Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
LA RELIGIÓN
DE LA TECNOLOGÍA
PAIDOS
Barcelona
Buenos Aires
México
Título original: The Religión o f Technology
Publicado en inglés, en 1997, en Estados Unidos por Alfred A. Knopf, Inc.,
Nueva York
Traducción en castellano publicada por acuerdo con Alfred A. Knopf, Inc.
Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del copyright,
bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra
p or cualquier medio o procedimiento, com prendidos la reprografía y el tratamiento
informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstam o públicos.
ISBN : 84-493-0780-5
Depósito legal: B-42.240/1999
H ugo de S a n V íc t o r
F r a n c is B a c o n
Sumario
A gradecim ientos.............................................................................. 13
Introducción. Tecnología y Religión .......................................... 15
P r im p r a P íirtp
T E C N O L O G ÍA Y T R A SC E N D E N C IA
1. El parecido d iv in o ................................................................. 23
2. El milenio: la promesa de perfección.................................. 37
3. Visiones del p a ra íso ................................................................ 51
4. El paraíso restaurado.............................................................. 61
5. Virtuosos celestiales .............................................................. 77
6. El nuevo A d á n ........................................................................ 91
7. El nuevo E d é n ........................................................................ 113
12 LA R E LIG IÓ N DE LA TE C N O L O G ÍA
Segunda Parte
T E C N O L O G ÍA S D E LA T R A SC E N D E N C IA
2. Perry Miller, The Life o f the Mind in America, Nueva York, Harcourt, Brace
and World, 1960, pág. 274.
IN TR O D U C C IÓ N 19
El parecido divino
3. Max Weber, The Sociology o f Religion, Boston, Beacon Press, 1963, pägs.
138 y 185 (trad, cast.: Ensayos sobre sociologia de la religion, Madrid, Taurus).
4. Gerhart B. Ladner, The Idea o f Reform, Nueva York, Harper and Row,
1967, p a g s .9 1 ,163, 6 9 y 3 2 .
26 T E C N O L O G IA Y TR A SC E N D E N C IA
las artes útiles. Además, después del siglo IV, el dogma ortodoxo re
conoció la importancia de estas actividades que hacían más llevadera
la aflicción por la caída del hombre, pero rechazó explícitamente que
tuviesen ningún valor como medios de redención, algo que única
mente podía proporcionar la gracia.
«Además de las artes sobrenaturales de vivir en virtud y de alcan
zar la beatitud inmortal que sólo la gracia de Dios que está enC risto
puede comunicar a los hijos de la promesa y a los herederos del rei
no — escribió san Agustín, el principal autor de la ortodoxia cristia
na en L a ciudad, de Dios—, el genio natural del hombre ha descu
bierto y perfeccionado numerosas artes y técnicas que se ocupan no
sólo de las necesidades de la vida sino también del disfrute humano.»
San Agustín reconoció los «logros sorprendentes» que se habían
producido en la fabricación de vestidos, la navegación, la arquitectu
ra, la agricultura, la cerámica, la medicina, el armamento y la fortifi
cación, la cría de animales y la preparación de comida; en las mate
máticas, la astronomía y la filosofía, así como en el lenguaje, la
escritura, la música, el teatro, la pintura y la escultura. Aunque enfa
tizó de nuevo: «Al decir esto, por supuesto, pienso únicamente en la
naturaleza de la mente humana como una gloria de esta vida mortal,
no de la fe y del camino de la verdad que conduce a la vida eterna [...]
Recordad, pues, que todos estos dones tomados a la vez no son más
que el consuelo fragmentario que se nos permite en una vida conde
nada a la miseria».5
Como argumentó Jacques Ellul, el teólogo y filósofo de la tecno
logía, que se hizo eco de san Agustín, la tecnología existió únicamen
te para la humanidad en su estado de caída, y no tenía sentido fuera
de éste. En su estado perfecto, anterior a la caída, la humanidad no te
nía necesidad desdicho artificio, ni lo tendría en la renovación de
aquel estado perfecto. En la visión agustiniana, por consiguiente, la
tecnología no tenía nada que ver con la trascendencia; es más signifi
caba la negación de_la trascendencia. La trascendencia, el redescubri
miento de la perfección perdida, sólo se podía ganar a través de la
gracia de Dios.^Además, los así bendecidos, decía san Agustín, parti
ciparían de un «conocimiento universal» muy alejado de la compren
sión de los meros mortales. «Pensad cuán grande, cuán bello, cuán
cierto, cuán infalible sería este conocimiento, y de qué forma tan sen
cilla se adquiriría. Y también, qué cuerpo debemos tener, un cuerpo
10. White, «Cultural Climates», op. cit., pág. 198; véase también David F. N o
ble, A World Without Women, The Christian Clerical Culture o f Western Science,
Nueva York, Alfred A. Knopf, 1992, cap. 4.
11. Ladner, The idea o f Reform, op. cit., págs. 2-3.
30 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
12. Benz, Evolution and Christian Hope, op. cit., págs 123-125; véase también
Gerhart B. Ladner, A d Imaginem Dei: The Image o f Man in Medieval Art, Latro-
be, Pa., Arch Abbey Press, 1965, págs. 32-34 y 55.
13. Elspeth Whitney, Paradise Restored: The Mechanical Arts from Antiquity
Through the Thirteenth Century, Filadelfia, American Philosophical Society, 1990,
págs. 69,18, 70, 71, 72, 76 y 101; Ovitt, Restoration, op. cit. pág. 112; Peter Sterna-
gel, D ie Artes Mechanicae in Mittelalter, citado en Whitney, Paradise, op. cit.,
pág. 18.
EL PA RECID O D IVIN O 31
15. John J. Contreni, «John Scotus, Martin Hiberniensis: The Liberal Arts and
. Teaching», en Michael W. Herren (comp.), Insular Latin Studies, Toronto, Pontifi
cal Institute of Medieval Studies, vol. 1, pág. 25.
16. Ibíd., pág. 26; Whitney, Paradise, págs. 70-72.
EL PA RECID O D IVINO 33
17. Whitney, Paradise, op. cit., pág. 72; White, «Cultural Climates», op. cit.,
págs. 189 y 197.
18. Marie Dominique Chenu, Nature, Man, and Society, Chicago, University
of Chicago Press, 1968, pág. 43; véase también Jean Gimpel, The Medieval Machi
ne: The Industrial Revolution o f the Middle Ages, Londres, Penguin, 1977.
34 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
19. Whited, «Cultural Climates», op. cit., págs.194-195; Cyril Stanley Smith,
citado en Lynn White, Medieval Religión and Technology, Berkeley, University of
California Press, 1978, pág. 322; Jacques Le G off, Time, Work, and Culture in the
Middle Ages, Chicago, University of Chicago Press, 1980 (trad. cast.: Tiempo, tra
bajo y cultura en el Occidente medieval, Madrid, Taurus, 1987).
20. White, «Cultural Climates», op. cit. pág. 195; Whitney, Paradise, págs. 78,
72 y 90.
EL PA RECID O D IVIN O 35
como «un término genérico para todos los oficios». Además, elabo
ró una creativa reinterpretación de Erigena sobre la alegoría de Ca-
pella al especificar con detalle las siete artes mecánicas ofrecidas en la
Filología de Mercurio como pago por las siete artes liberales. Entre
éstas se incluían la fabricación de vestidos, armamento y construc
ción, el comercio, la agricultura, la caza y la preparación de comida,
la medicina y las artes escénicas.21
Inspirado por las ideas de Erigena, H ugo también «vinculó las
artes mecánicas y las liberales directamente con la salvación y la
restauración del hombre caído». Sin embargo, como agustiniano,
H ugo identificaba la tecnología exclusivamente con el mundo caí
do (y con el primer acto del hombre caído, la confección de vesti
dos), y por otra parte sostenía, en un marcado desplazamiento res
pecto de san Agustín, que las artes útiles constituían un medio de
recuperación de la perfección de la humanidad, su imagen divina
original. Siguiendo a Erigena, H ugo creía que esta perfección ante
rior a la caída no era únicamente espiritual, como argumentaba san
Agustín, sino también física. Aunque alegaba que «la obra de res
tauración incluía la reparación de la vida física del hombre» además
de la espiritual. Según el medievalista Elspeth Whitney, para H ugo
«las artes mecánicas proporcionaban todos los remedios para nues
tra debilidad física, resultado de la caída, y, como las otras ramas
del conocimiento, se encontraban en último término destinadas a la
tarea religiosa de restaurar nuestra naturaleza verdadera anterior a
la caída». Así, «a través de esta relación con el fin último del hom
bre, el cultivo de las artes mecánicas adquirió una aprobación reli
giosa y moral». H ugo de San Víctor escribió lo que sigue: «L o que
concierne a las artes [....] es restaurar entre nosotros el parecido di
vino».22
Con H ugo la nueva concepción monástica de las artes útiles
estaba completamente articulada como un medio de reunión con
Dios, un tema planteado en el siglo X lll por Michael Scot, que sos
tenía: «El propósito principal de las ciencias humanas es devolver el
hombre caído a su posición anterior a la caída», y por el fraile fran
ciscano san Buenaventura, que también «santificó las artes mecáni
cas y las situó en el contexto del conocimiento cuya fuente y objeti
vo es la luz de D ios». Este trabajo —realizado por un canónico, un
23. Whitney, Paradise, op. cit. pag. 76; Ovitt, Restoration, pags. 121 y 127;
White, «Cultural Clim ates», op. cit., pag. 195.
Capítulo 2
El milenio:
la promesa de perfección
4. Véase Bernard McGinn, The Calabrian Abbot: Joachim o f Fiore in the His-
tory o f Western Thought, Nueva York, Macmillan, 1985; Bernard McGinn, «Apo-
calyptic Traditions and Spiritual Identity in Thirteenth Century Religious Life»,
en E. Rozanne Eider (comp.), The Roots o f the Modern Christian Tradition, Kala-
mazoo, Mich., Cistercian Publications, 1984.
EL M ILEN IO : LA PROMESA DE PE R FE C C IÓ N 41
5. Ernst Benz, Evolution and Christian Hope, Garden City, N.Y., Doubleday,
1975, pág. 36.
6. Frank E. Manuel, Freedom from History, Nueva York, Nueva York Univer-
sity Press, 1971, pág. 127; véase también Marjorie Reeves, The Influence o f Pro-
phecy in the Later Middle Ages: A Study in Joachimism, Oxford, O xford Univer-
sity Press, 1969; Richard K. Emerson y Bernard M cGinn (comps.), The Apocalypse
in the Middle Ages, Ithaca, Nueva York, Cornell University Press, 1992.
42 T E C N O L O G IA Y TR A SC E N D E N C IA
9. Will Durant, The Age o f Faith, Nueva York, Simón and Schuster, 1950, pág.
1.010; John B. Bury: The Idea ofProgress, Londres, Macmillan, 1928, pág. 26 (trad.
cast.: L a idea del progreso, Madrid, Alianza, 1971).
10. Roger Bacon, The Opus Majus o f Roger Bacon, Nueva York, Rusell and
Rusell, 1962, pág. 417 ypassim ; Stewart C. Easton, Roger Bacon and His Searchfor
a Universal Science, N ueva York, Rusell and Rusell, 1971, passim; Pacey, Maze of
Ingenuity, op. cit., págs. 56-57.
44 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
13. Bacon, citado en Bury, The Idea o f Progress, op. cit., pag. 26.
14. Lynn Thorndike, History o f Magic and Experimental Science, Nueva York,
Columbia University Press, 1934, vol. 2, pags. 863-865 y 842.
15. Ibid., vol. 3, pags. 347-355; Robert P. Multhauf, «John of Rupescissa and
the Origins of Medical Chemistry», Isis, vol. 45,1954, pags. 359-366.
46 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
16. John Leddy Phelan, The Millennial Kingdom o f the Frasciscans in the New
World, Berkeley, University of California Press, 1970, pág. 1.
17. Pauline Moffitt Watts, «Prophecy and Discovery: On the Spiritual Origins
of Christopher Colum bus’ Enterprise of the Indies», American Historical Review,
vol. 90,1985, págs. 73-102.
EL M ILEN IO : LA PROMESA DE PER FE C C IÓ N
18. Leonard I. Sweet, «Christopher Columbus and the Millenial Vision of the
N ew World», Catholic Historical Review, vol. 72, julio” de 1986' págs.’ 369-382;
Thorndike, History o f Magic, op. cit., vol. 3, pág. 842.
19. Watts, «Prophecy and Discovery», op. cit.,passim.
48 TE C N O L O G IA Y TR A SC E N D E N C IA
20. Ibíd.
‘‘N om bre con el que se designaba a los paganos que no eran judíos ni musul
manes. [N. de £.]
21. Phelan, Millennial Kingdom, op. cit.,passim.
22. Ibíd.
EL M ILEN IO : LA PROMESA DE PER FE C C IÓ N 49
23. Ibíd.
24. Thorndike, History o f Magic, vol. 4, op. cit., pág. 107.
50 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
25. Kirkpatrick Sale, The Conquest o f Paradise, Nueva York, Alfred A. Knopf,
1992, pág. 190; Watts, «Prophecy and Discovery», op. cit., pág. 73.
26. Sale, The Conquest o f Paradise, op. cit., págs. 188 y 190.
27. Ibíd., pág. 175.
Capítulo 3
5. Wilhelm Waetzgoldt, Dürer and His Time, Londres, Phaidon Press, 1950,
págs. 15 y 32.
V ISIO N ES DEL PARAÍSO 55
6. John Leedy Phelan, The Millennial Kingdom o f the Franciscans in the New
World, Berkeley, University of California Press, 1970, págs. 70-72; Frank E. Ma
nuel, Freedom from History, Nueva York, N ew York University Press, 1971, pág.
91; Ernest Lee Tuveson, Millenium and Utopia, Nueva York, Harper and Row,
1964, pág. 22-30; Katherine R. Firth, The Apocalyptic Tradition: Reformation Bri-
tain, 1530-1645, Nueva York, O xford University Press, 1979, pág. 248.
56 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
los utópicos de los siglos XVI y XVII, el énfasis espiritual sobre las ar
tes útiles y el desarrollo técnico se convirtieron en un aspecto cen
tral. «Los dioses habían dado al hombre inteligencia y manos, y lo
habían hecho a su imagen, dotándolo con una capacidad superior
a la de otros animales», declaró Giordano Bruno a finales del si
glo XVI. «Esta capacidad consiste no sólo en el poder de trabajar cíe
acuerdo con la naturaleza y el curso normal de las cosas, sino más
allá de esto y fuera de sus leyes, con el fin de crear, o tener el poder
de crear, otras naturalezas, otros cursos, otros órdenes a través de su
inteligencia, con la libertad sin la cual el parecido a la deidad no exis
tiría, el hombre al final podría hacerse a sí mismo dios de la tierra.»
