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EPISTOLARIO ISABELINO.

Por regla general, el epistolario suele ser una de las principales


fuentes de conocimiento de una persona.
En este sentido, el epistolario de Isabel es una fuente de
conocimiento de su interioridad y de su proceso espiritual. En
este espacio de formación nos acercaremos al epistolario de
Isabel teniendo en cuenta varios elementos: estilo, número y
conservación, destinatarios, temas o claves de lectura.
Además, una introducción a su doctrina espiritual

1. UNA GRAN COMUNICADORA.

Ya desde su infancia, Isabel muestra una especial inclinación a


comunicarse por escrito. Las pocas cartas que se conservan de
sus años más jóvenes, revelan a una muchacha que quiere
plasmar por escrito sus grandes propósitos. Por otro lado, la
extensión de su círculo de amistades, fruto de sus viajes de
vacaciones, la llevan a recurrir al único medio de
comunicación posible, las cartas. Esto se hace más fuerte una
vez que ha entrado al Carmelo, ya la comunicación personal es
mucho más limitada, debido sobre todo a las normas de la
clausura. Pero puede suplir esta carencia, en muchos casos,
recurriendo a la correspondencia.
Es curioso ver, cómo a pesar de las "rígidas" normas del
Carmelo respecto a la correspondencia escrita (estaba prohibido
escribir en los tiempos de Adviento y Cuaresma), la hermana
Isabel de la Trinidad recibe continuos permisos y excepciones
para que pueda llevar a cabo esta tarea: "Nuestra Reverenda
Madre... me da permiso para escribirte.". (C159, C186, C196,
C197, C215)
En muchos casos, sus cartas tienen un sentido humanista y
espiritual: consolar a su madre tan afligida por su ausencia, dar
una palabra de aliento a alguien que está sufriendo, orientar el
camino espiritual de una persona, preocuparse por la vida de un
familiar o amigo, etc...
Nunca nos encontramos frente a una "correspondencia"
ociosa, es decir, frente a unas cartas fruto del no saber en
qué entretenerse, o búsqueda de informaciones
innecesarias. Eso hace que la inmensa mayoría de las cartas
de Isabel tengan un fondo doctrinal.
En sus cartas se verá, sobre todo, la figura de una gran
comunicadora: una mujer que escribe con sencillez, pero que
demuestra una gran sensibilidad frente a su destinatario. Sabe ser
amena, y al mismo tiempo no malgasta las palabras. En la gran
mayoría de los casos, sobre todo las cartas de su etapa
carmelitana, se ponen de manifiesto dos grandes virtudes de la
comunicación:

- atención directa a las necesidades de su destinatario ,


- y trasparencia de su propia persona.
Así establece unos lazos de comunión muy profundos con la
gran mayoría de sus destinatarios. Por eso el estilo de sus
cartas es fresco y directo, personal e íntimo, lleno de
sentimientos y de vida. Se percibe que habla el corazón; y
así su lenguaje es cálido y confortante, nada formal o
afectado. Generalmente se muestra profundamente cercana y
cariñosa. A veces, incluso, demostrando un exceso de
afectividad (hace mucho uso de diminutivos, de expresiones como
querida, cariño mío, etc.), fruto de su gran sensibilidad.

2. CARTAS CONSERVADAS.

No es posible determinar, realmente, cuántas cartas escribió


Isabel a lo largo de su vida. Lo que sí se sabe es hablar del
número de las cartas que han aparecido hasta el presente. De una
gran mayoría de ellas se conserva el texto autógrafo, otras son
copias, y otras son cartas dictadas por Isabel durante su enfermedad
a la Madre Germana, y que ella firmaba de acuerdo como su salud
se lo permitía.
De su Epistolario, extenso para su corta edad, el total de cartas
aparecidas y publicadas hasta el momento presente alcanza el
número de 346. En todas las ediciones normalmente aparece la
última carta con el número 342. Ello se debe a que con el paso
del tiempo fueron apareciendo otras cartas.

Para evitar confusiones y alteraciones en la numeración ya


establecida, se han introducido en su lugar correspondiente
pero con el añadido "bis": así C80bis, C197bis, C323bis y
328bis. En el total también se incluyen las otras dos cartas
que se han considerado como "tratados espirituales”, pero que
originariamente fueron escritas como cartas: La Grandeza de
nuestra Vocación y Déjate amar.
Dentro del total de cartas se incluyen, además, otra serie de
textos en prosa dirigidos a una persona determinada, como
es el caso de billetes o misivas espirituales.
Normalmente las cartas aparecen publicadas en dos
grandes bloques:
• Cartas antes de entrar en el Carmelo (desde finales
de abril de 1882 hasta el 2 de agosto de 1901): un total
de 84 cartas.
• Cartas desde el Carmelo (desde el 2 de agosto de
1901 hasta el 9 de noviembre de 1906): un total de 262
cartas.
A su vez, este segundo bloque de cartas lo divide la
edición crítica francesa en cuatro partes:
• (2 de agosto de 1901 - 10 de enero de 1903)
• (11 de enero 1903 - 20 noviembre de 1904)
• (21 de noviembre 1904 - marzo 1906)
• (finales de marzo - 9 noviembre de 1906)

Un problema importante que se encuentra en el epistolario de


Isabel, es la fecha exacta de las cartas. Normalmente Isabel no se
preocupa de ello, y en la mayoría de los casos ofrece siempre datos
incompletos: solamente en 14 ocasiones ofrece la fecha
completa. En 165 cartas no da ninguna referencia. La asignación de
fechas a sido posible, en muchos casos, gracias al contexto o
contenido de la carta, la firma, el tipo de papel o la tinta, etc., y
también porque algunos de los destinatarios de las mismas
añadieron o completaron la fecha de su mano.
Normalmente, ya dentro del Carmelo, Isabel escribía sus
cartas por la noche.
La hora que reservaba para ello era de 8 a 9. El papel utilizado
para sus cartas varía mucho de la etapa anterior al Carmelo a
cuando ya está en el convento. En el mundo Isabel siempre
escogía papel de calidad y de colores para sus cartas, ya en el
Carmelo, sumergida en el estilo de austeridad y pobreza, usa
un papel muy simple; y en muchas ocasiones, sobre todo para
las misivas, usa el reverso de esquelas, invitaciones de boda,
etc.

3. DESTINATARIOS.

Las cartas que se conservan tienen un total de 58 destinatarios,


uno de ellos desconocido. Los destinatarios de sus cartas se pueden
dividir fácilmente en cuatro pequeños grupos:
 familia: sus abuelos, su padre, su madre, su hermana,
sus sobrinas, sus tías Francina y Matilde;
 amistades y conocidos: la señora Angles, la señora de
Antes, la señora de Avout, Ana María dAvout, el Dr. Barbier,
Clemencia Blanc, la Sra.'Bobet, Elena Cantener, Alicia
Cherveau,Valentina Defougues, Luisa Demoulin, Sra. De Farrat,
señorita Forey, Cecilia Gauthier, Germana Gemeuax, Margarita
Gollot, Sra. Gout de Bize, Berta Guémard, Carlos Hallo, Maria
Luisa Hallo, señora de Hallo, Cecilia Lignon, Sra. De Lignon,
Maria Luisa Maurel, Ivonne Rostang, Francisca Sourdon, Maria
Luisa Sourdon, Condesa de Sourdon, Berta Tardy, Sra. de
Vathaire, Marta Weishardt.
 Religiosas: Madre Germana, Juana del Smo. Sacramento,
Luisa de Gonzaga, María de Jesús, María de la Trinidad,
María del Smo. Sacramento, María Felipa, María Javiera de
Jesús, María Odilia, Marta de Jesús, Theresa de Jesús, y un
destinatario no identificado (posiblemente una monja).
 Sacerdotes-religiosos: Angles, Beaubis, Chevignard, Pablo
Jaillet, un novicio carmelita, Padre Vallée.

Por número de cartas recibidas cabe destacar los siguientes:

 Su madre, Maria Luisa Rolland: 41 cartas, más 1 dirigida a


ella y Margarita.

 Su hermana, Margarita Catez: 39 cartas, más 1 en común


con su madre

 Su gran amiga Maria Luisa Maurel: 28 cartas. A pesar de


haber convivido muy poco tiempo, son dos almas que
sintonizaron muy bien desde el primer momento. En sus cartas
Isabel manifiesta un amor muy grande hacia ella. Estas cartas
reflejan, ante todo, hasta qué punto y en qué disposición
vivía Isabel la amistad.
 Su "ahijada" de comunión Francisca Sourdon: 25 cartas. A
ella, como hemos visto, también le dirigió el escrito La
grandeza de la vocación. Las cartas, en este caso, van a ser
un continuo acompañamiento humano y espiritual de su
"hijita".
 Canónigo Angles: 22 cartas. Señalar que estas cartas son una
muestra de esa apertura y transparencia espiritual de Isabel.
 Margarita Gollot: 19 cartas. Su amistad surgió en el Carmelo
de Dijon antes de la entrada de Isabel. Durante año y medio
mantuvieron una profunda amistad, marcada por los mismos
deseos e intereses espirituales y vocacionales.
 Condesa de Sourdon: 16 cartas. Es la madre de
Francisca Sourdon.
 El seminarista y después sacerdote Chevignard: 13 cartas.
Isabel entró en contacto con él a través de su cuñado, del
que era hermano. Estas cartas tienen un alto nivel espiritual y
ponen de manifiesto la dimensión apostólica y sacerdotal de
la vocación de Isabel.
 Un total de 12 cartas también envía a sus "tías" Francine
y Matilde, y a la Sra. De Angles. El resto de destinatarios
cuenta con un número menor de cartas.

