Sei sulla pagina 1di 16

“SANTA ISABEL DE LA TRINIDAD”

“Una espiritualidad para los laicos, desde una perspectiva de


la comunidad familiar”

INTRODUCCIÒN

La grandeza que da Santa Isabel de la Trinidad es que pone


como el centro de su vida la capacidad de dar y encontrar un
sentido a toda la dinámica de la vida. Es en la propia historia de
la vida donde se concentra el misterio de la presencia de Dios.
Donde, sin que se presenten grandes sucesos en la vida, la
cotidianidad se convierte en un espacio de encuentro con Dios.

¿Qué significado tiene Santa Isabel de la Trinidad en nuestra


realidad eclesial (comunidad de todos los fieles cristianos,
incluidos los laicos)?

Nos enseña lo que significa vivir la fe en la vida cotidiana. Vive


26 años, conscientemente, sabiendo que su vida se desarrolla
en el ámbito de Dios y es el sentido de su existencia.

La vida de Santa Isabel se fundamentó en el sentido trinitario


que lleno su existencia. Su vida se presenta como un testimonio
extraordinario por la seriedad y autenticidad con los que plica los
principios de la fe y así reflejar lo que debe ser la vida ordinaria
cristiana.

El gran mensaje es que nos manifiesta la posibilidad de vivir en la


vida cotidiana la Fe. En Santa Isabel de la Trinidad no se va a
encontrar una teoría conceptual (teológica) del misterio de la
trinidad, se va a encontrar, su vida, como una experiencia
concreta arraigada en el misterio de la trinidad, o sea, una
experiencia teológica, que tiene como centro la trinidad.

Santa Isabel de la trinidad nos recuerda que Cristo estaba en


nosotros antes de la creación del mundo y lo que debemos hacer
es llevar una vida plena, ya lo tenemos, está dentro de nosotros
y nada ni nadie nos lo puede arrebatar.
Dentro del siguiente documento, se hará referencia a: 1. Lo que
significa ser laico, 2. Un referente biográfico de Isabel y 3. Algo
relacionado a su espiritualidad y como ésta fue y será fuente de
iluminación para la vida laical. Se tratara de dar una explicación
respecto a la espiritualidad de Santa Isabel de la Trinidad para
los laicos.
¿QUE ES SER UN LAICO?

El fundamento de toda vocación son los sacramentos de la


iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la eucaristía.
Con ellos tres, la persona inicia un camino determinado por la
opción fundamental de seguir a Jesucristo; queda incorporado a
Cristo y es miembro de la Iglesia; participa, de este modo, en la
triple función: sacerdote, profeta y rey de Cristo. El Espíritu
infundirá, además, en los laicos sus dones, para que
desempeñen con fidelidad la tarea que les ha sido
encomendada en la Iglesia y en el mundo.

Para ser laico, por tanto, es necesario haber completado la


iniciación cristiana y, a la vez, haber hecho una opción clara por
vivir los valores del evangelio en medio de las realidades del
mundo, desde la fuerza del Espíritu que nos regala
constantemente sus dones. Los laicos, en cuanto consagrados a
Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, son llamados y a la vez
dotados para que produzcan los mejores frutos. El Espíritu les
confiere los dones necesarios que se adecuan a las
circunstancias personales que conforman sus vidas.

¿Cuál es la misión del laico?

La misión se presenta evidente desde los distintos documentos


de la Iglesia, muy especialmente a partir de la clarificación que
surgió con el Concilio Vaticano II.

Podríamos intentar una definición:

“Laico es aquel fiel cristiano que ha optado por seguir a Cristo


desde sus ocupaciones y condiciones ordinarias de la vida familiar
y social, ejerciendo su apostolado en medio del mundo a la
manera de fermento”.
Los laicos, pues, están llamados por Dios para que,
desempeñando su propia profesión, guiados por el espíritu
evangélico, contribuyan a la santificación del mundo desde
dentro. Es lo que se conoce con el concepto genérico de
secularidad. Es propio del laico animar y ordenar las realidades
temporales, para que se hagan continuamente según Cristo. Por
ello su misión, es: ser testigos de Cristo en todo momento en
medio de la sociedad humana.

