiento democrático.
Una constante durante todo el decenio 1990-2000, fue la
evaluación sobre el desempeño del Gobierno. Desde los prime-
ros meses, el discurso empresarial utilizó conceptos tales como
«incertidumbre», «temores», «dudas», «falta de confianza» para
referirse a la conducción de las nuevas autoridades democráticas.
Esto se matizaba con afirmaciones como las que predominaron
en enade 1990, en las que se reconoció la labor del Gobierno al
respetar las «reglas del juego» neoliberal, aunque según ellos co-
metiendo «graves errores».16 Es muy difícil encontrar afirmaciones
de pleno y total respaldo a las administraciones de la coalición
gobernante, porque permanentemente surgían disensos y matices
frente a diversas materias. En este sentido, se aprecia que la lógica
de acción de los grandes grupos empresariales se basaba en una
racionalidad no solo económica, sino que también ideológica. En
efecto, a pesar que hasta fines de 1997 en Chile se vivió uno de
los ciclos más virtuosos de su historia, que se reflejó en las cuan-
tiosas ganancias que obtuvieron los grandes grupos económicos
nacionales, estos nunca dejaron de enfrentarse con mayor o menor

16
Ver por ejemplo la entrevista a José Antonio Guzmán, a la sazón presidente de
la Cámara Chilena de la Construcción, en Estrategia del 3 al 9 de septiembre
de 1990, p. 20 y del 31 de diciembre de 1990, p. 3. El debate en enade 1990
en El Diario del 21 de noviembre de 1990.

130
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

dureza con los períodos de Aylwin y Frei. Así se manifestaba el fin


del tradicional pragmatismo empresarial y la presencia del «nuevo
empresariado» chileno, comprometido a fondo con el proyecto
neoliberal implementado por el general Pinochet.
Con todo, desde muy temprano fue posible apreciar matices
entre los líderes de negocios y entre estos y la derecha. En el primer
caso, la figura de Manuel Feliú, que dejó la presidencia de la cpc a
fines de 1990, representó un sector «centrista» al interior del gran
empresariado. Eso significó que su figura –proclamada presiden-
ciable por los sectores «reformistas» de Renovación Nacional al
término de la década– tuviera un perfil más dialogante frente al
Gobierno y que no vacilara en exaltar sus «éxitos», «aciertos» y
«logros». Además, que intentara entregar una cara democrática
de la derecha, aún estrechamente ligada al régimen militar. Sin
embargo, nunca cuestionó el liderazgo de Jarpa, representante
del «ala dura» de rn y tampoco criticó explícitamente al general
Pinochet y su régimen. A la derecha de Feliú se ubicó la mayoría de
la dirigencia empresarial, encabezada por José Antonio Guzmán,
su sucesor desde fines de 1990 en la presidencia de la cpc. Símbolo
de intransigencia y distante del movimiento sindical, fue reem-
plazado en 1996 por Walter Riesco, quien siguió su «línea dura»
contra el Gobierno. Desde el punto de vista político, la derecha
empresarial tenía más sintonía con la udi y el sector «jarpista»
dentro de Renovación Nacional, que contaba con ex dirigentes
empresariales como algunos de sus líderes (Sergio Romero y Fran-
cisco Prat). Fueron mayoría durante el decenio que comprende
este artículo, dejando su impronta confrontacional tanto contra
el Gobierno como dentro de la propia derecha. A la izquierda de
Feliú, se ubicaron sectores minoritarios, entusiasmados con la
abundancia de los primeros años democráticos y la legitimidad
que el período de la transición le daba al modelo económico.
En su momento, José Lizana y Felipe Lamarca explicitaron este
entusiasmo, lo que les costó su aislamiento entre la dirigencia
empresarial. Con todo, estos mismos líderes fueron, en ciertas
coyunturas, feroces críticos del Gobierno, por lo que no es posible
hablar de la existencia de un ala «concertacionista» al interior
de la dirigencia empresarial. Por otro lado, se les asoció, aunque
131
Rolando Álvarez Vallejos

no de manera totalmente simétrica, con la derecha «reformista»


representada por Andrés Allamand y Sebastián Piñera, vapuleada
por sus adversarios conservadores durante este período.
De esta manera, las evaluaciones empresariales sobre el des-
empeño del nuevo mandato tuvieron notorios matices a principios
de los 90. Para Feliú, «se había hecho lo mejor posible» y «no
habían razones para que los empresarios desconfíen del gobier-
no»; en la misma línea, Sebastián Piñera defendía el acuerdo de
reforma tributaria entre rn y el Gobierno señalando que «no era
consecuente estar a favor de los programas sociales y en contra
de todos los impuestos». Pero paralelamente, personeros como
el mencionado Guzmán o Fernando Agüero (presidente de la
sofofa en 1991), Roberto Fantuzzi (asexma), Hernán Briones,
Felipe Lamarca e inclusive los normalmente silenciosos líderes de
los principales holding nacionales, como Eliodoro Matte, hacían
ácidas críticas, ya sea por el manejo de la economía («estatismo»),
por los resultados del combate contra el «terrorismo» o las pro-
puestas de modificaciones a la legislación laboral.17
En resumen, existía consenso entre los grandes empresarios
que Aylwin había sido «ponderado» (Guzmán), pero con fuertes
críticas sobre su manejo político, económico y social. Con la
llegada de Frei en 1994, hubo optimismo inicial, producto de la
«agenda modernizadora» (privatizaciones) que proclamó la nueva
administración. Sin embargo, a poco andar, conflictos políticos
como el intento de destituir a Rodolfo Stange, general director de
Carabineros, por un caso de derechos humanos, los nuevos inten-
tos de reformar la Constitución de 1980 y lo que consideraban una
excesiva presencia de sectores «estatistas» dentro del Gobierno,
volvieron negativas las evaluaciones sobre su desempeño Así,
surgieron declaraciones tales como calificar el año 1995 «el año
que vivimos en peligro» (Guzmán), señalar que los empresarios

17
Las referencias son numerosas, solo daremos algunas. Favorables al gobierno,
en Estrategia del 20 de agosto de 1990, p. 20; del 10 de diciembre de 1990, p.
21; del 25 de junio de 1991, p. 15 y del 12 de enero de 1992, p. 16. Críticas al
desempeño del Gobierno en Estrategia del 7 de enero de 1991, p. 16; del 7 de
marzo de 1991. p. 33; del 4 de abril de 1991, p. 16; del 28 de octubre de 1991,
p. 15; del 30 de octubre de 1991, p. 14; del 8 de noviembre de 1991, p. 8. El
Diario del 4 de septiembre de 1991, p. 1 y del 28 de octubre de 1991, p. 3.

132
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

«estamos al límite del cansancio del Gobierno» (Lizana) o que


existía «clima de desgobierno en el país» (Riesco).18
En resumen, durante el decenio de Aylwin-Frei, predominó
un diagnóstico negativo sobre la labor administrativa. Los lo-
gros económicos se habían obtenido solo en parte a su gestión,
pero sobre todo por el dinamismo de los empresarios, capaces
de sobreponerse a los obstáculos, como su autopercepción lo
señalaba. En definitiva, la era del acercamiento inicial y menor
intransigencia, representada por las posiciones de Feliú y Piñe-
ra, cedió especialmente desde el segundo lustro de la década, el
generalizado enfrentamiento. Esto se vinculó con la derrota en
1992 y 1993 de los sectores centristas y «reformistas» dentro de
la derecha, simbolizado en los casos de espionaje telefónico en que
se vio involucrado Sebastián Piñera y la fracasada precandidatura
presidencial de Manuel Feliú. Ya volveremos sobre este punto.
En el ámbito contingente, las críticas contra los gobiernos
de la Concertación eran de la más variada especie, demostrando
en la práctica que el gran empresariado no se autocensuraría
ante ningún tema. Por ejemplo, la administración de Aylwin fue
considerada «permisiva» frente a la delincuencia y responsable
de alterar el buen funcionamiento de la economía al pretender
terminar en 1992 con los senadores designados. Por su parte, la
de Frei, responsable de dirigir una cancillería que no «tiene estra-
tegia» frente a los cambios de la economía mundial; de permitir
la reactivación del terrorismo en 1996 y no desarrollar adecuada-
mente la infraestructura, el comercio exterior y el medioambiente,
entre un sinnúmero de críticas.19 Sin embargo, cuatro fueron los
episodios fundamentales en donde los grandes grupos empresa-
riales cobraron enorme relevancia: el debate en torno a la política
económica; los conflictos por los intentos de reformar las leyes
laborales; la pugna al interior de la derecha; y, por último, su apoyo
a las fuerzas armadas y particularmente a la figura del general

18
Ver Estrategia del 23 de octubre de 1995. p. 16; El Diario del 28 de abril de
1997, p. 31 y El Diario del 10 de marzo de 1998. p. 25, respectivamente.
19
Ver Estrategia del 3 y 4 de diciembre de 1991, p. 3; del 12 y 15 de junio de
1992, p. 5; El Diario del 10 de septiembre de 1996, p. 8; del 17 de diciembre
de 1997, p. 26 y del 12 de junio de 1998, p. 26.

133
Rolando Álvarez Vallejos

Pinochet. Todos se desarrollaron a lo largo de la última década del


siglo xx en Chile y a pesar de la trascendencia de algunas de las
intervenciones empresariales en otros tópicos de interés nacional,
fueron en estos cuatro sucesos en donde cobraron fama de ser un
poder «fáctico» o «protagonista» de la transición democrática.
Uno de los capítulos más conocidos de los primeros años de
la «transición», fue el de la derecha y los grandes empresarios.
Lo que estuvo en juego fueron pugnas de liderazgo al interior de
Renovación Nacional, entonces el principal partido del sector,
pero sobre todo enfoques distintos sobre el camino que debía
recorrer la derecha en el nuevo escenario político. Con una udi
identificada como una correa de transmisión del régimen mili-
tar e intransigente defensora de este y del general Pinochet, la
esperanza de una derecha renovada se alojó dentro de rn. Allí
se enfrentaron «conservadores» y «reformistas», representados
por los liderazgos de Sergio Onofre Jarpa y Andrés Allamand,
respectivamente. Este último, en agosto de 1990 y en su calidad
de presidente del partido, declaraba su preferencia por Manuel
Feliú como posible carta presidencial de rn, en desmedro de Jarpa,
el cacique histórico de la derecha. Mientras tanto, desde su salida
de la cúpula de la cpc a fines de 1990, Manuel Feliú trabajó su
perfil público acorde a lo que se denominó como la «democracia
de los acuerdos», a saber, un discurso moderado, que enfatizaba
el diálogo, valorando la democracia y la gestión gubernamental
del presidente Aylwin. Su candidatura presidencial cristalizó en
buena medida gracias a la crisis interna de rn, gatillada en agosto
de 1992 por el caso de espionaje telefónico. Este involucró a dos
posibles cartas presidenciales del partido, el senador Sebastián
Piñera y la diputada Evelyn Mathei. Por estos hechos, Piñera,
representante del ala reformista, fue atacado con vehemencia por
el «jarpismo» y denostado por sus colegas empresarios, acusán-
dolo de falta de ética. Caído Piñera, principal aliado de Allamand
en su intento de renovar a la derecha, la idea de apoyar algunas
reformas constitucionales propuestas por el Gobierno perdieron
piso al interior de rn. El sector conservador, con el apoyo del gran

134
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

empresariado, logró sacar de la carrera presidencial al molesto


Piñera y paralizar las modificaciones a la Constitución de 1980.20
Así, en enero de 1993 Renovación Nacional proclamó la
precandidatura presidencial de Manuel Feliú, en calidad de inde-
pendiente, lo que reflejaba la aguda crisis interna que vivía rn. A
partir de ese momento, el otrora líder de la cpc enfatizó su discur-
so cercano a la Concertación, consciente de la alta popularidad
del presidente Aylwin y del escaso apoyo en las encuestas de los
presidenciables de la derecha. Feliú, si bien no era exactamente
un reformista como Allamand o Piñera, coincidía con ellos en
la necesidad de mover a la derecha hacia el centro político. Por
ello, aunque de manera ambigua, se declaró partidario de algu-
nas reformas políticas. La udi levantó a Jovino Novoa, un líder
interno con escaso perfil público, para detener a Feliú, criticando
su escasa diferenciación con el candidato de la Concertación, el
democratacristiano Eduardo Frei Ruiz-Tagle. En un contexto en
que las negociaciones dentro de la derecha estaban estancadas, con
diferencias programáticas importantes, como las referidas a las
reformas constitucionales, el presidente de rn Andrés Allamand
hizo una de las denuncias que marcaron los primeros años de la
transición. Afirmó que en Chile existían poderes fácticos, confor-
mado por los grandes empresarios, el periódico El Mercurio y las
fuerzas armadas, que estaban presionando a rn para abandonar
a Feliú y se acoplara a un candidato único de la derecha. Así, de
paso, quedarían atrás los posibles acuerdos con el Gobierno y
la posibilidad de reformar la Constitución de 1980. Estas decla-
raciones incendiaron aún más la difícil situación de la derecha,
debilitando aún más sus opciones de triunfo en las presidenciales
de 1993. Además significó, a mediano plazo, que Allamand viviera
lo que él mismo denominó su «travesía por el desierto», impo-
niéndose en la derecha los sectores más conservadores y afines
a los sectores mayoritarios del gran empresariado y las fuerzas

20
Detalles del caso de espionaje telefónico, en Otano, 1995. Sobre el temprano
apoyo de Allamand a Feliú, Estrategia del 13 de agosto de 1990, p. 24. So-
bre el discurso consensual de Feliú, ver por ejemplo entrevista en Estrategia
del 17 de agosto de 1992, p. 24. Las críticas de Jarpa y la CPC a Piñera, en
Estrategia del 26 de agosto de 1992, p. 16 y del 31 de agosto de 1992, p. 3.
Sobre la pugna en RN por las reformas constitucionales, entrevista a Jarpa
en Estrategia del 21 de diciembre de 1992, p. 24.

135
Rolando Álvarez Vallejos

armadas. Junto con esto, la precandidatura de Feliú quedó herida


de muerte, debiendo bajarse ante la de Arturo Alessandri Besa,
consensuada entre rn y la udi.21
Antes del fin de la carrera política de Andrés Allamand en la
década de los 90, en 1995 rn enfrentó una nueva y profunda crisis.
Su Consejo General aprobó el paquete de reformas constitucio-
nales propuesto por la administración Frei, que incluía medidas
para restar poder político a las fuerzas armadas y sectores ajenos
al escrutinio popular, como los senadores designados. Sin embar-
go, ocho de sus senadores rechazaron el acuerdo, abortando la
aprobación de las reformas. Nuevamente se imponían los sectores
conservadores. La larga crisis interna que siguió al rechazo de los
ocho senadores, terminó con el desdibujamiento del liderazgo de
Allamand y Piñera y la prolongación de la hegemonía en rn de
los sectores alineados con las ff.aa. y los grandes empresarios.
Estos últimos criticaron públicamente los intentos de Allamand
de sancionar a los senadores rebeldes y defendieron la idea de no
modificar la Constitución, argumentando la necesidad de pre-
servar el orden institucional que había hecho posible el modelo
económico y reafirmando su tradicional posición al respecto. De
esta manera, el gran empresariado fue uno de los protagonistas
del curso que siguió la derecha en la década de los 90, tomando
posición al lado de la udi, Jarpa y los líderes más cercanos al
todavía vigente general Pinochet.22
El debate en torno a las políticas económicas fue uno de los
aspectos más cruciales de las relaciones entre el gran empresariado
y los gobiernos de Aylwin y Frei. Como lo hemos dicho, estos gre-

21
Sobre el perfil moderado de Feliú en 1993, El Diario del 25 de enero, p. 24; 8
de febrero, p. 10; y 8 de marzo de 1993, p. 32. Las críticas de la udi a Feliú,
El Diario del 18 de febrero de 1993, p. 32. Las declaraciones de Allamand,
El Mercurio del 14 y 23 de mayo de 1993. El repudio de la cpc a los dichos
de Allamand y su reafirmación como actor político, en El Diario del 19 de
mayo de 1993, p. 31 y del 19 de mayo, p. 3. El relato de Allamand (1999).
22
Sobre el rechazo de los senadores de rn, ver Estrategia del 2 de octubre, p.
39 y del 9 de octubre de 1995, pp. 40 y 44. El senador rebelde con mayor
perfil público en este conflicto, fue Sergio Romero, dirigente de la Sociedad
Nacional de Agricultura hasta 1989, cuando fue electo senador. Sus críticas
a Allamand y Piñera por esta crisis, en Estrategia del 6 de febrero de 1996,
pp. 21 y 20 de marzo de 1996, p. 13. Las críticas empresariales a Allamand,
Estrategia del 20 de noviembre y 4 de diciembre de 1995, p. 3 y del 5 de
febrero de 1996, pp. 3.

136
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

mios siempre reconocieron que la «transición» había sido exitosa,


fundamentalmente porque los nuevos mandatos democráticos
dieron continuidad a las políticas económicas iniciadas por el
régimen militar. La estructura neoliberal, como el sistema de pre-
visión social, la salud, la educación y los municipios, no sufrieron
modificaciones. Esto, unido a la persistencia de las políticas de
apertura a los mercados mundiales y la independencia del Banco
Central, dirigido consensuadamente por opositores y oficialistas,
aseguraron la continuidad del modelo. Sin embargo, este consenso
básico no significó una relación armoniosa entre empresarios y
gobernantes, pues los primeros manifestaron su disconformidad
con la manera como el oficialismo dirigió la economía. En el fon-
do, la crítica apuntaba al insuficiente compromiso gubernamental
con el libre mercado a ultranza, detectándose, según ellos, fuertes
resabios estatistas o «socializantes».23
Los principales aspectos de política económica que friccio-
naron la relación entre los gremios patronales y el Gobierno, se
relacionaron con los temas tributarios, el gasto, las privatizaciones
y la política de privatizaciones. Siempre el debate se produjo en
un contexto de «altura de miras», donde supuestamente se esta-
ban decidiendo materias de orden nacional, intentando ocultar el
interés cortoplacista de los empresarios. Además, hubo episodios
específicos donde estos defendieron sus intereses corporativos de
manera abierta, producto que algunas definiciones implicaban
cuantiosos intereses económicos y (o) afectaban al núcleo más
importante de los grandes empresarios. Este fue el caso en 1995
de la negociación para resolver la llamada «deuda subordinada»
y en 1998 de la venta de las eléctricas, el caso Chispas.
Para entender a cabalidad el debate de las materias económi-
cas entre los gremios patronales y los gobiernos de Aylwin y Frei, es
necesario puntualizar dos aspectos. El primero, sobre la modalidad
en que se realizaba, pues era público, con amplia cobertura de

23
Sobre cómo los empresarios definían su relación con el Gobierno, basada en
el consenso básico, pero con diferencias importantes en materias específicas,
ver las declaraciones de los presidentes del cpc José Antonio Guzmán en
Estrategia del 14 de mayo de 1991, p. 5 y del 31 de octubre de 1994, p. 7,
y de Walter Riesco en Estrategia del 20 de octubre de 1997, p. 7.

137
Rolando Álvarez Vallejos

prensa. Estos, en distintos tipos de reuniones (recepciones en La


Moneda, reuniones de la comisión de hacienda del Parlamento,
foros públicos con representes gubernamentales y declaraciones
en los medios), siempre tuvieron la oportunidad de canalizar sus
inquietudes sobre la conducción de la economía. El Gobierno les
consultaba sobre el monto del salario mínimo, sobre el alza o baja
de las tasas de interés, se les incorporó activamente en el proceso de
integración de Chile al tratado de libre comercio con el nafta, se
les comenzó a invitar a formar parte de la delegación presidencial
cuando el Presidente realizaba visitas oficiales a otros países, etc.
Por esto, es equívoco considerar a los grandes empresarios como
«poderes fácticos» de la transición, puesto que esta se encargó de
integrarlos plenamente a los círculos donde se tomaban cruciales
decisiones sobre el curso del país. En segundo lugar, es que a
pesar de esta integración, entre el gran empresariado predominó
la desconfianza ante el Gobierno, lo que es posible detectar a
lo largo de toda la década. El fuerte componente ideológico del
nuevo empresariado chileno, hizo que las relaciones se volvieran
conflictivas y obligaran a la autoridad a morigerar sus intentos
de hacer reformas más profundas al modelo económico. De este
modo, este grupo siempre apareció como el ala derecha de la
derecha en los debates económicos, enfrentados muchas veces a
los propios partidos derechistas, que aparecían más pragmáticos
y dispuestos a la negociación que los empresarios.
En 1990, recién iniciado el mandato de Patricio Aylwin, secto-
res empresariales criticaron el acuerdo de reforma tributaria entre
el Gobierno y rn, por considerar que «frenará el crecimiento y
perjudicará a los más pobres». Otras opiniones provenientes del
mundo empresarial la rechazaban, pues estimaban que para finan-
ciar el aumento del gasto, se debían privatizar empresas estatales
y no subir impuestos a los «emprendedores». Por su parte la udi
coincidía con estas críticas. En cambio, Manuel Feliú, aún presi-
dente de la cpc, se declaraba partidario del acuerdo y Sebastián
Piñera, senador de rn, fue uno de sus principales articuladores.
Esta primera diferencia al interior del mundo empresarial, per-
mite afirmar que este suceso inició el proceso de distanciamiento
de la mayoría de la dirigencia de los gremios patronales tanto
138
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

con él como con Manuel Feliú.24 Al año siguiente, estos gremios


iniciaron una ofensiva para instalar en el debate nacional, la idea
sobre la necesidad de continuar con las privatizaciones de las
empresas pertenecientes al Estado. Por este motivo, desde el sector
empresarial fue duramente criticado René Abeliuk, el ministro
vicepresidente de corfo, que en una entrevista había reivindi-
cado la importancia de este organismo en el desarrollo nacional
y la necesidad de fortalecer su papel en el nuevo Gobierno. Este
era un típico ejemplo de lo que gremios patronales denominaban
como «remanentes estatistas» en la Concertación, que generaban
«incertidumbre» en su sector y que manchaban de ambigüedad
una conducción económica que, según ellos, debía respetar sagra-
damente las «reglas del juego».
Este tipo de llamados de atención, a los que el funcionario
de Gobierno correspondiente se veía obligado a responder para
devolver la «tranquilidad» a los empresarios, era parte de la estra-
tegia patronal de mantenerse con la iniciativa política, obligando
al Gobierno a dar explicaciones y volver a declarar su adhesión
al modelo.25 La carencia de una verdadera voluntad «privatiza-
dora», era prueba, según los dirigentes patronales, de las distintas
posturas existentes en la transición. Por este motivo, durante
todo el período que abarca este artículo, no dejaron de insistir en
este punto. Gran impulso para esta materia fue el llamado «caso
codelco», generado cuando a principios de 1994 un empleado
de esta cuprífera estatal fue descubierto vendiendo a menor precio
el cobre a cambio de suculentas coimas. Se inició una fuerte cam-
paña que planteaba la necesidad de modificar la Constitución de
1980, para permitir la privatización de la principal empresa estatal
chilena. Aunque Frei no cedió ante estas presiones, sí anunció,
a semanas de haber asumido, la privatizaciones de Empremar,

24
Las comillas pertenecen a una opinión de Fernando Ariztía, presidente de la
sofofa. Las críticas contra el acuerdo de reforma tributaria, en Estrategia
del 26 de marzo de 1990, pp. 18; del 2 abril de 1990, pp. 3 y 20; El Diario
del 5 de abril de 1990, p. 15. Opiniones matizadas, en El Diario del 28 de
marzo de 1990, pp. 3.
25
Las críticas contra Abeliuk y el debate sobre la necesidad de retomar las
privatizaciones en 1991, en Estrategia del 3 y 9 de enero, 4 y 10 de enero,
21 de marzo, 5 y 24 de junio y 10 de julio de 1991.

139
Rolando Álvarez Vallejos

Lan y Edelnor. Más tarde haría lo mismo con emos.26 Reflejo de


su distanciamiento y de sus pugnas con el ministro de Hacienda
Eduardo Aninat, el gran empresariado reprochó hasta el fin de su
mandato haber abandonado su impulso inicial, dejándose rodear
por los sectores «estatistas» de la Concertación. Por ejemplo,
en 1998, en medio de la «crisis asiática», la cpc propuso como
fórmula para paliar sus efectos, llevar a cabo un «plan global de
privatizaciones», que incluía codelco, enacar, la Polla Chilena
de Beneficencia, la Zona Franca de Iquique, Televisión Nacional
de Chile, Correos de Chile, diario La Nación, entre otras. A sa-
biendas que esta propuesta sería rechazada por el Gobierno, los
empresarios buscaban quedar con la iniciativa, responsabilizán-
dolo de buscar soluciones «estatistas» a la crisis.27
Las materias tributarias y el gasto fiscal fueron otra área de
arduas negociaciones entre los Gobiernos democráticos y los
empresarios. Los hombres de negocios se jugaron por mantener
estos aspectos apegados al dogma neoliberal, o sea, impuestos
lo más bajos posible y un gasto fiscal austero. En 1994, con
ocasión del fin de la vigencia de algunos puntos estipulados en
la reforma tributaria aprobada en 1990, la cpc se jugó a fondo
por el fin de los gravámenes sobre las utilidades. En su opinión,
el ahorro y la austeridad fiscal era el mejor instrumento para
generar crecimiento económico, se consideraba la única manera
de asegurar el desarrollo del país. La aprobación de un impuesto
a las personas que mantenía lo aprobado en 1990, era calificado
como «lamentable».28
Cuando en 1997 Frei puso en el tapete nuevamente la idea
de efectuar una reforma tributaria, los gremios patronales, ade-
lantándose a la propuesta, plantearon rebajar la carga impositiva,
basada en la holgura fiscal existente. Además, proponían que a

26
Sobre este punto, Estrategia del 18 de abril de 1994, p. 29. Sobre el caso
codelco, son numerosas las referencias. Algunas con declaraciones empre-
sariales que plantean la necesidad de la privatización, Estrategia del 28 y
31 de enero y 1 de julio de 1994. La posición coincidente de la derecha, en
Estrategia del 10 de junio de 1994. p. 13.
27
La propuesta de la cpc en El Diario del 29 de septiembre de 1998.
28
Ver Estrategia del 15 de marzo de 1994, p. 9; del 8 de junio de 1994, p. 6
y El Diario del 6 de abril de 1994. p. 15.

140
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

través de la privatización de las sanitarias, se solventara parte


del gasto social (El Diario 1997, p. 29). La opción del ministro
Aninat –quien luego sería un alto funcionario del Banco Mun-
dial– de no modificar el impuesto a las personas, de no rebajar
aranceles a las importaciones y no congelar el gasto social, fueron
muy criticadas por los empresarios, los que estimaban que estas
medidas afirmaban la «ambigüedad» de la Concertación frente al
modelo neoliberal y demostración de la influencia del estatismo
alojado en su interior. Al año siguiente, cuando la cpc se reunió
con Aninat para debatir medidas para combatir los efectos de la
«crisis asiática», acordaban en la necesidad de aumento cero del
gasto fiscal para 1999. Walter Riesco, a nombre de la multigre-
mial, volvía a insistir en la necesidad de las privatizaciones y otras
medidas de corte liberalizadoras.29
Dos episodios pusieron en tensión el supuesto sentido nacional
de los empresarios, desnudando la rígida defensa de sus intereses
corporativos y su poderoso poder de negociación política. El pri-
mero fue el debate sobre cómo se resolvería la llamada «deuda
subordinada», que mantenían con el fisco fundamentalmente el
Banco de Chile y de Santiago producto del salvataje financiero
realizado por el régimen militar en 1983. El gobierno de Frei logró
aprobar en el Congreso una ley que prohibía a los bancos deudo-
res vender sus acciones al valor libro (más alto), porque dañaba
los intereses del Banco Central, entidad con la que se sostenía la
deuda. Con el apoyo mayoritario de sus dos partidos y el lobby
público de los gremios patronales y la Asociación de Bancos, la
oposición logró que el Tribunal Constitucional (tc) declarara
inconstitucional la medida, permitiéndoles a los accionistas de los
bancos deudores asegurar sus ganancias independientemente de su
compromiso con el Banco Central. Demostrando la imbricación
entre el poder político y el económico en el país, el presidente de
la cpc consideraba que era «rebajar el nivel del debate» cuestio-
nar el fallo del tc por el hecho de que algunos de sus integrantes,

29
Ver Estrategia del 20 y 26 de agosto de 1997, del 30 de octubre. El Diario
del 27 de enero de 1997. Sobre la reunión entre Aninat y Riesco, El Diario
del 23 de septiembre de 1998, p. 27.

141
Rolando Álvarez Vallejos

que rechazaron la ley, tenían acciones en las entidades afectadas


por la medida.
El acuerdo para resolver este complejo tema, que incluía a
algunos de los más poderosos empresarios nacionales, permitió
que los bancos de Chile, bhif, Santiago, Concepción e Internacio-
nal, tuvieran un plazo de 40 años para pagar su deuda. Además,
podrían vender sus acciones, pero a precio de mercado.30 Esto,
junto con favorecer la continuidad de las entidades involucradas,
fue una de las demostraciones de poder más notable de los gre-
mios patronales durante la transición, pues junto con sus aliados
naturales de la derecha, lograron derogar una ley aprobada por
el Congreso gracias a su presencia en el Tribunal Constitucional.
Es importante destacar que más allá de algunas declaraciones
cruzadas, el Gobierno y los poderes del país, no cuestionaron la
participación empresarial en la resolución de este conflicto, vali-
dando una vez más su papel en la política nacional.
Comprobado el doble estándar de los grandes empresarios
–algo tan propio de los actores políticos– el episodio de la venta
de Enersis (Chispas) sirvió para terminar de ajustar cuentas con el
senador Sebastián Piñera. En estos hechos, el directorio de Enersis,
encabezado por José Yuraszeck, utilizó cláusulas secretas para
negociar la venta de la compañía a Endesa-España, afectando a la
inmensa mayoría de los accionistas. Entre estos estaban las AFP,
las que tuvieron cuantiosas pérdidas por esta operación, que se
traspasaron a los millones de chilenos afiliados a este sistema de
pensiones. Junto con la caída del llamado «zar de la electricidad»
(Yuraszeck), figura de la que los gremios empresariales se desmar-
caron para no verse desprestigiados, también fue arrastrada la de
Piñera. Este había logrado incorporarse a la mesa de negociaciones
con Endesa-España gracias a una transacción que le permitió
cambiar sus acciones. Como lo señalaba un editorial de la prensa
pro empresarial, esto había que ponerlo en el contexto de que «en
plena operación Enersis-Endesa España el senador presentó un
proyecto de ley a objeto de regular las operaciones públicas de
30
La cita en El Diario del 2 de marzo de 1995, p. 15. El acuerdo final sobre la
deuda subordinada, en Estrategia del 30 de marzo de 1995, p. 24 y del 24
de abril de 1995, p. 21.

142
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

compra de acciones (…) (cuyo objetivo era) no hacer discrimina-


ciones de precios entre los titulares de una propiedad». Por este
motivo, los gremios patronales buscaron demostrar su preocu-
pación por los intereses nacionales y no solamente corporativos,
condenando a uno de los suyos –Piñera– por «mezclar la política
con los negocios», calificando el actuar del senador de rn como
«impresentable».31 De esta manera, en este capítulo oscuro de la
transición, el empresariado intentó verse lo menos contaminado
posible, además de terminar de hacer rodar la cabeza del díscolo
senador Piñera, quien en los ‘90 simbolizó una moderación po-
lítica que no compartía la mayoría de los gremios patronales. El
accionar político empresarial no carecía de la dosis de pragma-
tismo propia de la política contingente, pero se caracterizó por
su compromiso ideológico y corporativo, como lo demuestran los
casos de la deuda subordinada y Chispas.
Las reformas laborales fueron un tema extremadamente
sensible para estos gremios. Foco principal de sus conflictos con
el Gobierno, probablemente fue uno de los aspectos que mejor
simbolizó la manera de hacer política de los grandes empresarios
durante la transición. Además, constituye uno de los mejores
ejemplos de su integración institucional a la discusión política, a
través de numerosas instancias de diálogo y negociación formal
abiertas en el Parlamento y en el palacio de gobierno. Aunque
en apariencia dispuestos a negociar, en la práctica, este sector
fue sistemáticamente intransigente para rechazar cada intento
gubernamental para modificar la legislación laboral. Uno de los
mitos de los supuestos consensos iniciales de la transición, fue el
«acuerdo marco» alcanzado a inicios de 1990 entre la Central
Unitaria de Trabajadores (cut) y la cpc encabezada por Feliú.
Sin embargo, la supuesta negociación que se desarrolló durante
el resto del año, arrojó nulos resultados desde la óptica sindical.
En junio de 1990, los dirigentes de la cut declaraban que no se
habían logrado acuerdos con los empresarios. A fines de ese año,
el supuesto consenso en torno a las reformas laborales, se basó en

31
Las citas en Estrategia del 24 de noviembre de 1997, p. 3. Un síntesis sobre
estos intrincados sucesos, en Estrategia del 27 de octubre de 1997, p. 21.

143
Rolando Álvarez Vallejos

la exclusión total de las propuestas de la central sindical y cam-


bios cosméticos que no modificaron la esencia del Plan Laboral
de 1979, que debilitaba el poder negociador de los sindicatos y
aseguraba la flexibilidad laboral. La propuesta inicial del ejecutivo
vio cercenada importantes propuestas, como la eliminación del
plazo tope de la huelga y la posibilidad de contratar rompehuel-
gas. Esta era la manera como los gremios patronales entendían la
denominada «democracia de los acuerdos»: impidiendo cualquier
reforma que afectaran las reglas del juego neoliberal.32
Los años siguientes, los pseudodiálogos sociales y mesas tri-
partitas fueron progresivamente abandonados y la cpc, bajo las
presidencias de Guzmán y Riesco, fueron mucho más renuentes a
los acuerdos que Feliú, el símbolo del «acuerdo marco». En julio
de 1994 se realizó una movilización convocada por la cut para
protestar contra las prácticas empresariales, simbolizando el adiós
definitivo de los años de los supuestos acuerdos. De acuerdo a
Manuel Bustos, presidente de la multisindical de trabajadores, los
empresarios caían en «una grave contradicción entre el discurso
e imagen pública (…)», pues sus prácticas era calificadas como
«autoritarias y antisindicales». Junto con el natural rechazo a
estas denuncias, algunos fueron más allá, como el caso de Sergio
Romero, ex dirigente de la sna y senador rn, quien vinculó la
movilización a los intereses de los sindicatos norteamericanos, al
fragor de las difíciles negociaciones del tratado de libre comercio
entre Chile y Estados Unidos.
Sin embargo, producto de la protesta de la cut, Frei incluyó
en la agenda legislativa nuevas reformas laborales, tales como la
ampliación de la negociación colectiva, aumento de atribuciones
a la Dirección del Trabajo y mayor fiscalización. La ruptura con
el Gobierno en esta materia se volvió irreversible, como lo de-
mostraba el duro intercambio de declaraciones públicas por lado

32
Las declaraciones del dirigente de la cut, en El Diario del 15 de junio de
1990, p. 18. Una síntesis de las propuestas de reforma laboral de la cpc, la
cut y el Gobierno, en Estrategia del 23 de julio de 1990, p. 24. Un resumen
del acuerdo que permitió que la reforma fuera aprobada, Estrategia del 23
de noviembre de 1990, p. 3.

144
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

y lado. Mientras que para el presidente de la cpc, José Antonio


Guzmán, el Gobierno había «claudicado ante la cut» y que en
la propuesta gubernamental no había «ni un punto rescatable»,
el ministro del Trabajo, Jorge Arrate, consideraba estas opiniones
como «desatinadas» y expresaba la molestia por lo que considera-
ban «el desprestigio sistemático de parte del dirigente empresarial
hacia el Presidente de la República».33
Estos sucesos fueron solo los aprontes para la gran disputa
de 1995. Ese año, la administración Frei intentó realizar una
reforma laboral más profunda que la de 1990, incluyendo el
temido derecho a la negociación supraempresa. Las acusaciones
de «estatismo», falta de compromiso con el modelo económico,
malas señales a los inversionistas extranjeros, promoción de la
cesantía, entre otras, provocaron que Frei considerara que «hoy
es el momento de mayor distancia con los empresarios». Tal como
en el caso anterior, las reformas fueron frenadas en el Senado.34 A
fines de su mandato y en el marco de las elecciones presidenciales,
el Gobierno presentó una nueva propuesta de reforma laboral,
con el objetivo de perjudicar a la derecha, que al rechazarlas
en ese contexto, corría el riesgo de pagar costos electorales. El
distanciamiento entre el gobierno y los empresarios se reflejaba
en las declaraciones de Walter Riesco, quien calificaba al nuevo
proyecto como «una burla a la buena fe de los empresarios», cuyas
consecuencias serían «negativo para trabajadores y desempleados
(…) que favorecerá la confrontación y el uso de la fuerza en las
relaciones laborales y dificultará la competitividad de la empresa
nacional en perjuicio de todo el país». Como había ocurrido desde
1990, las reformas fueron rechazadas. Los gremios patronales, en
tono triunfante, terminaban la década ofreciéndole al Gobierno
volver a sentarse a la mesa de negociaciones, para ahora aprobar

33
Las críticas de Manuel Bustos, en El Diario del 28 de enero de 1994, p. 8;
las de Sergio Romero, en El Diario del 7 de julio de 1994, p. 8. La opiniones
entre Guzmán y Arrate, en El Diario del 2 de enero de 1995, p. 13 y del 17
de marzo de 1995. p. 16.
34
Estrategia del 16 de enero de 1995. p. 27. En la misma línea, la editorial del
mismo medio del 13 de septiembre de 1993, p. 3.

145
Rolando Álvarez Vallejos

«un proyecto que realmente favorezca a los trabajadores y a la


pyme».35
El último aspecto que demuestra la vocación política de los
gremios patronales, fue su relación con las fuerzas armadas, en
particular, su defensa del régimen militar y de quien lo encabezó,
el general Pinochet. Esta postura ratificó la posición anclada en
el sector que más férreamente defendía el legado de la dictadura
y que de manera intransigente, cuestionaría los intentos tanto de
modificar aspectos sustanciales de este, como de perseguir a los
responsables de las violaciones a los derechos humanos durante
ese período. Así, justificaron el accionar del régimen, repitiendo el
discurso que los militares habían «salvado» al país y que para ello,
habían tenido que enfrentar una «guerra insurreccional»: «Nues-
tro país se transformó en una base experimental del marxismo en
el mundo occidental. Miles de extremistas locales, provenientes
de Cuba y de otras naciones latinoamericanas, promovieron la
dictadura del proletariado». En ese contexto, concedían que se
habían cometido «excesos», que la ley de amnistía cubría para
ambos por igual, como parte del proceso de «reconstrucción del
alma nacional, que había sufrido un grave quebranto como resul-
tado de esta confrontación» (Estrategia 1995, p. 3).
Este planteamiento fue el que los llevó a solidarizar ante cada
nueva investigación judicial contra los uniformados involucrados
en estos hechos. Rechazaron el contenido de la comisión «Verdad
y reconciliación», llamándola «una verdad incompleta», alineán-
dose junto a la derecha dura y a las fuerzas armadas contra el
Gobierno. Asimismo, cuando el general Pinochet acuarteló a las
tropas para detener la indagación sobre un pago indebido rea-
lizado por el Ejército a su hijo mayor («ejercicio de enlace» en
1991 y «boinazo» en 1993), el gran empresariado no condenó la
actitud deliberante de los institutos castrenses y, por el contrario,
llamó al ejecutivo a terminar «las persecuciones» y preservar la
paz social. Más tarde, cuando en 1995 fue condenado el ex jefe
de la policía secreta del régimen, el general (r) Manuel Contreras
35
La cita de Riesco en El Diario del 25 de noviembre de 1999, p. 27. El ofre-
cimiento de negociar luego del rechazo de las reformas, en El Diario del 2
de diciembre de 1999, p. 26.

146
Gran empresariado, poderes fácticos e imaginarios políticos

por el asesinato del ex ministro de Allende, Orlando Letelier, en la


capital de Estados Unidos, se jugaron por evitar nuevas condenas
a través de la creación de una ley de «punto final». Sin embargo,
con la detención del general Pinochet en Londres, en octubre de
1998, se despejó cualquier duda respecto al compromiso polí-
tico del gran empresariado y sus organismos gremiales. En esta
coyuntura crítica de la historia reciente de Chile, los hombres de
negocios se ubicaron en el sector más recalcitrantemente pinoche-
tista. Ocurrido en un momento de fricciones internas, los propios
dirigentes empresariales reconocieron que el apresamiento del ex
dictador sirvió para cohesionar a la cpc, allanando la reelección
de Walter Riesco. Declaraciones públicas extremistas, como la
que solicitó romper relaciones diplomáticas con Gran Bretaña,
reuniones con el presidente Frei para tratar la situación de Pi-
nochet en Londres, viajes de una delegación de alto nivel para
respaldarlo, opiniones cotidianas sobre el papel del Gobierno en
la tarea de traer de vuelta al país al octogenario general, entre otra
numerosas gestiones públicas, caracterizaron las actividades de
los grandes empresarios durante el año y medio de la detención
del ex comandante en jefe del Ejército chileno.36
Con el triunfo de Ricardo Lagos Escobar en la segunda
vuelta de las elecciones presidenciales, en enero de 2000, el atá-
vico fantasma del comunismo y del «estatismo», parecía hacerse
corpóreo con el cambio de siglo. Sin embargo, Lagos encabezaría
el tercer período de la Concertación y no el segundo Gobierno
socialista de la historia de Chile. Paradojalmente, sería con él que
los ancestrales temores empresariales se terminarían por disolver,
permitiéndoles a los gremios patronales comenzar a invisibilizarse
paulatinamente. En la primera década del siglo xxi, con los años
de la dictadura militar y la polarización política de esa etapa cada

36
Las críticas al Informe Verdad y Reconciliación, en Estrategia del 30 de
abril de 1991, p. 3 y del 15 de marzo de 1991, p. 3. Sus posiciones frente al
«ejercicio de enlace» y el «boinazo», en El Diario del 13 y 21 de diciembre de
1990, p. 8 y Estrategia del 14 de junio de 1993, p. 3. Frente al caso «Letelier»
y la ley de «punto final», Estrategia del 21 de junio de 1995, p. 29 y 21 de
agosto de 1995, p. 3. Algunas reacciones frente a la detención de Pinochet,
en Estrategia del 29 de enero de 1999 y del 1 de julio de 1999, p. 22.

147
Rolando Álvarez Vallejos

vez más lejanos, fue haciéndose innecesario el notable protago-


nismo político empresarial de la década anterior. Naturalizada
la participación política de los gremios patronales y asentado el
modelo económico por el manejo de sus antiguos adversarios, el
gran empresariado chileno tuvo que repensar su papel político en
la nueva etapa. Lo que no dejarían de lado, sería su presencia en
los grandes debates nacionales y su incidencia en las principales
decisiones que definirían el rumbo del país. El legado de su parti-
cipación política en la década de los 90 radicó en que estableció
que la dictadura militar así como heredó un modelo económico
y una nueva institucionalidad, también engendró nuevos e influ-
yentes actores políticos.

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149
III. Los ambivalentes
(Ruptura y adaptación)
Los intelectuales de los centros académicos
independientes y el surgimiento del
concertacionismo1

Marcelo Mella Polanco


Departamento de Historia
Universidad de Santiago de Chile

Imagínese una sociedad superpoblada de dudas


en la que, a excepción de algunos despistados,
nadie se compromete enteramente con nada; en la
que, carentes de supersticiones y certezas, todos se
envanecen de la libertad y nadie respeta la forma
de gobierno que la defiende y encarna. Ideales sin
contenido o, para utilizar una palabra totalmente
adulterada, mitos sin sustancia. Usted está
decepcionado a causa de promesas que no podían
ser mantenidas, nosotros lo estamos por falta de
promesas simplemente.

