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¿REFUGIO DE AFECTOS?

LA FAMILIA Y LAS AMISTADES VISTAS POR LOS HOGARES


UNIPERSONALES

Inmaculada Barroso
Antonio D. Cámara
Carmen Rodríguez Guzmán
Felipe Morente

Universidad de Jaén. Departamento de Organización de Empresas, Marketing y Sociología


(Autora de contacto, Inmaculada Barroso; ibarroso@ujaen.es)

Resumen

La vida en solitario es una de las representaciones más visibles del proceso de individuación
experimentado en las sociedades desarrolladas. Desde el punto de vista sociológico, uno de los temas de
estudio emergentes al respecto es la dicotomía que se establece entre personas que optan por este modo de
vida y personas condicionadas en mayor o menor medida por distintos factores sociales y económicos que
derivan en la soledad residencial. Esta dicotomía ha sido abordada por nuestra parte en un reciente
proyecto financiado por el CIS cuyo título es “¿Queremos vivir solos? Dimensiones sociológicas de la
vida en solitario en España”.
El objetivo de esta propuesta es profundizar en dichas dimensiones mediante el análisis de dos
enclaves específicos de la vida social como son la familia y las amistades. En concreto se estudia el grado
de satisfacción y la valoración que hacen las personas que viven solas en relación a una serie de
cuestiones relativas a las amistades y a la institución familiar. Para ello se utilizan microdatos de los
estudios del CIS sobre Opiniones y Actitudes hacia la Familia (2004 y 2014). Estos estudios también nos
permiten, por un lado, confrontar el modo de vida real en términos de tipología de hogar con la
preferencia a este respecto. Por otro lado, permiten la observación de distintas asociaciones entre la
satisfacción vital y algunos aspectos básicos de los sistemas de convivencia. El interés añadido que
presenta el trabajo es la posibilidad de un análisis diacrónico de opiniones y actitudes: antes y durante la
recesión económica que ha experimentado España durante los últimos años. Se utilizan tanto análisis
descriptivos como regresiones logísticas multivariables.
Los resultados obtenidos destacan, en primer lugar, la preferencia por la vida en compañía,
incluso entre las personas que viven solas. En segundo lugar se muestra una desigual valoración hacia la
institución familiar según se viva solo/a o en compañía. En tercer lugar se observan algunas mediaciones
de las variables sociodemográficas (además de la propia condición de hogar unipersonal) en la valoración
que se otorga a distintos roles que tradicionalmente se asocian a funciones propias del ámbito familiar
(por ejemplo, la provisión de amor y afecto, el cuidado de la salud y el cuidado de los mayores). Al
respecto es destacable señalar que de las funciones tradicionalmente atribuidas a la familia, solo las de
tipo emocional siguen teniendo un papel relevante en la valoración de todos los grupos de edad y formas
de convivencia entre las personas que viven solas.

Palabras clave: hogares unipersonales, individualización social, emociones, encuesta de actitudes y


valores, barómetros de opinión

Financiación / agradecimientos

Trabajo asociado a los siguientes proyectos de investigación: ¿Queremos vivir solos? Dimensiones
sociológicas de la vida en solitario en España, financiado por el Centro de Investigaciones Sociológicas
(ref. CIS 115-002560); Perfiles, entornos e identidades de la sociabilidad que viene: geosociología del
hogar unipersonal en España, financiado por el Ministerio de Economía y Competitividad (ref. CSO2015-
67066-R)


 
Introducción
Los cambios sociodemográficos que se han producido en nuestras sociedades
durante las últimas décadas constituyen un reto fundamental para los pilares básicos del
Estado de bienestar, para la planificación y gestión de recursos públicos y privados, así
como para el mantenimiento de la cohesión social. Uno de esos cambios
sociodemográficos se refiere a la diversificación de las formas de convivencia en la que
los hogares unipersonales han adquirido un protagonismo incuestionable.
El aumento de la vida unipersonal cabe entenderlo en las transformaciones que
se vienen dando en la sociedad occidental en los últimos años, en el que toma relevancia
el individuo. La individualización se ha convertido así en uno de los rasgos
característicos de la modernidad avanzada: compleja, difusa y global. En este nuevo
contexto, son distintas la voces que advierten de la contradicción existente entre la
individuación y el establecimiento de lazos estables y perdurables que aporten sentido a
la vida de las personas (Bauman, 2005, 2015; Sennet, 2000, 2006), lo que se manifiesta
de manera plena en las formas de vida en solitario (Obiol, 2014).
Esta realidad se aprecia de manera sensible en España, donde el hogar
unipersonal ha crecido de manera acelerada con respecto a otros países europeos
durante los últimos años. Según datos de la Encuesta Continua de Hogares (INE, 2014)
en España había cerca de 4,2 millones de hogares de una sola persona (esto es, personas
que residen solas y que además se proveen su sustento). De esos hogares unipersonales
1,86 millones son de hombres y en torno a 2,34 millones, de mujeres. Estos datos avalan
que los hogares unipersonales en España ya son el segundo tipo más frecuente, sólo por
detrás de los hogares compuestos por dos personas (INE, 2014). Según los mismos
datos esas personas que viven solas representan en torno al 10% de los 46,1 millones de
personas que residen en España.
Esta nueva realidad, que contraviene la pauta tradicional de convivencia familiar
propia de la cultura de los países del mediterráneo, cabe entenderla como resultado del
proceso que acompaña la tendencia occidental de atomización residencial iniciada en
los años sesenta (Roussel, 1986), y cuya singularidad ha consistido, en la mayoría de los
países desarrollados, en un fuerte aumento de los hogares unipersonales. En España,
esta tendencia se asienta con cierta regularidad en el último tercio del siglo XX (Tabla
1). Cabe anotar la robustez con la que se presenta la individualidad residencial en
España al observar cómo su crecimiento no ha sido alterado siquiera en los momentos


 
más graves de la recesión económica que ha atravesado nuestro país en los últimos
años.
Tabla I

