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LA FUNCIÓN SOCIAL DEL DEPORTE

Los sucesos, de todo tipo, que diariamente se dan alrededor del deporte,
exigen serias y profundas reflexiones en torno a la función social que debe
cumplir el deporte y particularmente, obligan a revisar el compromiso que
hemos adquirido con la sociedad, quienes voluntariamente y animados
solo por nuestra vocación de servicio, aceptamos la responsabilidad de
orientar y dirigir los destinos de las organizaciones deportivas y de
quienes pertenecen a ellas.

Históricamente, a partir de la realización de los Juegos Olímpicos de la


llamada era moderna, inspirados en el ideario del Barón Pierre de
Coubertin, la sociedad contemporánea empezó a reconocer en el deporte,
un instrumento de paz entre los pueblos, una alternativa para la correcta
utilización del tiempo libre, un poderoso factor de integración social y en
la últimas décadas, se le ha concedido una gran importancia social al
deporte, como medio para conservar la salud y mejorar la calidad de vida.
Todos estos beneficios atribuidos a una práctica metódica del deporte,
han hecho que la sociedad valore esta importante actividad humana y
encuentre en ella, además, una fuente inagotable de oportunidades para
educar y formar en valores.

Yo diría entonces, que la importancia social del deporte, se mide por sus
contribuciones al crecimiento y desarrollo personal de quienes lo
practican, por el aporte que hacen las personas formadas en la férrea
disciplina del deporte, a la estructuración de un tejido social más sólido y
por el sentimiento de nacionalismo y sano orgullo patrio, que nos
infunden nuestros atletas con sus triunfos internacionales.

Fundamental para estos propósitos, resulta siendo entonces la claridad


que debemos tener quienes dirigimos la actividad, acerca del por qué y el
para qué deben hacer deporte los niños y jóvenes que la sociedad nos ha
confiado para que los formemos y orientemos. Cualquier falta de claridad
y contundencia en las respuestas a estos interrogantes, dejaría sin piso
social al deporte y toda práctica, por excelente que sea técnicamente,
resultaría siendo, como lo advirtió Huizinga en su momento, “una función
estéril de la cultura”

Culturalmente el hombre ha tenido la tendencia a desechar lo que no le


sirve, lo que no considera útil para su vida y esta tendencia, será inflexible
con el deporte, el día que la sociedad juzgue su práctica como inútil, por
no encontrar en ella nada positivo para sus intereses como colectivo.

Es necesario entonces, repensar nuestra función y nuestro compromiso


social como dirigentes deportivos, frente al deber ser del deporte, para
no distraernos en el espejismo que nos produce una práctica deportiva
fundamentada solo en desmedidos afanes de grandeza, a partir del éxito
en la competición y que termina por hacernos ver cada vez más pequeños
ante la sociedad, porque sus intereses no se bastan solo con eso.

El dirigente deportivo no puede apartarse entonces, de su compromiso


como formador de buenos ciudadanos, a partir de la orientación de la
práctica del deporte son sentido social, lo cual implica la necesidad de
enfocar su práctica, en respuesta a lo que la sociedad espera de él y a
mantener presente, muy presente, que toda práctica deportiva, debe
llevar siempre implícito un propósito educativo y formativo.

Que el deporte no se desborde, que el fanatismo, los intereses


comerciales y políticos y el afán de muchos de tener campeones a
cualquier precio, no asfixien sus posibilidades educativas y formativas,
pues el país, antes que muchos campeones, requiere con urgencia de
buenos ciudadanos, de excelentes seres humanos y esa debe ser nuestra
contribución al desarrollo social de las comunidades.

En este sentido, vale recordar una reflexión de José María Cajigal, quien
afirmaba que “Una organización deportiva bien aplicada a los
requerimientos de la sociedad y a las necesidades de su tiempo, es
altamente provechosa, pero una organización estructurada a partir de
fines desfasados, de tópicos faltos de confrontación rigurosa, puede
resultar nefasta para la sociedad de su tiempo”.

Baltazar Medina

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