E. M. Cioran.

1
Este artículo ha sido elaborado en el marco del Proyecto dicyt 03-0852mp
(2008-2010) «La contribución de los Centros Académicos Independientes
(c. a. i.) en la Transición a la Democracia en Chile (1980 a 1990)». Este
proyecto cuenta con el financiamiento de la Vicerrectoría de Investigación
y Desarrollo de la Universidad de Santiago de Chile. Una versión prelimi-
nar de este trabajo fue publicado en: En Revista de Historia Social y de las
Mentalidades. usach, año xii, vol. 1, 2008, pp. 83-121.

153
Marcelo Mella Polanco

Introducción

El presente artículo analiza el pensamiento de los intelectuales


ligados a los Centros Académicos Independientes (c.a.i.)2 de la
oposición democrática al régimen autoritario chileno entre 1983 y
1990. En este plano nos preguntaremos si existe una matriz ideo-
lógica que pueda ser designada «concertacionista» por constituir
un relato coherente, capaz de influir en las propuestas programá-
ticas, pero, por sobre todo, capaz de determinar las estrategias
de los actores del conglomerado que llegará al poder en Chile en
1990. Examinar este problema permitirá identificar el grado de
originalidad o continuismo de esta coalición y definir elementos
básicos de su gramática de dominación.
Cierto número de estudios sobre el fenómeno ideológico con-
cuerdan en relevar aspectos tales como su estatus epistemológico
(utilidad como instrumento heurístico), su dimensión sociológica
(relación discurso y prácticas sociales) y su potencialidad pro-
selitista (capacidad de captar adeptos) (Eccleshall y Jay, 1993,
pp. 33-36). En nuestro caso, sin dejar de lado los dos primeros
aspectos, abordaremos con mayor detalle el tema de la formación
de un sentido común o «cemento» normativo que permitirá a las
fuerzas de oposición al régimen de Pinochet convertirse en coa-
lición política y generar cohesión social en torno a su proyecto.
Los objetivos de este análisis son tres. Primero, comprender
el carácter de la contrahegemonía propuesta por la oposición
comprometida con el restablecimiento de una democracia repre-
sentativa. Segundo, explorar la función de los intelectuales en el

2
José Joaquín Brunner distingue dos etapas o generaciones de c. a. i. El primer
momento está definido por la influencia del pensamiento socialcristiano y
la orientación a la investigación aplicada y la intervención social con ins-
tituciones como: desal y celap (ambos creados por Roger Vekemans). A
estos se agregan entre 1964 y 1966 el cide, ilades y la cpu. El segundo
momento está definido por el contexto de la intervención de la dictadura en
las universidades y la consiguiente persecución o exoneración de académicos.
En este momento se insertan instituciones como: icheh (1974), ahc (1975),
cieplan (1976), piie (1977), ceneca (1977), vector (1977), pet (1978),
sur (1979), cep (1980), ilet (1980), ced (1981), cerc (1983). flacso fue el
Centro de Estudios pionero en Chile fundado hacia 1957 bajo el patrocinio
de la unesco. Brunner, J. J. «La participación de los Centros Académicos
Privados». En Revista Estudios Públicos, n° 19. Invierno 1985. Santiago.

154
Los intelectuales de los centros académicos independientes

contexto de la apertura y la transición a la democracia. Tercero,


reconstruir el proceso de elaboración del pensamiento concerta-
cionista desde 1983 a 1990.
La Concertación de Partidos por la Democracia se constituyó
en un bloque hegemónico, superando la condición de alianza elec-
toral o coalición política, mediante su capacidad de rutinizar un
discurso que confirió sentido a la acción política, universalizando
sus intereses de grupo y asumiendo el desafío de construir orden
social legítimo. Paradojalmente, esta tarea se inició antes de que
las fuerzas opositoras a la dictadura, mediante la reflexión de
intelectuales albergados en los Centros de Estudio disidentes, se
instituyeran de manera orgánica como coalición en 1989.
Siguiendo a Pierre Bourdieu podemos afirmar que los intelec-
tuales constituyen un grupo localizado en la periferia de la clase
dominante (Bourdieu, 1999). Vale decir, conforman un grupo
dependiente material e institucionalmente de los políticos profe-
sionales, aunque, desde la perspectiva de los ciudadanos, son per-
cibidos como extraños y ajenos. De ello se desprende su profunda
ambivalencia expresada tanto en las representaciones del mundo
(habitus), como también en la definición de su lugar (campo) bajo
el contexto de las luchas entre dominantes y dominados.
Para el estudio de estos problemas comenzaremos identifican-
do las condiciones estructurales del proceso político en el período.
En segundo lugar, reconstruiremos la recepción de la democracia
representativa y el capitalismo como conceptos orientadores de
la acción política entre los intelectuales de la oposición refor-
mista. En tercer lugar, se estudiará las alternativas visualizadas
por los autores para la construcción de una fuerza política capaz
de conducir el cambio de régimen. Finalmente, analizaremos el
proyecto de dominación política y simbólica, diseñado para hacer
sustentable el Gobierno de la coalición opositora.

Condiciones estructurales y transitología


La estructura de oportunidades para la liberalización de la
dictadura y la posterior transición a la democracia estuvo de-
terminada por la institucionalización del régimen de Pinochet
y la severa recesión económica que afectó al país entre los años

155
Marcelo Mella Polanco

1982 y 1983. El proceso de institucionalización coronado por


la aprobación de la Constitución de 1980, constituyó el marco
más realista para pensar un posible cambio. Por su parte, la cri-
sis económica que estalló con niveles de desempleo superiores al
25% hacia 1982, extendió el malestar y la frustración social en
la clase media, convirtiéndose en un agente catalizador para la
movilización colectiva.
Algunos investigadores han creído que estas condiciones
materiales del proceso político detonaron un nivel de frustración
apropiada para la politización de la clase media. Por ejemplo,
Óscar Godoy junto con defender la tesis del en el surgimiento
de la oposición a la dictadura, sostiene que su acción se vio
favorecida por un «súbito cambio de expectativas» provocada
por la crisis económica (Godoy, 1999, p. 88). Por nuestra parte,
queremos contradecir la tesis del espontaneísmo con la idea de
que el surgimiento de un conjunto de fuerzas crecientemente co-
ordinadas desde 1983, con capacidad para liderar la movilización
social es, antes que nada, resultado de un pensamiento racional
y constructivista que surge desde los c.a.i. Es por esta actividad
constructivista que tales fuerzas se constituyen en una oposición
política propiamente tal.
El proceso político desde 1983 a 1990 estuvo marcado por
una serie de rasgos diferenciadores. Hemos seleccionado el año
1983 como hito inicial debido a que existe coincidencia acerca de
que, desde ese momento, la oposición democrática empezó a actuar
de forma cohesionada. Algunas tendencias que lo reafirman fueron
la creciente influencia del movimiento de la renovación en sectores
del, por entonces, fragmentado ps, la aproximación al socialismo
y la inclinación anticomunista de la dc, la creciente coincidencia
estratégica entre actores de la Alianza Democrática, el giro del
pc hacia la tesis de la rebelión popular y la vía insurreccional.
Se podría sostener que en el año 1983 el conflicto político entre
dictadura y oposición cristalizó con tal intensidad que permitió la
unión de sujetos convertidos rápidamente en actores más o menos
funcionales para la apertura, entre los que se cuentan: Avanzada
Nacional, la Alianza Democrática, el Movimiento Democrático
Popular y el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. En esta coyun-
156
Los intelectuales de los centros académicos independientes

tura vale la afirmación de Lewis Coser de que la estructura del


conflicto determina la generación de identidad y fronteras entre
los grupos que forman parte de un sistema social (Coser, 1961,
pp. 35-36).
El primer factor a tener en cuenta para comprender el carácter
del pensamiento fundacional de la Concertación es la modeliza-
ción del proceso de transición en Chile realizada por los c.a.i.,
siguiendo los principales hallazgos de la transitología de la década
del 80. Según Guillermo O’Donnell, un proceso de transición
consiste en el intervalo de tiempo que se extiende entre un régi-
men político y otro, cuya característica central es que las reglas
del juego no están totalmente definidas (O’Donnell y Schmitter,
1988, p. 19). Manuel Antonio Garretón afirma que las transiciones
son procesos de cambio de régimen (estructura de instituciones),
que postergan para un segundo momento las transformaciones
profundas de la sociedad. «Dicho de otra manera, no coinciden
transición o instalación de la democracia con democratización»
(Garretón, 1988, p. 8).
Tal como fue entendido por los transitólogos, el proceso chi-
leno se inscribió entre las llamadas «transiciones pactadas». Jon
Elster y Rune Slagstad señalan en Constitucionalismo y democra-
cia que tales procesos se distinguen, a lo menos, por los siguientes
rasgos: i) los actores tienden a limitar la agenda en ciertos temas
políticos (Regla Mordaza), ii) los actores comparten proporcio-
nalmente beneficios, y iii) se restringe de forma deliberada la
participación de extraños (Elster y Slagstad, 1999).
Para el caso de la transición chilena la Regla Mordaza se
expresó conservando una serie de «cajas negras» fuera del pro-
ceso, por ejemplo, mediante la resistencia sistemática a abordar
temas como la legitimidad del modelo económico, la necesidad de
hacer justicia en dd.hh. o la validez de la Constitución de 1980.
La distribución proporcional de los beneficios, por su parte, se
manifestó en el conjunto de «incentivos selectivos» para el gru-
po de los «consolidadores» (funcionales al cambio de régimen
gradual) tanto en la dictadura como en la oposición. Por su
parte, la tendencia excluyente se expresó en la asociación de los
«revolucionarios» (intransigentes partidarios de derrocar por la
157
Marcelo Mella Polanco

insurgencia popular a la dictadura) con la amenaza de bloqueo o


reversión del proceso, así como también en la creación de barreras
de entrada gravosas para los extraños.
Desde el punto de vista de las condiciones para el inicio del
proceso, Guillermo O’Donnell sostiene que las transiciones pac-
tadas se originan cuando coexisten dos situaciones (O’Donnell y
Schmitter, 1988):

1) La fragmentación del conglomerado que apoya a la


dictadura en «no reformistas» y «reformistas», y la frag-
mentación en «radicales» y «moderados» de la oposición.
2) El surgimiento de «reformistas» y «moderados»
como actores hegemónicos en sus respectivos conglome-
rados.

Al producirse ambas situaciones, la estructura de la transición


originará un conjunto de incentivos para que los actores cooperen,
contribuyendo a la liberalización del Régimen Burocrático Auto-
ritario (rba). El principal objetivo de esta dinámica, de acuerdo a
los transitólogos, consiste en potenciar el surgimiento de un bloque
hegemónico en la oposición que redefina creencias y aspiraciones
para impulsar un cambio político sustentable.
En Chile, la formación de este bloque hegemónico se expre-
sará en lo discursivo en dos momentos; primero desde 1983 hasta
1986, período en el que la intensidad del conflicto permite confi-
gurar las identidades de los grupos políticos en pugna y segundo
desde 1986 hasta 1989, fase en la que los sujetos convertidos en
actores del proceso buscan la transformación del conflicto en un
enfrentamiento funcional para la construcción de instituciones
democráticas. Si para Lewis Coser la primera etapa contribuye a la
construcción de identidad y fronteras para los sujetos, la segunda
contribuirá al mantenimiento del sistema social total (por lo tanto,
tendrá una índole conservadora) (Coser, 1961, pp. 35-42).

Ensayos de orgánica determinados por el conflicto


Estas características estructurales aparecieron en Chile desde
los comienzos del proceso de apertura del régimen dictatorial en
1983, mediante el intento de actores moderados por alcanzar
ciertos acuerdos mínimos para superar la situación de conflicto
158
Los intelectuales de los centros académicos independientes

entre Gobierno y oposición. Un primer esfuerzo por generar con-


vergencia respecto de un proyecto de oposición democrática a la
dictadura lo representó el denominado Manifiesto democrático,
documento suscrito en marzo de 1983 por políticos de orígenes
tan diversos como Patricio Aylwin, Enrique Silva Cimma y Hernán
Vodanovic. El manifiesto explicita en los siguientes términos el
desafío político que encaraba la oposición frente a la coyuntura
de la crisis económica:

Si bien interpretamos concepciones ideológicas y filo-


sóficas diferentes que mantienen su identidad y se respetan
recíprocamente por ser expresiones legítimas del pensa-
miento de amplios sectores de la nación, hemos resuelto
actuar conjuntamente con el fin de impulsar un diálogo
entre todos aquellos sectores sociales y políticos democrá-
ticos, con el objeto de crearnos instrumentos necesarios
para lograr, cuando antes, la instauración de un régimen
democrático (Avetikian, 1986).

El 22 de agosto de 1983, en el contexto de la creciente oleada


de movilización social iniciada a comienzos del invierno, se consti-
tuyó la Alianza Democrática (a.d.), con la adhesión de socialistas
renovados, democratacristianos, disidentes de derecha y radicales.
Este momento formalizará orgánicamente un proceso iniciado a
fines de la década del 70 con la renuncia de la dc a la tesis del
«camino propio», la renovación socialista y la constitución del
«Grupo de los 24».
Un nuevo momento en el que se manifestó también de ma-
nera orgánica la convergencia entre las fuerzas opositoras fue el
Acuerdo Nacional (a.n.) firmado en agosto de 1985 bajo la con-
vocatoria del arzobispo de Santiago Juan Francisco Fresno. Esta
coyuntura será una oportunidad para profundizar la convergencia
en la oposición democrática, modificando la estrategia de sus
actores, flexibilizando las alianzas históricas y posicionando a la
Iglesia como tercer espacio. José Zabala, uno de los principales
facilitadores del acuerdo, recuerda así la convocatoria realizada
por el obispo Fresno:

En esa reunión de Calera de Tango los llamó a aunar


voluntades; a renunciar a ideologismos excesivos y posi-

159
Marcelo Mella Polanco

ciones rígidas; a actuar con humildad, buscando el bien de


Chile y el bienestar y la paz de los chilenos. Les hizo ver las
coincidencias que había detectado en las reuniones que por
separado había tenido con cada uno de ellos. ¿Cuáles eran
esas coincidencias? La primera coincidencia era una unáni-
me disposición a dialogar con otras corrientes de opinión;
la segunda, un unánime rechazo a la violencia y a aquellos
que la usan como objetivo o como práctica política. La
tercera coincidencia, y esto lo destaco especialmente, era
la necesidad de llegar a un entendimiento con el gobierno
de las fuerzas armadas. La cuarta, la necesidad de un plan
económico-social, además de uno sociopolítico, y la quinta
–y también lo destaco–, el reconocimiento de que la actitud
del Partido Demócrata Cristiano era la espina dorsal de
cualquier consenso (Avetikian, 1986, pp. 3 y 4).

De acuerdo al Cuadro 1 que muestra la estructura del diálogo


propiciado por la Iglesia para el Acuerdo Nacional, se pueden dis-
tinguir como elementos centrales; la transversalidad del acuerdo
(incluye desde socialistas hasta miembros de partidos de derecha),
la existencia de saboteadores bilaterales irreductibles (spoilers), la
aparición de la Iglesia como actor de intermediación («mediación
de proximidad»), el nacimiento precario de un tercer espacio
político entre «duros» en el oficialismo y «revolucionarios» en la
oposición y una creciente participación de los centros de estudios
a nivel estratégico o programático. Precisamente, a nivel progra-
mático el a.n. manifiesta todavía una significativa influencia de la
crítica formulada por el «Grupo de los 24» a la Constitución de
1980 y, en consecuencia, posee un maximalismo estratégico ali-
mentado en la oposición por la presión social creciente observada
durante las jornadas de protesta de 1983 y 1984. (Ver cuadro 1
en página siguiente)
Del cuadro anterior se desprende que hacia 1985 se super-
pusieron en forma sinérgica varios procesos. Por un lado, la
aproximación de «blandos» en el oficialismo y «reformistas» en la
oposición, proceso que definirá los límites y el carácter del «bloque
por los cambios» que se convertirá en el actor dominante entre
1986 y 1989. Por otra parte, el perfilamiento de una estrategia que
genera una fuerza de atracción centrípeta en el sistema político.

160
Los intelectuales de los centros académicos independientes

Ambas estrategias se visibilizan mediante la función de los c.a.i.


(principalmente ced y Vector) y de actores de intermediación
como instrumentos para la instalación de una lógica cooperativa.

Cuadro 1: Estructura del diálogo para el Acuerdo Nacional (1985).

Oficialismo Oposición
Blandos: A. Allamand, F. Reformistas (AD): P. Aylwin, E. Silva
Bulnes, P. Correa. Cimma, R. Abeliuk, H. Zepeda,
C. Briones, G. Valdés.

Izquierda revolucionaria (MDP)


Saboteadores (spoilers)
Saboteadores (spoilers)
Nacionalistas duros
Gremialistas

F. Léniz (Broker) J. Zabala (Broker) S. Molina (Broker)

Centro de Estudios para el Desarrollo (Estrategia) - Vector (Programa


Económico)

Iglesia
Arzobispo de
Santiago
Juan Francisco
Fresno

Fuente: Elaboración propia.

Superación de la disonancia cognitiva


León Festinger describe la «disonancia cognitiva» como un
estado de tensión entre sistemas de ideas distintas o entre creen-
cias y comportamientos (Festinger, 1957). La construcción de un
sujeto coherente, dotado de un discurso reformista dominante
supuso resolver las discrepancias en las fuerzas opositoras entre
ideas contradictorias o entre discursos y prácticas. La lucha de los
«moderados» para acceder a una posición de hegemonía dentro
del sector se desarrolló como un proceso tendiente a conquistar
mejores posiciones de enunciación y, de este modo, influir sobre
la definición de la realidad y las prácticas de los actores.
Tanto el a.n. como el proceso de Convergencia que lo trascien-
de y que dio origen a la Concertación de Partidos por la Demo-

161
Marcelo Mella Polanco

cracia, determinaron la objetivación, de ciertas creencias mínimas


entre las fuerzas de oposición a Pinochet que operaron desde lo
discursivo hacia el condicionamiento de acciones y estrategias. En
este plano, es posible constatar para el período 1983-1990 una
gradual aproximación de las prácticas políticas a los discursos
emergentes que impulsan la convergencia.
Una de estas creencias mínimas, fue que para reconstruir
exitosamente la democracia era necesario coordinar en forma pru-
dente las necesidades de cambio institucional con los imperativos
de «estabilidad y continuidad» política (Boeninger, 1984, p. 14).
De la armonización racional de ambas necesidades surge la pro-
clividad hacia el gradualismo y el secuencialismo como requisitos
para el cambio político democratizador. El democratacristiano
Edgardo Boeninger señalaba hacia 1983 en un artículo publicado
en el Centro de Estudios para el Desarrollo (ced) titulado «La
Concertación Política y Social»:

La democracia solo puede avanzar por medio de una


sucesión de reformas, cuyo efecto sumado puede llegar a ser
profundamente revolucionario, pero cuyo signo dominante
es más el del acuerdo que el de la imposición. El caso chi-
leno ilustra, también, el hecho de que para que un cambio
sea totalmente irreversible se requiere que sea aceptado
como una nueva realidad cuya validez ya no se discute. A
su vez, la aceptación, vale decir la capacidad de absorción
democrática del cambio, es función de su integralidad en
el sentido de que será más sólido si se extiende a todos los
campos, de manera que, junto con modificar situaciones
y estructuras económicas y políticas, produzca también
cambio de cultura y valores (Ídem).

Otra creencia que aparece reiterada entre los intelectuales de


oposición desde 1983 es que los cambios del pensamiento político
en las fuerzas contrarias a Pinochet se explican por una clase de
racionalidad que asume el peso de las oportunidades y busca evi-
tar la generación de efectos no intencionales. De esta manera, las
transformaciones ideológicas en la dc y el ps que los impulsará a
superar divergencias históricas, deberían ser entendidas como un
proceso racional de adaptación de preferencias a las condiciones

162
Los intelectuales de los centros académicos independientes

políticas disponibles en Chile para restaurar la democracia. En la


base del razonamiento que hará posible la convergencia entre el
mundo cristiano y laico se encontraba la necesidad de superar la
frustración opositora por la incapacidad histórica de construir un
proyecto contrahegemónico exitoso, así como la decepción entre
los contendientes por la extendida permanencia de la dictadura en
el poder. Ángel Flisfisch explicaba así el trastocamiento doctrinario
en los partidos de la oposición:

Lo que con frecuencia se pasa por alto es que esa con-


tradicción entre la acción política y los efectos que ella
contribuye a desencadenar es muy probable que produzca
modificaciones en la propia estructura primitiva de los
ideales, en el sentido de un reajuste que la acerca a aque-
llo que aparece como más patentemente posible y viable
(Flisfisch, 1987, p. 4).

En el párrafo citado se aprecia con claridad la importación


realizada por el autor de hipótesis del Rational Choice en la versión
de autores como Jon Elster, Adam Przeworsky y Ludolfo Paramio,
entre otros, que sostienen una idea de sujeto político «blando»,
constituido estratégicamente y provisto de yoes sucesivos o alter-
nos. Esta condición del sujeto estratégico hace posible explicar las
drásticas mutaciones en las creencias de los partidos e individuos
en la oposición durante la década de los 80.
Siguiendo estos supuestos, Flisfisch argumentaba hacia 1987
que, dado el riesgo de efectos no intencionales en contextos de
alta incertidumbre, resulta necesario establecer acciones y estra-
tegias a partir de la identificación de «ventanas de oportunidad»,
condiciones y medios. Un argumento de esta clase, a juicio del
autor, promovería opciones estratégicas conservadoras, que con-
ducirán a la formación de expectativas moderadas y excluirán
al voluntarismo de la decisión política. Hay que recordar que ya
sea el maximalismo como el voluntarismo han sido sindicados
por los estudios de autores vinculados al institucionalismo y a la
transitología como Giovanni Sartori, John Linz, Thimoty Scully
y Guillermo O’Donnell como factores de deterioro político y de
colapso de las democracias en América Latina.

163
Marcelo Mella Polanco

Lo que hay que destacar es que, independientemente de


la complejidad de los procesos involucrados, son las con-
sideraciones estratégicas y de eficacia instrumental las que
acaban por determinar los ideales, deseos o las preferencias,
y no estos los que determinan las decisiones estratégicas.
Tradicionalmente, se supone que primero hay que hacer
claridad sobre lo que se quiere, para después individualizar
los medios idóneos para obtenerlo. Aquí, la experiencia de
la falta de idoneidad de los medios termina por establecer
que es lo que se quiere (Ibíd., p. 5).

Respecto del grado de intencionalidad en los actores en la


adopción de estrategias conservadoras, Ángel Flisfisch, observa
una distinción necesaria entre la sola adaptación de preferencias
como resultado «mecánico» de las oportunidades y la acomoda-
ción autónoma y voluntaria «en virtud de que hay buenas razones
que justifican esa elección» (ibíd., p. 17). La primera alternativa
de adaptación sería una expresión de irracionalidad siguiendo la
lógica de la fábula de las «uvas amargas» desarrollada latamente
por Elster. La segunda en cambio, sería una conducta racional
que se apropia de forma reflexiva de la experiencia y los fracasos
históricos, para implementar decisiones efectivas.

La revalorización de la democracia
Más allá de las apariencias de particularismo idiosincrásico en
el proceso chileno, la revalorización creciente e incontestable de
la democracia en el socialismo, fue un giro doctrinario de amplio
espectro en Occidente. Ludolfo Paramio en un artículo publica-
do en 1986 en flacso titulado «Tras el diluvio: introducción al
posmarxismo», muestra la extensión y profundidad de la crisis
del marxismo en la década del 70 en Europa y América Latina,
destacando la oportunidad para las nuevas generaciones de cons-
truir un pensamiento de izquierda anclado «en la realidad»:

Pero antes que por abrir el paso a un hipotético posmar-


xismo, entiendo que la crisis del marxismo, el diluvio que se
llevó por delante a la ortodoxia marxista en el área latina,
ha sido conveniente porque ha roto el marco de las viejas
ideas hegemónicas; (…) lo fundamental es que hay espacio

164
Los intelectuales de los centros académicos independientes

para ideas nuevas, que las ideas de las generaciones muertas


ya no siguen pesando insoportablemente sobre el cerebro
de los vivos. Es muy posible que para los sobrevivientes
de la década anterior, los 80 sean un tiempo de mediocre
confusión. Es posible, incluso, que para la generación que
ahora entra al debate intelectual, estos sean años de des-
orientación y vacío. Pero con cierta perspectiva, se podría
ser optimista y pensar que son años de libertad, de creati-
vidad, de recomienzo (Paramio, 1986, pp. 44 y 45).

Paramio agrega una expresión que resulta por completo reve-


ladora del espíritu que funda la ruptura entre pasado y presente
en la izquierda europea:

Pero aquí nos hallamos ante el viejo dilema, o somos


fieles a las ideas de los grandes pensadores o somos fieles
a la verdad. Y en el plano de las ideas, que no en el de los
afectos, seguramente se debe preferir la verdad a la fidelidad
(Ibíd., pp. 44).

En Chile, los procesos de adaptación de preferencias en sec-


tores de la oposición harán posibles, desde 1983 en lo discursivo,
y desde 1986 a nivel de comportamientos, la introyección de la
democracia y el capitalismo como propósitos deseables de la ac-
ción política. Manuel Antonio Garretón afirmaba en 1987 que,
en el marco de la renovación socialista, se produce un profundo
trastocamiento en los ideales del socialismo chileno consistente
en: «(…) el descubrimiento de, y opción por, la democracia po-
lítica, como el régimen político que se incorpora como elemento
constitutivo del proyecto de transformación social, del proyecto
socialista» (Garretón, 1987, p. 17).
Garretón sentencia que, enfrentados en la izquierda a la
disyuntiva teórica de la «radicalidad democrática» y la «radi-
calidad socialista», no existe posibilidad alguna de conciliación
entre ambas opciones. La única alternativa que permitiría resolver
esta incompatibilidad reside en reconstruir un nuevo concepto de
socialismo. Esta prescripción se fundamenta en que el socialismo
consistiría únicamente en un modelo de organización económico-

165
Marcelo Mella Polanco

social y carecería de una forma propia de organización político-


institucional:

Entonces, para ciertos países (…), el socialismo no po-


dría sino aceptar que el régimen político válido y bueno
es el régimen democrático. Pero desde ese momento, la
democracia política (tal como la hemos definido y que al-
gunos llaman democracia burguesa, formal, representativa,
liberal, constitucional, etc.) pasa a ser un elemento consti-
tutivo del proyecto socialista, forma parte de su identidad
irrenunciable tanto como las propuestas económicas y
sociales de superación capitalista, es decir, es tan socialista,
aunque se comparta con sectores no socialistas, como las
tareas económicas básicas que se denominan socialistas
(expropiaciones, nacionalizaciones, gestión y apropiación
colectiva, etc.) (Ibíd., p. 20).

A pesar de que lo declarado por Garretón genera un acuer-


do importante en términos conceptuales y estratégicos dentro
del movimiento de la «convergencia socialista», se aprecia en
los autores fundacionales de la Concertación una evaluación
distinta respecto de la aceptación del capitalismo. Si frente a la
internalización de la democracia como valor existió un acuerdo
creciente, como un proceso reflexivo e intencional, respecto de
la aceptación del «modelo de mercado», el hecho se interpretó
como una aceptación irracional e impuesta por las necesidades
de la coyuntura. Ángel Flisfisch señala frente a este punto en un
artículo del año 1987 titulado «Los ideales y la izquierda: la ra-
cionalidad del cambio»:

(…) El desplazamiento desde la revolución a la demo-


cracia tiene un componente motivacional fuerte, (…) que
configura un estado de cosas bien cercano a un efecto de
uvas verdes. Pero no se puede decir que ese desplazamiento
sea irracional, por cuanto ese elemento existencial ha sido
la base de una auténtica elección del objetivo democrático,
apoyada en razones, que si bien pueden diferir según las
posiciones, son a su vez el resultado de exploraciones y
cuestionamientos deliberados y sistemáticos.
No obstante, no se podría afirmar lo mismo respecto de
la sustitución de la primitiva negación del capitalismo por
la ambigüedad frente a él hoy existente. (…) El cambio en

166
Los intelectuales de los centros académicos independientes

la primitiva estructura de ideales en lo que concierne a la


relación que hay que tener frente al capitalismo es hasta
ahora irracional. Para dejar de serlo, tanto el desajuste
entre ideales y posibilidades, como las disonancias que
produce, tendrían que ser encaradas de manera directa,
conscientemente y deliberadamente (…) (Flisfisch, 1987,
pp. 18 y 19).

Sin embargo, resulta discutible que la adopción del capitalis-


mo, pueda ser pensada, en sentido amplio, como un puro efecto
de «uvas amargas» debido a que, a nuestro entender, no solo
existirían las alternativas generadas por decisiones determinadas
por la «fuerza de las circunstancias» o por decisiones que implican
adaptación de preferencias basadas en motivaciones intencionales,
autónomas y públicas. También sería posible un tercer tipo de
elección que adapta preferencias, con grados relativos de publi-
cidad por consideraciones estratégicas. Este último sería el caso
de la importación del capitalismo por parte de los intelectuales
de los Centros Académicos Independientes.
Una de las pruebas más visibles de que la adopción del capi-
talismo no fue resultado del mecanismo de las «uvas amargas»,
postulado entre otros por Flisfisch, lo constituyó la defensa furi-
bunda desde cieplan de una estrategia política que apoyada en
ciertos dogmas de la transitología, mantenía el modelo económico
de la dictadura sin modificaciones significativas.
Asumidas las razones del fracaso del a.n. y de la Asamblea
de la Civilidad (a.c.), René Cortázar y Guillermo Campero de-
sarrollan en 1988 su teoría de las dos oposiciones, los llamados
consolidadores y los revolucionarios. A los primeros se les reco-
nocía por la generación de respaldos para la transición mediante
la entrega de garantías a empresarios y ff.aa. para la preservación
de sus «intereses vitales» (Campero y Cortázar, 1988, p. 116). A
los revolucionarios por su parte, se les reconocía por un proyec-
to de «socialización de los medios de producción junto con la
transformación radical de las ff.aa.», estrategias que a juicio de
los «technopols» (Domínguez, 1997) de cieplan redundaría en el
«bloqueo del proceso» (Campero y Cortázar, 1988, p. 117). Estos
autores, junto con sentenciar el predominio de los consolidadores,

167
Marcelo Mella Polanco

relacionan la desactivación de la amenaza de los revolucionarios,


con el progreso de la transición y la eliminación de la regresión
autoritaria. La lógica de la postura del núcleo consolidador es-
triba, por lo tanto, en la necesidad de acabar con la efectividad
de los duros o intransigentes de ambos lados y su estrategia
de represión o boicot (Ibíd., p. 143). A modo de ilustración de
estos argumentos, Cortázar cita un conocido ejemplo utilizado
por Guillermo O’Donnell y extraído textualmente de su trabajo
Transiciones desde un Gobierno autoritario donde se compara a
las transiciones con partidas de ajedrez. A nosotros nos permite la
siguiente cita argumentar a favor de la consciencia, voluntarismo
y premeditación de la adopción del capitalismo por parte de la
Concertación:

Todas las transiciones hacia la democracia han respeta-


do una restricción fundamental; está prohibido comerse o
hacerle jaque mate al rey de uno de los jugadores. En otras
palabras, durante la transición, los derechos de propiedad
de la burguesía son inviolables. La segunda restricción es
un corolario de la primera (…) está prohibido comerse,
o aun restringir demasiado, los movimientos de la reina
de la transición. En otras palabras, en la medida que las
fuerzas armadas sirven como el principal protector de los
derechos y privilegios cubiertos por la primera restricción,
su existencia institucional, activos y jerarquía no pueden
ser eliminados y ni siquiera seriamente amenazados. Si las
fuerzas armadas se ven amenazadas, ellas pueden simple-
mente barrer a sus oponentes o patearlos y empezar a jugar
solitario (O’Donnell y Schmitter, 1988, p. 118).

Convergencia política y concertación social


La adaptación (racional o no) de las preferencias en los acto-
res que dieron origen a la Concertación en 1989 determinó una
desvalorización del conflicto como motor del cambio institucional
y el desarrollo político. Por el contrario, surge durante el período
que va desde 1983 a 1990 un acuerdo acerca de la necesidad de
afianzar la viabilidad del proceso político en la convergencia y la

168
Los intelectuales de los centros académicos independientes

concertación de los actores. Bajo esta perspectiva, los intelectuales


que contribuyen a la cohesión de las fuerzas opositoras adoptaron,
por defecto, la tesis de la disfuncionalidad social del conflicto,
expresada en la necesidad de erradicar el enfrentamiento de la
política y en la fetichización de los consensos. Edgardo Boeninger
señala en este sentido:

(…) Es revelador que la tradición de concertación polí-


tica propia de la historia chilena, expresada en el llamado
Estado de Compromiso, siguió presente en las actitudes y
comportamientos de los trabajadores y de sus organizacio-
nes, al menos hasta 1972. (…) Fueron las elites políticas las
que se opusieron o impidieron la concertación política, en
contraste con el comportamiento moderado y reformista
de los actores sociales, que solo se radicalizaron a partir
de 1972 (Boeninger, 1984, p. 7).

Así, el concertacionismo emergente se construirá sobre la cer-


teza de que los momentos de progreso y desarrollo político, han
devenido en Chile como resultado de estados donde se observan
altos grados de gobernabilidad, control social y capacidad sisté-
mica para excluir la conflictividad social, esta última considerada
como elemento perturbador del cambio institucional. De tal guisa,
la convergencia es definida por los intelectuales de los c.a.i. como
integración horizontal de los actores, con expresión orgánica e
ideológica, que facilita la concertación social. La concertación
social se entenderá, por su parte, como un modo específico de
integración vertical y horizontal, capaz de proporcionar control
social para el perfeccionamiento de las instituciones, sobre la base
de acuerdos estratégicos o substantivos.
En esta dirección, el proceso de convergencia puede contri-
buir a la reconstrucción democrática en la medida que produzca
concertación entre los actores y de esta manera, obtenga consenti-
miento para el cambio de instituciones. De acuerdo a la literatura,
el acatamiento se obtiene mediante dos métodos: i) por la eficacia
de las reglas de procedimiento y ii) por el compromiso generado
por definiciones ideológicas comunes. Adam Przeworski afirma en
su libro Democracia y mercado, que el acatamiento se logra por la

169
Marcelo Mella Polanco

capacidad de las instituciones de «zanjar», en forma provisoria, los


conflictos de manera que quienes sean derrotados en un momento
puedan aspirar a triunfar en una próxima coyuntura. Vale decir,
la producción de obediencia se fundaría en la capacidad de las
instituciones de funcionar bajo ciertos umbrales de incertidumbre
limitada. (Przeworski, 1995, cap. 1 y 2). Los intelectuales de la
oposición reformista creyeron más bien que se requería un equili-
brio entre el factor «institucional» destacado por Przeworski y la
existencia de «voluntad política» entre los actores para construir
una «gramática» compartida. En este último punto, y avanzando
un paso en la argumentación, los intelectuales sostendrán que la
consolidación democrática se alcanzará a partir de la disposición
de los actores para elaborar un proyecto compartido y no exclu-
sivamente como resultado de la ingeniería institucional:

(…) Para que contribuya a la consolidación democráti-


ca, un pacto político debe contener, también, elementos de
un proyecto compartido. (…) Las democracias occidentales
se caracterizan por el respeto irrestricto de todos los actores
a las reglas del juego, pero la razón profunda (…) de la
estabilidad de estos regímenes está en que en todos ellos
hay proyectos nacionales implícitos que son compartidos
por la inmensa mayoría de los actores políticos y sociales
relevantes. El poder político no es disputado por corrientes
portadoras de proyectos disímiles de sociedad, sino por
alternativas que no cuestionan los rasgos esenciales del
orden existente (Boeninger, 1984, p. 15).

En especial, Edgardo Boeninger se refiere a la necesidad de


generar concertación entre los actores estratégicos de la transición
a partir de elementos substantivos, cuando afirma su tesis de la
primacía del Sistema de Conflictos Ideológico Político (scip) por
sobre los conflictos objetivos y materiales. Dicho juicio destaca la
importancia de la dimensión política racional, subjetiva y cons-
tructivista para alcanzar una salida frente al enfrentamiento entre
dictadura y oposición en Chile.

En la medida que la hipótesis precedente, que postula


la autonomía relativa y gravitación preponderante del

170
Los intelectuales de los centros académicos independientes

conflicto ideológico-político, sea una aproximación razo-


nable de la realidad, se infiere (…) que para que sea posible
una efectiva consolidación de la democracia se requiere
simultáneamente una suficiente convergencia ideológica o
proyectos de sociedad no excluyentes, así como una ade-
cuada capacidad de conciliación de intereses. Esta última
no existe o no perdura en el largo plazo, en ausencia de la
primera condición señalada (…) (Boeninger, 1984, p. 17).

Para Boeninger, la aproximación de los actores políticos se


vería facilitada por la concurrencia de elementos comunes, com-
plementarios o congruentes de los proyectos históricos de cada
comunidad partidaria. El esfuerzo constructivista por establecer
una convergencia sobre la base de la instrumentalización ecléc-
tica de los proyectos partidarios desplegado por el Manifiesto
Democrático y la a.d. en 1983, por el A. N. en 1985 y luego, por
la Concertación de Partidos por el No en 1988, potenciará cre-
cientemente un pragmatismo que enjuiciará el lugar de la ciencias
sociales y los intelectuales en la nueva política.
De tal modo, el impulso de la convergencia y la concertación
arrastrará la transformación del lazo entre intelectuales y poder.
Los autores de la oposición reformista coincidían en que, una
buena parte del fracaso de la democracia en 1973, se debió al peso
normativo de la política frente al conjunto de la sociedad, con
el respaldo epistemológico de las ciencias sociales. Esta función
normativa central que la política desempeñaba en la democra-
cia chilena de predictadura se fundamentaba en una extendida
tendencia a la ideologización e intelectualización. José Joaquín
Brunner afirmaba en un Documento de trabajo del año 1986
que la capacidad de construir verdad desde el campo político
produjo, como efecto no deseado, altos niveles de dogmatismo en
los comportamientos partidarios y la clientelización de los inte-
lectuales. Brunner describía en el citado texto la función política
del intelectual comprometido en la política tradicional:

Al final del camino, el intelectual se encontraba des-


provisto pues del arma de la crítica y se comprometía,
sin competencias para ello, en la crítica de las armas. Un

171
Marcelo Mella Polanco

segmento de ellos, incluso, se volverían profetas armados;


otros, en cambio, terminarían subordinados a sus partidos,
sometidos al chantaje moral de la acción, a la presión de
las tácticas, del compromiso o de la proletarización de su
oficio para ganarse el acceso al cielo de los justos (Brunner,
1984 p. 18).

Era opinión de Brunner, que algunas de las características


disfuncionales de la democracia chilena que detonaron la crisis de
1973, tales como el mesianismo, el sectarismo, la polarización, la
existencia de proyectos maximalistas y la ausencia de voluntad de
cooperación, debían ser entendidas como consecuencia de la acción
de intelectuales comprometidos y de unas ciencias sociales afectadas
por la «inflación ideológica» del período. Por lo tanto, la política
de posdictadura, para disminuir el riesgo de deterioro político, de-
bería evitar la sobreideologización originada por las certidumbres
extraídas de los debates disciplinarios y al mismo tiempo, redefinir
el rol de los intelectuales frente a la política. Estas preocupaciones
se aprecian en la devaluación de la función política de vanguardia
de los intelectuales que se observará con mayor intensidad desde
1985 en los c.a.i. proclives a la Alianza Democrática.
Ángel Flisfisch comentando la situación de la Democracia
Cristiana, en la coyuntura de 1985, sostiene que el establecimiento
de una matriz cooperativa que logre ordenar la interacción entre
los partidos, condicionará una mayor flexibilidad y capacidad de
decisión para dar respuesta a los desafíos que implica la construc-
ción de un nuevo sistema.

Durante los últimos años, se destaca en su discurso (de


la Democracia Cristiana) un cierto énfasis sobre la necesi-
dad de una cooperación interpartidista importante, como
un medio exigido para desbloquear la situación política
prevaleciente y colocar condiciones favorables para un
proceso efectivo de transición democrática. Ese énfasis
podría interpretarse en términos de un desplazamiento
hacia un pragmatismo, que debilitaría la intelectualización
de su tradicional orientación hacia la política. No obstante,
estas exhortaciones a la cooperación interpartidista van
usualmente acompañadas de la calificación de que ellas no

172
Los intelectuales de los centros académicos independientes

significan que cada fuerza política no preserve su propia


utopía (…) (Flisfisch, 1985, pp. 5 y 6).

El fenómeno del antiintelectualismo es analizado por Ma-


nuel Antonio Garretón, para el caso del socialismo, en tono más
negativo que para la dc debido a la intensidad de la ruptura que
se produce entre los partidos de la izquierda renovada con sus
prácticas y mapas cognitivos tradicionales. La política que surge
de la transición no podrá ser, por estas consideraciones, una con-
tinuación del período anterior a 1973, produciendo una drástica
mutación en los contenidos esenciales de los partidos:

Sin embargo, vale la pena anotar que la simultaneidad


y diferencia de ambos procesos (renovación socialista y
convergencia), dio como resultado el que hoy tengamos
actores políticos desgarrados entre lo que es su memoria
histórica y su nueva inserción o búsqueda de inserción, en
una realidad social profundamente transformada. Y ello
atraviesa prácticamente todas las vertientes o fuerzas del
Socialismo (Garretón, 1987, p. 2).

El dramatismo que se aprecia en la cita de Garretón, se explica


en buena parte, por la aparición de ciertos discursos en la izquierda
impulsados por motivaciones estratégicas e instrumentales. Por otra
parte, el desplazamiento de los intelectuales en el diseño de la nueva
arquitectura contrahegemónica, hace posible que los teóricos de la
oposición democrática se sitúen en una ubicación equidistante entre
la lógica de vanguardia y la tecnocracia espontaneísta. Se impon-
drá en los technopols y policy makers un pragmatismo funcional
a objetivos preestablecidos por la clase política y paulatinamente,
por la propia dinámica de formación de la coalición opositora los
intelectuales serán alejados de la reflexión crítica.

La dimensión orgánica: formación del bloque por


los cambios
El debate estratégico para consolidar la cohesión de las fuerzas
opositoras a la dictadura se desarrolló, desde la formación de la

173
Marcelo Mella Polanco

Alianza Democrática (1983) en adelante, a partir de tres requeri-


mientos esenciales: establecer una alternativa de oposición efectiva
para conducir el cambio de régimen, asumir la convergencia como
prerrequisito de una transformación política viable a largo plazo
y constituir la coalición opositora a partir del reconocimiento
del pluralismo proveniente de las diferentes tradiciones partida-
rias. Edgardo Boeninger llamará en 1983 a esta nueva forma de
coalición opositora «bloque por la democracia» o «bloque por
los cambios», cuya característica principal debía ser una efectiva
capacidad de representación de «una mayoritaria voluntad na-
cional» (Boeninger, 1984, p. 9). Dicha forma de representación
resultaba, según este autor, de la capacidad de convergencia y de
la visión del cambio gradual.

Para que surja el mencionado bloque democrático es


requisito fundamental que la preservación del régimen
político democrático sea una finalidad efectivamente com-
partida por las diferentes corrientes ideológicas, partidos
políticos y movimientos sociales de mayor significación. A
su vez, ello ocurrirá solo si se dan condiciones suficientes
de convergencia entre los actores (…) (Ídem).