   Fuente: (Del Campo y Rodríguez-Brioso, 2008)

De tal modo se afianza el modo residencial individual en nuestro entorno que su


crecimiento ha llegado a multiplicar por más de tres el número de hogares unipersonales
en solo cuarenta y cinco años. E incluso sigue en acelerado aumento: según las recientes
estimaciones del INE realizadas para el “sistema de indicadores urbanos Audit”, entre
2010 y 2014 el porcentaje de hogares unipersonales sobre el total de hogares pasó del
19% (2010) al 25% de 2014 (INE, 2016). Estos datos advierten de que el cambio social
en el que estamos envueltos supone profundas transformaciones estructurales respecto
del canon de convivencia que estableció la modernidad. La búsqueda de sentido en el
nuevo contexto social –pretensión finalista de este estudio- es obligada, toda vez que,
sea cual sea la configuración del orden social que se dé, las personas se necesitan unas
a otras. Éste es el sentido básico de la convivencia que entiende también Tzvetan
Todorov al postular que la existencia humana se sustenta en “la necesaria relación que
mantiene el ser humano con personas diferentes a él” (Todorov, 2011: 11). Bajo esta
intención, cualquier atisbo de pérdida de vínculos sociales requiere nuestra atención. Y
el hogar unipersonal puede ser una amenaza en este sentido: más por desconocimiento
de sus efectos que por su emergencia, pues esta manera de gestionar la cotidianidad ya
no implica, de manera tácita, grupo, convivencia, reciprocidad y, al menos en
pretensión, certidumbre.
Las explicaciones que se vienen dando al hecho de que en las últimas décadas se
consolide de manera notable el proceso de conformación de hogares unipersonales se
suelen articular desde dos perspectivas de análisis diferentes. Una, más sociológica, a
nivel macro, se dirige al horizonte axiológico de los cambios de valores sobrevenidos


 
con las transformaciones socioeconómicas del último tercio del siglo pasado; y por otro
lado, han proliferado los enfoques más preocupados por las consecuencias de la acción
racional de los actores, al poner especial énfasis en la utilidad de las decisiones
personales (Becker, 1987; Elster, 1997; Lewis, 2001).
En España, el estudio de las formas de convivencia ha sido abordado por lo
general desde una perspectiva estructural y sin ausencia de un componente ideológico
de fondo.1 Frente a los procesos de individualización que ha caracterizado a los países
europeos, el estudio de los cambios operados en nuestras formas de convivencia nos
parece de especial interés –abordados desde un análisis lo más objetivo posible- dada la
relevancia que tradicionalmente se ha atribuido a la familia en la producción y
sostenimiento de la sociabilidad a la par que a la asistencia informal de diverso tipo. La
individualización vista desde esta óptica de utilidad social, pone el acento en “la
desintegración de las formas sociales anteriormente existentes, como la creciente
fragilidad de las categorías de clases y estatus social, los roles de género, la familia, la
vecindad, etc” (Beck, 2003:38). Procesos sociales e interpretaciones de los mismos
desembocan en continuas paradojas que la investigación social más preocupada por la
dimensión normativa de la sociedad aún no acierta a armonizar (Alberdi, 1999; Ayuso,
2015; Meil, 2015).
La pérdida de perspectiva de los efectos del cambio social lleva a mantener las
“razones” que eran propicias en el orden moral de la modernidad, pero que pierden
eficacia a la hora de resolver los dilemas tardomodernos. Las nuevas realidades
familiares presentan una dramaturgia diferente a la trama relacional convencional de la
familiar: “mientras que por un lado en el seno de la vida familiar se anteponen los
derechos individuales a los de la institución (tanto en el plano legislativo como en el de
las actitudes), por otro, se ha reducido el control social ejercido sobre múltiples
dimensiones de la realidad familiar tradicionalmente sujetas a modelos normativos
fuertemente arraigados” (Meil, 2006:7). Y es que el individualismo atraviesa de plano el
armazón institucional de la convivencia familiar; así, Ulrich Beck señala cómo en la
sociedad actual prevalecen las opciones y decisiones individuales frente a la “verdad”
interiorizada mediante la socialización. “Frente a la “biografía normal” o socialmente
estandarizada surge la “biografía elegida”, que, por un lado, significa una mayor

                                                            
1
 Un referente necesario para entender el debate ideológico sobre la familia y las nuevas formas de 
convivencia puede encontrarse en Del Campo y Rodríguez‐Brioso (2008), quienes tienden a negar la 
tendencia creciente del hogar unipersonal frente al vaticinio que de él hizo Lamo de Espinosa (1983). 


