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LOS ANTIVALORES DEL MOVIMIENTO OLÍMPICO

El año 2013 estuvo cargado de actos y eventos conmemorativos del


sesquicentenario del nacimiento del Barón Pierre de Coubertín, el
inspirador de los llamados Juegos Olímpicos de la era moderna, basados
en unos valores, que según su voluntad, deberían constituir la base
filosófica que debe soportar el interés del hombre y de la sociedad por el
deporte.

Esta es la razón por la cual, cada vez que queremos posar de niños buenos
en el deporte, nos amparamos en este marco filosófico y como alumnos
aplicados, hacemos énfasis en los llamados valores olímpicos: amistad,
respeto y excelencia, haciéndole creer a los demás, que todas nuestras
acciones, se ajustan a este mandamiento.

Pero nada más distante de la realidad, pues la coherencia entre el


pensamiento y la acción, como fundamento de la ética civil, está cada vez
más ausente de las actuaciones de muchos integrantes del movimiento
olímpico, que ostentan altas dignidades y que por consiguiente están
llamados a dar ejemplo, pero que a juzgar por sus actuaciones, el mensaje
que dejan es otro, pues queda en evidencia, que simplemente han
convertido el legado de Coubertin, en un eslogan publicitario, en una
fachada moral para tranquilizar sus conciencias, si es que en verdad eso
fuera posible después de que se consciente de haber actuado mal.

La amistad, como valor olímpico, debe ser entendida, como el puente que
puede tender el deporte para unir culturas, credos y religiones, en torno a
un objetivo común, en donde no pueden tener cabida prácticas
discriminatorias o excluyentes. La amistad, como valor olímpico, no debe
confundirse entonces con pactos en medio de cocteles, amparados en
intereses mundanos, ni con la conformación de cofradías para ostentar
falsos poderes, ni mucho menos, con la falta de criterio para actuar y
decidir libremente.

El respeto, se basa en reconocer los derechos de los demás y la dignidad


que hace merecedora a cada persona de profesarle respeto, por eso cada
vez que somos irrespetados nos sentimos indignos, no por cuenta propia,
sino por cuenta de la prepotencia de quienes se sienten superiores al
resto de sus semejantes y se arrogan el derecho a convertirse en jueces,
investidos de la autoridad necesaria, para impartir veredictos al amparo
de falsas razones. Por supuesto que este tipo de comportamientos,
transgrede la esencia del respeto como un valor olímpico, porque el
respeto se basa en la ética y la moral y es la base del entendimiento entre
los seres humanos.

La excelencia consiste en “aumentar las propias competencias y


capacidades para ponerlas al servicio de los demás y de esa manera
hallar realización, procurar trascender y encontrar felicidad en el propio
desprendimiento voluntario y en el compartir solidario”, entendida así,
no se podría hablar de la excelencia como valor olímpico, si los líderes de
este gran fenómeno social y deportivo que es el olimpismo, no se
despojan de sus vanidades personales, de los afectos que se nutren de
prebendas y menos aún, si con sus actuaciones demuestran que se están
apartando de la función social que debe cumplir el deporte, como un
medio efectivo para integrar a los pueblos y como un poderoso
argumento para desarmar los espíritus beligerantes y propiciar una sana y
positiva emulación.

Es necesario entonces, urgente diría yo, revestir a muchos dirigentes del


movimiento olímpico del verdadero espíritu olímpico, para que puedan
despojarse de todas las flaquezas de su naturaleza humana y honren la
memoria de quien dedicó toda su vida al servicio de una noble causa,
hasta su muerte, renunciando a todo lo material que pudo tener si
hubiese querido, por mantener la coherencia entre sus principios y la
acción.

Como reflexión final, a raíz de la sensación negativa que nos ha dejado la


decisión en torno a la sede de los Juegos Olímpicos de la Juventud 2018,
quisiera recordar las palabras del Barón Pierre de Coubertin, respecto a la
universalidad de los Juegos Olímpicos: “No hace falta recordar que los
Juegos Olímpicos no son propiedad de ningún país, ni de ninguna raza en
concreto y que no pueden ser monopolizados por ningún grupo…..”, no
podemos convertir entonces, el interés que puedan mostrar los países en
organizar unos Juegos Olímpicos, en un instrumento de poder para
quienes toman las decisiones, menos en un canal para el tráfico de todo
tipo de influencias, el tema no es de poder, pues en cuestiones de poder,
siempre habrá fuertes y débiles y en ese orden de ideas, los perdedores
siempre serán los mismos, pero además, detrás de cualquier decisión de
este tipo mal tomada, solo habrá un gran perdedor: EL DEPORTE.

Baltazar Medina

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