Bruno argumentaba, anticipándose a Francis Bacon: «La Providen
cia ha decretado que el hombre esté ocupado en la acción a través de
las manos y en la contemplación a través del intelecto, de tal forma
que no podría contemplar sin acción o trabajar sin contemplación.
[Y de esta forma] a través de la emulación de las acciones ae Dios y
bajo la dirección del impulso espiritual, [los hombres] han agudiza
do su ingenio, han inventado industrias y han descubierto el arte. Y
siempre, día a día, a través de la fuerza de la necesidad, desde las pro
fundidades de la mente humana surgen invenciones nuevas y mara
villosas. Esto significa que, con su empleo devoto y entusiasta se se
paran cada vez más de sus naturalezas animales, se elevan cada vez
más cerca del ser divino».7
El fraile dominico Tommaso Campanella era, como Joaquín de
Fiore oriundo de Calabria, y «su ardiente expectativa de un nuevo
mundo se fundaba en la estructura joaquinita de la historia». A ini
cios del siglo XVII, Campanella lideró una rebelión frustrada con el
fin de «forzar el apoteosis inevitable de la historia» y establecer su
ciudad ideal en la tierra. Enfrentándose a sus inquisidores, se definió
explícitamente a sí mismo como la encarnación de la tercera edad de
Joaquín. La utópica «Ciudad del Sol» de Campanella «consagró el
culto a la ciencia y a la tecnología como principios del desarrollo so
cial y la perfección moral». En esta comunidad fraternal, una man
comunidad cristiana cuyos orígenes se deben remontar a imágenes
similares de Ramón Llull, Francis Bacon y Giordano Bruno, se re
quería a todo ciudadano dominar, al menos, una de las artes mecáni-
y los han oscurecido en su mayor parte [...] El día en que todo esto .
sea abolido y extirpado y en su lugar se instituya una ley justa y ver-,
dadera, entonces estaremos agradecidos a los que han luchado por
ello, aunque la obra propiamente se debe atribuir a nuestra era ben
dita».12
Los manifiestos.rosacruces exhortaban a las personas educadas^
de toda Europa a responder a la invitación fraternal de la orden y a
cooperar con ella en su empresa providencialmente inspirada. «Se
llama al lector —informaba el Rosa Florescens, un manuscrito rosa-
cruz tardío— a estudiar con los hermanos rosácruces el Libro de la.
Naturaleza, el Libro del Mundo, y a retornar al paraíso que Adán
perdió.» La llamada de los rosacruces despertó un «interés frenéti-,
co» en toda Europa y provocó como respuesta un «torrente de lite
ratura», un «río de obras impresas». Sin embargo, en Europa, estas
proclamas aparentemente revolucionarias se veían sobre todo con
suspicacia, miedo, hostilidad y represión. Por otro’ lado, la urgen
cia del mensaje milenarista despertaría mayores simpatías, en el si
glo XVII en Inglaterra, donde tendría un impacto más duradero.13
12. Ibíd.
13. Ibíd.
Capítulo 4
El paraíso restaurado
2. Henry Guppy, William Tindale and the Earlier Translations o f the Bible
into English, Manchester, University Press, 1925, pág. 28-29.
3. Gustavus S. Paine, The Man Behind the King Jam es Versión, Grand Rapids,
Mich., Baker Book House, 1959.
EL PARAÍSO RESTAURADO
4. Trevelyan citado en Guppy, William Tindale, op. cit., pág. 29; Christopher
Hill, The English Bible and the Seventeenth Century Revolution, Alien Lañe, Pen-
guin Press, 1993, págs. 27 y 34.
66 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
12. Ernest Lee Tuveson, Millennium and. Utopia, Nueva York, Harper and
Row, 1964, pâg. 84; Webster, Great Instauration, op. cit., pâgs. 18, 335 (cita de Mil
ton) y 509.
68 T E C N O L O G IA Y TR A SC E N D E N C IA
13. Ibid., pág. 335; P.M. Rattansi, «The Social Interpretation of Science in the
Seventeenth Century», en Peter Mathias (comp.), Science and Society, 1600-1900,
Cambridge, Cambridge University Press, 1972, pág. 13.
14. Lewis Mumford, Pentagon o f Power, N ueva York, Harcourt, Brace Jova-
novich, 1964, pág. 106; Bacon citado en Robert Merton, Science, Technology, and
Society in Seventeenth Century England, N ueva York, Howard Fertig, 1970, pág.
115; véase también Margaret C. Jacob, The Cultural Meaning o f the Scientific R e
volution, Filadelfia, Temple University Press, 1988, págs. 32 y 35; Jam es R. Jacob,
«By an Orphean Charm», en Phyllis Meade y Margaret C. Jacob (comps.), Politics
and Culture in Early Modern Europe, Cambridge, Cambridge University Press,
1988, pág. 236.
EL PARAÍSO RESTAURADO 69
15. Webster, Great Instauration, op. cit., págs. 336 y 335; George Ovitt, The Res-
toration o f Perfection, New Brunswick, N . J., Rutgers University Press, 1986, pág. 17;
Francis Bacon, Novum Organum, en Benjamin Farrington (comp.), The Works o f
Francis Bacon, Filadelfia, Carey and Hart, 1848, vol. 4, pág. 247 (trad. cast.: Novum
organum, Barcelona, Hogar del Libro, 1988).
16. Paolo Rossi, Francis Bacon: From Magic to Science, Londres, Routledge
and Kegan Paul, 1968, págs. 7-11.
17. Jacob, Cultural Meaning, op. cit., pág. 32; Mumford, Pentagon o f Power,
op. cit., pág. 106; Francis Bacon, «The Masculine Birth of Time», en Benjamin Fa
rrington, The Philosophy o f Francis Bacon, Chicago, Chicago University Press,
1964, pág. 72; Bacon, Novum Organum, aforismo 68.
70 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
18. Rossi, Francis Bacon, op. cit., págs. 127-129; Francis Yates, The Rosicrucian
Enlightenment, Boulder, Shambala Press, 1978, pág. 119.
19. Yates, Rosicrucian Enlightenment, op. cit., pág. 119; Farrington, Philosphy,
op. cit., pág. 21; Rossi, Francis Bacon, op. cit., pág. 127; Bacon, «Masculine Birth of
Time», op. cit., pág. 72.
EL PARAÍSO RESTAURADO 71
20. Bacon, Novum Organum, en Farrington (comp.), Works, vol. 4, págs. 247-
248; Francis Bacon, Valerius Terminus, en Farrington (comp.), Works, vol. 3, págs.
217 y 219; vol. 4, págs. 21 y 247-248; Bacon, «The Refutation of Philosophies», en
Farrington, Philosophy, op. cit., pág.106; véase también Eugene Klaaren, Religious
Origins o f Modem Science: Belief in Creation in Seventeenth Century Thought,
Grand Rapids, Mich., William B. Eerdman, 1977, pág. 92.
21. Thomas, Man and the N atural World, op. cit., pág. 18; Webster, Great Ins-
tauration, op. cit., pág. 329; Bacon, prefacio a The Great Instauration, en The Phy-
sical an d Metaphysical Works o f Lord Bacon, Londres, George Bell and Sons, 1904,
pág. 9 (trad. cast.: L a gran Restauración, Madrid, Alianza, 1985).
72 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
24. Webster, Great Instauration, op. cit., págs. 47,22-23 y 511; Whitney, Fran-
cis Bacon and Modernity, op. cit., pág. 44.
25. Webster, Great Instauration, op. cit., págs. 69 y 192.
74 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
27. Webster, Great Instauration, op. cit., págs. 324, 326, 328 y 329.
28. Ibíd., pág. 246, apéndice.
76 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
29. Firth, Apocalyptic Tradition, op. cit., pags. 206 y 213; Milton, citado por
Webster, Great Instauration, op. cit., pâg. 100.
Capítulo 5
Virtuosos celestiales
13. Boyle, «Usefulness», págs. 54 y 32; Tuveson, Millenium and Utopia, op.
cit., pág. 100; Klaaren, Religious Origins, op. cit., pág. 105.
14. Frank E. Manuel, The Religión o f Isaac Newton, Oxford, O xford Univer-
sity Press, 1974, págs. 47, 91, 97, 99 y 100.
86 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
15. Rattansi, «Social Interpretation», op. cit., pág. 22; Jacob, «Millenarianism
and Science», op. cit., pág. 340; Manuel, Religión o f Isaac Newton, pág. 99; véase
también Arthur Quinn, «O n Reading Newton Apocalyptically», en Richard H.
Popkin (comp.), Millenarianism and Messianism in English Literature and
Thought, 1650-1800, Leiden, E. J. Brill, 1988, págs. 176-192.
16. Klaaren, Religious Origins, op. cit., pág. 15.
VIRTUOSOS C E LESTIA LES 87
artesanal entre las obras del hombre y las de Dios algo más allá, ha
cia una identidad real entre ellos. De nuevo, como había escrito Mil-I
ton, se esforzaron para conocerla Dios no sólo para amarlo e imitar-J
lo, sino también «para ser como él».17.
La idea de la participación del hombre en la creación presuponía ^
la creencia de que la creación no había finalizado todavía. Esta no
ción estaba enraizada en la creencia bíblica de una «nueva creación»,
la expectativa, basada en la llegada prometida de un segundo Adán,
Cristo, de la redención del hombre, el fin de un mundo caído y el-
amanecer de un cielo y una tierra nuevos. En esta situación, Dios no
era únicamente un creador^ sino también un recreador, reelaborando
su trabajo para corregir la corrupción que el hombre había llevado a
cabo. En el esquema milenarista joaquinita, el hombre se convertía a
través d éla historia en un participante _de su propia redención, y en
consecuencia participaba también en la reconstrucción de la crea
ción; a través de sus esfuerzos morales, Dios completaba la obra. De
este modo, las acciones humanas, se veían como la expresión de los i
propósitos divinos a través de la acción humana, se percibían como
anticipaciones de una nueva creación, en cumplimiento de un plan
providencial para el universo.18
Para los reformistas milenaristas del siglo xvil, el avance del co
nocimiento y la miríada de desarrollos materiales contribuyeron a la
formalización dé la primera creación y constituyeron un progreso
hacia la nueva creación. A finales de siglo, los científicos milenaristas
llegaron también a percibir la utilidad de sus propios diseños y arti-_
lugios como prolongaciones o ampliaciones, incluso mejoras, de la
creación original —una segunda naturaleza, como así era—, el com
plemento humano (aunque divinamente dirigido) a la creación. «Y
estos grandes descubrimientos, que Dios había hecho en tiempos le
janos —como John Beale, decano de la Roy al Society, le escribió a
Boyle—, podrían otorgarnos muchos motivos de gran esperanza, si
Dios se diera prisa en finalizar alguna oLra en otra gloriosa muestra
de su luz, como sería adecuado para este mundo.» En un espíritu pa
recido, el teólogo de la restauración John Edwards_se preguntaba:
«¿Quién no ve en las filosofías natural y mecánica y en todas las cla
ses de matemáticas, las vastas mejoras con las que en estos últimos
tiempos hemos sido bendecidos? [...] ¿Debe la Divinidad, que es el
17. Rattansi, «Social Interpretation», op. cit., pág. 21; Milton, citado por
Webster, Great Instauration, op. cit., pág. 100,
18. Klaaren, Religious Origins, op. cit., págs. 85, 93 y 111.
88 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
arte más grande entre las artes, permanecer sin mejoras? [...] Vemos
que el conocimiento y el aprendizaje divino han continuado crecien
do y a pesar de la sensatez alcanzada, aquéllas no han llegado a la To
talidad, y, de este modo, de ello debemos concluir que deberán haber
más y mayores ampliaciones en las épocas sucesivas [...] antes de la
conclusión de todas las cosas».19
En la inspirada imaginación de la época, la contribución del
hombre a la creación dominaba cada vez más ampliamente su visión
del mundo. A pesar de las advertencias sobre la necesidad de humil
dad, y a pesar del reconocimiento devoto del propósito ilivino de su
obra, los científicos sutilmente aunque de forma constante empeza
ron a asumir el manto del creador con pleno derecho, a modo de
dioses. Fraños~Kácorí¡ por ejemplo, había insistido en que la misión
del hombre de rehacer el mundo estaba en la realidad, aunque «los
pasos del creador estaban impresos^en sus criaturas^D e esta forma,
declaró que «D ios nos prohíbe que anunciemos el sueño de nuestrai
propia imaginación sobre el diseño del mundo». Sin embargo, al fi
nal de su vida, en su Nueva Atlántida, pronosticó que los hombres
algún día crearían especies nuevas y que se convertirían en dioses:
«la meta final no declarada»~de la ciencia moderna, como plantea Le-
wis Mumford.20 ”
También Boyle insistió en que Dios tenía una mano puesta en to
dos los logros humanos, «al dirigirlos a las pautas felices y plenas,
que la técnica común y la industria pueden, de esta forma, mejorar».
Aunque también se insinuó que los nuevos poderes divinos iban más
allá de los que fueron otorgados a Adán. «Y es con toda seguridad
un gran honor, que el creador indulgente conceda a los naturalistas,
a pesar de no darles el poder de producir un átomo de materia, el po
der de introducir tanta multiplicidad de formas [...] y producir estos
cambios entre las criaturas, que si en la actualidad Adán estuviese
vivo, y tuviese que examinar esta gran variedad de producciones del
hombre, que se encuentran en los talleres de los artificieros^ en los
laboratorios de los químicos y otros almacenes de arte, estaría admi
rado de ver un mundo nuevo, como el que en su día fue, y el coryun-
to de las cosas que se han añadido a las criaturas primitivas, a través
de la industria posterior a él.» En esta visión, la caída parecía prácti-
21. Boyle, citado en Tuveson, Millenium and Utopia, op. cit., pag. 110; Boyle,
«Usefulness», pag. 14.
Capítulo 6
El nuevo Adán
10. Charles Babbage, The Ninth Bridgewater Treatise, Londres, Frank Cass,
1967 (original de 1837), págs. 82, 92-93,132,139, 140,164 y 173; Linda M. Strauss,
«Autómata: A Study in the Interface of Science, Technology, and Popular Cultu
re», tesis doctoral inédita, San Diego, University of California, 1987.
