“Una espiritualidad para los laicos, desde una perspectiva de
la comunidad familiar”
INTRODUCCIÒN
La grandeza que da Santa Isabel de la Trinidad es que pone
como el centro de su vida la capacidad de dar y encontrar un sentido a toda la dinámica de la vida. Es en la propia historia de la vida donde se concentra el misterio de la presencia de Dios. Donde, sin que se presenten grandes sucesos en la vida, la cotidianidad se convierte en un espacio de encuentro con Dios.
¿Qué significado tiene Santa Isabel de la Trinidad en nuestra
realidad eclesial (comunidad de todos los fieles cristianos, incluidos los laicos)?
Nos enseña lo que significa vivir la fe en la vida cotidiana. Vive
26 años, conscientemente, sabiendo que su vida se desarrolla en el ámbito de Dios y es el sentido de su existencia.
La vida de Santa Isabel se fundamentó en el sentido trinitario
que lleno su existencia. Su vida se presenta como un testimonio extraordinario por la seriedad y autenticidad con los que plica los principios de la fe y así reflejar lo que debe ser la vida ordinaria cristiana.
El gran mensaje es que nos manifiesta la posibilidad de vivir en la
vida cotidiana la Fe. En Santa Isabel de la Trinidad no se va a encontrar una teoría conceptual (teológica) del misterio de la trinidad, se va a encontrar, su vida, como una experiencia concreta arraigada en el misterio de la trinidad, o sea, una experiencia teológica, que tiene como centro la trinidad.
Santa Isabel de la trinidad nos recuerda que Cristo estaba en
nosotros antes de la creación del mundo y lo que debemos hacer es llevar una vida plena, ya lo tenemos, está dentro de nosotros y nada ni nadie nos lo puede arrebatar. Dentro del siguiente documento, se hará referencia a: 1. Lo que significa ser laico, 2. Un referente biográfico de Isabel y 3. Algo relacionado a su espiritualidad y como ésta fue y será fuente de iluminación para la vida laical. Se tratara de dar una explicación respecto a la espiritualidad de Santa Isabel de la Trinidad para los laicos. ¿QUE ES SER UN LAICO?
El fundamento de toda vocación son los sacramentos de la
iniciación cristiana: el bautismo, la confirmación y la eucaristía. Con ellos tres, la persona inicia un camino determinado por la opción fundamental de seguir a Jesucristo; queda incorporado a Cristo y es miembro de la Iglesia; participa, de este modo, en la triple función: sacerdote, profeta y rey de Cristo. El Espíritu infundirá, además, en los laicos sus dones, para que desempeñen con fidelidad la tarea que les ha sido encomendada en la Iglesia y en el mundo.
Para ser laico, por tanto, es necesario haber completado la
iniciación cristiana y, a la vez, haber hecho una opción clara por vivir los valores del evangelio en medio de las realidades del mundo, desde la fuerza del Espíritu que nos regala constantemente sus dones. Los laicos, en cuanto consagrados a Cristo y ungidos por el Espíritu Santo, son llamados y a la vez dotados para que produzcan los mejores frutos. El Espíritu les confiere los dones necesarios que se adecuan a las circunstancias personales que conforman sus vidas.
¿Cuál es la misión del laico?
La misión se presenta evidente desde los distintos documentos
de la Iglesia, muy especialmente a partir de la clarificación que surgió con el Concilio Vaticano II.
Podríamos intentar una definición:
“Laico es aquel fiel cristiano que ha optado por seguir a Cristo
desde sus ocupaciones y condiciones ordinarias de la vida familiar y social, ejerciendo su apostolado en medio del mundo a la manera de fermento”. Los laicos, pues, están llamados por Dios para que, desempeñando su propia profesión, guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo desde dentro. Es lo que se conoce con el concepto genérico de secularidad. Es propio del laico animar y ordenar las realidades temporales, para que se hagan continuamente según Cristo. Por ello su misión, es: ser testigos de Cristo en todo momento en medio de la sociedad humana.
La vocación laical es tan importante que, sin ella, la Iglesia
perdería su dimensión fundamental: el ser para el mundo. Además, la vocación laical significa: enviados al mundo para hacer de él, a imagen de Dios creados, un cielo y una tierra nuevos.
¿Cómo vive y qué hace un laico?