Se sabe que el número de los destinatarios de las cartas de


Isabel, fue mucho más numeroso de lo que nos da a entender el
número de cartas conservadas. Es seguro que durante su juventud
se escribió con sus amigas Ivonne de Rostang, Gabrielle Montpellier,
Anne Marie dAvout, Manitin Auburtin. También con las señoras
Massiet y Maiziéres. y en el Carmelo tuvo que escribir continuamente
pequeños billetes o misivas a sus hermanas...

4. TEMAS PRESENTES EN SUS CARTAS.

Hay dos realidades que marcan profundamente las líneas temáticas


de sus cartas:
• el destinatario, su estado de ánimo o problemática
• la vivencia espiritual de Isabel en el momento en que
escribe.
Por eso, más que hablar de temas, al afrontar una lectura de sus
cartas se podrían establecer, entre otras muchas, tres claves o
guías de lectura diferentes, pero complementarias:

• El proceso vocacional de Isabel


• Isabel como guía o acompañante espiritual (consejera,
animadora,)
• La experiencia de Dios de Isabel.
Ciertamente estas claves no se deben tomar en sentido absoluto,
fundamentalmente porque una buena parte de la vida de Isabel no
está representada en el epistolario. Recordemos que la gran mayoría
de sus cartas, cuando comienzan a ser frecuentes, se datan a partir
de 1899, es decir, a sus 19 años de vida. Anteriores a ese año sólo
hay 19 cartas. Excluyendo ésta situación, las cartas de Isabel,
especialmente a partir de su entrada en el Carmelo, nos van
orientando en buena parte de su proceso vocacional y espiritual.
En relación con esas tres claves de lectura, habría que tener en
cuenta lo siguiente:
 Respecto a su proceso vocacional: hay que distinguir las
diversas etapas o fases: antes de la entrada en el Carmelo y
en el Carmelo. Antes de su entrada no con todos los
destinatarios de sus cartas se atreve a hablar del tema. Por
eso necesariamente hay que centrar la mirada en dos
personajes: el canónigo Angles y Margarita Gollot. ya
dentro del Carmelo, cuando su vocación ha sido
"aceptada", el tema sale a flote con casi todos los
destinatarios de sus cartas: al inicio Isabel siente la necesidad
de justificar, sobre todo frente a su familia, su estilo de vida, y el
resto de los que se escriben con ella es porque ya han
aceptado su vocación, e Isabel se siente libre de manifestar lo
que vive.
 Respecto a Isabel como guía y acompañante espiritual.
Es un tema que abarca muchas realidades y que va saliendo en
ella, con gran fuerza desde su entrada en el Carmelo. Cuanto
más se adentra en su vocación, más preparada se siente
para "aconsejar" a otros. Por eso, muchas de sus cartas,
invitan a vivir lo que ella misma ha experimentado de Dios.
Quizás sería mejor hablar de la misión de iniciación a sus
allegados en el misterio de Cristo de Isabel en sus cartas.

 La tercera gran clave de lectura del epistolario consiste


en seguir su experiencia de Dios. Sin duda, es el tema
más complejo y más rico de sus cartas. Desde una simple
mirada atenta a su manera de firmar las cartas (cuando
empieza a usar el nombre religioso, cuando usa el nombre
"Laudem gloriae"), hasta un analizar detalladamente los
temas que se repiten en un determinado espacio de
tiempo, nos ayudan a descubrir en qué fase de su
experiencia de Dios se encuentra: si subraya el tema de
la soledad y el silencio, si subraya la unidad con los
Tres, si subraya su anhelo de ser "alabanza de gloria", o
sí ensalza el valor del sufrimiento... Todo esto orienta
para trazar con gran certeza su itinerario espiritual.

5. ENFOQUES

5.1 PRIMER ENFOQUE

5.1.1 Carácter afectivo de Isabel.

Se muestra que el despliegue de su modo de ser le lleva a compartir su


vida y sentimientos con los que ama, familiares y amigas. De sus escritos,
y de la confesión de su familia y sus confidentes, se deduce que uno de los
rasgos dominantes de su carácter, es la afectividad, la capacidad de
amar, de entregarse a los que ama, y de esperar de ellos una respuesta
amorosa. Aquí podíamos recordar sus grandes amores y amistades
femeninas: su madre y hermana Margarita y sus dos hijas, Isabel y Odette;
sus amigas de adolescencia y juventud: las familias Sourdon y sus dos hijas,
Francisca y María Luisa; la Sra. Hallo, y su hija María Luisa; Matilde y
Francisca Rolland, primas de su madre a quien Isabel llama “tías”; Alicia
Chervau, amiga de Dijon; María Luisa Maurel. Germana Gemeaux y Margarita
Gollot, grandes amigas. Y en el convento, la madre Germana, su priora. No
son las únicas, pero sí las principales, a quienes dirige la mayor parte de su
correspondencia.
El carácter afectivo lo evidencian sus relaciones amorosas, profundamente
humanas y espirituales, que mantuvo toda su vida, y lo revelan sus cartas
llenas de ternura con expresiones atrevidas para los lectores que no vibran en
esa misma sintonía, como advirtieron algunos testigos en el Proceso de
beatificación. No son cumplidos más o menos románticos de adolescente o
desahogos afectivos de juventud. Se nota que brotan de un corazón sensible y
amoroso, enriquecido por su exquisita caridad fraterna.
El ingreso en el Carmelo a los 21 años (1901) no truncó su tendencia
instintiva a amar, más bien la confirmó. La ausencia física de las
personas queridas potenció en Isabel el deseo de cercanía que llenase
ese vacío, esa soledad; necesitaba decírselo, para que sintiesen que la
separación que imponía el silencio y la soledad, no era una huida o
separación de los seres queridos, sino que los había dejado por un amor
mayor. Había encontrado el tesoro, la perla preciosa, y se enamoró
perdidamente de Jesucristo, a él se entregó como esposa y el amor le
impuso la renuncia a la presencia física de su familia y sus amigas.
Repetidamente confiesa a su madre, hermana y amigas, que las rejas y la
clausura no indican separación y menos olvido, sino cercanía espiritual en el
Dios escondido y misterioso; que su abandono del mundo y de las amistades
para gozar de la soledad y el silencio no fue desamor, sino seguimiento de
una llamada de Cristo a vivir como “prisionera” del gran Prisionero .
Recuerda a la gente querida que los recupera en el corazón de Cristo, en la
Trinidad que habita en su corazón.

Todo este mensaje, que condenso en pocas palabras, ella lo explica de


muchas maneras, lo comunica en sus escritos que conviene conocer y
aconsejar a los lectores que los lean en su propio jugo. Selecciono algunos
testimonios para abrir el apetitito y la curiosidad de los lectores. Por ejemplo,
las cartas dirigidas a Francisca de Sourdon, llorosa y desolada porque su
íntima amiga Isabel, casi su madre espiritual, siete años mayor que ella, se
preparaba para encerrarse en la clausura de un convento el 2 de agosto. Poco
antes le escribió para que sintiese algo menos la ausencia y el vacío afectivo.
Ella siempre tan cercana, sensible y caritativa.
“Ya ves, le dice, nos amamos tanto las dos que me parece nada nos podrá
separar, ni siquiera alejarnos”. “Para nuestros corazones no hay, no habrá
jamás distancias”, le escribe también. Y, por fin: “El Señor me ha dotado de
un corazón muy tierno, muy fiel, y cuando yo amo, ¡amo de veras!... Tú lo
sabes bien por ti, mi Francisquita amada entre todas mis amigas ” (C43,
C63, C65). Por seguir esta historia de amor entrañable entre dos amigas de
ese tiempo, valdría la pena leer las últimas que le escribe antes del ingreso en
el Carmelo y las primeras ya dentro de clausura que siguen en la misma
tesitura afectiva (C66, C69, C74, C84, C88, C98).

A una de sus profesoras particulares, Srta. Forey, le dice, siendo todavía


adolescente de 16 años: “La abrazo como la quiero, es decir, con todo mi
corazón”. “La mando millones de besos, que la hagan palidecer, lo que, sin
embargo, no querría” (C10, C12). La misma o parecidas palabras a sus dos
grandes amigas. A María Luisa Maurel le escribe: “No hace todavía dos días
que nos hemos separado y, ya ves, me parece que hace un siglo. ¡Ah!, qué
triste estaba mi corazón al despedirme [...]. ¡Qué bueno es Dios, querida
amiga, al darnos la una a la otra, y qué sacrificio también es vivir tan lejos
cuando se ama tanto!”. “Nos amamos demasiado, ¿verdad, María Luisa?,
para poder olvidarnos” (C33, C37). Y lo mismo a Margarita Gollot: “Nuestro
afecto es tan profundo, tan elevado sobre las cosas terrenas, que me parece
que nada puede ni podrá jamás separar nuestras dos almas, unidas por Jesús
tan íntimamente” (C42).
No es posible citar las hermosas cartas dirigidas a su madre recordando
el gran sacrificio que hicieron las dos al separarse, cumpliendo la
voluntad de Dios, que había elegido para ella la mejor parte. Agradeció
siempre el sacrificio que su madre había hecho dejándola seguir su vocación,
no obstante su negativa hasta su mayoría de edad a los 21 años. Pero Isabel,
en su separación física, sigue unida a su mamá. Lo deja escrito en su Diario,
pero es en las Cartas y en la conversación con sus amigas donde lo expone
con frecuencia (D101, D105)