En el análisis de Boeninger, el gradualismo contribuirá a ins-


titucionalizar el pluralismo y la formación de una mayoría social
de respaldo para el proyecto de la oposición democrática:

Para resolver el dilema planteado por la doble nece-


sidad de lograr un cambio social sostenido y profundo y,
al mismo tiempo, respetar el pluralismo y la alternancia
en el poder, se ha recurrido a la noción del bloque por los
cambios, vale decir a la formación de una mayoría estable
que impulse un proyecto de transformación social en una
perspectiva de largo plazo. Este concepto va indudable-
mente más allá de la afirmación convencional de que para
el funcionamiento eficaz de la democracia es deseable la
existencia de mayorías estables de gobiernos, pues allí se
trata de una mayoría que se perpetúa más allá de un pe-
ríodo presidencial, dado que su compromiso es asegurar
la implantación del proyecto nacional compartido por sus
integrantes (…) (Ibíd., pp. 20 y 21).

174
Los intelectuales de los centros académicos independientes

Así, la idea de pluralismo tendrá una significación primor-


dialmente estratégica, debido a que reforzará el compromiso de
los partidos con la democracia, renunciando a la representación
por clases y a los proyectos de vanguardia o de «camino propio».
De este modo, frente a las posibles alternativas de alianzas que
aparecen desde 1983, los autores concuerdan en que las oportuni-
dades para el establecimiento de una orgánica suprapartidaria en
la oposición tiene una relación inversa con la distancia ideológica
de los actores:

La viabilidad (de las coaliciones) tiene que ver, básica-


mente, con la inexistencia de distancias políticas de sufi-
ciente envergadura como para impedir, desde el inicio, la
formación de una coalición. Esa distancia refleja discrepan-
cias en cuanto a posiciones ideológicas, incompatibilidades
en los respectivos proyectos de más largo plazo y relaciones
de benevolencia / hostilidad – amistad / enemistad, si se pre-
fiere históricamente constituidas (Flisfisch, 1983, p. 3).

Para la cristalización de una nueva orgánica en la oposición


fue necesario, entonces, un cambio en las aspiraciones y expecta-
tivas de los partidos que la integraban, proceso observable solo
después del fracaso sucesivo del Acuerdo Nacional (1985) y, al
año siguiente, de la Asamblea de la Civilidad (1986). Después
del acuerdo, aparecerán dos marcos de acción posibles para las
fuerzas opositoras, excluyendo la vía insurreccional: i) realizar la
transición en el marco planteado por la dictadura conforme a la
Constitución de 1980 y, ii) lograr producir, mediante cooperación,
reformas a las reglas del juego para el cambio de régimen. Los
partidos de la oposición moderada asumieron, crecientemente,
después de 1985 el segundo camino, apostando a que la mejor
forma de influir sobre las condiciones sobre las que se desarrollará
la transición consistía en diferenciarse del maximalismo manifes-
tado en el Acuerdo Nacional, en la Asamblea de la Civilidad, y
en las actuaciones del principal saboteador por la izquierda, el
Movimiento Democrático Popular (mdp). De este modo, se ins-

175
Marcelo Mella Polanco

titucionalizará la fractura entre la a.d. y el mdp expresada en la


exclusión sistemática del Partido Comunista (Flisfisch, 1987, p. 9).
Frente al desafío de superar los reiterados fracasos de las
fuerzas opositoras, generando una coalición orgánica e ideológi-
camente capaz de conducir la transición a la democracia en Chile,
Ángel Flisfisch visualiza dos opciones. Una primera alternativa
consistía en minimizar los riesgos de la transición con una estra-
tegia conservadora de alianzas que garantizara la viabilidad del
proceso mediante continuidad institucional y la protección de
actores centrales para el régimen saliente. La segunda alternativa
consistía, según este autor, en construir un bloque hegemónico
que pudiera fortalecer la transición apoyándose en la noción de
discontinuidad y ruptura con el rba. De todas formas, en ambas
estrategias la construcción de un proyecto dotado de liderazgo
histórico implicaba asumir ciertos riesgos. Estos últimos surgían
de la moderación y el conservadurismo estratégico, por la exa-
cerbación de la continuidad del nuevo proyecto hegemónico con
la dictadura. Pero también existían otros originados por una ex-
cesiva «diferenciación» del «bloque por los cambios», tendencia
que podría erosionar la base social de apoyo. La ambigüedad
presente en las fuerzas de oposición al definir el carácter orgánico
de la nueva coalición en el a.n. se aprecia en el siguiente texto de
Flisfisch del año 1984:

Es decir, se buscaba ser realista para tener éxito, y para ser


realista se fue prudente, pero al ser prudente se obtuvieron
unos resultados que constituyen un fracaso. Por ejemplo,
un significado posible de la prudencia es aplicar siempre,
en cualquier situación, una estrategia conservadora, esto
es, una estrategia que haga mínimas las pérdidas posibles.
Sin embargo, se sabe que en las situaciones caracterizadas
por una estructura de dilema del prisionero el empleo de
estrategias conservadoras produce resultados colectivos
indeseables. En este tipo de situaciones, cuya frecuencia en
la política parece ser alta, para ser realista habría que no
ser prudente, aceptando que se es realista para tener éxito
y que ni la producción de resultados colectivos indeseables,
ni tampoco la perpetuación de ellos a través del bloqueo de
la situación producido por la obstinación en el empleo de

176
Los intelectuales de los centros académicos independientes

estrategias conservadoras, constituyen precisamente éxitos


(Flisfisch, 1984, pp. 1 y 2).

Bajo este debate (continuismo-ruptura), Ángel Flisfisch iden-


tifica 11 alternativas posibles de coalición política para conducir
la transición a partir de las diferentes combinaciones de alianzas
entre los actores implicados, a saber: fuerzas armadas (FF. AA.),
derecha (D), centro (C) e izquierda (I) (Flisfisch, 1983, pp. 3-7).

Cuadro 2: Viabilidad de las alternativas de coalición hacia


1983 según Flisfisch.

Coalición Viabilidad política


d, c, i, ff.aa. No viable
d, c, i No viable
c, i, ff.aa. No viable
d, i, ff.aa. No viable
d, c, ff.aa. Viable
d, i No viable
c, ff.aa. No viable
i, ff.aa. No viable
d, c Viable
d, ff.aa. Viable
i, c Viable
Fuente: Extraído de Á. Flisfisch, óp.cit. 1983.

De las alternativas identificadas en el cuadro anterior, solamente


cuatro serían opciones que darían probabilidades ciertas de apertura
al proceso, siendo las alternativas más probables de mayor a menor:
i) Derecha, centro y fuerzas armadas; ii) Derecha y fuerzas armadas;
iii) Derecha y centro y finalmente; iv) Izquierda y centro (Ídem).

Cuadro 3: Capacidad de las coaliciones de inducir la transición.


Capacidad de provocar una
Coalición
solución de transición
d, c, ff.aa. Alta
d, ff.aa. Alta
d, c Mediana
i, c Baja
Fuente: Extraído de Á. Flisfisch, óp.cit. 1983.

177
Marcelo Mella Polanco

La estimación de posibilidades de coalición realizada por


Flisfisch, nos permite levantar la hipótesis que la organización
de la Concertación de Partidos por la Democracia implicó en lo
estratégico un acto de realismo que combinaba en distinta pro-
porción la prudencia y la necesidad de ruptura.
Una primera estrategia que fue defendida por Flisfisch hacia
1983 se basaba en una coalición que integraba a las FF. AA., la
derecha y el centro graficado en el cuadro 4, cuyo capital consistía
en el poder que poseían los actores, en su reducida distancia ideo-
lógica y en el compromiso del centro político con la democracia.
Una coalición con estas características poseía claramente un vacío
o déficit de representación a la izquierda.

Cuadro 4: Coalición para la transición según Flisfisch (1983).

F F.A A.

Derecha Centro Izquierda

Fuente: Extraído de Á. Flisfisch, óp.cit. 1983.

Otra estrategia surge hacia 1985 con la sustitución del mo-


delo de coalición tripolar de Flisfisch por el sistema de cuatro
polos propuesto por Manuel Antonio Garretón (cuadro 5) con
una coalición dominante de centro izquierda llamada «bloque
democrático transformador» (Garretón, 1985, pp. 30 y 31).

178
Los intelectuales de los centros académicos independientes

Cuadro 5: Sistema político de cuatro polos y bloque democrático


transformador según Garretón (1985).

Derecha Izquierda Marxista


Democrática

Bloque Democrático
Transformador

Centro Intermediador Izquierda Renovada

Fuente: Elaboración propia a partir de M. A. Garretón, óp. cit. 1985.

Manuel Antonio Garretón diseña un esquema de cuatro po-


los con las siguientes características: una derecha comprometida
con el restablecimiento de la democracia que represente a la clase
empresarial, un centro político que desiste del «camino propio»
y posea capacidad de coalición e intermediación, una izquierda
socialista renovada que sea capaz de superar la división que
afectaba al partido y una izquierda marxista leninista capaz de
cohesionar al pc.3 Una coalición con estas características combina,
en el parecer de Garretón, la necesaria adhesión a la democracia
liberal con la posibilidad de generar cambio social.
La fórmula final que fue adoptando de hecho la coalición
opositora después de 1986 consistió, por una parte, en consti-
tuir «orgánicamente» al conglomerado como alianza de centro
izquierda y asumir en lo «programático» un proyecto surgido de
la agregación de los intereses vitales de la derecha, el centro y las
ff.aa. Es sobre esta condición que el nuevo bloque desarrollará
un «eclecticismo no resuelto» que hará posible la construcción
3
Garretón, M. A.: «Partidos Políticos, Sociedad y Democratización: el caso
chileno». Documento de trabajo, n° 262, septiembre de 1985. pp. 30 y 31.

179
Marcelo Mella Polanco

de una nueva mayoría y, simultáneamente, determinará una alta


flexibilidad en sus orientaciones programáticas. Al mismo tiempo,
este arriesgado modo de articular la coalición visibilizaba la incli-
nación ideológica hacia la derecha que caracterizará al sistema de
partidos durante la transición a la democracia, contraviniendo la
tendencia estructural de los actores a desplazarse hacia la izquierda
del sistema. Fenómeno observado históricamente en Chile desde
la segunda mitad del siglo xix.

Hegemonía concertacionista, estrategias


y penetración vertical
La articulación de una alternativa contrahegemónica frente a
la dictadura de Pinochet supuso también una modificación en la
forma de significar el realismo político para los partidos de opo-
sición. Esto ciertamente, coadyuvó a potenciar innovaciones en la
estrategia de las fuerzas contestatarias. A una manera tradicional
de hacer política caracterizada por el voluntarismo y las relaciones
agonales conocida como el paradigma del príncipe, por su carácter
egoísta e instrumental, se antepuso un nuevo diseño estratégico
marcado por su sentido colectivo y cooperativo.
Según autores del período, el realismo consistía en la capa-
cidad del actor para definir sus preferencias a partir de las opor-
tunidades existentes y no en buscar modificar estructuralmente
estas condiciones. En palabras de Flisfisch: «(…) Ser políticamente
realista implica saber discriminar, en el abigarrado conjunto de
proposiciones que comprende ese imaginario político, aquellas
que son posibles de las que no lo son.»(Flisfisch, 1984, p. 5).
Constituir una coalición con vocación y capacidad hege-
mónica, capaz de convertir el proyecto de una minoría en un
«relato» socialmente mayoritario y de este modo, asumir una
conducción histórica del proceso, requería romper con el pa-
radigma que afirmaba la capacidad unilateral del actor para
perseguir intereses en el tiempo al margen de la estructura de
oportunidades (Ibíd., pp. 6 y 7). La sustitución del «paradigma
del príncipe fue entendido como un paso previo a la construc-
ción de la hegemonía del conglomerado opositor. La necesidad
180
Los intelectuales de los centros académicos independientes

de este salto descansaba en los altos niveles de incertidumbre


generados por la transición que hacían prácticamente imposible
definir y prever los resultados de la acción racional (Ibíd., pp.
6-8). El establecimiento de estos nuevos criterios estratégicos
asumidos por la a.d. y la oposición moderada, contribuyó a la
retracción de la lógica egocéntrica y unilateral de la política que
predominó anteriormente en Chile.
El contenido del nuevo paradigma estratégico, suponía el
desplazamiento hacia una concepción colectiva, cooperativa y
secuencialista respecto de los fines de la acción política. Por cierto,
este nuevo modelo no significaba una renuncia al constructivis-
mo, sino más bien, su reelaboración. Los autores del período
describen esta nueva concepción del constructivismo político de
la siguiente forma:

En este paradigma alternativo, la política tiene que des-


pojarse de la pretensión de fijar con antelación su deber ser
y lo que es políticamente posible. Ambas cuestiones tienen
que encararse como cuestiones abiertas. Por lo general, exis-
tirán prejuicios sobre ellas, pero estos prejuicios habrá que
considerarlos como aproximaciones tentativas y precarias,
y no como juicios racionalmente fundados, provistos de
certeza. La política, entendida como elaboración contrac-
tual de rutinas a partir del punto de vista de la totalidad,
tiene como fin precisamente el discernir colectivamente que
deber ser social es posible (Ibíd., pp. 26 y 27).

A modo de sistematización e ilustración de los elementos


que componen el viejo y el nuevo modelo estratégico el cuadro
6 consigna que el «paradigma del príncipe» opera en contexto
de cierta predictibilidad institucional denominada «política po-
litizada», mientras la innovación concertacionista consistiría en
una concepción del realismo en contextos de alta incertidumbre
por la instalación de nuevas rutinas políticas, situación designada
como «política que politiza».

181
Marcelo Mella Polanco

Cuadro 6: Síntesis modelo estratégico de la Concertación.


Política politizada Política que politiza
Explotación de rutinas Invención de rutinas
Calculo egoísta Capacidades colectivas
Fija deber ser a priori Deber ser como cuestión abierta
Juicios provistos de certeza Aproximaciones tentativas
No cooperativo Cooperativo
Fuente: Elaboración propia a partir de A. Flisfisch, óp. cit. 1983.

Siguiendo el cuadro anterior, se observa que la concepción


estratégica tradicional de los partidos en Chile (el paradigma del
príncipe) que ha operado en contextos de certidumbre institucional
se caracteriza por la explotación de rutinas ya instaladas, el cál-
culo egoísta, la definición de un deber ser a priori, la existencia de
afirmaciones provistas de certeza y la interacción no cooperativa.
En cambio, el nuevo enfoque que debiera aplicarse en contextos
de incertidumbre institucional se caracteriza por la invención de
rutinas, la construcción de racionalidad colectiva, el establecimien-
to del deber ser como cuestión abierta, la aproximación gradual
y tentativa a la verdad y el carácter cooperativo de la interacción
(Ibíd., pp. 22 y 23).
La argumentación que construye Flisfisch para explicar cómo
se produce el paso del viejo al nuevo enfoque, manifiesta nueva-
mente la importancia de la voluntad en política. Para este autor,
la instalación de nuevas prácticas estratégicas y nuevos criterios
de racionalidad política supone, no solo una transformación
cultural semiespontánea, sino por sobre todo, el compromiso de
una minoría dentro de la oposición al RBA, que denomina «clus-
ter cooperativo», capaz de redefinir las prácticas y la gramática
política entre las fuerzas opositoras.

(…) La generalización de comportamientos cooperati-


vos, como los que requiere el paradigma alternativo, en un
mundo donde inicialmente predominan comportamientos
ajustados al paradigma del príncipe, no requiere de una
suerte de reforma universal de los corazones, esto es, de
una súbita mudanza del total de la cultura política, con-
trariamente, basta con la existencia, dentro del conjunto

182
Los intelectuales de los centros académicos independientes

de actores, de un grupo o haz (cluster) de ellos, que se


orienten sistemáticamente por estrategias cooperativas en
sus propias relaciones (Ibíd., p. 28).

De esta manera, el «cluster cooperativo» dispondrá después


de 1986 de dos formas para generar una coalición hegemónica,
por una parte, mediante la estrategia de la coerción («El tren en
marcha») aplicada a los grupos revolucionarios y maximalistas
de izquierda (mdp y pc) o bien, la estrategia del uso de poder
simbólico para la construcción de nuevos sujetos. Tal como señala
Edgardo Boeninger será el año 1986 con la Asamblea de la Civili-
dad y el documento La demanda de Chile, la última oportunidad
de generar una alternativa contrahegemónica unitaria en base a
una agenda maximalista, con el respaldo simultáneo de la a.d. y
el mdp. Este autor llama a «la demanda de Chile» al «momento
populista» de la oposición al régimen de Pinochet, debido a la gran
variedad de demandas incluidas, como respuesta a la necesidad
de generar concertación social, aunque esta vez sin convergencia
política. Así resume Boeninger el contenido de las reivindicaciones
de «la demanda de Chile»:

(…) Ingreso mínimo reajustable, asignación alimenta-


ria para los sectores de extrema pobreza, condonación de
deudas de agua y electricidad, plan de viviendas sociales,
aumento del aporte estatal para salud, termino del proceso
de municipalización, aumento de recursos fiscales para
educación, término de todas las formas de inseguridades el
trabajo, plan de creación de empleos productivos estables,
solución al problema del endeudamiento de comerciantes,
transportistas y deudores hipotecarios, reparación para los
familiares de las víctimas de violencia de derechos humanos,
restitución de la autonomía universitaria, etc. (Boeninger,
1997, p. 313).

La estrategia del tren en marcha


El primer camino para la construcción de hegemonía de la
oposición moderada consistió en la coacción sobre los grupos
maximalistas que podrían actuar como saboteadores del proceso

183
Marcelo Mella Polanco

o representar una amenaza, por su sola presencia, para los actores


estratégicos de la transición. Alejandro Foxley desde cieplan,
declaraba hacia el año 1987 en su libro Chile y su futuro: un
país posible:

Si se cede la hegemonía de la transición a la izquierda


leninista la democracia en Chile quedará sin conquistarse
ni construirse. Por esa razón, la causa de la democracia
requiere de definiciones claras en esta dramática coyuntura.
Quienes tienen convicción democrática no deben ceder
jamás ante el chantaje implícito en la militarización de la
política que promueven algunos grupos de la izquierda: no
se dialoga ni se negocia ninguna incorporación al régimen
democrático bajo la amenaza de las armas. La extrema
izquierda tiene que recibir señales terminantes, en el sentido
de que su persistencia en la línea militarista la lleva irre-
mediablemente al aislamiento dentro del sistema político
(Foxley, 1987, p. 100).

En todo caso, la coerción sobre el mdp y el pc no solo fue es-


tablecida desde Centros de Estudios Pro Democracia Cristiana. El
mismo Manuel Antonio Garretón identificaba tres tipos de fuerzas
opositoras en base a la capacidad de generar efectos a nivel institu-
cional. Así, este autor distinguía entre resistencia, mera disidencia
y oposición propiamente tal. La resistencia, en este caso el pc y el
mdp, se distinguen por constituir luchas inorgánicas incapaces de
desplazar a la dictadura. La disidencia, en este caso la dc antes de
1983, se caracteriza por su convencimiento acerca de la consoli-
dación del rba y por un criticismo discursivo, sin que lleguen a
constituirse «luchas estructuradas» en contra de la dictadura. Al
final, la oposición propiamente tal, que se expresa en la capacidad
de la coalición contendiente para generar cambio en el régimen
político. Las prácticas coercitivas, en este caso, debían instituirse
tanto para la izquierda (tesis insurreccional), como para el centro
(tesis del camino propio), con el objeto de conseguir articular un
bloque cohesionado y eficaz en la formación de contrahegemonía
(Garretón, 1988, pp. 1 y 2).
Más aún, la coerción hacia la izquierda no solo aparece en la
forma de la estrategia del «tren en marcha», sino también, en la

184
Los intelectuales de los centros académicos independientes

amenaza sobre la suerte de los «revolucionarios» en el caso de que


la oposición reformista acceda al poder. Transición y revolución
deben ser asumidos como procesos distintos e incompatibles. Toda
la fuerza coercitiva de la argumentación en contra de la estrategia
insurreccional se aprecia en el siguiente párrafo de Foxley:

De prolongarse esa situación bajo el régimen democrá-


tico, este tendrá que enfrentar con firmeza, y con toda la
autoridad que le dará el mandato popular, ese complicado
desafío desestabilizador. Se hará sentir todo el peso de la
ley, porque –después de 14 años de Gobierno autoritario
y de sus atropellos constantes a los seres humanos y sus
derechos– no habrá legitimidad alguna para usar de la
violencia y de las armas contra la inmensa mayoría que
ha dado a ese gobierno democrático el mandato de pacifi-
car el país, desarrollando un régimen abierto, pluralista y
civilizado; y erradicando la violencia de la vida colectiva
(Foxley, óp. cit., p. 100).

El poder simbólico

La construcción de una oposición contrahegemónica debía


superar también el sectarismo y los comportamientos no coope-
rativos que caracterizaron a la «vieja política», potenciando un
sistema de dominación que produjera acatamiento y legitimidad
para el coalición democrática. Bajo este último requerimiento,
Norbert Lechner analizó hacia 1986 el problema de cómo una
minoría política podía ejercer dominación sobre una mayoría so-
cial, independiente del régimen de que se trate. El asunto resultaba
pertinente debido a la percepción de impotencia creciente de las
fuerzas opositoras por su incapacidad para derribar a la dictadura
mediante la estrategia de la movilización social después del «año
decisivo». Pero también resultaba indispensable visualizar las ra-
zones por las que sectores importantes de la sociedad se situaban
en forma persistente al margen del conflicto político. Más aún, la
construcción de un sistema de dominación eficaz constituía una
condición básica para la futura consolidación del nuevo régimen

185
Marcelo Mella Polanco

democrático. Lechner suponía en La conflictiva y nunca acabada


construcción del orden deseado (1986), que la dominación eficaz
se fundaba en una penetración vertical de tipo ideológico y cultural
que no requería necesariamente de la coacción física, sino solo la
capacidad del grupo dominante para generar integración social
o concertación en torno a un proyecto:

(…) Más allá de la violencia y del temor parecieran ha-


ber otros mecanismos por los cuales se acepta determinada
estructura de dominación. Sospechamos que la fuerza se
ejerce a través de ciertas mediaciones que hacen la trans-
mutación del poder en orden (Lechner, 1986, p. 41).

Este tipo de integración política era posible separando el


momento de la transición del de la democratización, constitu-
yendo un bloque político profundamente cohesionado (minoría
consistente) e incorporando elementos del tradicionalismo o de
la facticidad de la cultura política del país. Esta última dimensión
permitiría apoyar el nuevo grupo dominante en inercias culturales
que significaban cierto grado de continuismo programático y una
mayor conexión con el discurso de la clase media.
La tarea que afrontaba la oposición después de 1986 no solo
era conformar una alianza circunstancial, sino una coalición polí-
tica y un bloque mayoritario para conducir el cambio de régimen
y la consolidación de la nueva democracia. Bajo esta premisa y
en el marco de las condiciones estructurales del proceso político,
la coalición emergente se inclinó por construir un proyecto que
recogiera los fundamentos de un «sentido común» presente en la
sociedad chilena frente a la transición.
En este sentido, Lechner afirmaba que la construcción de una
coalición hegemónica suponía la obtención de la legitimidad pro-
cedimental, mecanismo que entregaría credenciales de representa-
tividad a las fuerzas opositoras, ocultando la continuidad progra-
mática, las asimetrías estructurales y los intereses creados.

Al concebir la democracia como una forma de organi-


zación (autodeterminación) sin otro principio sustantivo
que las reglas del juego, cabe recordar que el funciona-

186
Los intelectuales de los centros académicos independientes

miento de esas reglas está condicionado por la fuerza de


las cosas. Es decir, el principio de la mayoría no significa
que los no-propietarios puedan hacer valer naturalmente
sus intereses objetivos. Al contrario, cabe sospechar que
la minoría –produciendo la realidad social– determina la
voluntad mayoritaria (Ibíd., p. 67).

El mencionado autor identificaba en la defensa de los intereses


creados por el propio sistema de dominación un mecanismo que,
mediante la socialización de beneficios, contribuye a exacerbar
el conformismo y producir orden social. Esta suerte de «ley de
hierro» de las relaciones de dominación visibiliza la reciprocidad
entre orden social y hegemonía. La supuesta base acá es que la
búsqueda de acatamiento debe entenderse en el marco de sujetos
racionales que, teniendo algo que perder, manifiestan aversión al
riesgo y requieren cierta seguridad para tomar decisiones e invertir
en la sociedad establecida:

Una relación de poder conseguirá ser reconocida cuando


durante un tiempo mantenga un orden, o sea cuando orden
y duración adquieran significación en la formación de la
conciencia. Mantener el orden significa ante todo ofrecer
una seguridad de orden. Tal seguridad existe cuando los
participantes tienen una certeza de lo que ellos pueden y
deben hacer, certeza de que todos cumplirán con las reglas
del juego y de que se sancionarán las infracciones, y cuando
pueden prever, lo que tienen que hacer para obtener una
gratificación. Es decir, existe una seguridad de orden cuando
el proceso social es calculable y predecible. Alcanzado ese
grado de certeza los individuos, incluso los más reprimidos,
comienzan por invertir intereses en el orden establecido.
(…) Todo eso exige innumerables pequeñas acciones coti-
dianas que los vinculan al orden establecido. Tales acciones
no suponen un apoyo activo al orden, ni siquiera algún
oportunismo, sino solamente aquel conformismo indispen-
sable para evitar el heroísmo (Ibíd., p. 51).

Con todo, la eficacia en la construcción de una coalición


mayoritaria, no soluciona una cuestión decisiva para el momento
de la transformación de la alianza opositora en coalición gober-
nante, como es: ¿de qué modo el bloque hegemónico abordará
187
Marcelo Mella Polanco

los cambios culturales que separan la vieja política de la nueva


política de posdictadura? Manuel Antonio Carretón señalaba que
entre uno y otro momento, la matriz de relaciones entre Estado,
régimen político y sociedad civil se ha trastocado profundamente
en Chile. Y con este proceso, se ha trastocado también las formas
de representar estas relaciones. Al momento de instalación de la
nueva democracia, Garretón advierte dos alternativas espurias
que amenazan la posibilidad de generar un proyecto simbólico
propio para la Concertación de Partidos por la Democracia. Por
una parte, aparece la solución tecnocrática como negación de
la política desde la racionalidad instrumental que sustituye a la
acción colectiva. Por otro lado, surge la alternativa del comu-
nitarismo, como negación de la política desde un expresivismo
esencialista o de base. Ambos caminos enervan la posibilidad
del concertacionismo de construir una nueva matriz de cultura
política que le permita proyectarse como totalidad programática
(Garretón, 1991, pp. 11 y 12).

A modo de conclusión
En el análisis precedente, se aprecia la penetración de un dis-
curso que satisface los tres criterios que hemos establecido para
definir el fenómeno ideológico, la capacidad de construir un relato
con pretensiones de verdad (estatus epistemológico), la capacidad
de condicionar las prácticas políticas (dimensión sociológica) y la
capacidad de movilizar una mayoría política y social (capacidad
proselitista). Por tanto, creemos que resulta posible hablar de un
pensamiento concertacionista de acuerdo a los escritos de los in-
telectuales de los c.a.i.representantes de la oposición moderada
al régimen de Pinochet entre 1983 y 1990.
Los hitos que enmarcan la evolución de la dimensión pro-
selitista fueron: el año 1983, con el surgimiento de una lógica
discursiva entre los intelectuales de los c.a.i. tendiente a generar
concertación política y social; el año 1985, con la cristalización
del Acuerdo Nacional como un espacio de diálogo político que
conjugaba convergencia con maximalismo y; el año 1986, como
momento último de búsqueda de cohesión en torno a un proyecto
188
Los intelectuales de los centros académicos independientes

radical de movilización social. Desde 1983 y hasta 1986, la capaci-


dad de movilización de las ideas de los intelectuales de la oposición
moderada pudo contribuir a articular la Alianza Democrática,
aunque todavía con cierta brecha entre el propósito de una salida
rápida para la dictadura y el tono conservador en lo estratégico que
predominaba en los textos. Después del «año decisivo» (1986) la
tendencia hacia la convergencia, el gradualismo y la moderación
será inexorable hasta la creación de la Concertación de Partidos
por la Democracia en 1990.
Respecto de la relación discurso-prácticas, se identifica hasta
el Acuerdo Nacional (1985) una distancia significativa entre una
racionalidad reformista «nominal», presente en los autores, y
comportamientos maximalistas entre los actores y partidos de
oposición. Sin embargo, desde 1987, el discurso reformista de
los c.a.i. se convertirá en un imaginario dominante, influyendo
crecientemente sobre las conductas de las fuerzas opositoras. En
gran medida, este salto cualitativo en la expansión de las ideas
moderadas fue posible por el surgimiento de decisiones encami-
nadas a definir límites claros entre la oposición reformista y los
saboteadores potenciales del proceso de transición desde la dere-
cha y la izquierda. Desde el mismo año 1987 empieza a ser nítido
el propósito de repartir beneficios entre los actores comprometidos
con una transición pactada y, al mismo tiempo, ejercer coerción
sobre los disidentes adeptos a la violencia política.
En lo tocante al estatus epistemológico, el pensamiento con-
certacionista se instituyó crecientemente desde 1983 como una
gramática realista acerca de la política y las alternativas posibles
para la recuperación de la democracia en Chile. El discurso de los
intelectuales durante esta fase se caracterizó por la importación de
categorías provenientes de la teoría de la acción racional (t.a.r.)
y la transitología, introduciendo nociones, por lo general conser-
vadoras, para solucionar la crisis política. La importancia de la
t.a.r. y la transitología muestra dos hechos de importancia en la
formación de la alianza opositora; por una parte, la sustitución
de los referentes simbólicos-intelectuales de las tradiciones par-
tidarias y la penetración de autores del circuito de pensamiento
dominante en las ciencias sociales. Los efectos de la importación
189
Marcelo Mella Polanco

de estas nuevas teorías sobre la realidad social, traerá como


resultado la adopción del gradualismo y pragmatismo político
como claves estratégicas para reconstruir la política en Chile. Si
antes de 1973, la política se reconocía por su marcada tendencia
a la polarización y el maximalismo, a partir de las seguridades
que brindaba la extensa tradición republicana, la nueva política
después de 1990 se distinguirá por la necesidad de cooperación,
el compromiso, la moderación y la gobernabilidad. El giro estra-
tégico se explica porque el proceso de cambio de régimen, bajo
condiciones de alta incertidumbre, solo podía ser conducido sin
riesgo de regresión, mediante una combinación justa de reformas
y consenso que excluyera cualquier clase de voluntarismo en la
toma de decisiones.
En conexión al papel de los intelectuales, se observa en los
discursos, el tránsito desde la figura de un intelectual comprometido
a la de un intelectual como sujeto heterónomo y excluido de
su condición de actor de vanguardia. El nuevo intelectual será,
más bien, un sujeto que desde una posición de precarización y
dependencia, contribuirá a la preservación de la estructura de
dominación sin cuestionar los fines, sea convertido en tecnócrata
y policy maker, sea en la torre de marfil del desinterés, o sea como
habitante del dialecto panegírico oficialista. La nueva política
después de 1990 no surgirá a instancias del poder ilustrado
de los intelectuales. Este fenómeno se aprecia en la ausencia
de un proyecto concertacionista para recomponer la cultura
política en el país. De este modo, la coalición estará amenazada
desde su institución por el riesgo doble de la tecnocracia o el
comunitarismo esencialista, ambas formas efectivas de negación
de la política en democracia.
Finalmente, podemos sostener que el pensamiento concerta-
cionista desde 1983 expresó, de la mano de la transitología, una
creciente coherencia en el plano estratégico. En gran medida,
esto ocurrió porque la discusión de los «problemas de fondo» se
llevaría a cabo, de acuerdo al propio diseño del proceso, en un
momento posterior al cambio de régimen. De tal suerte, la posi-
bilidad de postergación de definiciones sustantivas determinará
en el conglomerado lo que hemos denominado «eclecticismo no
190
Los intelectuales de los centros académicos independientes

resuelto», consistente en un giro hacia la izquierda en lo orgánico


y, a la vez, en un desplazamiento a la derecha en lo programá-
tico. Esta fórmula, probadamente eficaz para responder a los
desafíos de la fase de transición, dejará en suspenso la capacidad
del conglomerado para conducir las tareas de la consolidación
democrática.

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194
Pensar la transición a la democracia. Temas
y análisis de los intelectuales mapu en sur y
flacso 1976-19891

Cristina Moyano Barahona


Departamento de Historia
Universidad de Santiago de Chile

Introducción
Pensar lo ocurrido el 11 de septiembre de 1973 como una derrota
o como un fracaso, no fue solo una cuestión semántica, sino que
marcó y dividió las trayectorias de la izquierda chilena posgolpe
de Estado. En la búsqueda de las razones, algunas fuerzas de la
izquierda concluyeron que los militares, aliados de la burguesía
y del imperialismo norteamericano, habían derrotado el proyecto
de la Unidad Popular, debido a la incapacidad de defender ade-
cuadamente la obra realizada, ergo, a la falta de fuerzas armadas
capaces de enfrentar dicha defensa satisfactoriamente. Era una
derrota estratégica.
Para otras fuerzas, minoritarias, por cierto en el inicio, lo
ocurrido ese 11 de septiembre era un terrible y profundo fracaso.
Fracaso de las fuerzas de izquierda, fracaso del proyecto y de las
formas que este sector político había usado para convocar a las
masas, fracaso del pensamiento y sus teorías, de los líderes y de
varias ideas subyacentes. Era un fracaso estratégico.

1
Este artículo ha sido realizado en el marco del Proyecto Conicyt de inserción
posdoctoral en la academia Nº 7909004.

195
Cristina Moyano Barahona

Este segundo grupo, es el que más tarde será conocido como


izquierda renovada, conformado por un sector del ps, los dos
mapu, un sector de la Izquierda Cristiana y algunos ex militantes
del mir. La radicalidad de las reflexiones de este grupo, sin em-
bargo, es desigual. En algunos casos se abandona abiertamente el
pensamiento de izquierda y en otros, se trata de realizar un ajuste
de cuentas significativas en pos de una refundación ideológica e
identitaria de dicho sector político.
Sin embargo, pese a las diferencias de énfasis, es desde este
sector de la izquierda, donde surge mayoritariamente un pensa-
miento que nutrirá de sentido y proyección a la transición a la
democracia. Particular transición que ha generado innumerables
críticas, pero que sustentó un regreso a la democracia política e
institucional bastante estable y legitimado por la élite política
nacional e internacional.
En este artículo abordaremos, en concreto, la producción
intelectual de militantes políticos que estuvieron vinculados al
mapu, partido pequeño perteneciente a la izquierda renovada y
que sostuvieron una creación relativamente constante a través
de dos centros de estudios independientes muy importantes en la
década de los 80, sobre todo por el aporte que realizaron a pensar
las transformaciones sociales, culturales, políticas y económicas
instaladas con la dictadura, así como las posibilidades de cambio
político transicional. Nos referimos a la ong sur y a flacso.
En el mapu, la práctica de «crítica» y producción sistemática
de «pensamiento social» fueron dos elementos que estaban en la
base constitutiva fundacional de la cultura política del pequeño
partido (Moyano, 2009a), y que permitieron que en el nuevo
escenario dictatorial los cuadros intelectuales de esa colectividad
(o colectividades para ser más precisa), tuvieran «mayores y me-
jores» competencias para hacer «oposición» desde la trinchera
del pensamiento.
En este artículo abordaremos la producción intelectual de
la renovación socialista, mediante el análisis de los escritos de
Eugenio Tironi, Norbert Lechner, Tomás Moulián, José Joaquín
Brunner y Manuel Antonio Garretón, entre 1976 y 1990. Analiza-
remos las representaciones que dichos intelectuales realizaron de
196
Pensar la transición a la democracia

la crisis que gatilló el golpe de Estado, el carácter y la profundidad


del golpe mismo, las transformaciones que generó la dictadura, la
representación de los sujetos políticos y los movimientos sociales,
de la política y de la democracia. Estas representaciones deben
periodizarse, porque recrean el espacio puntual que nominan y
a su vez son reflejo de la época en la que escriben, así como de
los ecos futuristas de la sociedad que desean, pero también de la
que se supone posible. Así, consideramos a los intelectuales como
expresión de la sociedad en la cual viven y en ese sentido, es posi-
ble verificar un vínculo estrecho entre el intelectual y su tiempo.
Tal como lo expresa Bobbio, «cada sociedad en cada época, ha
tenido sus intelectuales, es decir, un grupo más o menos extenso
de individuos que ejercen el poder espiritual o ideológico de modo
contrapuesto al poder temporal o político» (Baca, 1998, pp. 46
y 47). Así el intelectual es aquel que maneja el poder de la repre-
sentación de la realidad, que nomina lo que sucede, pero también
condiciona dialécticamente su propia existencia.
Según este filósofo italiano «se puede decir que son intelec-
tuales todos aquellos que de «hecho o de derecho», en un deter-
minado periodo histórico y en precisas circunstancias de tiempo
y lugar, son considerados los sujetos a los cuales ha sido asignada
la función de elaborar y de difundir conocimientos, teorías, doc-
trinas, ideologías, concepciones del mundo o simples opiniones,
las cuales constituyen los sistemas de ideas de una determinada
sociedad» (Ibíd., p. 45). Son intelectuales los que detentan el poder
ideológico, es decir, el poder que se realiza «a través del control de
ciertas formas de saber –sean doctrinas, principios o códigos de
conducta– ejerce una cierta influencia sobre el comportamiento de
los demás, incitando o persuadiendo a los diversos miembros de un
grupo o de una sociedad a llevar a cabo una acción» (Ibíd., p. 42).
Los intelectuales y la producción intelectual del socialismo
renovado y en particular de los intelectuales mapus en estos centros
académicos independientes, no solo nos permite acercarnos a los
mismos sujetos, sino que también a la forma como comienza a
pensarse cierto sector de la oposición a la dictadura. Este grupo
y sus propias transformaciones, serán de gran importancia en los
tiempos pos dictatoriales, por cuanto por sus imágenes, transcrip-
197
Cristina Moyano Barahona

ciones y representaciones pasó el diseño nominal de algunos de


los caminos que condujeron a nuestra particular transición a la
democracia. Los intelectuales, en tanto sujetos que representan
y hacen visible una realidad (y hasta cierto punto la crean) tam-
bién participan de la construcción de lo políticamente correcto o
adecuado, en la medida que posibilitan con sus trazos y dibujos
hacer inteligible los caminos que conducen a los disensos y los
consensos.
De allí que el intelectual tenga siempre una función política, en
la medida que toma posiciones sobre los problemas de su tiempo.
Para el caso particular de nuestra época, el trabajo intelectual no
solo tenía inclinaciones políticas, sino que era «la forma» pública
y tolerada de hacer política. Los espacios académicos, centros de
estudios independientes se dieron fuera de los espacios universi-
tarios, fuertemente controlados por la dictadura militar. De allí la
importancia que tuvieron los mismos en la configuración de una
oposición pensante, capaz de incidir en el debate público y analizar
los profundos procesos de transformación que la dictadura llevaba
a cabo, no solo en lo político, sino que en lo social, lo cultural y lo
económico. Sin estos centros, pensar la transición a la democracia,
como estrategia clave de la oposición y configurada nítidamente
a partir de 1980, hubiera sido casi imposible.
sur y flacso cobijaron hacia fines de 1970 y durante casi toda
la década de los 80, a un nutrido grupo de intelectuales recono-
cidamente de izquierda, que sostuvieron una fecunda producción
sociológica y se constituyeron en un referente de reflexión y de
circulación de ideas, dotando de un corpus muy significativo a las
ideas que sostuvieron el proceso de renovación socialista. Por las
oficinas de estos centros de estudios circularon los intelectuales
que estructuran el foco de este trabajo.
Tal como consigna Jeffrey Puryear (1997), la reflexión inte-
lectual se convirtió en uno de los pocos espacios tolerados por la
dictadura, desde donde el cual se pudo construir una oposición
política (Moyano, 2010). El halo de «cientificidad» que estaba
detrás de los análisis sociales y politológicos que en los distintos
centros de investigación se desarrollaba, hacía aparecer estos estu-
dios «menos comprometidos» y más «objetivos», en comparación
198
Pensar la transición a la democracia

con la práctica política que se realizaba en los partidos, que por


lo demás estaba prohibida.
Intelectualidad y política fueron, por lo tanto, dos prácticas
combinadas en el nuevo escenario nacional inaugurado con la
dictadura. Los primeros escritos sistemáticos del pensamiento
renovado aparecieron hacia mediados de la década del 70 y fueron
fruto de una reflexión que se hizo al interior de las colectividades
políticas, en el intento por hacer inteligible los procesos de cambio
acelerado y crisis de la sociedad chilena desde los años 60 y 70.
La expansión y difusión a ámbitos menos restrictivos que el
de la circulación de las ideas entre las propias élites militantes e
intelectuales, no ha sido estudiado en profundidad todavía. Sin
embargo, lo que sí es posible afirmar, producto de la evidente
transferencia de temas y después convertidas en propuestas pro-
gramáticas, es la influencia que tuvo a nivel de la cúpula política
transicional. De allí la importancia de analizar esta producción
en perspectiva de la historia del tiempo presente.
¿Cómo se fue configurando intelectualmente la transición
a la democracia? ¿Qué elementos discursivos narrativos cons-
tituyeron los ejes del debate y articularon con posterioridad el
cimiento ideológico sobre el cual se estructuró la posibilidad de
pensar una transición, férreamente marcada por un estrecho ca-
mino institucional fijado por una Constitución realizada por la
propia dictadura militar? ¿Cómo circuló ese debate? ¿Cuánto de
los propios límites y posteriores críticas realizadas a la transición,
están contenidas en los debates que analizaremos? Esas preguntas
marcan las claves de este artículo.

Debates y nudos discursivos: las claves analíticas


que configuraron la transición
El debate intelectual que circuló entre flacso y sur fue agudo
e incisivo, sistemático e influyente y tuvo elementos diferenciado-
res, que podrían explicarse además por las características espe-
cíficas de sus intelectuales, entendidos ahora como intelectuales
orgánicos.

199
Cristina Moyano Barahona

Mientras en flacso primó mayoritariamente un grupo


relacionado al mapu Obrero Campesino, liderado por Brunner,
Moulián, Garretón, Varas y Lechner, en sur primó la vinculación
con el mapu Garretón.2 Las diferencias de colectividades impri-
mieron por cierto, sesgos diferenciadores en los análisis que tienen
relación con las propias tensiones que desgarraron a la colectividad
matriz en 1973 (Moyano, 2009a).
De esta forma, en flacso el análisis institucional, vinculado
al sistema de partidos, a la organización del Estado, al sistema
político en general, primó por sobre el análisis social que tuvo
como centro al sujeto, sus transformaciones internas y la sociedad
civil como eje clave del análisis, mucho más visible en los análisis
de SUR. Sin embargo, pese a esas diferencias, la circulación del
debate posibilitó la incorporación de las temáticas, en muchos
casos de los enfoques que, por cierto, terminaron confluyendo en
un pensar la transición de manera complementaria.
Uno de los ámbitos en el que convergieron los centros aca-
démicos independientes fue el relativo a las transformaciones
culturales que vivenciaba la sociedad chilena, profundos cambios
que se percibían y que se entronizaban bajo la aplicación de un
modelo neoliberal. Dichos cambios debían ser explicados y com-
prendidos, toda vez que cualquier acción de la oposición destinada
a constituir un proyecto político de salida a la dictadura, debía
considerarlos como la base sobre la que se debía actuar, transfor-
mar o conservar. Intelectuales de sur participaban en proyectos
colectivos editados por flacso en torno a estas temáticas y cir-
culaba así un debate político cultural que constituye el sustrato
reflexivo de la transición pactada.
Otro de los debates claves importantes que se registraron en
estos dos centros de estudios, fue el pensar a la propia izquierda,
su proyecto, sus ideas, su matriz de pensamiento, su configuración

2
Es importante aclarar que tanto Eugenio Tironi como Javier Martínez,
relacionados al grupo dirigencial del mapu en clandestinidad en el período
1973-1976, se fueron desvinculando de la actividad partidaria hacia 1979 y
con mayor nitidez hacia 1983. Ambos optan por integrarse más activamente
a la convergencia socialista y abandonan su militancia en la colectividad
antes identificada.