* En el original inglés la palabra masón, tiene un significado doble. En primer
lugar, es el término con que se denomina el oficio de albañil, de cuyos gremios me
dievales surgió la masonería. En segundo lugar, se utiliza para denominar a un
miembro de la masonería. Com o explica el texto, hubo un tiempo en que en inglés
ambas definiciones coincidían, por esta razón el autor se esfuerza por explicar su
vinculación y sus diferencias posteriores. Cuando el texto cita las nociones de «m a
sones practicantes» o «masonería operativa», se refiere, en realidad, a los albañiles
y, cuando cita «masonería especulativa», se refiere a la francmasonería propiamen
te. En español esta dualidad terminológica no existe. [N. de í.]
EL NU EV O ADÁN 97
11. Margaret Jacob, Living the Enlightenment, N ueva York, O xford Univer-
sity Press, 1991, págs. 22 y 204.
12. Nicholas Hans, « U N E S C O of the Eighteenth Century: La Loge des N euf
Soeurs and Its Venerable Master Benjamín Franklin», Proceedings o f the American
Philosophical Society, vol. 9, n° 5, octubre 1953, pág. 513; Margaret C. Jacob, The
Cultural Meaning o f the Scientific Revolution, Filadelfia, Temple University Press,
1988, págs. 126-128; Francés Yates, The Rosicrucian Enlightenment, Boulde,
Shambala Press, 1978, págs. 209-210. Véanse también Margaret C. Jacob, «Freema-
98 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
17. Yates, Rosicrucian Enlightenment, op. cit., pág. 83; Jacob, Living the En-
lightenment, op. cit., pág. 208; Abner Cohén, «The Politics of Ritual Secrecy»,
Man, vol. 6, septiembre 1977, pág. 137.
18. Strauss, «Autómata», op. cit., págs. 41 y 79.
EL NU EV O ADÁN 101
era, por consiguiente, «la fuerza dinámica que estaba detrás de las «en- _
ciclopedias», «la difusión de la luz del conocimiento» y la promoción
de las «artes y oficios útiles».21
Los ingleses, que iban una generación por delante de sus hermanos
del continente europeo en lo que respecta a la aplicación mecánica del
conocimiento científico, fueron los pioneros reales en este terreno, y
los francmasones constituyeron su vanguardia. En 1755, William Shi-
pley fundó la Society for the Promotion of Arts, que posteriormente
se convirtió en la Royal Society of Arts and Crafts y fue el modelo
para estos esfuerzos en otros lugares de Europa, de forma notable en
la Societé d’Encouragement pour Plndustrie Nationale en Francia. El
encuentro inicial de la sociedad tuvo lugar en el Bedford Coffee Hou-
se, un emplazamiento masónico, y el primer presidente de la sociedad
fue el Gran Maestro Earl of Morton. Entre sus miembros se encontra
ba el hijo de Desaguliers, Benjamin Franklin y otros masones desta
cados. La Lunar Society de Birmingham se estableció en la década
sguiente para fomentar las aplicaciones industriales de la ciencia, y es
taba formada por hombres cortados por el mismo patrón, entre ellos
el milenarista y francmasón Joseph Priestley. El movimiento enciclo
pédico asociado comúnmente con los philosophes franceses, que tení
an como objetivo reconocido la compilación y difusión del conoci
miento útil, también empezaron en Inglaterra y con los francmasones.
La Grand Encyclopédie fue inicialmente concebida como una traduc
ción de Cyclopaedia, or General Dictionary o f Arts and Sciences, pu
blicado en 1728 por el francmasón inglés Ephraim Chambers.
La francmasonería se introdujo en Francia en la tercera década
del siglo XVIII a través de Chevalier Ramsay, que se convirtió en ora-
teur de la Gran Logia de Francia en 1736. En su discurso inaugural,
Ramsay declaró que la orden tenía como uno de sus objetos de difu
sión más primordiales el desarrollo del conocimiento útil centrado
en la logia masónica La Loge des N euf Soeurs, que debido a "sus* dis
tinguidas asociaciones internacionales, ha sido calificada como «la
UNESCO del siglo xvili». De acuedo con su constitución La Loge es
taba comprometida con el logro práctico del objetivo restaurador
fundamental de la religión de la tecnología. «Al hacer de la virtud su
base», la logia «se había dedidicado a la promoción de las artes y las
ciencias. El objetivo de la logia era restaurarlas en su lugar di^no».22
21. Jacob, Cultural Meaning, op. cit., pág. 186; Hans, N ew Trends, op. cit.,
págs. 58-59.
22. Hans, New Trends, op. cit., págs. 213,154; Hans, « U N E S C O » , op. cit., pág. 153.
EL NU EV O ADÁN 103
25. Jacob, Cultural Meaning, op. cit., pág. 157; Alexander Gibb, The Story o f
Telford: The Rise o f Civil Engineering, Londres, Alexander Maclehouse, 1935,
págs. 11 y 36.
EL NU EV O ADÁN 105
27. Artz, Development o f Technical Education, op. át., págs. 98 y 101; véase
también Alain le Bihan, Loges et Chapitres de la Grande Loge et du Grand Orient de
France, Paris, Bibliothèque Nationale, 1967, págs. 390 y 418; John H. Weiss, The Ma-
king o f Technological Man: The Origins of French Engineering Education, Cambrid
ge, Mass., M IT Press, 1982, pág. 93.
28. Artz, Development o f Technical Education, op. cit., págs. 98-1 i)l y 153-
155; Michelle Sadoun-Goupil, Le Chimiste Claude-Louis Berthollet, Paris, Librai
rie Philosophique J. Vrin, 1977, págs. 61-62; E. T. Bell, Men o f Mathematics, N ue
va York, Dover Publications, 1937, págs. 183-205; Bihan, Loges et Chapitres, op.
cit., págs. 356-358; Jacob, Living the Enlightenment, op. cit., pág. 146.
EL N U EVO ADÁN 107
[...] Los científicos puros, de este modo, olvidan [...] que el trabajo es
una condición impuesta al hombre». La tarea que Dios había orde-.~
nado al hombre era trabajaba imitación del acto de la creación, para
producir lo que Olivier describió como «modificaciones sublimes y ^
continuamente renovadas en los elementos que forman el globo te
rrestre en el que [el hombre] habita». Los estudiantes en las Écoles
Centrales y en la École Polytechnique, mientras tanto, expresaban el
legado masón de una forma diferente, a través de una iniciación a los_
rituales elaborada e intensa.29 _ ^
El ideal francés del ingeniero estableció el modelo para el resto
del mundo (tanto erTTrusia como en América —West Point— la
educación en ingeniería se concibió de forma expresa bajo el modelo.,
de la École Polytechnique). De este modo, a través de la francmaso
nería, los apóstoles de la religión de la tecnología traspasaron su pro
yecto práctico de redención a los ingenieros, los nuevos hombres
espirituales, que seguidamente formaron sus propiosjnitos milena-
ristas, asociaciones exclusivas y ritos de paso. Los francmasones se
consagraron a la doctrina baconiana de armonización de la teoría y
la práctica, que representaban los ingenieros. Com o decían las Cons-
titutions francmasonas: «Mientras las artes mecánicas daban ocasión
para que los iniciados redujesen los elementos de la geometría al mé
todo, esta ciencia, así reducida, es el fundamento de aquellas artes».
Los ingenieros representaban la renovación y la elevación de las ar
tes y personificaban la promesa de trascendencia^tecnológica; eran la
encarnación de miles de años de expectativas elevadas.
Henri Saint-Simón, uno de los primeros socialistas, fue quien ini
cialmente anunció el significado milenarista del advenimiento del inge-l
niero. Saint-Simon estaba estrechamente relacionado con la Ecole Poly
technique, de donde salieron sus discípulos. El propio Saint-Simon ya
había estudiado matemáticas con Monge en la Ecole du Corps Royal du
Génie. Como reformistas sociales, él y sus seguidores se convirtieron en
«los evangelistas del ingeniero» y en «los apóstoles de la religión de la .
industria», y finalmente forjaron una nueva religión, la Nueva Cristian- *
dad, sobre la base de la visión baconiana de la redención cfeTtrábajo a
través de la ciencia. Sin embargo, el verdadero heraldo del ingeniero fue
el desencantado discípulo de Saint-Simon, Auguste Comte.30
29. Olivier, citado en Weiss, M aking o f Tecbnological Man, op. cit., págs. 157-
158; véase también Hans, « U N E S C O » , op. cit., pág. 323; Artz, Development ofTech-
nical Education, op. cit., pág. 249.
30. Weiss, M aking o f Tecbnological Man, op. cit., págs. 157 y 182.
108 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
32. F. J. Gould, The Life Story o f Auguste Comte, Austin, American Atheist
Press, 1984, págs. 5, 29 y 34; Auguste Comte, «C ours de Philosophie Positive», en
Lenzer, Comte and Positivism, pág. 81 (trad. cast.: Curso de filosofía positiva, Ma
drid, Magisterio Español); Frank E. Manuel, Freedom from History, Nueva York,
N ew York University Press, 1971, pág. 59.
33. Lenzer, Comte and Positivism, op. cit., págs 18, 23 y xxxii; Edward Caird,
The Social Philosophy and Religion o f Auguste Comte, Glasgow, Jam es Maclehou-
se and Sons, 1845, pág. xv; Auguste Comte, «Système de Politique Positive», en
Lenzer, Comte and Positivism, op. cit., págs. 452 y 466; Armytage, Rise ofTechno-
crats, op. cit., pág. 72; Comte, «C ours de Philosophie Positive», op. cit., pág. 302.
34. Comte, «Système», págs. 4 5 7 ,444,453,447,457,458 y 466.
110 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
38. Comte, «Système», pàgs. 466, 447 y 474; véase también Max Horkheimer,
The Eclipse o f Reason, Oxford, O xford University Press, 1947, pàg. 101.
112 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
El nuevo Edén
mismo espíritu, John White vio esta tierra bendita como «un baluar
te [...] contra del Reino del Anticristo» y las reflexiones de Cotton
Mather sobre el particular «le recordaron el cielo nuevo y la tierra
nueva, en los que mora la justicia».3
Un siglo más tarde, este mito se reafirmó en un renacimiento
religioso, durante el Primer Gran Despertar. «El milenio ha em
pezado», declaró el ministro de Boston John Moorhead. De forma
similar, Jonathan Edwards proclamó con confianza en 1739 que «pro
bablemente este nuevo mundo se está descubriendo ahora, que el
estado nuevo y más glorioso de la Iglesia de Dios en la tierra po
dría comenzar allí; que Dios podría en él iniciar un nuevo mundo en
un sentido espiritual, cuando cree los cielos nuevos y la tierra nue
va». Para Edwards, el renacimiento señaló «el amanecer, o al menos
el preludio, de esta obra gloriosa de Dios, tantas veces pronosticada
en las Escrituras, en cuyo progreso y afirmación, se renovará el
mundo de la humanidad». Y añadió que, «muchas cosas [...] hacen
probable que esta obra se inicie en América».4
Y de nuevo, un siglo después, durante un Segundo Gran D es
pertar mucho más intenso, las expectativas milenaristas fueron re
novadas y reafirmadas por el «cristianismo protestante militante».
Com o ha escrito Perry Miller, para la mayoría de la democra
cia americana, «las décadas posteriores a los inicios del siglo XIX
fueron un renacimiento continuado, aunque intermitente». Com o
describió un contemporáneo: «Línea a línea avanzaban con pan
cartas ondeantes, los evangelistas abrirían el camino a las socieda
des misioneras, las sociedades de la Biblia, los reformistas del Sab-
bath, las sociedades de reformadores de la educación y de la
escuela del Sabbath y las sociedades panfletarias. Combinadas en
un mismo gran ejército, en el que también se encontraban socieda
des antiesclavistas, sociedades pacifistas, la Seaman’s Friend So-
ciety, las sociedades contra el alcoholismo y las sociedades para
la reforma psicológica y para la reforma moral. Cercanos a éstos se
encontraban los reformadores educativos cuya tarea consistía en
formar a yna nueva generación en la utopía. En los cielos veían
el reflejo de un glorioso amanecer, que estaba prácticamente tras el
horizonte [...] En América todas las cosas se tenían que hacer nue
vas. En América donde todo era progreso, desarrollo, movimiento
3. Paul Boyer, When Time Shall Be No More: Prophecy Belief in Modern Ame
rican Culture, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1992, pág. 68.
4. Ibíd., pág. 71.
116 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
5. Perry Miller, The Life o f the Mind in America,, N ueva York, Harcourt, Bra-
ce and World, 1960, págs. 7 y 272; Robert Fletcher, citado en David F. N oble, A
World Without Women, N ueva York, O xford University Press, 1992, págs. 246-
247.
6. Timothy P. Weber, Living in the Shadow o f the Second Corning, Nueva
York, O xford University Press, 1979, pág. 102; Miller, Life o f the Mind, op. cit.,
pág. 274.
EL N U EV O ED ÉN 117
8. Etzler, Collected Works, págs. 56, 82, 98 y 117-118; Henry David Thoreau,
«Paradise (to be) Regained», United States Magazine and Democratic Review, vol. 1
13, noviembre de 1843, págs. 451-463, reimpreso en Thomas Parke Hughes, Chan- '■
ging Attitudes Toward American Technology, Nueva York, Harper and Row, 1975,
pág. 90.
9. Patrick Brostowin, «John Adolphus Etzler: The Scientific-Utopian During
the 1830’s and 1840’s», tesis doctoral inédita, Nueva York, N ew York University,
1969, pág. 17, citado en Nydahl, «Introduction», op. cit., pág. xv; Etzler, Collected :
Works, op.cit., págs. 4, 49 y 79. i
10. Ethel M. McAllister, Amos Eaton: Scientist and Educator, Filadelfia, Uni- j
versity of Pennsylvania Press, 1941, págs. 368, 491 y 490. j
EL NU EV O EDÉN 119
11. Miller, Life o f the Mind, pág. 289; Jacob Bigelow, Elements o f Technology,
Boston, Boston Press, 1829, pág. 4; John Beekmann, A History o f Inventions and
Discoveries, Londres, J. Walker, 1814, pág. x; Jacob Bigelow, Remarks on Classical
and Utilitarian Studies (para la American Arts and Sciences, 20 de diciembre de
1866), Boston, Little Brown, 1867, pág. 11; Jacob Bigelow, «A Poem on Professio
nal Life: An Address to Cambridge Phi Beta K appa», manuscrito inédito, Colec
ción George Ticknor, Archivo n° 001474, Dartmouth College; Jacob Bigelow, dis
curso en el MIT, 1865, citado en Howard P. Segal, Technological Utopianism in
American Culture, Berkeley, University of California Press, 1985, pág. 81.
