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HOMILIAS DE LA REVISTA "PALABRA"

CICLO B

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100 ADVIENTO

101 DOMINGO I

Ciclo B: 101B

Is. 64, 1.3b-8 "Rasga los cielos y baja"


I Cor. 1, 3-9 "Enriquecidos en todo"
Marc. 13, 33-37 "Velad..."

JESUCRISTO, HIJO DE DIOS,


Primogénito de toda criatura y SALVADOR (DCG. n.50)

1. TIEMPO DE CONVERSION 101B1


1. Una vez más comienza un año litúrgico. La Iglesia, siguiendo un orden
cíclico constante, va conmemorando a lo largo del año los principales misterios de
nuestra redención.
Adviento significa advenimiento. La liturgia de este tiempo considera, como
superpuestas, dos venidas del Señor: una que ya se realizó con su encarnación y su
nacimiento en Belén; otra que tendrá lugar al final de los tiempos con el retorno
glorioso de Cristo Rey. Por eso, casi todos los textos del Antiguo Testamento se
refieren en primer lugar a la espera del Redentor, espera en la que permaneció fiel el
pueblo elegido durante siglos. Y los textos de Nuevo Testamento, de ordinario,
hablan de la Parusía o segunda venido del Señor.
2. El estado de la humanidad postrada por el pecado (pecado original no
redimido, que es pecado como propio en cada uno, más los demás pecados
cometidos personalmente), era de gran tristeza. Las almas religiosas advertían el
abismo que separaba a la criatura de su Creador, la ausencia de una verdadera
comunicación, la falta de sentido que tiene el hombre sin Dios, el desgarrón interior
de la naturaleza humana separada de su principio y fin, que es Dios... Los autores
sagrados inspirados (especialmente los profetas), recogían en forma de lamento esta
situación penosa y clamaban por el remedio que únicamente podría venir de Dios:
"¡Ojalá rasgases los cielos y bajases, derritiendo los montes con tu presencia!...
Todos éramos impuros, nuestra justicia (santidad) era un paño manchado; todos nos
marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento".
3. Después de Cristo, cuantos hemos recibido la gracia del Bautismo y de la
fe, constituimos una nueva humanidad. Nuestra gratitud por los frutos de la Cruz,
aplicados a nuestra alma a través de los Sacramentos, nos han borrado el pecado de
origen. Sin embargo, mientras estemos en la tierra nuestro destino es incierto,
porque cabe el desprecio de la gracia, la infidelidad, la obstinación. Por ello, una vez
cristianos somos exhortados a la vigilancia, como postura habitual en la vida:
"Mirad, vigilad, pues no sabéis cuando es el momento", nos dice Jesús en el
Evangelio. Ese momento es, para todos, el fin de mundo, y para cada uno de
nosotros personalmente, la propia muerte. Adviento es, por tanto, tiempo para una
nueva conversión, para un examen más profundo en nuestra vida personal, para
hacer una buena confesión sacramental.
2. VOLVER A EMPEZAR 101B2
1. El tiempo de Adviento nos habla de comienzo, de esperanza, de
alegría. Con el Adviento se pone en marcha el año litúrgico, y con el año litúrgico
una nueva oportunidad de encontrarnos con Jesús que nos invita a emprender, o a
continuar, el camino que nos lleva a la santidad.
El Adviento es la expectación de la venida del Señor por medio de la gracia.
Somos pecadores y tenemos necesidad de un Redentor. Necesitamos más empuje
sobrenatural para no defraudar a Dios. El mundo, el demonio y la carne nos tiran
hacia abajo con coraje. ¡Necesitamos un Salvador! En Adviento lo esperamos
impacientes.
"Empieza hoy el tiempo de Adviento, y es bueno que hayamos considerado
las insidias de estos enemigos del alma: el desorden de la sensualidad y de la fácil
ligereza; el desatino de la razón que se opone al Señor; la presunción altanera,
esterilizadora de amor a Dios y a las criaturas: Todas estas situaciones del ánimo
son obstáculos ciertos, y su poder perturbador es grande. Por eso la liturgia nos hace
implorar la misericordia divina. A ti, Señor, elevo mi alma; en ti espero; que no sea
confundido, ni se gocen de mí mis adversarios (Ps. 24 1-2), Hemos rezado en el
introito" (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n. 7).
2. Esperamos con impaciencia el cumplimiento de las promesas divinas.
Dios siempre cumple su palabra. "Mirad que llegan días -oráculo del Señor- en que
cumpliré la promesa que hice a la casa de Israel y a la casa de Judá" (1ª Lectura).
Estamos a la expectativa de esa manifestación de Dios en nuestra vida. Dios quiere
hacerse presente en nuestra familia, en nuestro quehacer diario, en nuestro
descanso, en nuestra diversión, en nuestra enfermedad, en aquel éxito y en aquel
fracaso. Hoy puede comenzar el gran adviento de nuestra vida, el formidable
advenimiento del Señor que quiere convivir contigo, correr junto a nosotros la gran
aventura del paso por la tierra. Hemos de acudir a su encuentro y decirle en una
oración encendida: "A ti, Señor, levanto mi alma. Señor, enséñame tus caminos,
instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame, porque tú eres mi
Dios y Salvador". Salmo responsorial).
3. Estad pendientes. No nos distraigamos con las baratijas. No nos
durmamos en la espera. El Señor está a la puerta perta. uerta. "Tened cuidado: no
se os embote la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero, y se os
eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los
habitantes de la tierra" (Evangelio). Parece como si la Sagrada Liturgia nos dijera:
Déjate coger por Dios; pero que te encuentre despierto, dispuesto, con las manos en
el arado, con la lámpara encendida, con los frutos maduros, que el Señor te
sorprenda en ese empeño que tienes por alcanzar la santidad, amando sin medida.
"Hermanos: que el Señor os colme y os haga rebosar de amor mutuo y de amor a
todos, lo mismo que nosotros os amamos. Y que así os fortalezca internamente; para
que cuando Jesús nuestro Señor vuelva acompañado de sus santos, os presentéis
santos e irreprensibles ante Dios nuestro Padre". (2ª Lectura).