La vocación laical es tan importante que, sin ella, la Iglesia


perdería su dimensión fundamental: el ser para el mundo.
Además, la vocación laical significa: enviados al mundo para
hacer de él, a imagen de Dios creados, un cielo y una tierra
nuevos.

¿Cómo vive y qué hace un laico?

La vocación laical admite una gran amplitud de formas de vida:


la soltería o el celibato; el matrimonio y la vida familiar; los
diferentes oficios y profesiones. Como se puede ver, el
matrimonio o la profesión son una forma, entre muchas, de vivir
la vida laical, de concretizar, según las cualidades y necesidades
de cada uno, el llamado de Dios.

Así pues, debemos quitarnos de la cabeza la idea de que un


“laico comprometido” es sólo aquel que está trabajando en la
parroquia: da catequesis, proclama las lecturas en la liturgia. Es
cierto que estos apostolados son también un deber de los laicos,
pero no el único. El ejercicio de las actividades políticas,
sociales, culturales, económicas, artísticas, profesionales y
familiares, es el campo donde el laico debe desempeñar su
función. Quien lleva a cabo esta tarea con coherencia y
fidelidad, es un laico verdaderamente comprometido.

Además de esto, los laicos tienen también su puesto hacia el


interior de la Iglesia, en la que pueden colaborar en diversos
oficios y ministerios.
 En el ámbito de la PALABRA, podrán ocuparse de la
catequesis y de la educación en la fe, así como de algunas
encomiendas evangelizadoras, como la predicación o las
misiones populares.
 En el servicio de la CARIDAD, apoyando a las instituciones
de acción social o de promoción de las personas y obras de
caridad. Colaborando en la administración de los bienes de
la Iglesia.
 En la LITURGIA, podrán ejercer los ministerios laicales de
lectores y acólitos, organizar las celebraciones desde las
comisiones de liturgia, ser ministros extraordinarios de la
comunión.

Parece importante también que los laicos colaboren en los


diversos organismos eclesiales, como son el consejo pastoral, el
consejo de asuntos económicos, comisiones de liturgia,
organismos diocesanos de tal manera que desempeñen sus
funciones que les son propias desde su preparación, experiencia
o conocimiento de las materias.

¿Me llama Dios a la vocación laical?

Ser laico no es cualquier cosa. Compromete fuertemente a quien


ha decidido seguir a Cristo por este camino. Tanto, que trasforma
su vida entera para poder ser, en medio del mundo, como esa
levadura que hace fermentar a toda la masa. Tarea difícil. Por
eso, si crees que Dios te llama por ese camino, debes plantearte
algunos interrogantes que te ayudarán en tu discernimiento
vocacional. Pero no lo hagas fríamente. Hazlo delante de Dios,
en paz y oración, porque Él llama cuando nos disponemos a
escuchar desde la humildad del que sabe que su felicidad la
encontrará sólo en la medida en que cumpla la voluntad del
Padre.
RESUMEN BIOGRAFICO

Nació el 18 de julio de 1880, en un campo militar de Avor, en


Francia. La familia Catez esperaba inquieta, pues los médicos
pensaban que el bebé no viviría. Todos rezan y ofrecen misas por
la nueva criatura. En contra de lo esperado, la niña llega al mundo
sana. Cuatro días después, el 22 de julio, fue bautizada con el
nombre de Isabel Josefina. No había cumplido aún 14 años,
cuando escogió a Cristo por único Esposo.

Debido a que el talento musical de Isabel es notorio, su madre la


inscribe en el Conservatorio a los siete años. y obtuvo muchos
premios. Recibe la primera comunión el 19 de abril de 1891. Tuvo
varias oportunidades para casarse, pero más tarde escribirá:
"Mientras bailaba como las demás y tocaba piano, mi corazón
estaba entero en el Carmelo que me llamaba".