120 TE C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
12. Leo Marx, The Pilot and the Passenger, N ueva York, O xford University
Press, 1988, pág. 5; Jam es W. Carey, Communications as Culture, Boston, Unwin
Hyman, 1989, pág. 120; Segal, Technological Utopianism, op.cit., pág. 94; Emerson,
citado en Thomas P. Hughes, «The Second Creation of the World», manuscrito
inédito, sin paginación ni fecha.
13. Carleton Mabee, The American Leonardo: A Life o f Samuel F. B. Morse,
Nueva York, Alfred A. Knopf, 1944, págs. 260, 275 y 369; Dictionary o f American
Biography, Nueva York, American Society of Learned Societies, 1934, vol. 7, págs.
247-251.
EL N U EV O ED ÉN 121
20. Ralph E. Flanders, «The N ew Age and the N ew Man», en Charles A. Beard
(comp.), Toward, Civilization, N ueva York, Longmans, Green, 1930, pág. 23; Me
rrill, The Great Awakening, citado en Segal, Technological Utopianism, op. cit.,
pág. 48; Edison, citas extraídas de los materiales expuestos en la C asa Museo de
Edison, Fort Myers, Florida; James Newton, Uncommon Friends, Nueva York,
Harcourt Brace, 1987, págs. 29-30 y 229.
21. N eil Baldwin, Edison: Inventing the Century, N ueva York, Hyperion,
1995, págs. 172, 96, 375 y 377.
22. Milton Cantor, «The Backward Look of Bellamy’s Socialism», en Daphne
Patai (comp.), Looking Backward, 1988-1888, Amherst, University of Massachu
setts Press, 1988, pág. 20; Sylvia E. Bowman, The Year 2000: A Critical Biography
o f Edw ard Bellamy, Nueva York, Bookman Associates, 1958, págs. 21 y 36.
EL N U EV O EDÉN 125
23. Edward Bellamy, The Religión o f Solidarity, Folcroff, Pa., Folcroft Press,
1940 (original 1874), págs. 16, 21, 22 y 43.
24. Howard P. Segal, «Bellamy and Technology», en Patai (comp.), Looking
Backward, op. cit., págs. 91 y 104.
126 T E C N O L O G ÍA Y TR A SC E N D E N C IA
1. Perry Miller, «The End of the World», en Perry Miller, Errand into the Wil-
derness, Nueva York, Harper and Row, 1956, pág. 235.
2. Ibíd., pág. 235; Ernest R. Sandeen, The Roots o f Fundamentalism, Chicago,
University of Chicago Press, 1970, pág 233; Michael Sherry, The Rise o f American
Air Power: the Creation o f Armageddon, N ew Haven, Yale University Press, 1987,
pág. 330; Paul Boyer, By the Bomhs’ Early Light, Nueva York, Pantheon, 1985,
pág. 238.
ARM AGEDÓN: ARMAS ATÓMICAS 131
7. John Donne, The Divine Poems, Oxford, Claredon Press, 1952, pág. 50.
8. Rhodes, Atomic Bomb, pág. 572; cita sin identificar de la película El día des
pués (The D ay After, 1980), citado en Sally M. Gearhart, «An End to Technology»,
en Joan Rotschild (comp.), Machina ex Dea, Nueva York, Pergamon Press, 1983,
pág. 177.
134 T E C N O L O G IA S DE LA T R A SC E N D E N C IA
9. Oppenheimer, citado en Rhodes, Atomic Bomb, op. cit., pág. 676; George
Kistiakowski, citado en Robert Jay Lifton y Eñe Markusen, The Genocidal Men-
tality, Nueva York, Basic Books, 1988, pág. 83; Farrell, citado en William Lauren-
ce, Dawn over Zero, Londres, Museum Press, 1974, págs. 198-199.
ARM AG ED ÓN : ARMAS ATÓMICAS 135
10. Miller, «End of the World», op. cit., págs. 219, 235 y 238; Carol Cohn,
«Nuclear Language», Bulletin o f the Atomic Scientists, junio de 1987, pág. 70.
11. Boyer, Bom bs’ Early Light, op. cit., pág. 237; Fallow y Tittle, citados en
ibíd, págs. 237-238; Churchill, citado en Easlea, Fathering, op. cit., pág. 103; H ut
chins, citado en Sherry, American Air Power, op. cit., pág. 353.
136 T E C N O L O G ÍA S DE LA T R A SC E N D E N C IA
12. Billy Graham, citado en Grace Hasell, Prophecy and Politics: Militant
Evangelists and the Road to Nuclear War, Westport, Conn., Lawrence Hill, 1986,
pág. 28.
13. Jerry Falwell, citado en ibíd., págs. 34-39.
ARM AGEDÓN: ARMAS ATÓMICAS 137
16. Lifton y Markusen, Genocidal Mentality, op. cit., págs. 112 y 85; ibid.,
págs. 86-87 y 88.
17. Ibid., op.cit., págs. 86, 87 y 88.
AKMAGEDÓN: ARMAS ATÓMICAS 139
18. Ibíd., págs. 83 y 141; Herbert York citado en William J. Broad, Star Wa-
rriors: A Penetrating Look into the Lives o f the Young Scientists Behind Our Space
Age Weaponry, Nueva York, Simón and Schuster> 1985, pág. 217.
19. Lifton y Markusen, Genocidal Mentality, op. cit., pág. 118; Broad, Star Wa-
rriors, op. cit.t págs. 65, 190 y 173.
140 T E C N O L O G ÍA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
Mientras nos sacan de esta tierra, [mi astronomía de la Luna] nos será
útil como salvoconducto en nuestro vagar hacia la Luna». Al haber
especulado con anterioridad sobre el movimiento planetario de la
Tierra, a pesar de la apariencia estática que ésta tenía para sus habi
tantes, imaginando cómo se vería la Tierra desde la perspectiva de un
observador que se encontrara en la Luna, Kepler en su sueño se pre
guntaba cómo podría haber llegado hasta allí ese observador. En su
Somnium, la narración de su sueño, Kepler se imaginaba en un vuelo
sin motor terrícola por encima de las montañas en el espacio como si
lo hubiese disparado un cañón. Al igual que Colón y otros explora
dores intrépidos habían atravesado^ los océanos, escribió a Galileo:
«Creemos navios y embarcaciones^ adaptados al éter celestial. Habrá
numerosas personas que no tengan miedo del vacío. Mientras tanto,
debemos preparar, para los osados viajeros del espacio, mapas de los
cuerpos celestiales/Yo lo haré de la Luna; tú, Galileo, el de Júpiter».3
El Somnium de Kepler fue una referencia familiar para todos los
escritores posteriores de viajes cósmicos. En 1638, John Wilkins,
uno de los padres fundadores de la Royal Society, escribió su Dis-
course Concerning the Discovery o f a New World in the Moon, basa
do en las especulaciones previas de Campanella y Kepler. Señaló que
muchos habían «afirmado que el paraíso se_ encontraba en un lugar
muy elevado, que a algunos sólo les parecía concebible en la Luna»,
y que «Kepler no duda en que tan pronto el arte de volar se descu
bra, algunas personas de su nación crearán una de las primeras colo 7_
nias que poblarán el otro mundo». Animado por «un desprecio a es
tas cosas terrenas», Wilkins se alegraba de «lo felices que serían los
que encuentren por primera vez el éxito en este intento». «Todo este
lugar en el que hacemos la guerra [...] no es más que un punto mu
cho menor que cualquiera de aquellas pequeñas estrellas, que a esta
distancia no se distinguen apenas, y cuando el alma medite seria
mente sobre ello, empezará a menospreciar la estrechez de su habitá
culo actual, y pensará en proporcionarse uña mansión_en aquellos
espacios amplios de allá arriba, que podrían ser más adecuados a la
nobleza y divinidad de su naturaleza.»4
3. Baumgardt,Johannes Kepler, op. cit., págs. 155 y 175; Edward Rosen (trad.),
Kepler’s «Somnium», Madison, University of Wisconsin Press, 1967, pág. 33; Art-
hur Koestler, The Sleepwalkers, Nueva York, Pelican, 1959, pág. 378.
4. N icolson, Voyages, op. cit., págs. 40 y 47; John Wilkins, A Discourse Concer
ning a New World and Another Planet, Delmar, N.Y., Scholar’s Facsímiles and Re-
prints, 1973, págs. 241-242 y 243; Wilkins, Discovery o f a World, op. cit., págs. 205
y 208.
146 T E C N O L O G IA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
5. Nicolson, Voyages, op. cit., págs. 123, 59 y 60; Peter Costello, ju les Verne,
Inventor o f Science Fiction, Londres, Hodders and Stroughton, 1978, pág. 36.
6. Jules Verne, From the Eartb to the Moon, Nueva York, D odd, Mead, 1962,
pág. 3 (trad. cast.: De la Tierra a la Luna, Barcelona, Ortells).
LA AS C EN SIÓ N DE LOS SANTOS: LA E X P L O R A C IÓ N ESPACIAL 147
12. Tom Crouch, The Bishop’s Boys, Nueva York, W. W. Norton, 1989, pág.
33; «Thanked for N o t Flying», New York Times, 4 de noviembre de 1910, pág. 2.
13. K.E. Tsiolkovsky, «Autobiography», en Arthur C. Clarke, The Corning of
the Space Age, Nueva York, Meredith Press, 1967, págs. 100, 101 y 104; Walter A.
M cDougall, The Heavens and the Earth: A Political History o f the Space Age,
N ueva York, Basic Books, 1985, pág. 4.
150 T E C N O L O G ÍA S DE LA T R A SC E N D E N C IA
Quizá soñaba con crear formas para elevarse por encima de la monta
ña». Con diecisiete años, Goddard tuvo su propia epifanía; mientras
estaba sentado en lo alto de un cerezo, también pensó en utilizar la
fuerza centrífuga como un medio de vuelo espacial. «Mientras mira
ba hacia el campo al este, imaginaba lo maravilloso que sería crear al
gún mecanismo que tuviese la posibilidad de ascender a Marte [...]
Me sentía un chico diferente cuando descendí por la escalera. Ahora
la vida tenía un sentido para m í.»15
Tanto Goddard como Tsiolkovsky «perseguían sus metas tecnoló
gicas con un fervor que sólo se podía comprender en términos religio
sos», ha señalado el historiador de la aeronáutica Tom Crouch. Tsiol
kovsky, en particular, esperaba que a través de su trabajo en el viaje
espacial podría ayudar a fomentar una nueva conciencia global y cós-,
mica y en consecuencia lograr «la perfección de la sociedad humana y
de sus miembros individuales». «A través de nuestras tecnologías, so
mos subcreadores», escribió Walter McDougall en su historia de la ex
ploración espacial (titulada de forma acertada The Heavens and the
Earth). «De esta forma, de Protágoras a Francis Bacon, nunca hemos
sido capaces de separar nuestro pensamiento sobre la tecnología de la
teleología o la escatología.» En poco tiempo la preocupación peculiar
de estos pioneros del diseño de cohetes con mentes singulares se con-
virtiría en la obsesión del posterior cuadro internacional de seguidores
del Gun Club, que, si bien también aspiraban a las estrellas, apunta
ban sus miradas mayormente a objetivos más terrestres. El ejército de
Stalin llevó a la práctica la obra de Tsiolkovsky, justamente cuando
Goddard se encontraba en el ejército de Estados Unidos. (El pro
pio Goddard no dudaría en perseguir sus objetivos más grandilocuen
tes, buscó con avidez el patrocinio militar y dirigió sus esfuerzos mili
tares.) Paralelamente, los milenaristas desquiciados del Tercer Reich, a
través de la destreza inspirada del joven entusiasta Wernher von
Braun, pusieron en práctica, con un efecto revolucionario, el trabajo
científico del teórico transilvano Hermann Oberth sobre cohetes ali
mentados por combustible líquido.16
15. M cDougall, Heavens and Earth, op. cit., pág. 26; Milton Lehman, This
High M an: The Life o f Robert H. Goddard, Nueva York, Farrar Straus, 1963, págs.
28, 138 y 23; Robert H. Goddard, «Autobiography», en Clarke, Corning o f the
Space Age, op. cit., págs. 107-108.
16. Tom Crouch (conservador), Museo Nacional del Aire y del Espacio,
Smithsonian Institution, correspondencia personal con el autor, 29 de agosto de
1995; M cDougall, Heavens and Earth, pág. 4.
152 T E C N O L O G ÍA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
17. David Halberstam, The Fifties, Nueva York, Villard, 1993, pág. 613; Erik
Bergaust, Werhner von Braun, Washington, D .C ., National Space Institute, 1976,
pág. 201. Sobre la trayectoria nazi de Von Braun, véase también Michael J. Neu-
feld, The Rockets and the Reich, Nueva York, Free Press, 1995; Christopher Simp-
son, Blowback, Nueva York, Weidenfeld and Nicolson, 1988.
18. Ernst Stuhlinger, Von Braun: Crusader fo r Space, Malabar, Fia., Krieger
Publishing Company, 1994, págs. 14 y 333.
19. Ibíd., pág. 23.
LA A S C E N SIÓ N DE LOS SANTOS: LA E X P L O R A C IÓ N ESPACIAL 153
22. Lloyd Swenson y otros, This New Ocean: A History o f Project Mercury,
Washington, D .C ., NASA, 1966, págs. 29 y 523n.; James M. Grimwood, Project
Mercury: A Chronology, Washington, D .C ., NASA, 1963, págs. 6, 7 y 11.
LA AS C EN SIÓ N DE LOS SANTOS: LA E X P L O R A C IÓ N ESPACIAL 155
23. Bergaust, Wernher von Braun, op. cit., págs. 282 y 285; Anthony M. Sprin
ger, «Project Adam: The Arm y’s Man in Space Program», Quest, verano-otoño de
1994, págs. 46-47; Buzz Aldrin, Men from Earth, Nueva York, Bantan, 1989, págs.
35 y 55; «Development Proposal for Project Adam», manuscrito inédito, 17 de
abril de 1958, Army Ballistic Missile Agency, Redstone Arsenal, Huntsville, Ala.;
«Project Adam: A Chronology», manuscrito inédito, 11 de septiembre de 1958,
ABMA; doctor Kuettner, memorando para «All Laboratories», en «Mercury-Adam
Project», 14 de enero de 1959, Huntsville, n a s a Historical Documents Collection,
n a s a Headquarters, Washington D .C .; conversaciones telefónicas entre el teniente
coronel Walters y S. C. Holmes, 30 de septiembre y 1 de octubre de 1958, n a s a
HDC; J.B . Medaris al administrador de la n a s a , 17 de diciembre de 1958, NASA HDC;
John B. Medaris, Count down to Decision, Nueva York, G. P. Putnam’s Sons, 1960,
pág. 116; entrevistas del autor con Ernst Stuhlinger, 22 de septiembre de 1995; con
William R. Lucas, 27 de septiembre de 1995; con John Zierdt, 23 de septiembre de
1995; con Roger Launius, historiador jefe de la NASA, 28 de septiembre de 1995; T.