3. COMENZAR Y RECOMENZARAR 101B3


1. Tiempo de esperanza. Es sin duda la esperanza la virtud más
característica del adviento que comenzamos. En el fondo de la seriedad propia de
este tiempo de penitencia y oración hay una alegría que no podemos mantener
oculta. Estamos contentos porque esperamos al Señor, esperamos en el Señor, y el
Señor nunca nos falla. Con el nacimiento de Jesús que se vislumbra en la meta del
Adviento, celebramos esa constante venida del Reino de Cristo a la vida de los
hombres. Navidad es la fiesta de la presencia real de Cristo entre los hombres para
convivir con nosotros y salvarnos. Y el Adviento es una invitación y una oportunidad
para que nos preparemos a disfrutar de esa presencia divina, que sólo pasa
desapercibida para los que no tienen el alma a punto y están desinteresados por las
cosas de Dios. El que la Navidad no sea para cada uno una fiesta pagana depende
de lo que estemos dispuestos a hacer ahora, depende de que tomemos la salida ya y
marchemos con tenacidad hasta el final, de la mano de la Virgen.
El Adviento nos habla de invitación, de llamada, de vocación para comenzar el
camino de nuestra santificación. Debemos tener conciencia, los que tenemos fe en
nuestra responsabilidad ante esa Voluntad de Dios que quiere algo muy concreto de
nosotros y nos está mostrando con claridad el camino. No podemos arriesgarnos a
cerrar los ojos para eludir el compromiso, porque la conciencia sigue reclamando
nuestra correspondencia a la gracia, y porque es mucho lo que nos jugamos con la
decisión que tomemos. Nuestro orgullo es sentirnos llamados por un Dios que es
Padre, y que ha querido confiar en nosotros; porque un orgullo así, vivido con
humildad, es santo. "No me gusta hablar de elegidos ni de privilegiados, pero es
Cristo quien habla, quien elige. Es el lenguaje de la Escritura: elegit nos in ipso
ante mundi constitutionem -dice San Pablo- ut essemus sancti. Nos ha elegido,
desde la constitución del mundo, para que seamos santos. Yo sé que esto no te llena
de orgullo, ni contribuye a que te consideres superior a los demás hombres. Esta
lección, raíz de la llamada, debe ser la base de la humildad" (J. Escrivá de Balaguer,
Es Cristo que pasa,n.1). Comenzar y recomenzar la lucha de todos los días, sin
cansarnos de ser buenos, sin dar de mano en el esfuerzo, sin ridículas excusas ni
jubilaciones improcedentes.
2. La esperanza de la Iglesia. Hoy la Iglesia espera nuestra incondicional
disposición para emprender la lucha con la disposición de la primera vez: "Superando
las tensiones internas que se han podido crear aquí y allá, venciendo las tentaciones
de acomodarse a los gustos y a las costumbres del mundo, así como a los
parpadeos del aplauso fácil, unidos por el único vínculo del amor que debe informar
la vida íntima de la Iglesia, como también las formas externas de su disciplina; los
fieles deben estar dispuestos a dar testimonio de la propia fe ante el mundo: "estad
siempre prontos a dar razón de vuestra esperanza a todo el que os lo pidiere (1P
3,15)" (Juan Pablo I. Primer mensaje). Es tiempo de vigilia para todos, y de
preparación de los caminos del Señor.