200
Pensar la transición a la democracia

identitaria y su futuro. El registro nace del impacto que genera el


golpe de Estado, como necesidad de autocomprensión, de autocrí-
tica pasada y proyectual. Nace, por lo tanto, como una necesidad
ontológica y política.

Temas de debate en FLACSO y SUR.


Recuento:

c. a. i. Total

Otros (cieplan,
flacso sur
vector, ilet)*

Cultura/transformaciones 23 0 0 23
Sociedad/transformaciones 28 13 0 41
sociales
Economía/transformaciones 1 5 1 7
económicas
Política/sistema de partidos/ 67 1 0 68
institucionalidad
TEMÁTICA

Transición/democracia 21 0 1 22
izquierda /socialismo 29 1 0 30
Debates ideológicos
Derechos humanos 2 0 0 2

Fuerzas armadas 9 0 0 9

Dictadura 9 0 0 9
Relaciones 28 0 0 28
internacionales
Total 217 20 2 239

*
Se consideraron únicamente artículos publicados en esos centros, escritos por los inte-
lectuales mapus previamente mencionados
Fuente: Elaboración propia.

1976-1983. Entre el ajuste de cuentas y la


proposición: partidos políticos, izquierda y
socialismo
El período que se extiende entre 1976 y 1983 es clave en el
ajuste de cuentas. Es el período donde predomina mayoritaria-
mente la dura autocrítica tanto a la izquierda, su proyecto, las
formas y las propias ideas matrices articuladoras del pensamiento
201
Cristina Moyano Barahona

(ver cuadro 2). Durante estos años, la izquierda renovada a través


de estos autores, va configurando un encuentro con otras fuentes
de pensamiento, algunas desconocidas y otras despreciadas por
la izquierda de los años 60 y 70. Se recupera a Gramsci como
gran exponente, pero también se avanza en el reconocimiento
del liberalismo con Parsons, Weber y otros autores importantes
en la teoría social moderna. Sin duda, que en este conjunto de
reflexiones, los dardos van dirigidos particularmente al marxismo
como teoría, como doctrina y como teleología.
En este grupo de reflexiones es importante hacer una distin-
ción entre los pensadores que estamos analizando. Existe entre
ellos dos líneas de crítica que se orientan hacia caminos distintos.
Por un lado está la línea que enfatiza el abandono del marxismo
como teoría de análisis social y que lo califica como constructo
teórico carente de legitimidad analítica para el período post 1973,
pero también como uno de los principales causantes de la forma
en que la izquierda se acercó a la política en los años 60 y 70 y
que contribuyó al colapso del 73. El representante de esta línea
analítica es Eugenio Tironi, quien se deslizará hacia una recolec-
ción heterodoxa de nuevos referentes teóricos que puedan nutrir
el accionar de la izquierda, incluyendo los referentes liberales
expresados en Karl Popper y Von Hayeck.
Otra línea de crítica pero no de abandono radical es la que
representa Tomás Moulián. Este sociólogo intenta hacer una
crítica rescatando lo positivo de la teoría marxista, arguyendo
básicamente que los problemas que esta presenta han tenido que
ver con la vulgarización del mismo, que en elementos propios a
su constitución. De esta forma, Moulián afirma que han sido las
versiones del marxismo donde predominó la ortodoxia leninista
y estalinista, las que se constituyeron en un lastre para una buena
utilización de la misma, en tanto artificio teórico o paradigma.
Es por esto, que Moulián intenta rescatar aquellos elementos del
marxismo capaces de ser utilizados para las nuevas condiciones en
la que se situaba la sociedad chilena después del golpe de Estado,
intentando construir un puente de continuidad en la identidad
de izquierda, que permitiera una renovación más lenta, pero más
consciente y hegemónica.
202
Pensar la transición a la democracia

En el medio de estos dos pensadores podemos ubicar a Manuel


Antonio Garretón, quien se preocupará de rediseñar teóricamente,
no tanto el paradigma marxista sino que la idea de socialismo,
como utopía o como orientación procesual hacia el cual dirigir
los vectores del desarrollo social, político y económico.

Tironi y el giro radical


Tal como expresamos con anterioridad, Tironi mencionó una
de las líneas analíticas más radicales en torno a la crítica del bagaje
teórico que nutrió a la izquierda en los años 60 y 70. En una con-
ducta que lo caracterizará con los años3, este sociólogo experto
en comunicaciones, dará por muerto el paradigma marxista y por
sepultada toda la trayectoria identitaria que la izquierda había
hecho suya durante el siglo xx. «En nuestro caso» –dijo el autor en
septiembre de 1980– «ese cuerpo teórico estaba constituido por el
marxismo y su trayectoria (especialmente leninista), acompañado
de un análisis histórico tributario de las teorías cepalianas. A su
vez, ese cuerpo teórico estaba asociado –como ocurre siempre– a
un complejo universo de convicciones (morales y políticas) puestas
fuera de toda duda» (Tironi, 1984, p. 26).
La crítica al marxismo y sus apropiaciones latinoamericanas,
implicaba, según Tironi, necesariamente un derrumbe del cuerpo
completo, dado que dicho paradigma no solo se había utilizado
como instrumento de análisis, sino que también como medida de
valor, indicación de verdad, orientaciones al accionar, entre otras
implicaciones. Es por eso que Tironi afirma que:

El recurso a los clásicos resulta por lo menos insuficien-


te; en su nombre se han cometido demasiados desmanes; las
interpretaciones y las lecturas son tan diversas que ya no
son más punto de unidad; y como se ha comprobado, ellos
no dan muchas luces para el diseño de proyectos históricos
alternativos. El resultado no es mejor si se recurre como
punto de partida a nuestra propia historia o a otras expe-
riencias. La nuestra desembocó en un fracaso gigantesco,

3
Ver polémica en La Tercera, cuerpo de reportajes, domingos 18 y 25 de
septiembre 2005.

203
Cristina Moyano Barahona

por lo que no convence sino como recurso mitológico; y


aquella historia heroica de otras latitudes no pasa un día
sin que nos inunde de nuevas desilusiones. (Ibíd., p. 26).

El abandono de la ortodoxia marxista es valorado por Tironi


como uno de los elementos más positivos que el golpe de Estado
obligó a poner en el debate político e intelectual. Dicha obligación
dolorosa, por cierto, le quitaba a la política ese carácter religioso
que la había caracterizado en las décadas previas al golpe, le qui-
taba esa aura mesiánica a la vanguardia y el horizonte se volvía
menos claro, menos definido, pero también más real y más riesgoso
en tanto caminos posibles. Esta reflexión lleva a Eugenio Tironi
a plantear que «la derrota ha sido profunda; que se ha interna-
lizado; que parece reproducirse. Y que su reversión tiene quizás
como detonante un ajuste de cuentas con nuestros fantasmas y
la reconstrucción del ideal, de la teoría, del pensamiento y del
programa de la izquierda» (Ibíd., p. 27).
Lejos de considerarse como una crisis terminal, este momento
de dificultades y de nebulosas epistémicas, son «la oportunidad»
para repensar la manera en que debe hacerse la política. Es por
ello que plantea que:

Definitivamente, el dogmatismo de cualquier especie,


la modelística, el sectarismo y el fanatismo político son
fenómenos que no pueden sostenerse. Esta es la virtualidad
de esta crisis por la que atravesamos: parece un despertar
lento, pero implacable. Desde ya, nuevas convicciones han
venido tomando el lugar de las antiguas y muchas de estas
últimas se han rejuvenecido (Ídem).

El marco histórico sobre el cual debe ser entendida la crisis


del paradigma marxista, está constituido, a juicio de Tironi, por el
golpe de Estado y su efecto sobre la credibilidad de la izquierda.
En segundo lugar, debe considerarse «el desarrollo de una práctica
política (y cotidiana) de izquierda que, acorde a las circunstancias
históricas y a la nueva priorización de las demandas populares,
se ha articulado objetivamente para la izquierda y se ha organi-
zado bajo una institucionalidad que no controla» (Ibíd. p. 28).
En suma, la pérdida de la omnipotencia de la «generación de los
204
Pensar la transición a la democracia

dioses», convocó a una nueva mirada autocrítica sobre «el ser»


pero también sobre «el hacer».
Por último, Tironi incluye en el marco histórico la:

Pulverización de un marxismo entendido como doctrina


y (o) creencia única, cerrada, con «auténticos» y «falsifica-
dores», «consecuentes» y «revisionistas». Ciertamente este
fenómeno es básicamente un efecto de hechos históricos,
como el desmoronamiento de la ilusión de los socialismos
reales, la emergencia del eurocomunismo con los temas de
la democracia y de las vías nacionales, el levantamiento del
problema de los derechos humanos a escala mundial; y la
década de derrotas y represión que asoló a América Latina
(…). Lo más característico- y saludable- de esta crisis del
marxismo es que diluyó el eje a partir del cual, en el pasado,
se podía fijar «una derecha» y «una izquierda» sobre una
imaginaria línea vertical: hoy ya no se sabe (Ibíd., p. 31).

A raíz del análisis anterior, este sociólogo doctorado en Fran-


cia, lleva a plantear la necesidad de que en el nuevo escenario
sociopolítico que dibujó la dictadura militar, la izquierda refunda
su práctica y su teoría en nuevos referentes teóricos e ideológicos.
La necesidad de renovación, por tanto se volvía urgente, sobre
todo porque el golpe de Estado había generado una ruptura no
solo de tipo epistemológico, sino que un quiebre de la idea de
comunidad, de una idea de lo nacional.

Chile, su explicación y su destino, no pueden ser de-


ducidos de una teoría o modelo de aspiraciones universa-
les. Como dice Paz, nuestra historia es algo más que un
«episodio de la vida del mundo entero», es más que una
simple ilustración, por ejemplo, del ‘modo de producción
capitalista –dependiente– subdesarrollado (Tironi, 1984,
p. 141).

Esta urgencia a juicio del autor, estaba representada por


una práctica política ritualizada, agotada, que se reconocía en
una experiencia del pasado, pero que había renunciado mirar al
futuro, sobre todo porque se había perdido la direccionalidad
del mismo. Así la política en tanto práctica se pasaría a entender
205
Cristina Moyano Barahona

como horizonte de posibilidad y de constitución de órdenes, más


que de desórdenes.4 Los partidos, a juicio de Tironi, o acusaban
recepción de dicha discusión y cambio, o estaban condenados
a desaparecer de la escena pública. Sin Convergencia Social no
habría Convergencia Política y ambos universos debían volver a
reunirse y parar el profundo distanciamiento que a comienzos de
los 80 generaba el vértigo de la caída inminente.

Volvamos otra vez al principio. Enterremos los sistemas


dogmáticos. Dejemos que se esfumen los discursos que
explicaban a Chile desde un solo punto –clase, razas, na-
cionalidad, eficiencia, desarrollo– frente al cual lo demás se
reducía a una mera pieza de una máquina perfecta (Tironi,
1984, p. 144).

Por último, hacia el año 1983 el sociólogo mapucista conclu-


ye que «la teoría marxista, ha pasado a constituirse en un mero
discurso ideológico, metahistórico; y como tal inservible para el
diseño de una estrategia de avance de los mismos trabajadores a
los que fue dedicada» (Tironi y Martínez, 1983, p. 5).

Moulian y la preocupación por la identidad


Moulian intenta realizar un rescate teórico del marxismo en
tanto instrumento de análisis social, enmarcando el proceso de
crítica dentro del cuerpo identitario de la izquierda, buscando
mantener un hilo conductor que no deshiciera su identidad, en
particular, de la nueva izquierda de los años 60. A juicio del au-
tor, el marxismo tiene varios elementos rescatables y útiles para
comprender la sociedad latinoamericana y sus especificidades,
aclarando que lo que es necesario rechazar de plano es el uso dog-
mático de una teoría que no aspiraba a constituirse en una guía de
acción en la coyuntura, cuestión que lo diferencia del leninismo,
que apela a la lectura de Marx como guía de acción política, para
cambiar la realidad en la cual se encuentran inmersos los sujetos.

4
Esta idea también está presente en artículos de Norbert Lechner, publicados
por flacso entre 1980 y 1984.

206
Pensar la transición a la democracia

Así:
La teoría no debe considerarse como un saber esta-
blecido y consagrado sino como una crítica. Por lo tanto
debe desterrarse esa forma sacralizada de la hermenéutica
que ha primado en el marxismo como vía de construcción
teórica (…). Es indispensable ejercer una hermenéutica
crítica (Moulian, 1980, p. 9).

Inmediatamente después de la acción de abandonar el uso


dogmático de una teoría social, el autor planteaba la necesidad
de reconsiderar el uso heterodoxo de los mejores instrumentos
analíticos que nos permitieran comprender de manera más ade-
cuada las realidades históricas particulares de nuestra América
Latina. El intelectual debía proveer, a juicio de Moulian, de los
mecanismos analíticos que facilitan hacer inteligible una deter-
minada formación económica social, pero no debe sugerir la guía
de acción teleológica hacia un destino preconcebido y verdadero.
Se realiza aquí un avance importante dentro del proceso de reno-
vación socialista correspondiente al distanciamiento entre teoría
intelectual y acción política partidista.
El intelectual, según Moulian, no debe «pontificar», debe
sugerir análisis; no debe establecer los cursos de acción, sino que
señalar las posibilidades. En otras palabras, es necesario generar
un mundo intelectual que se complemente con la actividad po-
lítica, pero que mantenga su independencia específica en tanto
función social.
La necesidad de separar aguas entre la teoría analítica y la
acción política fue uno de los valores importantes que introduce
Moulian en el análisis renovador, sobre todo porque establece una
relación «más sana» de la que había existido entre intelectualidad
y política durante los años 60 y 70, donde había predominado la
«teoría» como «verdad». Dos esferas diferenciadas pero comple-
mentarias y necesarias, que se mezclaron en nuestro país por el
fuerte influjo de la teoría marxista leída bajo el prisma de Lenin.
Para Moulian, la gran diferencia entre Lenin y Marx, radica-
ba en que para el filósofo del siglo xix, la teoría no tiene «como
objeto específico de conocimiento la acción política, con sus con-
dicionantes concretos; no es un análisis de coyunturas sobre las
207
Cristina Moyano Barahona

cuales se pretende saber en función de decidir opciones y líneas


de acción» (Moulian, ibíd., p. 13). El error latinoamericano y
nacional consistió precisamente suponer que la teoría marxista
era una guía de acción coyuntural, esa interrelación era lo que
había generado un uso ortodoxo y perverso.
El uso del marxismo leninismo en nuestro país y en Latino-
américa debía entenderse dentro de un proceso de largo alcance
y considerando las particularidades de nuestra propia sociedad.
Con esto Moulian matizaba la idea de una imposición política,
para plantear las razones de este influjo mayoritario del marxis-
mo dogmático. Según el sociólogo, el marxismo leninismo «era
eficiente para proporcionar un marco de interpretación globali-
zador y para generar identidades pero, al nivel de la teoría y de la
fundamentación filosófica, formulaba un discurso segregatorio»
(Moulian, 1982, p. 248).
Sin embargo:

La eficacia ideológica de la izquierda no provenía del


marxismo como sistema teórico sino de la capacidad sim-
bolizadora que adquirió el discurso obrerista y antirrefor-
mista dentro del sector radicalizado del mundo popular.
Dentro una sociedad con fuerte heterogeneidad estructural
y bastante escindida ese discurso operaba como principio
de identidad, fijaba los limites que singularizaban y diferen-
ciaban a una parte de los sectores populares ( Ibíd., p. 291).
La influencia cultural de la izquierda reposa en esta
capacidad de crear identidad. El marxismo proporciona la
teoría donde el obrerismo y la afirmación revolucionaria
cobran un sentido global. Su fuerza expansiva residía en
la capacidad de generar ideas fuerzas y símbolos que lo
ponían en relación con ciertos núcleos básicos de la cultura
popular radicalizada ( Ibíd., p. 292).

Dado lo anterior es que según Moulian, la renovación de la


izquierda y su pensamiento debían hacerse desde esa misma matriz
identitaria. No debía haber un quiebre en los símbolos que han
permitido a la izquierda mantenerse poderosa en el imaginario
colectivo nacional, sino que debía generarse una nueva relación
entre teoría y práctica política, que supusiera a la primera como

208
Pensar la transición a la democracia

elemento de crítica y no de consagración de verdades y a la segunda


como acción de delimitar el campo de posibilidades dentro de un
imaginario utópico no constreñido de la realidad.

Garretón al rescate de un nuevo socialismo


Para Manuel Antonio Garretón, la teoría ortodoxa que ca-
racterizó la política de izquierda desde los años 60 en adelante,
generó una imposibilidad de comprender la especificidad de Lati-
noamérica y su carácter de sociedad occidental y tercermundista.
Ello llevó que a través de los análisis teóricos se terminara por
imponer una visión instrumental de la democracia, como sistema
de gobierno que debía ser superado para alcanzar el socialismo,
cuestión que a juicio del autor fue el gran error epistemológico y
político, asociado al paradigma marxista.
Según el sociólogo tres son los elementos que conllevaron a
ajustar cuentas con el marxismo ortodoxo entendido como dogma,
a raíz de la experiencia autoritaria latinoamericana. El primero
de esos elementos fue precisamente el golpe que asestó a la teoría
social el carácter de las dictaduras, dada su forma represiva, que
no respetó ni siquiera las condiciones más humanas del sujeto
como actor social e incluso como individuo. Surge así a la vista de
la dolorosa experiencia la constatación que los individuos tienen
derechos básicos que los anteceden, como en el ideario liberal, y
que exceden el carácter de clase y su constitución en la esfera de
la producción.
El segundo de los elementos tiene relación con la forma en que
se entendieron los actores sociales bajo los postulados marxistas,
para los cuales predominaba:

Una visión de una clase como portadora de un proyec-


to de sociedad; concibe al partido como su destacamento
o vanguardia y su acción como su directa proyección a
la sociedad; el poder se localiza solo en el Estado como
referente exclusivo de la acción política; la teoría es vista
como un conjunto de verdades de las que el partido y
sus militantes son los depositarios. Aquí la política no ha

209
Cristina Moyano Barahona

cambiado su contenido sino solo su forma de realizarse


(Garretón, 1982a, p. 26).

Este carácter constreñido de los actores y de sus acciones,


suponían tipos de comportamientos teleológicamente determina-
dos y mediante los cuales se evaluaba el carácter de los mismos
entendiéndolos como correctos o desviados. Esto a juicio de Ga-
rretón, más que ayudar a comprender la complejidad de la acción
social, generó una suerte de determinismo social que impidió a la
izquierda comprender el momento histórico en el cual se encon-
traba inmersa, antes del golpe de Estado.

Se reconoce la diversidad de sujetos sociales en oposición


a la monopresencia de la clase, pero se piensa que estos su-
jetos no tienen destino si no se les «politiza» o «sintetiza»,
y el lugar de esa «politización» o «síntesis» es el partido. El
partido no es un momento de la vida política, sino una sínte-
sis de ella. La política consiste en «incidir» en la coyuntura,
para lo que es necesario renovarse (Ibíd., p. 27).

Esto a juicio del autor, conlleva a la idea de que todo es


política y reduce cualquier ámbito de autonomía creativa de los
actores sociales.
El tercer elemento consistió en separarse de aquella teoría que
supone el socialismo como un tipo particular de sociedad, por
cuanto, a juicio de Garretón el socialismo es un proceso, un vector
de dirección hacia la igualdad y la justicia social, y no un tipo de
sociedad en particular, ni tampoco un tipo de régimen político. Este
ajuste de cuentas con un supuesto nuevo de socialismo, es lo más
radical de la propuesta renovadora, y está en los mismos orígenes
del proceso, por cuanto, estructura el marco de referencia sobre el
cual se realizará el cambio epistemológico. Garretón afirmaba a
mediados de los años 80 que no existe sociedad socialista posible
sino que solo «principios socialistas», que pueden agruparse en la
idea de terminar con cualquier explotación y alienación humana,
de cualquier tipo que esta sea, incluida la económica.
En la misma línea está la reflexión de Norbert Lechner, quien
sintetizó como el gran error de la teoría marxiana, el componente

210
Pensar la transición a la democracia

de futuro deseado y ajeno de toda discusión sobre el orden desea-


do, en tanto se supone orden superior. Así el autor enfatiza que «la
conceptualización de la ruptura como revolución es insatisfactoria
por dos razones. En primer lugar, porque la negación de la realidad
existente no imbrica la determinación de la realidad verdadera.
Es decir, el orden futuro no puede ser deducido del presente», ya
que ello «supone distinguir entre las condiciones sociales dadas
y los objetivos futuros. Solo entonces, la construcción del orden
futuro puede ser una empresa consciente y responsable de los
hombres» (Lechner, 1983, pp. 11 y 12).
A raíz de este ajuste de cuentas con el marco de referencia
teórico en el cual la izquierda había hecho sus análisis, se llega
inevitablemente al instrumento mediante el cual se había dado la
lucha política, es decir, al carácter que tuvieron y deberán tener
(en el ideario renovado) los partidos políticos.

Los partidos políticos y los actores sociales: de la


crítica a las prácticas sociopolíticas a una nueva
política para la democracia
La crítica al marxismo como teoría que se usó en forma de
dogma y de manera ortodoxa, llevó inevitablemente a que se
deslizara un ataque hacia la manera en que los partidos habían
hecho la política. Esto se inicia de manera potente hacia fines de
los años 70, y se entrelaza también con los análisis normativos
que predominan en el periodo 1984-1989. En otras palabras, de
la crítica que emerge en los inicios de los 80 se va articulando un
discurso sobre el «deber ser de la política» cuando se recupere
la democracia.
La discusión en torno a los partidos políticos, el sistema de
partidos y la política en perspectiva institucional, ocupó gran parte
de la producción reflexiva de estos dos centros de estudios. Sin
embargo, existen diferencias en ambos, vinculados a los énfasis
analíticos respectivos. Así, en flacso predominó el análisis estruc-
tural y en sur el análisis en perspectiva del sujeto y la subjetividad.
Lo anterior no significa que las discusiones se excluyeran, sino que

211
Cristina Moyano Barahona

más bien permitieron la complementariedad del análisis en virtud


de la normatividad que esgrimía la futura democracia deseada.

Los partidos políticos y la izquierda


Los partidos políticos constituyeron según los diversos auto-
res, importantes fuentes de identidad colectiva durante gran parte
del siglo xx. En la izquierda, esta fuente permitió construir una
asociación con referentes culturales que hicieron de las luchas
populares, la gran referencia «positiva» del accionar político. A
juicio de Moulián:

La acción político cultural de la izquierda, su capa-


cidad de otorgarle sentido a las luchas populares y de
simbolizarlas, logró conservarle al socialismo un sentido
positivo, pese a la contra propaganda, pese al stalinismo
y a la estabilización de una forma de gobierno dictatorial
(Moulián, 1982, p. 293).

Pese a lo positivo de este elemento, que le permitió preservar el


ideal socialista por sobre el fracaso de las propuestas políticas que
habían intentado implementarlo en la historia moderna, también
constituyó una «ilusión» sintética de la vida social. Esta «ilusión»
de síntesis, se generó según Garretón, producto de que el sistema de
partidos en Chile, era tan fuerte como fuente de identidad social,
que generaba que el partido y la práctica política se entendiera
como la «mejor síntesis» de lo social. De esa manera, cuando los
referentes políticos fueron borrados por la dictadura, se desarma
la «columna vertebral» sobre la cual habían construido su iden-
tidad los sujetos sociales.
Para el sociólogo:

En Chile la constitución de actores sociales estaba in-


disolublemente ligada a una estructura política partidaria
cuyos rasgos pueden enunciarse así: En primer lugar, se
trataba de la constitución relativamente temprana de un es-
pectro político de carácter nacional. Ello quiere decir tanto
la existencia de una gama completa de opciones políticas
expresadas en organizaciones, como la no existencia de

212
Pensar la transición a la democracia

partidos o movimientos que por motivos de su base regional


o étnica interfieran con este aspecto. Un segundo rasgo de
esta estructura político partidaria era su imbricación con el
conjunto de organizaciones sociales. Estas lograron conver-
tirse en actores de significación nacional, precisamente en
la medida en que se relacionaban con la estructura político
partidaria. En tercer lugar, esta significación del sistema
político partidario en la constitución de actores relevantes
iba asociada con una relativa debilidad y dependencia de las
organizaciones autónomas de la sociedad civil. Esto porque
el conjunto de ellas debía pasar por este canal privilegiado
para acceder al instrumento ordenador y redistribuidor que
era el Estado (Garretón, 1982c, p. 21).

Los partidos políticos se constituían, por lo tanto, en la síntesis


social por excelencia, generando un tipo de práctica y discurso
político que englobaba toda la actividad social de nuestro país.
Se creó así un discurso omnipresente donde «todo era política»,
y suponía como actores sociales, solo aquellos sujetos que podían
expresarse en la esfera pública por medio de la política de par-
tidos. Esta relación generaba una vinculación poco sana con los
movimientos sociales, por cuanto estos solo se hacían visibles en
la medida que lograban relacionarse con algún partido político, lo
que en la práctica generaba una discusión que situaba el espectro
político y la lucha por el Estado, como el lugar donde se discutían
los requerimientos particulares de los movimientos sociales. El
Estado se convertía así en el espacio de disputa y no en el espacio
de negociación, lo que a juicio de Garretón, fue una de las claves
para comprender el proceso de polarización política que cruzaba
a nuestro país desde la década de los 60.
Para Garretón, «hacer política en Chile consistía en organizar
una base social vinculándola a la estructura partidaria y presio-
nar sobre el Estado. Para la izquierda esto significaba además,
proponer el socialismo o la conquista del Estado para cambiar la
sociedad». (Ibíd., p. 22). Sin embargo:

Una sociedad no puede ser definida nunca al puro


nivel de su base material, ni tampoco al solo nivel de sus
relaciones políticas o de sus representaciones culturales

213
Cristina Moyano Barahona

(…). Entre modelo económico, modelo político y modelo


cultural hay un sistema de multideterminaciones que varía
de sociedad en sociedad (Ibíd., pp. 20).

Por lo tanto, el momento partidario y político, son solo mo-


mentos dentro de la sociedad, que no suponen sobredeterminación
sobre los otros, ni tampoco su síntesis ominicomprensiva.
Hacia fines de los años 70, y dada las transformaciones que la
dictadura había generado en las redes sobre las cuales los sujetos
sociales habían construido su relaciones sociales y sus identidades,
se generó un cambio significativo en el campo de las construcción
de lo político y lo social. Esta constatación llevó, a juicio del autor,
a dos formas de superación empírica de la nueva realidad social y
material que se gestaba bajo el Gobierno dictatorial. Por un lado
se encontraba el refugio en el partido político, que seguía siendo
visto como la síntesis, pero ahora reprimido y cada vez más alejado
de la relación con lo social, potenciando la idea vanguardista.

Ella parte de la visión de una clase como portadora


de un proyecto de sociedad; concibe al partido como su
destacamento o vanguardia y su acción como su directa
proyección a la sociedad; el poder se localiza solo en el
Estado como referente exclusivo de la acción política; la
teoría es vista como un conjunto de verdades de las que
el partido y sus militantes son los depositarios. Aquí la
política no ha cambiado su contenido sino solo su forma
de realizarse (Ibíd., p. 26).

Por el otro, en cambio, surgía potentemente la «ilusión mo-


vimientista», compuesta por el encandilamiento político ante el
«supuesto» nacimiento de movilizaciones sociales autónomas,
pero que subsumían en ellas o postergaban la disputa por lo po-
lítico. En otras palabras, era la vuelta de mano, planteando que
el movimiento debía contener a lo político.

La ilusión movimientista afirma la caducidad definiti-


va de la política y sus agentes hasta 1973 y levanta a los
movimientos sociales como grandes actores que llena o
llenará la escena del futuro. (…) Por el instante se procla-

214
Pensar la transición a la democracia

ma normativa y tácticamente la independencia de estos


movimientos respecto de las expresiones partidarias. El
momento partidario es o negado o postergado indefini-
damente ante el temor de la manipulación (Ibíd., p. 27).

Estas dos concepciones de la política, son a juicio de Garretón


un gran error conceptual, que no permite superar la posibilidad
de organización en la oposición, contraponiendo ámbitos que en
la práctica social no tienen por qué oponerse. Se hacía necesario
por tanto, mantener una autonomía y especificidad de cada una
de las esferas, que se alimentan dialécticamente, pero que no se
anulan ni contienen. En 1982, Garretón concluye que:

Hacer política hoy no tiene respuesta unívoca o sin-


tética. Es crear sociedad y relaciones sociales, por lejanas
que aparezcan de la «política» en sentido tradicional. Es
también dar respuesta a desafíos de la coyuntura y a los
que emergen de la demanda de la densidad propia de la
organización política (Ibíd., p. 31).

En la misma lógica, Tironi enunciaba en 1983 que no «todo es


política», y que esta concepción omnipotente y omnicomprensiva,
fue uno de las variables que contribuyó al quiebre democrático de
1973. En conjunto con ser uno de los factores que terminó rigidi-
zando la política, en tanto acción creadora de orden y consensos,
hacia los inicios de la dictadura se convertía en un elemento de
aislamiento y espacio de superación de frustraciones personales
y políticas, que desvinculaba aún más estos dos espacios que se
habían entendido como unidos en las décadas pasadas.
En 1979, Eugenio Tironi afirmaba que en los años inmedia-
tamente siguientes al golpe de Estado:

Hemos venido buscando en la actividad política inten-


siva un cauce para nuestra omnipotencia y, por qué no, un
calmante para nuestra frustración. La actividad política ha
adquirido, en estas circunstancias, contornos claramente
neuróticos. En Chile y en el exilio. Con ella se sublima
la frustración. Y así los partidos se nos fueron volviendo
mecanismos de conservación, refugios para que nuestra
generación logre protegerse en parte de la agresión de la

215
Cristina Moyano Barahona

que es objeto desde arriba y sin descanso; lugares donde


preservar, muchas veces, únicamente mediante gestos
históricos, nuestra «cultura de la omnipotencia, lugares
de encuentro que momentáneamente aplacan nuestro co-
rriente desarraigo; enclaves que, por su propia naturaleza
nos alejan día a día de la cotidianeidad de nuestra gente
(Tironi, 1984, pp. 21 y 22).

La política, por tanto, pasó de ser la actividad omnicom-


prensiva de la acción social, para quedarse en los márgenes de la
realidad vivida, desconectada, ritualizada y fuente de generación
de identidades, cada vez más desconectada del mundo en el cual
se fundamentan. Esta dura crítica, llevó a Tironi a plantear que
se hacía necesario abandonar esta práctica política generadora de
redes, pero que no lograba emerger hacia la luz del día, quedándose
en las tinieblas de la noche.
La aceptación de una realidad completamente nueva y revo-
lucionariamente creadora, que el golpe de Estado y el proyecto
dictatorial había implementado en siete años de instalación, debía
convertirse, según Tironi, en el estímulo necesario para cambiar
radicalmente la práctica política partidaria. Se hacía urgente,
por lo tanto, abandonar los modos clásicos de organización, el
lenguaje y los símbolos empleados para ayudar a reducir el en-
claustramiento partidario, que reproduce las mismas propuestas
y sobre los mismos sujetos (Tironi, 1984, pp. 133 y 134).
La izquierda debía asumir la idea de un segundo fracaso.
Según Tironi, en 1981, ya no cabía resistir a la dictadura, era
el momento de reconocer las transformaciones radicales que el
Gobierno militar había introducido en Chile por la fuerza de las
armas. Se debe, según el autor, realizar una profunda renovación
que derive en un movimiento político refundacional, o se quedará
rezagada a un simple momento testimonial.
Renovación o muerte. Renovación que permitiera superar el
desdoblamiento esquizofrénico que genera una dualidad sobre el
mismo sujeto, militante político y miembro del movimiento so-
cial. «Las modalidades de vida impuestas por el nuevo escenario
han provocado mutaciones profundas en la propia subjetividad
popular, es decir, en las formas de sentir y pensar su vida y la
216
Pensar la transición a la democracia

sociedad por parte del pueblo chileno» (Tironi, 1984, p. 104), lo


que obligaba establecer nuevas formas de nutrición entre lo social
y lo político, conservando cada uno su autonomía y especificidad.
La oposición al régimen militar, según Tironi:

Está lejos siquiera de hacerse cargo del cúmulo inmenso


de transformaciones que han caído sobre Chile. Repite
propuestas para un país objetivamente inexistente, y en
un lenguaje seguramente incomprensible para las nuevas
generaciones, carentes de la tradicional «cultura política»
chilena; y con el inconfundible objetivo de retrotraerla a
una situación pasada que nadie quiere repetir, y que, en
el mejor de los casos, no significa sino reiniciar un ciclo
siniestro (Ibíd., p. 106).

La izquierda a juicio del sociólogo, debe asumir estas trans-


formaciones y conectarse con los cambios que no puede pasar
por alto si requiere convertirse nuevamente en actor. Dado ese
diagnóstico, Tironi enfatiza la idea de ampliar el conjunto de la
izquierda y de la oposición, hacia el mundo cristiano, que durante
los primeros años dictatoriales, se convirtió en factor fundamental
para salvar vidas en nuestro país. El rechazo al «cristianismo»
como factor constitutivo de la cultura nacional, generó divisiones
odiosas antaño, y una desconexión profundamente dañina para
la construcción de las hegemonías culturales.
En los primeros años de dictadura, se ha ido produciendo
un proceso de debilitamiento y ausencia de mediación política
institucional, sin debate interno, público y libre, que unido al
fenómeno del individualismo ha debilitado los referentes clási-
cos sobre los cuales se constituían las identidades individuales y
colectivas. Sin embargo:

En un plano inverso al anterior, se ha producido una


considerable expansión del sistema valórico cristiano como
efecto del impacto de la experiencia reciente. También
valores como los de libertad y democracia, –que han sido
siempre piezas claves en la conciencia y acción de los secto-

217
Cristina Moyano Barahona

res populares5– se han reafirmado extraoficialmente en los


últimos años perdiendo terreno la visión instrumentalizada
que tantas veces ayudó a restarles fulgor y credibilidad en
el pasado. (Tironi, 1984, p.104).

Estas transformaciones culturales que se han experimentado


en la sociedad chilena, producto del golpe de Estado, se institu-
cionalizaron públicamente a través de las siete modernizaciones,
cuestión que marca en el discurso renovado, un claro quiebre con
la forma de interpretar el Gobierno dictatorial. Esta expresión
pública de las transformaciones de la sociedad chilena, generaron
en los intelectuales renovadores una especie de alerta, que volvía
cada vez más visible el carácter refundacional del Gobierno militar.
No cabía según estos análisis responder con las «mismas armas»,
con las cuales se había pensado y hecho la política antaño. A una
transformación revolucionaria y radical, le competía una trans-
formación en iguales proporciones desde la oposición política y,
por sobre todo, desde la izquierda.
La incorporación de la Iglesia católica en la lucha por la
defensa de los derechos humanos, permitió vincular al mundo de
la oposición política y de la izquierda, a un sector que conflictiva-
mente había participado del gobierno de la Unidad Popular. Enfa-
tizó la idea de «incorporación conflictiva», porque este elemento
era en especial complejo en el mapu, para cuyos militantes esta
relación identitaria con el mundo cristiano se había constituido
como un lastre a la hora de definir su carácter de tercera fuerza
de izquierda,6 dado que según los mismos, les restaba potencia
como corriente de izquierda «racional y moderna».
La constatación de estos profundos cambios, a juicio de Tiro-
ni, no había sido apropiada a nivel de las prácticas políticas, por
lo que la oposición se encontraba anclada en un desconocimien-
to inhibitorio de nuevas propuestas, nuevos lenguajes y nuevas

5
En esta reflexión se nota el influjo que generaron trabajos como los realizados
por Gabriel Salazar en el plano de la reconstrucción de los sujetos populares.
6
Este problema se encuentra trabajado en Moyano, C. La seducción del
poder y la juventud. Un acercamiento desde la historia a la cultura política
del MAPU 1969-1973. Tesis para optar al grado de magíster en Historia.
Universidad de Santiago de Chile. 2005.

218
Pensar la transición a la democracia

prácticas, aumentando el distanciamiento con la vida cotidiana


de los sujetos. Según Eugenio Tironi, «en innumerables ocasiones,
su relación con ese movimiento no logra sino reforzar algunos
de sus rasgos negativos, o bien castra una de sus potencialidades
más relevantes, como es su vocación de autonomía» (Ibíd. p.107).
Uno de los factores para explicar esta resistencia al cambio,
estuvo asociado para Tironi, en la mantención de los mismos cua-
dros políticos, en quienes confluía la práctica pasada y el peso de
la derrota y el fracaso, que los imposibilitaba experimentar nuevas
formas de aproximarse e intentar recrear prácticas novedosas,
dada su compleja experiencia en el largo y corto plazo. Si se hacía
necesario renovar la práctica, también era necesario renovar los
cuadros, de lo contrario la renovación sería superficial y poco
hegemónica, volviendo a repetir los mismos errores del pasado.
Otro de los problemas que manifestó el antiguo sistema de
partidos, destruido por la fuerza en el año 1973, era que este
sumó nuevos actores en la misma proporción como disminuía su
capacidad de concertación, lo que a la larga generó un sistema
político polarizado y muy dividido y tensionado, sumado a una
concepción «purista de la política» que terminó por rigidizar la
práctica política que perdió su capacidad por dibujar concerta-
damente los órdenes sociales, definidos de manera consensuada
para mantener la cohesión de la nación (Tironi, 1986).
Dado lo anterior es que este autor, propone por norma, que
el sistema de partidos se nutra el movimiento social, pero que
mantenga su autonomía generadora de conflictos inherentes a
una sociedad capitalista, con sus especificidades latinoamericanas,
donde la política debe construir los órdenes posibles y necesarios
para conservar una nación cohesionada internamente. En suma,
las transformaciones políticas, deben ser para el autor renovado,
lentas pero creadoras de hegemonías, sin las cuales cualquier cam-
bio es superficial y, por ende, débil en la configuración nacional.
Otra imagen que emerge en las ideas de la renovación so-
cialista y que se analiza casi de manera paralela con la crítica
a las prácticas, corresponde a «los movimientos sociales». Esta
incorporación al discurso, generó una nueva forma de nominar
la especificidad de estos actores, que no se subsumían en la esfera
219
Cristina Moyano Barahona

de lo político, sino que se mantenían autónomos. Este es uno de


los contenidos renovados más innovadores e importantes en la
manera de concebir la realidad sociopolítica de un pueblo. Lo po-
lítico, por tanto, era solo una más de las esferas de la vida social,
y no debía suponer superioridad sobre las otras. La política no es
todo, y debe ser ejercida desde la especificidad que le corresponde,
cuestión que derivará en una concepción profesionalizante de la
misma, que dibujará un nuevo universo en el que participarán
solo algunos actores.

El análisis normativo hacia la democracia que


queremos 1983-1989
Las jornadas de protesta de 1983 y 1984, generaron un
proceso de aceleración en la confluencia temática y analítica en-
tre estos dos centros de estudios. Habiendo analizado tanto los
fracasos estructurales de la izquierda, la opción socialista, el rol
de los partidos políticos y los movimientos sociales, así como las
profundas transformaciones que había generado la dictadura en
el fondo constitutivo de la sociedad, en su cultura política, entre
otros, los distintos intelectuales se horrorizaron de ese pueblo
levantado, casi anómico que desbordaba a las fuerzas de seguri-
dad y que expresaba la rabia de la no integración y el deterioro
de los lazos sociales. Así fue visto, así fue nominalizado. Tanto
Garretón como Tironi, escribían hacia fines de 1983, que en estas
condiciones sociales, la única salida a la dictadura, era una salida
política, entendiendo esta con los nuevos sentidos semánticos que
en el período anterior se habían establecido.
Las jornadas de protesta también marcan un quiebre en la
lógica del análisis político renovado vigente hasta ese momento. En
el periodo anterior, comprendido entre 1977 y 1983, la reflexión
estaba dirigida al pasado, en tanto análisis de los fracasos y las
derrotas que políticamente había sufrido la izquierda. Solo hacia
el año 1979, los estudios comenzaron a centrarse en nominar
los procesos de transformación que había impuesto la dictadura
militar. De todas formas, el énfasis fundamental seguía siendo el
ajuste de cuentas con el pasado y sobre todo, el derrumbe de la
220
Pensar la transición a la democracia

democracia producto del golpe de Estado. Los intelectuales de la


renovación hacen la crítica radical a todos los fundamentos de su
identidad de izquierda: marcos teóricos de reflexión, conceptos de
compresión de la sociedad, formas de hacer política, entre otros.
El pasado era el objeto de estudio central de estos intelectuales.
Con la pérdida de apoyo y masividad, además de la radi-
calidad de las jornadas de protesta popular, hacia el año 1985
y, posteriormente, con el fracaso de la salida insurreccional en
1986,7 los exámenes que constituyen el pensamiento renovado,
pasaron de la esfera analítica a la esfera normativa. En esta etapa
que se extiende desde 1983 hasta 1989, los escritos que constitu-
yen la renovación socialista están orientados a meditar sobre el
futuro político de la nación y la salida a la dictadura militar. Se
privilegia en los estudios reflexivos el «deber ser» de la política
y los políticos, ya que la mayoría de los temas se orientaron a la
transición deseada y posible.
En ese sentido es importante destacar que la preocupación
está contenida entre un presente comprensible y un futuro anhe-
lable. Predomina, por lo tanto, una aguda mirada a los procesos
de transformación de la sociedad chilena, a partir de 1973 y una
visión consecuente con dicho análisis, sobre la democracia posible
a conseguir en el mediano plazo.
En otras palabras, la reflexión sobre los cambios ya no se
hace con afán comprensivo, que caracterizó el período 1973-1983
(ver tabla 2) , sino que como una forma de delinear cuáles serían
aquellos cambios y problemas que debía tener en cuenta cualquier
negociación de salida a la dictadura. Este nudo discursivo tiene
una especial importancia, dado que en ese análisis se establecen las
jerarquizaciones y prioridades de solución que tiene que realizar
la transición. Esa delimitación epistemológica de las transfor-
maciones constituyó el alimento para el diseño de la estrategia
comunicacional del No en el plebiscito de 1988.

7
Incautación del arsenal del fpmr en Carrizal, el fallido atentado a Pinochet y
la protesta número 10 de mayor convocatoria, que fue precedida del anuncio
del régimen que sería controlada con 10 mil efectivos militares en las calles.
(Precisión de Fernando Ossandón Correa, en entrevista mayo 2004).

221
Cristina Moyano Barahona

Tabla 2. Temáticas de SUR y FLACSO distribuidas


por año de publicación y circulación.
Recuento Recuento Recuento Recuento
1976-1980 1980-1983 1984-1985 1986-1989
flacso 36 3 69 7 44 7 68 6
sur 3 9 5 6 5 13 7 13
Otros (CIEPLAN,
2 1 5 1
VECTOR, ILET)
Política/ sistema de
Partidos/ 14 22 9 23
institucionalidad
Transición/
7 4 14
democracia
Izquierda/
socialismo/ Debates 4 18 3 10
ideológicos
Derechos humanos 2
Fuerzas armadas 3 2 6 9
Dictadura 2 4 3
Relaciones
5 11 9 14
internacionales
Fuente: Elaboración propia.