 
posibilidad electiva en las opciones vitales fundamentales (dimensión liberatoria de la
individualización), pero que, por otro, también significa mayores incertidumbres y
menor seguridad en la validez de las normas e instituciones sociales tradicionales
(dimensión de desencantamiento)” (Meil, 2006:8).
La individualización se entroniza así como el nuevo sujeto histórico de la
sociedad global, en la cual “se hace énfasis en la necesidad de vivir una vida propia, no
como la entendía la primera modernidad, sino como la opción de elegir” el propio orden
moral (Uribe, P., 2010: 61). La vida en “solitario”, por así decir, es una de las
representaciones más visibles del proceso de individuación experimentado en las
sociedades desarrolladas; pero no por ello se puede afirmar que el habitante del hogar
unipersonal lleve una vida “de soledad”. De ahí que uno de los objetivos centrales del
presente estudio sea analizar hasta qué punto están satisfechas las personas que viven
solas en sus actuales formas de vida y poner en diálogo su actual estatus con una serie
de cuestiones básica relativas a las tradicionales relaciones familiares. De manera breve,
se quiere explorar la relevancia que le conceden las personas que viven solas a la
institución familiar desde su situación de ‘single’. En especial, nos interesan dos
enclaves específicos de la vida social: la familia y las amistades.
Todo ello se enmarca en el objetivo general del estudio que trata de comprobar
si los hogares unipersonales españoles (en particular aquellos en edades activas)
responden a esa suerte de paradigma de autorealización y liberación personal que una
parte de la literatura en este campo ha promocionado. Evidentemente debemos de tener
en cuenta la formación de distintos perfiles de hogares unipersonales. Por ejemplo,
existen causas inmediatas muy claras detrás del auge de la vida en solitario de los
mayores: la viudedad sobrevenida en un contexto de aumento de la esperanza de vida.
Pero ni esto expresa satisfacción vital o preferencia por ese modo de vida ni,
naturalmente, las causas están tan claras en el caso de otros segmentos de la población
(p.e., las edades activas). Por esta razón, sin desdeñar el protagonismo del hogar
unipersonal entre los mayores, nuestra investigación ha trascendido el estudio de esa
etapa del ciclo vital para adentrarse también y preferentemente en las edades activas.


 
Datos y metodología
Se han utilizado los microdatos de la Encuesta sobre Opiniones y Actitudes
hacia la Familia (OPAFAM) de la cual se dispone de dos ediciones (octubre de 2004 y
junio de 2014). Esta fuente responde a tres criterios fundamentales para nuestros
propósitos: la inclusión de información sobre la situación de convivencia de las
personas entrevistadas, la inclusión de ítems específicos que permiten abordar los
objetivos planteados y el interés añadido que presenta la comparación de dos momentos
en el tiempo claramente diferenciados por la coyuntura de la recesión económica
iniciada en 2008-2009.
A continuación se dan algunos detalles sobre los ítems que han servido para
afrontar el estudio de los temas propuestos en el trabajo y que, por otra parte,
estructuran el apartado de resultados.
La valoración de enclaves de vinculación social (familia, amigos, trabajo, ocio)
se realiza mediante la proporción de personas que declara como “muy importante” o
“bastante importante” el enclave en cuestión. El enunciado del ítem es idéntico en las
OPAFAM de 2004 y 2014: “A lo largo de la vida hay cosas que son muy importantes
para una persona mientras que otras, por el contrario, carecen de importancia. Para
cada una de las cuestiones que voy a leerle a continuación ¿podría decirme si
representan para usted algo muy importante, bastante importante, poco importante o
nada importante?”. Hay que decir que esta pregunta incluye otros aspectos como la
valoración de la política, el dinero, la salud y la religión. En este caso lo que más nos
interesaba eran los cuatro aspectos seleccionados precisamente por su carácter real o
potencial de enclave de sociabilidad.
En cuanto a la importancia atribuida a los posibles roles de la institución
familiar, se refiere a la función que a juicio del entrevistado/a desempeña la familia a
título personal (OPAFAM también preguntó por el rol de la familia en la sociedad, pero
este aspecto no ha sido incluido en los análisis de este trabajo). En concreto se preguntó:
“Y para usted personalmente, qué papel [prevalente o fundamental] cumple la
familia?”. Las personas entrevistadas debían elegir una respuesta de entre varias
posibles. Los roles seleccionados por nuestra parte se encuentran con igual o similar
enunciado en OPAFAM 2004 y 2014 y son: “Proporcionar amor y afecto” (en 2014 se
añade “a todos sus miembros”), “Cuidar de la salud de sus miembros” y “Cuidar de los
mayores”.


 
La preferencia por el tipo de hogar solo está disponible para la OPAFAM de
2004: “Independientemente de cual sea su situación actual, ¿podría decirme cuál de las
siguientes formas de vida preferiría?” (“vivir solo/a”, “tener una relación de pareja
manteniendo domicilios separados”, “vivir con su pareja sin proyecto de matrimonio”,
“vivir con su pareja con proyecto de matrimonio”, “vivir casado”, “vivir con los padres,
padre o madre, [u] otros ascendientes”, “vivir con los hijos”, “compartir su vivienda con
un amigo/a, amigos/as”, “vivir en una residencia para personas de su edad”, “otras,
¿cuáles?”.
Hay que señalar que el tamaño de la muestra de cada OPAFAM es de 2500
casos, muy próximo al número de casos finalmente validados para su análisis. Este
estudio del CIS se refiere a población mayor de edad (18 o más años). La distribución
de casos por sexo, edad y tipología de hogar puede encontrarse en la Tabla II.