Isabel Catez entra al Carmelo el 2 de agosto de 1901, para dedicar


su vida por completo a la oración, en una comunidad en la que las
hermanas viven el ideal de Santa Teresa. En sus cartas pueden
leerse sus primeras impresiones: "No encuentro palabras para
expresar mi dicha", "aquí ya no hay nada, sólo Él... Se le
encuentra en todas partes, lo mismo en la colada que en la
oración" (C 91). Isabel pronuncia sus votos religiosos ante la
comunidad carmelitana de Dijon el 11 de enero de 1903, domingo
y fiesta de la Epifanía. Se siente invadida por Dios, por su
abundante gracia.

Sus cartas revelan la experiencia de ser amada y darse. "Este


gran día nos hemos dado por completo el uno al otro" (C 178).
Isabel crece centrada en el interior, pero viviendo las alegrías de la
vida. Con frecuencia participaba en veladas y bailes que
organizaban las familias militares. En esos lugares Isabel quiere
ser como el sol que irradia la luz de Dios

Sus experiencias religiosas son alimentadas por sus lecturas. El


Nuevo Testamento tiene un lugar privilegiado, especialmente las
cartas de san Pablo, a quien llamará "padre de su alma". Las
páginas de San Juan de la Cruz también ejercieron una marcada
influencia en su camino de la unión con Dios.

Las últimas palabras que le oyeron sus hermanas de comunidad


fueron: "Voy a la Luz, al Amor, a la Vida". Al amanecer del 9 de
noviembre de 1906, deja de respirar. Las que estaban ahí
presentes se dan cuenta que Isabel ha emprendido el viaje a la
Trinidad que tanto amó en la tierra. Como una profeta, Isabel nos
llama a cada uno a disfrutar de la presencia de la Trinidad en lo
cotidiano de la vida, como ella decía, lo mismo en el lavado de la
ropa que en la oración.

Proceso de Canonización de Sor Isabel de la Trinidad

Primeras etapas

El proceso diocesano se abrió en 1931 con un primer estudio


realizado especialmente para la beatificación de Sor Isabel. El
proceso se reanudará después de la guerra y será Juan XXIII
quien firmará el Decreto de Introducción de la Causa el 25 de
octubre de 1961.

El proceso se abrió el 12 de julio de 1982 con el reconocimiento de


las "virtudes heroicas" de la Sierva de Dios, dándole el título de
Venerable.

Beatificación

Un primer "milagro" obtenido por intercesión de Sor Isabel se


verificó el 17 de febrero de 1984. Fue la curación milagrosa de
Fray Jean Chanut, un monje de la abadía cisterciense, por
entonces maestro de novicios. Tenía 31 años de edad en 1938 y
sufría de tuberculosis renal. A pesar de la extracción de un riñón,
la enfermedad se extendió por todo el tracto urogenital. Fray Jean
sufría mucho, estaba incapacitado para continuar con sus oficios
dentro de la comunidad y todo parecía indicar que el único
desenlace sería la muerte. Sin embargo, en enero de 1943,
siguiendo el consejo de un padre predicador, la comunidad
cisterciense comenzó una novena de oración, confiando en la
intercesión de Sor Isabel. Concluida la novena el Fray Chanut
recuperó las fuerzas y pudo reanudar rápidamente la plena
observancia de la Regla, las vigilias y los ayunos severos propios
del estilo de vida cisterciense. Las pruebas de laboratorio que se le
realizaron, demostraron la milagrosa desaparición de la
enfermedad. Fray Chanut más tarde fue abad del monasterio y
murió en África en 1980. Este milagro permitió la beatificación de
Sor Isabel el 25 de noviembre de 1984.