En el periodo que enmarca este apartado, se puede observar


una pequeña bifurcación de caminos dentro de la renovación
socialista. Es posible distinguir aquí un distanciamiento de la
reflexión socialista y cierta práctica política que se nutre sobre
todo de las jornadas de protesta nacional. La violencia urbana
y el predominio de movilizaciones con carácter expresivo identi-
tario, originaron en la misma «episteme» renovada dos vías que
comienzan a oponerse política y reflexivamente.
Una de estas vías es la que privilegia la idea de salida pactada
con el régimen, debido tanto al diagnóstico de fracaso de la salida
insurreccional, como el fracaso de la idea de ingobernabilidad polí-
tica por vía de las movilizaciones populares, nítidamente visibles en
las reflexiones de intelectuales mapus vinculados a sur y flacso.
En estos análisis se privilegió el contenido normativo en torno
al consenso político, que debe lograr presionar por la transición
a la democracia. Un elemento fundamental, para llegar a dicho
análisis, fue la evaluación que se hizo de la caída de la Unidad
222
Pensar la transición a la democracia

Popular debido a la crisis del sistema político de tres tercios, con


un centro incapaz de servir de puente y conglomerar mayorías
para las transformaciones radicales. Es decir, la ya «famosa» y
casi no discutida tesis de Arturo Valenzuela, en El quiebre de la
democracia en Chile (Valenzuela, 2002).
Tironi escribía en esos años, a propósito de su interpretación
del golpe de Estado y lo ocurrido durante la up:

Lo que condujo al quiebre de 1973, por lo tanto, fue


el tradicionalismo de la clase política chilena. Frente a los
procesos de modernización que sacudían a la sociedad esta
no supo reproducir mecanismos racionales de regulación
política basados en la negación, la concertación y el com-
promiso (Tironi, 1986, p. 56).

Así, tomando como antecedente el análisis del pasado, cual-


quier proyecto de nuevo Chile quedaba subordinado a pensar una
democracia posible que incorporara adecuadamente ‘mecanismos
racionales’ de regulación política, lo que se tradujo en una ape-
lación a la conformación de un bloque por los cambios que no
debía articularse en torno a un proyecto ideológico sino que a uno
pragmático y coyuntural. El mismo Tironi, escribía: «De otra for-
ma un sistema político donde concurren únicamente opciones de
cambio total es obviamente incapaz de generar consensos básicos;
ni siquiera de mantener aquellas ‘reglas del juego’ en donde descan-
saba la institucionalidad y la cohesión social». (Ibíd., p. 34). Por
ello, toda discusión sobre proyectos de sociedad, alternativa o no
al modelo que dejaba la dictadura, debía postergarse en beneficio
de lograr el máximo número de adherentes hacia la recuperación
de la democracia política, representativa y formal.
Otra de las vías fue aquella que, nutrida por el impacto
de las jornadas de protesta popular, y de los mismos referentes
teóricos reconocidos abiertamente, supone que la movilización
«subversiva» y «rebelde», que se hizo presente en las protestas,
habían ayudado a configurar un sujeto rebelde, juvenil, que no
supone como «bien fundamental» la democracia burguesa; sino
que la constitución de un nuevo actor social, que haría explotar

223
Cristina Moyano Barahona

desde sus cimientos la sociedad capitalista, con todo el andamiaje


partidario que la articulaba y sostenía.
Esa línea fue la que originó, dentro del mapu, el surgimiento
del grupo político, calificado como subversivo por las fuerzas
políticas tradicionales: El mapu Lautaro (Moyano, 2008). Este
grupo auguraba la consolidación de un nuevo actor, que se nutría
de los movimientos populares de largo arraigo en nuestra historia
social, pero que habían sido silenciados, negados e invisibilizados,
lenguaje, las acciones y las prácticas de la clase política civil y
posteriormente, la clase política militar.8
Dos líneas analíticas, consenso y rebeldía, se confrontan en
este período de las reflexiones renovadas, porque, habiendo hecho
el «mea culpa» con el pasado de la izquierda, había que diseñar
el futuro próximo, la salida hacia la democracia, el imaginario
de un país distinto. Y ahí había más puntos de desencuentro
que de encuentro. El pasado ya había sido bastante escarbado,
el problema se presentaba ahora, que era posible dibujar pro-
yectualmente el nuevo Chile. En esta etapa la discusión sobre el
futuro se entiende condicionada, determinada, por la vía que se
use para alcanzarlo. Mientras el camino a la democracia, conduce
a un Chile democrático formal, la vía rebelde conduce a un ‘Chile
democrático sustantivo’. En ambas aproximaciones al futuro, cam-
bia el modelo de convivencia deseado y quienes hegemonizarían
el poder a administrar.
Para los que aspiraban a la «democracia sustantiva», la ne-
cesidad era empoderar a la sociedad civil, al pueblo rebelde. En
cambio para los que aspiraban a la «democracia formal», era
necesario comenzar a generar un sano «apartheid» entre lo social y
lo político, con el fin de que lo segundo no subordinara al primero,
como habría ocurrido, según los analistas, en el periodo previo al
golpe de Estado. Esta reflexión llevó a Tironi a plantear, después
del impacto de las primeras jornadas de protesta nacional, que
8
cpm y cpc conceptos utilizados por Gabriel Salazar en su historia con-
temporánea de Chile. Sobre la constitución de un nuevo sujeto «rebelde y
subversivo» ver Rozas, P. Rebeldía, subversión y prisión política. Crimen y
castigo en la transición chilena 1990-2004. Ediciones Lom. Santiago, 2004.
El texto de Rozas está fuertemente influenciado por otro texto de Salazar,
G. Violencia política popular en las grandes alamedas. Sur Ediciones. San-
tiago, 1990.

224
Pensar la transición a la democracia

«la política no es una actividad masificable, como se hace creer


desde su versión imperialista. En efecto la política ha devenido
una actividad profesional, que exige vocación y talento especia-
les, precisamente por el grado de institucionalización en que se
desenvuelve». (Tironi, 1986, p. 67).
Así comienza a dibujarse una idea que será fundamental en
el desarrollo posterior que tomó la renovación socialista. Dicha
idea se refiere al proceso de profesionalización y academicismo
–carácter técnico en expresión de Tironi– que tendrá la actividad
política de ahí en adelante. Sin embargo, este proceso cruzará todo
el ámbito de la izquierda y el centro político, ya que tal como lo
expresa Puryear, la crítica académica era la única oposición posible
que podía realizarse.
Los efectos de aquella reflexión en su operatividad normativa,
condujo a imaginar una sociedad donde la política cumpliera un
espacio restringido y menos omnipotente, en comparación con las
décadas pasadas. No todo es, ni puede ser, política. Esta conclu-
sión se encuentra más firmemente marcada en las reflexiones de
Tironi, quien hace una crítica formal a todas aquellas visiones que
expandían la esfera de lo político para contener a toda la sociedad.
A juicio de este autor, esta reflexión se produce a partir de la
incorporación de nuevos referentes teóricos que llevaron a relo-
calizar el poder y el Estado, dándole un innovador carácter a la
actividad política. Así, a través del influjo de Althusser se redefinió
el concepto de Estado y su extensión hacia la esfera de las prác-
ticas sociales. Gramsci posibilitó la incorporación del concepto
de hegemonía para poder explicar la permanencia histórica del
capitalismo desarrollado.
De la consideración gramsciana se llega a la conclusión que
la lucha política es una guerra de posiciones. Así «las posiciones
por conquistar se encuentran, para Gramsci, en la misma socie-
dad. Se trata, pues, de hacer todos sus espacios y ámbitos lugares
contraestatales, paraestatales y en el límite estatales. Se trata en
otros términos de politizar a toda la sociedad». (Ibíd., p. 55).
Esa incorporación teórica se sumó, según Tironi, a los postu-
lados fascinantes de M. Foucault sobre el poder, ya que:

225
Cristina Moyano Barahona

Para este el poder debe encontrarse –más que en el


Estado– dentro de un tejido infinito de relaciones que
conforman la sociedad. Ahora bien, como la política se ha
definido como «la lucha por el poder» y dado que este está
en todas partes: ¡Todo es política! (Ibíd., pp. 55 y 56).

La mixtura teórica anterior llevaría, a juicio de este sociólo-


go, a una conceptualización errada de lo político, lo que también
tendría efecto en las prácticas políticas de los propios partidos. En
pleno desarrollo de las jornadas de protesta, Tironi sentenciaba
que:

La función cotidiana de la política es articular utopías


y demandas sociales en proyectos de orden social viables
y que despierten un grado de consenso tal en la población
que los vuelva factibles. Esto hace de ella, por otra parte,
una actividad eminentemente pragmática y subjetiva (Ibíd.,
p. 68).

Es decir, alcanzar el realismo político como utopía más sana,


en palabras de Lechner.
Para Tironi, la política es pragmática, «porque su horizonte
es la coyuntura, o cuando mucho, plazos históricos cortos (…).
La política es pragmática en tanto se trata básicamente de una
acción racional con arreglo a fines regida por la ética de la res-
ponsabilidad, como lo subrayara Weber». (Ibíd., p. 68).
Se abandona, por lo tanto, la idea de que la función política
era dibujar y alcanzar la utopía de proyectos transformadores y
globales que habían caracterizado la acción política de las décadas
del 60 y 70. Según Brunner:

Lo que interesa al país son las definiciones programáti-


cas de este socialismo. Su visión concreta de la economía y
de la sociedad: sus postulados de reforma en esos ámbitos;
su posición en el campo sindical, frente a la salud, la edu-
cación, la previsión y así por delante (Brunner, 1986b).

En conjunto con lo anterior, se plantea que «la política es por


otra parte subjetiva. Ella se desenvuelve en el continente de las
decisiones de la voluntad; donde el diagnóstico y el análisis son
solamente insumos» (Tironi, óp. cit., p. 68). Por ello, pragmatis-

226
Pensar la transición a la democracia

mo y subjetividad deben configurar la nueva política deseada y


posible de ser desarrollada.
Se concluye hacia 1983 que:

Si hubiera que proclamar una consigna ella sería la


inversa: reducir cuanto se pueda la esfera de la política,
del Estado; amplificar cuanto se pueda el campo y la li-
bertad de las demás dimensiones y vocaciones; construir
un sistema de contrapoderes que logre el máximo (nunca
el total) control sobre la política. Esto implica democracia
(…) es decir, la generación continua de un orden libre don-
de cada esfera se desenvuelva con autonomía y participe
de lo público con originalidad, asegurando así un control
social de las decisiones que afectan a toda la comunidad
(Ibíd., pp. 69 y 70).

Por ello una política renovada debe ser una actividad parcial,
limitada y peculiar.

Renovar la política es una tarea más concreta, que


consiste entre otras cosas en hacer más transparente los
nuevos ideales y sociales de sus propuestas, más eficientes
y democráticas sus organizaciones, más estricto el control
social sobre su ejercicio, etc. Pero, sin duda, lo primero y
principal es descorrer el velo sagrado que rodea a la política,
sacar a relucir sus límites, contener sus ansias imperialis-
tas. Solo puesta en su lugar la tarea de la renovación de la
política tiene un significado real (Ibíd., p. 70).

Desde una perspectiva similar Brunner argumentaba en 1986


que:
Desde el punto de vista de muchos socialistas empeña-
dos en la renovación de su ideario y organización, dicho
bloque debiera ser programático antes que ideológico;
pluralista en sus componentes sociales y doctrinarios; con
capacidad de expresarse social y culturalmente antes que en
el solo plano político y, en este último, abarcando un arco
de partidos que pueda ofrecer gobierno estable, adminis-
tración eficaz y claridad de propósitos de reforma social,
económica y de gestión de la sociedad (Brunner, 1986b).

227
Cristina Moyano Barahona

De esta forma, la valoración de la autonomía de los movi-


mientos sociales que está presente en el discurso renovado en el
periodo anterior a las jornadas de protesta, se transforma en una
delimitación pragmática de la política, conceptualizada ahora
como una actividad específica que no debe abarcar todo el ámbito
de la vida humana. Se le quita, por lo tanto, la idea de una acción
sublime que volvía al ser humano en actor o sujeto, al estilo de
las concepciones provenientes de la Grecia antigua.
Podría afirmarse que la primera de las líneas reflexivas, la
que privilegia la opción de negociación, consenso y búsqueda de
acuerdos, concluye rápidamente (hacia 1984) que las moviliza-
ciones sociales sin conducción política son inútiles, y a la postre
solo pueden generar más violencia de los organismos represores
del Estado. Por ello sería una irresponsabilidad seguir usando a
pobladores, jóvenes, mujeres y militantes, como base de origen y
expansión de la ingobernabilidad, producto de que se daba por
entendido que la dictadura no caería por la vía violenta.
El discurso renovado se sistematizó tempranamente en los
siguientes códigos semánticos: la movilización social sin conduc-
ción política puede servir para presionar sobre el poder político
instituido, de manera que demuestre en efecto el poder social que
está detrás de una alternativa, pero no sirve como construcción
de alternativa política. Así las movilizaciones sociales «espontá-
neas» serían más un lastre que un apoyo efectivo a los procesos de
democratización. Los análisis renovados esbozados por Manuel
Antonio Garretón y Eugenio Tironi, enfatizaron la idea de que
movilizaciones sociales donde predomina lo afectivo expresivo,
solo son válvulas de escape a procesos de pauperización y de fal-
ta de integración, dentro del modelo neoliberal impuesto por la
dictadura. Ellas podrían hipotéticamente derribar un Gobierno,
pero jamás podrían, según ellos, construir algo después de la caída.
Por eso, «la política» en tanto actividad que construye órdenes
y posibilita la cohesión de la nación, debe guiar la movilización
hacia objetivos concretos, que una vez conseguidos debe agotarse
y disolverse. Retirarse a la esfera de lo privado.
La política pasó a conceptualizarse como una esfera destinada
a profesionales-técnicos que deben administrar los sueños de los
228
Pensar la transición a la democracia

habitantes de una nación, dentro del marco de posibilidades ins-


titucionales que el sistema democrático tiene. De este modo, esta
visión abandona la idea de revolución como ruptura y de masivi-
dad de la política y pasó a conceptualizar como «orden deseable»,
aquel que permite establecer cambios paulatinos y hegemónicos
en el largo plazo, es decir, la mejor política sería aquella que no se
percibe en lo cotidiano y que, además, permite a los ciudadanos
expresarse periódicamente por la vía de las elecciones políticas
(Tironi, 2000).
La mejor expresión de que un sistema político funciona será,
para los renovados, la constatación de que la política en las calles,
la expresión afectiva e identitaria que tienen las movilizaciones
sociales, sea una excepción a la normalidad de la sociedad. Aun
cuando se les supone válidas para presionar por cuestiones par-
ciales o intereses particulares.
Orden y progreso, tal como el ideal positivista, supone que
solo es posible avanzar, construyendo consensos políticos condu-
cidos por profesionales, es decir, la actividad de la administración
de nuestros sueños conceptualizados a nivel de lo político. Había
que vaciar la política de la aparente irracionalidad que la había
caracterizado en los años 60 y 70, donde el apego a teorías dog-
máticas había impedido cualquier proceso de encuentro político.
El mea culpa de la izquierda estaba interiorizado a nivel del ejer-
cicio y práctica de la política. La gente, la sociedad civil, nunca
más el pueblo, debía actuar como sujeto responsable y racional,
capaz de expresar por la vía de los canales institucionales, sus
anhelos y disgustos. La inflación ideológica que configuró las
identidades de los años 60 y 70, debía evaluarse como un signo
de una sociedad enferma.
Me parece sugerente, plantear que esta opción de vaciar la
política del contenido afectivo e identitario que poseía hasta me-
diados de los años 80, fue fuertemente importante en el mapu,
dada su propia característica orgánica. Dicho colectivo, en sus dos
versiones, no logró constituirse nunca en un partido de masas y se
mantuvo durante todo el proceso dictatorial como un partido de
cuadros. A pesar del discurso fundacional, que quedó representado
en el lema «Seremos 100.000», con el cual se inició la campaña

229
Cristina Moyano Barahona

de reunión de firmas para inscribir al mapu en los registros elec-


torales en el año 70 y que, luego, a medida que disminuía el plazo
para el proceso, la cifra quedó reducida a «10.000» (Moyano,
2009a); dicho partido nunca logró articular una base militante
numéricamente importante.
Esta colectividad política, conducida solo por adultos jóvenes,
con alto nivel de formación profesional, privilegió el análisis inte-
lectual de la dictadura, más que un ejercicio práctico de oposición
a la misma. A diferencia del Partido Socialista, donde las disputas
internas estaban articuladas en torno a las vías de derrota (en la
práctica cotidiana) a la dictadura y sobre cómo reconciliarse con
la democracia política, en el mapu la reflexión fue siempre más
analítica, desde la teoría. De allí la importancia que tuvieron en
estos centros de producción académica independiente.
Sin embargo, a pesar de esta distinción, muchos militantes
del mapu actuaron en distintos movimientos sociales, como el
de derechos humanos, el solidario, el feminista, el cultural o el
estudiantil, introduciendo en los mismos el ideal de construir
hegemonía «político-cultural» con las masas para derrotar a la
dictadura.
En el mapu, estos dos espacios se fueron distanciando cada vez
más. Lo social y lo político que durante los años 60 y 70 parecían
esferas mezcladas y con predominio de la última, se convirtieron
en espacios distintos y con funciones específicas. La militancia
entonces, tendió también a dividirse y muchos miembros de la
colectividad, sobre todo los que pertenecían al mapu-Garretón,
abandonaron la actividad partidaria, para dedicarse al estudio
o a la construcción de la sociedad civil.9 La política quedaba
reservada a los políticos profesionales y a los intelectuales, cua-
dros que debían aportar a la reconquista democrática desde una
perspectiva analítica y precisa.10
El político de carrera, es decir, aquel que solo hace política
partidaria, pasó a ser designado como actor de una época pasada
y sin posibilidad de acceder al poder. Diferente, en cambio, será
9
Militantes como Luis Magallón, Víctor Basauri, Paulina Saball, Fernando
Ossandón, Daniela Sánchez, entre otros, entrevistados entre enero de 2004
y marzo de 2005.
10
Estas reflexiones aparecen en textos de Garretón desde 1985 en adelante.

230
Pensar la transición a la democracia

aquel que desde una perspectiva científica, profesional y técnica


puede aportar a la formación de la nueva democracia, más racional
y moderna (Moyano, 2009b). Con esto se abandona definitiva-
mente la función expresiva identitaria que pudiera haber tenido
la política antes de los 90 y, de soslayo, se abandonan también las
antiguas identidades articuladas por el eje izquierda-derecha. El
mapu reconvirtió su discurso político –en estos centros de estudio,
en el espacio de la renovación socialista y en la militancia político
social– preservando los elementos básicos de su cultura, de una
forma que lo alejaba de antinomias codificadas en los términos
de la guerra fría. Este proyecto político no redituó ganancias
políticas para el mapu, que como partido experimentaba cons-
tantes escisiones, pero sí ganó espacio dentro de los socialistas
históricos y fue reconocido como una autocrítica de la izquierda
en la Democracia Cristiana.
Sin embargo, su aporte más importante resulta de la compren-
sión de la política como un tipo de saber particular, en el filo de
la tecnocracia y la ciencia, desvinculando la esfera afectiva, clave
en la configuración de una normatividad moderna.
Esta esfera afectiva que genera «vinculaciones emocionales»
con la práctica política, su valorización como necesaria y la posi-
bilidad de construcción de caminos hacia órdenes deseados, se di-
buja en la retórica analítica renovada de estos centros de estudios,
como aquellos saberes nominales que deben ser enunciados en
claves cientificista, racional y técnica, para su instrumentalización
procesual en determinados contextos institucionales. Esa política
de la eficiencia y de la democracia. Esa política quedó dibujada en
las páginas de flacso y sur hacia fines de 1980 y asumida hoy
como el gran triunfo de la derecha tecnocrática, que asumió con
Piñera después del cuarto gobierno de la Concertación. A fines
de los 90, algunos de estos autores, como Moulián y Lechner,
se dieron cuenta de los problemas que este tipo de enunciación
analítica traía a la propia política y al pacto social fundante de la
nación, sin embargo, la hegemonía del libre mercado y la práctica
de la eficiencia habían traspasado a la política de manera radical
y se expresaban como contrapuntos difíciles de superar. Los te-
chnopols hicieron su entrada en los 90, el discurso transicional
231
Cristina Moyano Barahona

surgido desde estos dos centros de estudios (sin excluir a los otros
c.a.i.) posibilitó, sin duda, su entronización social.

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240
Los centros de pensamiento (THINK TANKS)
en la Democracia Cristiana.
¿Más política que políticas?

Bernardo Navarrete Yáñez


Giovana Gómez Amigo
Departamento de Historia
Universidad de Santiago de Chile

Introducción
¿Es relevante para los partidos políticos tener centros de pensa-
mientos para sostener sus agendas programáticas e ideológicas?
La respuesta pareciera evidente; la experiencia comparada lo de-
muestra y en el caso de Chile un buen ejemplo de ello ha sido el
partido Unión Demócrata Independiente (udi), el que ha logrado
imponer una postura más pro mercado como «visión dominante
en la derecha», a partir de sus dos centros de pensamiento: Liber-
tad y Desarrollo y Fundación Jaime Guzmán (Dávila y Fuentes,
2003, p. 149). Además, cuando tras 50 años alejados del poder
asume el 2010 la presidencia de la república el candidato de
derecha Sebastián Piñera, tres centros fueron los encargados de
reclutar a los funcionarios de confianza que acompañan la gestión
del nuevo mandatario: los dos antes mencionados y el Instituto
Libertad, ligado al Partido Renovación Nacional, el otro partido
de derecha que, junto a la udi, conforman la Alianza por Chile.
Un proceso de reclutamiento a esta escala, donde el ejecutivo
ya no solo se nutre del proceso de convertir ideas en políticas
públicas sino también de personal calificado, no se evidenció en
los cuatro gobiernos de la Concertación de Partidos por la De-

241
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

mocracia (1990). Si bien hubo un vaciamiento de los centros que


creó la oposición al régimen autoritario de Pinochet (1973-1990),
estos más bien fueron reclutados desde sus partidos y aún existe
poca evidencia para sostener que influyeron programáticamente,
más allá de las personalidades que se incorporaron desde dichos
centros, diferencia sustantiva con la derecha, ya que sus tres cen-
tros se reestructuraron para enfrentar la salida de parte de sus
cuadros hacia el Gobierno, de modo de poder continuar con sus
funciones originales aun cuando pierdan espesor analítico. Una
de estas funciones es el apoyo a los congresistas de derecha a
través de informes y consultorías específicas, es decir, se favorece
la conversión de problemas políticos en propuestas de políticas
públicas que se entran a discutir en el Congreso Nacional.
En este escenario, nos preguntamos por los centros de
pensamiento –más conocidos como think tanks–, del Partido
Demócrata Cristiano que, actualmente y tras 20 años en el Go-
bierno, en marzo de 2010 pasó a formar parte de la oposición
junto a los que conforman la Concertación de Partidos por la
Democracia, más conocida como «Concertación». En este nuevo
contexto político, es esperable que el pdc requiera de los centros
de pensamiento ligados a ella, de propuestas políticas y de polí-
ticas públicas para sostener su actividad legislativa y plantearse
como alternativa frente a los proyectos que presenta el Gobierno.
Específicamente, analizamos cuatro de ellos: la Corporación de
Promoción Universitaria (cpu), el Instituto Chileno de Estudios
Humanísticos (icheh), la Corporación Ambiental Sur (cas) y el
Centro de Estudios del Desarrollo (ced), con el objetivo de esta-
blecer si pertenecen a la categoría de think tanks, por un lado, y
por otro, determinar la influencia que tienen en la formulación
de políticas al interior del pdc.
Una característica relevante, es que los tres primeros conta-
ron hasta el 2008 con el financiamiento de la fundación alemana
Konrad Adenauer (fka), que es reconocida por su cercanía al
partido Unión Demócrata Cristiana de Alemania (Christlich-
Demokratische Union Deutschlands, cdu), y promueve las ideas y
los valores demócratas cristianos, relacionándose directamente en
cada país con los partidos que adscriben a la Internacional Demó-
crata Cristiana. Un dato destacable que ejemplifica esta relación,

242
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

es que en el año 2005, la fka destinó entre uno y dos millones de


euros (720 a mil 440 millones de pesos) a proyectos vinculados
con la Democracia Cristiana chilena, y aunque no está autorizada
a entregar fondos para campañas o para el mantenimiento del
partido, financiaba la capacitación política de candidatos, orga-
nizaba seminarios de la colectividad e invitaba a los dirigentes
a giras internacionales (La Tercera, 2005). Además, la cpu y el
icheh son parte de los institutos de formación del PDC en Chile.
El cuarto centro, Estudios para el Desarrollo (ced), pese a ser
parte de los institutos de formación de la organización democra-
tacristiana en Chile, no cuenta con el financiamiento de la Funda-
ción Adenauer. Sin embargo, lo hemos incorporado como un caso
contrastante para evaluar el impacto de la fka en estos centros.
Explicitado cuáles son los centros a analizar, debemos reco-
nocer que la escasa bibliografía dedicada al estudio de los think
tanks en Chile, ha sido un fuerte aliciente para abordar el tema,
el cual se inicia con el concepto y tipos. Seguidamente, el lector
encontrará un análisis detallado de los cuatro centros seleccio-
nados para avanzar en sus características principales. Hecho lo
anterior, exponemos los resultados de un cuestionario aplicado a
11 diputados y senadores del pdc, buscando saber si estos cuatro
organismos han sostenido su quehacer legislativo y, en consecuen-
cia, saber si efectivamente influyen en la discusión constante y no
accidental de políticas públicas.

1. El difícil concepto de think tanks


Think tanks (o tanques de pensamiento) es un término que
surge en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial y
aludía a un medio seguro en el cual militares y civiles expertos se
situaban para desarrollar planes de invasión y otras estrategias
militares. Posterior al conflicto bélico, este término se utilizó
para describir a las organizaciones de investigación por contrato,
como la rand Corporation, las cuales hacían una combinación
de pensamiento y planes de evaluación para militares (McGann y
Weaver, 2002, p. 2 y Molina e Iglesias, 2005, 3). En los años 60,
esta expresión fue usada para describir también a otro grupo de

243
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

expertos que formulaban recomendaciones políticas, incluyendo


a algunos institutos cuasi académicos que estudiaban relaciones
internacionales y asuntos estratégicos. En 1970, el término think
tanks fue aplicado a instituciones que no solo se enfocaban en
política internacional y defensa, sino también sobre política na-
cional, economía y asuntos sociales.
Según Coughenour, estas organizaciones nacen por un «im-
perativo de acontecimientos decisivos en la historia de una nación
o por cuestiones urgentes de política nacional que impulsan la
búsqueda de soluciones mejores de política, y con frecuencia son
la creación de la visión de una persona o de un grupo pequeño
de visionarios» (Coughenour, 2002, p. 43). Es así como los think
tanks han comenzado a jugar un papel protagónico en el diseño
de políticas públicas, en la implementación de nuevos procesos de
gestión en la administración pública y han propuesto reformas en
áreas distintas (Uña et ál., 2004, p. 3). De esta manera, el rol que
juegan los think tanks en la sociedad se ha transformado de uno
marginal, antes de la Segunda Guerra Mundial, a uno de asesoría
y consultoría profesional especializada. Pese a ello, no es posible
cuantificar de manera certera el impacto directo que estos centros
tienen en la toma de decisiones y en la formulación de la política
nacional e internacional (Parraguez, 2001, p. 164-166).
En este sentido, bajo un rótulo genérico de think tanks,
estos grupos de investigación difieren tanto en fuentes de finan-
ciamiento, temas y causas que abordan o defienden, como en
superioridad académica, experiencia en política práctica de su
personal y orientación ideológica (Molina e Iglesias, 2005, p.
3). Este hecho ejemplifica el problema de definir este concepto,
el cual se presenta como una «categoría ambigua» (McGann y
Weaver, 2002, p. 4).
En la Agenda de Política Exterior de los Estados Unidos
(2002), la expresión think tanks es traducida como centros de
investigación y análisis de política pública. Stone (2004) sostiene
que el término think tanks desafía la definición exacta, en gran
parte porque «el tipo de arquitectura constitucional, las circuns-
tancias históricas de guerra o estabilidad, la cultura política y
las tradiciones legales, junto con las características del régimen
244
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

político, determinan la forma y el grado de desarrollo de los think


tanks en un país». Además, agrega que las diferencias entre las
distintas organizaciones que se «arrogan el título de think tanks
provocan que el término se torne difuso, aplicándose por igual
a un gran número de organizaciones muy diversas, por lo cual
brinda poca información sobre el tipo organizacional al cual se
refiere» (Uña, 2006, p. 180).
Sobre el concepto se pueden identificar dos tipos de nociones.
Por un lado, la definición limitada del concepto think tanks alude
a organizaciones de investigación política, independientes del Go-
bierno y universidades, que operan sin fines de lucro; esta definición
ha sido criticada como muy restringida, ya que no se ajustaría a
culturas distintas a la angloamericana, donde, por ejemplo, existen
organizaciones que dependen del Estado o de los partidos políticos
para su financiamiento (McGann y Weaver, óp. cit.).
El énfasis puesto en el elemento de la autonomía, se refleja
en la noción de think tanks como «instituciones independientes,
organizadas para llevar a cabo investigación y generar conoci-
miento independiente y relevante desde el punto de vista de las
políticas» (Haass, 2002, p. 6). Esta noción limitada es coincidente
con la ocupada por Abelson: «Instituciones sin fines de lucro,
no partidistas (lo cual no significa no ideológicas) orientadas a
la investigación; uno de sus objetivos principales es influir en la
opinión y las políticas públicas» (2002, p. 12). Ambas definicio-
nes reflejan el hecho de que para los estadounidenses los think
tanks requieren independencia o autonomía del Estado y de los
intereses privados, con el objetivo de generar pensamiento libre
(McGann y Weaver, óp. cit.). Por lo tanto, ambas definiciones no
son aplicables a contextos distintos a los angloamericanos. Por
su parte, la noción amplia de think tanks se dirige a instancias de
trabajo intelectual en equipo, que concentran la inteligencia de
expertos y académicos encargados de analizar y formular vertien-
tes de pensamiento político nacional e internacional (Parraguez,
2001, pp. 164 y 165), o como institutos de investigación, ong y
organizaciones privadas, todas ellas sin fines de lucro, orientados a
la investigación en temas públicos y (o) la promoción de políticas
públicas, con el fin de influir sobre el proceso de formulación de

245
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

las mismas (Uña et ál., 2004, p. 7). Ambas caracterizaciones de


think tanks son visiones demasiado amplias, en las que pueden
calzar otras entidades que realizan este trabajo, como por ejem-
plo, centros de investigación de universidades, grupos de interés
u otras organizaciones de la sociedad civil.
Una definición más operacional –y que será usada en este
trabajo–, es la que considera a los think tanks como un «grupo de
expertos o centro de estudios que funcionan en los márgenes de
los procesos políticos formales de una nación y cuyas ideas dan
forma a los programas políticos y gubernamentales, definiendo
el perfil de los debates políticos a todo nivel». (Molina e Iglesias,
2005, p. 3).

1.1. De la influencia, pasando por el impacto para


llegar a la definición de sus funciones
Si bien la discusión sobre el significado de los think tanks
ayuda a comprender para qué sirven o, más específicamente,
qué funciones cumplen en los sistemas políticos nacionales e
internacionales, otra vez se hace necesario detenernos a precisar
conceptos porque, al estudiar la influencia de los think tanks, se
hacen observaciones «generalizadas y con frecuencia infundadas»
sobre su impacto en las políticas públicas, que poco ayudan a
entender cómo se relacionan con el público y cómo los responsa-
bles de formular políticas influyen en la agenda política nacional
(Abelson, 2006, p. 15). Paralelamente, surge un problema meto-
dológico, cual es medir cuantitativamente la influencia ejercida
por los think tanks y el impacto específico que han tenido en un
escenario particular de debates políticos (Steelman, 2003, p. 165).
Una alternativa es seguir a Abelson (2006) quien analiza la
influencia de los think tanks sobre las políticas públicas a partir de
un enfoque holístico, como una serie de conversaciones que tienen
lugar –con frecuencia de manera simultánea–, entre múltiples acto-
res en entornos de política distintos. En este modelo, la influencia
no se encuentra ligada a los resultados de política específicos, sino
que se logra a través de la interacción e intercambio entre varios
participantes, los cuales se encuentran directa o indirectamente
involucrados en el proceso de formación de políticas. Asimismo,
246
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

se busca identificar la existencia de grados y niveles de influen-


cia, reconociendo que hay individuos y organizaciones que, en
virtud de su experiencia y sus conexiones con personas claves en
la formulación de políticas, se encuentran «bien capacitadas y
posicionadas para ejercer influencia, tanto sobre el entorno en el
cual se formulan las políticas como sobre las decisiones específicas
sobre las mismas» (2006, p. 23). Así se reconoce que con cualquier
tema importante en materia de política, existen cientos de organi-
zaciones, incluyendo los think tanks, que intentan transmitir sus
ideas a los responsables de formular políticas, considerando una
multiplicidad de actores que intentan influir el medio en el cual
se toman las medidas sobre políticas. A partir de esta noción de
influencia se analiza la capacidad de intervención de los think tanks
en el proceso de formulación de políticas públicas, distinguiendo
dos posibles enfoques, cualitativo y cuantitativo, los cuales no son
excluyentes. (Ver cuadro n°1 en la página siguiente).
Este enfoque permite analizar los think tanks desde una
perspectiva integral, al otorgar mayor comprensión del rol de
los mismos en el proceso de formulación de políticas públicas y
su impacto mediático. Permite distinguir en qué parte del ciclo
de las políticas algunos think tanks se muestran más activos y
al tiempo que se puede detallar la naturaleza de sus aportes y el
impacto mediático de los mismos. El modelo holístico reconoce
que la influencia puede producir un think tanks de diferentes
formas y en distintas etapas del ciclo de una política. De esta
manera, el enfoque obliga a los académicos a pensar acerca de la
influencia sobre las políticas, en términos de «cómo esta puede ser
fomentada con el transcurso del tiempo por parte de diferentes
individuos y organizaciones actuando aisladamente, trabajando en
conjunto o de forma coordinada con los diferentes responsables
de formular políticas» (Abelson, 2006, p. 22). Al mismo tiempo,
ofrece información respecto al marco temporal en que se produce
tal influencia, admitiendo que pueden existir grados y niveles de
influencia, y determinando, en último término, quién ejerce la
influencia y bajo qué condiciones se logra.

247
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

Cuadro N° 1: Enfoque holístico en el estudio de los think tanks.

Tipo Análisis Ventaja Desventaja


Provee información sobre:
- La exposición de los think
- Consume mucho
tanks en la prensa escrita y en
tiempo.
los medios televisivos.
- La exposición
Cobertura - Aquellos think tanks que son
mediática no ilustra
Cuantitativo

más activos o relevantes en lo


mediática sobre la naturaleza y
referente a fijar los parámetros
el alcance de la in-
de los debates sobre políticas
fluencia de los think
públicas.
tanks.
- Las tendencias ideológicas de
los think tanks.
No otorga infor-
Testimonios Provee información sobre
mación si los testi-
aquellos think tanks conside-
ante el monios de los think
rados como más relevantes en
Congreso tanks son considera-
determinados temas.
das útiles.

- El acceso a los
diferentes niveles del
Contactos Gobierno, lo que no
Permite explicar por qué algu-
Cualitativo

personales garantizan ejercer


nos think tanks son capaces de
con los influencia en las
contar con un mayor acceso a
responsables políticas
diferentes etapas del proceso
de tomar - Dificultad de ac-
de formulación de políticas.
decisiones ceder a información
sobre contactos in-
terpersonales.

Fuente: Elaboración propia según Abelson, 2006, p. 30-38.

Por otro lado, pese a las dificultades para cuantificar de ma-


nera certera el impacto directo que tienen los think tanks en la
toma de decisiones y en la formulación de la política nacional e
internacional (Parraguez, 2001, p. 166), se han podido identifi-
car tres tipos de impactos que generan estos centros dentro de la
sociedad: en primer lugar, un impacto teórico, estableciendo el
clima intelectual; por otro lado, un impacto político, preparando
a la gente para que tome posiciones críticas frente al Gobierno; y
por último, desarrollando y promoviendo una política específica
(Sherwood, 2002, p. 542). Los impactos sin embargo tienden a ser
medidos de forma distinta en países donde está institucionalizado

248
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

su rol, como es el caso de ee. uu. y los países en desarrollo, donde


los contextos donde se mueven están caracterizados por inesta-
bilidad política, económica y social, una alta rotación a nivel de
responsables de formular políticas públicas, falta de mecanismos
institucionalizados para la interacción entre sociedad civil y Esta-
do, corrupción, poca demanda de investigación, escasa capacidad
gubernamental, lo que sumado a limitaciones internas tales como
asegurar un financiamiento constante para mantener las áreas de
trabajo, una tensión lógica entre el trabajo con fondos del Estado
y la necesaria independencia que el trabajo académico requiere,
hacen más difícil cuantificar el impacto de los think tanks (Braun
et ál., 2006, p. 70).
Esto último se entiende mejor cuando separamos los factores
endógenos, esto es capacidades organizacionales, y exógenas, es
decir, que están fuera del control directo de los think tanks. Este
ejercicio es abordado en el cuadro siguiente:

Cuadro N° 2: Factores que influyen en el estudio de los think tanks.


Definición Tipo Definición Elementos de análisis
Forma en que los líde- Gobierno organiza-
Liderazgo res definen y redefinen cional
y gestión sus objetivos, admi- Financiamiento
institu- nistran los recursos
cional para alcanzar las metas
establecidas Recursos humanos

Capacidades
Características de Selección de temas de
organizacio-
investigación en las investigación
nales de los
Factores endógenos

think tanks Gestión etapas de las políticas


de la y forma en la que evo- Proceso de investiga-
para incidir ción
en políticas investiga- lucionan internamente
públicas, ca- ción (cambio en el perfil de
investigadores o a nivel Características de la
racterísticas
de financiamiento) investigación
específicas de
su estructura
Estrategias y herra-
organizacio-
mientas para la comu-
nal e institu-
Analiza cómo las co- nicación institucional
cional
municaciones ayudan a y para la difusión de la
Comuni- investigación
acortar la brecha entre
cación
la investigación y las
Relaciones con los
políticas
responsables de formu-
lar políticas y con otros
actores importantes

249
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

Límites contextuales, resultado de la realidad so-


Variables
cial, económica y política de los países donde ope-
Fuera del estructu-
ran los think tanks. Determinan los límites viables
control di- rales
a los objetivos que pueden aspirar a alcanzar
recto de los
Factores exógenos

think tanks y
Demanda política para
que afectan
la investigación
a su entorno Determinan la posibi-
operativo, ya lidad de que los think Apertura de la partici-
sea de forma Variables tanks tengan influencia pación ciudadana
positiva o político- sobre las políticas: pro-
negativamen- institu- cesos políticos a nivel Oportunidad para que
te, en dife- cionales nacional que conducen se tenga un impacto
rentes niveles a la contracción de la sobre las políticas
y grados agenda gubernamental
Grado de capacidad
gubernamental

Fuente: Elaboración propia según Braun et ál., 2006, pp. 75-78.

La combinación de factores endógenos y exógenos permite


abordar casos nacionales en países en desarrollo. Sin embargo,
estos factores requieren ser relacionados con las funciones que
pueden desempeñar los think tanks y para ello utilizaremos las
que señalan Baier y Bakvis (2006, pp. 58-60).

Cuadro N° 3: Funciones de los think tanks.

Funciones Descripción
Los think tanks son utilizados selectivamente por el Go-
bierno de turno para brindar una justificación intelectual
o científica de las políticas y suministrar asesoramiento
en materia de políticas públicas

Legitimadores Los think tanks ideológicamente afines pueden propor-


de políticas cionar los recursos de política y parte de la credibilidad
necesaria para cambiar el rumbo del gobierno

Determina el grado de involucramiento en el proceso de


políticas públicas, y la presencia de un vínculo más direc-
to entre el think tanks y los actores políticos

Por medio de la realización de actividades, seminarios o


Espacio de eventos los think tanks pueden proporcionar un entorno
retiro y caja de grato para que los responsables de políticas reflexionen,
resonancia propongan y experimenten con nuevas ideas, recibiendo
comentarios de audiencias receptivas y críticas

250
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

Los think tanks pueden elaborar, difundir y adaptar las


propuestas de un sector político o de un candidato ante
la falta de estructuras de este tipo al interior de los parti-
Soporte de dos tradicionales
la actividad Los think tanks (ligados con la actividad política) pue-
política den ser conductos financieros al encauzar recursos y
donaciones, no sujetas a las mismas restricciones que las
campañas, hacia partidos, candidatos y hacia el personal
que se desea mantener empleado entre elecciones
Los think tanks sirven como soporte a las redes de ex-
pertos que cuentan con una afiliación partidaria

Redes de Una red o una serie de redes interconectadas, puede con-


conocimiento tribuir al desarrollo de una base de apoyo a una posición
partidaria e incentivar a la participación de individuos
calificados e interesados que de otra manera no se inclui-
rían en actividades partidarias
Fuente: Elaboración propia según Baier y Bakvis, 2006, pp. 58-61 y Uña,
2006, pp. 188 y 189.

Estas funciones pueden contribuir a entender la relación entre


think tanks y partidos políticos, que es crucial para el objetivo de
este trabajo. Así se ha argumentado que en el mundo existen arti-
culaciones muy diferentes entre ellos. En países como Alemania,
los partidos generaron potentes think tanks internos que juegan
un rol importante en la elaboración del programa de gobierno;
en Inglaterra, los partidos acuden a think tanks externos para
nutrir sus agendas y mejorar calidad de sus políticas públicas; en
otros casos, como en Canadá, existe una amplia e influyente red
de centros de investigación y «usinas de ideas», cuya influencia
sobre los partidos es indirecta; son los think tanks los que operan
directamente sobre la opinión pública instalando problemas y
alternativas de políticas, mientras que los partidos incorporan
esas ideas a partir de la reacción del público. En los dos primeros
casos, partidos y think tanks cooperan, en el último, los partidos
tienden a percibir a los think tanks como competidores (Uña,
2006, pp. 296 y 297).

251
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

1. 2. Tipos de think tanks


Más allá de la ambigüedad del concepto think tanks, es ne-
cesario tener presente que la construcción de tipologías aspira
a un ideal estandarizado el cual puede diferir en la realidad, ya
que probablemente ninguno se ajuste completamente al ideal que
presentan distintas categorías (Ver Cuadro N°4)
Para cada uno de estos tipos ideales de think tanks, McGann
y Weaver (2002) han identificado tipos híbridos, que corresponden
a organizaciones que cumplen dicho rol, pero sin caer dentro de
esta categoría y que son particularmente comunes en Europa,
Asia y América Latina, entre otras razones por la débil tradición
filantrópica para la investigación en ciencias sociales, la afinidad
entre empresarios y Gobierno, y porque existen otras agencias
que cumplen el rol de think tanks. (Ver Cuadro N°5)
La principal ventaja de estos subtipos híbridos es su aplica-
bilidad en contextos distintos a los angloamericanos, como el
latinoamericano y específicamente el chileno. En efecto, cuando
se consideran los cuatro tipos que proponen McGann y Weaver:
universidades sin estudiantes; investigadores contratados; centros
de militantes; y think tanks de partidos políticos, se hace más fácil
abordar nuestro caso, que veremos a continuación.