Tabla II. Distribución de casos válidos en OPAFAM por edad, sexo y tipología de hogar

2004
Edad
18-34 35-49 50-64 65+ Total
Resto de la población Hombre 394 309 212 182 1097
Mujer 388 308 229 224 1149
Total 782 617 441 406 2246
Unipersonales Hombre 30 18 26 31 105
Mujer 18 18 22 74 132
Total 48 36 48 105 237
Total Hombre 424 327 238 213 1202
Mujer 406 326 251 298 1281
Total 830 653 489 511 2483
2014
Edad
18-34 35-49 50-64 65+
Resto de la población Hombre 303 327 263 190 1083
Mujer 287 350 266 198 1101
Total 590 677 529 388 2184
Unipersonales Hombre 22 39 34 31 126
Mujer 11 15 30 96 152
Total 33 54 64 127 278
Total Hombre 325 366 297 221 1209
Mujer 298 365 296 294 1253
Total 623 731 593 515 2462


 
Los resultados que se presentan a continuación se estructuran en dos bloques. En
el primer bloque se incluyen análisis descriptivos en los que se aplican dos variables de
segmentación: la tipología de hogar y los grupos de edad especificados en la Tabla II.
En este bloque se ha buscado ante todo mantener la consistencia estadística de los
resultados debido a lo reducido de la submuestra de personas que viven solas. Un
segundo bloque de resultados se basa en análisis inferencial consistente en regresiones
logísticas multivariables. Hemos limitado este tipo de análisis a las dos variables
dependientes que podían estudiarse tanto en 2004 como en 2014 (rol principal de la
familia y valoración de la familia en la vida de las personas). La variable dependiente
siempre es binaria y se indica convenientemente en cada análisis. La variable
independiente central de cara a la interpretación es la tipología de hogar (unipersonal
frente a personas que no viven solas). Entre las covariables de control se incluyen tres
tipos. Un primer tipo se refiere a las características demográficas de las personas
entrevistadas (sexo y edad). Un segundo grupo incluye situaciones sociales o estatus
adquiridos como el estado civil, la relación con la actividad y el estatus socioeconómico
(codificado en términos de clases tal y como se contempla originalmente por parte del
CIS en sus fuentes). Por último, se incluyen tres variables que podríamos denominar
“contextuales” aunque referidas a distintos niveles: la tenencia o no de hijos, la tenencia
o no de pareja y el municipio de residencia (50 mil habitantes o más frente a municipios
más pequeños). Cada modelo presenta tres especificaciones correspondientes a la
adición de estos tres grupos de variables y se presentan olas odds ratios
correspondientes y sus intervalos de confianza calculados al 95%. Recordemos que
estas ratios de probabilidades se interpretan con respecto a 1 (este valor indica que no
hay diferencias con respecto a la categoría de referencia que es indicada
convenientemente).


 
Resultados

En primer lugar, se ha centrado la atención en cuatro aspectos relevantes o


enclaves de la vida social (trabajo, ocio, familia y amigos), sobre los que las personas
entrevistadas muestran su valoración agrupando los porcentajes de las respuestas “muy
importante” o “bastante importante”. Se distinguen las valoraciones por grupos de edad
y según el tipo de hogar en el que habitan (Figura 1).

Figura 1. Valoración de enclaves de vinculación social. Proporción de personas que lo


consideran importante. España, 2004 y 2014.

Fuente. Elaboración propia a partir de los microdatos de OPAFAM 2004 y 2014.

Dos rasgos resaltan en la distribución de las opciones de valor resultantes. El


primero hace referencia al desigual interés que tiene la familia según se viva solo o en
compañía. Las personas que viven solas muestran menor apego a la familia que las
personas que lo hacen en convivencia en el año 2004. Destacan en este sentido las
personas en edades comprendidas entre los 50 y los 64 años que viven en hogares
unipersonales, con alrededor de 12 puntos menos en el apego familiar que su par
generacional entre las personas que no viven solas (88% frente a casi la totalidad,
respectivamente; de personas que valoran a la familia como un aspecto muy importante
o bastante importante). Una razón plausible que favorece este diferencial valorativo
sobre una institución tan próxima como compleja en el orden existencial, está en el
momento del ciclo vital en el que se sitúan las personas de este grupo de edad. A estas
edades es cuando se da la aparición del tipo de hogar de “nido vacío”, con especial
incidencia en separaciones y en experiencias biográficas frustradas. El vivir solo
responde en cierto modo a un distanciamiento tanto físico como emocional de la familia