Interesante me resulta la primera carta que le dirigió después de su entrada en


el Carmelo (2 de agosto de 1901) y escrita el día 9. “Oh, si supieras cuánto te
quiero”! Y le cuenta las primeras impresiones de su vida en el Carmelo, sobre
todo su felicidad, para terminar diciendo: “Te abrazo, te aprieto fuertemente
entre mis brazos, como antes. ¡Si tú supieras cómo te amo y te digo:
gracias!” (C85). Y unos días después: “Oh, madrecita, qué feliz soy. Gracias
una vez más por haberme entregado al buen Dios. Te abrazo contra mi
corazón y te abrazo cerca del buen Jesús, que sonríe al vernos” (C87). “¡Oh,
si supieses qué verdad es, le escribe desde el Carmelo, que te sigo a todas
las partes y que no hay distancia entre mi querida mamá y yo ... // Te amo,
madre querida, la mejor de las madres, y te abrazo muy tiernamente” (C159).
Y la sinfonía de afectos filiales seguirá hasta pocos días antes de morir
mientras se despedía de ella, de su familia, de sus amistades y de este
mundo.
Su madre necesitaba estas confesiones de afecto de su hija porque estaba
desolada con su ausencia, especialmente cuando se quedó sola, viuda desde
1887 con dos hijas, una en el Carmelo (agosto 1901) y otra, casada el 15 de
octubre de 1902. Para Isabel fue el mayor sacrificio que hizo al entrar en el
Carmelo como reconoció ella misma y declaró María Luisa George, que la
conoció en la parroquia de Saint Michel. Admirada de que sacrificase su
profesión de pianista, le contestó: “Yo haré de buena gana el sacrificio de mi
piano”. Y su hermana Margarita testificó en el proceso de Dijon que alguien le
dijo en la vigilia de su entrada en el Carmelo: “Qué gran sacrificio tienes que
hacer al renunciar a tu piano, ella respondió: “Solo siento el sacrificio de
abandonar a mi madre y a mi hermana”.
En las cartas a su hermana Margarita y sus amigas se preocupa por sus
problemas, gozando de sus alegrías y sufriendo con sus tristezas como si
fuesen propios. Todo ese material que ofrecen sus escritos tiene un apoyo en
su “modo de ser”, iracundo de muy niña, apacible y bondadoso después de su
“conversión” los días de la primera confesión y comunión (1910). Como
testifican los que la conocieron, era muy estimada y querida por su sencillez
de trato, su profunda religiosidad, su generosidad y entrega. La primera carta
que escribió a su hermana después de su ingreso en el Carmelo da la pauta
para en- tender la temperatura afectiva de Isabel: le cuenta que se encuentra
bien, feliz, ha realizado su sueño, y termina diciendo: “Isabel, que te ama
muchísimo y te abraza de todo corazón” (C86)

Las fórmulas amorosas que utiliza Isabel cuando escribe a su familia y sus
amigas tienen un evidente apoyo en la vida teologal, fe, esperanza y amor.
Son personas contagiadas por su mismo ideal religioso; teniendo plena
confianza en ellas, conociendo su modo de pesar y obrar, se expresa con toda
libertad y simplicidad como una enamorada de Dios Trino, de Cristo prisionero
en el Sagrario y crucificado por amor; se siente apóstol y quiere contagiar su
amor a Dios y a Cristo a los demás.
Lo expuesto es una pequeña reseña del abundante contenido de la materia
que se encuentra en las cartas de Isabel. El lector, con la pauta dada, puede
entrar en el ancho mar de su alma buscando ese filón de su modo de ser, uno
de los aspectos más atrayentes de su rica personalidad. La dimensión afectiva
de su carácter indicará al lector el sacrificio que supuso para ella dejar el
mundo para encerrarse en una clausura de la que no volvería a salir. Para
terminar, me impresiona el silencio de Isabel sobre su pasado de excelente y
premiada pianista con un futuro prometedor, pero que, una vez en el Carmelo,
no lo mienta jamás en sus escritos, al menos según mis conocimientos.
¡Despojo total de su propio yo!

5.1.2. La gratitud o acción de gracias

Es una de las actitudes repetidas por Isabel que definen bien el “perfil”
humano y cristiano de su personalidad. Como joven seglar y, sobre todo como
carmelita, ha recibido varios regalos: libros, breviarios, un cuadro de la Virgen,
vestidos para los pobres y para ella, bombones y chocolatinas, al final de la
vida, lo único que toleraba su estómago, cartas, etc. Con todo ello goza y le
da la ocasión para expresar por carta su agradecimiento. Algunas veces la
priora le encomendaba responder a los regalos que personas amigas hacían a
la comunidad.
Agradece a su madre su “Fiat” permitiendo su ingreso en el Carmelo; a
su hermana su valentía y generosidad; a la madre Germana y las
enfermeras por los cuidados y mimos durante meses en la enfermería del
convento; al médico de la comunidad por su comprensión, a quien dirige
una hermosa carta dándole las gracias por lo que ha hecho o intentado hacer
por ella, despidiéndose de la vida y prometiéndole su protección desde el
cielo. Se sirve de su madre priora (ella no puede sostener la pluma), “para
decirle, por última vez, lo agradecida que está a los solícitos cuidados que me
ha prodigado durante estos meses de sufrimiento” (C294, C340).

5.1.3 Amor a la naturaleza.

Es otro de los rasgos que definen la personalidad humana de Isabel que la


hace simpática y atrayente en su vida y su doctrina. Describe aspectos de
los lugares visitados en su infancia, adolescencia y juventud. Alma
sensible, gozaba con el espectáculo maravilloso que ofrece la naturaleza.
Desde su celda del Carmelo, añora su pasado vacacional cuando sus amigas,
su madre y hermana, le comunican que están en los mismos hermosos
lugares que visitó con ellas. Es un capítulo que pueden recorrer los lectores
de sus cartas y que se sienten atraídos también por el rastro de Dios en la
creación.
Recojo algunos de esos recuerdos de Isabel. Recién entrada en el Carmelo,
escribe a su madre que estaba de vacaciones y le dice: “Disfrutad bien de ese
hermoso país; la naturaleza lleva a Dios. ¡Cuánto me gustaban esas
montañas! Me hablaban de él; pero, ya veis, mis queridas [madre y hermana],
los horizontes del Carmelo son todavía más bellos. ¡Es el Infinito!” (C87).
He aquí, en síntesis, las referencias a esos espacios espectaculares de la
naturaleza, que tanto admiró Isabel. Le encantan y admira “los bellos bosques
de abetos”, el mar, un “valle encantador”, casi cae en “éxtasis” contemplando
las montañas en torno a Lourdes, el mar y la Gran Cartuja, el lago de Annecy,
la Tebaida, el océano en Biarritz, etc. (C6, C9, C10, C14, C15, C18, C24, C30)
. Anima a sus amigas a “divertirse” o términos parecidos (C6, C7, C8; C14,
C15, C43, C45, C46). No encuentro en sus escritos alusiones a su relación
con animales como perros, gatos, pájaros, peces, ni siquiera flores en casa,
etc. No sé si están ausentes de su vida o que no cuenta todo lo que vivió.
Sabemos, por ejemplo, que santa Teresita tenía un perro llamado Tom.

5.2 SEGUNDO ENFOQUE.


5.2.1 El Dios de la vida cotidiana

Es una de las facetas más profundas que definen la vivencia cristiana de Isabel
y que ella propone a los demás: que Dios puede y debe estar sobre todo en
el corazón, en los quehaceres de cada día, las relaciones de amistad, en las
realidades del mundo y de los hombres (historia, bondad, belleza...); en el
gozo de una vida social, incluidas las veladas musicales y bailes, las comidas
compartidas, en los viajes vacacionales anuales, en la contemplación de la
naturaleza. Y, de modo especial aunque parezca mentira y choque con
nuestra sensibilidad, en los sufrimientos de las “noches oscuras” purificativas
como las enfermedades y la proximidad de la misma muerte. Los textos que
documenten estas afirmaciones abundan y vale la pena conocer alguno.
“Mientras tenía el mango de la sartén no he caído en éxtasis, como mi santa
Madre Teresa, pero he creído en la divina presencia del Maestro que estaba en
medio de nosotras, y mi alma adoraba en el fondo de sí misma a Aquel que
Magdalena supo reconocer bajo el velo de la Humanidad (Lc 10, 38-44)”
(C235). “Madre querida, todo consiste en la intención. ¡Cómo podemos
santificar las cosas más sencillas, transformar las cosas más ordinarias de la
vida en actos divinos! Un alma que vive unida a Dios no obra más que
sobrenaturalmente, y las acciones más ordinarias en lugar de separarla de él,
no hacen sino acercarla más” (C309).
Escribiendo a su hermana Margarita, le habla de la “colada” de modo
minucioso hasta en el modo de vestir para el trabajo. “Estaba entusiasmada”, le
dice. Además, su referencia a Dios presente hasta en ese trabajo
aparentemente trivial: “¡Oh, ya ves, todo es delicioso en el Carmelo! Se
encuentra al buen Dios lo mismo en la colada que en la oración. Sólo está él en
todas partes. Se le vive, se le respira. ¡Si supieses lo dichosa que soy!; mi
horizonte se agranda cada día”24. Pe- ro más que los textos, lo que más admira
el lector es la fusión que hace entre las trivialidades de la vida cotidiana y su
vivencia profunda del misterio de Dios.(C89, C159, C186, C197, C215)
Como corolario, podemos decir que en sus Cartas a sus familiares y amigas,
aun las escritas en el Carmelo, habla de todo lo que sucede a su alrededor;
fusiona e integra admirablemente lo divino con lo humano, lo celestial con lo
terreno; las más altas experiencias místicas y vivencias interiores, su vida en
los “Tres”, con lo cotidiano de la vida en el convento, de la familia, las
amistades, los sucesos de su ciudad y de Francia, la persecución de la Iglesia,
etc. Vive y goza intensamente las alegrías y sufre las penas de sus
corresponsales: la salud y enfermedad, las muertes, los matrimonios de su
hermana y amigas, las vocaciones religiosas posibles, las ordenaciones
sacerdotales, sucesos sociales, habla de la lotería que hacia el convento de
Dijon para ayudar a una comunidad necesitada, los roscones de Reyes que
comían las monjas el día de la Epifanía, el nacimiento de sus sobrinas, etc. Así
es Isabel, su humanismo impregnado de cristianismo.