Hacia la canonización

Se necesitaba un segundo "milagro" para allanar el camino hacia


la canonización. Una joven belga, Marie-Paul Stevens, profesora
de religión en Malmedy de 39 años de edad en 1997,
gradualmente descubre que padece una enfermedad rara -el
síndrome de Sjögren con fuertes dolores y múltiples
consecuencias que la incapacitaban para las labores cotidianas.
Por este motivo, abandona su trabajo en 1998 ya que a pesar de
los múltiples tratamientos, la enfermedad empeoraba. Marie-Paul
con algunos amigos del Carmelo rezan por su recuperación. Ya sin
ninguna posibilidad de recuperación y antes de morir, decide ir a
Flavignerot a darle las gracias a Sor Isabel y a orar por un
adolescente que le había ayudado mucho durante la enfermedad.
Al llegar con sus amigos al estacionamiento del Carmelo el 2 de
abril de 2002, se sienta porque se siente agotada, y de repente al
levantarse dice: "¡no tengo dolor!". Los síntomas desaparecieron y
unos meses más tarde regresa en peregrinación para presentar su
acción de gracias... Se necesitará tiempo y muchos exámenes
médicos entre 2012 y 2016 para el reconocimiento oficial de la
curación con el Decreto del 3 de marzo de 2016.

El 20 de junio de 2016, el Papa Francisco en Consistorio


Ordinario ha decretado que Sor Isabel de la Trinidad - Isabel
Catez - monja profesa de la Orden de Carmelitas Descalzas
sea inscrita en el Registro de los santos el 16 de octubre de
2016.
 
UNA ESPIRITUALIDAD PARA LOS LAICOS

El título hace referencia a algunos documentos donde se


expresan sus relaciones de amistad con su familia más cercana
(su familia, sus amigas de infancia, adolescencia y juventud y,
también, con las hermanas de su comunidad de carmelitas
descalzas). Quiénes son las personas con las que tiene una
relación afectiva intensa, sincera, expresada con palabras llena
de emoción y ternura, a quienes, permanentemente, escribió para
darles elementos fundamentales para que tuvieran su propia
vivencia espiritual.

Por tanto, podríamos decir que en el mensaje de Isabel


encontremos los elementos fundamentales de una espiritualidad
laical. En primer lugar y preferentemente su correspondencia está
dirigida a los laicos, familiares, amigas, amigos Para comprender
esto, conviene tener en cuenta que Isabel, antes de transmitir
este mensaje en sus cartas de carmelita, vivió en pleno mundo.
Esta joven laica ya era una mística antes de entrar en el Carmelo.
En medio de sus ocupaciones diarias y de sus múltiples
relaciones sociales, Isabel, lejos de menospreciar el mundo, une
la vida en Dios (Amor) con la configuración del mundo.

