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Claro, tras esto me di cuenta de que sólo existía una posibilidad para enfrentarme al
papel en blanco. ¿Cómo íbamos a ¡producir! poesía si a penas teníamos las palabras
justas para mantenernos vivos y el silencio era lo único que nos permitía una especie
de paz con nosotros y con todos los demás, que si no era bastante, vivían con el afán
continuo de tener siempre la razón si no de acceder a la verdad en cuestiones tan
triviales y a la par tan trascendentes como la posibilidad de construir un relato en el
que se enmarcase el sujeto pensante consciente de la totalidad del ser y de si mismo?
No era poco aquello que se presentaba en un primer momento, algo casi tan
revelador como inquietante, pues siempre hay algo de inquietante en la verdad. Pero,
¿cuál era la verdad? ¿Podíamos acaso con las palabras referirnos a ella o siquiera
atisbar a grandes rasgos su contorno sinuoso? O sin ir tan lejos, ¿podían al menos las
palabras expresar algo de nosotros, algo que nos tocase mínimamente, que nos hiciese
poner en duda toda una serie de relatos científicos y religiosos alrededor de la
cosmogonía? ¿Podían las palabras hablar de nuestros sueños, o lo que es lo mismo, de
nosotros? Por ello lancé una corta diatriba personal contra toda la filosofía del lenguaje
que se había producido hasta el momento:
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compartiese con ella algunas de las más fructíferas conversaciones acerca del nihilismo
en los autores alemanes del siglo XIX.
¿Ustedes han vivido alguna vez con miedo? No les hablo del terror, sino del miedo
parco, de un miedo a no saber qué, a una paranoia que se extiende en sus
pensamientos. Un miedo que paraliza las pestañas… Yo sí! Fue tras esta experiencia de
la esquizofrenia voluntariamente escogida, con plena consciencia de ella, que sentí
éste miedo ante la revelación de que yo era dos. Como resultado de esto, y acentuado
por los efectos psicotrópicos del cáñamo y de un amor irresuelto, escribí una breve
memoria titulada los estadios del miedo.
A péndulo perpetuo
con un temblor de alma
el dolor a pala-corazón excava
quizás una ranura absurda
u orificio en la urbe combustible.
Se siente casi-causa
y se inscribe en los secretos
con denuedo implacable,
y sus ruidos, sus llantos,
que ahondan en sus hondas
cuencas hemisféricas,
roen y roen hasta dejar
lo poco que le queda
en una diminuta mezcla
de nada y todo que se consume,
como sus palabras, como su tiempo.
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Siente frío en el aire
que entra en su pecho
y ardor en las manos
de fregarse los ojos
hasta el fuego, que emana
de los labios al inhalar el humo
venidero que trae la verdad.
Al tiempo que vivía estos episodios, como he dicho, me encontré con un cúmulo de
circunstancias que participarían de la destrucción de ese lenguaje insustancial y terco,
pero también de mi persona, y no estoy hablando sólo del efecto de inhalar el humo de
los porros, yo que había sido siempre un abstemio militante radical en mi juventud y
había tildado todos los estupefacientes de alienantes, sin tener en cuenta las grandes
dosis consumidas de qué sé yo: televisión, pornografía, deporte o literatura juvenil. En
cualquier caso tal inmersión me sirvió no sólo para concebir una noción de
temporalidad no atada a una cronología lineal, sino que además pude componer
algunos cantos que se escapaban de mi capacidad de entendimiento:
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descontrolada de seres mitológicos
que me persiguen, y me huyen,
y se esconden del acecho de uno mismo.
El otro factor a tener en cuenta fue, por supuesto, esta aparición de seres que al
menos yo veía como mitológicos y que mostraban una actitud como mínimo
desconcertante para conmigo. Como les decía, por aquellas fechas conocí a la que
hubiese sido la mujer de mi vida si no fuese por ciertos esquemas morales,
tradicionalmente vinculados a las religiones monoteístas, como eran la monogamia o la
fidelidad, pese a que ella era atea y pertenecía a la marginal y casi extinta tribu urbana
de los estudiantes de filosofía, por lo que dedicaba la mayor parte de su tiempo a
estudiar asuntos tan pedantes y a la vez interesantes, como podía ser el poliamor o la
teoría queer, cosa que tampoco fue de gran relevancia porque al fin y al cabo, como ya
he dicho, se dedicaba a la FILOSOFÍA, con todo lo que ello conlleva, no como yo, que
vendría a abarcar lo que viene a ser el ámbito de la totalidad de las cosas.
Aun así empecé a vislumbrar LA VERDAD a través de sus ojos, reflejada en sus ojos,
a través de los reflejos de mis ojos en sus ojos, etc. digamos que la verdad tomó la
forma de sus pechos y su modo de andar. Ya se pueden ustedes imaginar de qué modo
alguien como yo, feo, con los rasgos primitivos de un neandertal, incapaz a penas de
hablar siquiera en pequeñas reuniones o grupos reducidos de gentes conocidas —por
no hablar de mi incapacidad para articular discursos afectivo-sexuales—, puede llegar a
crear tales relaciones de dependencia con absolutos desconocidos sobre los que dejar
caer la responsabilidad de lo que uno no es capaz de tomar con sus manos, de modo
que, tratando de anticiparme a cualquier cosa que pudiese acaecer y que hiciese
desmoronarse mi mundo, le escribí un poema que grabé en una cinta de cassette:
déjame escribir
en tu cuerpo mis quimeras
bosquejar tus gritos
advertir tu sonrisa
tu tenue fulgor de estrella
tu oscura luz lunar
tus adentros tus afueras
tus miedos incendiarios
y tus andares rutinarios
tus mares tus males
tus recuerdos compungidos
y tus carcajadas disonantes
mi pánico en tus ojos
tu indiferencia con los míos
los rellanos los pasillos
los salones donde nunca estuvimos
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mis tus-lugares-favoritos
mis sendas mis caminos
mis yos y mis ellos
mis agenciamientos
y luego,
que empiece
el paseo del esquizofrénico.