5.3 TERCER ENFOQUE.

5.3.1. DOCTRINA DE LA TRINIDAD.

Padre: Efesios 1,7.


Hijo: Hebreos 1,8
Espíritu Santo: Hechos 5, 3-4.
También. 2Corintios 13,14.
Trinidad no es la cantidad de tres es la unidad de tres.
La santísima trinidad es el misterio de los misterios; es la esencia de Dios.
La autoridad donde se debe recurrir para tratar el tema de a santísima trinidad
es la palabra de Dios (La biblia).
Ver: Mt 28: 18,20. Mt 3: 16-17.
El padre habló desde el cielo, El espíritu santo descendió, en forma de
paloma, y Jesús estaba en la tierra.
1 Corintios 15:24.
Epístolas a los romanos 1:7.
Jn 10:30
Jn 17:21
Persignación. En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo. Mt 28,
19:20.
La santísima trinidad la debemos ver como:
Un padre CREADOR; un hijo REDENTOR y un espíritu santo; SEÑOR Y
DADOR DE VIDA.
Tener en cuenta que, Dios padre es el amante, el que da y recibe amor, Dios
hijo es el amado, recibe y da amor y el espíritu santo es EL AMOR que
mantiene embebidos al hijo y al padre. El espíritu santo Es el amor infinito
entre el hijo y el padre.
Para poder vivir la trinidad debemos vivir plenamente en el amor.
Esto quiere decir; Que todos seamos como Tu y yo, somos uno (imagen y
semejanza). Cuando todos vivamos en el amor entonces el mundo creerá que
Jesús fue enviado por el padre.
Dar amor por amor. Es el único acto de fe.
Fe = Paz interior del alma humana.
Símil de la superficie del mar y la profundidad.
En la superficie hay turbulencia (olas), pero en el fondo hay tranquilidad.
Esto quiere decir que en la vida siempre habrá situaciones turbulentas pero si
se tiene una fe plena esas turbulencias no me perturbaran.

5.3.2. LA EXPERIENCIA TRINITARIA.


Para Santa Isabel el misterio de la trinidad no es una teoría teológica
elaborada, es una experiencia de vida arraigada en la trinidad.
El documento base de su espiritualidad es “EL CIELO EN LA FE”.
(Jn. 17,4). Ver día primero. Trinidad unidad de amor”. (Jn. 15,4). Hábito y
habitación.

Pero ni las experiencias del Dios de la vida cotidiana ni el enamoramiento de


Cristo llenan el mensaje de Isabel transmitido a sus familiares y amigas. Todo
culmina en el misterio del Dios Uno y Trino que habita en el corazón del
cristiano.

Isabel supo que su nombre significaba Casa de Dios, como le dijo la madre
priora del Carmelo, María de Jesús. Nunca una ignorancia manifiesta ha
producido unos efectos más espectaculares. Elisheva, en hebreo, significa
Dios es plenitud, perfección. Pero Isabel se lo creyó y desde ese momento
todo cambió en su vida: el carácter violento que domina, su vida de piedad, las
relaciones con su madre, con su carrera musical. Se puede considerar como
una “conversión” a la interioridad del corazón que creía y sentía habitado
por la Trinidad.

Leyendo los escritos de Santa Isabel, se persive que su mensaje central,


procedente de su experiencia más honda, es que la Trinidad inhabita en el
corazón del cristiano. Para eso hay que interiorizarse, vivir conscientemente la
presencia del Dios Uno y Trino, “mis Tres”, como escribe ella. Esta profunda
experiencia trinitaria, tan típica y original de Isabel, es novedad, aunque no
absoluta, en toda la historia de la espiritualidad. Ésta, aparte de ser doctrina de
la vida de Santa Isabel de la trinidad es doctrina espiritual del Carmelo.
Santa Isabel recibió una gracia muy especial para vivir de ese misterio. Hacia
los 19 años, se sentía “habitada”. A menudo repetía a sus amigas: “Me parece
que él está allí” y hacía un gesto como de tenerlo en sus brazos.

Hemos visto cómo la Providencia le proporcionó el encuentro del Padre


Vallée y de qué manera éste, como teólogo contemplativo, la ilustró sobre el
dogma cristiano de la Habitación divina. Fue para Isabel Catez una luz
deslumbradora y la orientación decisiva de su vida. Tranquilizada sobre la
verdad de ese misterio de fe, desde ese día se sepultó con seguridad en el
fondo de sí misma para buscar allí a sus «Tres.» Testimonios de esa época no
dejan duda alguna al respecto: antes de su entrada al claustro Isabel Catez
estaba ya «poseída» por el misterio de la Habitación divina en grado
excepcional. Lo tenía por tema de sus confidencias íntimas: «La Trinidad era su
todo.»

Desde el comienzo de esta revelación súbita, que iluminó su vida, no hacía


más que conversar sobre ese tema. Unos meses más tarde ya casi no hablaba
de ello. Se la sentía más bien, «poseída» por la Trinidad. Este término de un
testigo señala bien la pasividad de su alma bajo la acción del Espíritu Santo,
desde las primeras gracias místicas del retiro de 1899. «Perdámonos en esta
Trinidad santa, en ese Dios todo amor. Dejemos arrebatarnos a esas regiones
en donde no hay otra cosa que Él, El solo.» (C58) «“Dios en mí, yo en Él”, sea
ésta nuestra divisa. ¡Qué buena es esta presencia de Dios dentro de nosotros,
en este santuario íntimo de nuestras almas! Allí lo encontramos siempre,
aunque por el sentimiento no sintamos más Su presencia. Pero, con todo, está
allí. Allí es donde me gusta buscarlo. Procuremos no dejarlo nunca solitario.
Que nuestras vidas sean una oración continua. ¿Quién puede arrebatárnoslo?
¿Quién puede siquiera distraernos de Aquél que se ha apoderado totalmente
de nosotras, que nos hace toda suya?» (C47).

Sor Isabel encontró, en el convento, toda una doctrina espiritual ya familiar en


el ambiente en que vivía. Para su vida interior eso fue la señal de un
florecimiento completo. Hasta entonces, Isabel Catez se había mostrado una
joven muy pura, muy piadosa, a quien Dios en recompensa de su heroica
fidelidad, había concedido algunos toques místicos; pero le faltaba todavía una
doctrina y una formación espiritual. El encuentro con el Padre Vallée había
establecido su alma con certeza en la luz entrevista. La lectura asidua de san
Juan de la Cruz le dio una doctrina. El ambiente religioso hizo lo demás.
Ella misma ha señalado con cuidado los pasajes de su nuevo maestro
espiritual que tratan de la naturaleza y de los efectos de esta misteriosa pero
muy real y sustancial presencia de la Santísima Trinidad en el alma. Por una
gracia única, Sor Isabel de la Trinidad supo encontrar en esa presencia de las
Tres Personas divinas en el fondo de su alma «su cielo en la tierra», el secreto
de su heroica santidad.
Ante todo le encantaba su nombre trinitario: « ¿Os he dicho alguna vez mi
nombre en el Carmelo? María Isabel de la Trinidad. Me parece que ese nombre
indica una vocación particular. ¿No es cierto que es hermoso? ¡Amo tanto ese
misterio de la Santísima Trinidad! es un abismo en el que me pierdo.» (C62)
«Yo soy Isabel de la Trinidad, es decir, Isabel que desaparece, se pierde, se
deja invadir por los “Tres”.» (C172).
Sor Isabel de la Trinidad consagraba el día domingo en honor de la Santísima
Trinidad. Al acercarse la fiesta de la Santísima Trinidad, la invadía una gracia
irresistible. Durante varios días, la tierra no existía más para ella. «Esta fiesta
de los “Tres” es por cierto la mía. Para mí no hay otra cosa que se le parezca;
jamás había comprendido tanto el misterio y toda la vocación que hay en mi
nombre. En ese gran misterio te doy cita para que sea nuestro centro... nuestra
morada. Te dejo con este pensamiento del Padre Vallée que constituirá tu
oración: “Que el Espíritu Santo os transporte al Verbo, que el Verbo os
conduzca al Padre, y que seáis consumada en el Uno, como sucedía
verdaderamente con Cristo y nuestros Santos”.» (C113).

Así los años y las gracias de su vida religiosa la envolvían cada día más en sí
misma con Aquél cuyo contacto, a cada momento, le comunicaba la vida
eterna. Los menores acontecimientos revelaban la toma de posesión competa
de esta alma por la Trinidad.
Que le hagan saber el nacimiento de su sobrina, e inmediatamente manifiesta
grande alegría en un movimiento de alma hacia la Trinidad:

«Hemos hecho una verdadera ovación a la pequeña Sabel. Esta mañana,


durante el recreo, nuestra Reverenda Madre, tan buena, se nos mostraba
henchida de placer su fotografía, y puedes adivinar si el corazón de tía Isabel
latía con fuerza. Oh Guite mía, amo a ese angelito tanto, creo, como su
mamita. No es poco decir. Y además, como ves, me siento íntimamente
penetrada de respeto frente a ese pequeño templo de la Santísima Trinidad. Su
alma se me figura un cristal que irradia a Dios. Si yo estuviera junto a ella, me
pondría de rodillas para adorar a Aquel que mora en ella. ¿Quieres abrazarla
en nombre de su tía carmelita, y luego tomar mi alma con la tuya para
recogerte junto a tu pequeña Sabel? Si estuviera todavía con vosotros, cómo
me gustaría darle el biberón, acunarla... ¿qué sé yo? Pero Dios me ha llamado
a la montaña a fin de que yo sea su ángel y la envuelva con la plegaria. Por ella
hago con alegría el sacrificio de todo lo demás.» (C197).