Keith Glennan, The Birth o f NASA, Washington, D .C ., NASA History Office, 1993,
pág. 9.
156 T E C N O L O G ÍA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
26. Bergaust, Wernker von Braun, op. cit., pág. 177; Wernher von Braun, «Ex-
ploration of Space: A Job Calling for International Scientific Cooperation», prepa
rada para la International Aeronautical Federation, Stuttgart, 1971, citado en ibíd.,
pág. 169.
27. Wernher von Braun, «Responsible Scientific Investigation and Applica
tion», conferencia inédita presentada en la Lutheran Church of America, Filadelfia,
29 d e o c tu b r e d e 1976, NASA HDC, pág. 74.
158 T E C N O L O G ÍA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
28. Ibíd., págs. 70 y 82; Wernher von Braun, parlamento inaugural, St. Louis
University, 3 de junio de 1958, citado en M cDougall, Heavens an d Earth, op. cit.,
pág. 454; Wernher von Braun al reverendo G. T. Phillips, 6 de diciembre de 1971, \
NASA HDC.
29. Stuhlinger, Von Braun, op. cit., pág. 331; Wernher von Braun, «Inmorta-
lity», This Week Magazine, 24 de junio de 1960; Wernher von Braun, «Why I Be-
lieve in Inmortality» en W. Nichols (comp.), Third Book o f Words to Live By,
Nueva York, Simón and Schuster, 1962.
LA A S C E N SIÓ N DE LOS SANTOS: LA E X P L O R A C IÓ N ESPACIAL 159
30. Wernher von Braun entrevistado por Adon Taft, M iami Herald, citado en
Cornell, «Space Travel»; entrevista del autor con Lucille Johnston, 22 de abril de
1993; Louis Cassels, «Mysteries of the Universe Confirm Belief in G od», Evening
Bulletin, Filadelfia, 28 de junio 1969; Wernher von Braun, «What My Religión Means
to M e», Huntsville Times, 2 de marzo de 1968.
31. Stuhlinger, Von Braun, op. cit., pág. 273.
160 T E C N O L O G ÍA S DE LA T R A SCE N D E N CIA
32. «Medaris Still as Outspoken as Ever», Today, 16 de abril de 1978, pág. 6E;
Robert Dunavant, «Military Could Have Carried O ff NASA Space Program, Says
Medari», Birmingham News, 1 de julio de 1985; véanse también «John Bruce Me
daris», A d Astra, julio-agosto de 1991; Medaris, Countdown to Decission, passim;
Michael Adler, «Two Star General Becomes Priest», N ational Inquirer, 10 de enero
de 1971.
LA A S C E N SIÓ N DE LOS SANTOS: LA E X P L O R A C IÓ N ESPACIAL 161
33. Lucille R. Johnston, Wül We Find Our Wayf A Space-Age Odyssey, Atlan
ta, Cross Roads Books, 1979, passim; Lucille Johnston, The Space Secret o f tbe
Universe, Birmingham, Roberts and Son, 1969, passim; entrevistas del autor con
William R. Lucas, 7 de julio de 1993, 27 de septiembre de 1995.
34. Entrevista del autor con Lucas, 7 de julio de 1993; Rodney W. Johnson, ci
tado en Johnston, Space Secret, op. cit., pág. 159; Werhner von Braun a John B. Me
daris, 9 de diciembre de 1971, NASA HDC; «Space Expert Heard in Pulpit», Was
hington Post, 30 de diciembre de 1968, pág. B7.
162 TE C N O L O G IA S DE LA T R A SC E N D E N C IA
35. Sobre el debate de la capilla del astronauta, véanse las sesiones del C ongre-,
so en H. R. 11487 de 16 de noviembre de 1971 y H.R. 4545 de 23 de septiembre de
1971 y 2 de diciembre de 1971; J. Bruce Medaris ajam es C. Fletcher, administrador
de la NASA, 29 de junio de 1973, y Fletcher a Medaris, 13 de julio de 1973, NASA
HDC; «Predictions of Rapture Are Premature», Washington Post, 9 de setiembre de
1989, pág. D19; «Rapture That Wasn’t Will Be This Year», Washington Times, 25
de agosto de 1989, pág. B5.
36. Entrevistas del autor con Jerry Klumas y Tom Henderson, Clear Lake, Te
xas, 12 y 13 de enero de 1995.
37. Robert E. Bobola, «Examining the Evidence», Full Gospel Business Men's
Voice, marzo de 1982, págs. 11-15.
LA A S C E N SIÓ N DE LOS SANTOS: LA E X P L O R A C IÓ N ESPACIAL 163
38. Entrevista del autor con Tom Henderson; «Tom and Judy Henderson L a
tín American Creation Conferences», mayo-junio de 1994; Henderson, T., «The
Social Impact of Evolution», manuscrito inédito, sin fecha, cortesía de Tom Hen
derson.
39. Entrevista del autor con Jerry Klumas.
164 T E C N O L O G ÍA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
40. Michael H. Gorn, Hugh Dryden’s Career in Aviation and Space, Washing
ton, D .C ., NASA H istory Office, 1966, págs. 11-15; Jo Dibella, «Memorándum re;
Dr. Dryden’s Church Affiliations», 10 de enero de 1966, NASA HDC; Louis Cassels,
«Dr. Hugh Dryden: Science, Religión N o t in Conflict», Washington Daily News,
13 de julio de 1963.
41. Hugh Dryden, sermones inéditos, «The Eternal Q uest», 13 de junio de
1960, y «In the Image of G od», 19 de agosto de 1951; ambos en NASA HDC.
42. H ugh Dryden, sermones inéditos, «In the Image of G o d», 15 de octubre
de 1961; «Christian Emphasis for Today», 11 de febrero de 1951; ambos en NASA
HDC; H ugh Dryden, «The Power of Faith», Evening Star, Washington, D .C ., 1
de junio de 1963.
LA AS C EN SIÓ N DE LOS SANTOS: LA E X P L O R A C IÓ N ESPACIAL 165
44. «Madalyn Murray Protests Bible Reading from Space», Washington Star,
28 de diciembre de 1968, pág. A5; «C ourt Hears Suit to Bar Space Piety», Was
hington Post, 25 de noviembre de 1969, pág. A 8; «Atheist Sues to Prevent U se of
Religión in Space», Washington Post, 7 de agosto de 1969.
45. «A ddress by Dr. Thom as O . Paine Before the N ational Press C lub»,
manuscrito inédito, 6 de agosto de 1969, Washington, D .C ., NASA H D C; «M ail
Backs A stronauts on Space Serm ons», N ew York Times, 28 de septiembre de
1969, pág. 4.
LA AS C EN SIÓ N DE LOS SANTOS: LA E X P L O R A C IÓ N ESPACIAL 167
46. «Atheist Loses Suit to Halt Astronaut’s Space Prayers», New York Times,
12 de diciembre de 1969, pág. 1; Robert P. Allnut, administrador ayudante de la
NASA para los asuntos legales a Bob Wilson, 18 de julio de 1969; John B. Medaris a
James C. Fletcher, 29 de junio de 1973; James C. Fletcher a Roy Ash, director de la
oficina de administración y finanzas, 13 de julio de 1973; John P. Donelly, NASA
Office of Public Affairs, a Michael Terrigino, 2 de noviembre de 1973; todos en
NASA HDC.
168 T E C N O L O G ÍA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
49. «Memorandum for Record, re: N oah ’s A rk», NASA ER/Director, Earth
Observation Programs, 5 de abril de 1974; ERN /M r. Centers, «N ote to ER/Mr.
Stoney», 6 de marzo de 1974; W. Stoney a Charles D. Centers, 6 de marzo de 1974;
«NH-6/Director, Headquarters Administration Division, to Headquarters Em
ployees, re: Scientific Investigations of the Shroud of Turin», 19 de junio de 1979,
todo en NASA HDC; «St. Christopher Medal in Vanguard», New York Times, 18 de
marzo de 1958; «NASA Engineer Believes Aliens Visited Earth 2600 Years Ago»,
Los Angeles Times, 26 de octubre de 1973; «Marshall Engineer Develops A ll-Di
rectional Wheel», NASA News, Marshall Space Flight Center, 8 de abril de 1974,
NASA HDC.
50. Lewis Mumford, Pentagon o f Power, N ueva York, Harcourt Brace Jova-
novich, 1964, pág. 307; «Religion of the Astronauts», manuscrito inédito, sin fecha,
NASA HDC; Brian O ’Leary, The M aking o f an Ex-Astronaut, Boston, Houghton
Mifflin, 1970, pág. 151.
170 T E C N O L O G IA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
53. »Presentarían of the Astronauts», págs. 64, 65 y 66; «Mercury Project Sum-
mary», NASA MSC, pág. 415, NASA HDC.
54. Wilson, «American Heavens», op. cit., págs. 221 y 220; George W. Cornell,
«Astronauts Fin G od in Space», San Diego Union, 19 de mayo de 1973; transcrip
ción de la «First Prayer from Space» del Apolo 8, NASA HDC; Frank White, «Space
and the Spirit», New Age Journal, enero-febrero de 1988, pág. 40; «Ex-Astronaut
Finds Life After Apollo 9», Washington Post M agazine, 4 de junio de 1978, pág. 5.
172 T E C N O L O G ÍA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
los cruceros norte y sur, mientras que la nave se encuentra donde so
lía estar el pasillo central.» Después del regreso del Apolo 11 de la
Luna, el presidente Nixon proclamó: «Esta es la semana más grande
desde los inicios del mundo, desde la creación». (Posteriormente,
Billy Graham, su consejero religioso personal, le recordó que había
tres acontecimientos más grandes: el nacimiento, la crucifixión y la
resurrección de Cristo.)57
En el Apolo 12, Pete Conrad se llevó a la Luna una bandera cris
tiana estampada con una cruz. Alan Bean se llevó la Biblia además de
un estandarte bordado con símbolos de la Trinidad, una rosa lutera
na, la cruz de las cruzadas, un cáliz y una Biblia, que la iglesia meto
dista de Clear Lake le había proporcionado a petición suya. A su
vuelta, dijo que la experiencia había confirmado su fe en la existencia
de Dios. La tripulación del Apolo 13 con un destino fatal —nunca
llegó a la Luna debido a la explosión del tanque de oxígeno—, se lle
vó cientos de Biblias en microfilm en representación de la Liga De-
vocionaria del Apolo en Houston, que esperaban distribuirlas luego
entre los creyentes. El comandante del Apolo 14, Edgar Mitchell,
que condujo un experimento telepático desde la Luna (posterior
mente estableció el Noetics Institute para la investigación de los fe
nómenos psíquicos), tenía una Biblia en su traje espacial que dejó en
la superficie lunar con el microfilm que contenía el primer versículo
del Génesis en dieciséis lenguas.58
Los astronautas del Apolo 15 que caminaron por la superficie lu
nar eran los que poseían una mentalidad religiosa más marcada de
toda la tripulación. El comandante Dave Scott, que conducía el vehí
culo a lo largo del árido paisaje lunar, antes de su partida dejó una pe
queña Biblia roja sobre el panel de control del vehículo. Entre tanto,
el compañero de viaje de Scott, Jim Irwin recitó el primer versículo
del Salmo 121, y mientras merodeaba entre las montañas de la Luna,
sintió una gran «proximidad de Dios» y hasta se imaginó «mirando a
57. Michael Collins, Carrying the Fire, Nueva York, Farrar and Giroux, 1974,
pág. 410; «Graham Disputes N ixon on “Week” », Washington Post, 26 de julio de
1969, pág. A10. En el 25 aniversario del primer alunizaje, el presidente Bill Clinton
describió a los astronautas del Apolo 11 como «nuestros guías hacia lo extraordi
nario [...] la verdarera maestría de D ios», «Armstrong Calis on Students», Was
hington Times, 21 de julio de 1994, pág. A3.
58. Dossier de prensa, NASA HDC; Auction, febrero 1994; Houston Post, 8 di
ciembre de 1969; Christian Science Monitor, 8 de noviembre de 1969; Houston
Post, 28 de marzo de 1971; Florida Today, 19 de febrero de 1995, pág. 15; Washing
ton Post, 6 de febrero de 1971.
174 T E C N O L O G IA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
la Tierra con los ojos de Dios». «En la Luna la imagen total del poder
de Dios y Su hijo, Jesucristo, me resultó algo rotundamente claro [...]
El Apolo 15 exploró la superficie de la Luna con el poder de Dios y
de Jesucristo», declaró posteriormente. A la vuelta de la Luna con la
denominada roca del Génesis —una muestra lunar de medio billón
de años—, Irwin trajo una nueva apreciación de «la roca del Mundo
de Dios». «Jesucristo andando por la Tierra es más importante que
un hombre andando por la Luna», insistía. Nacido como metodista,
Irwin se hizo ministro baptista y creó su propio ministerio evangéli
co, dándole el nombre de High Flight. «Establecí High Flight con el
objetivo de contar a todos los hombres de todas partes que Dios está
vivo, no sólo en la Tierra sino también en la Luna», explicó poste
riormente. Hablando y escribiendo sin descanso en representación
de la causa evangélica (las cruzadas de Billy Graham inclusive), via
jando a Tierra Santa y liderando seis expediciones al Monte Ararat en
busca del Arca de Noé, Irwin ejemplificó lo que el ex astronauta
Brian O ’Leary describió como el complejo mesiánico de los astro
nautas.59
Charlie Duke, que había guiado el primer aterrizaje lunar desde
el control de la misión, fue a la Luna en el Apolo 16 llevando una
plegaria que posteriormente dio a su iglesia episcopal. Con el tiempo
Duke se convirtió al renacido cristianismo fundamentalista, creacio-
nista y evangelista, y presidió el Ministerio de Duke para Cristo.