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DOMINGO II DE ADVIENTO 102

(Bajo el signo de la esperanza, EN. n. 28)

Ciclo B 102B

Isaías, 40,1-5.9-11: "preparadle un camino al Señor" II Pet. 3, 8-


14: "inmaculados e irreprochables"
Marcos 1, 4-8 "allanad sus senderos"

Historia de la IGLESIA (Palabras de Vida Eterna, cap 15)


1. PREPARADLE UN CAMINO AL SEÑOR 102B1
1. El profeta Isaías y sus discípulos (1ª lec.) reciben el encargo de consolar a
los judíos de Babilonia, anunciándoles el fin de su destierro, porque el Señor da por
pagado el crimen. Por tanto "se revelará la gloria del Señor y la verán todos los
hombres". Gritarán a las ciudades de Judá: "Aquí está vuestro Dios" que llega
poderoso repartiendo salarios y recompensas; reunirá su rebaño y cuidará de él.
Ese es el anuncio que la Iglesia hace en Adviento: "La salvación está ya cerca
de sus fieles y la gloria habitará en nuestra tierra" (Sal. resp.). Viene Cristo, nuestro
consuelo, a limpiarnos de nuestras culpas: volveremos a la tierra prometida de la
gracia, donde nuestro Pastor nos apacentará. Estamos alegres y esperanzados,
cualesquiera que sean nuestros defectos y pecados, pues "la firmeza de la
esperanza no se apoya en la gracia ya obtenida, sino en el amor todopoderoso de
Dios y en su gran misericordia" (Santo Tomás).
2. Pero no basta la esperanza. Igual que Isaías, el Bautista clama al pueblo:
"Preparadle el camino al Señor, allanad sus senderos". Con tal fin "predicaba que se
convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados" (Ev.). Hemos
de preparar el camino del Señor hacia nuestra alma, llena de cosas inútiles y
perjudiciales, para que no nos suceda como a Herodes y a los doctores que sabían
donde nacería Cristo.
¿Y cómo nos prepararemos? Purificando el corazón de deseos terrenos,
vaciándolo de nuestro egoísmo por la penitencia, para dar lugar al Señor. De este
modo, El será nuestro huésped, nuestro dueño, y nada podrá turbarnos, porque
seremos verdaderamente libres. Cuando los intereses de Jesús sean los nuestros, y
nuestra ilusión sea cumplir la voluntad de Dios y servir al prójimo, entonces seremos
otros Cristo y podremos cooperar en su misión salvadora.
3. San Pedro (2ªlect.) nos recomienda: "esperad y apresurad la venida del
Señor". Y define el objeto de la esperanza: "confiad en la promesa del Señor,
esperemos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia". No es que el
fin de la Iglesia sea una paraíso terrenal justo, como muchos "profetas" de este
mundo nos han ofrecido, sino sobrenatural. Ansiamos un cielo nuevamente abierto a
nuestra esperanza, y tambien una tierra nueva en que impere la justicia así definida:
"Que Dios os encuentre en paz con El, inmaculados e irreprochables" (ib).
Una vida nueva, un mundo nuevo habrá, si cada uno está en paz con Dios,
sirviéndole a El y al prójimo. Ese estado se conserva y acrecienta mediante el
ejercicio continuo de pequeñas mortificaciones que moderen nuestros gustos,
aumenten la vida de piedad, mejoren el cumplimiento de nuestros deberes y el trato
con los demás. De este modo, nos prepararemos con fidelidad a recibir al Salvador:
"La fidelidad brota de la tierra y la justicia mira desde el cielo" (Sal. resp.).

2. GRACIA DE DIOS Y CORRESPONDENCIA HUMANA 102B2


1. El Profeta Isaías trae el consuelo de Dios para el pueblo elegido.
Recordando el itinerario milagroso que los israelitas recorrieron por el desierto del
Sinaí desde la esclavitud de Egipto hasta la posesión de la patria en Canaán, Isaías
habla de una nueva senda, un nuevo éxodo hacia una patria mejor (espiritual). En un
lenguaje cargado de símbolos, dice: "Una voz grita en el desierto: preparadle un
camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles
se levanten, que los montes y colinas se bajen, que lo torcido se enderece y lo
escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor...". En todas estas palabras se
encierra la promesa de una liberación espiritual a un nivel más profundo que aquella
liberación obrada en tiempos de Moisés. Se señala hacia la Redención que obrará
Jesucristo.
2. En la antesala de la vida pública de Jesús, otro gran profeta, Juan, dedica
una intensa actividad a la predicación de Israel. Su anuncio era la proximidad del
Reino (la inminente aparición en escena de Jesús de Nazareth, desconocido para la
gente); para recibir al Señor era precisa una labor previa de conversión, de confesión
de los pecados (que, en este caso, no formaba parte del Sacramento porque no
había una Iglesia que en nombre de Cristo absolviese los pecados confesados: se
trataba de un acto penitencial pero no del Sacramento cristiano). Por todas estas
razones, el
Evangelista le identifica con el prometido por Isaías: "Yo envío mi mensajero delante
de ti para que te prepare el camino. Una voz grita en el desierto: Preparadle el
camino al Señor, allanad su sendero". El Precursor "bautizaba en el desierto. Este
bautismo de Juan tampoco era el Sacramento de la Nueva Ley, pero lo
preanunciaba, disponía a su futura recepción.
3. "Yo os he bautizado con agua, pero El os bautizará con el Espíritu Santo".
En toda tarea de conversión hay un juego divino entre la gracia de Dios que mueve,
la voluntad que corresponde y un nuevo aumento de gracia. Es difícil, mejor dicho, es
un misterio saber donde interviene Dios y donde la libertad. De lo que podemos estar
ciertos es de que el Señor siempre nos ofrece una gracia primera. Por fuera, puede
valerse de cualquier medio: un libro, una conversión, un buen ejemplo, una tesitura
inesperada en la propia vida. Por dentro, puede moverse de mil modos. Si
correspondemos, acabará por hacerse una gran luz en nuestra alma y veremos con
claridad creciente cual es el camino al que el Señor nos invita personalmente.