El 21 de noviembre de 1904, fiesta de la Presentación de la Virgen, el Carmelo


entero renovaba los votos de profesión. Mientras con sus compañeras sor
Isabel pronunciaba de nuevo la fórmula de sus votos, sintió que un movimiento
de gracia irresistible la arrebataba hacia la Santísima Trinidad. De vuelta a su
cuarto, tomó una pluma, y, en una simple hoja de libreta, sin vacilación, sin la
menor enmienda, de un solo trazo, escribió su célebre oración, como un grito
que se escapa del corazón

«¡Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro, ayudadme a olvidarme enteramente


de mí para establecerme en Vos, inmóvil y apacible, como si mi alma estuviera
ya en la eternidad; ¡que nada pueda turbar mi paz ni hacerme salir de Vos, oh
mi Inmutable, sino que cada minuto me sumerja más en la profundidad de
vuestro Misterio!
»Pacificad mi alma; haced de ella vuestro cielo, vuestra mansión amada y el
lugar de vuestro reposo; que nunca os deje solo; antes bien permanezca
enteramente allí, bien despierta en mi fe, en total adoración, entregada sin
reservas a vuestra acción creadora.
»¡Oh amado Cristo mío, crucificado por amor, quisiera ser una esposa para
vuestro corazón; quisiera cubriros de gloria, quisiera amaros... hasta morir de
amor!... Pero siento mi impotencia, y os pido me revistáis de Vos mismo,
identifiquéis mi alma con todos los movimientos de vuestra alma, me sumerjáis,
me invadáis, os sustituyáis a mí, para que mi vida no sea más que una
irradiación de vuestra Vida. Venid a mí como Adorador, como Reparador y
como Salvador.
»Oh Verbo eterno, Palabra de mi Dios, quiero pasar mi vida escuchándoos,
quiero ponerme en completa disposición de ser enseñada para aprenderlo todo
de Vos; luego, a través de todas las noches, de todos los vacíos, de todas las
impotencias, quiero tener siempre fija mi vista en Vos y permanecer bajo
vuestra gran luz. Oh amado astro mío, fascinadme para que no pueda ya salir
de vuestro resplandor.
»Oh Fuego abrasador, Espíritu de amor, venid sobre mí para que en mi alma
se realice una como encarnación del Verbo; que sea yo para Él una humanidad
suplementaria, en la que Él renueve todo su misterio.
»Y Vos, oh Padre, inclinaos hacia vuestra pobrecita criatura, cubridla con
vuestra sombra, no veáis en ella sino al Amado, en quien habéis puesto todas
vuestras complacencias.
»Oh mis “Tres”, mi Todo, mi Bienaventuranza, Soledad Infinita, Inmensidad
en la que me pierdo, me entrego a Vos como una presa, sepultaos en mí para
que yo me sepulte en Vos, hasta que vaya a contemplar en vuestra luz el
abismo de vuestras grandezas.»

«Oh Dios mío, mi Trinidad a quien adoro...» nos revela el más rico
testimonio sobre su manera completamente carmelitana de concebir la vida de
oración: «una comunión incesante con la Trinidad. La oración no consiste en
imponerse una cantidad de preces vocales como rezo cotidiano, sino en una
elevación del alma hacia Dios a través de todas las cosas, que nos establece
con la Santísima Trinidad en una especie de comunión continua, con sólo
ejecutar todas las cosas bajo su mirada.»
Compuesta de un solo trazo, sin la menor enmienda, en un día en que el
Carmelo entero renovaba sus votos, esta oración, ya célebre, es la síntesis de
su vida interior. En ella aparecen perfectamente caracterizados todos los
rasgos esenciales de su alma, la gran devoción de su vida: la Trinidad; la forma
propia de su vida de oración: la adoración; su apasionada ternura por Cristo
«amado hasta morir de amor», amado en la cruz; finalmente, el rapto
irresistible hacia los «Tres», «su bienaventuranza, su todo, Soledad infinita en
la que su alma se pierde». La Virgen no está nombrada pero, con todo, está allí
presente; percíbesela en esta fecha autógrafa: 21 de noviembre de 1904, en la
fiesta de la Presentación.
Aspectos principales:
–1º. Un primer vuelo absolutamente espontáneo de su alma hacia esa Trinidad
convertida en el todo de su vida: «Oh Dios mío, Trinidad a quien adoro...»
–2º. La descripción del clima espiritual en que su vida contemplativa se movía
en el centro de su alma, en una atmósfera de inmutable paz: «Pacificad mi
alma...»
–3º. Un movimiento de ternura apasionada hacia su Cristo «amado hasta
morir de amor». Las palabras se precipitan, señalando la impetuosidad de los
sentimientos de un ser cuyo sueño ardiente es identificarse con todos los
movimientos del alma de Cristo: «Oh amado Cristo mío...»
–4º. Luego, el llamamiento súbito y sucesivo a cada una de las Tres Personas
divinas hacia las cuales tiende su vida: «Oh Verbo Eterno... Oh Fuego
abrasador... Y vos, oh Padre...» Se detiene sobre todo en el Verbo, más
accesible por su encarnación, a nuestros ojos de carne, con el alma fascinada
por ese «Verbo Eterno, Palabra de su Dios». «El Espíritu de amor» es
invocado, pero lo es para que se realice en ella una como encarnación del
Verbo y sea ella para éste una humanidad suplementaria en la que pueda el
Padre encontrar la Faz de ese Cristo «en quien ha puesto todas sus
complacencias». Porque Cristo está verdaderamente en el centro de esta
oración como también de su vida.
–5º. Un grito final con el que se termina esta oración a la Trinidad. Su alma de
artista vuelve a tomar el tema del principio: «Oh Dios mío, Trinidad a quien
adoro...» pero desarrollado con amplitud, en un movimiento de ritmo acentuado
que transporta definitivamente esta alma a las profundidades de la Trinidad:
«Oh mis Tres... Me entrego a Vos como una presa...»

Igual testamento, más conmovedor aún, a su hermana: «Hermanita, soy feliz


en ir allá arriba para ser tu Ángel; cuán solícita estaré de la belleza de tu alma
tan amada ya en la tierra. Te dejo mi devoción a los “Tres”. Vive dentro de
Ellos, en el cielo de tu alma. El Padre te cubrirá con su sombra, poniendo una
como nube entre ti y las cosas de la tierra, para guardarte toda suya. Él te
comunicará su poder para que lo ames con un amor fuerte como la muerte. El
Verbo imprimirá en tu alma, como en un cristal, la imagen de su propia belleza,
para que seas pura con su pureza, luminosa con su luz. El Espíritu Santo te
transformará en una lira mística que, en el silencio, bajo su toque divino,
producirá un magnífico cántico al Amor. Entonces serás tú la “alabanza de su
gloria”, cosa que yo soñaba ser en la tierra. Tú serás quien me reemplace. Yo
seré Laudem Gloriae ante el trono del Cordero, y tú, Laudem Gloriae en el
centro de tu alma.» (C269).

Su doctrina de la habitación divina.

Vano sería querer pedir a sor Isabel de la Trinidad una doctrina fuertemente
sistematizada, cuyos materiales hubieran sido puestos en orden por ella
misma. Ella ha vivido como contemplativa los más altos misterios de la fe y
especialmente el dogma de la habitación divina sin pretender desempeñar
oficio de Doctor o de Teólogo, sin sospechar siquiera el alcance universal
reservado por Dios a sus escritos.

En sus notas íntimas ella misma remite a pasajes de san Juan de la Cruz que
habían llamado particularmente su atención, en donde el santo Doctor, en su
Cántico Espiritual, trata de la naturaleza y de los efectos de esta misteriosa
presencia divina. Se encuentra allí la doctrina clásica de la teología católica en
una altísima luz contemplativa: Dios está sustancialmente presente en todos
los seres por su contacto creador; a esta presencia común se añade una
presencia especial en las almas de los justos y los espíritus bienaventurados,
como objeto de conocimiento y de amor en el orden sobrenatural.
Sor Isabel de la Trinidad había meditado extensamente esos textos y tomado
en san Juan de la Cruz los elementos de una doctrina mística sobre esa
presencia íntima de Dios en el alma de los justos, que constituye una de las
verdades más tradicionales y consoladoras del cristianismo.