La vocación laical admite una gran amplitud de formas de vida:
la soltería o el celibato; el matrimonio y la vida familiar; los diferentes oficios y profesiones. Como se puede ver, el matrimonio o la profesión son una forma, entre muchas, de vivir la vida laical, de concretizar, según las cualidades y necesidades de cada uno, el llamado de Dios.
Así pues, debemos quitarnos de la cabeza la idea de que un
“laico comprometido” es sólo aquel que está trabajando en la parroquia: da catequesis, proclama las lecturas en la liturgia. Es cierto que estos apostolados son también un deber de los laicos, pero no el único. El ejercicio de las actividades políticas, sociales, culturales, económicas, artísticas, profesionales y familiares, es el campo donde el laico debe desempeñar su función. Quien lleva a cabo esta tarea con coherencia y fidelidad, es un laico verdaderamente comprometido.
Además de esto, los laicos tienen también su puesto hacia el
interior de la Iglesia, en la que pueden colaborar en diversos oficios y ministerios. En el ámbito de la PALABRA, podrán ocuparse de la catequesis y de la educación en la fe, así como de algunas encomiendas evangelizadoras, como la predicación o las misiones populares. En el servicio de la CARIDAD, apoyando a las instituciones de acción social o de promoción de las personas y obras de caridad. Colaborando en la administración de los bienes de la Iglesia. En la LITURGIA, podrán ejercer los ministerios laicales de lectores y acólitos, organizar las celebraciones desde las comisiones de liturgia, ser ministros extraordinarios de la comunión.
Parece importante también que los laicos colaboren en los
diversos organismos eclesiales, como son el consejo pastoral, el consejo de asuntos económicos, comisiones de liturgia, organismos diocesanos de tal manera que desempeñen sus funciones que les son propias desde su preparación, experiencia o conocimiento de las materias.
¿Me llama Dios a la vocación laical?
Ser laico no es cualquier cosa. Compromete fuertemente a quien
ha decidido seguir a Cristo por este camino. Tanto, que trasforma su vida entera para poder ser, en medio del mundo, como esa levadura que hace fermentar a toda la masa. Tarea difícil. Por eso, si crees que Dios te llama por ese camino, debes plantearte algunos interrogantes que te ayudarán en tu discernimiento vocacional. Pero no lo hagas fríamente. Hazlo delante de Dios, en paz y oración, porque Él llama cuando nos disponemos a escuchar desde la humildad del que sabe que su felicidad la encontrará sólo en la medida en que cumpla la voluntad del Padre. RESUMEN BIOGRAFICO
Nació el 18 de julio de 1880, en un campo militar de Avor, en
Francia. La familia Catez esperaba inquieta, pues los médicos pensaban que el bebé no viviría. Todos rezan y ofrecen misas por la nueva criatura. En contra de lo esperado, la niña llega al mundo sana. Cuatro días después, el 22 de julio, fue bautizada con el nombre de Isabel Josefina. No había cumplido aún 14 años, cuando escogió a Cristo por único Esposo.
Debido a que el talento musical de Isabel es notorio, su madre la
inscribe en el Conservatorio a los siete años. y obtuvo muchos premios. Recibe la primera comunión el 19 de abril de 1891. Tuvo varias oportunidades para casarse, pero más tarde escribirá: "Mientras bailaba como las demás y tocaba piano, mi corazón estaba entero en el Carmelo que me llamaba".
Isabel Catez entra al Carmelo el 2 de agosto de 1901, para dedicar
su vida por completo a la oración, en una comunidad en la que las hermanas viven el ideal de Santa Teresa. En sus cartas pueden leerse sus primeras impresiones: "No encuentro palabras para expresar mi dicha", "aquí ya no hay nada, sólo Él... Se le encuentra en todas partes, lo mismo en la colada que en la oración" (C 91). Isabel pronuncia sus votos religiosos ante la comunidad carmelitana de Dijon el 11 de enero de 1903, domingo y fiesta de la Epifanía. Se siente invadida por Dios, por su abundante gracia.
Sus cartas revelan la experiencia de ser amada y darse. "Este
gran día nos hemos dado por completo el uno al otro" (C 178). Isabel crece centrada en el interior, pero viviendo las alegrías de la vida. Con frecuencia participaba en veladas y bailes que organizaban las familias militares. En esos lugares Isabel quiere ser como el sol que irradia la luz de Dios
Sus experiencias religiosas son alimentadas por sus lecturas. El
Nuevo Testamento tiene un lugar privilegiado, especialmente las cartas de san Pablo, a quien llamará "padre de su alma". Las páginas de San Juan de la Cruz también ejercieron una marcada influencia en su camino de la unión con Dios.