Este hecho explica el que el contenido de su mensaje sea tan


abierto, tan amplio y tan adaptado a la vida del mundo. Isabel
cultivó el don de Dios en el mundo, en medio de pequeñas tareas
y con muchas relaciones sociales. Supo comprender, gustar, vivir
y comunicar el testimonio de su experiencia de Dios en estas
circunstancias
Como fuentes de investigación se tomaran sus escritos. La fuente
principal para el respectivo análisis son sus Cartas, 346
conservadas y publicadas (OC p. 429 – 921). Otros que se
pueden considerar cartas dirigidas a personas queridas, una a su
amiga, Francisca Sourdon (OC p. 125 – 131) titulado Grandeza
de nuestra vocación; y otra que lleva por título Déjate amar,
dirigido a su priora, la madre Germana (OC p. 117 – 180)
Hay otros dos que son breves escritos redactados, como los
anteriores, al final de su vida, como meditaciones de unos
“ejercicios” espirituales que dirige a su querida hermana
Margarita, casada y madre de dos hijas pequeñas; se publica con
el título El cielo en la fe en la edición española (OC p. 95 – 120) Y
el otro, titulado Últimos ejercicios, meditaciones personales
pensando en su muerte, hablando para sí misma, autobiografía
de los últimos días de su vida, interesantes para comprender la
profundidad y pasión de SIT.
A través de las páginas conservadas, se logra identificar un ser
enamorado de Cristo, de su Iglesia como militante en su
parroquia, con deseo muy grande de salvar las almas de los
hombres colaborando con Cristo en su redención.
De su gran número de cartas, extenso para su corta edad, de las
346 cartas publicadas, dirigió a su familia una buena cantidad, y
sabiendo que no se conservan todas; las conservadas, fueron
dirigidas a 59 destinatarios, la mayor parte laicos y amistades
femeninas: 41 las escribió a su madre; 40 a su hermana
Margarita; a sus tías o “primas”, Francisca y Matilde Roland, 13; a
su instructora, la Srta. Forey, 3; a la madre Germana, priora de
Dijon, 10; y a sus amigas y sus familiares, unas 126, y dentro del
grupo, algunas amigas más entrañables: a Margarita Gollot, 21; a
María Luisa Maurel, 28; a Francisca Sourdon, 25; y a la madre de
ella, 18.
Se puede afirmar que hay una escasa representación de
destinatarios masculinos, en comparación desproporcionada con
los femeninos. Escribió poco a los hombres, al menos no se han
conservado muchas cartas dirigidas a ellos. Suficientemente
abundantes y representativas son las dirigidas al canónigo
Angles, 22, y al abate Shevignard, 13, y unas pocas más.
Teniendo en cuenta la distribución cuantitativa de la producción
literaria de santa Isabel, el foco de atención estaría en el mensaje
humano y espiritual dirigido a un público eminentemente
“femenino”, muy cristianizado, que lo acogió como algo
proveniente de una persona “santa”. Sería no considerar a las
destinatarias como únicas lectoras, o sea convertirlas en algo
secundario y considerar esos escritos con un destinatario
especial, cada uno de nosotros.
Si lo pensamos de esa manera el lector no solo encontrará
amistades “femeninas”, sino una espiritualidad propuesta de
manera inmediata al gran público cristiano: laicos, sacerdotes,
religiosos y religiosas.

Una de las facetas más profundas que definen la vivencia


cristiana de Isabel y que ella propone a los demás: que Dios
puede y debe estar sobre todo en el corazón, en los quehaceres
de cada día, las relaciones de amistad, en las realidades del
mundo y de los hombres; en el gozo de una vida social, incluidas
los conciertos y fiestas, las comidas compartidas, en los viajes de
vacaciones, etc… Y, de modo especial aunque parezca mentira y
choque con nuestra sensibilidad, en los sufrimientos, como las
enfermedades y la proximidad de la misma muerte.

Vale la pena recordar que, aunque su vocación era muy grande,


nunca le propuso a su hermana y amigas seguir ese camino
como un “estado de vida” más perfecto. Por ejemplo, el
matrimonio cristiano, también un camino de santidad. En
consecuencia, podemos decir que para ella no hay más que una
vocación cristiana: ser santos. No olvidemos que casi todos sus
escritos están dirigidos a mujeres casi todas laicas, con quienes
comparte sus ilusiones de santidad.

Se sabe que renunció a casarse con “un buen partido” propuesto


por su madre, pero estima el matrimonio como una vocación
cristiana a la que alaba y en la que se puede ser santo. El
matrimonio de su hermana Margarita y el nacimiento de dos
sobrinas que conoció antes de morir le llenaron de alegría. En
ella vio un modelo ideal de este estado de vida, felizmente
casada, esposa de nueve hijos, con la que mantuvo siempre una
relación profundamente espiritual y le comunicó sus experiencias
religiosas hasta la hora de la muerte.
En sus cartas hace frecuentes alusiones al matrimonio de Guita
le dice que puede y debe ser Marta y María, juntas
(contemplativa y activa simultáneamente), como ella lo es siendo
carmelita; sigue las maternidades de su Hermana; conoce el
nacimiento de sus sobrinas Isabel y Odette. Y otras muchas
referencias al tema
En sus cartas abundan las referencias a los matrimonios de sus
amigas. Por ejemplo, goza con la noticia del matrimonio de
Ivonne Rostand, diciéndole expresamente que es una “vocación”,
se supone que cristiana. Y, lo más curioso, en sus cartas aparece
a veces como intermediaria para arreglar matrimonios de sus
amigas, también, hasta el punto de buscarles novio, aun siendo
carmelita de clausura. También se interesó por su amiga María
Luisa Sourdon, que seguía en sus intentos y deseos de casarse,
vive la tardanza de llegar el marido, etc. (C 242 y otras)