El pensamiento de la Iglesia ha reconocido siempre la fuente de esa doctrina


en la enseñanza tan manifiesta de Jesús: «Si alguno me ama y guarda mi
palabra, mi Padre lo amará y vendremos a él y estableceremos en él nuestra
morada.» (Jn 14;23) El texto es claro. El Hijo y el Padre habitan juntos en el
fondo del alma fiel y, al mismo tiempo, el Espíritu Santo que no forma más que
Uno con Ellos. Todo el misterio de la Generación del Verbo y de la Espiración
del Amor se efectúa silenciosamente en las más íntimas profundidades del
alma; nuestra vida espiritual llega a ser una comunión incesante con la vida de
la Trinidad en nosotros. El alma, divinizada por la gracia de adopción, es
elevada a la amistad divina e introducida en la familia de la Trinidad para allí
vivir como el Padre, el Verbo, el Amor, y con Ellos, de la misma luz y del mismo
amor, «consumada en Ellos en la Unidad.» (Jn 17;23)

Nuestro Señor nos ha dejado, en su oración sacerdotal, la descripción de esta


vida deiforme de las almas perfectas, admitidas al consorcio de la vida trinitaria:
«Padre Santo, los que Tú me has dado, guárdalos en Tu nombre a fin de que
sean Uno como nosotros. Que todos sean Uno como Tú, oh Padre, estás en Mí
y Yo en Ti, a fin de que ellos también estén en nosotros. Que sean Uno como
somos Uno nosotros, Yo en ellos y Tú en Mí, a fin de que sean consumados en
la unidad... y que el amor con que Tú me has amado esté en ellos y Yo en
ellos.» (Jn 17; 11, 26)

Después de tan explícito discurso del Maestro, ¿qué más se quiere? Entre la
Santísima Trinidad y nosotros no hay unidad de naturaleza, lo cual sería
panteísmosino unidad por gracia, que, nos asocia, a título de hijos de adopción,
a la vida misma de nuestro Padre que está en los cielos, a imagen del Hijo, en
un mismo Espíritu de amor. Sin la Trinidad el alma está desierta. Está habitada
cuando, poseyendo en sí a las Personas divinas, entra por la fe y la caridad
«en sociedad» (Jn 1;3) íntima con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Las Tres
Personas divinas están allí, sustancialmente presentes en el alma del pequeño
bautizado, convertida, según la palabra de san Pablo, en el «templo del Espíritu
Santo.» (1Cor 6;19) Toda nuestra vida espiritual, desde el bautismo a la visión,
se desarrolla como una ascensión progresiva cada vez más rápida hacia la
Trinidad. La visión beatífica y, con mayor razón, todos los estados místicos
intermediarios, aun los más elevados, de la unión transformadora, están en
germen en el bautismo. No se reflexiona bastante sobre la importancia
primordial de esta gracia bautismal a la que debemos el beneficio de entrar
como hijo de adopción en la familia de la Trinidad.
Esta hermosa teología de la habitación divina es subyacente a la doctrina
espiritual y a la vida mística de sor Isabel. Permite seguirla en los más íntimos
repliegues de su alma. Para comprenderla no hay necesidad de largas
disertaciones sobre el cómo de la posibilidad del misterio. Por el camino de la
sabiduría infusa, con toda sencillez pero con rara profundidad de pensamiento,
sor Isabel había penetrado el sentido de su vocación bautismal y comprendido
que, ya en este mundo, estaba llamada a vivir, según la palabra de san Juan
que tanto le gustaba, «en sociedad» (1Jn 1;3) con la Trinidad.

Hasta había compuesto para su hermana, a manera de testamento, to- do un


retiro para explicarle cómo puede uno «encontrar su cielo en la tierra.» Esas
páginas, escritas en las últimas semanas de su vida y entregadas a su
hermana después de su muerte, constituyen, con el retiro de Laudem Gloriae,
como una pequeña Suma de su Doctrina Espiritual en su estadio más
evolucionado. Ahora bien, desde la primera oración, sor Isabel, elevándose a la
altísima luz contemplativa de la Oración Sacerdotal de Cristo, juzga de nuestro
destino sobrenatural según las palabras mismas de su Maestro que llama a las
almas, por gracia, a su «consumación en la Unidad» (Jn 17;23) de la Trinidad.
«Padre, quiero que, allí donde estoy yo, estén conmigo los que me habéis
dado, para que contemplen la gloria que me habéis dado, porque me habéis
amado antes de la creación del mundo.» (Jn 17;24) Tal es la última voluntad
de Cristo, su oración suprema antes de volver a su Padre: quiere que allí donde
Él está estemos también nosotros, no solamente durante la eternidad sino ya
en el tiempo que es la eternidad comenzada y siempre en progreso. Importa
pues saber en dónde debemos vivir con Él para realizar su sueño divino. El
lugar en donde está oculto el Hijo de Dios: es el seno del Padre o la Esencia
divina, invisible a toda mirada mortal, inaccesible a toda inteligencia humana, lo
que hace decir a Isaías: «Sois verdaderamente un Dios oculto.» (Is 45;15) Y
sin embargo Su voluntad es que estemos fijados en Él, que permanezcamos en
donde Él permanece en la unidad del amor; que seamos, por decirlo así, la
sombra de Él mismo. «Por el bautismo, dice san Pablo, hemos sido injertados
en Jesucristo» (Rom 6;5) y también: «Dios nos ha hecho sentar en los cielos
en Jesucristo, para mostrar a los siglos venideros las riquezas de su gracia»,
(Ef 2; 6,7) y más lejos: «Ya no sois huéspedes o extranjeros, sino que sois de
la ciudad de los santos y de la Casa de Dios.» La Trinidad: «he ahí nuestra
morada, nuestro hogar, la Casa paterna de la que no debemos salir nunca.» (El
Cielo en la fe, primera contemplación)
Apóstol del misterio de Dios Trino

Es un corolario de su experiencia del Dios Uno y Trino. Fue su apostolado en la


tierra y vivió y murió en la esperanza de que sería su “misión” en el cielo,
creencia como la de su hermana en el Carmelo, Teresita del Niño Jesús, que
quería derramar rosas sobre la tierra. La misión de Isabel será atraer a todos a
la intimidad con Dios, a la búsqueda de la interioridad.
De su “misión” habla y escribe los últimos días de su vida y se lo comunicó, de
nuevo, a una mujer, una hermana de la comunidad de Dijon, María Odila. Este
es uno de los textos más significativos escritos como despedida de la vida que
suena a testamento espiritual. “Mi corazoncito la ama mucho y, cuando se ama,
se desea el bien al ser amado. Me parece que en el cielo mi misión será el de
atraer a las almas, ayudándolas a salir de sí mismas, para unirse a Dios con un
movimiento todo simple y amoroso, y conservarlas en ese gran silencio interior
que permite a Dios imprimirse en ellas, transformarlas en Sí mismo” (C335).
Comunica el gozo de ser Carmelita

Isabel fue una enamorada de su vocación de carmelita descalza casi desde la


infancia y creció con ella desde que hizo el voto de virginidad como
consagración a Cristo Esposo. Por sus cartas dirigidas la mayor parte a
mujeres, podemos seguir la vida de la carmelita en, claustrada en su convento
de Dijon día a día y conocer el gozo de serlo desde el primer momento de su
ingreso en clausura. Lo que cuenta Isabel de la Trinidad tiene valor testimonial,
por eso es importante la descripción que hace del convento, de sus estructura,
de la vida interna de la comunidad, etc.
¿Qué conocemos de la vida carmelitana en el convento de Dijon leyendo los
escritos de Isabel de la Trinidad, especialmente de sus cartas a su familia y sus
amigas? Algunas cosas de las que cuenta son quehaceres y obligaciones de la
vida diaria, describe su hábitat, las costumbres de la orden, etc. Pienso que si,
por un imposible, se perdiesen las Constituciones y se olvidasen las
costumbres santas, se podrían reconstruir en gran medida con las aportaciones
literarias de la hermana Isabel de la Trinidad. Y, sobre todo, cuenta la esencia
del vivir en un Carmelo de Teresa de Jesús, no lo que está en los libros leídos
ni lo que proponen las leyes, sino su misma vida, sus experiencias.
Por ejemplo, las estructuras externas: el convento, que es la casa de Betania
donde Cristo reposa; los claustros, que estarían vacíos si no los llenase Dios
con su presencia; la celda y su pobre ajuar y que es el “cielo” porque Dios la
habita y en ella dialoga con el Esposo Cristo, escribe cartas, normalmente en el
gran silencio antes de maitines; la clausura en la que vive prisionera con el
prisionero Cristo; el torno, que comunica con el exterior, y su oficio de segunda
tornera; el coro, para el rezo del Breviario y la oración común; la cocina, donde
está Cristo entre ellas; el lavadero, la ropería, donde ella ordenaba la ropa y
remendaba los hábitos; el locutorio para recibir las visitas, con régimen
bastante estricto y mucho frío en invierno; la sala de recreación, dos horas para
el recreo y la comunicación entre las hermanas, importante legado de la
fundadora Teresa de Jesús; las hermanas externas, que cuidan de la portería y
la capilla, etc.