 
de orientación como de la de procreación, lo que puede estar en la base de esta singular
distinción. El segundo rasgo que merece ser destacado del año 2004 es la desigual
importancia que conceden los mayores de 65 años al mundo del trabajo. La diferencia
de 15 puntos porcentuales entre personas mayores (la mayoría jubilados) que viven
solos de los que viven en familia está probablemente asociada a la presencia de hijos
dependientes de la economía y/o el apoyo recibido en el hogar de las personas mayores,
de quienes dependen un creciente porcentaje de jóvenes (solteros y casados) para hacer
frente a cargas vitales que de otro modo no podrían cubrir. Los mayores que viven
solos, por lo general, ven el trabajo como un pasado episodio personal de su vida activa.
En 2014, en pleno contexto de crisis económica, tanto en hogares unipersonales
como en hogares de más de un miembro, el trabajo ha pasado a valorarse más. Resalta
como entre las personas que viven solas las redes de proximidad, de solidaridad
colectiva (familia, amigos), adquieren un mayor protagonismo. Ya sociólogos clásicos
como Durkheim, Weber o Simmel plantearon el vínculo social como un lazo que, en
momentos de necesidad, funcionarían como apoyos en la búsqueda de cohesión y
estabilidad social. La crisis económica genera una pérdida de confianza hacia la
capacidad del Estado de bienestar o del mercado para prestar ayuda cuando se necesita.
De ahí que se haya apuntado “un aumento en la identificación con las normas de ayuda
mutua entre los miembros de la familia en caso de necesidad” (Meil, 2011:187).
En el año 2004 (no así en el 2014) se indaga en el grado de satisfacción sobre
distintos aspectos de la vida (trabajo, ingresos, tiempo libre, vivienda, salud, estilo de
vida, nivel educativo y familia) que tienen los entrevistados (Figura 2)

Figura 2. Grado de satisfacción con distintos aspectos de la vida. Proporción de personas que
consideran estar satisfechas o bastante satisfechas. España, 2004.

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Fuente. Elaboración propia a partir de los microdatos de OPAFAM 2004.

Se observa que la familia es el aspecto de la vida personal que genera una mayor
satisfacción tanto entre las personas que viven acompañadas como entre aquellas que
viven solas. Sin embargo, en línea con algunos de los argumentos del análisis anterior
hay una menor satisfacción con respecto a la familia entre las personas que viven solas
respecto al resto.
Pasando a analizar la atribución de roles principales concedidos a la familia, bajo
la misma distribución de grupos de edad y tipo de hogar, se examinaron tres en
concreto: “Proporcionar amor y afecto”, “cuidar de la salud de los miembros de la
familia” y “cuidar de los mayores” (Figura 3 y 4).
De las funciones tradicionalmente atribuidas a la familia, solo las de tipo
emocional siguen teniendo un papel relevante en la valoración de todos los grupos de
edad y formas de convivencia tanto en 2004 como en 2014, si bien destacamos un ligero
descenso entre las personas que viven solas en 2014. Este razonamiento no es aplicable
como puede observarse al grupo de edad 35-49 años para el que se registra un
importante aumento en este sentido. No obstante, no puede asegurarse que no estemos
ante un simple efecto de consistencia estadística. Si obviamos este último resultado,
podríamos establecer un patrón en el que el mito familiar como “refugio de afectos”
tiende a disminuir su prevalencia con la edad.
Por otro lado, y teniendo como trasfondo una sociedad con amplia oferta de
servicios socio-sanitarios, es coherente que al cuidado de la salud no se le atribuya un

11 
 
papel relevante en el seno de la familia. También es coherente con el actual sistema de
valores, sobre todo en las generaciones más jóvenes, que caiga el aprecio por la atención
de los mayores en el hogar, sobre todo cuando este cuidado recae en la familia formada
por los hijos. A ello contribuye también que el actual imaginario social no estigmatiza el
desalojo de los mayores hacia instituciones residenciales. No obstante, son las personas
mayores, por mentalidad y por sentir próxima ya la necesidad de ser cuidadas, las que
manifiestan mayores cuotas de valoración a esta función familiar. Llama la atención que
sean los mayores que viven solos los que más aprecian el cuidado de la familia, aun
cuando en realidad viven solos: o quizá sea por ello.

Figura 3. Valoración de los roles que desempeña la familia. Proporción de persona que
responden “Muy importante” o “Importante” (2004)

Fuente. Elaboración propia a partir de los microdatos de OPAFAM 2004.

Figura 4. Valoración de los roles que desempeña la familia. Proporción de persona que
responden “Muy importante” o “Importante” (2014)

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Fuente. Elaboración propia a partir de los microdatos de OPAFAM 2014.

Por último, se recoge información sobre un aspecto muy relacionado con el


presente estudio. Se trata del modo de vida preferido (solo o en otras situaciones). En
concreto hemos comparado la preferencia por vivir en solitario con la preferencia con la
vida en pareja (situación y preferencia prevalentes en el conjunto de la población).
¿Hasta qué punto las personas que viven solas “prefieren” hacerlo así? (Figura 5).

Figura 5. Preferencia por el tipo de hogar. Vivir solo/a vs. vivir en pareja. España, 2004

Fuente. Elaboración propia a partir de los microdatos de OPAFAM 2004.

Una primera observación general del gráfico puede caer en la obviedad.


Evidentemente hay una proporción mucho más elevada de personas que viven solas que