«Aquel paseo por la Luna duró tres días, pero mi paseo con Jesús
durará para siempre», declaró. (El compañero de tripulación de
Duke en el Apolo 16, John Young compartía sus convicciones reli
giosas.) Después de su vuelta de la última misión lunar, Gene Cer-
nan informó de forma confidencial que «al haber visto lo que allí vi
59. Chaikin, Man on the Moon, op. cit., pág. 443; Jam es Gorm an, «R ighte
ous Stuff», O m ni, mayo de 1984, passim ; Cornell, «A stronauts Find G o d»; Wi
lliams, «H ow M oon C ast Spell»; véanse también, «Jam es B. Irwin, 61, Ex-A s-
tronaut», necrológicas, New York Times, 10 de agosto de 1991, pág. 26;
«A stronaut Jam es Irwin D ies», necrológicas, Washington Post, 10 de agosto de
1991, pág. B4; «Form er A stronaut Irwin Is in Evangelistic O rbit», St. Louis
Post Dispatch, 16 de enero de 1973, págs. 10-11; Zeynep Alemdar, «G oin g to
the M ountain», Washington Post, 13 de agosto de 1986, pág. C 3; Jam es B. Ir
win, To Rule the N ight, Filadelfia, A. J. H olm an Com pany, 1973, pág. 242; J a
mes B. Irwin, «Space E xplorer’s Second Chance», Full Gospel Business M en’s
Voice, m arzo de 1982; Eleanor Blau, «Form er astronaut Is on “ H igh Fligh t” »,
N ew York Times, 26 de abril de 1974; O ’Leary, M aking o f Ex-Astronaut, op.
cit., pág. 193.
LA A S C E N SIÓ N DE LOS SANTOS: LA E X P L O R A C IÓ N ESPACIAL
[...] sé que tiene que haber un Creador del universo [...] Es demasia
do bello para haber ocurrido sólo por accidente».60
Después de las misiones lunares del Apolo, muchos astronautas
del Skylab y del Shuttle de la NASA continuaron aportando a la explo
ración espacial una fe religiosa pertinaz. Jack Lousma, un veterano
del Skylab y del Shuttle, era un «hombre profundamente religioso»,
un consumado cristiano evangelista a lo largo de su vida. «Incluso el
sistema de guía de la lanzadera espacial Columbia ilustra claramente
la manera en que Dios dirige a un cristiano —explicó a un reportero
de la revista cristiana Guideposts—. Dios tiene una trayectoria de re
ferencia para cada una de nuestras vidas.» Don Lind, uno de los as
tronautas más viejos del vuelo, era como James Fletcher, un mormón
que dedicaba la mayor parte de su tiempo a trabajar en la misión
evangélica. El astronauta del Skylab Donald Pogue se afilió poste
riormente al ministerio evangélico High Flight de Irwin.61
«Debemos aceptar que nuestra verdadera existencia y el lugar en
el que vivimos se los debemos a la bendición de Dios y a su crea
ción», declaró Bill Nelson, astronauta del Shuttle, que posterior
mente se convirtió en congresista por Florida. Dave Leestma, que
voló en tres misiones del Shuttle, era otro cristiano evangélico, cuya
visión de la Tierra desde el espacio le dio «una prueba clara de la
creación». Joe Tanner, que dio clases al hijo de Leestma en la escuela
bíblica, atribuyó su elección como astronauta del Shuttle al plan de
Dios y a su naturaleza infinita. «Sé que la mano de Dios siempre me
estará guiando», admitió Robert Springer, astronauta del Shuttle y
miembro devoto de la iglesia de la Biblia del Calvario.62
60. Dick Baumbach, «Jesús Biggest Thrill in Astronautas Life», Today, 11 de
agosto de 1979, pág. 10; Henry E. Clements a Christopher Kraft, 5 de octubre de
1972, n a s a HDC; Charles M. Duke, Jr., «The Adventure Goes O n», Guideposts, ju
lio de 1984: Gorman, «Righteous Stuff», op. cit.; Williams, «H ow Moon Cast
Spell», op. cit.; Michelle Bearden, «Former Astronauts Explore Spiritual Terrain»,
St. Petesburg Times, 18 de noviembre de 1989, pág. 7E.
61. Jack Lousma, «Nine and H alf Weeks in Space», Full Gospel Business Men’s
Voice, julio de 1985; Jack Lousma, «Words to Grow On», Guideposts, junio de 1983;
Christian Reader, julio-agosto de 1982; James Warren, «Astronaut Lousma Looks
Heavenward for His Guidance», Chicago Sun-Times, 14 de julio de 1982, pág. 56;
George W. Cornell, «Astronauts Find Science, Religión Allied», Phoenix Gazette, 27
de diciembre de 1975, pág. A l; Don Lind, conferencia en la iglesia de los Santos de
los Ultimos Días, Lyndonville, Vt., 16 de agosto de 1995.
62. Carta del congresista Bill N elson a los constituyentes, noviembre de 1986,
NASA HDC; entrevistas del autor con los astronautas de la lanzadera Dave Leetsma
y Joe Tanner, Clear Lake, Texas, 12 de enero de 1995; Robert C. Springer, «D eci
sión», Full Gospel Business M en’s Voice, julio-agosto de 1983.
176 T E C N O L O G ÍA S DE LA T R A SC E N D E N C IA
63. Frank D. Roylance, «Earth: It’s Like G od Took a Paintbrush», NASA Cu
rrent News, 2 de mayo de 1994; Baumgardt, Johannes Kepler, op. cit., pag. 34.
Capítulo 10
La mente inmortal:
la inteligencia artificial
1. Carola Baumgardt, Johannes Kepler: Life and Letters, Nueva York, Philo
sophical Library, 1951, pág. 197.
178 T E C N O L O G ÍA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
2. René Descartes a Silhon, mayo de 1637, citado en Susan Bordo, The Flight
to Objectivity, Albany, SU N Y Press, 1987, pág. 26.
3. Ibid., págs. 23, 43, 78, 89 y 90.
LA MENTE INMORTAL: LA IN T E L IG E N C IA ARTIFICIAL 179
4. Ibíd., págs. 89 y 90; Umberto Eco, The Search fo r the Perfect Language,
Londres, Blackwell, 1995, passim (trad. cast.: La búsqueda de la lengua perfecta,
Barcelona, Grijalbo Mondadori, 1998); Russell Fraser, The Language o f Adam,
Nueva York, Columbia University Press, 1977, pág. 2.
5. Bordo, Flight to Objectivity, op. cit., pág. 90.
180 T E C N O L O G ÍA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
6. Desmond MacHale, George Boole: His Life and Work, Dublín, Boole Press, i
1985, págs. 19 y 43.
7. George Boole, «The Right U se of Leisure» (1847), citado en MacHale, Geor
ge Boole, op. cit., pág. 43; MacHale, George Boole, op. cit., pág. 69.
LA MENTE INMORTAL: LA IN T E L IG E N C IA ARTIFICIAL 181
11. Sherry Turkle, The Second Self, Nueva York, Simón and Schuster, 1984,
passim.
184 T E C N O L O G ÍA S DE LA T R A SC E N D E N C IA
12. Andrew Hodges, Alan Turing: The Enigma o f Intelligence, Londres, Un-
win Paperbacks, 1983, pág. 250.
LA MENTE INMORTAL: LA IN T E L IG E N C IA ARTIFICIAL 185
13. Ibíd., pág. 251; Alan Turing, «Com puting Machines and Intelligence», en
Edward Feigenbaum (comp.), Computers and Thought, Nueva York, McGraw-
Hill, 1963, págs. 12, 19 y 35.
186 T E C N O L O G ÍA S DE LA T R A SCE N D E N CIA
14. Hodges, Alan Turing, op. cit., pág. 266; Turing, «Com puting Machines and
Intelligence», op. cit., págs. 20 y 33.
15. Turing, «Com puting Machines and Intelligence», op. cit., pág. 21.
LA MENTE INMORTAL: LA IN T E L IG E N C IA ARTIFICIAL 187
18. Robert Wright, Three Scientists and Their Gods, Nueva York, Times Bo-
oks, 1988, pág. 31.
19. Ibíd.
190 T E C N O L O G IA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
20. Ibid., pag. 45; Pamela M cCorduck, Machines Who Think, San Francisco,
W. H. Freeman, 1979, pags. 346 y 351; Eco, Search fo r the Perfect Language, op.
a t , pag. 311.
LA MENTE INMORTAL: LA IN T E L IG E N C IA ARTIFICIAL 191
21. Newell y Simón, Human Problem Solving, op. cit., pág. 870; Alien Newell
y Herbert A. Simón, «Elements of a Theory of Human Problem Solving», 1958, en
Herbert A. Simón (comp.), Models o f Thought, N ew Haven, Yale University
Press, 1989, pág. 19; Rusell, citado en Herbert A. Simón, Models o f My Life, N ue
va York, Basic Books, 1991, págs. 180-188, 207 y 209.
22. M cCorduck, Machines Who Think, op. cit., pág. 93.
192 T E C N O L O G ÍA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
27. Manfred Clynes y Nathan Kline, «C yborgs and Space», Astronautics, sep
tiembre 1960; véase también Chris Habls Gray, The Cyborg Handhook, Nueva
York, Routledge, 1996.
28. Allucquere Rosanne Stone, «Will the Real Body Please Stand U p», en Mi-
chael Benedikt (comp.), Cyberspace: Firsts Steps, Cambridge, Mass., MIT Press,
1991, págs. 90 y 96.
i
LA MENTE INMORTAL: LA I N T E L IG E N C IA ARTIFICIAL 195
33. Daniel Crevier, A I: The Tumultuous History o f the Search fo r Artificial In-
telligence, Nueva York, Basic Books, 1993, págs. 278-280.
34. Ibíd., págs. 339-340.
198 T E C N O L O G IA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
35. Hans Moravec, Mind Children: The Future o f Robot and Human Intelli- <
gence, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1988, págs. 4, 5, 75,112 y 118;
Hans Moravec, The Age o f Mind: Trascending the Human Condition Through Ro- ■
bots, en prensa, citado en Roger Penrose, Shadows o f the Mind, Nueva York, Vin-
tage, 1995.
36. Moravec, Mind Children, op. cit., págs. 121,122 y 123-24.
LA MENTE INMORTAL: LA IN T E L IG E N C IA ARTIFICIA L 199
43. Steven Levy, Artificial Life: The Quest fo r a New Creation, Nueva York,
Pantheon, 1992, págs. 14 y 11.
LA MENTE INMORTAL: LA IN T E L IG E N C IA ARTIFICIA L 203
44. Levy, Artificial Life, op. cit., págs. 34, 37 y 40; véase también Robert A.
Freitas Jr. y William P. Gilbreath (comps.), Advanced Automation for Space Mis-
sions, NASA Conference Publication 2255, Springfield, Va., National Technical In
formation Services, 1982.
204 T E C N O L O G ÍA S DE LA T R A SC E N D E N C IA
47. Ibíd., pág. 85; Rudy Rucker, Getting Started, C A Lab Software, Autodisk,
1989, págs. 17-18.
48. J. Doyne Farmer y Aletta d’A. Belin, Artificial Life: The Corning Evolu-
tion, Los Alamos Publication L.A. UR-90, 378, pág. 1.
206 T E C N O L O G ÍA S DE LA TRA SCE N D E N CIA
Vida-A. Descubrió que, como los monjes y los santos^de los siglos
anteriores, los investigadores de la Vida-A vivían una existencia casi
etérea. Absortos en su trabajo, con sus necesidades materiales satisfe
chas por el personal de servicio, «pueden dejar su cuerpo atrás» para_
estar en íntima comunión e identificarse incluso con suj creaciones
informáticas de mente pura. Como Langton, muchos rememoraban
haber tenido «epifanías casi místicas» que les posibilitaban ver «par
tes del mundo inanimado como si estuvieran infundidas de vida»,”
una vida con la que ellos podían intimar. «Sería agradable tener ami
gos que tuviesen un conjunto diferente de limitaciones que las que
nosotros tenemos. Me gustaría tener a una de mis máquinas como
amigo», decía Danny Hillis.52 _
Al mismo tiempo, las premisas teóricas de su trabajo les anima
ban a verse a sí mismos no muy distintos, en términos básicos, de sus
equivalentes de naturaleza^ matemática, y, en consecuencia, final
mente liberados de su encarnación de seres mortales. «Me veo como
un modelo en un mundo de autómatas celulares», decía un investi
gador. Otro definía los organismos como cómputos «y continúo
convencido de que soy uno de ellos [...] N o puedo imaginarme qué
más podría ser». Además, en la imaginación de los investigadores de
la Vida-A, si la llegada de su nueva creación señalaba la trascenden^
cia inminente de la mortalidad, ellos estaban implicados en esta posi
bilidad trascendente, no sólo como iniciadores, sino como partici
pantes, con su santidad permanentemente conservada en un sustrato
de silicio.53
A pesar de su iconoclastia jntelectual y sus fantasías futuristas,
los investigadores de la Vida-A permanecieron envueltos en un en
torno esencialmente medieval de la mitología cristiana. Al menos al
gunos de ellos fueron conscientes de su linaje. «Creo que la gran ta
rea del científico en el siglo XX es construir máquinas vivientes», dijo
Rucker. «En Cambridge, Los Álamos, Silicon Valley y más allá, ésta“
es la gran obra del científico informático de forma tan segura como
que la construcción de la catedral de N otre Dame en la île de France
fue la gran obra del artesano m edieval» A pesar de que muchos de
ellos se declaraban agnósticos y ateos, Helmreich ha observado:
«Las historias judeocristianas de la creación del mundo llenaban las
54. Rucker, Getting Started, op. cit., pág. 16; Helmreich, «Anthropology Insi-
de», pág. 6.
55. Levy, «A -Life Nightmare», pág. 38; Helmreich, «Anthropology Inside»,
págs. 6, 7,10 y 14.
LA MENTE INMORTAL: LA IN T E L IG E N C IA ARTIFICIAL 209
56. Rucker, Getting Started, op. cit., pag. 18; Levy, «A-Life Nightmare», op.
tit., pags. 42 y 43; Babbage, Ninth Bridgewater Treatise, pag. 173.
Capítulo 11
El poder de la perfección:
la ingeniería genética
3. John Desmond Bernal, The World, the Flesh, and the Devil: An Enquiry
into the Future o f the Three Enemies o f the Rational Soul, Bloomington, Indiana
University Press, 1969; véase también Edward Yoxen, The Gene Business, Lon
dres, Pan Books, 1983, págs. 33 y 41.
4. Bernal, World, Flesh, and Devil, op. cit., págs. 14 y 33; J. B. S. Haldane,
«The Last Judgement», en J. B. S. Haldane, Possible Worlds, Londres, Chatto and
Windeers, 1927, citado en Mary Midgley, Science as Salvation, Londres, Routled-
ge, 1992, pág. 25.