Son muchos los elementos de espiritualidad laical además de los


ya analizados, pero quedan algunos más. Uno de sus
“apostolados” como laica comprometida con la Iglesia fue
proponer a los laicos el hermoso y profundo ideal cristiano. Sobre
espiritualidad de una madre de familia, serviría una carta a su
hermana Margarita, ensimismada con sus dos hijas. Aprovecha
la ocasión para hablarle de Dios que la ama como ella a sus
niñas; de que Dios habita en el corazón, y el Espíritu Santo
transforma el corazón de su criatura; que viva segura en los
brazos de Dios como sus niñas lo están en los suyos (C 239).

Cuando escribe sobre la oración, no hace distinción entre curas,


frailes, monjas y laicos. El modo de orar lo tienen que ejercitar
todos por igual. Ella ora como laica y como carmelita en
momentos sucesivos de su vida. Lo mismo se diga de la unión
entre la oración y la contemplación, acompañado de mayor o
menor soledad, silencio y sacrificio. Expone alguna vez que se
puede ser santa en el mundo, como ella procuraba serlo antes
del entrar en el Carmelo. Esperando con nostalgia su ingreso,
escribe: “Contemplo el mundo y sus cosas como algo por donde
paso, pero no apego a nada mi corazón” (D 131).

Lo más sorprendente es que su ideal de carmelita es el que


propone a los laicos. Es interesante ver su convicción de que la
vida de una monja carmelita y la de los laicos en el mundo no
tienen tantas variantes, sino muchas semejanzas, viviendo las
grandes verdades del cristianismo. Ella, en el Carmelo, encontró
su centro y felicidad, pero el núcleo de esa vida es para todos los
cristianos. “Esta mejor parte, que escogió María de Betania (Lc
10, 42), me parece ser mi privilegio en mi querida soledad del
Carmelo, se la ofrece Dios a toda alma bautizada. Él se la ofrece,
querida señora, en medio de sus cuidados y solicitudes
maternas. Crea que todo su deseo es llevarla a una unión cada
vez más profunda con él” (C 129).

Quizá sea esta convicción la que explica que en su


correspondencia no existe una incitación a alguna de sus amigas
a que se haga monja. De su hermana sospecha que podría serlo,
pero no hay palabras directas de ánimo. Sólo dice que ella es
muy feliz, que Dios la eligió para esta vida, que es su vida, su
vocación, pero existen otras vocaciones (C 117). De hecho, algo
del programa de vida que ella vive, se lo oferta a su amiga, María
Luisa Ambry (Maurel), que está esperando un hijo. “Permanezca
siempre unida al Dios de la Hostia que tanta ama. Él la enseñará
a sufrir, a inmolarse, a orar, a amar” (C 186). Finalmente, a su
hermana, la víspera de su matrimonio, 15 octubre 1902, a los 19
años, le dice que hay dos caminos cristianos, distintos y santos:
el matrimonio y vida religiosa: “Verás que somos beatificadas las
dos, cada una en el camino al que el Maestro nos llama y en el
que nos quiere” (C 140).

A su amiga Francisca Sourdon, considerada por ella como una


“hija espiritual” (7 años más joven que Isabel), le presenta un
camino cristiano; le habla de la humildad, contra el amor propio y
egoísmo, la libertad contra la esclavitud de las pasiones; el
camino es Jesucristo y un Cristo crucificado; que se mantenga un
equilibrio entre lo sobrenatural y el bautismo y el vivir de fe; que
dé gracias a Dios y que busque el gozo en el mismo sufrimiento
(OC P. 125 – 131).