2. THINK TANKS EN CHILE


En América Latina los think tanks aparecieron a inicios de la
década de 1960 (Bellettini, 2005, p. 2), jugando un rol creciente
en el establecimiento de la agenda intelectual, organizando la
evolución pacífica hacia la democracia y guiando las reformas
económicas. Como ya se ha mencionado, el tipo más común que
ha estado en este proceso son los think tanks híbridos (McGann
y Weaver, 2002).
Un primer impulso para la creación de think tanks fue pro-
movido por fundaciones norteamericanas –Fundación Ford y
Rockefeller, entre otras–, así como también los programas de
asistencia extranjera de los Estados Unidos. Estas instituciones
financiaban el soporte institucional de universidades y programas

252
Cuadro n° 4: Tipos de think tanks.

Establecimiento Condiciones
Tipo Personal Investigaciones Productos Financiamiento
de agenda facilitadoras

Ponen acento en la calidad de la investiga- Tradición o cul-


Credenciales
ción y en el trabajo de sus académicos. Monografías y ar- Corporaciones, tura filantrópica
Universidades académicas de Investigadores y funda-
Sus investigaciones son objetivas y creíbles. tículos en revistas fundaciones, que sostiene la
sin estudiantes prestigiosas uni- ciones que los financian
Prima más la rigurosidad científica por académicas individuos idea de expertos
versidades
sobre la relevancia política. no partidarios

Credenciales Ponen acento en la calidad de la investiga- Agencias gu- Apoyo guber-


Reportes a las agen-
Investigadores académicas de ción y en el trabajo de sus académicos. Agencias de Gobierno bernamentales namental para
cias de Gobierno y
contratados prestigiosas uni- Sus investigaciones son objetivas y creíbles. y clientes y (o) empresas la investigación
otros clientes
versidades Tienen mayor relevancia política. privadas política

Más que generar investigación original,


Escritos enfocados en
estas instituciones adoptan ciertos temas Combinan una fuerte
Formalmente un tema particular Fuentes ligadas
anclas y aprovechan resultados de investi- carga ideológica y par-
Centros independientes, Buscan influir en los a estos inte- Fundaciones,
gaciones existentes. tidista, con un poderoso
militantes pero ligados a medios de comuni- reses: empresas y
Se relacionan con vindicaciones particu- aparato publicitario

253
(advocacy) agrupaciones ideo- cación y en poder corporaciones, grupos que los
lares, percibidas como reflejo de valores destinado a influir en el
lógicas o intereses instalar temas defini- fundaciones o apoyen
inflexibles más que un análisis objetivo, debate público. Líderes
particulares dos como de «interés individuos
pudiendo ser ignorados por gran parte de de la organización
público»
su potencial audiencia.

Necesidades del partido


y plataforma partidaria.
Autoridades, mili-
Una pequeña parte
tantes y políticos.
Su trabajo es directamente útil a los políti- de su trabajo está de-
Personas que
cos (proveedores de discurso). dicado a su labor de Financiamiento
tienen fidelidad
Think tanks La filiación partidaria limita la objetividad, Reportes y trabajos think tanks, aunque Partido o sub- gubernamental
partidaria. Orga-
de partidos credibilidad e independencia. para un partido en general constituyen sidios guberna- de investigación
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

nizados en torno
políticos Cuando el partido político no está en el político poderosos laboratorios mentales para partidos
a los partidos
poder, su capacidad de acceso e influencia de ideas, pues trabajan políticos
políticos, pero
a los fabricantes de política es nula. directamente con las
intelectualmente
elites partidarias, los
autónomos.
ministerios y los repre-
sentantes elegidos.

Fuente: Elaboración propia según Weaver (1989), McGann y Weaver (2002) y Gárate, 2008
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

Cuadro N° 5: Subtipos de think tanks

Tipo Subtipos Características


Independencia desde las univer-
sidades.
Universidades Centros de investigaciones
Autónomos en financiamiento,
sin estudiantes de universidades
establecimiento de la agenda y en
la elección del personal.

Agencias con fines de lucro, pero


Firmas consultivas formalmente se organizan bajo la
categoría de sin fines de lucro.
Independencia formal del Go-
Agencias de investigación
Investigadores bierno, en el establecimiento de
del gobierno o buró (ej.
contratados la agenda, financiamiento y en la
departamentos de estudios
difusión de los resultados de sus
de ministerios)
investigaciones.
Comisiones de investiga-
Independencia formal del Go-
ción de Gobierno tempo-
bierno.
rales
Organización no lucrativa exenta
de impuestos; destinan recursos
para investigación, usando crite-
Grupos de interés rios de objetividad e integridad
en la realización y presentación
de sus resultados de investiga-
Centros ción.
militantes
Usa un porcentaje de sus recur-
sos a investigaciones, las que
Organización no guberna- se caracterizan por criterios de
mental de interés público objetividad y exhaustividad en la
realización de informes y resulta-
dos de investigación.
Separación formal de la estruc-
Think tanks Departamentos de inves- tura de partido político al cual
de partidos tigación de los partidos se asocia, independencia en el
políticos políticos establecimiento de la agenda y de
las conclusiones políticas.
Fuente: Elaboración propia según McGann y Weaver, 2002, pp. 8-11.

académicos, lo que generaba poca independencia de investigación.


Un segundo impulso se generó a partir del financiamiento europeo,
donde la mayoría de los think tanks se caracterizaban por una
moderada tendencia hacia la izquierda, concentrándose en temas
sociales más que económicos. Alemania jugó un rol importante
en subvención ideológica, orientando la investigación por medio
de sus fundaciones políticas, como la Fundación Konrad Aden-

254
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

auer y la Fundación Friedrich Ebert, además de la Iglesia católica


(Sherwood, 2002, pp. 534-537).
Un tercer impulso a la creación de este tipo de organizaciones
fue determinado por la expulsión de importantes académicos por
parte de los regímenes autoritarios latinoamericanos y la interven-
ción de las universidades. En este sentido, la Iglesia jugó un rol
central, patrocinando investigaciones fuera de las universidades,
haciendo circular las mismas de forma privada y enfocando las
discusiones sobre un grupo de élite. Según Bellettini (2005), el
papel más visible que tuvieron los think tanks en marcar el camino
político de un país, se encuentra en el caso de Chile, puesto que
a principios de 1980 fueron creadas gran número de estas insti-
tuciones –varias de ellas jugando un rol clave en la investigación
y en el análisis del contexto sociopolítico–-, las que, finalmente,
apoyaron a la coalición política que aseguró el voto por el No en
contra de Pinochet. Durante este período los think tanks dependían
principalmente de los recursos extranjeros, una segunda fuente de
financiamiento eran consultorías y servicios que pudieran vender
a empresarios, orientados sobre todo al ámbito económico.
A partir de 1980, se establecieron centros militantes, con una
tendencia menos académica, orientados en un tema particular
como medioambiente y derechos humanos, entre otros. En este
contexto la Fundación Atlas y la Fundación Konrad Adenauer
jugaron un importante rol en el soporte ideológico en este tipo
de centros, que se mantiene hasta la actualidad. La primera,
activamente asiste el desarrollo del libre mercado orientando a
think tanks en todo el mundo. La segunda juega un rol relevante
en el soporte financiero e ideológico de centros ligados al partido
democratacristiano en todo el mundo (Sherwood, 2002).
En los últimos años del Gobierno autoritario, los intelectua-
les desempeñaron un papel vital en la transición democrática.
Los centros de políticas y los intelectuales ayudaron a las recién
conformadas fuerzas de oposición a superar sus divisiones y a
proveerles de una visión estratégica, tal como menciona Manuel
Antonio Garretón, refiriéndose al programa de talleres del ced
del período (Centro de Estudios para el Desarrollo): «hizo que
los demócratas cristianos se dieran cuenta de que los socialistas,
255
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

al menos al nivel técnico, no eran unos brutos, y la izquierda


se dio cuenta que los demócratas cristianos no eran fascistas».
(Bellettini, 2005, p. 8). Por el lado estratégico, los intelectuales
propusieron a los políticos de oposición posponer la lucha por
comicios libres y participar, en cambio, en el plebiscito donde se
decidiría si el general Pinochet podría permanecer en el poder
por ocho años más.
Con el retorno a la democracia (1990) muchos de los líderes
de esos think tanks tomaron posiciones en el Gobierno, mientras
que las universidades se abrieron a los científicos sociales y vol-
vieron a la investigación y los centros militantes se han mantenido
y enfocado en temas variados como género y justicia (Sherwood,
2002, pp. 534-539).
En este sentido, desde la recuperación de la democracia los
presidentes de la república de la Concertación recurrieron, no solo
a los partidos políticos sino a los centros de pensamiento a la hora
de reclutar a su personal político (Fernández, 2010), reorientando
su «acción hacia la promoción de ideas e innovación pública y,
sobre todo, de la agenda sobre reformas del Estado» (Moreno,
2010, p. 109). Sin embargo, estos centros de pensamiento se vieron
enfrentados a dos problemas: primero, al emigrar sus principales
investigadores a cargo en el nuevo Gobierno pierden el espacio
ganado y, segundo, van perdiendo el apoyo financiero de los orga-
nismos internacionales y sus antiguos integrantes, ahora instalados
en el ejecutivo, no brindaron el respaldo financiero necesario
para darles continuidad a buena parte de ellos (Huneeus, 2003).
En este contexto, los centros de estudios se desplazaron hacia
nichos no tradicionales de acción, producto de tres circunstancias
concomitantes: 1) «La pérdida de protagonismo de los partidos
políticos en tanto plataformas programáticas»; 2) «la debilidad
de la capacidad del legislativo frente al ejecutivo para generar y
proponer políticas», lo que influencia a los congresistas a buscar
apoyo y asesoría en los centros de estudio; y 3) la relación «sim-
biótica que se produce entre Gobierno, tecnocracia y think tanks».
(Moreno, 2010, p. 109).
Así, durante los 20 años de la Concertación (1990-2010) y
frente la ausencia de una política pública que apoyara su sus-
256
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

tentabilidad, algunos centros de estudios se fueron convirtiendo


«en consultoras estatales cuando no en portaaviones, de los que
despegan y aterrizan los funcionarios de Gobierno», a lo que se
suma las plataformas creadas por los ex presidentes en calidad
de fundaciones, como una forma de mantener su vigencia (Fer-
nández, 2010).
Aunque aún es temprano para afirmarlo, la situación descrita
anteriormente ha sido distinta en la administración de Sebastián
Piñera (2010-2014), donde los equipos ministeriales conforma-
dos por expertos provenientes del Instituto Libertad y Desarrollo
(Rivas, 2010), Instituto Libertad y Fundación Jaime Guzmán, no
parecen haber perdido el espacio político dentro de la derecha y
han tenido la capacidad de reclutar a nuevos técnicos-políticos
(Fernández, 2010).

3. Centros de pensamiento
y de formación del pdc
El Partido Demócrata Cristiano ha tenido un fuerte impacto
en la historia política de los últimos 50 años en Chile. Dos hitos
así lo demuestran. En primer lugar, el reemplazo de los radicales
por la Democracia Cristiana, es para varios autores la causa que
explica la caída del régimen democrático existente hasta 1973
(Valenzuela, 1978; Sigmund, 1980), ya que el pdc nunca des-
empeñó bien su «papel mediador» y el «vacío de centro» que se
generó fue el «preludio» del quiebre de la democracia (Sartori,
1987, p. 202), ya que en los años del gobierno dc (1964-1970)
se articularon los tres bloques electorales, que buscaron resolver
la contradicción entre acumulación y distribución en la sociedad
chilena (De Riz, 1979, p. 197). El segundo hito está en la llamada
«tesis Aylwin», que sostuvo dicho ex presidente en 1984, en torno
a acatar la Constitución de 1980 como un «hecho», con lo cual,
y sin desconocer la ilegitimidad de la misma, se asumía el marco
institucional que la carta fundamental estableció (Jocelyn-Holt,
2000, pp. 124 y 125) y con ello modeló la «transición» o más
bien redemocratización.

257
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

Si bien en otros trabajos hemos analizado al pdc (Navarre-


te, 2002 y 2005) es importante para los efectos de este trabajo
asociar la idea de decadencia que enfrentaría este partido y rol
de los centros de pensamiento para enfrentar el mismo. En efecto
«profetizar la decadencia de la Democracia Cristiana ha sido el
erotismo secreto de la derecha desde los años 40 y la frustración
de la izquierda desde los 60» (Saffirio, 1999, p. 68). A nivel inter-
nacional se ha profetizado lo mismo de este partido, que está a
«punto de desaparecer por completo del paisaje político» (Portelli,
2000, p. 2), o en palabras del historiador inglés Martin Conway,
la dc «ahora es objeto del estudio histórico más bien que una
realidad contemporánea» (Bale, 2005, p. 380) Estas tesis olvidan
que las repercusiones electorales de la crisis de representación
que afecta a los partidos tradicionales han resultado más bien
limitadas; quienes han sostenido lo contrario expresan más bien
un «estado de ánimo» que no se condice con los datos electorales
y asume la convicción de que a Chile se le aplican todo tipo de
teorías, reglas y experiencias válidas en el resto del mundo. No
extraña que la mayoría de las explicaciones sean funcionalistas:
las causas son explicadas por resultados, que se extienden desde
la industrialización al liberalismo, incluyendo la secularización,
el socialismo y la modernidad (Kalyvas, 1998, p. 294). Más lo-
calmente, está la tendencia de sus militantes, y muy en especial
de sus dirigentes y candidatos a estos cargos, a dramatizar los
males de la dc (Arriagada, 2002, p. 2). También debemos agregar
la desconfianza que genera un partido que ocupa el centro. En
palabras de Bobbio (1996, p. 57), la izquierda lo percibirá como
una derecha disfrazada y esta, a su vez, lo definirá como una
izquierda que tiene miedo de asumirse como tal.
Ambos diagnósticos, decadencia y desconfianza tienen un dato
duro que es obvio para cualquier observador, cual es que desde
mediados de los 90 se ha producido un deterioro de la imagen
del pdc en la mayoría de las dimensiones políticas relevantes:
liderazgo, credibilidad, transparencia y confianza. No obstante, se
le reconoce como necesario para la gobernabilidad y estabilidad
del país por su moderación y respeto por los valores tradicionales
(Cortés, 2002, p. 1).
258
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

En términos electorales es perfectamente demostrable el


descenso del pdc, que para Huneeus (2002) es producto de su
incapacidad para renovar y ampliar su élite dirigente y para
enfrentar la competencia bilateral representada por la Unión
Demócrata Independiente (udi) en la derecha y el Partido por la
Democracia (ppd) por su izquierda. A lo anterior se debe sumar
la obsolescencia programática del partido, los problemas de li-
derazgo «que muchas veces conducen a las directivas a actuar en
beneficio propio y no del partido, y la falta de un criterio eficiente
para la conformación de las listas parlamentarias» (Morales y
Poveda, 2007, p. 130). En este contexto, Huneeus afirma que nada
más ilustrativo de esta situación es lo acontecido con el Instituto
Chileno de Estudios Humanísticos (icheh), entidad que durante
el periodo autoritario, tuvo una importante labor en el avance a
la democracia, pero con la llegada de esta decayó bruscamente
en su actividad y su dirección no tuvo la energía, «ni tampoco la
imaginación, para identificar las nuevas tareas que debía enfren-
tar» (Huneeus, 2002).
Así expuesto cabe plantearse otra vez ¿qué rol jugaron los
centros de pensamiento en el proceso de decadencia, descon-
fianza y caída de su poder electoral y de escaños? Para abordar
esta pregunta primero debemos contar los centros de estudios y
para esto utilizamos a la Organización Demócrata Cristiana de
América (odca, 2007), quien dice que en Chile se identificaban
ocho centros que funcionaban como institutos de formación del
pdc: Instituto Chileno de Estudios Humanísticos (icheh), Cor-
poración Nuevas Generaciones, Centro de Estudios Laborales
Alberto Hurtado (celah), Centro de Estudios y Gestión para
el Desarrollo (cegades), Corporación Justicia y Democracia,
Fundación Eduardo Frei Montalva, Corporación de Promoción
Universitaria (cpu) y el Centro de Estudios para el Desarrollo
(ced). Paralelamente, algunos de estos centros participan en la
Comunidad de Formación Humanista Cristiana formada por el
PDC a través del icheh, la cpu, el celah, la cas y el cegades y
con la colaboración de la Fundación Konrad Adenauer.
Como se ha adelantado, en este trabajo solo se analizarán
cuatro: cpu, icheh, ced y cas. El interés de estudiar estas or-
259
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

ganizaciones radica en que pese a que surgen en un contexto


diferente, cada una responde a una necesidad específica del mo-
mento: educación y reforma universitaria (cpu), mantención del
pensamiento democrático de inspiración humanista cristiana en
época de dictadura (icheh), proposición de las bases programá-
ticas para una nueva concertación social, económica y política
(ced) y como respuesta a la necesidad de llevar a cabo una gestión
ambiental sustentable (cas). Además estos centros se relacionan,
ya sea como beneficiarios de la Fundación Konrad Adenauer
(cpu, icheh y cas) o como parte de los centros de formación del
pdc (cas, cpu, icheh y ced), lo que se evidencia en el plan de
formativo del partido.
Esto nos da cuenta de una relación ideológica de estos centros
con los postulados de la Democracia Cristiana, sin embargo nada
dice que estas instituciones cumplan el rol de think tanks con el
partido democratacristiano.
Lo que tienen en común los cuatro centros seleccionados es
que todos han formado militantes en el PDC y muy especialmente
en períodos electorales (entrevista a Acuña, 08.01.11).

3.1. Corporación de promoción universitaria


(cpu)
Según el director ejecutivo de la cpu, Eduardo Hill, si se usa
la definición estricta de think tanks, como centro de investigación
y formulación de políticas públicas, la cpu, no cumpliría con la
definición. La cpu que fue constituida en 1968, como persona
jurídica de derecho privado y sin fines de lucro, con el propósito
de contribuir al desarrollo armónico del país. Es financiado por
la Fundación Konrad Adenauer desde 1967, bajo su programa de
cooperación internacional. Sin embargo, como señalamos en las
primeras páginas de este capítulo, la fka, tras un proceso paula-
tino, el 2008 eliminó en forma definitiva el financiamiento que le
entregó tras largos años, lo que llevó a la cpua vender parte de sus
propiedades, debiendo presentar proyectos para autosostenerse
(entrevista a Hill, 2006).

260
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

Según Hill, la relación entre la cpu y el pdc no ha sido


particularmente fácil, debido a que la dc ha tendido a buscar el
control de la cpu, en función de los recursos que obtiene de la
fka, como una instancia que colabore a sus actividades. Afirma
que la cooperación de la cpu, más que dirigirse al pdc fue al go-
bierno de Aylwin, ya que a fines de 1980 y principios de 1990, la
cpuempieza a prestar especial atención al proyecto de educación
que tendría el gobierno de Aylwin.
Luego, la cpu ha participado en la capacitación de actores
políticos a nivel local: alcaldes y concejales, funcionarios muni-
cipales y juntas de vecinos, para promover desarrollo comunal
y regional, con el objetivo de impulsar la descentralización del
Estado y de la participación de la comunidad en torno a la ges-
tión de sus intereses (fka, s/a pp. 26-28). Al mismo tiempo, ha
promovido la modernización del sistema judicial, impulsando la
reforma procesal penal, en conjunto con la Facultad de Derecho
de la Universidad Diego Portales y la Fundación Paz Ciudadana
(Sherwood, 2002, p. 544), así en el último tiempo, su participación
o impacto en las políticas públicas se restringe a este elemento.
Los grupos objetivo de la cpu son los decisores políticos a
nivel de Gobierno, el Congreso y de los partidos, universidades y
estudiantes, municipios y sus asociaciones, organizaciones sociales
a nivel comunal, instituciones académicas y comisiones técnicas
de los partidos políticos. Las actividades de la cpu comprenden
trabajos de investigación, informes y comentarios técnicos, rondas
de expertos, talleres, actividades de formación, envío de expertos
a grupos de trabajo y de asesoría, la elaboración de proyectos de
ley y publicaciones, dentro de esto último, destaca la publicación
semestral de la revista Estudios sociales desde 1973.

3.2. Instituto chileno de estudios Humanísticos


(icheh)
El icheh, surge en 1974, siguiendo el legado del Instituto de
Estudios Políticos (idep), fundado en los años 60 por personali-
dades democratacristianas y que fue cerrado por la Junta Militar
en 1973. El icheh nació de manera oculta, con una figura jurídica
261
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

de derecho eclesiástico, vinculada con la Iglesia católica (entre-


vista a Boye). Históricamente, el principal sostenedor del icheh
ha sido la fka, por medio de financiamiento de proyectos, los
cuales se ajustan «a las prioridades de la fundación» (entrevista
a Wittelsbürger, 2006).
Según el presidente ejecutivo del icheh, Otto Boye (entrevis-
ta, 2006), este organismo no es un think tanks, pese a que haya
jugado en varias ocasiones ese rol, «porque se le ha encargado
muchas veces tareas de pensar algunos temas, reflexionarlos
entregarles estos materiales a instancias del Gobierno y también
partidarias» esta tarea no es la tarea prioritaria del centro. Sin
embargo, Jorge Maldonado (entrevista, 2006), coordinador del
área de capacitación, asesorías parlamentarias y municipales del
icheh, afirma que este instituto sí cumpliría con el rol de think
tanks. Según Maldonado, desde su creación el icheh fue el espacio
donde se preservó el pensamiento humanista cristiano y el trabajo
político de formación de la dc, «el icheh desde su nacimiento
tiene este sentido de ser el espacio de pensamiento, desarrollo, de
generación de liderazgos nuevos, así que yo creo que sí coincide
con ese concepto».
Según Maldonado, durante el período autoritario el icheh
fue un espacio de reflexión de la dc y de formación de sus cuadros
técnicos y políticos que asumieron la tarea de recuperación de la
democracia. Mientras que en el contexto de redemocratización y
democracia este se ha centrado en la capacitación de militantes
del pdc, tanto a nivel masivo como a dirigencias y líderes, prepa-
rando, a esto últimos, para responsabilidades de dirección. Ade-
más, ha realizado tareas de asesoría parlamentaria de la bancada
democratacristiana, a alcaldes y concejales, con el objetivo de la
formación de opinión calificada para orientar la acción de líderes
y desarrollando un análisis crítico de las políticas públicas. Por
último, el icheh ha colaborado en la definición de la posición
del pdc frente a nuevos temas sociopolíticos (entrevista, 2006).
En este contexto, respecto al rol del icheh como apoyo legis-
lativo se pudo observar que de tres senadores consultados (de seis)
dos habían recurrido a esta institución en torno al tema de pro-
puesta de política en materia de sistemas electorales y educacional.
262
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

Pese a que este instituto ha apoyado al partido en tareas de


capacitación y desarrollo programático, en los últimos años, tal
como lo plantea Huneeus (2002, p. 9), el icheh, ha venido sufrien-
do un fuerte debilitamiento, con el advenimiento de la democracia
el «desempeño del icheh perdió en calidad, con lo cual no hizo
aportes sustantivos».

3.3. Centro de estudios para el desarrollo (ced)


El ced fue fundado por Gabriel Valdés, en 1981, con el
objetivo de hacer un diagnóstico del Chile de 1980 y para el
establecimiento de las bases programáticas para una nueva con-
certación social, económica y política. El ced representó, por un
lado, un punto de encuentro entre la izquierda democrática y la
democracia cristiana, de lo cual se desprende la articulación de
la oposición política y, por otro lado, levantó un puente entre
el mundo militar y civil, entre el mundo empresarial, político y
sindical con el objetivo de promover el retorno a la democracia
(entrevista a Jélvez, 02.04.06.
Durante el período autoritario, la principal función del ced
fue la articulación de una comunidad para pensar una salida al
Gobierno autoritario y la instauración de la democracia. En pala-
bras de Mauricio Jélvez, director ejecutivo del ced, en la década de
1990, el rol principal que jugó este centro fue consolidar a la Con-
certación, tanto en el espacio político, como técnico e intelectual,
para lo cual se instala en nichos temáticos que pudieran apoyar
la gestión del Gobierno: 1) comunicaciones, nuevas tecnologías
y sociedad, 2) fuerzas armadas y sociedad, 3) descentralización,
desarrollo local y participación ciudadana, 4) medio ambiente, 5)
seguridad ciudadana, y 6) área político estratégica, la cual presta
servicios de consultaría a ministerios (currículo institucional ced,
2006 y entrevista a Jélvez, 2007).
Según Jélvez, el ced cumpliría el rol de think tanks de par-
tido político. Este se sitúa en el nicho ideológico de la dc y del
pensamiento humanista cristiano, haciendo una «síntesis entre
doctrina, ideología y políticas públicas», sin embargo, afirma
que el ced no es un organismo parapartidiario, al momento de
263
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

no recibir financiamiento del partido, ni de la fka, «que es la que


normalmente financia la dc en Chile», además no hay una relación
de dependencia, de jerarquía, directa o indirecta de las autori-
dades parapartidiarias, pero es un centro de estudios que tiene
una vinculación evidente con el pensamiento democratacristiano
(entrevista a Jélvez). Tal vinculación se traduce en la militancia
en el pdc de los principales dirigentes del ced y la participación
de Mauricio Jélvez y Sergio Micco, director del ced (entre otros
miembros) en la Comisión Económica y Social (ces) del pdc,
como secretario ejecutivo y presidente del ces, respectivamente
(entrevista a Rincón).
Según, Ximena Rincón, en ese entonces vicepresidenta del pdc,
el ced desde el punto de vista logístico ha sido un gran aporte para
el pdc. El ced ha participado en la elaboración de minutas, papers,
discursos y propuestas que la gestión de la dcrequiere, las que po-
drían traducirse en iniciativas legislativas o de gobierno. Ella afirma
que en torno a la dc, «no se observa otro centro que cumpla el rol
que el ced realiza, los otros están consolidados en cumplir otros
roles, ya sea formación doctrinaria, impulsar proyectos específicos»
(entrevista personal, 2007. En la actualidad senadora pdc).
El financiamiento del ced se sustenta, básicamente en proyec-
tos, a partir de dos ejes: por un lado, la cooperación internacional
de organismos multilaterales, como el Banco Interamericano de
Desarrollo, Banco Mundial y la Fundación Ford y por otro lado,
la ejecución de proyectos a nivel público, tanto ejecutivo como
municipios, además, en una proporción marginal, el financiamien-
to privado (entrevista a Jélvez).

3.4. Corporación ambiental sur (cas)


La cas es una ong sin fines de lucro, creada el año 1994
en la ciudad de Puerto Varas, x Región de Los Lagos, la cual
surge «como una respuesta a la necesidad de llevar a cabo una
gestión ambiental sustentable, en el ámbito local»(cas, 2007).
Su preocupación central es el fomento de un desarrollo comunal
ambientalmente compatible en el contexto de la descentralización

264
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

o el crecimiento local en el sentido de la Agenda 21 local (folleto


de la Fundación Konrad Adenauer).
Desde 1993, la cas recibía el apoyo de la fka, y paralelamente
la corporación ha complementado su financiamiento con proyec-
tos de investigación. Sin embargo, en la actualidad, al igual que la
cpu y el icheh, la cas dejó de disponer de la ayuda financiera de
la fka, lo que ha influido en problemas para mantener su aparato
administrativo. En palabras de Mario Acuña, hasta mediados del
año 2010 la cas se financiaba con los remanentes de proyectos, y
desde ahí en adelante la corporación ha debido ajustarse financie-
ramente cerrando su oficina de Valdivia, disminuyendo la jornada
de trabajo y la planta (entrevista a Acuña).
Dentro de las tareas de la cas están la capacitación que, por
un lado, está dirigida a la población de las regiones del sur de
Chile, con el objeto de contribuir a crear conciencia ambiental, y
por otro, se dirige a la asistencia técnica y estratégica a los mu-
nicipios, con el objetivo de formulación de una política comunal
compatible con el medio ambiente. En este caso las actividades de
capacitación son divididas según el grupo objetivo en seminarios,
talleres y cursos referidos a una temática medioambiental espe-
cífica, técnicos especializados en educación y gestión ambiental
en misión a corto plazo, se realizan publicaciones y estudios. Por
otro lado, la cas ha participado en la generación y ejecución de
iniciativas ambientales a escala local, regional y nacional, reali-
zación de planes, proyectos y programas. Además, la corporación
ha ofrecido sus servicios de consultoría con el objetivo de brindar
asistencia técnica y apoyar la construcción de capacidades locales,
generando vínculos entre los diferentes actores y contribuyendo
de esta forma al logro del desarrollo ambientalmente sustentable.
Por último, cuando la cas realiza proyectos que pueden generar un
impacto en los medios de comunicación, se hacen conferencias de
prensa para obtener el máximo nivel de resonancia pública que el
tema ambiental requiere (folleto de Fundación Konrad Adenauer).
Por otra parte, Acuña afirma que aunque la cas se sitúa en el
nicho temático medioambiental, el pdc no le reconoce un rol insti-
tucional en este ámbito. Así también plantea que existe una relación
con la mesa del partido muy disminuida, pobre y casi inexistente.
265
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

En este contexto, respecto al rol de la cas como apoyo legis-


lativo se pudo observar que de tres senadores consultados (de seis
al 2009) solo uno recurrió a esta institución en torno al tema de
propuesta de política en materia ambiental. De hecho, esta temá-
tica, propia de este centro, ha sido abordada por la Organización
Demócrata Cristiana de América (odca) en el período que Guten-
berg Martínez la dirigió desde Chile (Urrutia, 2003 y odca, 1999).

4. Caracterización de los centros del pdc


Para avanzar en una clasificación de los centros de pensa-
miento del pdc, hemos utilizado la ya expuesta clasificación de
think tanks híbridos de McGann y Weaver (2002) y las variables
propuestas por Uña et ál. (2004) con el objetivo de caracterizar a
los centros estudiados y de esta manera poder dimensionar el rol
y la capacidad de influencia tanto en materias de política pública
como dentro del partido.

4.1. Personal
El personal estable que poseen los centros analizados es rela-
tivamente bajo (entre seis a 20 personas). El icheh y la cpu son
considerados como centros pequeños, mientras que el ced y la cas
como centros medianos, de lo cual se puede pensar que la capacidad
de investigación y producción es limitada, sin embargo hay que con-
siderar que aparte del personal estable, estos centros poseen un staff
de apoyo, los cuales se contratan en función de los requerimientos del
centro, hecho que incide en la modalidad de trabajo de estos centros,
donde una vez definidas las líneas de acción de cada año contratan
especialistas en la temática para realizar cada investigación.
Por otra parte, respecto a las características políticas, se puede
observar que el personal directivo de estos centros son militantes
del pdc. Eduardo Hill (cpu), Sergio Micco (ced) y Otto Boye
(icheh), además de ser militantes han participado en diversas
instancias del partido como en la Comisión Económica y Social
(ces) del pdc.

266
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

4.2. Investigaciones
El objetivo de estudiar las actividades y los productos fue
establecer los ejes principales a los cuales se abocan los centros
estudiados. En este sentido, era esperable que, independiente del
tipo de think tanks, sus actividades principales estén dirigidas a
la investigación y la organización de seminarios y conferencias,
como medios básicos para influir en los debates políticos y en las
políticas públicas.

Cuadro N° 5: Clasificación de actividades de los cuatro centros de


pensamiento.

cpu icheh ced cas

Investigación y
estudios espe- 9 9 9 9
cializados
Organización
de seminarios y 9 9 9 9
conferencias
Asesoramiento Municipios, Órganos
Ministerios,
y asistencia Municipios congresistas municipales
Gobierno
técnica DC y regionales
Funciona-
Funcionarios Liderazgos
rios munici-
municipales jóvenes,
pales,
Alcaldes organiza-
alcaldes,
Concejales Política, ciones co-
concejales,
Capacitación/ Organizacio- militancia munitarias
organi-
Formación nes locales y dirigencia locales,
zaciones
Democracia dc militantes
locales
Cristiana y dirigentes
militantes
Universitaria pdc
y dirigentes
(dcu)
pdc
Participación en
el proceso
de políticas 9 9 9 9
públicas
Promoción de
temas de interés 9 9 9 9
público

Fuente: Elaboración propia según McGann y Weaver (2002) y Uña et ál.


(2004) y entrevistas realizadas.

267
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

En el cuadro anterior, se puede observar que cada centro


desarrolla las actividades básicas de un think tanks, investigación
y organización de seminarios. Además se observa que todos los
centros desarrollan actividades de asesoría y asistencia técnica
a distintas esferas públicas, municipios, Congreso, ministerios y
Gobierno (hasta el 2010), lo cual indica claramente los ámbitos
de acción e influencia de estos organismos. Por otro lado, el de-
sarrollo de actividades de asistencia técnica y asesoría se puede
relacionar con la participación directa o indirecta de estos centros
en el diagnóstico y la elaboración de políticas públicas, principal-
mente a nivel ejecutivo y legislativo.
Por su parte, las actividades de capacitación y formación
demuestran las esferas de influencia de los centros: la cpu realiza
actividades de capacitación a distintos actores a nivel local, en
función del programa que busca impulsar la descentralización
como un área de prioridad del Partido Demócrata Cristiano y de
la Fundación Konrad Adenauer, además la cpu realiza actividades
de formación a la Democracia Cristiana Universitaria (dcu), con el
objetivo de recuperar militancia joven para el partido (entrevista a
Wittelsbürger). El icheh, se enfoca principalmente en la formación
política tanto a nivel de militancia como de dirigencia, según los
valores del humanismo cristiano y principios democratacristianos.
Por su parte, las actividades del ced están dirigidas a la formación
de liderazgos jóvenes, también con orientación democratacristiana,
y además a la capacitación a organizaciones comunitarias locales
como juntas de vecinos y organizaciones comunitarias, enfocadas
en el área de gestión local, que tiene como objetivo incentivar la
participación y el trabajo en comunidades. Por último, la cas
también desarrolla actividades de capacitación que tienen como
fin la gestión ambiental a nivel local, en los ámbitos municipales,
académicos, empresariales y la sociedad civil. La capacitación
busca aumentar la responsabilidad ambiental especialmente a nivel
comunal, «con prioridad de municipios liderados por la Demo-
cracia Cristiana» (entrevista a Wittelsbürger), la cas a diferencia
de los otros think tanks estudiados.
Por otra parte, se puede observar que tanto el icheh, la cpu
y la CAS, participaron activamente en el Plan de Formación del
268
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

pdc (2007) en diversos niveles: como por ejemplo la Academia


Virtual, donde las instituciones de la comunidad de formación
entregan cursos en multimedia.
icheh: Curso sobre Economía social y ecológica de mercado
e historia de la dc.
cpu: Curso oratoria, curso de Historia Siglo xx, curso de
Liderazgo y concepto dc del municipio.
cas: Humanismo cristiano y medio ambiente y desarrollo
sustentable.
En este marco, durante la campaña municipal del 2008 la
cpu realizó un diplomado de Gestión de procesos electorales para
jefes de campaña, al mismo tiempo que un curso virtual de pre-
paración de alcaldes y concejales, mientras que la cas presentaría
una propuesta de programa ambiental para municipios en el Se-
minario nacional para alcaldes, concejales y consejeros regionales
vinculados al tema (plan de formación del pdc).
La promoción de temas de interés público implica una actividad
más particular, que se relaciona con los objetivos propios de cada
centro. En el caso de la cpu, los temas que promueve esta corpo-
ración se abocan a la educación superior, ciencia y tecnología. Por
su parte, el icheh impulsa la discusión y difusión de los ideales
y valores del humanismo cristiano, colaborando en la definición
de la posición del pdc frente a nuevos temas sociopolíticos, como
aborto, bioética. El ced aporta a la difusión y discusión de temas de
interés público enfocado a temas coyunturales, que buscan expresar
la visión y el proyecto de país que tiene la Democracia Cristiana.
La cas difunde temas de interés público basados en la temática
medioambiental y desarrollo sustentable a distintos niveles.

4.3. Establecimiento de agenda (públicos)


En este apartado se buscó identificar los principales destina-
tarios de los mensajes de los centros estudiados con el objetivo
de determinar sus ámbitos de acción.

269
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

Cuadro N° 6: Públicos objetivos de los centros de pensamiento.

cpu icheh ced cas

Sociedad en
9 9 9 9
general

Dirigentes y Municipios dc, Municipios,


Ministerios y Alcaldes,
decisores pú- alcaldes y congresistas
Gobierno concejales
blicos concejales y pdc

Dirigentes y Organizaciones Organizacio- Red eco 90


decisores del sociales a nivel nes comunita- Juntas de
tercer sector comunal rias locales vecinos
Funcionarios
Sector público Municipales,
en general directores de
corema

Académicos y
público espe- Académico Académico Académico Académico
cializado

Democracia
Militantes y Militantes y
Público Cristiana
dirigencia del dirigencia del
específico Universitaria
pdc pdc
(dcu)

Fuente: Elaboración propia según McGann y Weaver (2002) y Uña et ál.


(2004) y entrevistas realizadas.

Dentro de los distintos grupos destinatarios que se observan


cabe destacar el ámbito de los decisores públicos: tanto la cpu como
la cas tienen como público de sus actividades a los municipios, cada
una dentro de un ámbito determinado, la cpu en función al tema
de descentralización y la cas en el desarrollo local sustentable, en
un ámbito superior, el icheh se aboca principalmente al aspecto
legislativo por medio de asesorías y minutas, por último el ced, por
medio de asesoría y asistencia técnica dirige su acción al Gobierno y
ministerios. La participación de estos centros en distintos niveles de
decisión pública sugiere una división funcional del trabajo y áreas de
acción de estos, en función de los requerimientos y las prioridades
del pdc. Por otro lado, es destacable ítem del público específico
donde se observa el mundo democratacristiano: la militancia y diri-
gencia dc (icheh y ced), así como también la Democracia Cristiana
Universitaria (dcu), los cuales son principales destinatarios de las
actividades de formación política de estos centros, lo cual ratifica
270
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

la afirmación anterior sobre la división funcional del trabajo, en


este caso en las actividades de formación y capacitación.

4.4. Publicaciones de los THINK TANKS (productos)


Este ítem se refiere a las publicaciones que emanan de los
centros estudiados, las que dependen de las actividades llevadas
a cabo por los think tanks, además del financiamiento. Cada pu-
blicación tiene un objetivo y público determinado, es así como,
los libros y documentos de trabajos se conciben como productos
de las actividades de investigación y estudios especializados de
cada centro, y era de esperarse que estas fueran las principales
publicaciones, como reflejo de la producción de los think tanks
y, en menor medida, las revistas que tienen el mismo objetivo que
los libros y documentos de trabajo, pero que requieren mayores
recursos y regularidad. Por otra parte, las minutas tienen por ob-
jeto diagnosticar y generar recomendaciones para una situación
determinada; los folletos tienen como objetivo dar a conocer la
misión, la organización, las actividades y los productos de un cen-
tro determinado; los boletines buscan dar cuenta de las actividades
hechas por el centro, así como noticias y temáticas relacionadas
con las áreas en que cada think tanks aborda; por último, los
artículos de prensa, por su parte, tienen como objetivo emitir y
difundir una opinión sobre un tema determinado.

Cuadro N° 7: Clasificación de las publicaciones (productos)


de los centros de pensamiento.
cpu icheh ced cas
Libros Sociedad Sociedad Sociedad Sociedad
Documentos
Especializado Especializado Especializado Especializado
de trabajo
Revistas Especializado Especializado
Dirigencia
Ministerios,
dc y
Minutas Gobierno y
congresistas
dirigencia dc
dc
Boletines Sociedad
Folletos Sociedad

Fuente: Elaboración propia según McGann y Weaver (2002) y Uña et ál.


2004) y entrevistas realizadas.

271
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

Las principales publicaciones de estos centros son libros y


documentos de trabajo, los cuales están destinados sobre todo a la
sociedad en general. Por otro lado, los documentos de trabajo y las
revistas producidas por estos centros como por ejemplo la Revista
Instituto Chileno de Estudios Humanísticos del icheh y la Revista
estudios sociales de la cpu, que se dirigen a públicos académicos
o especializados en una temática determinada que depende del
área de especialización del centro. En tercer lugar, se observa que
las minutas, están dirigidas a un público más reducido, decisores
públicos y dirigencia política, se debe decir que al contrario de los
otros productos, las minutas no son públicas, por último, se observa
que los folletos y boletines, están destinados a la sociedad en gene-
ral. De esta información se puede establecer que el ámbito en que
los centros buscan posicionarse e influir se basa en tres ámbitos: la
sociedad en general, público especializado y un público restringido.

4.5. Financiamiento
El objetivo de estudiar el tipo de financiamiento es determinar
el origen de los recursos de los think tanks estudiados, además del
grado de independencia, capacidad para la producción, recursos
humanos, productos y actividades que realizan los centros (Uña
et ál., 2004).
Se puede observar que dentro de los tipos de financiamiento
prima el proveniente de la presentación y realización de proyectos.
Hay que decir que aproximadamente, hasta el año 2005, la fka
financiaba la estructura institucional de los centros contrapartes
(la cpu, el icheh y la cas), hoy solo financia proyectos presentados
por los centros (entrevista a Boye), hecho que ha modificado su
forma de dependencia financiera y ha determinado la necesidad de
desarrollar proyectos y actividades que tengan relevancia política
y adecuarse en función de las prioridades de la única fuente. Por
su parte el ced, que también se financia principalmente a partir
de la presentación de proyectos, no depende de una sola fuente,
hecho que determina una mayor capacidad de libertad en función
de los proyectos presentados.

272
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

Cuadro N° 8: Financiamiento.

CPU % ICHEH % CED % CAS %

Proyectos
fondos obtenidos por
BM, FF,
la presentación de
BID 60-
proyectos, sobre los FKA FKA 95 FKA S/I
Nivel 40
cuales los think tanks
público
mantienen sus estruc-
turas operativas

Aportes institucionales
fondos donados sin
una contraprestación
específica o proyecto
definido de antemano

Universidad
recursos asignados por
la propia universidad,
por sus benefactores,
corporaciones, funda-
ciones o el Estado
Cursos,
Otros
Cursos, consul-
donaciones, activi-
consulto- toría
dades de consultoría, Cur-
Cursos ría sector S/I sector S/I
talleres, cursos, se- sos
público y público
minarios y ventas de
privado y priva-
publicaciones
do

BID: Banco Interamericano de Desarrollo


BM: Banco Mundial
FF: Fundación Ford
FKA: Fundación Konrad Adenauer

Fuente: Elaboración propia según McGann y Weaver (2002) y Uña et ál.


(2004) y entrevistas realizadas.

Por su parte, pese a que no se cuenta con la información


específica, la cas obtiene financiamiento por medio de asesorías
ambientales tanto en el sector público como privado.

5. Los centros de pensamiento y los congresistas


democratacristianos
¿Los centros estudiados –icheh, cpu, ced y cas– ejercieron
influencia en la formulación de políticas públicas? Más específi-

273
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

camente ¿apoyaron a diputados y senadores democratacristianos,


en la discusión de políticas públicas en el Congreso Nacional? La
respuesta parece ser contundente, al aplicar un cuestionario a un
número significativo de legisladores, se evidencia que no tienen
un aporte sustantivo. Siguiendo las funciones de los think tanks
definidas por Weaver (1989) estas fueron ejercidas de manera
coyuntural por estos centros.

Cuadro N° 9: Funciones de los centros en el proceso político.