214 T E C N O L O G ÍA S DE LA T R A SC E N D E N C IA
camino hacia las estrellas [...] Los científicos surgirán como una nue
va especie y dejarán atrás a la humanidad».7
Admitió que el tercer reto, el del «demonio» —la confusión del
deseo y de las emociones— era el más difícil de superar, porque era
menos susceptible de arreglo tecnológico, aunque creía que, con la
disciplina de los monjes medievales, la elite sin cuerpo, con el tiempo
también sometería a este último enemigo del alma racional que obs
taculiza el camino del progreso. «La tendencia fundamental del pro
greso es la sustitución de un entorno de causalidad indiferente por
uno deliberadamente creado —insistía— . Con el paso del tiempo, la
aceptación, la apreciación, incluso la comprensión de la naturaleza,
será cada vez menos necesaria. En su lugar vendrá la necesidad de
determinar la forma deseable del universo controlado por los huma
nos.»8
Bernal sugería que una vez asegurado el dominio de la humani
dad, el próximo paso en este progreso era que la humanidad des
cubriera cómo «crearse a sí misma», convirtiéndose así en partíci
pe activo de la creación. Además, predijo que «los hombres no se
contentarán con producir vida. Querrán mejorarla». Algo que no
elaboró. Cuatro décadas después, en el año de su muerte, Bernal es
cribió un prefacio para una nueva edición de su primer libro. En vez
de desautorizar las imaginaciones extravagantes de su juventud, las
secundó. «Este pequeño libro fue el primero que escribí — explica
ba— . Le tengo un gran apego porque contiene muchos de los gér
menes de las ideas que he ido elaborando a lo largo de mi vida como
científico. Me parece que todavía conservan toda su validez.» En su
prefacio, Bernal contaba los recientes desarrollos que parecían cum
plir su profecía, en particular en el campo de la exploración espacial
y la inteligencia basada en máquinas, y recuperó al tema que previa
mente había dejado sin desarrollar. «Aunque, en mi opinión —de
claró—, el mayor descubrimiento en toda la ciencia moderna ha sido
la biología molecular —la doble hélice— que explica en términos fí
sicos y cuánticos la base de la vida y da alguna idea sobre su origen.
Es la idea más grande y completa de toda la ciencia.» Aquí al menos
está la clave del paso que imaginaba que debía ser el siguiente: la crea
ción de vida y su optimización. Com o físico, Bernal creía que la fia
bilidad del conocimiento científico dependía en último término de
su conformidad con las leyes físicas de la naturaleza, y su optimismo
9. Ibíd., pág. vi; Arthur Peacocke, God and the New Biology, N ueva York,
Harper and Row, 1986, pág. 60.
10. Jan Sapp, «The Nine Lives of Gregor Mendel», en H . E. LeGrand
(comp.), Experimental Inquines, Amsterdam, Kluwer Academic Publishers, 1990,
pág. 10; L. A. Callender, «Gregor Mendel: An Opponent of Descent with Modifi-
cation», History o f Science, vol. 26, 1988, pág. 41.
EL PODER DE LA PE R FE CCIÓ N : LA IN G E N IE R IA G EN ÉT ICA 217
11. Gunther S. Stent, The Corning o f the Golden Age, Garden City, N.Y., N a
tural H istory Press, 1969, pág. 7.
12. Horace Judson, The Eighth D ay o f Creation, Londres, Jonathan Cape,
1979; Weaver, citado en Lily Kay, The Molecular Vision o f Life, Nueva York, O x
ford University Press, 1993, pág. 43; Warren Weaver, Scene o f Change: A Lifetime
in American Science, Nueva York, Charles Scribner’s Sons, 1970, citado en Philip J.
Regal, «Biotechnological Jitters: Will They Blow O ver?», Biotechnology Educa-
tion, vol. 1, 1989, pág. 53.
218 T E C N O L O G ÍA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
15. Erwin Schrödinger, Wbat Is Lifet The Physical Aspect o f Living Cell,
Cambridge, Cambridge University Press, 1955, págs. 1 y 80.
16. Ibid., págs. 1,61,86, 88 y 79.
220 T E C N O L O G ÍA S DE LA T R A SC E N D E N C IA
diado con Salvador Luria, del «grupo fagia» de Delbrück. El físico in
glés Crick (junto con Rosalind Franklin y Maurice Wilkins del King’s
College de Londres y algunos de sus colegas del Cavendish Labora-
tory de Cambridge) llevaron la tecnología de la cristalografía por ra
yos X al «centro de úna comprensión profundare la propia naturale
za de la vida». En dieciocho meses habían discernido la estructura en
doble hélice del ADN y comprendieron el mecanismo físico de la he-,
rencia. «Hemos descubierto el secreto de la vida», exclamó Crick. («Y
ahora, el anuncio de Watson y Crick sobre el ADN —dijo Salvador
Dalí, en palabras utilizadas posteriormente por Crick como epígrafe
a su O f Molecules and Man— . Esta es para mí la prueba real de la
existencia de Dios.») De forma más comedida, Watson coincidió en
que «las moléculas del ADN, una vez sintetizadas, son muy estables».
«La idea de que los genes son seres inmortales olía bien.» «La doble
hélice sustituye a la cruz en el analfabeto biológico», "dijo Erwin
Chargaff, químico pionero en la investigación del ácido nucleico.
Con el tiempo, como observó Dorothy Nelkin, esta visión del ADN
como una sustancia eterna, sagrada y, por lo tanto, característica de
la vida —además de la nueva base material para la inmortalidad y la
resurrección del alma— se convirtió en un artículo d e je moderno.
El ADN anunciaba a Dios, y el conocimiento de los científicos sobre
el ADN era una marca de su divinidad.19 ^
Aunque, en realidad, la comprensión de la estructura del ADN re
presentaba sólo el inicio de la comprensión física de los proceso_s de
reproducción y herencia, el «secreto de la vida». Ya que a pesar de su
importancia, el ADN en realidad no crea nada; es simplemente un
portador y transportador físico de información genética y de acuer
do con ella se pueden construir nuevas vidas. La construcción real la
lleva a cabo la célula en su totalidad, a través de varios mecanismos
que leen las instrucciones codificadas^ producen la construcción es-__
pecífica de los bloques de vida: aminoácidos y a partir de estos, enzi
mas y otras proteínas, incluyendo, por supuesto, el propio ADN. De
este modo, una vez se conoció la estructura portadora de mensajes
del ADN (y se llevó a cabo la «secuencialización» precisa de las bases
del ADN), la pesada tarea de comprender estas actividades celulares
complejas se inició con interés. Si los defensores de la Inteligencia
19. James W. Watson, The Double Helix, Nueva York, Atheneum, 1968, págs.
153, 197 y 220; Peacocke, God and the New Biology, op. cit., pág. 60; Erwin Char
gaff, reseña en Perspectives in Biology and Medicine, vol. 19, 1976, pág. 290; D o
rothy Nelkin, The DNA Mystique, Nueva York, Freeman, 1995.
222 T E C N O L O G IA S DE LA T R A SC E N D E N C IA
20. Brenner, citado en Peacocke, God and the New Biology, op. cit., pág. 59.
21. Mumford, Pentagon o f Power, op. cit., pág. 125; Marshall Nirenberg,
«Will Society Be Prepared?», Science, vol. 633,1967, pág. 157.
EL PO DER DE LA PE R FE C C IÓ N : LA IN G E N IE R ÍA G E N ÉT IC A 223
24. Francis Bacon, citado en Mumford, Pentagon o f Power, op. cit., pág. 117.
* La palabra geep es el resultado de la combinación de los términos anglosajo
nes goat (cabra) y sheep (oveja). Por consiguiente, cabría traducirlo como «cabro*!
veja». [TV. de t.]
25. Kimbrell, Human Body Shop, págs. 174-187.
EL PO DER DE LA PE RFE CCIÓ N : LA IN G E N IER ÍA G EN ÉT ICA 225
jetivo de identificar a los que Plomin describía como «los chicos real
mente inteligentes».30
Sin embargo, en la visión de la vanguardia de la ingeniería genéti
ca, la mejora genética de los individuos actuales sólo representaría
un preludio de la ingeniería eugénica y de la perfección de la proge
nie. «¿Podemos desarrollar una genética tan profunda y amplia que
podamos esperar desarrollar, en el futuro, hombres superiores?»,
preguntó en 1934 Warren Weaver, de la Rockefeller Fundation. El
genetista Hermann J. Muller pronto potenció el desarrollo eugénico
selectivo, proponiendo bancos de esperma para los especímenes hu
manos y control genético a través de la inseminación artificial. En
1939, Muller, junto con otros veintidós genetistas distinguidos, saca
ron a la luz un «Manifiesto Genetista» para el desarrollo de la euge
nesia. «Una comprensión más generalizada de los principios bioló
gicos traerá consigo entender que podemos aspirar a mucho más que
la prevención del deterioro genético —declararon—, y que la subida
del nivel medio de la población hasta cerca del nivel superior que ac
tualmente existe sólo en individuos aislados, en relación al bienestar
físico, la inteligencia y las cualidades temperamentales, es un logro
que [...] sería físicamente posible en un número de generaciones
comparativamente pequeño.» De este modo todo el mundo podría
considerar «la genialidad [...] como un derecho de nacimiento».31
Treinta años más tarde, en 1969, en el amanecer de la revolución
de la ingeniería genética, el distinguido genetista molecular Robert
Sinsheimer proclamó «una nueva eugenesia» que iba mucho más allá
del desarrollo selectivo. «La antigua eugenesia estaba limitada a una
mejora numérica de los mejores en nuestra reserva de genes — expli
có Sinsheimer— . La nueva eugenesia permitiría en principio la con
versión de todo lo inaceptable al nivel genético más alto.» «Es un
nuevo horizonte en la historia del hombre —declaró— . Puede que
algunos sonrían y sientan que esto no es más que una nueva versión
del viejo sueño sobre la perfección del hombre. Es esto, pero tam
30. Ibíd., pág. 125; Bernal, 'World, Flesh, and the Devil, op. cit., págs. 73 y 76;
Kimbrell, Human Body Shop, op. cit., pág. 125; Constance Holden, «O n the Trail
of Genes for IQ », Science, vol. 253, pág. 1352; Mumford, Pentagon o f Power, op.
cit., pág. 186.
31. Muller, citado en Evelyn Fox Keller, «Nature, Nurture and the Human Ge-
nome Project», en Daniel J. Kevles y Leroy H ood (comps.), The Code o f Codes,
Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1992; Weaver, citado en Kay, Molecu
lar Vision, op. cit., págs. 283-284, 289 y 290; véase también H. J. Muller, «Social
Biology and Population Improvement», Nature, vol. 144,1939, págs. 521-522.
EL PO DER DE LA PER FE CCIÓ N : LA IN G E N IE R ÍA G E N ÉT IC A 229
las bases técnicas de los «bebés probeta» y los úteros de alquiler) y los
avances en la experimentación del útero artificial (utilizando fetos de
corderos y cabras), que contribuyeron enormemente a la investiga
ción genética. (Las técnicas de fertilización in vitro y de transferencia
de embriones fueron esenciales especialmente para los experimentos
de manipulación genética de la línea de germinación. Además, como
ha argumentado Janice Raymond, ayudar al infértil era más una racio
nalización —y una estrategia de mercadotecnia— que la razón de
dichos desarrollos. El biólogo molecular Erwin Chargaff reconoció
que la presunta demanda de estos métodos reproductivos por parte de
las parejas infértiles «era menos abrumadora que el deseo por parte
de los científicos de probar sus técnicas recientemente desarrolladas»
y como señaló Raymond: «La visión de Chargaff está apoyada por in
formes de unos doscientos mil embriones que han sido almacenados
en centros europeos de fecundación in vitro, creados especialmente
para la investigación».)39
Todas estas imágenes, así como la alusión de Gilbert al «grial»,
reflejan profundas raíces religiosas. (Al respecto de la invocación de
Gilbert al «grial» —que se convirtió en emblemática del Proyecto
Genoma Humano—, el genetista de la población Richard Lewontin
ha sugerido: «Es un signo seguro de su alifríación con respecto a la
religión revelada, el que una comunidad científica con una alta con
centración de judíos procedentes de Europa del Este y ateos hayan
escogido como metáfora central el objeto más cargado de misterio
del cristianismo medieval». Y más todavía si se considera que el grial
es' un signo indiscutible de la persistente influencia de la mitología
del cristianismo medieval en la formación de la conciencia occiden
tal, de la que estos individuos son también herederos, sean o no cris
tianos.) De acuerdo con el dominio masculino en el mito judeocris-
tiano de la creación de descendencia divina, el Dios masculino creó a
Adán y le concedió la vida (una hazaña que el rabino Low, con la
ayuda de Dios, repitió) sin ayuda de la mujer o del sexo. Y Dios creó
a Eva a partir de Adán, no a Adán a partir de Eva (promoviendo —y
reflejando— fantasías de nacimiento masculino y de homúnculo). Y
Dios creó a Cristo a través de María, aunque no de María (convir
tiéndola en la primera madre de alquiler). Estos mitos de procrea
ción exclusivamente paterna y divina inspiraron las empresas obsesi
39. Janice G. Raymond, Women as Wombs, San Francisco, Harper San Fran
cisco, 1993, pág. xiii; Chargaff, citado en ibíd., pág. xiii; «First Person», N B C , 1 de
abril de 1994.
234 T E C N O L O G IA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
40. Lewontin, «Dream of the Human Genome», pág. 31; Roberto Zapperi,
The Pregnant Man, Londres, Harw ood Academic Publisher, 1991, págs. 3-5.
41. Entrevista con el autor, noviembre de 1995, este informador pidió mante
nerse en el anonimato.
EL PODER DE LA P E R FE C C IÓ N : LA I N G E N IE R ÍA GE N ÉT ICA 235
44. Peackocke, Creation and the World o f Science, op. cit., págs. 305-306.
45. «Statement of Faith», Membership Application, American Scientific Affi
liation; entrevistas del autor con Jaydee Hansen, J. Robert Nelson y Daniel Kevles,
octubre, noviembre y diciembre de 1995; J. Robert Nelson, Genetics and Religión,
Houston, Institute of Religión, Texas Medical Center, 1995, págs. 171-192.