3. PREPARAR EL CAMINO 102B3


1. "Caminante no hay camino, se hace el camino al andar". Así dice el
poeta (Machado). Los hombres intentamos abrirnos camino en la vida. Se estudia, se
hacen cursos de capacitación, se mira en la sección de ofertas y demandas de la
prensa, se buscan presentaciones. En definitiva, todos nos espabilamos para
encauzar la vida por un camino seguro. Y en el terreno espiritual, no podemos ser
menos interesados. Hay que encauzar la vida cristiana. Hay que abrir camino por
donde Dios pueda llegar a nosotros con más seguridad, y nosotros podamos vivir
mejor las exigencias de nuestra Fe. Si nos reunimos en la Casa de Dios para
participar en la Santa Misa, es porque tenemos fe viva. Pero nuestra Fe no puede
quedarse en una bonita teoría. La Fe está reclamando un serio compromiso, una
respuesta total a una llamada divina. Tengo que empeñarme en unificar mi vida
corriente con esa Fe que profeso. Mi actuación en el mundo ha de ser un reflejo de
mi trato con Dios. No podemos caer en lo que tanto criticamos porque nos repugna:
en el fariseísmo, en la hipocresía, en la mentira de unas apariencias. La sinceridad
ha de presidir nuestra conducta.
2. La voz de Juan suena como un trueno en la vida de hoy. "¡Preparad el
camino del Señor!" (Evangelio). El Señor quiere pasar cerca de nosotros, y lo
mínimo que podemos hacer, aunque no sea más que por educación, es no poner
obstáculos, no enredar, no cerrar puertas, no enquistarnos en el corazón de nuestro
egoísmo. Dios pasa, Dios, llama, Dios espera. Los hay que se tapan los hay que
buscan mil excusas para no dar un SI valiente y agradecido. Los hay que rehuyen
compromisos espirituales por simples respetos humanos, por cobardía, por apatía,
por falta de corazón.
Ya es algo no poner trabas. Pero el Precursor nos habla en un sentido
positivo, y nos dice: "Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense
los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso
se iguale". Podríamos resumir estos consejo del Bautista en una sencilla palabra que
encierra un gran virtud: ser humildes ¿Qué porvenir tienen los orgullosos, los
soberbios, los retorcidos de corazón? ¿Qué felicidad pueden esperar los indiferentes,
los agnósticos, los impuros, los descreídos, los perezosos, los injustos, los
rencorosos, los hipócritas, los desleales, los avariciosos, los envidiosos, los que viven
del odio y la venganza...? O allanamos nuestra vida poniendo orden en nuestra
conducta, o nos quedamos al margen en el camino de la salvación eterna.
3. Nada es imposible. En los hijos de Dios no cabe el desánimo. Vivimos de
esperanza. El Señor está empeñado, desde toda la eternidad, en nuestra
santificación. "Esta es nuestra confianza: que el que ha inaugurado entre vosotros
una empresa buena, la llevará adelante hasta el día de Cristo Jesús" (2ª Lect.).
Somos humanos, y por tanto quebradizos, pero con Dios lo podemos todo. Por eso,
llenos de fe gritamos con el Salmo responsorial: "Que el Señor cambien nuestra
suerte como los torrentes del Negueb, Los que sembraban con lágrimas, cosechan
con cantares". ¡Qué alegría el poder esperar! Dios está de nuestra parte. Dios
camina junto a nosotros. ¿No lo notamos? "Ten presencia de Dios y tendrás vida
sobrenatural". (Camino, n.278).