Las últimas palabras que le oyeron sus hermanas de comunidad
fueron: "Voy a la Luz, al Amor, a la Vida". Al amanecer del 9 de noviembre de 1906, deja de respirar. Las que estaban ahí presentes se dan cuenta que Isabel ha emprendido el viaje a la Trinidad que tanto amó en la tierra. Como una profeta, Isabel nos llama a cada uno a disfrutar de la presencia de la Trinidad en lo cotidiano de la vida, como ella decía, lo mismo en el lavado de la ropa que en la oración.
Proceso de Canonización de Sor Isabel de la Trinidad
Primeras etapas
El proceso diocesano se abrió en 1931 con un primer estudio
realizado especialmente para la beatificación de Sor Isabel. El proceso se reanudará después de la guerra y será Juan XXIII quien firmará el Decreto de Introducción de la Causa el 25 de octubre de 1961.
El proceso se abrió el 12 de julio de 1982 con el reconocimiento de
las "virtudes heroicas" de la Sierva de Dios, dándole el título de Venerable.
Beatificación
Un primer "milagro" obtenido por intercesión de Sor Isabel se
verificó el 17 de febrero de 1984. Fue la curación milagrosa de Fray Jean Chanut, un monje de la abadía cisterciense, por entonces maestro de novicios. Tenía 31 años de edad en 1938 y sufría de tuberculosis renal. A pesar de la extracción de un riñón, la enfermedad se extendió por todo el tracto urogenital. Fray Jean sufría mucho, estaba incapacitado para continuar con sus oficios dentro de la comunidad y todo parecía indicar que el único desenlace sería la muerte. Sin embargo, en enero de 1943, siguiendo el consejo de un padre predicador, la comunidad cisterciense comenzó una novena de oración, confiando en la intercesión de Sor Isabel. Concluida la novena el Fray Chanut recuperó las fuerzas y pudo reanudar rápidamente la plena observancia de la Regla, las vigilias y los ayunos severos propios del estilo de vida cisterciense. Las pruebas de laboratorio que se le realizaron, demostraron la milagrosa desaparición de la enfermedad. Fray Chanut más tarde fue abad del monasterio y murió en África en 1980. Este milagro permitió la beatificación de Sor Isabel el 25 de noviembre de 1984.
Hacia la canonización
Se necesitaba un segundo "milagro" para allanar el camino hacia
la canonización. Una joven belga, Marie-Paul Stevens, profesora de religión en Malmedy de 39 años de edad en 1997, gradualmente descubre que padece una enfermedad rara -el síndrome de Sjögren con fuertes dolores y múltiples consecuencias que la incapacitaban para las labores cotidianas. Por este motivo, abandona su trabajo en 1998 ya que a pesar de los múltiples tratamientos, la enfermedad empeoraba. Marie-Paul con algunos amigos del Carmelo rezan por su recuperación. Ya sin ninguna posibilidad de recuperación y antes de morir, decide ir a Flavignerot a darle las gracias a Sor Isabel y a orar por un adolescente que le había ayudado mucho durante la enfermedad. Al llegar con sus amigos al estacionamiento del Carmelo el 2 de abril de 2002, se sienta porque se siente agotada, y de repente al levantarse dice: "¡no tengo dolor!". Los síntomas desaparecieron y unos meses más tarde regresa en peregrinación para presentar su acción de gracias... Se necesitará tiempo y muchos exámenes médicos entre 2012 y 2016 para el reconocimiento oficial de la curación con el Decreto del 3 de marzo de 2016.
El 20 de junio de 2016, el Papa Francisco en Consistorio
Ordinario ha decretado que Sor Isabel de la Trinidad - Isabel Catez - monja profesa de la Orden de Carmelitas Descalzas sea inscrita en el Registro de los santos el 16 de octubre de 2016.
UNA ESPIRITUALIDAD PARA LOS LAICOS
El título hace referencia a algunos documentos donde se
expresan sus relaciones de amistad con su familia más cercana (su familia, sus amigas de infancia, adolescencia y juventud y, también, con las hermanas de su comunidad de carmelitas descalzas). Quiénes son las personas con las que tiene una relación afectiva intensa, sincera, expresada con palabras llena de emoción y ternura, a quienes, permanentemente, escribió para darles elementos fundamentales para que tuvieran su propia vivencia espiritual.