Otros elementos fundamentales de la espiritualidad laical de


Santa Isabel de la trinidad serían los sacramentos del bautismo,
la confirmación y la eucaristía.

Por el bautismo, profundiza que «todos somos santuario de la


Santísima Trinidad» [C.172]. La vida de Dios se comunica a todos
y a todo el mundo: «Esta mejor parte que parece ser un privilegio
que se me ha otorgado en mi queridísima soledad del Carmelo, el
Señor la da a todos los bautizados –escribe Isabel a una mujer
casada-. El es quien la ofrece, querida señora, a través de sus
preocupaciones e inquietudes maternales. Piense que su deseo es
introducirla más profundamente en El» [C.114].

De la Eucaristía alimento, Cristo para todos, saca la fuerza que


transforma su vida.

De la Confirmación, la misma para todos, afirma que es el Espíritu


el que hace posible que el Hijo habite en nosotros para agradar al
Padre. Es el que nos arraiga y fundamenta en el amor. «Por el
Espíritu el alma penetra y vive en las profundidades de Dios».
Arraigar en Cristo es obra del Espíritu que hace que, en todos
nuestros sentimientos, pensamientos y aspiraciones, y mediante
todos y cada uno de sus actos, por muy ordinarios que sean, se
vea a Cristo [C.172]. Sor Isabel sabe, por experiencia, que el
Espíritu ora en nosotros sin descanso (Rm 8): «Tengo la impresión
de que mi oración es omnipotente», «El Espíritu Santo crea el cielo
en tí»[C.216] .

Una espiritualidad que se alimenta desde diversos medios:


escucha vivencial de la Palabra; participación de la vida
sacramental; oración personal y comunitaria; devoción a María;
dirección espiritual, compromiso en la vida de la Iglesia parroquial.

Esta espiritualidad a la que anima Isabel a los laicos ofrece una


urgencia: la evangelización del mundo de hoy. Ella misma colaboró
en los movimientos y en las actividades de su parroquia. Para
Isabel, los campos específicos para esta vivencia laical, son la
familia. El mundo del trabajo y una decidida presencia pública no
aparecen explícitos.

Para Isabel, toda persona es sacramento de Dios, capaz de


comunicar la vida del Amor, en especial los padres.
Para santa Isabel de la Trinidad, la vida personal y la vida diaria
son el lugar en el que la Trinidad se hace presente, por ello es
necesario: «ser una humanidad en la que Él pueda renovar todo su
misterio» [NI, 15].

Otro ángulo esencial de su espiritualidad es la correcta relación


entre acción y contemplación. No imaginemos a Isabel adorando y
siendo alabanza de gloria sentada en la capilla todo el día. Asumió
sus responsabilidades, fuera del Carmelo y dentro de él. Trabajó y
oró; ella misma dirá que en el Carmelo, todo es uno. No se pasó la
vida dividiendo las realidades. Oración y trabajo, todo es uno en el
Uno; todo es Amor.

Para concluir, convendría tener en cuenta la III Conferencia


General del Episcopado Latinoamericano, en Puebla: «Las
dimensiones esenciales de la espiritualidad de los laicos, entre
otras, son las siguientes: Que el laico no huya de las realidades
temporales para buscar a Dios, sino perseverante, presente y
activo, en medio de ellas y allí encuentre al Señor. Que dé a tal
presencia y actividad una inspiración de fe y un sentido de caridad
cristiana, y que por la luz de la fe, descubra en esa realidad la
presencia del Señor…» (nn.796-798). Acompañados por las
intuiciones de Santa Isabel podemos alentar un testimonio laical
encarnado, de manera que los mismos laicos y nuestras
comunidades sean verdaderos sacramentos de la presencia de
Dios en el mundo.

Potrebbero piacerti anche