También muchas cosas referentes a las personas que habitan los claustros y
su vida interna, como las hermanas de velo blanco y las demás hermanas de la
comunidad; los vestidos de las monjas, el hábito, a veces remendado,, capa
blanca, velo, rosario, crucifijo, “anillo”; los ejercicios espirituales personales y
comunitarios, los “días de Cenáculo”, las celebraciones litúrgicas (adviento,
navidad, cuaresma, semana santa y pascua). Y un sinfín de detalles que no
escapaban a la fina observación de la artista Isabel. Y, finalmente, lo más
importante que da sentido a su vida: su dedicación a la oración contemplativa y
al trabajo (C84, C85, C109, C170, C189, C209).
Pero todo eso es la estructura, el armazón de una vida externa, pe- ro la
esencia del Carmelo no está en lo exterior.
El contenido profundo de la vida de la carmelita se condensa en una vocación
de amor. Lo repite con frecuencia en sus escritos: su vida, como cristiana laica
y después como carmelita, consistirá en un solo programa: “amar, orar, sufrir”,
fórmula que usa ya antes de entrar en el Carmelo (D101). En el cuestionario
que se hacía a las postulantes al Carmelo, se les preguntaba, entre otras
cosas, sobre “el ideal de la santidad”. E Isabel respondió: “Vivir de amor”.
Preguntada por su santa preferida, dijo que “nuestra santa madre Teresa
porque murió de amor”. Y sobre sus actitudes ante la muerte, respondió:
“Quisiera morir amando y caer en los brazos de aquel a quien amo” (NI12).
Se considera una prometida y esposa de Jesucristo. Es como una sinfonía
permanente en sus escritos que va in crescendo en la medida en que vive más
la vida del Carmelo. Como tal, es la “prisionera” del divino “Prisionero” Cristo.
Cuando en su oración, soledad y sufrimiento, está ante el sagrario, la realidad
llega a ser una experiencia culminante; es, además, esposa de un Crucificado,
que no es un título honorífico, sino impulso de seguir, de imitar, de ser otro
Cristo con todas las consecuencias. Esa pertenencia a Cristo como Esposa le
lle va a admitir su dolor, sufrimiento, enfermedad y muerte cruel como una
subida al Calvario, como el maestro Cristo.
Recuerdo una de las expresiones más robustas de Isabel explicando el vivir en
el Carmelo como un estado de crucifixión, de víctima con el Cristo del Calvario.
“He aquí toda la vida del Carmelo: vivir en Él. Entonces, todos los sacrificios,
todas las inmolaciones se tornan divinos. El alma ve a través de todo a Aquel a
quien ama y todo la lleva a Él; es el alma. Ame el silencio, la oración, que son
la esencia de la vida del Carmelo” (C136).
Para concluir, conviene recordar su pasada por las noches oscuras que
purifican la fe y por la que pasó también ella, y no solo fueron sus conocidas
enfermedades. De sus escritos se deduce una admirable y constante sinfonía
de loores a su nueva vida, no sólo para consolar a su madre, que ha quedado
rota por el dolor de la ausencia. Repetidamente cuenta a su familia y amigas
que es muy feliz en el Carmelo, no obstante los sacrificios que ha hecho al
dejar a su madre, hermana, su destino futuro como pianista, sus amistades,
sus viajes de recreo, su libertad. Pero sabe que, siguiendo su vocación, ha
elegido la “mejor parte”, que Dios la tenía reservada. Se ha sentido como
“predestinada” desde la eternidad por Dios a seguir esta vocación. De hecho,
desde muy temprana edad se sintió atraída por la vida consagrada en el
Carmelo, predestinación para imitar y seguir a Jesucristo, hasta identificarse
con su vida real de pasión, muerte y resurrección.
Ella comentó poco las “noches oscuras” que tuvo que pasar poco tiempo antes
de su ingreso en el noviciado y antes de la profesión, una verdadera crisis de
ansiedad. En una ocasión lo comentó con una hermana de la comunidad casi
en el momento mismo en que va a hacer la profesión. “Acabo de ver a nuestra
madre que me ha confesado su inquietud por verme hacer los votos en tal
estado de alma. Ruegue por su pequeña carmelita que está en el colmo de la
angustia” (C152). El hecho es conocido por declaraciones en los procesos de
beatificación y otros conductos: fue una noche oscura terrible. Llamado el P.
Vallée no entendió el estado de “noche” purificativa en el que estaba y la
despidió sin consuelo. Sí la entendió el P. Vergne, jesuita. Después de la
profesión, todo quedó en calma.

Pero no fue la primera vez cuando le sucedió esa noche de purificación. Meses
antes de su ingreso en el Carmelo, otra crisis vino a perturbar su alma, como
se lo contó a su amiga entrañable, Margarita Gollot: “Pida mucho por mí,
amadísima hermana. También a mí no es un velo, sino un muro grueso quien
me lo oculta [al Esposo Cristo]. Es muy duro, ¿verdad?, después de haberlo
sentido tan cercano; pero estoy dispuesta a permanecer en este estado de
alma el tiempo que quiera mi Amado, pues la fe me dice que él está ahí
también [...].
¡Oh,, hermana mía! Nunca he sentido tan al vivo mi miseria” (C53). Las cartas
siguientes a sus amigas no dan la impresión de estar con las mismas
preocupaciones. La tormenta había pasado.
Por raro que pueda parecer, nunca menciona en sus escritos a que dejó una
brillante carrera como concertista de piano o que abandonó con gusto las
fiestas, los viajes de vacaciones, etc. Parece que todo eso le resbalaba ya.
Sólo le costó el desarraigo de la afectividad.

El matrimonio como vocación cristiana. Espiritualidad laical

Como contrapunto a su vida en el Carmelo, vale la pena recordar que, no


obstante el aprecio sumo que tuvo a su vocación de carmelita descalza, su
felicidad de serlo hasta la muerte crucificada, nunca lo propuso a su hermana y
amigas como un “estado de vida” más perfecto que las otras vocaciones en la
Iglesia, por ejemplo el matrimonio cristiano, también un camino de santidad. En
consecuencia, podemos decir que para ella no hay más que una vocación
cristiana: ser santos. No olvidemos que casi todos sus escritos están dirigidos
a mujeres casi todas seglares, con quienes comparte sus ilusiones de santidad,
sus experiencias cristológicas y trinitarias, y su militancia en la Iglesia

Sabemos que renunció a casarse con “un buen partido” propuesto por su
madre, pero estima el matrimonio como una vocación cristiana a la que alaba y
en la que se puede ser santo. El matrimonio de su hermana Margarita y el
nacimiento de dos sobrinas que conoció antes de morir le llenó de alegría. En
ella vio un modelo ideal de este estado de vida, felizmente casada, esposa de
nueve hijos, con la que mantuvo siempre una relación profundamente espiritual
y le comunicó sus experiencias religiosas hasta la hora de la muerte. En sus
cartas hace frecuentes alusiones al matrimonio de Guita le dice que puede y
debe ser Marta y María, juntas (contemplativa y activa simultáneamente), como
ella lo es siendo carmelita; sigue las maternidades de su hermana; conoce el
nacimiento de sus sobrinas Isabel y Odette. Y otras muchas referencias al tema
(C135).
En sus cartas abundan las referencias a los matrimonios de sus amigas. Por
ejemplo, goza con la noticia del matrimonio de Ivonne Rostand, diciéndole
expresamente que es una “vocación”, se supone que cristiana. Y, lo más
curioso, en sus cartas aparece a veces como intermediaria para arreglar
matrimonios de sus amigas, podemos decir que metió a “casamentera” de sus
amigas, hasta el punto de buscarles novio, aun siendo carmelita de clausura.
También se interesó por su amiga María Luisa Sourdon, que seguía en sus
intentos y de- seos de casarse, vive la tardanza de llegar el marido, etc. (C24).

Fragmentos de una espiritualidad laical


Son muchos los elementos de espiritualidad laical además de los ya
analizados, pero quedan algunos más. Uno de sus “apostolados” como laica
comprometida con la Iglesia fue proponer a los laicos el hermoso y profundo
ideal cristiano. Sobre espiritualidad de una madre de familia, serviría una carta
a su hermana Margarita, ensimisma da con sus dos hijas. Aprovecha la ocasión
para hablarle de Dios que la ama como ella a sus niñas; de que Dios habita en
el corazón, y el Espíritu Santo transforma el corazón de su criatura; que viva
segura en los brazos de Dios como sus niñas lo están en los suyos (C239).
Cuando escribe sobre la oración, no hace distinción entre curas, frailes, monjas
y laicos. El modo de orar lo tienen que ejercitar todos por igual. Ella ora como
laica y como carmelita en momentos sucesivos de su vida. Lo mismo se diga
de la unión entre la oración y la contemplación, acompañado de mayor o menor
soledad, silencio y sacrificio. Expone alguna vez que se puede ser santa en el
mundo, como ella procuraba serlo antes del entrar en el Carmelo. Esperando
con nostalgia su ingreso, escribe: “Contemplo el mundo y sus cosas como algo
por donde paso, pero no apego a nada mi corazón” (D131).
Y lo más sorprendente es que su ideal de carmelita es el que propone a los
laicos. Es interesante constatar su convicción de que la vi- da de una monja
carmelita y la de los laicos en el mundo no tienen tantas variantes, sino muchas
semejanzas, viviendo las grandes verdades del cristianismo. Ella, en el
Carmelo, encontró su centro y felicidad, pero el núcleo de esa vida es para
todos los cristianos. “Esta mejor parte, que escogió María de Betania (Lc 10,
42), me parece ser mi privilegio en mi querida soledad del Carmelo, se la
ofrece Dios a toda alma bautizada. Él se la ofrece, querida señora, en medio de
sus cuidados y solicitudes maternas [...]. Crea que todo su deseo es lle- varla a
una unión cada vez más profunda con él” (C129).
Quizá sea esta convicción la que explica que en su correspondencia no existe
una incitación a alguna de sus amigas a que se haga monja. De su hermana
sospecha que podría serlo, pero no hay palabras directas de ánimo. Sólo dice
que ella es muy feliz, que Dios la eligió para esta vida, que es su vida, su
vocación, pero existen otras vocaciones (C117). De hecho, algo del programa
de vida que ella vive, se lo oferta a su amiga, María Luisa Ambry (Maurel), que
está esperando un hijo. “Permanezca siempre unida al Dios de la Hostia que
tanta ama. Él la enseñará a sufrir, a inmolarse, a orar, a amar” (C186).
Finalmente, a su hermana, la víspera de su matrimonio, 15 octubre 1902, a los
19 años, le dice que hay dos caminos cristianos, distintos y santos: el
matrimonio y vida religiosa: “Verás que somos beatificadas las dos, cada una
en el camino al que el Maestro nos llama y en el que nos quiere” (C140).
A su amiga Francisca Sourdon, considerada por ella como una “hija espiritual”
(7 años más joven que Isabel), le presenta un camino cristiano ascético; le
habla de la humildad, contra el amor propio y egoísmo, la libertad contra la
esclavitud de las pasiones; el camino es Jesucristo y un Cristo crucificado; que
se mantenga un equilibrio en- tre lo sobrenatural y el bautismo y el vivir de fe;
que dé gracias a Dios y que busque el gozo en el mismo sufrimiento (C
Tratado grandeza de nuestra vocación P. 121).
LA GRANDEZA DE NUESTRA VOCACIÒN Y DEJATE
AMAR.