La cuestión es que fuese como fuere, esto sólo conducía hacia una dirección. Quizás
se pudiese encontrar en los primeros episodios cierta tensión, cierto encanto, o incluso
una posibilidad —o esperanza— de rasgar la cáscara a la realidad. ¿Qué sé yo?
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Tras el absurdo del delirio en el que fui capaz de inscribirme en sus deseos, de
pensar el tiempo no como algo que se me escapara, sino más bien algo con lo que
abrazarme y sentirme de algún modo seguro, me encontré justo en ese momento en el
que uno se encuentra desahuciado del mundo sólo con la compañía de LA DEPRESIÓN.
Por supuesto, hubo aquí una debacle y hasta cierta autohumillación por mi parte
des del momento en que las máscaras que representaban aquél teatro del absurdo en
el que yo ocupaba el papel central se volvieron cada vez más oscuras y dibujaron en su
rostro una ridícula sonrisa que me miraba con gesto vejatorio. Supongo que conocen
ese estado de impotencia que sólo trae consigo tristeza y rabia y odio, y sobre todo
psicosis y esquizofrenia, pero sobre todo parálisis, porque, al fin y al cabo, por eso
estáis aquí.
Y sí, por supuesto, al final se marchó, y no sólo eso, sino que a mi me dejó atado en
un cenagal, con los pies metidos en el barro, sin posibilidad de hacer nada más que
hundirme y hundirme y cada vez más hondo en aquella mezcla de depresión, amor,
desidia, aburrimiento e histeria, tratando de escapar de mi propio pasado que se me
repetía una y otra vez sin la posibilidad de hacer una mínima fisura en él para escapar
de tanto sufrimiento estéril.
Luego había las tardes de aburrimiento, las tardes vacías. Llegó un punto en el que
incluso creí haberme acostumbrado a llenar todos estos huecos con su presencia, a
veces hasta imaginaria, escuchar su ronroneo matutino por teléfono o pensar gestos,
sólo pensar algunos gestos que repetía. Esto, de algún modo, había sido suficiente.
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Ronroneo, ronroneo,
berridos, regocijos,
tus pupilas dilatadas,
tus pupilos en la cárcel.
Te consumen silentes
las horas largas y amargas
que devoran tu mirada
perdida en el abismo.
¿Qué quedaba, pues, de todo aquello? A penas unos recuerdos, unas fotografías.
¿Qué podía hacer con ello? ¿Gritarles? ¿Llorar, quizás? ¿Escribir una especie de
memorias en que contase al mundo mis menudencias que no podían suscitarle interés
alguno? Por motivos que no consigo esclarecer terminé canalizando todas estas dudas
hacia una única respuesta que me facilitaba todos los asuntos, pues con ella podía no
responder a nada. Era el consumo cada vez más habitual de cáñamo, pero esto se
materializó, a su tiempo, en una dependencia cada vez mayor de la que no podía salir
porque me producía un fuerte estado de ansiedad y me conducía a estados alterados
de la consciencia que me impedían mantenerme sereno.
Y aquí el dolor
que me aventura
a un no saber que
que me perturba
y no oigo tus ruidos
ni tus gemidos
sino un silencio
de desiertos
de palabras
Y tu respirar parco
se me ha vuelto
un horizonte
que se escapa
¿Con qué razón
seguir andando
o con qué tesón
buscarte aun?
Luego ya empecé a vivir algunos episodios turbios que no consigo recordar con
claridad, entre los cuales se sucedió un hecho remarcable: fue tras una noche de
embriaguez comunal en que mis compañeros de secta y yo nos quedamos encerrados
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en el fondo de una gruta con poca luz, que tuve una revelación. Al parecer habríamos
ido en busca de la esmeralda mágica que rompería una especie de conjuro que nos
impedía desbloquear la puerta para ya luego cada uno seguir con nuestras vidas.
Salimos de allí por una salida lateral y andamos varios kilómetros hasta llegar al punto
dónde deberíamos ver un campo de naranjos, de los cuales el primero de la quinta fila
o el quinto de la primera, debía sostener en sus ramas una naranja que contuviese la
joya de la dicha. Justo al llegar a aquél sitio, que por alguna razón extraña existía,
escuché lo que podría haber sido mi voz esquizofrénica:
Así, tras todos estos episodios en que ya hasta la realidad se había convertido en un
mero disfraz de si misma, que mis delirios habían dejado de tener significado para mi,
fue como decidí venir aquí, a este lugar de podredumbre, a este maldito grupo de
terapia dónde ustedes vienen a llorar como vilipendiadas criaturas que no se sostienen
sobre sus piernas y se cuentan sus anhelos, sus tristezas, nada más que para sentirse
quizás amados o esperando la atención de sus semejantes.
Ahora realmente me doy cuenta de cuan denigrante soy, rodeado de todos vosotros
que venís con cara de muertos, que os recreáis en lo que os ha matado, que seguís
mirando al futuro con los ojos del pasado. ¡Sí! ¡Yo también soy de los vuestros, pero
ahora tengo algo que deciros para al fin dejar de ser como vosotros!
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La vida es hermosa, sí,
pero yo...
yo sólo intuyo, ahora, a penas
un querer seguir viviendo
o un miedoso revolverme
los sesos o, acaso, la sien.
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