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muestran su preferencia por esta forma de hogar con respecto al resto de la población.
Pero es revelador que esa proporción no suponga en ningún caso la mitad de la muestra
de hogares unipersonales, independientemente del grupo de edad. Es decir, la mayoría
de personas que vivían solas en España en 2004 no optarían preferentemente por esa
forma de vida (esta afirmación es válida incluso si se acumulase el porcentaje de
personas que manifestaron su preferencia por el living apart together como se muestra
más abajo). Este resultado nos hace cuestionar si el “vivir solo” es una opción elegida
mayoritariamente, entre otras varias posibles, o si es la dificultad de poder vivir en
compañía la que condiciona la elección de vivir solo. Nos parece significativo que,
según estos resultados, esa disyuntiva no sólo afecte a las personas mayores (¿tendrían
realmente libertad de elegir el hogar unipersonal como mejor opción?) sino que
probablemente subyazca a lo largo del ciclo vital aunque por distintos motivos. Dicho
esto, los grupos de edad adultos y activos, que hemos caracterizado como un grupo
social con especial presencia en hogares en proceso de desalojo o de desarticulación,
son los que más valoran, entre los que viven solos, vivir en pareja/familia.
En la Figura 6 se muestran cuáles son específicamente las preferencias de los
que no prefieren vivir solos, aparte de la otra situación mayoritaria que ya hemos
reflejado. La distribución que muestra la gráfica sobre preferencias por otras formas de
convivencia tiene que ver sobre todo con las generaciones activas más jóvenes por lo
que respecta a nuevas formas de convivencia, en especial con las personas que viven
solas. España, a pesar de los grandes cambios sociales y culturales que ha
experimentado en las últimas décadas, sigue siendo un país en el que las formas de
convivencia alternativas son aún muy minoritarias, si se compara con el entorno
europeo. Es relevante sin embargo entre los que viven solos, cuyos jóvenes se
caracterizan por ser personas con alto grado de formación, posiciones profesionales que
permiten autonomía personal y gozan de recursos altos que les permiten una alta
movilidad. El estado preferencial de living apart together es el mejor reflejo de esto. Es
el tiempo del denominado “amor líquido” (Bauman, 2005).

Figura 6. Preferencia por el modo de convivencia. Otras formas. España 2004

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Fuente. Elaboración propia a partir de los microdatos de OPAFAM 2004.

A continuación se presentan los análisis basados en regresiones logísticas


multivariables.
Las Tablas III y IV muestran la probabilidad relativa de atribución de un rol
prevalentemente afectivo a la institución familiar en 2004 y 2014 respectivamente. Las
dos imágenes tienen en común la escasa o nula significatividad de las covariables
personales en contraste con las variables más sociales o de estatus. Por ejemplo, las
clases medias o medias-bajas son menos proclives a la atribución de un rol afectivo a la
institución familiar respecto a las clases altas. En cuanto a la variable central de análisis
(la vida en solitario) puede apreciarse que en las especificaciones 2 y 3 las personas que
viven solas son menos proclives a la atribución de dicho rol respecto a las personas que
no viven solas, si bien el efecto encontrado no es estadísticamente significativo. Hay
dos contrastes destacables entre los resultados de 2004 y 2014. En la última fecha
adquieren significatividad tanto el género como la relación con la actividad. Hombres y
personas en situación de paro presentan menor probabilidad de valoración declarada
hacia la familia en el plano afectivo que estamos analizando.

15 
 
Tabla III. Ods ratios. Atribución de rol afectivo (amor y afecto) a la familia. España,
2004
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR IC 95% OR IC 95% OR IC 95%
vive solo/a (ref. no vive solo/a) 1,089 (0,808‐1,468) 0,886 (0,622‐1,262) 0,821 (0,571‐1,179)
edad (ref. 18‐34)
35‐44 0,715 (0,578‐0,884) 0,856 (0,656‐1,116) 0,868 (0,661‐1,141)
45‐54 0,663 (0,524‐0,839) 0,928 (0,681‐1,263) 0,937 (0,682‐1,288)
65+ 0,557 (0,437‐0,709) 0,807 (0,521‐1,252) 0,813 (0,523‐1,266)
hombre (mujer ref.) 0,932 (0,789‐1,101) 0,881 (0,725‐1,072) 0,887 (0,729‐1,08)
ecivil (casado/a ref.)
soltero/o 1,101 (0,849‐1,428) 0,776 (0,538‐1,119)
viudo/a 1,288 (0,839‐1,977) 1,102 (0,679‐1,79)
sep/div 0,611 (0,373‐1,001) 0,517 (0,304‐0,88)
actividad (trabaja ref.)
parado/a 0,767 (0,545‐1,078) 0,757 (0,537‐1,067)
jubilado/a 0,867 (0,599‐1,255) 0,874 (0,603‐1,266)
estudia 1,894 (1,247‐2,878) 1,769 (1,158‐2,702)
trabajo doméstico 0,671 (0,483‐0,931) 0,697 (0,501‐0,97)
ESTATUS (clase alta/media alta ref.)
nuevas clases medias 0,842 (0,641‐1,107) 0,843 (0,64‐1,109)
viejas clases medias 0,519 (0,378‐0,712) 0,527 (0,381‐0,728)
obreros cualificados 0,55 (0,424‐0,713) 0,56 (0,43‐0,728)
obreros no cualificados 0,674 (0,503‐0,903) 0,691 (0,513‐0,931)
hijos (no tiene hijos ref.) 0,715 (0,517‐0,99)
pareja (no tiene pareja ref.) 0,804 (0,602‐1,072)
urban (vive en municipio <50 mil ref.) 1,054 (0,881‐1,262)