Se analizarán otros dos escritos de Isabel que han ido incluido


dentro del género de "tratados espirituales". A pesar de su brevedad
esconden una gran riqueza doctrinal y espiritual.
La grandeza de nuestra vocación

Si queremos ser estrictos en la clasificación de este escrito,


tendríamos que comenzar diciendo que, propiamente, se trata de
una larga carta que Isabel comenzó a escribir hacia el 9 de
septiembre de 1906 a Francisca Sourdon. Es la más larga de todas
sus cartas. Dada la situación de debilidad en que se encuentra ya
Isabel cuando la escribe, empleará varios días en su redacción.

La amistad con Francisca data de al menos dos años antes de su


entrada en el Carmelo como demuestra la carta que le escribe desde
Carlipa el 9 de agosto de 1989 (C16). Por entonces Isabel tiene la
responsabilidad de prepararla para la Primera Comunión, tarea que
asume con gran seriedad y responsabilidad. De hecho, la misma
diferencia de edad, Isabel es ocho años mayor que ella, favorece una
relación materno-filial que Isabel seguirá desempeñando durante el
resto de los años de su vida. Ciertamente esta relación maternal
adquiere un profundo sentido espiritual: Isabel se siente responsable
de su crecimiento espiritual. Al final del presente tratado escribe: "Te
quiero como una madre a su hijito". Por eso la gran mayoría de sus
cartas (un total de 26) están cargadas de orientaciones espirituales.
Nótese que "Frambuesa", apelativo con el cual Isabel la llamaba
cariñosamente, ocupa el cuarto lugar en su epistolario. Durante la
permanencia de Isabel en el Carmelo, recibirá cuatro o cinco visitas
de su hija espiritual. Sus cartas manifiestan la profunda confianza y
cercanía con que Isabel la trataba.

Esta larga carta no lleva ningún título. Isabel necesitó tres hojas
cuadriculadas que dobló por la mitad: el resultado son 12 páginas
manuscritas. Aunque este escrito fue enviado como carta, propiamente
estamos frente a una larga meditación o tratado espiritual. Es fruto de
la frescura espiritual de una "guía experimentada" que pretende
orientar y ayudar el camino de su "hija espiritual". El título ha sido
puesto por Conrad de Meester, editor de sus obras en francés.
Justifica el título dado en el contenido mismo de la carta.

El tono de la carta, siempre directo, es muy afable, pero al mismo tiempo


claro y sin ambigüedades. Diferentes son los temas que salen a
colación, muy en la línea de cuanto ocupa el pensamiento y el corazón
de Isabel en esa época: lo necesario para ser una auténtica "Alabanza
de gloria". En este orden aparecen aquí:

La oración como lugar de encuentro con Él, pero también con ella.
Humildad: morir a uno mismo, revestirse del hombre nuevo
La grandeza de nuestra alma Humildad y verdad
Miseria del hombre, misericordia de Dios
Dios te quiere feliz. La felicidad está en la cruz
Conciencia de estar habitados por Dios y obrar desde ahí
Predestinados a la vida eterna
Vivir según Cristo
Vivir firme en la fe
Vivir en acción de gracias

Déjate amar

Este breve tratado espiritual, escrito en dos hojas cuadriculadas


dobladas por la mitad, lo escribió Isabel pensando exclusivamente
en su Madre Priora, la Madre Germana. Escrito a finales de octubre de
1906, cuando ya la enfermedad se ciñe con rabia sobre Isabel, quien
apenas tiene fuerza para nada. Pero hace este esfuerzo con el ánimo
de apoyar y ayudar la tarea de quien ha sido una "madre" para ella
en el convento.
La edición francesa de este escrito da a entender que Isabel lo preparó
para que la Madre Germana lo leyera después públicamente ante su
féretro. Lo cierto es que la M. Germana no la leyó nunca públicamente
ni se la dejó leer a nadie, ni la publicó. Se supo de su existencia
después de su muerte en 1934. Se encontró en su escritorio. Iba
dentro de un sobre escrito por la misma Isabel. Ahí se lee: "Secretos para
nuestra Reverenda Madre"
Si nos atenemos al texto es muy difícil, por no decir imposible, que
Isabel tuviera la pretensión de que dicho texto se leyera públicamente.
Por el contenido y por el estilo no deja lugar a dudas.
Estamos ante una especie de carta de despedida o testamento
espiritual dirigido única y exclusivamente a la M. Germana.

El contenido es íntimo y personal, y, por lo tanto, poco apto a leerse


abiertamente: ahí quedan al descubierto el alma de Isabel y la de la
M. Germana. Demuestra que había una profunda sintonía espiritual
entre las dos mujeres, y que el amor de Isabel hacia ella es un amor
profundamente agradecido, pero también fuertemente divino.
Tampoco en esta ocasión el título es de Isabel. Pero de la lectura del
texto surge casi espontáneo: ¡Déjate amar! Es como el estribillo que
se repite continuamente, y que subraya Isabel de manera especial.
A pesar de la brevedad del escrito, la riqueza doctrinal es enorme.
Desde las palabras de inicio, "Madre querida, mi sacerdote santo", nos
encontramos con una terminología cargada de un profundo
significado. Isabel se dirige aquí, con toda probabilidad, a la persona
que para ella ha sido más importante en el Carmelo. No en vano le
da dos títulos que encierran toda una historia humana, y teológico-
espiritual. La M. Germana, y así lo manifiesta Isabel, ha sido una
auténtica Madre: no sólo por todos los cuidados, atenciones,
delicadezas, sino porque ha sido su guía materna en su proceso
espiritual. También, y quizás resulta más chocante, atrevido y original, la
llama "sacerdote", título que usa en relación con ella en diversas
ocasiones: a través de ella se entregó al Señor con sus votos, y a
través de ella quiere entregarse ahora para la muerte, para la
eternidad.

Isabel tiene una clara intención: "lo que va a hacer su hija es revelarle
lo que siente... lo que su Dios, en horas de profundo recogimiento y
de trato unificador, le ha hecho comprender" (DA 1). Isabel, muy
consciente de las preocupaciones de su Madre Priora, quiere
confortarla y orientarla en su tarea. El truco no está en que ella ame
mucho al Señor, sino en que se descubra amada por Él, en que se
deje amar por Él. Isabel habla en tono profético y revelador. Tiene la
conciencia de que sus palabras no son de ella, sino de Él: ella es
una simple mediadora. También hace presente su misión en el cielo:
ayudar a vivir la comunión con Dios, en este caso a la M. Germana,
destinataria del texto (cf. DA 4, 6). Y lega y comparte su vocación: ser
"Alabanza de gloria de la Santísima Trinidad" (DA 5).
Para Isabel lo esencial es vivir "alerta al Amor". Si vive así, dejará que
se haga presente en ella la plenitud.
CONCLUSIÓN

Resulta claro de los documentos estudiados que Isabel vivió un universo social,
mental, moral, religioso y espiritual eminentemente femenino. Pero no aparece
en ella un deseo de reivindicar su condición femenina en un movimiento
feminista. Ni mucho menos encontramos en ella una propuesta antimachista
por ese mismo motivo. Sus ideas y vivencias no son ideología de género, como
dicen ahora. Todo trascurre en paz y nadie se extraña ahora, y mucho menos
entonces, de su ideología para mujeres.

Como he aludido de pasada en el estudio, creo que una especie de endogamia


o gheto en que ha vivido fue una forma de preservar la fe cristiana católica y
una manera audaz de perseverar en ella, debido al ambiente hostil que han
provocado las leyes persecutorias de la re- pública francesa. Iglesia
perseguida, amordazada, controlada, pero no eliminada. En esos ambientes
suele darse el fenómeno de crear pequeños cenáculos de espiritualidad donde
poder vivir la fe con valentía, con apasionamiento.
El hogar de los Catez-Roland ha sido uno de esos hogares cristianos en los
que se conservaba el fuego de la fe entre cenizas. La imagen del “resto” en el
pueblo de Israel puede darnos una idea lejana de lo que pudo suceder en esos
cenáculos a los que aludo. El espíritu militante de Isabel en su iglesia-parroquia
sería una expresión exteriorizada de la valiente confesión de fe. Creo que esa
situación de una Iglesia perseguida ha favorecido, como reacción, una vida
coherente con la radicalidad del Evangelio en ella, en su familia y en sus
amistades femeninas.

Reseñaría como un elemento positivo de su espiritualidad -vida y doctrina-,


que, no obstante vivir en un ambiente jansenista, predicador de un rigor
excesivo en la vida ascética y en el uso de los sacramentos de la confesión y la
Eucaristía, la propuesta de un Dios lejano, juez implacable ante las pequeñas
deficiencias humanas con sus castigos correspondientes, Isabel, cuando no ha
estado presionada por la mentalidad de su madre, se ha liberado del peso de la
tradición y ha vivido y enseñado un Dios amor, lleno de misericordia, exigente,
pe- ro comprensivo con las debilidades humanas.

Como he indicado en el estudio, ella no se ofreció como víctima a la justicia


divina, sino al amor misericordioso con el fin de reparar los pecados del pueblo
y los suyos propios. No obstante esta constatación de base, existe en sus
escritos un lenguaje que es residual del ambiente jansenista.

Finalmente, confirmaría la tesis central de este estudio diciendo que las


relaciones con sus “amistades femeninas” se han mantenido frescas,
dinámicas y profundas por su “sensibilidad” de artista, por sus dones naturales
y sobrenaturales, por la delicadeza, la gratitud, la empatía y la ternura de alma.
Y por todo ello Isabel de la Santisima. Trinidad es un modelo a respetar en el
mercado de la espiritualidad actual. Y ¡ojalá lo sea también para imitar!

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