Por tanto, podríamos decir que en el mensaje de Isabel
encontremos los elementos fundamentales de una espiritualidad laical. En primer lugar y preferentemente su correspondencia está dirigida a los laicos, familiares, amigas, amigos Para comprender esto, conviene tener en cuenta que Isabel, antes de transmitir este mensaje en sus cartas de carmelita, vivió en pleno mundo. Esta joven laica ya era una mística antes de entrar en el Carmelo. En medio de sus ocupaciones diarias y de sus múltiples relaciones sociales, Isabel, lejos de menospreciar el mundo, une la vida en Dios (Amor) con la configuración del mundo.
Este hecho explica el que el contenido de su mensaje sea tan
abierto, tan amplio y tan adaptado a la vida del mundo. Isabel cultivó el don de Dios en el mundo, en medio de pequeñas tareas y con muchas relaciones sociales. Supo comprender, gustar, vivir y comunicar el testimonio de su experiencia de Dios en estas circunstancias Como fuentes de investigación se tomaran sus escritos. La fuente principal para el respectivo análisis son sus Cartas, 346 conservadas y publicadas (OC p. 429 – 921). Otros que se pueden considerar cartas dirigidas a personas queridas, una a su amiga, Francisca Sourdon (OC p. 125 – 131) titulado Grandeza de nuestra vocación; y otra que lleva por título Déjate amar, dirigido a su priora, la madre Germana (OC p. 117 – 180) Hay otros dos que son breves escritos redactados, como los anteriores, al final de su vida, como meditaciones de unos “ejercicios” espirituales que dirige a su querida hermana Margarita, casada y madre de dos hijas pequeñas; se publica con el título El cielo en la fe en la edición española (OC p. 95 – 120) Y el otro, titulado Últimos ejercicios, meditaciones personales pensando en su muerte, hablando para sí misma, autobiografía de los últimos días de su vida, interesantes para comprender la profundidad y pasión de SIT. A través de las páginas conservadas, se logra identificar un ser enamorado de Cristo, de su Iglesia como militante en su parroquia, con deseo muy grande de salvar las almas de los hombres colaborando con Cristo en su redención. De su gran número de cartas, extenso para su corta edad, de las 346 cartas publicadas, dirigió a su familia una buena cantidad, y sabiendo que no se conservan todas; las conservadas, fueron dirigidas a 59 destinatarios, la mayor parte laicos y amistades femeninas: 41 las escribió a su madre; 40 a su hermana Margarita; a sus tías o “primas”, Francisca y Matilde Roland, 13; a su instructora, la Srta. Forey, 3; a la madre Germana, priora de Dijon, 10; y a sus amigas y sus familiares, unas 126, y dentro del grupo, algunas amigas más entrañables: a Margarita Gollot, 21; a María Luisa Maurel, 28; a Francisca Sourdon, 25; y a la madre de ella, 18. Se puede afirmar que hay una escasa representación de destinatarios masculinos, en comparación desproporcionada con los femeninos. Escribió poco a los hombres, al menos no se han conservado muchas cartas dirigidas a ellos. Suficientemente abundantes y representativas son las dirigidas al canónigo Angles, 22, y al abate Shevignard, 13, y unas pocas más. Teniendo en cuenta la distribución cuantitativa de la producción literaria de santa Isabel, el foco de atención estaría en el mensaje humano y espiritual dirigido a un público eminentemente “femenino”, muy cristianizado, que lo acogió como algo proveniente de una persona “santa”. Sería no considerar a las destinatarias como únicas lectoras, o sea convertirlas en algo secundario y considerar esos escritos con un destinatario especial, cada uno de nosotros. Si lo pensamos de esa manera el lector no solo encontrará amistades “femeninas”, sino una espiritualidad propuesta de manera inmediata al gran público cristiano: laicos, sacerdotes, religiosos y religiosas.
Una de las facetas más profundas que definen la vivencia
cristiana de Isabel y que ella propone a los demás: que Dios puede y debe estar sobre todo en el corazón, en los quehaceres de cada día, las relaciones de amistad, en las realidades del mundo y de los hombres; en el gozo de una vida social, incluidas los conciertos y fiestas, las comidas compartidas, en los viajes de vacaciones, etc… Y, de modo especial aunque parezca mentira y choque con nuestra sensibilidad, en los sufrimientos, como las enfermedades y la proximidad de la misma muerte.