CPU ICHEH CED CAS
Bases de un
Fuente de ideas
Plan para
sobre políticas pú-
enfrentar la
blicas Reforma Pro- Agenda
Emergencia No se
(difusión de ideas cesal Penal valórica del
y la Recons- observa
que no son política- (1996) PDC
trucción de
mente viables en el
Chile
corto plazo)
(2010)
Discusión
Evaluación de pro- en la Ley
Discusión
puestas políticas Reforma Pro- de Bases
en la Ley de
(concretas dirigidas cesal Penal No se observa Generales
Matrimonio
a las autoridades (1996) del Medio
Civil 2004
políticas) Ambiente
(1994)
Evaluación de
No se ob- No se
programas guberna- No se observa No se observa
serva observa
mentales
Gobierno
Fuente de Personal
Aylwin CONA-
(dotación de perso- Cuoteo Cuoteo po-
(1990-1994), MA
nal calificado para político lítico
ministros y (asesores)
tareas de gobierno)
asesores
Fuente de autoridad
técnica (fuentes
No se No se
«autorizadas» No se observa No se observa
observa observa
de información y
opinión)

Fuente: Elaboración propia sobre la base de información recabada


(entrevistas y cuestionarios).

En el cuadro anterior queda en evidencia que los centros de es-


tudios analizados han desarrollado roles como promotores de temas
públicos y como evaluadores de propuestas políticas, sin embargo
estos se centran básicamente en la década de los 90’, período que
coincide con Gobiernos de presidentes democratacristianos. Ello
se condice con lo expresado por diputados y senadores, quienes
274
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

coinciden en afirmar que estos centros han tenido una escasa o


nula participación en la difusión de ideas y propuestas concretas de
políticas. Situación que puede ser observada en el siguiente cuadro.

Cuadro N° 10: Rol de los centros de estudios en políticas públicas.

Institución Diputados Senadores

cas
ced
Diagnóstico
cpu
icheh 1
cas 1
ced 1
Propuesta (diseño)
cpu
icheh 2
cas
ced 1
Debate
cpu
icheh
cas
ced
Implementación
cpu
icheh
cas
ced
Evaluación
cpu
icheh 1
Fuente: Elaboración propia de acuerdo a cuestionarios aplicados.

En el cuadro anterior se observa que solo dos senadores indi-


caron alguna participación de algún centro a nivel de propuesta,
resaltando el rol del icheh en temáticas de reforma electoral y ma-
terias políticas, y el cas en materia medioambiental. Mientras que
a nivel de diagnóstico dos congresistas, un senador y un diputado,
recalcan el rol del icheh en materias de ley de cultos y temas de
reforma en el sistema electoral. Finalmente, en materias de evalua-
ción solo un diputado afirmó que el icheh tuvo algún rol en tema
de política pública, sin indicar el asunto en cuestión. Respecto al
ced, se observa que un diputado reconoce su aporte en propuesta
y debate en asuntos de modernización del sistema electoral.

275
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

Por otra parte, la evidencia recogida nada nos dice sobre su


rol en la evaluación de la implementación de programas guber-
namentales. Mientras que como fuente de personal es posible
observar que tanto la cpu y la cas, han actuado como fuente de
personal calificado para tareas de gobierno. Con Aylwin, exper-
tos provenientes de la cpu participaron tanto como ministros,
subsecretarios y asesores ministeriales. Ejemplo de ello es Jorge
Jiménez de la Jara, que fue ministro de Salud, Joan MacDonald, en
el cargo de subsecretaria de Vivienda y Juan Enrique Vargas como
asesor del Ministerio de Justicia. Por su parte la cas, a lo largo de
la década de los 90 aportó con personal calificado en calidad de
asesores en la Comisión Nacional del Medio Ambiente, conama.
Paralelamente, expertos del icheh y del ced, también han
ocupado roles de gobierno, aunque uno de sus representantes
más conocidos Sergio Micco, solo cumplió labores de asesoría y
Mauricio Jélvez fue subsecretario del Trabajo bajo la administra-
ción de la presidenta Bachelet. Sin embargo, por lo que se pudo
observar, la asignación de los cargos se explica por la búsqueda de
«equilibrios» entre los cuatro partidos que componen la coalición
que gobernó Chile entre 1990 y 2010 y por los equilibrios entre
las tendencias internas de los partidos. En estos procedimientos
informales de repartición de cargos durante los gobiernos de la
Concertación, tampoco se evidencia que quienes fueron desig-
nados desde los centros de pensamiento lo hubieren sido por su
especialización en el área específica.
Por último, tampoco se puede observar que estos centros sean
reconocidos como fuente de autoridad técnica, que sean consul-
tados por los medios de comunicación en tanto referentes «au-
torizados» de información y opinión. En general, los principales
centros de estudios consultados por los medios de comunicación
son el Centro de Estudios Públicos y Libertad y Desarrollo.

Conclusiones
¿Son think tanks los centros de pensamiento analizados? Si
se utiliza un criterio restringido y acorde a las definiciones plan-
teadas en el marco teórico, los centros de pensamiento de la dc
276
Los centros de pensamiento (THINK TANKS) en la DC

no serían tales; más bien caerían en el tipo híbrido que McGann


y Weaver (2002) construyen para explicar los casos de Europa,
Asia y América Latina. A su vez y dentro de esta clasificación, los
cuatro centros estudiados pueden ser considerados como subtipos
de centros militantes, ya que, pese a que su influencia en el proceso
de elaboración de políticas públicas, fue limitada, estas institu-
ciones se relacionaron ideológicamente con los planteamientos y
valores de los partidos democratacristianos, sobre todo porque
los cuatro realizaron formación de militantes y dirigentes, estos
últimos en especial en tiempos de campaña.
El subtipo centros militantes distingue a su vez, entre orga-
nizaciones no gubernamentales (ong), que se orientan a repre-
sentar intereses públicos, y aquellas cuyo fin es expresar intereses
específicos. La investigación realizada no nos arrojó suficiente
evidencia para clasificar los cuatro centros en cuestión dentro de
estas últimas dos subcategorías.
Por lo anterior, cabe preguntarse ¿tiene el Partido Demócrata
Cristiano think tanks que sostengan su quehacer partidario en el
campo de las políticas públicas? La respuesta es negativa ya que,
si bien cada uno de estos centros se enfoca en distintos nichos
temáticos sobre asuntos políticos específicos: el icheh en materias
valóricas, el ced en ámbitos políticos-institucionales y la cpu, en
descentralización y educación superior, no es posible evidenciar
influencia directa en las propuestas de políticas públicas del pdc.
De hecho, casi la totalidad de los congresistas consultados mani-
festó que estos centros contribuyeron escasamente en el proceso
de políticas que debieron abordar en sus períodos legislativos.
Fue en el contexto del régimen autoritario (1973-1990) y
sobre todo en la década de los 80, cuando estos centros actuaron
como instancias de discusión dirigidas a la recuperación demo-
crática (especialmente el icheh y el ced), con un reconocido y
gran impacto. Durante la década siguiente (1990), su impacto
fue decreciendo debido a que participaron de forma esporádica
en el proceso de elaboración de algunas políticas públicas espe-
cíficas, y a que los profesionales que emigraron al Gobierno, se
despreocuparon de mantener en funcionamiento sus centros de
origen, aun cuando los presidentes de la época eran militantes de
277
Bernardo Navarrete Yáñez y Giovana Gómez Amigo

la Democracia Cristiana. A este hecho se agrega la tensa y com-


pleja relación existente entre las directivas de dichos centros y la
del pdc, generada por el uso que los centros hacían del financia-
miento que recibían de las instituciones extranjeras ligadas a la
dc. Finalmente, en la última década (desde el 2000 en adelante)
la influencia de estos centros ha llegado a su nivel más bajo, tanto
en su impacto en el proceso de elaboración de políticas públicas,
como en los cargos de Gobierno, lo que también coincide con el
desgaste electoral del partido, que significó que en 2001 el pdc
perdiera su condición de ser el principal partido de Chile desde
1963, situación que reafirmó con la derrota en la elección presi-
dencial en diciembre del 2009 y enero del 2010.
Sumado a lo anterior, el icheh, cpu y cas ya no cuentan con
el financiamiento de la fka, con lo cual sufren serias restricciones
en sus presupuestos administrativos y de gestión, que impedirá
que, a futuro, cumplan sus funciones como centros de militantes
y, en consecuencia, enfrentarán su posible desaparición a mediano
plazo, de no mediar consultorías y proyectos licitados o asignados
por organismos públicos y privados.
Distinto fue el caso del ced, institución alejada de la depen-
dencia financiera que generó la fka, que ha logrado mantenerse en
el tiempo gracias a proyectos nacionales e internacionales y cuya
estructura de personal no sufrió cambios significativos, puesto que
aunque algunos de sus integrantes estuvieron en el Gobierno, una
vez terminadas sus funciones, regresaron a su centro de referencia.
Sin embargo, comparte con los otros tres centros un debilitamiento
en su quehacer institucional; no obstante, es el que más aportó a
la directiva del pdc en minutas y apoyo técnico-administrativo
en actividades puntuales.

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Hill, E. (director ejecutivo de la cpu), 12 de julio 2006.
Jélvez, M. (director ejecutivo del ced), 2 de junio 2006.
Maldonado, J. (coordinador del área de capacitación, asesorías parla-
mentarias y municipales del icheh), 18 de mayo 2006.
Wittelsbürger, H. (director de la Fundación Konrad Adenauer en
Chile), 19 de junio de 2006.

Páginas web
Centro de Estudios para el Desarrollo (ced): www.ced.cl
Corporación Ambiental Sur (cas): www.corporacionsur.cl
Corporación de Promoción Universitaria (cpu): www.cpu.cl
Fundación Konrad Adenauer (fka/kas): www.kas.de
Instituto Chileno de Estudios Humanísticos (icheh): www.icheh.cl

282
IV. Los contraadaptativos
El discurso comunista y la transición desde
el plebiscito de 1988. (¿Interpela ese discurso
comunista a sectores de la concertación?)

Augusto Samaniego Mesías


Departamento de Historia
Universidad de Santiago de Chile

En un panel organizado por el Colegio de Sociólogos de Chi-


le fue expuesta una ponencia que sintetizaba aspectos claves de
ls coyuntura de la transición a la democracia que vivida por el
Partido Comunista de Chile (pc).1 En la coyuntura del plebiscito
programado por la dictadura, dicho texto abordaba analíticamen-
te, aspectos cruciales del ‘horizonte crítico’ que debía enfrentar
la proyección estratégica del discurso de la Dirección (Comisión
Política: cp) del Partido Comunista. Ese partido experimentaba,
desde el punto de vista de su situación en el sistema político post-
dictatorial, un momento decisivo: ¿qué grado de aislamiento y
exclusión le acarrearía el futuro?
En efecto, un puñado de miembros del Comité Central del
PC y un número creciente de otros cuadros y militantes, había
iniciado la puesta en discusión de temas estratégicos que podrían
ser acogidos o rechazados por la Dirección comunista. Ello ocurrió
en el Centro de Investigaciones Sociopolíticas (cispo), espacio
cuasi académico y muy activo de cara a la militancia comunista y
la izquierda mdp (polo de encuentro del pc, P. Socialista-Almeyda,

1
Ponencia titulada «Posibilidades y restricciones en la transición» cuyo autor
es Fernando Contreras Ortega; se publicó en Colección reflexión y debate,
serie Derechos Humanos n° 24, Santiago, 1988.

287
Augusto Samaniego Mesías

Izquierda Cristiana, MIR «político», etc.), y, luego, desde el Ins-


tituto de Ciencias Alejandro Lipschutz (ical).
En el momento en el cual situamos este relato analítico,
aquel protagonismo discursivo impactó en sectores amplios y
de significación alta para la acción política (estudiantil, sindical,
cultural y hasta poblacional) del pc y su organización de jóvenes
(jj. cc.). En una primera fase ese grupo de cuadros comunistas
contó con la «confianza» de la Comisión Política; promovía,
entonces, la idea de que era necesario orientar al partido hacia
su propia «renovación» asentada en su ideología y proyecto
revolucionario. Así, por ejemplo, cispo generó un «seminario»
público (en las condiciones de ilegalidad comunista) realizado en
un local de la plaza Brasil y titulado Nuestra Perestroika en Chile.
Publicó, también un libro colectivo: Crítica y socialismo (cispo,
julio 1989). Luego, con posterioridad al plebiscito ese grupo de
cuadros entró en serio conflicto con la dirección del pc y desde el
ical organizó una Escuela de verano (1990) en la cual participaron
como expositores relevantes políticos e intelectuales de la llamada
Convergencia socialista (aliada a la dc), del socialismo hasta allí
cercano al pc (almeydismo), del mir («político»), la Izquierda
Cristiana, etc. Destacados miembros de la cp del pc estuvieron en
tales foros enfrentando un apenas velado debate con los, ahora,
«disidentes», pero aún miembros del Comité Central y otros
dirigentes destacados del partido. Los debates de la Escuela de
Verano fueron publicados en un libro a inicios de 1991: Crisis y
Renovación (Editorial Medusa, Santiago, 1991). Ese mismo año
sobrevino la renuncia al cc del pc de tres de sus integrantes críticos,
seguida de la mayor crisis de militancia vivida por ese partido, en
la cual participaron también dirigentes y figuras comunistas que
sostuvieron posturas diferentes a las del grupo cispo / ical (por
ejemplo, Luis Guastavino, Antonio Leal, Fanny Pollarolo)
Ese grupo de cispo / ical tuvo acogida favorable en la mi-
litancia, también en otros sectores de las izquierdas (de dentro y
fuera de la Concertación). Y articuló un discurso que partía de
consensos que sustentaban la línea política general del pc. No
obstante, mostraba a la vez, tensiones que denotaban preocupacio-
nes de más largo alcance: las distintas posibilidades de evolución
288
El discurso comunista y la transición desde el plebiscito de 1988

de la «línea», preparándose para potenciar la salida luego de 17


años de dura clandestinidad y actuar en el tipo de transición que
terminara por imponerse. Visualizar el tiempo del (post) plebiscito
hacía definitivamente urgente contar con definiciones más certeras
que zanjasen las dudas que envolvían a los militantes y afectaban
la capacidad de la cp para llevar el rumbo táctico acorde con la
estrategia necesaria para el período (largo) que se avizoraba.
El debate que ese grupo consideraba imprescindible, se refería
a problemas distintos, pero articulados. Problemas de la teoría:
¿qué socialismo queremos?; del funcionamiento del pc en Chi-
le: ¿qué democracia interna?; y en directa relación con la línea
política vigente: ¿qué modificaciones, reformulaciones o tajante
sustitución de elementos tácticos y estratégicos relevantes de la
línea sintetizada (desde 1980) bajo el enunciado de Política de
Rebelión Popular de Masas (prpm)?
Respecto a la vida interna del PC, cobró gran importancia la
demanda por desarrollar rápida y decididamente la democracia
partidaria, desalojando la predominancia del centralismo inheren-
te a la clandestinidad y la sobrevivencia ante la represión. Para los
efectos de este análisis, lo anterior se encuadró en la globalidad de
la política por venir: ¿cómo lograría el pc interpretar e internalizar
en su política el cambio de fase histórica, al culminar el plebiscito?
(¿Con discusión abierta, renovación de estructuras dirigentes, etc.
o con la prudente mantención de un cerrado centralismo, es de-
cir, discusión controlada desde la cp y limitada a ciertos ámbitos
internos y a los niveles orgánicos seguros?). En relación a la vida
nacional: ¿cómo debía enfrentar el pc el futuro inmediato y la
existencia de una o dos estructuras para acciones armadas antidic-
tatoriales? Se había concretado ya la división del Frente Patriótico
Manuel Rodríguez (fpmr) y la fracción mayoritaria había roto con
el pc, definiéndose como estructura política-militar autónoma).
Y lo principal: ¿cómo enfrentar a los actores hegemónicos de la
transición y las variables de su desarrollo, reafirmando el pc su
identidad y capacidad política en tanto fuerza con implantación
social, referente de una izquierda «allendista» y de perspectiva
anticapitalista?

289
Augusto Samaniego Mesías

Desde el golpe de Estado (11.09.1973), y aun desde antes, el


PC había reafirmado como eje de su línea política la propuesta de
conformar un frente antifascista; su ideología y su praxis de unidad
abierta a entendimientos con todos los demócratas precedió, así,
al cambio táctico que enfatizó la legitimidad de combinar todas
las formas de lucha, inclusive el uso de «la violencia aguda» en
apoyo a la movilización masiva antidictatorial. Y se mantuvo
durante la vigencia de la prpm como fundamento de esa línea,
notoriamente ligada a las protestas nacionales que se iniciaron
de forma masiva en 1983, dieron gran protagonismo a los co-
munistas y se sostuvieron como clave de la ofensiva democrática
hasta 1986. No obstante, en 1988 el pc había sido, de manera
definitiva, excluido del proyecto democrático que desarrollaba
la alianza entre la dc y el socialismo renovado (convergencia
socialista): Alianza Democrática, impulso a lo que debía ser la
Concertación de Partidos por la Democracia Plena. Dejar fuera al
PC pasó a ser una condición esencial para plasmar un esquema de
transición pactada con el régimen (ver carta de Edgardo Boeninger
a la Junta Nacional Partido Demócrata Cristiano, de 1987. La
prpm comunista se debilitó seriamente bajo el efecto, en especial,
del fracaso del «año decisivo» (como ese partido había definido
1986), el intento fallido de internación de un volumen de armas
de combate (Carrizal Bajo) y el atentado contra Pinochet (en el
Cajón del Maipo). En consecuencia, se reafirmó en las cúpulas de
la Alianza Democrática el requisito de excluir al pc para avanzar
en coalición y desplegar apoyos externos cruciales (Washington
y el Vaticano, notoriamente). Sin embargo, al tomar esa opción
política, se hacía caso omiso de lo que todos los actores del centro
y centro izquierda sabían: la prpm, incluida la existencia del dispo-
sitivo militar del PC seguía estando para ese partido subordinada
a la factibilidad de sus llamados al frente antifascista o cualquier
forma de amplia alianza democrática (Gran Acuerdo Nacional,
por ejemplo, también propuesto por el pc).
Excluir al PC del bloque que conformara la alternativa al
régimen fue condición sine qua non de la ingeniería pactada para
el post-pinochetismo. La política norteamericana, la visita del
Papa la hicieron insoslayable. Los propios aliados del P. Socialista-
290
El discurso comunista y la transición desde el plebiscito de 1988

Almeyda, aliados del PC hasta el momento de la elección en 1989,


se vieron centripetados hacia la Concertación de Partidos (vía
Congreso de Unidad de los socialistas, que refundó el p. s. Unifica-
do). Y el PC minimizado bajo el efecto de la ley electoral impuesta
por el régimen y aceptada por sus interlocutores de oposición.
Fernando Contreras inició su ponencia, señalando:

La transición encierra dos apariencias, cada cual con


posibilidades de instalar proyectos histórico-políticos.
a) Una apariencia jurídica, atingente a la capacidad
de regulación del proceso. La disputa residía en la man-
tención del marco de hierro institucional impuesto por el
régimen para proyectar el modelo-reglas neoliberales y dar
protección a los actores de la dictadura. O, al contrario, el
desconocimiento de tal aparataje heredado, acudiendo a la
reactivación de los movimientos sociales y construyendo
una voluntad política (entendimiento entre partidos) para
superar los amarres y tutelas pinochetistas heredadas des-
pués de la negociación transicional.

b) Una apariencia electoral: «La transición estaría


regulada por la opción de la ciudadanía en el plebiscito».
Una mayoría por el Sí preservaría el modelo y el régimen.
El éxito del No abriría posibilidades de modificaciones
sustantivas al aparato jurídico y, luego, para efectuar la
reforma social y económica del modelo heredado. Ade-
más, esa opción incluía la posibilidad de avanzar con el
desconocimiento de la Constitución de 1980 (la tesis de
romper con la Constitución de Pinochet estuvo vigente en
la Concertación desde su fundación y fue sostenida con
énfasis por sectores de la misma durante la campaña del
plebiscito).

No obstante, existían tendencias más profundas que sustenta-


ban tales apariencias. Se trató de la disputa del poder entre régimen
y reforma, vinculados en el pacto transicional; y por otra parte, los
partidarios de cambios democráticos radicales. El planteamiento
analítico decía que, de imponerse la dialéctica entre estos dos te-
mas, el primer objetivo sería asegurar la gradualidad, implicando
la prolongación de los amarres establecidos por la dictadura, sus
formas jurídico-políticas. A la vez, se lograría garantizar el «actual

291
Augusto Samaniego Mesías

patrón de acumulación capitalista». Los partidarios del cambio


político social afirmaban, al contrario, que modificar el modelo
requería quebrar sus formas jurídicas. De ese modo, permanecía
la contradicción principal: democracia-dictadura. Y el contenido
de ese conflicto estaría dado por el carácter de las fuerzas polares
que se instalasen (situación post-plebiscito).
En aquella coyuntura, acorde con las necesidades estructu-
rales de expansión del modelo económico abierto al mercado
internacional, y el escenario político regional/internacional de
recuperación de la democracia, destacaba el choque entre el ré-
gimen y la radicalidad democrática. Pero, el riesgo más relevante
era la búsqueda de zonas de compromiso entre sectores desta-
cados del propio régimen y otros de la oposición que aspiraban
a la reforma. Entonces, en la disputa entre el Sí y el No estaban
presentes: por una parte, la pugna entre la continuidad del régi-
men en choque con la reforma y el cambio radical; y, por otra,
la disputa entre la reforma y la revolución que estaba en la base
de los distintos No.
El grado eventual de protagonismo popular que alcanzase el
proceso social en tal período era clave para la visión comunista. Si
las movilizaciones sociales con fines políticos no recobraban enver-
gadura comparable al ‘ciclo de protestas nacionales’ (1983-1985
y, luego, en descenso hasta 1987 bajo el efecto de la negociación
que privilegió la reforma), la solución de la crisis estaría determi-
nada por la dialéctica régimen-reforma. Si, al contrario, la crisis
con sus actores sociales desbordaba al régimen, la perspectiva se
vería marcada por la pugna democrática entre partidarios de la
reforma y aquellos de la radicalidad democrática.
La reforma, asumió la voluntad de gestionar el patrón de acu-
mulación existente; su discurso señalaba la necesidad de corregir
excesos mediante políticas redistributivas, inclusive modificacio-
nes a normas de la inversión extranjera; también una superación
gradual de la tutela militar sobre las instituciones. El panelista
subrayaba: «La reforma, para hacer avanzar un nuevo sistema
hegemónico, requiere evitar operaciones prematuras». En buen
romance, aceptaba cohabitar por tiempo indefinido con la tutela
militar. El expositor comunista decía:
292
El discurso comunista y la transición desde el plebiscito de 1988

Por el momento la iniciativa principal respecto del


diseño de una fórmula que permita solventar la actual
crisis, se ubica entre las fuerzas que, desde dentro y fuera
del régimen, impulsan la reforma. Un punto crucial en la
búsqueda de esa fórmula deberá ser la capacidad de con-
cordar un acuerdo entre las fuerzas opositoras y los altos
mandos de las ff. aa., y lograr su respaldo por parte del
empresariado, los inversionistas internacionales y la Iglesia.
A ello debe concurrir también la izquierda más moderada.

La gradualidad establecía su propósito de estrechar los espa-


cios para el protagonismo desde abajo, desde actores sociales aun
cuando fuese derrotado el régimen en el plebiscito. El expositor
afirmaba, también, que lo funcional para la reforma sería un «falló
fotográfico», una diferencia escasa en el resultado electoral que
evitase los excesos de fervor masivo a propósito del triunfo del No.
O, en caso contrario, impidiese que desbordara «la indignación
profunda y explosiva ante un fraude evidente» en caso de que la
dictadura diera por ganador el Sí. Desde la oposición y luchando
por el éxito del No, la reforma aportaría a que el resultado con-
formara un equilibrio necesario para descartar una «irrupción
plebeya en la política». Posicionar, así, a la Concertación como
único interlocutor-negociador frente al régimen. Lo prudente sería
ese triunfo moderado del No, «(…) pero lo suficientemente claro
como para establecer cuál sector de la reforma (el de fuera o el de
dentro del régimen) es el que impone los términos de acuerdo».
El importante protagonismo del pc hasta el cierre del ciclo de
las protestas nacionales (1986-1987), la historicidad de las luchas
populares en las cuales su política había estado presente, y el ais-
lamiento político que le fue impuesto con el avance estratégico
concertacionista, interactuaban reafirmando en la dirección y gran
parte de la militancia activa la voluntad de agotar la potencial
probabilidad de una «rebelión popular de masas». En la situación
del plebiscito, se trataba de la posibilidad de que el resultado
electoral manipulado por el Gobierno acarrease un desborde de
protesta popular masiva (hipótesis clave de la prpm, asentada
entonces en el imaginario comunista), una generalizada voluntad
de desobediencia civil apoyada por acciones de autodefensa y

293
Augusto Samaniego Mesías

hostigamientos a los cuerpos represivos. Desde el punto de vista


del pc, una situación de esas características se hallaba muy lejos
de la toma revolucionaria del poder (como paradigma clásico para
instalar transformaciones anticapitalistas y objetivos socialistas).
La visión comunista era bien diferente: la nueva posibilidad residía
en que cobrase mayor fuerza la dialéctica entre reforma y radica-
lidad democrática; y que esa lógica arrinconara a las fuerzas del
régimen. Con ello se haría posible, entonces, la ruptura jurídica
de las instituciones antidemocráticas, de la tutela militar; unas
políticas prácticas de cuestionamiento del modelo neoliberal, el
desenvolvimiento de los movimientos y las demandas sociales
en concordancia relativa con el nuevo Gobierno: «La dialéctica
reforma-revolución puede alcanzar su mayor preeminencia du-
rante el surgimiento mismo de un nuevo Gobierno democrático»,
decía nuestro expositor; y agregaba:

Y dice relación con la siguiente alternativa de fondo: el


futuro Gobierno democrático o se inclina por las vitales,
urgentes y masivas exigencias sociales y políticas de las
mayorías, enfrentándose a quienes hasta hoy han sido los
pilares del actual régimen –con los que el gobierno ten-
derá a radicalizarse–, o termina por cobijarse en ellos (el
gobierno de ee. uu., el gran capital internacional y criollo
y los actuales mandos de las ff. aa.), con lo cual la nueva
democracia no solo nacerá tutelada sino además quedará
cautiva a poco andar, con las graves consecuencias que
ello implica.

Subrayaba rasgos del proceso largo de la confrontación con


la dictadura:

En nuestro país existe un movimiento popular fuerte,


una izquierda muy gravitante (…), un movimiento sindical
y estudiantil no domeñado, una Iglesia que está mayori-
tariamente por la democracia. En Chile, además, no hay
derecha, en cualquiera de sus variantes, capaz de superar
políticamente al régimen militar sin alterar lo logrado por
este.

294
El discurso comunista y la transición desde el plebiscito de 1988

Todo ello era parte de las contradicciones objetivas que tendrá


el proceso de transición.
Es sabido que el pc había llamado, luego de tensos meses de
silencio, a inscribirse en los Registros electorales y que volcaba
sus capacidades a la campaña del No, mientras progresaba su
aislamiento; esta culminaría con la retirada de sus aliados del PS-
Almeyda hacia la ingeniería electoral (elecciónparlamentaria de
1989) de la Concertación y a la reunificación de los socialistas. La
última coparticipación del pc con sectores de la izquierda allen-
dista fue la coalición para la parlamentaria del 89 con el rótulo
pais, cuyos candidatos, obtuvieron una proporción de votos no
menor y, sin embargo, fueron descartados por el efecto del sistema
electoral binominal.
La historia mundo mostraba entonces una coyuntura de cam-
bio epocal. Para los comunistas y la cultura izquierdista portadora
e identificada con la experiencia revolucionaria que culminó con
la Unidad Popular, Allende y la derrota estratégica del movimiento
histórico anticapitalista y antiiimperialista, la realidad de 1988-
1989 hacía pulsar expectativas con la Perestroika en la urss.
Casi sin solución de continuidad se abría el derrumbe (Berlín)
del socialismo realmente existente. La ideología y los profundos
imaginarios que animaban una convicción socialista para cambiar
a Chile, alcanzaban un peso invaluable en el pc y la cultura de
izquierda toda. La crisis de certezas, de políticas, estaba presente
en las cúpulas, pero también en las militancias y bases sociales,
todos enfrentados a tomar opciones para alcanzar la derrota de
la dictadura y vivir algún camino hacia la democracia. Todo ello
ha sido parte crucial del ropaje de la crisis del comunismo y de la
izquierda histórica. En el Chile de los primeros años de la transi-
ción muchos (también políticos e intelectuales del socialismo en la
Concertación) afirmaron que se trataba de una «crisis terminal».
(En el 2009, entre la primera y la segunda votación para elegir
presidente, es evidente que ni la izquierda ni el pc han fenecido).
Volvamos al relato analítico situado en agosto de 1988. El
expositor creía útil sintetizar el origen del golpe y la dictadura, su
carácter antirrevolucionario, así como los efectos de los 17 años
y medio en que se mantuvo intocado el régimen.
295
Augusto Samaniego Mesías

A partir de 1970 se inició un proceso de re-politización


del país. Partió por las «masas» de la burguesía y de la
pequeña burguesía propietaria, y sus dirigentes preclaros.
Consistió en desbrozar la vieja tradición demoliberal y
republicana que habitaba el sentido común burgués, com-
prender que la defensa de los viejos intereses no se resolvía
en el Parlamento, sino en las calles, no a través de parla-
mentarios e ideólogos sino por medio de conspiradores de
alto nivel. Superando los resabios de «cretinismo parlamen-
tario», fue fácil concluir que era necesaria la ruptura de la
institucionalidad democrática como una de las condiciones
para el derrocamiento del gobierno de la Unidad Popular
y el desarrollo de la «contrarrevolución». Comprendieron
que era urgente disponer de una correlación de masas y una
correlación militar de fuerzas contrarrevolucionarias, así
como un amplio arco de alianzas que abarcó, con éxito, a
importantes sectores del Centro Político (…).

La trayectoria de la política bajo dictadura había mostrado el


persistente rechazo de la dc a las diversas propuestas del pc y del
socialismo almeydista: acuerdos básicos para oponer al decurso de
la institucionalización de la dictadura (plan Chacarillas, Constitu-
ción del 80) un frente democrático; o bien, coordinar iniciativas
en los ámbitos de la vida ciudadana y difundir la desobediencia
civil, sostener el rol que jugó durante un tiempo la Asamblea de
la Civilidad, ampliar la organización sindical. O bien, como fue
hecho público a mediados de los 80, impulsar la alternativa de
un mandato provisional, de cuya composición el pc daba por
anticipado su acuerdo para autoexcluirse; «gobierno de hombres
buenos» con la presencia del cardenal Silva Henríquez, por ejem-
plo, habilitado moral y políticamente para dar garantías partidos
con proyectos distintos, pero reunidos ante un desafío superior.
Esa rotunda realidad histórica, hacía que el análisis expuesto
en 1988 estableciera algunas bases para la comprensión de la
debilidad relativa del campo social y político popular y, de ese
modo, respecto de las restricciones que objetivamente recaían
sobre la voluntad política con la cual el pc buscaba sostener su
perspectiva de politización y alto protagonismo de masas popu-
lares en la transición: la prpm.

296
El discurso comunista y la transición desde el plebiscito de 1988

A ese respecto, se pueden resumir tres observaciones. Estas


cobran sentido histórico sobre todo desde el horizonte socio-
lógico político propio de la sociedad chilena, los partidos y los
sujetos sociales, a la altura de la definición del quinto Gobierno
democrático, con posterioridad a la primera votación (el 13 de
diciembre de 2009).
Primera observación. El período de refundación del capitalis-
mo (dependiente y globalizado) bajo la dictadura –la consolidación
del modelo económico, sus impactos sociales y culturales mediante
la represión y la eliminación de la política ciudadana–, produjo
«profundas mutaciones gnoseológicas en el mundo popular ex-
tenso: respecto del Estado, de las ff. aa. y del papel de la violencia
(…) de la imbricación entre clases sociales e institucionalidad y
sobre la democracia perdida». También:

Sobre los valores y las normas (individuo y sociedad,


medios y fines sociales, vida y muerte), cambios de propor-
ciones en las conductas político sociales y en la vida familiar
e individual. Estos nuevos aprendizajes se han producido
con una gran carga de espontaneísmo, por lo mismo no
atribuible, al menos de modo directo, a ningún partido
político en particular. Se han producido en lo fundamental,
a partir de las grandes protestas de 1983, con sus flujos y
reflujos característicos.
Este nuevo sentido común popular ha sido galvanizado
en un nuevo ecosistema social en donde la violencia como
recurso estatal, social y también individual, ha demostrado
su terrible eficacia técnica y se ha tornado en habitual con
rango de normalidad en la vida diaria del país. Es induda-
ble que junto a estas repolitizaciones se han dado también
procesos (previos y (o) coexistentes) de abierta despoliti-
zación, no en el sentido del desinterés por la política, sino
en el sentido profundo de desvinculación de las esperanzas
individuales con los asuntos del Estado y la política. Hay,
por ende, también un aprendizaje masivo de la desesperan-
za en muchos sectores sociales, en particular en las zonas
políticamente marginales en estricto sentido.

Segunda observación. Se ha producido una ruptura, distancia-


miento cada vez más complejo de reparar entre el mundo popular

297
Augusto Samaniego Mesías

y los partidos, los políticos institucionales o representantes en los


ámbitos de la negociación y el ejercicio del poder.
«(…) [La] derecha (tradicional), el centro político y de la
llamada izquierda renovada, más que vivir un proceso de repo-
litización experimentan una neopolitización demoliberal», cuyo
contenido principal «consiste en sobredimensionar los recursos a
la negociación y al compromiso en detrimento del factor fuerza-
movilización social»; la tendencia a situar siempre a los dirigentes
sobre sus colectivos-partidos y, aún más, sobre las organizaciones
sociales; a «oponer (…) los procesos plebeyos de opinión ciu-
dadana, la actividad social a la política cupular». Se ocultan y
desconocen las razones estructurales de las demandas, se borran
los antagonismos sociales.

El neodemoliberalismo de muchas cúpulas políticas


conduce a una autopercepción mesiánica del propio rol di-
rigente, tal cual si se tratara de «hombres sabios» buscando
o reescribiendo el viejo manual de las buenas costumbres
ciudadanas capaz de resolverlo todo, o una visión ingenieril
de la política cuya solución reside en diseños tendientes a
resolver los excesos técnicos del actual modelo o de las
formas de hacer política (autoritaria).

«El realismo político que reclaman esos sectores intenta, al


parecer, precaver al país de la tosquedad histórica de su propio
pueblo.»
Tercera observación. La transición ocurre sobre condiciones
objetivas de desigualdad social. De cara a tales contradicciones
debiera discutirse acerca de las restricciones que tendría que
sobrepasar la misma transición, «y no sobre la base del eslabón
perdido de la sensatez ciudadana, o de la locura o megalomanía
de tal o cual líder o élite dirigente».

En suma, las posibilidades y restricciones a la transición


rebasan los marcos puramente jurídicos y electorales (…)
se asientan en la contradictoria y explosiva realidad inau-
gurada en 1973 (…). Las transiciones a que se aspira no
constituyen, pues, modelos abstractos de una democracia
en general, sino que proyectos de clase muy específicos.

298
El discurso comunista y la transición desde el plebiscito de 1988

Las (diferentes) izquierdas tendrían que sentirse fuertemente


interpeladas; no obstante, el aminoramiento de los actores colec-
tivos sociales, su atomización, disgregación alienta una idea de
renovación de izquierda que solo transcurra en las alturas de la
gestión estatal, desconectándose de presiones, intereses y desafíos
de rearticulación de sujetos populares. Quienes se subsumieron
en la Concertación y la política de consensos dentro del marco
jurídico-político dado, se desembarazaban de sus antiguas utopías
y, en esencia legitimaban desde partidoa y tradiciones de la izquier-
da chilena «una operación cuyas claves pertenecen por entero a
la burguesía. Otros, por convicción teórica o tozudez histórica
siguen aspirando a la revolución (…)». «El Centro político deja
de lado sus banderas de la época de las protestas nacionales al
enfrentar la dictadura (…)»; «termina asegurándole a los pilares
del régimen lo principal» a cambio de que la derecha acceda a
transformaciones circunstanciales o accesorias.
Los elementos analíticos expuestos en aquella fase «bisagra»,
abriendo los cursos más posibles de la reinstalación de normas
políticas para la democracia hacia la cual tendría que transitarse,
llevaban a subrayar: «En suma, ¿qué es lo sensato y realista hoy?
(agosto de 1988)».
Un «hoy» que implicaba mirar mucho más allá del plebiscito
(admitir, a la vez, la hipótesis de que el régimen se viera imposi-
bilitado de desconocer el triunfo del No, o se impusiera entre sus
mandos la opción de vivir una transición por ellos prefigurada,
bajo fuerte control militar y económico empresarial). Entonces:
«¿Qué es lo realista: intentar reconciliar las irreconciliables con-
tradicciones sociales existentes, o evitar la explosión uniéndose a
la inmensa mayoría e impulsando su movilización contra quienes
han sido los pilares del régimen actual (la dictadura)?».
Esa forma de decir, esa retórica, si bien superponía deseos o
voluntad política y ética al discurso analítico del proceso real, a
nuestro entender no carecía de consistencia histórica y política. Es
más, nos parece que aquel pasado de un partido, con su soporte
de ideología e historicidad comunista en Chile, interpela el futuro
de la izquierda en la segunda década del 2000 (denotada por la
crisis de la Concertación en la transición de 20 años). Y como parte
299
Augusto Samaniego Mesías

integrante indisoluble de esa izquierda –iniciando un proceso más


amplio de recuperación de su historia, sus sentidos, sus prácticas
sociales y políticas–, muy probablemente resitúa el futuro del pc.

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Rojas, J. et ál. (2000). Por un rojo amanecer. Para una historia de los
comunistas chilenos. Santiago.
Samaniego, A. (2003). «Lo militar en la política. La línea de rebelión
popular de masas del P. Comunista de Chile (1975-1991)», en
revista electrónica PALIMPSESTO del Departamento de Historia,
Santiago: Universidad de Santiago de Chile.

300
Las ong, la educación popular y la política
en los años 80: el caso de eco, educación y
comunicaciones

Mario Garcés Durán


Departamento de Historia
Universidad de Santiago de Chile

Las ong: origen, campos de acción y sentidos


Las organizaciones no gubernamentales adquirieron un particular
desarrollo en los años 80, sin embargo, muchas de ellas ya exis-
tían previamente a esta nueva denominación que se popularizó
en estos años. En su origen, entonces, hay que reconocer diver-
sas entidades que devinieron en ong y, entre ellas, las habría al
menos de dos tipos, por una parte, aquellas que surgieron como
«centros académicos», por ejemplo, los Círculos de Estudio de la
Academia de Humanismo Cristiano o que prolongaron esa iden-
tidad, bajo nuevas condiciones, como la flacso y, por otra parte,
instituciones que surgieron como «organizaciones de apoyo» a los
sectores populares, como el sedej (Servicio de Desarrollo Juvenil)
o, sepade (Servicio Evangélico para el Desarrollo) y algunas otras
que provenían del mundo cristiano.
En su desarrollo, varias ong combinaron ambas dimensiones,
el apoyo directo a las organizaciones populares y la investigación
social, como sur Profesionales; el pet, Programa de Economía del
Trabajo; gia, Grupo de Investigaciones Agrarias; el cide, Centro
de Investigación y Desarrollo de la Educación; el piie, Programa
Interdisciplinario de Investigación de la Educación, y también

301
Mario Garcés

eco, Educación y Comunicaciones, que será el principal objeto


de análisis en este artículo.
La mayoría de las ong, que buscaron desempeñar este doble
papel –de apoyo a las organizaciones sociales y de producción de
saber científico social– vivieron esta relación con variadas ten-
siones, producto, en primer lugar de la situación excepcional que
se vivía en medio de la dictadura: las universidades intervenidas
por los militares; escasas fuentes de financiamiento; académicos
expulsados de sus centros de estudio; otros, más jóvenes, que
vieron interrumpida su formación universitaria; prohibición de
editar libros sin el permiso de la autoridad política; y el cerco re-
presivo que miraba con sospecha a estas organizaciones, muchas
de las cuales podían existir gracias a la protección o el «alero»
que brindaban las iglesias cristianas.
Pero, en segundo lugar, no solo pesaban en contra del quehacer
innovador de estas en el contexto represivo, sino que también las
débiles tradiciones que vinculaban la producción del saber cien-
tífico o académico con una relación directa con las prácticas y las
experiencias de las organizaciones sociales populares. Los apoyos
directos –de tipo asistencial o militante– no se encontraban siem-
pre con los ritmos o con las orientaciones de las investigaciones
o la producción del saber científico y social. Pero, incluso más,
había preguntas acuciantes, que no admitían una única respuesta
y que comprometían a todos, tanto a las ong como a las orga-
nizaciones sociales, y que de algún modo subyacían al quehacer
social y político de ese tiempo: ¿por qué la derrota de la Unidad
Popular? ¿Cómo explicar los cambios que estaban aconteciendo
y que modificaban por completo los modos y las formas de la
vida social y política de los chilenos? Y por cierto, una pregunta
fundamental para muchos: ¿cómo se salía de esta nueva situación
o más directamente, mediante qué estrategia se podía resistir en
forma efectiva y poner fin, ojalá en corto plazo, a la dictadura?
eco, Educación y Comunicaciones, nació en este contexto, en
medio de estas tensiones y con el propósito explícito de articular
esta doble dimensión de la práctica social: las acciones concretas
que podían reconstruir y fortalecer al movimiento popular y la
necesidad de producir teoría que acompañara y potenciara esos
302
Las ong, la educación popular y la política en los años 80

procesos de rearticulación política que se vivían en las bases


populares.

eco y sus principales opciones de trabajo


eco se creó en enero de 1980, con aportes de la Cooperación
Internacional1, como una organización de profesionales de las
ciencias sociales, la educación y las comunicaciones que buscaban
constituir una «institución de apoyo» al movimiento popular en
medio de la dictadura militar.
Quienes concurrieron a la fundación de eco compartían una
visión crítica de los efectos del régimen militar sobre los sectores
populares, provocados tanto por la represión política como por los
cambios en el modelo de desarrollo, que condenaba a muchos al
desempleo y desmantelaba las funciones sociales del Estado. Valo-
raban asimismo los esfuerzos de autoorganización que se genera-
ban en el pueblo, especialmente en el ámbito poblacional así como
las acciones de diversos agentes que estimulaban y colaboraban
en estos esfuerzos: agentes de pastoral y profesionales vinculados
a la Iglesia católica, los militantes de partidos políticos de base
popular, los dirigentes sociales. Sin embargo, junto con valorar
estas iniciativas, reconocían la necesidad de generar «espacios»
independientes para pensar y articular muchos de los esfuerzos de
reconstrucción del tejido social dañado por la dictadura.
En este contexto, las primeras opciones y definiciones de
trabajo de eco se orientaron a especializar sus apoyos en tres
ámbitos de la práctica social, que venían adquiriendo un signifi-
cativo desarrollo: la educación popular, la comunicación popular
y la teología de la liberación. Cada uno de estos ámbitos tenía sus
propias especificidades en cuanto a los campos del conocimiento
que implicaban, aunque, por otra parte, muchas veces compro-
metían a los mismos sujetos, profesionales y dirigentes sociales.
Durante la década de los 80, estas orientaciones fueron espe-
cialmente productivas, ya que permitieron organizar un Programa

1
eco recibió aporte de diversas organizaciones de la cooperación europea:
icco de Holanda, oxfam de Gran Bretaña y el ccfd (Comité Católico contra
el Hambre y por el Desarrollo) de Francia.