4. LA VOZ QUE CLAMA EN EL DESIERTO 102B4


1. Hablar de Dios con energía. Juan el Bautista es el prototipo del apóstol
que hoy necesita la Iglesia. "Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del
Señor, allanad sus senderos". (Evangelio). Al mundo de hoy le está pasando como a
la tierra que no tiene agua y vegetación: se desertiza, se empobrece, muere asfixiada
por el ardor del sol. El mundo de los hombres se está desertizando porque nos falta
espíritu, amor de Dios, inquietud espiritual, ideales altos que nos hagan elevar un
poco las intenciones. Hemos quemado mucha vegetación, mucha vida en nuestras
almas y en nuestras costumbres y nos estamos retorciendo en la sequedad de
nuestros corazones. No corre la gracia de Dios; hemos agotado las reservas y no
nos preocupa realizar sondeos nuevos. Y por eso anda la gente aburrida,
angustiada, desorientada, triste, como por un desierto que no tiene metas ni
alicientes, sino la aridez de la tierra muerta. En un desierto humano parecido
comenzó Juan a gritar: "Preparad el camino al Señor, allanad sus senderos". Fue
una llamada a la conversión que encendió en muchas almas la luz apagada de la
esperanza.
Hoy debemos gritar con valentía, con audacia, a todos los hombres, que la
solución a los problemas de la humanidad está en la vuelta a Dios. Este es el secreto
que a voces debemos propagar: "Un secreto. Un secreto a voces: estas crisis
mundiales son crisis de santos. Dios quiere un puñado de hombres suyos en cada
actividad humana. Después...pax Christi in regno Christi -la paz de Cristo en el reino
de Cristo-" (Camino n. 301).
La gente acudía a Juan el Bautista y confesaba sus pecados. Este es el fruto
de esa llamada generosa y urgente que tenemos que hacer a todos nuestros amigos:
necesitamos confesar para allanar el terreno y hacer posible el paso de Dios cerca
de nosotros. Necesitamos el sacrificio del cuerpo y del espíritu para eliminar de
nosotros las impurezas del pecado y dejar que brote la fe limpia y la caridad. Hay que
sembrar la palabra a manos llenas en una tierra seca que hemos de regar con
nuestra oración y nuestra mortificación. "Queremos recordar a toda la Iglesia que la
evangelización sigue siendo su principal deber cuyas líneas maestras condensó
nuestro predecesor, Pablo VI, en un documento memorable. Animada por la fe,
alimentada por la caridad y sostenida por el alimento celestial de la Eucaristía, la
Iglesia debe estudiar todos los caminos, procurarse todos los medios, oportuna e
inoportunamente (2 Tim. 4, 2), para sembrar la palabra, proclamar el mensaje,
anunciar la salvación que infunde en el alma la inquietud de la búsqueda por la
verdad y la sostiene con la ayuda de lo alto en esta búsqueda. Si todos los hijos de la
Iglesia fueran misioneros incansables del Evangelio brotaría una nueva floración de
santidad y de renovación en este mundo sediento de amor y de verdad". (Juan Pablo
I, Primer mensaje).
2. Confiad en las promesas del Señor. San Pedro dice que "nosotros,
confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nueva y una tierra nueva, en
que habite la justicia" (2ª lect.). Luchamos hoy por una renovación que haga de todos
los hombres una humanidad más justa, pero no olvidemos que esto es obra de Dios
y depende de nuestra fidelidad a El.

5. INVITADOS A CONVERSION 102B5


1. Prepararse para algo. "El hombre, en su vida, se prepara constantemente
para algo. La mamá se prepara para traer al mundo al niño y provee para él las
diversas cosas necesarias, desde el cochecito a los pañales; el muchacho y la
muchacha, desde que comienzan a frecuentar la escuela, saben que necesitan
preparar cada día sus lecciones. Tambien los maestros deben prepararse para poder
darlas bien. El estudiante se prepara para los exámenes. Los novios se preparan
para el matrimonio. El seminarista se prepara para la ordenación sacerdotal. Un
deportista se prepara para sus competiciones. Un cirujano, para la operación. Y el
hombre gravemente enfermo se prepara para la muerte" (Juan Pablo II). Tiempo de
Adviento: conversión, purificación, renovación.
2. Sentir la urgencia de cambiar. Hoy surge en la liturgia con voces del
Antiguo Testamento en los labios, la figura recia del Bautista, el que tiene que
preparar la ya inmediata venida del Señor: "Preparadle el camino al Señor, allanad
sus senderos" (Ev.). "Que los valles se levantes, que los montes y colinas se abajen,
que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale" (1ª lect.). Juan invita al pueblo a
la penitencia. ¿Qué hay en nosotros de torcido que debe ser enderezado?, ¿qué
está de sobra y merece ser allanado?, ¿qué nos falta y necesita ser llenado?
3. Nos espera en la Confesión. Tras un atento examen, no dilatemos la
invitación que hoy se nos hace a acudir al sacramento de la Penitencia con
preparación para la Navidad. El es paciente: "tiene mucha paciencia con vosotros,
porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan" (2ª lec.). Pero
nos urge. Ese Jesús que va a nacer, es el que viene a perdonar. "Comprometeos a
vivir en gracia", decía Juan Pablo II en una homilía a universitarios. La Confesión,
gran medio para vivir en gracia; la Confesión, único remedio para recuperarla.