EL PO DER DE LA P E R FE CCIÓ N : LA IN G E N IER ÍA GE N ÉT ICA 237
del líder del Proyecto Apolo de la NASA Werner von Braun, Collins
insiste en que «no existe conflicto alguno entre ser un científico ab
solutamente riguroso y ser una persona de fe», aunque reconoce que
esta creencia en lo «sobrenatural» plantea algunas dificultades para
él como científico. «La forma básica con la que me lo miro es que, en
el momento en que aceptas la posibilidad de lo sobrenatural — algo
que nunca puedes probar o rechazar por medios naturales— enton
ces no existe razón alguna para que ello deba seguir siempre leyes
naturales [...] Creo que el registro histórico de la vida de Cristo en la
Tierra y su resurrección es una razón muy poderosa. Asimismo, no
tengo problema alguno con que Dios intervenga de vez en cuando
[...] N o siento como una suspensión de mi papel como científico la
creencia en la capacidad del Todopoderoso para saltarse las leyes
cuando ve que es adecuado hacerlo.» Com o administrador de Dios,
cumpliendo su plan continuo de creación, Collins parece sentirse
bastante cómodo a la cabeza de una de las empresas tecnológicas
más ambiciosas de la historia. «H ay un único programa del genoma
humano —explicó a un reportero sobre su nombramiento como di
rector— . Sólo sucederá una vez, y éste es el momento de la historia.
La oportunidad de permanecer al timón del proyecto y de poner mi
propio sello en él, es más de lo que podía imaginar.» En 1996, ante
una conferencia religiosa, Collins explicó que «el trabajo de un cien
tífico implicado en este proyecto, y en particular un científico que
tiene la alegría de ser cristiano, es un trabajo de descubrimiento que
puede también ser una forma de culto», además, de proporcionar un
acceso privilegiado al conocimiento divino. «Com o científico, una
de las experiencias más estimulantes es aprender algo, comprender
algo, que ningún ser humano comprendería, sólo D ios.»46
Donald Munro, director de la ASA, es genetista y psicólogo ade
más de un cristiano evangelista. Desde su punto de vista, los desa
rrollos recientes en la ciencia y la tecnología genéticas constituyen
un «don de D ios» que amplía el «dominio» de la humanidad sobre la
naturaleza y la capacita mejor para cumplir su función de «adminis
tración». Le preocupa el posible abuso de este don por parte de la
comunidad científica ante las presiones financieras o profesionales y
46. George Liles, «G od ’s Work in the Lab: Geneticist Francis Collins Makes
the Case of Faith», M D Magazine, marzo de 1992, págs. 43-50; Francis Collins,
«Healing Responsibly: The Church and the Human Genome Project», observacio
nes efectuadas en la conferencia sobre «The Christian Stake in Genetics», Trinity
International University, Derfield, 111., 19 de julio de 1996, pág. 3.
238 T E C N O L O G ÍA S DE LA TR A SC E N D E N C IA
47. Entrevista del autor con Donald Munro, director de ASA, noviembre de
1995.
48. Ibíd.; Hessel Bouma y otros, C hristian Faith, Health, and Medical Practi-
ce, Grand Rapids, Mich., William B. Eerdman, 1989.
EL PO DER DE LA P E R FE CCIÓ N : LA IN G E N IE R ÍA G E N ÉT IC A 239
53. C. Thomas Caskey, «Foreword», en ibid., pág. ix; entrevista del autor con
Jaydee Hansen, secretario general adjunto, Ministerio de la Creación de Dios, para '
el Consejo General de la Iglesia y Sociedad de la United Methodist Church y
miembro líder de la United Methodist Genetic Science Task Force, noviembre
1995; «Special Issue: Genetic Science», Christian Social Action, Washington, D .C.,
General Board of Church and Society of the United Methodist Church, enero de
1991; Richard Stone, «Religious Leaders Oppose Patenting Genes and Animáis»,
Science, vol. 268, 26 de mayo de 1995, pág. 1.126.
54. Liles, «G o d ’s Work», pág. 48.
242 T E C N O L O G ÍA S DE LA T R A SC E N D E N C IA
56. Nelson, Genetics and Religion, op. cit., págs. 60 y 180; entrevista del autor
con Sheldom Krimsky, antiguo miembro del Comité Consultivo para el A D N Re
combinado de los National Institutes of Health, noviembre de 1995; «Fact Sheet»,
Millenium Pharmaceuticals, Inc., Cambridge, Mass., otoño de 1993.
57. Daniel Kevles al autor, 23 de octubre de 1995; Kevles, «O ut of Eugenics»,
op. cit., pág. 36.
Conclusión
La política de la perfección
11. Mary Midgley, Science as Salvation, Londres, Routledge, 1992, pág. 221.
CONCLUSIÓN 253
Un milenio masculino:
un apunte sobre tecnología y género
4. Tabet, «H ands, Tools, Weapons»; Jacques Le Goff, Time, Work, and Cultu
re in the Middle Ages, Chicago, University of Chicago Press, 1980, pág. 186, (trad.
cast.: Tiempo, trabajo y cultura en el Occidente medieval, Madrid, Taurus, 1987).
5. San Agustín, De Civitate Dei (trad. cast.: La ciudad de Dios, Torre de Go-
yanes, Madrid, 1997).
260 LA R E L IG IÓ N DE LA T E C N O L O G ÍA
6. Génesis, 1, 27; 1, 26; Gerhart B. Ladner, The Idea o f Reform, Nueva York,
Harper and Row, 1967, págs. 173, 233 y 59; Arnold Williams, The Common Expo
sitor: An Account o f the Commentaries on Genesis, 1527-1633, Chapel Hill, Uni-
versity of N orth Carolina Press, 1948, pág. 26.
7. Tertuliano, «Disciplinary, Moral, and Ascetical Works», citado en Marina
Warner, Alone o f All H er Sex, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1976, pág. 58.
APÉND ICE 261
sólo para hombres. Según el Apocalipsis, la guía para los dos mil
años de esta expectativa, la posibilidad de resurrección en el milenio
está restringida a los «que no fueron profanados por mujeres, pues
son vírgenes» (Apocalipsis 14, 4). Com o señaló recientemente un
comentarista, este pasaje no sólo indica la importancia de la castidad,
o al menos de la continencia, sino que «expresa un punto de vista ex
clusivamente masculino».8
Com o la mujer era la causa más probable de la caída y en conse
cuencia de la pérdida de la perfección original por parte del hombre,
continuó siendo también el obstáculo perpetuo para su recupera
ción. De este modo, cuando las artes pasaron a ser vistas como un
vehículo para esta recuperación, se consideró que debían ser, por de
finición, sólo para hombres, y así, la presencia de las mujeres fue
percibida por definición como antitética a todo el proyecto. En con
secuencia, la restauración de la perfección era una búsqueda única
mente masculina, un medio exclusivamente masculino de retroceder
a un inicio primordialmente masculino: el Edén antes de Eva.
La búsqueda del milenio masculino empezó dentro de un mun
do culturalmente artificioso, sin mujeres, un entorno de celibato mo
nástico que prefiguraba el regreso prometido al paraíso patriarcal
primordial. (Ernst Benz describió el celibato como «una anticipa
ción de la perfección inminente».) Este entorno masculino tuvo sus
orígenes en el surgimiento del movimiento monástico a partir del si
glo IV hasta el siglo VI, aunque perdió gran parte de su rigor ascético
y pureza de género en los siglos posteriores. En el siglo IX , sin em
bargo, bajo los auspicios imperiales carolingios, el espíritu monacal
sufrió una rigurosa reforma y revitalización y se institucionalizó con
más fuerza social que nunca; su espíritu se extendió más allá del
claustro, hasta la propia corte imperial. Durante el llamado renaci
miento carolingio, a través del poder del estado imperial reformado,
los hombres fueron capaces de monopolizar muchos espacios socia
les que anteriormente habían sido compartidos con las mujeres, des
de los propios monasterios hasta los enrarecidos terrenos del apren
dizaje superior. Los mecenas carolingios de estos esfuerzos para la
estricta segregación sexual fueron también ávidos partidarios del
desarrollo en las artes útiles y fue bajo su protección, en los escritos
8. Adela Yerbro Collins, Crisis and Catharsis: The Power o f the Apocalypse,
Filadelfia, Westminster Press, 1984, págs. 127, 129 y 131; Kevin Harris, Sex, Ideo-
logy and Religión: The Representation o f Women in the Bihle, Totowa, N .J., Bar-
nes and N oble, 1984, págs. 112-123.
262 LA R E L IG IÓ N DE LA T E C N O L O G Í A
9. Ernst Benz, Evolution and Christian Hope, Garden City, N.Y., Doubleday,
1975, pág. 13; sobre la evolución histórica de este mundo clerical sin mujeres, véase
David F. Noble, A World Without Women: The Christian Clerical Culture of Wes
tern Science, Nueva York, Alfred A. Knopf, 1992, segunda parte.
10. Erigena, citado en George Duby, The Knight, The Lady and the Priest,
Nueva York, Pantheon, 1983, pág. 50; op. cit., pág. 51.
APÉND ICE 263
11. Jean Gimpel, The Medieval Machine: The Industrial Revolution o f the
Middle Ages, Londres, Penguin, 1977, passim; Hugh, citado en George Ovitt, The
Restoration o f Perfection, N ew Brunswick, N .J., Rutgers University Press, 1986,
pág. 120.
264 LA R E L IG IÓ N DE LA T E C N O L O G ÍA
12. Marjorie Reeves, The Influence o f Prophecy in the Later Middle Ages: A
Study in Joachinism, O xford University Press, 1969, págs. 248-250.
13. Roger Bacon, The Opus Majus o f Roger Bacon, Nueva York, Russell and
Russell, 1962, págs. 52 y 56.
14. Michael Adas, Machines as the Measure o f Men: Science, Technology and
Ideologies o f Western Dominance, Ithaca, N.Y., Cornell University Press, 1989,
págs. 13-14.
APÉND IC E 265
15. Charles G. Nauert Jr., Agrippa and the Crisis o f Renaissance Thougbt, U r
bana, University of Illinois Press, 1965, págs. 48 y 284.
16. Franz Hartman, The Life and Doctrines of Philippus Theophrastus, Nueva
York, Theosophical Publishing Company, 1910, págs. 99-101; Wilhelm Waetz-
goldt, Dürer and His Time, Londres, Phaidon Press, 1950, pág. 207.
266 LA R E L IG IÓ N DE LA T E C N O L O G ÍA
20. Frank E. Manuel, Freedom from History, Nueva York, N ew York Univer-
sity Press, 1971, pág. 109; Robert Boyle, «O f the Usefulness of Natural Philo-
sophy», en Works of the Honorable Robert Boyle, Londres, 1772, vol. 2, pág. 14;
Robert Boyle, On Seraphic Love: Motives and Incentives to the Love ofGod, Lon
dres, Henry Herrington, 1661; Oldenburg, citado en Evelyn Fox Keller, Reflec-
tions on Gender and Science, N ew Haven, Yale University Press, 1985, pág. 52;
Sprat, citado en Londa Schiebinger, The Mind Has No Sex? Woman in the Origins
o f Modern Science, Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1989, pág. 138.
21. Walter Charleton, citado en Brian Easlea, Witch-Hunting, Magic, and the
New Philosophy, Brighton, Inglaterra, Harvester Press, 1980, pág. 242; Joseph
Glanvill, The Vanity of Dogmatizing, N ueva York, Columbia University Press,
1931, pág. 6: Frank E. Manuel, The Religión of Isaac Newton, O xford University
Press, 1974, op. cit., págs. 99-100.
APÉND ICE 269
24. Ibíd., págs. 122, 125, 135 y 139; Margaret Jacob, «Freemasonry and the
Utopian Impulse», en Richard H. Popkin (comp.), Millenarianism and Messianism
in English Literature and Thought, 1650-1800, Leiden, E. J. Brill, 1988, pág. 141.
25. Nicholas Hans, New Trends in education in the Eighteenth Century, Lon
dres, Routledge and Kegan Paul, 1951, pág. 208.
APÉND ICE 271
26. Sally Hacker, «The Culture of Engineering: Women, Workplace and Ma
chine», Women’s Studies International Quarterly, vol. 4, n° 3,1981, págs. 341-343.
27. Auguste Com te a Stuart Mili, 5 de octubre de 1843, reimpreso en Kenneth
Thompson, Auguste Comte: The Foundation of Sociology, Nueva York, John Wi-
ley and Sons, 1975.
272 LA R E LIG IÓ N DE LA T E C N O L O G IA
28. William J. Broad, Star Warriors: A Penetrating Look into the Lives of the
Young Scientists Behind Our Space Age Weaponry, Nueva York, Simón and Schus-
ter, 1985, pág. 25; Robert Jay Lifton y Eric Markusen, The Genocidal Mentality,
Nueva York, Basic Books, 1988, pág. 118; Carol Cohn, «Nuclear Language», Bu-
lletin of the Atomic Scientists, junio de 1987, pág. 68.
APÉND IC E 273
29. Erik Bergaust, Werhner von Braun, Washington, D. C., National Space
Institute, 1976, pág. 499; Historical D ata Book IV, Washington, D .C ., NASA, 1994,
pág. 104; Ian Mitroff, The Subjective Side o f Science, Amsterdam, Elsevier, 1974,
pág. 144; Donald N . Michael y otros, «Summary of Proposed Studies on the Im-
plications of Peaceful Space Activities for Human Affairs», informe a la NASA de la
Brookings Institution de diciembre de 1960.
30. Jean Chesnaux, The Political and Social Ideas o f Jules Verne, Londres,
Thames and Hudson, 1972, págs. 16 y 82; Peter Costello, Jules Verne, Inventor o f
Science Fiction, Londres, Hodder and Stoughton, 1978, págs. 31 y 35.
274 LA R E LIG IÓ N DE LA T E C N O L O G ÍA
31. Costello, jWes Verne, op. cit., pág. 35; Andrew Martin, The Knowledge o f
Ignorance: From Genesis to Jules Verne, Cambridge, Cambridge University Press,
1985, pág. 189.
32. Martin, Knowledge, op.cit., pág. 189.
APÉND ICE 275
35. Levy, Hackers, op. cit., pág. 84; Allucquere Rosanne Stone, «Will the Real
Body Please Stand U p», en Benedikt (comp.), Cyberspace: First Steps, Cambridge,
Mass., M IT Press, 1991, pág 103; Sherry Turkle, The Second Self, N ueva York, Si
món and Schuster, 1984, pág. 108; Strimpel, citado en Barbara Kantrowitz, «Men,
Women, and Com puters», Newsweek, 16 de mayo de 1994, pág. 50.
36. Stefan Helmreich, «Anthropology Inside and Outside the Looking-Glass
Worlds of Artificial Life», manuscrito inédito, Departamento de Antropología,
Stanford University, págs. 19, 20 y 37.
APÉND ICE 277
37. James B. Watson, The Double Helix, Nueva York, Atheneum, 1968, pág.
225; Apocalipsis 14, 4.
38. Schreiner, Woman and Labour, op. cit., págs. 45-46; Sherwood Anderson,
Perhaps Women, Mamaroneck, N.Y., Paul P. Appel, 1970, pág. 56.
índice analítico y de nombres