303
Mario Garcés

de Formación de Educadores Populares (1980-1983), que apoyó


procesos de intercambio, sistematización y teorización entre una
vasta red de personas: profesionales vinculados al mundo popular,
trabajadoras y trabajadores sociales de las vicarías zonales de la
Iglesia católica, dirigentes sociales de base, militantes de partidos
políticos populares, agentes de pastoral, sacerdotes y religiosas
así como dirigentes de comunidades cristianas y activistas del
incipiente movimiento de derechos humanos. Entre 1980 y 1983,
más de 150 de estos profesionales y dirigentes sociales recibie-
ron apoyo y participaron en cursos y talleres de Formación en
educación popular. En los años siguientes, alrededor de unas mil
personas participaron directamente en talleres de Recuperación de
la memoria popular; otro centenar de analistas y dirigentes sociales
en talleres de Análisis de los movimientos sociales (1987-1992),
amén de variadas iniciativas de instrucción social y política y de
intercambio entre trabajadores, agentes de pastoral, etc. A través
de estas diversas iniciativas, eco contribuyó decisivamente, junto
a otras ong, en especial el cide y el piie, a constituir la educación
popular como un movimiento social significativo en Chile durante
los años de dictadura. De hecho, durante la primera mitad de los
80, se organizaron cuatro Encuentros Nacionales de Educadores
Populares, que llegaron a convocar a más de 400 personas.
Desde la especificidad de las comunicaciones, a través también
de talleres, que se iniciaron en 1982, se contribuyó a la formación
de comunicadores de base, los que luego se agruparon en la red
de Prensa Popular, que coordinó y estableció contacto, en distintos
períodos, con un número aproximado de unas 80 organizaciones
e iniciativas de comunicación popular a lo largo del país. Ello
permitió acopiar sobre mil boletines, que fueron donados al Ar-
chivo Nacional, cuando se recuperó la democracia. Paralelamente
a la red de Prensa Popular, una productora de videos, apoyaba
a profesionales jóvenes en la edición de estos audiovisuales, que
servían como materiales de apoyo para la formación cultural y
sociopolítica de diversos grupos de base. Al igual que otras ong,
se organizó también un servicio de «préstamos de videos» para
las organizaciones sociales, cuando aún no se masificaba este tipo
de productos culturales.
304
Las ong, la educación popular y la política en los años 80

En el campo de las iglesias cristianas, finalmente, se acompañó


en la elaboración teológica a diversas instancias oficiales de la
Iglesia católica, en particular a la Vicaría de la Zona Oeste, que
dirigía el obispo Enrique Alvear, así como a la Coordinadora de
Comunidades Cristianas Populares, organización autónoma que
agrupaba a representantes de base de diversas partes de Santiago
(esta organización se reunía de forma habitual en las oficinas de
eco). También se promovieron y organizaron «Encuentros de
laicos» que reunieron al menos en tres ocasiones, entre 1985 y
1987, a más de 500 personas de distintos lugares del país, aunque
mayoritariamente de la capital; se editó una serie de documentos
de trabajo que permitieron la difusión en Chile de importantes
trabajos de la teología latinoamericana de los años 80.
Con el advenimiento de la democracia y en el contexto del
retiro gradual de los aportes de la Cooperación Internacional,
eco debió reducir sus equipos profesionales, adaptarse al li-
mitado campo de fondos nacionales para proyectos, así como
reducir sus iniciativas al ámbito de la formación, la memoria y
la comunicación social para el desarrollo y la democratización
local, sin abandonar una reflexión más amplia sobre la realidad
nacional y latinoamericana. En años recientes, del 2003 a la fe-
cha, eco integra una red de ong del Cono Sur, dando forma al
Programa Mercosur Social y Solidario (pmss), cuyo propósito ha
sido contribuir a instalar las temáticas sociales en el proceso de
unificación regional.

La educación popular para reconstruir


el movimiento popular
En sus orígenes, se discutió en eco, más allá de su forma
jurídica como institución, que ya era un problema complejo en
dictadura, si en vez de una institución formal más o menos tra-
dicional, no debía constituirse en un Centro de Cultura Popular.
Este debate inicial daba cuenta de una temática que recorrería
luego la construcción de la identidad institucional: el valor que se
otorgaba, por una parte al papel de los sujetos colectivos populares

305
Mario Garcés

en la acción política, y por otra parte, a las cuestiones culturales


en la construcción del pueblo como sujeto político.
El Programa de Formación de Educadores Populares, trabajó
estas temáticas en dos cursos que se realizaron en Santiago durante
1981 y 1982 y un tercero en Concepción, en 1983, que reunieron
a más de un centenar de educadores. Los cursos se estructuraron
en tres bloques: la perspectiva y el enfoque formativo de la edu-
cación popular; el sentido político de las acciones pedagógicas
y las cuestiones metodológicas e instrumentales. Cada bloque
contemplaba un número variable de sesiones semanales durante
seis meses en los que se combinaban sesiones expositivas con de-
bates en grupos, de todas las cuales se llevaban registros escritos.
A partir de estos debates se editaron seis documentos de trabajo,
que se distribuyeron como la serie «Temas de educación popular»,
entre abril de 1983 y mayo de 1984.
A través de esa serie es posible seguir la producción intelectual
de ECO en una etapa crucial de la lucha antidictatorial, la que
precede a estallidos de la protesta social en 1983. Una etapa que
se caracteriza, en primer lugar, por los efectos más demoledores
de la represión sobre los partidos de la izquierda y la dirigencia
social, así como por la lenta y trabajosa rearticulación del «mo-
vimiento popular» que se verifica aproximadamente entre 1976
y 1982, con hitos muy relevantes en ese tiempo, como fueron las
manifestaciones públicas en torno a los «Primeros de Mayo» de
1978 y 1979 y las huelgas de hambre de los familiares de deteni-
dos desaparecidos de 1977 y, en particular, la de 1978 (Garcés y
Nicholls, 2005, p. 74). En segundo lugar, esta etapa está también
marcada por la crisis y búsqueda de la izquierda por ajustar sus
estrategias que no lograban desestabilizar a la dictadura y que
siguieron dos caminos en cierto modo divergentes: la denominada
«renovación socialista» en versiones locales y receptiva a los ecos
que provenían del exilio europeo, y el giro del Partido Comunista
de 1980, que se expresó públicamente en la víspera del plebiscito
de ese año, cuando su secretario general declaró legítimas todas las
formas de lucha, incluida «la violencia aguda de masas»(Álvarez,
2003, p. 207).

306
Las ong, la educación popular y la política en los años 80

¿Qué novedades representaba o podía ofrecer la educación


popular en un contexto como el descrito? A juzgar por la pro-
ducción intelectual de eco, se pueden reconocer al menos dos
opciones epistemológicas y políticas fundamentales: a) poner en
valor la práctica educativa en el campo popular como una prác-
tica «liberadora» o emancipadora; y b) ampliar la noción de la
política para resituar el papel de la sociedad civil en la necesaria
redefinición de estrategias en la lucha antidictatorial y de redefi-
nición también de un proyecto alternativo de sociedad.
Se reconocía desde eco un conjunto heterogéneo de prácticas
educativas asociadas a las organizaciones populares así como que
muchas personas definían sus actividades de apoyo o desarrollo a
las organizaciones sociales, como de educación popular. Se trataba,
en consecuencia, de algo conocido, de tal modo que era legítimo
preguntarse por qué insistir en definir o ponerle nombre a estas
prácticas. Se sostenía que al hacerlo «se estaba buscando la ma-
nera de convertirla de práctica individual en práctica colectiva, de
avanzar hacia un lenguaje compartido que permita reflexionar y
sistematizar lo que hacemos» (Agurto et ál., 1983, p. 1). Se trataba,
de la búsqueda de un leguaje común, que permitiera dar proyec-
ción a la educación popular, para lo cual se proponía reconocer
dos tipos de elementos en común: elementos internos y específi-
cos de las disciplinas de la educación; y elementos contextuales,
que decían relación con las condiciones en que se desarrollaban
las prácticas educativas y los sentidos que ella adquiría. Por una
parte, la primera línea de análisis, conducía a reflexionar sobre
los enfoques educativos, la concepción de aprendizaje, la apro-
piación del saber y los elementos metodológicos implicados en la
educación popular y, por otra parte, los elementos contextuales
conducían a reflexionar sobre los aportes y el sentido político de
las prácticas educativas en el desarrollo del movimiento popular
(Agurto et ál., 1983, p. 2).
Con relación a los aspectos estrictamente educativos, se indi-
caba que lo educativo se relacionaba con el concepto de aprender,
«una calificación que el individuo ha incorporado a su ser y que
influye en su manera de actuar», de tal modo que el aprendizaje
podía ser definido como «la modificación en las formas de com-
307
Mario Garcés

prender y actuar de un individuo, que va influir en los modos


en que este se inserte en su medio social». Esta modificación
proviene habitualmente de la propia experiencia del individuo,
sin embargo, se denomina educación, en sentido estricto, cuando
se busca intencionadamente producir estos cambios. Las activi-
dades educativas, en sentido estricto, tienen un carácter educa-
tivo voluntario. Modificar las formas de comprender y actuar
implica, por otra parte, el desarrollo de saberes, de capacidades,
de adquisición de «bienes sociales» (Agurto et ál., 1983, p. 5).
Está claro que, por razones económicas, sociales y culturales y el
desarrollo de los sistemas nacionales de educación, se genera en
la sociedad una distribución desigual del saber, razón por la cual
la educación popular pretende modificar esta situación, ya que
«el pueblo, en el proceso de lucha por la transformación social,
requiere elaborar su propio ‘saber’, requiere enfrentar esa distri-
bución desigual, que busca marginarlo de la capacidad de actuar
autónoma y organizadamente para influir sobre el funcionamiento
de la sociedad». De lo que se deducía una primera definición de
la educación popular: «Estamos en presencia de actividades de
‘educación popular’ cuando –independientemente del nombre
que llevan– se está vinculando la adquisición de un ‘saber’ (que
puede ser muy particular o específico) con un proyecto social
transformador» (Agurto et ál., 1983, p. 6). La educación es po-
pular, cuando, enfrentando la distribución desiguales de saberes
incorpora un saber como herramienta de liberación en manos
del pueblo. La educación popular es vista desde esta perspectiva,
como una «dimensión de la práctica social popular» que busca,
a través de la reflexión crítica modificar las propias prácticas. Si
se observan a la distancia estas proposiciones, resulta evidente
que eco concibió la educación popular como un componente
sustancial de la lucha del pueblo en contra de la dictadura.
Con relación a los modos o las formas de hacer educación
popular, eco tendió a privilegiar el «aprendizaje en grupos», que
definía como «un tipo de aprendizaje que pone en el centro la
experiencia de los participantes y colectivamente la transforma en
objeto de análisis y reflexión crítica» (Agurto et ál., 1983, p. 8).

308
Las ong, la educación popular y la política en los años 80

Este conjunto de proposiciones que eco elaboraba sobre la


educación popular y, en particular, sobre los aspectos estrictamente
educativos de su propuesta, entroncaban bien con las proposicio-
nes del mayor educador de esos años, el brasileño Paulo Freire,
que había vivido parte de sus años de exilio en Chile, en donde
avanzó en sus propuestas de alfabetización y produjo una de sus
mayores obras La pedagogía del oprimido, cuya primera edición
se publicó en Montevideo, en 1971.
De Freire, eco tomó, difundió y parcialmente recreó sus
proposiciones relativas a la «concientización», categoría que
había sufrido en Chile serias adaptaciones que contravenían las
propias nociones de Freire, en el sentido de hacerla sinónimo de
«conciencia de clase», aunque peor aún, de una conciencia po-
lítica coherente o funcional a las proposiciones partidarias de la
izquierda. eco buscó beber de la fuente y en consecuencia tomó
de este autor su proposición más original: la concientización era
un núcleo central de su propuesta educativa, en el sentido del «uso
de la propia conciencia» (Agurto et ál., 1984, p. 10). Los presu-
puestos freirianos para esta propuesta arrancan de la relación que
él establecía entre conciencia y conocimiento. La conciencia nos
habla de «darse cuenta», de un modo de conocer y reconocerse
en el mundo y más todavía, se relaciona con la categoría «com-
prensión». Freire, en realidad, funda su propuesta educativa en
dos afirmaciones fundamentales: a) la confrontación con el mundo
como la verdadera fuente de conocimiento; y, b) el conocimien-
to humano es una estructura dialógica. La primera afirmación
hace referencia al carácter histórico social del conocimiento (la
producción cognoscitiva es necesariamente «situada y fechada»),
mientras que la segunda hace referencia al carácter intersubjetivo
del conocimiento (Agurto et ál., 1984, p. 7). El acto de conocer
no es una relación simple entre sujeto y objeto, sino que requiere
la comunicación entre los hombres mediatizados por el objeto de
conocimiento: «Es pues el diálogo entre los hombres en torno al
objeto lo que produce el conocimiento» (Agurto et ál., 1984, p. 8)
A propósito del carácter histórico y social del conocimiento,
Freire ve necesario establecer las relaciones pertinentes entre
«conciencia» y «dominación», habida cuenta de la historia de
309
Mario Garcés

opresión de América Latina. En breve, la dominación en América


Latina habría generado entre los pobres y explotados, una «con-
ciencia oprimida», caracterizada por una dualidad: la autoridad
exterior, la ausencia de participación y la concentración del poder
en una élite, acaban por legitimarse en la conciencia popular de
tal modo que «el hombre dominado termina por introyectar esta
autoridad exterior y constituirse en una conciencia hospedadora
de la opresión». Una situación que no es lineal ni absoluta, ya que
produce la dualidad en que «ser es parecer y parecer es parecerse
al opresor», son ellos mismos, y a la vez son el otro (Agurto et
ál., 1984, p. 9).
Pues bien, Freire otorga gran importancia a la conciencia
como un componente clave de los procesos de liberación. Es más,
en un sentido gramsciano, para Freire «no es posible un cambio
estructural de la sociedad si no va acompañado y, más aún, ante-
cedido por un proceso de liberación de las conciencias». En este
contexto que emerge la noción de concientización, como «uso
de la propia conciencia» en el sentido a) del reconocimiento de
la propia situación existencial del sujeto, es decir de una toma
de «conciencia crítica»; b) de una toma de posición, y; c) de una
manera de actuar frente a ella. La concientización refiere entonces
al proceso problematizador y reflexivo antes que a la adquisición
de conocimientos o posturas políticas que se buscan imponer o
difundir (Agurto et ál., 1984, p. 10).
A partir de estas elaboraciones y apropiaciones de la propuesta
freiriana, desde eco se fueron definiendo una serie de propósitos de
la educación popular, que siguen con bastante rigor a Freire, pero
que buscaban también adecuarse a la realidad chilena. La concien-
tización, pero en un sentido más laxo, la educación popular debía
tender, en primer lugar, a favorecer y estimular la «recuperación
de la palabra» de los participantes en los procesos educativos;2 en
segundo lugar, a propiciar el uso de la propia conciencia para pro-
blematizar la realidad; en tercer lugar, a valorar la producción de
conocimientos que surge del diálogo entre educador y educandos,
2
«La existencia, en tanto humana, o puede ser muda, silenciosa, ni tampoco
nutrirse de falsas palabras sino de palabras verdaderas con las cuales los
hombres transforman el mundo. Existir humanamente, es ‘pronunciar’ el
mundo, es transformarlo». Paulo Freire, La pedagogía del oprimido, Edi-
ciones Siglo xxi; Argentina, 2008, p. 98.

310
Las ong, la educación popular y la política en los años 80

entre agentes externos y grupos de base. O dicho de otro modo, el


conocimiento nuevo que emerge del intercambio de saberes entre
educadores y educandos; finalmente, en cuarto lugar, la educación
popular debía favorecer la organización y la unidad del pueblo.
Citando a la Pedagogía del oprimido, se indicaba: «Unificados y
organizados, harán de sus debilidades una fuerza transformadora,
con la cual podrán recrear el mundo, haciéndolo más humano»
(Agurto et ál., 1984, p. 13).

Recreando y ampliando las nociones de la política


Si por una parte, poner en valor la educación popular conducía
a precisar su enfoque educativo, como el desarrollo de capacidades
para nombrar el mundo y problematizar la realidad, dialogando
grupalmente sobre ella, este ejercicio no era inocente con relación a
sus sentidos y consecuencias políticas. En efecto, esta materia había
comenzado a ganar en desarrollo a propósito del «trabajo solidario»
y en ese contexto había venido adquiriendo su propia significación
política. Así lo consigna el Documento de trabajo nº 5 de la serie
Temas de educación popular publicado en junio de 1983:

No por casualidad se multiplican, a partir de los meses


posteriores al golpe militar de 1973, las iniciativas que
hoy llamamos de educación popular. Con la apertura del
trabajo social solidario por parte de la Iglesia católica y
otras iglesias cristianas y con el surgimiento de las prime-
ras organizaciones poblacionales en medio de una fuerte
represión, se constituyó un espacio de reagrupación popular
luego de la desarticulación producida por la acción militar.
Gran cantidad de profesionales, agentes de pastoral y mi-
litantes políticos encontraron una vía de aporte el mundo
popular en la organización y apoyo a comedores infantiles,
talleres productivos, bolsas de cesantes, grupos juveniles y
talleres culturales durante esos años. Ante la clausura del
espacio político y la derrota sufrida, estas tareas adquirie-
ron un nuevo significado y canalizaron la voluntad política
de diversos actores. En un principio se entendió que estas
tareas tenían un valor temporal y representaban un cierto
«compás de espera», para el momento que en que se pudie-
ra volver a los cauces «normales» de la acción política. Con
los procesos vividos en los años posteriores (percepción de
311
Mario Garcés

la crisis del movimiento popular, estabilidad del régimen,


renovación de la política, etc.) surge en los educadores
populares la valoración de los procesos educativos como
aporte político en sí mismos (Agurto et ál., 1983, p. 1).

Como habíamos adelantado, las elaboraciones de eco se


producen en una etapa crucial de la lucha antidictatorial, en un
momento histórico en que el régimen militar tendía a consolidarse
y las estrategias de la izquierda no producían los efectos esperados,
ni en el sentido de alcanzar la unidad de la propia izquierda y la
oposición, ni en el sentido de provocar la desestabilización de la
dictadura. Pero, en realidad, habría que agregar que el régimen
militar había clausurado todos los espacios políticos e institucio-
nales en los que la izquierda se había desenvuelto históricamente,
de tal modo que las formas políticas tradicionales de presión o
interpelación al Estado carecían de sustento. En este contexto, una
declaración pública, una manifestación callejera, una conferencia
de prensa, etc., o no eran viables o no existía ni el espacio ni las
condiciones para que se realizaran. Al mismo tiempo, «las masas»
no estaban ahí para que simplemente el partido las convocara a
actuar bajo su dirección, amén que los propios partidos políticos
que habían sido el principal objeto de la represión y del terrorismo
del Estado, o se encontraban diezmados y debilitados, o debían
reaprender a resistir en la clandestinidad. En términos prácticos,
esta nueva realidad fue influyendo en las organizaciones sociales
para que actuaran con más autonomía, con o sin partidos que
les apoyaran, en la creación de nuevas organizaciones sociales
para abordar nuevos problemas, como la cesantía o la defensa
de los derechos humanos; en nuevos espacios, en particular los
que facilitaba la Iglesia católica donde comenzaban a convivir,
sobre todo en las poblaciones, «creyentes» y «no creyentes»; en
relaciones de mayor horizontalidad y solidaridad al interior de
las propias organizaciones donde debían debatir sus propias for-
mas de estructura así como el alcance de sus acciones. Las tareas
educativas se fueron entonces haciendo parte de la vida de estas,
ya que había que aprender a coordinar las reuniones, a convocar
a los no organizados, a planificar las acciones, a compartir infor-

312
Las ong, la educación popular y la política en los años 80

mación política, a solidarizar con el vecino cesante, con el joven


drogadicto, con el estudiante que abandonaba la escuela, con los
familiares del detenido desaparecido o el que sufría su primera
detención, etc. La solidaridad se transformó, entonces, en un modo
activo de hacer política popular.
Los educadores comenzaron a percibir en este contexto, no
solo que su acción tenía un sentido político, ya que permitía «or-
ganizarnos, participar y cambiar juntos nuestra realidad» sino
que adquiría más sentido en la medida que se «desarrollaba al
interior de las dinámicas del movimiento popular y en función de
sus necesidades» amén de que se proponía «en acciones presentes
un proyecto de transformación» de la realidad (Agurto et ál.,
1983, pp. 1 y 2). Pero, junto a estas percepciones que surgían de
la propia experiencia, se hacía también visible la crítica situación
del movimiento popular, cuyo balance recogía eco, desde los
educadores populares, en los siguientes términos:

Como todos saben, el golpe militar de 1973 interrum-


pe violentamente las dinámicas de acción y organización
popular (…). Luego de los hechos de septiembre la lectura
que se hacía del período 73-74 era de atomización y des-
organización de los sectores populares, restricción a la li-
bertad, descabezamiento del movimiento popular, cesantía.
La tarea principal era pues juntarse, rearticularse y poner
el pie lo que había antes partiendo de los sectores más
consientes. Este proceso de reaglutinamiento se realiza a
partir del espacio cultural como una forma de ir perdiendo
el miedo, de adquirir confianza («estábamos derrotados,
pero no acabados», era la percepción).
En el año 1975 se aprecia el surgimiento del trabajo
solidario como respuesta a la agudización de la cesantía y la
represión. Se trataba de apoyarse y ayudar a sobrevivir (…).
Predomina entre quienes realizaron el trabajo social
solidario, la percepción de una realidad difícil en la que
«algo se podía hacer» aunque no se sabía muy bien hacia
dónde apuntaría (…). Todo se realiza bajo la hipótesis de
un cambio político a mediano plazo (…). «Creíamos en la
posibilidad de ‘recuperar lo perdido’, porque no se perci-
bían cambios fundamentales en la sociedad».
En el período 1977-1978 empieza a ser más evidente la
consolidación del régimen, el trabajo social se empieza a
313
Mario Garcés

ver a largo plazo. La primera reacción es intentar conocer,


entender el proyecto que se estaba aplicando. La respuesta
de la clase dominante aparece como una respuesta global
a la crisis del sistema, respuesta que se implanta metódica
y progresivamente a «sangre y fuego» (…).
Por el lado de los sectores populares, vemos una cierta
reactivación a partir de la huelga de hambre de los familia-
res de detenidos desparecidos. Estos años se perciben como
el fin del reflujo popular y el comienzo de la apertura. Se
trabaja en esa perspectiva, en un año comparativamente
menos represivo y con intentos de institucionalización
(…).
El desarrollo de los acontecimientos entre los años
1980-81 lleva a constatar, por un lado, la mayor estabi-
lidad del régimen (expresado en el plebiscito), así como
el agotamiento de un proyecto político y de las formas y
estilos de hacer política, ambos heredados de la realidad
anterior a 1973. Junto a esta crisis de la acción política
surge el planteo (sic) confuso y abstracto de «las nuevas
formas de hacer política».
La principal divergencia de diagnóstico que surge en
ese período dice relación con la existencia o no de un mo-
vimiento popular constituido como actor en la sociedad.
Una primera posición supone un movimiento popular
existente que debe ser movilizado para enfrentar al Estado
(…). Una segunda posición se plantea la reconstrucción
del «tejido social popular» destruido (…) (Agurto et ál.,
1983, pp. 3-5).

Sin embargo, junto a estas percepciones críticas de los pri-


meros años de la dictadura , se ganaba en otras claridades como
aquella que indicaba que después del golpe, «la esfera de la acti-
vidad política (en el campo popular) se desplaza de la sociedad
política a la sociedad civil» Este desplazamiento se atribuía a los
cambios operados por el régimen militar, que no hacían posible
el ejercicio de la política en términos tradicionales, pero, además,
este desplazamiento interroga también las formas en que tradi-
cionalmente se había constituido el movimiento popular. Ya no
se trataría entonces de poner de pie lo destruido, sino que pensar
en «algo nuevo», de nuevas formas de organización y acción
política desde el pueblo: «Ese ‘algo nuevo’ se va entendiendo

314
Las ong, la educación popular y la política en los años 80

como un ‘sujeto político popular’. Es decir, un movimiento con


capacidad de enfrentar los desafíos de la nueva situación (el ‘nuevo
escenario’) y de superar sus debilidades históricas, aquellas que le
impidieron imponerse en la dinámica de crisis de 1973» (Agurto
et ál., 1983, p. 6).
Entre las nuevas proposiciones que surgen en estos años, se
enfatiza en las «nuevas formas de hacer política» (nuevos acto-
res, nuevos tipos de acción, etc.), sino que también se afirma que
la política debe ser entendida como una «esfera de acción que
rebasa los partidos y que se juega también el plano de la trasfor-
mación cultural», de la vida cotidiana, de las características de las
nuevas organizaciones, de la relación con los partidos políticos,
de la manipulación ideológica. En todos estos procesos está en
juego una ampliación del concepto de la política y la educación
popular ocupa un rol relevante en su desarrollo (Agurto et ál.,
1983, p. 6).
Dos desafíos identificaban los educadores populares convo-
cados por eco al debatir sobre el sentido político de esta materia,
por una parte, se debía avanzar en la elaboración de un nuevo
tipo de análisis de la realidad; y, por otra parte, se debía valorar
y estimular la renovación de la práctica política.
Con relación al primer desafío, se reconocían los límites de
los análisis más en boga de la realidad: el análisis macrosocial que
ayudaba a comprender la naturaleza y operación de las estructuras
globales de la sociedad (el modelo económico, el político, etc.) y
el «enfoque testimonial», que permitía conocer las cosas «tal cual
ocurren» en su particularidad, pero sin referencia al contexto en
que suceden. La educación popular necesitaba de ambos análisis,
pero debía ser capaz de proponer un nuevo tipo de análisis que
diera cuenta de la subjetividad popular, de los marcos objetivos en
que se desenvuelve la vida cotidiana así como del propio proceso
de reconstrucción del movimiento popular, como un proceso en
que estaba en juego su propia constitución como «sujeto político».
Desde esta perspectiva, se consideraba necesario transitar hacia
un tipo de análisis «socio cultural» que deja de ver al movimiento
popular como actor ya constituido (análisis que enfatiza entonces
en la «correlación de fuerzas» o en la «aplicación» de determinada
315
Mario Garcés

estrategia). El énfasis debía ponerse ahora, más bien, en la propia


dinámica de reconstrucción del movimiento popular, teniendo en
cuenta el análisis de la cultura popular, las necesidades básicas
y la politización, las formas de organización, el crecimiento y la
masificación, etc. En estos desafíos los educadores populares po-
dían jugar un papel relevante, siempre y cuando no renunciaran
«al potencial intelectual que emana de su inserción en el campo
popular» (Agurto et ál., 1983, p. 8).
Por otra parte, con relación al desafío de contribuir a la reno-
vación de la política, se consideraba que a la educación popular
subyacía una «concepción política renovada» que, a lo menos,
aludía a dos campos: la ampliación del concepto de la política
y la renovación en los métodos de acción política. En el primer
caso, se insistía en la valoración política de la sociedad civil en
conocimiento del cierre de los espacios estatales, pero también de
las insuficiencias de la acción política tradicional que se había ma-
nifestado en la derrota de la Unidad Popular. Estas insuficiencias
tenían que ver con la conformación histórica del movimiento po-
pular y la práctica política de la izquierda; la relación instrumental
entre organizaciones y partidos políticos; la sobrevaloración de
los «niveles de conciencia» alcanzados; el carácter reivindicati-
vo y legalista de las luchas, la escasa participación de sectores
importantes como las mujeres; el carácter político-electoral de
la colaboración; el autoritarismo de los partidos. Ahora, se veía
estrictamente necesario «llevar adelante una lucha hegemónica»,
lo que significaba «poner en disputa el poder no solo a nivel del
aparato estatal, sino en el nivel de todas las relaciones sociales»
(Agurto et ál., 1983, p. 9).
Por su parte, con relación a la renovación en los métodos de
acción política, se recurría a todos los aprendizajes de la propia
educación popular: tomar como «punto de partida» los niveles
de conciencia realmente existentes; apoyar a las personas y a los
grupos a que se descubran así mismos, sus realidades, sus intereses
y las acciones que les conviene encarar; incentivar a que la gente
participe y se habitúe a criticar lo que no la convence; generar
espacios de expresión e intercomunicación directa de las perso-
nas; valorar los aportes educativos de las organizaciones, etc. En
316
Las ong, la educación popular y la política en los años 80

conjunto, se pensaba que estas proposiciones, debían ayudar a


pensar un cambio en la relación entre lo educativo y lo político,
de tal modo de llegar a «pensar que el educador sea político y
que el político sea educador».
Estos debates con educadores populares, que se realizaban
en el contexto de las iniciativas de formación de eco, no podían
dejar de enfrentar los efectos de sus propias definiciones a favor
de una «renovación» de las prácticas políticas. Uno de esos efectos
tenía que ver con los problemas más clásicos de una política de
transformación, en medio de un régimen, que podría formularse
del siguiente modo: ¿mediante qué estrategia se podía poner fin a
la dictadura y dar paso a la construcción de una nueva sociedad?
Esta pregunta nos enfrenta a un área analítica crítica, ya que eco
tendió a responder esta inquietud de modo negativo más que pro-
positiva. Revisando la documentación de esta época, se pueden
reconocer dos respuestas; una primera, en los documentos de la
serie de educación popular de 1983 que hemos venido comentando
en este artículo; y otra más tardía, en el contexto de un estudio
de las protestas nacionales, publicado, en 1985.
En 1983, se afirmaba que entre «el punto de partida edu-
cativo y las metas políticas no existe una estrategia de poder».
Se valoraba, como ya hemos insistido, en que la crisis del mo-
vimiento popular y de las formas políticas tradicionales, daban
gran importancia a los procesos educativos como instrumentos
de reconstrucción popular, sin embargo, la metas más globales en
la que estos procesos cobran sentido, hablan de transformación
social y esto requiere de una estrategia de «conquista» de poder
en las diversas esferas de la sociedad: «Los aportes de la educación
popular se ubican especialmente en el campo de la sociedad civil
y la lucha que hemos llamado «hegemonía». El problema consiste
en que esa lucha, en general, y los aportes de la educación popular
en particular –con toda su carga de renovación– no ocupan aún
un lugar definido en una estrategia política coherente que afronte
esta tarea de reconstrucción, en una perspectiva de poder real»
(Agurto et ál., 1983, p. 14).
De manera un poco esquemática y sencilla, así lo indican los
textos consultados, se indicaba que resolver la cuestión estratégica
317
Mario Garcés

implicaba plantearse tres problemas: a) el diseño de un proyecto


alternativo al actual orden social y político (la dictadura); b) un
camino de lucha que permita producir un cambio en la situación;
y, c) la constitución de un sujeto social y político, capaz de llevar
a cabo estas tareas. Por cierto esta perspectiva de análisis tenía
en cuenta datos de realidad que avalaban la necesidad de una
reflexión más sistemática sobre la política de la oposición a la
dictadura y más específicamente de una «política popular». Por
ejemplo, se tenía en cuenta que en una primera etapa posdicta-
dura, se había puesto el énfasis en la elaboración de una alterna-
tiva posrégimen, cuya fuerza provendría de un acuerdo entre los
principales partidos políticos opositores (hacia 1980 esta línea
política mostraba serios límites); también esta línea convivió con
otra que puso en juego las capacidades de enfrentamiento de la
dictadura, sea para impedir su consolidación, o para facilitar
su derrocamiento (también esta línea, -de la «resistencia», mos-
traba sus límites al inicio de los años 80). El punto sobre el que
se quería llamar la atención era la necesaria articulación de los
problemas indicados, ya que una «alternativa sin camino de lucha
es literatura»; un camino de lucha sin sujeto social y político es
un «llamado en el vacío», de pequeños grupos; y un sujeto social
sin camino de lucha conducía a la frustración y al desánimo si no
lograba «hacer mella en el poder del Estado». En consecuencia, si
se buscaba resolver la cuestión estratégica había que considerar
articuladamente tanto, la alternativa, el camino como al sujeto.
Por cierto, no eran problemas menores los que enfrentaban
los educadores haciéndose eco de sus experiencias en el campo de
estas organizaciones y en un sentido más amplio del «movimiento
popular». En un sentido muy práctico, se reconocía la necesidad
de vincular las luchas en la sociedad civil con las luchas políticas
en un sentido más tradicional:

Pero, no hay una articulación entre ambos desarrollos.


Ya no creemos en una forma de articulación instrumental,
pero no tenemos una alternativa en el nivel de la sociedad
política, que proyecte y dé sentido a las múltiples iniciativas
de desarrollo de la sociedad civil hoy en curso. A nivel «po-
lítico» subsisten todavía los mismos partidos del pasado, las

318
Las ong, la educación popular y la política en los años 80

formas de lucha, etc. que no se adecuan a la nueva realidad


ni se logran integrar en una estrategia global con nuestro
ámbito de acción. No creemos tampoco en una forma lineal
de desarrollo de la sociedad civil antes de iniciar la lucha
política propiamente tal. Las relaciones entre ambas son
mucho más complejas y no responden a esquemas lineales
de desarrollo. (Agurto et al., 1983. p. 16).

Otra manera de plantearse el problema era la relación que


podía establecerse entre «hegemonía» y «fuerza» o entre la «lucha
cultural» de los dominados y la lucha por el poder en un sentido
más tradicional. En el contexto de estos debates, era evidente que
había que aludir al papel de las «vanguardias» políticas:

Si la sociedad civil es heterogénea, múltiple, se requie-


re una concepción política capaz de comprenderla como
realidad política que es. ¿Cómo plantearse el papel de una
vanguardia? En palabras de educadores «Ya no nos sirve la
antigua concepción que separaba los planos y definía una
relación muy sencilla (de conducción) entre vanguardia-
organización social-«masa». Hoy, el desafío es redefinir
esas relaciones insertando la vanguardia y su rol dentro de
una perspectiva de transformación que entendemos como
«global». El rol de conducción política es importante, pero
no es una cosa dada, hay que construirlo desde las prácticas
actuales (Agurto et ál., 1983, p. 17).

En suma, los educadores reconocían por una parte, que su


práctica era política, pero, por otra parte, no era una que en lo
inmediato apuntara al Estado ni tampoco era una política par-
tidaria. Reconocida así, la vocación política de los educadores
populares tenían dos alternativas: o, reconocerse en una práctica
prepolítica (porque no refiere a un partido ni al Estado), o entender
el carácter político de la educación popular:

En el contexto de una concepción distinta de la política


y del cambio social, en que las transformaciones operan
no solo a nivel del Estado o desde él, sino como una
transformación societal que implica la democratización
de la sociedad civil, condición necesaria del cambio. Una
concepción política donde los partidos son un instrumento

319
Mario Garcés

más, no el único, de la construcción del pueblo en sujeto


político y que requiere, por lo tanto, la existencia de mo-
vimientos sociales con relativa autonomía y capacidad de
movilización propia (Agurto et ál., 1983, p. 19).

Estas proposiciones políticas de los educadores y eco se vieron


pronto contrastadas con la realidad política chilena, que en mayo
de 1983 dio lugar al mayor movimiento de protesta social en los
años de la dictadura. Nos referimos a las protestas nacionales que
acontecieron entre 1983 y 1986. Este proceso de movilización
popular marcó ciertamente un primer «retorno de la política» en
un sentido más o menos tradicional. Lo que el equipo de trabajo
de eco constata muy tempranamente es:

La distancia existente entre las propuestas y alterna-


tivas globales que se levantan desde diferentes sectores y
las propuestas de acción que surgen desde las prácticas
de trabajo social popular (…) las dinámicas populares se
desarrollan en torno a iniciativas y demandas que no lo-
gran proyectarse nacionalmente y, a su vez, las propuestas
políticas son elaboradas «desde arriba» y sin un «amarre»
con la dinámica real de los sectores populares (Agurto et
ál., 1983, p. 20).

Esta temprana constatación tendrá un mayor desarrollo,


cuando eco publicó La explosión de las mayorías (De la Maza y
Garcés, 1985), un estudio sistemático de las protestas nacionales
durante sus dos primeros años, entre 1983 y 1984. A propósito
del surgimiento de «propuestas» en medio de las «protestas» se
constaba:

La «aparición» de los partidos (que) se produce a partir


de junio (la primera protesta fue convocada en mayo), en
primer lugar a partir de «personalidades»´, luego por me-
dio de la presentación de alianzas políticas (…). Al mismo
tiempo comienzan a darse a conocer algunas directivas de
partidos o –en el caso de de las situaciones de mayor riesgo
represivo– los «voceros» autorizados de cada partido. En la
mayoría de los casos la dirigencia pública aparece formada
por ex parlamentarios o ex ministros de antes de 1973.

320
Las ong, la educación popular y la política en los años 80

Pero junto con este retorno de personalidades, se comienza


a hacer visible la «distancia» entre estos actores políticos y la
dinámica de la protesta social misma. En primer lugar, porque
estos actores buscan expresar propuestas estratégicas o alterna-
tivas de largo plazo; en segundo lugar, porque estos actores o
«personalidades» no son «representativos» de la dinámica social
existente; en tercer lugar, porque en el marco de la apertura pro-
movida prontamente –(agosto de 1983) por el nuevo ministro del
Interior de la dictadura, Onofre Jarpa– estos grupos «establecen
acercamientos en vistas de negociar una transición pactada, nego-
ciación que se intenta realizar en relación a temáticas alejadas de
la subjetividad predominante en las protestas». De cierta manera,
ya tempranamente se comienza a configurar una «autonomiza-
ción de la política» detrás de la cual se ocultaban fenómenos más
profundos tanto de concepción de la política como de «realidad»
que favorecía la separación entre lo social y lo político. En cuanto
a la concepción de la política «se percibe el impacto de la visión
tradicional de la política en Chile, que asigna esa función exclu-
sivamente a los partidos, excluyendo a las organizaciones sociales
(…)». Por otra parte, se hacía también visible la debilidad orgánica
y política del propio movimiento popular, es decir «el protago-
nismo popular posible y real, en condiciones de desarticulación
orgánica, cesantía y miserias extremas, despolitización y repre-
sión» (De la Maza y Garcés, 1985, p. 104). Estas distancias entre
«propuestas» y «protesta» se expresaban con la desconfianza de
sectores populares hacia las «cúpulas» políticas, en los vacíos de
conducción que se generaban entre protesta y protesta así como
la creciente autonomización de las convocatorias a protestar. En
realidad, el mayor divorcio que se verificaba en estos años era
entre quienes protestaban y quienes elaboraban las propuestas de
salida a la dictadura. En el mediano plazo, esta contradicción se
resolvió por una vía que ya se insinuaba en esos años: el retorno
a la democracia o la transición tomaría la forma de un «pacto
en las alturas» que excluiría de la política a las organizaciones
sociales populares. Pero, para que ello aconteciera, faltaba todavía
un importante trecho que recorrer, el del fracaso del denominado
«año decisivo» (1986) y el del plebiscito de 1988.
321
Mario Garcés

Las propuestas políticas que eco elaboraba con los educado-


res populares, a principios de los 80, daban cuenta de un doble
proceso, por una parte, de un balance crítico de la experiencia de
la derrota del movimiento popular, luego del golpe de Estado de
1973, así como de los procesos de reconstrucción o rearticulación
del movimiento popular en los primeros años de la dictadura, pero,
por otra parte, daban cuenta también de un «proceso local» de
renovación de la política, que en algunos sentidos se relacionaba
con una denominada «renovación socialista» que se desarrollaba
en el exilio chileno europeo. Probablemente hay dos campos en
común, la necesidad de revisar el proceso histórico que condujo
a la derrota de 1973, y el influjo y uso de categorías gramscianas
para pensar la política. Claro que hay también dos diferencias fun-
damentales, mientras la «renovación socialista» pensó la derrota
de cara al sistema político y al Estado, los educadores lo hicieron
de cara al propio movimiento popular y mientras la renovación
socialista recurrió a Gramsci para entenderse como «eurocomunis-
tas», los educadores se basaron en Gramsci para recrear la política
popular. Dos diferencias fundamentales que se expresarían en el
largo plazo en una concepción y práctica de la democracia como
ejercicio de «gobernabilidad» (el período de la Concertación de
Partidos por la Democracia) y una tarea siempre pendiente y te-
mida –sino rechazada– por muchos dirigentes políticos chilenos,
de concebir la democracia no solo como la administración civil
del Estado, sino como procesos de democratización de la sociedad
civil o, dicho de otro modo, de participación social.
Las propuestas políticas de eco, así como de otros actores
vinculados al movimiento de educadores populares de principios
de los años 80, fueron especialmente estimulantes en cuanto la
búsqueda de nuevas formas de acción política y también de nuevas
maneras de relación de los intelectuales y los profesionales con
el mundo popular. Nuevas búsquedas que en muchos sentidos
abrieron nuevos surcos para la acción y la reflexión política con
un sentido emancipador, nuevas búsquedas que intentaban recons-
truir el movimiento popular luego de la profunda derrota del 11
de septiembre de 1973. Sin embargo, hay que también admitirlo,
estas nuevas búsquedas no lograron modificar de manera sus-
322
Las ong, la educación popular y la política en los años 80

tantiva las inercias históricas, mucho más fuertes, de una política


que tenía su centro en los partidos, y pronto, con la recuperación
de la democracia, en el Estado y sus instituciones, las más de las
veces prescindentes de la participación popular.

Bibliografía
Agurto, I.; De la Maza, G.; Garcés, M. y Milos, P. (1983 y 1984). eco,
Educación y Comunicaciones. Documentos de trabajo. Serie temas
de educación popular:
Nº 1, «La educación popular hoy en Chile», abril de 1983.
Nº 2, «Educación popular y cultura popular», mayo de 1983.
Nº 3, «Los procesos de concientización», mayo de 1984.
Nº 4, «Práctica educativa y organización popular», noviembre de
1983.
Nº 5, «Orientaciones políticas de la educación popular», junio de
1983.
Nº 6, «El aprendizaje grupal», septiembre de 1983.
Álvarez, R. (2003). Desde las sombras. Una historia de la clandestini-
dad comunista (1973-1980). lom Ediciones, Santiago de Chile.
De la Maza, G. y Garcés, M. (1985). La explosión de las mayorías. Pro-
testas nacionales, 1983-1984. Ediciones eco, Santiago de Chile.
Garcés, M. y Nicholls, N. (2005). Para una historia de los derechos
humanos en Chile. Historia institucional de la Fundación de
Ayuda Social de las Iglesias Cristianas. FASIC, 1975-1991 : lom
Ediciones, Santiago de Chile.

323
Este libro se terminó de imprimir
en los talleres digitales de

RIL® editores
Teléfono: 225-4269 / ril@rileditores.com
Santiago de Chile, julio de 2011
Se utilizó tecnología de última generación que redu-
ce el impacto medioambiental, pues ocupa estricta-
mente el papel necesario para su producción, y se
aplicaron altos estándares para la gestión y reciclaje
de desechos en toda la cadena de producción.
Marcelo Mella (Comp.)
Extraños en la noche
Intelectuales y usos políticos del conocimiento
durante la transición chilena

Luego de más de veinte años de recuperada la democracia, la políti-


ca en Chile se ha transformado en un campo habitado por extraños
con sus paradojas: rupturas de lugares, roles, valores, relatos y pro-
yectos; nuevas síntesis ideológicas con pretensiones hegemónicas
que han aniquilado no solo las formas orgánicas de la política, sino
también sus referentes de significado y las claves que hacen posible
una representación compartida de la sociedad. A «la noche» del
disciplinamiento implementado por la dictadura sobre políticos e
intelectuales, sobreviene la oscuridad derivada de la sobredapta-
ción concertacionista a partir de los años noventa.
En ese juego de oscuridad y extrañeza se debate la hipótesis
principal de este libro, que pone en jaque de manera audaz el papel
de los intelectuales chilenos y los usos políticos del conocimiento
en la transición desde el régimen autoritario hasta el fin de los go-
biernos de la Concertación. Para ello, reúne a historiadores, eco-
nomistas y cientistas políticos en torno a esta temática común y
constituye un gesto fundacional: analizar colectiva e interdiscipli-
nariamente el problema de la transición y la democracia chilena
posterior a partir de sus fundamentos intelectuales.

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