6. AL ENCUENTRO DE DIOS 102B6


1. "Consolad, consolad a mi pueblo.. " (Is 40,1)
Pueblo desterrado que gemía junto a los ríos de Babilonia, colgadas las
cítaras en los sauces, mudas las viejas y alegres canciones patrias. Años de exilio
después de una terrible invasión que asoló la tierra, el venerado templo de la Ciudad
Santa convertida en un montón de escombros y cenizas. EI rey y los nobles fueron
torturados y ejecutados en su mayoría, mientras que la gente sencilla era conducida,
como animales en manadas, hacia nuevas tierras que labrar en provecho de los
vencedores.
Pero Dios no abandonó a su pueblo, a pesar de aquel tremendo castigo
infligido a sus maldades. En medio del destierro resonó otra vez el canto de la
consolación, con el que se vislumbra y promete un nuevo éxodo hacia la tierra
prometida, en el que el Señor se pondría al frente de su pueblo para guiarlo lo mismo
que el buen pastor guía a su rebaño, para conducirlo seguro y alegre a la tierra
soñada de la leche y la miel.
2. La tierra nueva. "El Señor no tarda en cumplir su promesa como creen
algunos" (2 Pet 3, 9).
Los temas de la espera siguen aflorando en la liturgia de Adviento. Hoy nos
recuerda la Iglesia que el retraso de Dios es tan sólo aparente. No perdáis de vista
una cosa, nos dice: para el Señor un día es como mil años y mil años como un día.
Es decir, Dios está por encima del tiempo. Él posee toda la eternidad para cumplir su
promesa. Pero tiene mucha paciencia y no quiere que nadie perezca, sino que todos
se salven por medio de una auténtica conversión, un verdadero cambio de vida.
El día del Señor llegará como un ladrón. Y el ladrón llega cuando menos se le
espera, de noche, a escondidas. Dios ha querido que sea así para que vivamos
siempre en actitud de Adviento, de espera, en postura de vigilancia, con la ansiedad
y el anhelo de quien aguarda la llegada de la persona amada, con el cuidado del que
sabe que de un momento a otro puede finalizar todo.
3. Convertíos. "Una voz grita en el desierto.. " (Mc 1, 3).
El mensaje del Bautista vale también hoy. La Iglesia, al llegar el Adviento, lo
actualiza con vigor, con la misma urgencia: "Convertíos porque está cerca el Reino
de los Cielos... Preparad el camino del Señor, allanad su sendero". Sí, también
hoy es preciso que cambiemos de conducta, también hoy es necesaria una profunda
conversión: Arrepentirnos de nuestras faltas y pecados, confesarnos humildemente
ante el ministro del perdón de Dios, y emprender una nueva vida de santidad y
justicia.
El Bautista apoya sus palabras con el testimonio de su vida. Su misma
conducta austera y penitente es ya un clamor de urgencia que ha de resonar en
nuestro interior de hombres aburguesados, callados muchas veces por el respeto
humano y por la cobardía de no querer complicarnos la vida: "Ya toca el hacha la
base de los árboles, y el árbol que no da fruto será talado y arrojado al fuego".
Reflexionemos en la presencia de Dios, imploremos su ayuda para rectificar y
recibirle como Él se merece.

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103 DOMINGO III ADVIENTO

Ciclo B: 103B

Is. 61, 1-2a.10-11: "desbordo de gozo y me alegro"


I Tess. 5, 16-24: "estad siempre alegres"
Juan 1,6-8.19-28: "uno que no conocéis..."

Sentido positivo. Optimismo cristiano

1. LA BUENA NOTICIA 103B1


"Me ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren..." (Is 61,1). Dios
Padre se compadeció del sufrimiento de sus criaturas y quiso consolarlas, aliviarlas
por medio de su Hijo Unigénito. Para eso vino Jesucristo, el Verbo de Dios hecho
hombre, hasta nuestra tierra. Con Él llegó la paz y la alegría para cuantos gimen y
lloran en este valle de lágrimas. Con Él nos llega, en efecto, el perdón divino, el
tesoro inapreciable de la Redención.
No obstante, para alcanzar el fruto de su salvación es preciso que preparemos
el corazón, mediante la oración y la penitencia. Suplicar una y otra vez, con mucha
humildad y gran confianza que Dios tenga misericordia de nosotros y perdone
nuestros pecados. También hay que mortificar nuestros sentidos para quedar
purificados. Hemos de expiar por medio de la penitencia. Sólo así podremos recibir
adecuadamente y con fruto la llegada inminente del Señor.
2. Siempre
"Estad siempre alegres. Sed constantes en orar"(1 Ts. 5,16) 5,16)
Siempre quiere decir siempre. Alegres de modo continuo, pase lo que pase. Y
como una fórmula mágica que lo haga posible, nos dice a renglón seguido San
Pablo: "Sed constantes en orar...". Dios es nuestro Padre. Si recurrimos a Él con fe,
si le buscamos con la confianza de un niño, si no dudamos de su amor infinito y de
su poder ilimitado, entonces todas nuestras penas se convertirán en gozo, en la
alegría de los hijos de Dios.
Dad en todo gracias al Señor, nos dice a continuación el Apóstol. Son tantos y
tan grandes los beneficios que cada uno recibimos que tenemos motivos más que
suficientes para estar hondamente agradecidos al Señor, también por esos favores
que nosotros ignoramos, o esos otros que por tenerlos hace tiempo no los
apreciamos. Y que esa gratitud lleve consigo una justa correspondencia, que
tengamos siempre vivo el deseo de dar a Dios una prueba de gratitud, por medio de
una entrega más generosa por amor suyo.
3. Testigos de la luz
"No era él la luz, sino testigo de la luz" (Jn 1, 8)
La liturgia sigue presentando ante nuestra mirada la figura austera de Juan
Bautista, el hombre enviado por Dios para preparar a los que esperan al Mesías,
para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran a la fe. Sus palabras son
recias y claras, avaladas por su conducta intachable. Y como él, también nosotros los
cristianos hemos de vivir con todas sus consecuencias lo que nuestras palabras,
como testigos dé Cristo, han de proclamar.
Las respuestas del Bautista están llenas de sinceridad y de sencillez. Él no es
un profeta, ni tampoco Elías. Él es simplemente la voz que clama en el desierto; el
heraldo del Rey mesiánico que se aproxima, el adelantado que prepara los caminos
de un retorno, un nuevo éxodo hacia la Tierra prometida: Las palabras de Juan
Bautista son una lección de humildad y de verdad. Él confesó sin reservas quién era
y quién no era, supo andar en verdad, que en eso consiste precisamente la
humildad.