Vale la pena recordar que, aunque su vocación era muy grande,
nunca le propuso a su hermana y amigas seguir ese camino como un “estado de vida” más perfecto. Por ejemplo, el matrimonio cristiano, también un camino de santidad. En consecuencia, podemos decir que para ella no hay más que una vocación cristiana: ser santos. No olvidemos que casi todos sus escritos están dirigidos a mujeres casi todas laicas, con quienes comparte sus ilusiones de santidad.
Se sabe que renunció a casarse con “un buen partido” propuesto
por su madre, pero estima el matrimonio como una vocación cristiana a la que alaba y en la que se puede ser santo. El matrimonio de su hermana Margarita y el nacimiento de dos sobrinas que conoció antes de morir le llenaron de alegría. En ella vio un modelo ideal de este estado de vida, felizmente casada, esposa de nueve hijos, con la que mantuvo siempre una relación profundamente espiritual y le comunicó sus experiencias religiosas hasta la hora de la muerte. En sus cartas hace frecuentes alusiones al matrimonio de Guita le dice que puede y debe ser Marta y María, juntas (contemplativa y activa simultáneamente), como ella lo es siendo carmelita; sigue las maternidades de su Hermana; conoce el nacimiento de sus sobrinas Isabel y Odette. Y otras muchas referencias al tema En sus cartas abundan las referencias a los matrimonios de sus amigas. Por ejemplo, goza con la noticia del matrimonio de Ivonne Rostand, diciéndole expresamente que es una “vocación”, se supone que cristiana. Y, lo más curioso, en sus cartas aparece a veces como intermediaria para arreglar matrimonios de sus amigas, también, hasta el punto de buscarles novio, aun siendo carmelita de clausura. También se interesó por su amiga María Luisa Sourdon, que seguía en sus intentos y deseos de casarse, vive la tardanza de llegar el marido, etc. (C 242 y otras)
Son muchos los elementos de espiritualidad laical además de los
ya analizados, pero quedan algunos más. Uno de sus “apostolados” como laica comprometida con la Iglesia fue proponer a los laicos el hermoso y profundo ideal cristiano. Sobre espiritualidad de una madre de familia, serviría una carta a su hermana Margarita, ensimismada con sus dos hijas. Aprovecha la ocasión para hablarle de Dios que la ama como ella a sus niñas; de que Dios habita en el corazón, y el Espíritu Santo transforma el corazón de su criatura; que viva segura en los brazos de Dios como sus niñas lo están en los suyos (C 239).
Cuando escribe sobre la oración, no hace distinción entre curas,
frailes, monjas y laicos. El modo de orar lo tienen que ejercitar todos por igual. Ella ora como laica y como carmelita en momentos sucesivos de su vida. Lo mismo se diga de la unión entre la oración y la contemplación, acompañado de mayor o menor soledad, silencio y sacrificio. Expone alguna vez que se puede ser santa en el mundo, como ella procuraba serlo antes del entrar en el Carmelo. Esperando con nostalgia su ingreso, escribe: “Contemplo el mundo y sus cosas como algo por donde paso, pero no apego a nada mi corazón” (D 131).
Lo más sorprendente es que su ideal de carmelita es el que
propone a los laicos. Es interesante ver su convicción de que la vida de una monja carmelita y la de los laicos en el mundo no tienen tantas variantes, sino muchas semejanzas, viviendo las grandes verdades del cristianismo. Ella, en el Carmelo, encontró su centro y felicidad, pero el núcleo de esa vida es para todos los cristianos. “Esta mejor parte, que escogió María de Betania (Lc 10, 42), me parece ser mi privilegio en mi querida soledad del Carmelo, se la ofrece Dios a toda alma bautizada. Él se la ofrece, querida señora, en medio de sus cuidados y solicitudes maternas. Crea que todo su deseo es llevarla a una unión cada vez más profunda con él” (C 129).
Quizá sea esta convicción la que explica que en su
correspondencia no existe una incitación a alguna de sus amigas a que se haga monja. De su hermana sospecha que podría serlo, pero no hay palabras directas de ánimo. Sólo dice que ella es muy feliz, que Dios la eligió para esta vida, que es su vida, su vocación, pero existen otras vocaciones (C 117). De hecho, algo del programa de vida que ella vive, se lo oferta a su amiga, María Luisa Ambry (Maurel), que está esperando un hijo. “Permanezca siempre unida al Dios de la Hostia que tanta ama. Él la enseñará a sufrir, a inmolarse, a orar, a amar” (C 186). Finalmente, a su hermana, la víspera de su matrimonio, 15 octubre 1902, a los 19 años, le dice que hay dos caminos cristianos, distintos y santos: el matrimonio y vida religiosa: “Verás que somos beatificadas las dos, cada una en el camino al que el Maestro nos llama y en el que nos quiere” (C 140).