Tabla IV. Ods ratios. Atribución de rol afectivo (amor y afecto) a la familia. España,
2014
Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3
OR IC 95% OR IC 95% OR IC 95%
vive solo/a (ref. no vive solo/a) 1,131 (0,859‐1,489) 0,849 (0,611‐1,179) 0,768 (0,545‐1,083)
edad (ref. 18‐34)
35‐44 0,826 (0,658‐1,035) 1,022 (0,775‐1,347) 1,196 (0,897‐1,593)
45‐54 0,813 (0,64‐1,032) 1,094 (0,789‐1,518) 1,29 (0,921‐1,808)
65+ 0,675 (0,52‐0,875) 0,872 (0,554‐1,374) 1,024 (0,645‐1,626)
hombre (mujer ref.) 0,831 (0,701‐0,985) 0,799 (0,661‐0,966) 0,775 (0,64‐0,939)
ecivil (casado/a ref.)
soltero/o 1,605 (1,238‐2,08) 1,098 (0,793‐1,521)
viudo/a 1,412 (0,919‐2,17) 1,576 (0,974‐2,549)
sep/div 1,339 (0,942‐1,903) 1,385 (0,939‐2,042)
actividad (trabaja ref.)
parado/a 0,728 (0,57‐0,931) 0,74 (0,578‐0,948)
jubilado/a 0,994 (0,698‐1,414) 0,994 (0,697‐1,419)
estudia 0,969 (0,632‐1,487) 0,911 (0,59‐1,407)
trabajo doméstico 0,872 (0,588‐1,295) 0,891 (0,599‐1,325)
ESTATUS (clase alta/media alta ref.)
nuevas clases medias 0,824 (0,636‐1,069) 0,838 (0,644‐1,089)
viejas clases medias 0,742 (0,546‐1,008) 0,727 (0,532‐0,994)
obreros cualificados 0,749 (0,582‐0,964) 0,776 (0,601‐1,003)
obreros no cualificados 0,459 (0,333‐0,632) 0,476 (0,343‐0,66)
hijos (no tiene hijos ref.) 0,485 (0,363‐0,647)
pareja (no tiene pareja ref.) 1,108 (0,837‐1,465)
urban (vive en municipio <50 mil ref.) 0,885 (0,74‐1,057)

16 
 
En las Tablas V y VI se replica el anterior análisis pero en este caso la variable
dependiente no representa la atribución primordial de un rol exclusivo a la familia. En
cambio, lo que se mide ahora es la probabilidad de valorar a la institución familiar en sí
(como algo “muy importante” o “bastante importante” “en la vida de una persona”). En
este análisis hay que tener en cuenta el alto porcentaje de personas encuestadas que
valoraron como importante o muy importante a la institución familiar (sistemáticamente
por encima del 90% de los entrevistados). Esto provoca que el contraste con los casos
negativos sea muy poco significativo. De hecho, lo único destacable de los resultados es
la consistencia de la vida en solitario como única variable significativa en la mayoría de
las especificaciones presentadas. El sentido del efecto es consistente, particularmente en
2004: las personas que viven solas registran una menor probabilidad de valoración vital
de la institución familiar respecto a las personas que viven en compañía.

Tabla V. Odds ratios. Valoración de la familia en la vida de una persona (muy


importante o bastante importante=1). España, 2004

Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3


OR IC 95% OR IC 95% OR IC 95%
vive solo/a (ref. no vive solo/a) 0,09 (0,039‐0,205) 0,19 (0,066‐0,542) 0,226 (0,077‐0,666)
edad (ref. 18‐34)
35‐44 2,901 (0,798‐10,55) 1,686 (0,402‐7,075) 1,733 (0,406‐7,403)
45‐54 1,145 (0,43‐3,046) 0,642 (0,178‐2,311) 0,686 (0,179‐2,628)
65+ 2,982 (0,892‐9,975) 1,191 (0,132‐10,784) 1,242 (0,131‐11,789)
hombre (mujer ref.) 0,532 (0,23‐1,232) 0,523 (0,201‐1,36) 0,52 (0,2‐1,353)
ecivil (casado/a ref.)
soltero/o 0,165 (0,034‐0,794) 0,404 (0,049‐3,303)
viudo/a 1,094 (0,082‐14,524) 1,283 (0,088‐18,797)
sep/div 0,147 (0,02‐1,053) 0,182 (0,022‐1,485)
actividad (trabaja ref.)
parado/a 0,585 (0,15‐2,281) 0,618 (0,156‐2,452)
jubilado/a 0,665 (0,132‐3,356) 0,668 (0,132‐3,387)
estudia 0,833 (0,166‐4,177) 1,017 (0,195‐5,306)
trabajo doméstico 0,568 (0,054‐5,939) 0,512 (0,048‐5,508)
ESTATUS (clase alta/media alta ref.)
nuevas clases medias 1,471 (0,445‐4,858) 1,445 (0,436‐4,787)
viejas clases medias 1,866 (0,362‐9,609) 1,541 (0,291‐8,159)
obreros cualificados 1,518 (0,51‐4,519) 1,372 (0,456‐4,13)
obreros no cualificados 2,8 (0,541‐14,479) 2,533 (0,475‐13,501)
hijos (no tiene hijos ref.) 2,557 (0,434‐15,078)
pareja (no tiene pareja ref.) 1,359 (0,453‐4,075)
urban (vive en municipio <50 mil ref.) 0,584 (0,232‐1,471)

17 
 
Tabla VI. Odds ratios. Valoración de la familia en la vida de una persona (muy
importante o bastante importante=1). España, 2014

Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3


OR IC 95% OR IC 95% OR IC 95%
vive solo/a (ref. no vive solo/a) 0,17 (0,075‐0,389) 0,305 (0,103‐0,903) 0,555 (0,182‐1,69)
edad (ref. 18‐34)
35‐44 0,466 (0,123‐1,773) 0,242 (0,048‐1,223) 0,213 (0,041‐1,115)
45‐54 0,423 (0,11‐1,618) 0,123 (0,021‐0,708) 0,131 (0,022‐0,769)
65+ 0,598 (0,146‐2,454) 0,118 (0,013‐1,064) 0,125 (0,014‐1,106)
hombre (mujer ref.) 0,919 (0,416‐2,027) 0,81 (0,318‐2,06) 0,808 (0,31‐2,102)
ecivil (casado/a ref.)
soltero/o 0,176 (0,048‐0,644) 0,993 (0,149‐6,601)
viudo/a 0,975 (0,141‐6,722) 3,908(0,366‐41,714)
sep/div 0,394 (0,079‐1,959) 1,615(0,199‐13,082)
actividad (trabaja ref.)
parado/a 1,078 (0,324‐3,587) 1,05 (0,308‐3,58)
jubilado/a 1,226 (0,288‐5,218) 1,383 (0,332‐5,756)
estudia 7016147,14 (0‐.) 9601295,25 (0‐.)
trabajo doméstico 0,472 (0,071‐3,111) 0,452 (0,068‐3,016)
ESTATUS (clase alta/media alta ref.)
nuevas clases medias 2,159 (0,536‐8,69) 2,045 (0,495‐8,448)
viejas clases medias 1,537 (0,373‐6,341) 1,196 (0,272‐5,266)
obreros cualificados 1,997 (0,585‐6,818) 1,838 (0,525‐6,443)
obreros no cualificados 0,761 (0,227‐2,557) 0,708 (0,203‐2,47)
hijos (no tiene hijos ref.) 1,935 (0,531‐7,047)
pareja (no tiene pareja ref.) 7,043(1,275‐38,916)
urban (vive en municipio <50 mil ref.) 0,414 (0,154‐1,112)

Conclusiones y discusión

En este trabajo se ha analizado la valoración que tienen las personas que viven
solas, en comparación con el resto de población, en relación a algunos aspectos
específicos de la institución familiar.
El primer dato revelador es la preferencia por la vida en compañía, incluso entre
las personas que viven solas. Podría discutirse si esto tiene que ver con carencias
emocionales o afectivas relacionadas con la propia debilidad de los vínculos sociales
que impone el modo de vida singular. O, tal vez, habría que observar la vida en
solitario, particularmente en las edades activas, como una situación transitoria (que
puede convertirse en definitiva) derivada de condicionantes socioeconómicos cada vez
más visibles: la inestabilidad y/o precariedad laboral, la creciente competitividad y
necesidad de movilidad, y un conjunto amplio de factores que añaden incertidumbre al
proyecto vital. Dichos factores podrían contribuir a retrasar o imposibilitar el

18 
 
cumplimiento de expectativas que aquí se han demostrado ciertas: tener una pareja y/o
formar una familia.
En segundo lugar se muestra la desigual valoración que se tiene por la familia
según se viva solo/a o en compañía. Solamente los hogares unipersonales en edades
adultas (entre 55 y 64 años) muestran una disminución significativa de la valoración
afectiva hacia la institución familiar. Ahora bien, esta conclusión no invita a pensar que
realmente estemos ante una opción de proyecto de vida elegido, sino que quizás tiene
que ver más con condicionantes estructurales relacionados con el ciclo vital en el que se
sitúan las personas de este grupo de edad (“nido vacío”, experiencias biográficas
frustradas por separaciones, etc).
Ambos argumentos, en definitiva, invitan a pensar que la familia se sigue
presentando como un refugio, como un cobijo emocional, en un mundo incierto (Lasch,
1984).
En tercer lugar se observan interesantes mediaciones de las variables
sociodemográficas (además de la propia condición de hogar unipersonal) en la
valoración que se otorga a distintos roles que tradicionalmente se asocian a funciones
propias del ámbito familiar (por ejemplo, la provisión de amor y afecto, el cuidado de la
salud y el cuidado de los mayores). Al respecto es destacable señalar que de las
funciones tradicionalmente atribuidas a la familia, solo las de tipo emocional siguen
teniendo un papel relevante en la valoración de todos los grupos de edad y formas de
convivencia entre las personas que viven solas. El despliegue de la afectividad sigue
constituyendo uno de los intereses vitales más importantes que mueven y unen a los
individuos. El crecimiento del individualismo no supone la desaparición definitiva del
sentido afectivo habitualmente asociado al modelo familiar. Las relaciones afectivas en
la era actual llamada “líquida” presentan manifestaciones diferentes a las tradicionales,
no se trata de ir en contra de la institución familiar sino más bien una redefinición de la
misma. Dicho esto, hay que apuntar que los roles afectivos hacia la institución familiar
son más proclives entre las clases medias y altas.
Y, por último, hay que destacar un apunte cronológico respecto a algunas pequeñas
variaciones que se dan en el análisis entre 2004 y 2014. Se observa como en pleno
contexto de crisis económica, se registra un aumento en la valoración que manifiesta la
población que vive sola respecto de las redes de proximidad tales como la familia y los
amigos. A pesar del proceso de individualización, las redes básicas de proximidad
contribuyen al bienestar subjetivo de los individuos, “[…] no tanto por su mera

19 
 
existencia, sino por el tipo de relaciones sociales a las que da lugar, en concreto, por ser
un recurso para la integración social de los individuos, para la organización de su
tiempo de ocio así como fuente de ayuda en caso de necesidad” (Meil: 2011:198).

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21 
 

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