2. LUZ Y TINIEBLAS 103B2


1. Alegres, Jesús esta cerca. Los textos litúrgicos de este domingo insisten
en la alegría, ese don que es patrimonio de los cristianos. "Estad siempre alegres (2ª
lect.). Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios, (1ª lect.). En medio
de este tiempo de penitencia, de dolor de los pecados, de purificación, no olvidemos
que el Señor está cerca, que Jesús es el Enmanuel: Dios que viene a estar con
nosotros. El no nos abandona, siempre cumple sus promesas. Esperanza.
2. El Señor, viene a iluminar a los hombres. Juan Bautista vino a dar
testimonio de la luz (Ev.). Jesús es "la luz verdadera que alumbra a todo hombre (Jn.
1,9). Jesús es la única luz del mundo; fuera de El todo son tinieblas. Jesús es "el
Camino, la Verdad y la Vida" (Jn.14,6); el camino que debe recorrer el hombre para
no desorientarse, la verdad que debe iluminar el entendimiento, la vida que merece
la pena vivirse. No es difícil constatar, también hoy día, como muchas veces los
pueblos andan en la oscuridad por haber vuelto las espaldas a Dios. guerras,
injusticias, legislaciones que atacan los más sagrados derechos del hombre. Y lo
mismo en el ámbito familiar o de las relaciones sociales; falta luz"
3. Darle a conocer. "En medio de vosotros hay uno que no conocéis (Ev.).
Una cosa nos debe doler sin quitarnos el optimismo: que muchos no conocen al
Salvador, a Jesús que nace en Belén. La Natividad nos recuerda que los cristianos
hemos de ser luz del mundo (cfr.Mt.5,14), transmisores de la luz que hemos recibido
en el Evangelio. Las gentes preguntaban al precursor: "¿qué es lo que debemos,
pues, hacer?" (Lc.3,10). Ahora son tambien muchos los que no saben en realidad
qué hacer. La respuesta es Jesucristo. Démosle a conocer con nuestro ejemplo y
con nuestra palabra. Seamos luz para los que nos rodean, y aumentará nuestra
alegría. Sin olvidar que el mundo será mejor si nosotros somos mejores.

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104 DOMINGO IV ADVIENTO

Ciclo B: 104B
I Sam.7,1-5.8b-12.14-16: "tu trono durará por siempre"
Rom. 16, 25-27: "Cristo, revelación del misterio"
Lucas 1, 26-38: "el trono de David..."

PLAN REDENTOR de nuestro Dios y su larga y amorosa


preparación (CT, n. 30)