A su amiga Francisca Sourdon, considerada por ella como una
“hija espiritual” (7 años más joven que Isabel), le presenta un camino cristiano; le habla de la humildad, contra el amor propio y egoísmo, la libertad contra la esclavitud de las pasiones; el camino es Jesucristo y un Cristo crucificado; que se mantenga un equilibrio entre lo sobrenatural y el bautismo y el vivir de fe; que dé gracias a Dios y que busque el gozo en el mismo sufrimiento (OC P. 125 – 131).
Otros elementos fundamentales de la espiritualidad laical de
Santa Isabel de la trinidad serían los sacramentos del bautismo, la confirmación y la eucaristía.
Por el bautismo, profundiza que «todos somos santuario de la
Santísima Trinidad» [C.172]. La vida de Dios se comunica a todos y a todo el mundo: «Esta mejor parte que parece ser un privilegio que se me ha otorgado en mi queridísima soledad del Carmelo, el Señor la da a todos los bautizados –escribe Isabel a una mujer casada-. El es quien la ofrece, querida señora, a través de sus preocupaciones e inquietudes maternales. Piense que su deseo es introducirla más profundamente en El» [C.114].
De la Eucaristía alimento, Cristo para todos, saca la fuerza que
transforma su vida.
De la Confirmación, la misma para todos, afirma que es el Espíritu
el que hace posible que el Hijo habite en nosotros para agradar al Padre. Es el que nos arraiga y fundamenta en el amor. «Por el Espíritu el alma penetra y vive en las profundidades de Dios». Arraigar en Cristo es obra del Espíritu que hace que, en todos nuestros sentimientos, pensamientos y aspiraciones, y mediante todos y cada uno de sus actos, por muy ordinarios que sean, se vea a Cristo [C.172]. Sor Isabel sabe, por experiencia, que el Espíritu ora en nosotros sin descanso (Rm 8): «Tengo la impresión de que mi oración es omnipotente», «El Espíritu Santo crea el cielo en tí»[C.216] .
Una espiritualidad que se alimenta desde diversos medios:
escucha vivencial de la Palabra; participación de la vida sacramental; oración personal y comunitaria; devoción a María; dirección espiritual, compromiso en la vida de la Iglesia parroquial.
Esta espiritualidad a la que anima Isabel a los laicos ofrece una
urgencia: la evangelización del mundo de hoy. Ella misma colaboró en los movimientos y en las actividades de su parroquia. Para Isabel, los campos específicos para esta vivencia laical, son la familia. El mundo del trabajo y una decidida presencia pública no aparecen explícitos.
Para Isabel, toda persona es sacramento de Dios, capaz de
comunicar la vida del Amor, en especial los padres. Para santa Isabel de la Trinidad, la vida personal y la vida diaria son el lugar en el que la Trinidad se hace presente, por ello es necesario: «ser una humanidad en la que Él pueda renovar todo su misterio» [NI, 15].
Otro ángulo esencial de su espiritualidad es la correcta relación
entre acción y contemplación. No imaginemos a Isabel adorando y siendo alabanza de gloria sentada en la capilla todo el día. Asumió sus responsabilidades, fuera del Carmelo y dentro de él. Trabajó y oró; ella misma dirá que en el Carmelo, todo es uno. No se pasó la vida dividiendo las realidades. Oración y trabajo, todo es uno en el Uno; todo es Amor.
Para concluir, convendría tener en cuenta la III Conferencia
General del Episcopado Latinoamericano, en Puebla: «Las dimensiones esenciales de la espiritualidad de los laicos, entre otras, son las siguientes: Que el laico no huya de las realidades temporales para buscar a Dios, sino perseverante, presente y activo, en medio de ellas y allí encuentre al Señor. Que dé a tal presencia y actividad una inspiración de fe y un sentido de caridad cristiana, y que por la luz de la fe, descubra en esa realidad la presencia del Señor…» (nn.796-798). Acompañados por las intuiciones de Santa Isabel podemos alentar un testimonio laical encarnado, de manera que los mismos laicos y nuestras comunidades sean verdaderos sacramentos de la presencia de Dios en el mundo.