DIOS ENALTECEDOR (FDCI. pp. 93-94 PALABRA Nº 348

1. LA GLORIA SOLO A DIOS 104B1


1. "Yo te saqué de los apriscos, de andar entre las ovejas para que fueras jefe
de mi pueblo Israel" (2 S 7, 8).
David no era más que un muchacho, el menor de sus hermanos, el zagal que
acompañaba a los pastores de los rebaños de su padre. Cuando Samuel recibió la
orden de ungir a un nuevo rey, no se pudo imaginar que el elegido sería aquel
imberbe cuya única arma era una honda. El Señor quiso demostrar una vez más que
Él no mira a las apariencias sino al corazón. Por otra parte, con esa elección
inesperada nos enseña que en definitiva es Él quien vence y triunfa por su elegido.
Por eso Natán, después de muchos años, le recuerda al rey David lo humilde
de sus orígenes. Con ello previene al monarca contra el orgullo y la soberbia, le
exhorta a no presumir de nada, pues todo lo que tiene lo ha recibido del Señor... Una
lección importante que cada uno de nosotros hemos de aprender. Por que en
muchas ocasiones el éxito se nos sube a la cabeza. Presumimos como si el mérito
fuera nuestro.
2. Misterio en la noche. "Revelación del misterio mantenido en secreto
durante siglos eternos y manifestado ahora.. " (Rm 16, 25).
Al principio de la Historia, cuando Adán se reveló contra los planes de Dios,
entonces ya se habló del Misterio: Un descendiente de la mujer nacería sobre la
tierra y con fortaleza sobrehumana vencería al temible enemigo de todos los tiempos,
la serpiente maligna que sedujo a la desdichada Eva.
Una noche cualquiera, cuando los hombres dormían su primer sueño, cuando
el silencio era más hondo, el cielo se abrió y la luz divina llenó con su esplendor el
rincón escondido de una gruta de Belén. Había venido el Esperado, había llegado el
Rey, había nacido el Salvador. El Misterio se había revelado. De improviso la noche
había roto su silencio y las tinieblas habían sido invadidas por la más intensa y fuerte
luz. Dios mismo, un niño de pecho, había nacido de una Virgen.
3. El rezo del ángelus. "A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por
Dios.. " (Lc 1, 26).
Los hebreos habían imaginado de muchas formas la llegada del Mesías.
Nadie había imaginado que su venida ocurriría en el silencio y en el anonimato. Toda
la grandeza y el esplendor de la Encarnación permanecieron velados en el seno
inmaculado de María.
Fue uno de los momentos cruciales de la Historia, un hecho que constituye
una verdad fundamental de nuestra fe... El nuevo Pueblo de Dios la gente sencilla y
buena ha comprendido la trascendencia de ese momento y lo ha plasmado en una
devoción multisecular, que aún hoy sigue vigente entre nosotros: el rezo del Angelus.
Un breve alto en el camino de cada jornada, para recordar y agradecer vivamente
que el Hijo de Dios se haya hecho hombre y esté cerca de todos nosotros.

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200 NAVIDAD

JESUCRISTO, centro de toda la economía de la


SALVACION (DCG. n. 52).

Teología de la ENCARNACION

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Misa de la VIGILIA: 200A

Isaías 62, 1-5: "la autora...la antorcha"


Hechos 13,16-17; 22-24: "sacó Dios un Salvador"
Mateo 1-25: "Genealogía de Jesucristo"

PVE. cap. 8: Como uno más;


Por su ENCARNACION, Cristo une al hombre con Dios.

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Misa de MEDIANOCHE: 200B

Isaías 9, 2-7: "una luz grande...Un niños nos ha


nacido"
Tito 2, 11-14: "ha aparecido la gracia de Dios"
Lucas 2, 1-14: "os ha nacido un Salvador"

Un testimonio al AMOR DEL PADRE (EN. n. 26)


ENCARNACION DEL HIJO DE DIOS (CT. n. 30)

1. UN CANTO DE FE 200B1
1. Canto de fe. "Cantad al Señor un cántico nuevo, cantad al Señor toda la
tierra; cantad al Señor, bendecid su nombre" (Salmo respons.).
Después del largo camino de Adviento, María y José, a quienes hemos
acompañado en su viaje, llegan a Belén. Nosotros nos unimos a los pastores para
acoger al Señor en esta Nochebuena.
Los ángeles anuncian: "No temáis, os traigo la buena noticia, la gran alegría
para todo el pueblo. Os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor" (Evangelio). En
este Niño hemos de descubrir el rostro auténtico de Dios.
"No temáis", nos recomiendan los ángeles, para que recibamos a nuestro
Salvador. ¿Por qué cantamos; por qué bendecimos?. Porque sabemos que quien se
acerca a nosotros en Belén es Dios que nos ama, Dios que nos perdona, Dios que
quiere tener sus delicias "en estar con los hijos de los hombres".
"Dios ha obrado hoy tres milagros: el primero que se ha hecho hombre; el
segundo, que una Virgen haya dado a luz; el tercer, que el corazón del hombre haya
creído" (Santo Tomás). Cantamos y bendecimos para que este tercer milagro,
nuestro acto de fe, se obre tambien en nosotros: "Piensa siempre en esta cosas y
encuentra en ellas un continua alegría; empéñate en corresponder con amor a Aquel
que, de tantos modos, te manifiesta su Amor" (San Bernardo).
2. Canto de alegría. Recibimos al Niño en el silencio de la noche. Estos días
traen a nuestro ánimo acontecimiento de la infancia, de la intimidad de la familia que
nos dio la vida, de la familia en la que hemos descubierto a Dios, recuerdos que nos
ayudan a tratar al niño, no como a un extraño, sino como a alguien verdaderamente
de nuestra propia familia.
Nuestro acto de fe, nuestro deseo de entrar en el misterio de este nacimiento
del Hijo de Dios en la tierra, nos lleva a preparar su venida, para que no nos suceda
como a los habitantes de Belén, que no ofrecieron un lugar para la Sagrada Familia y
obligaron a Cristo a nacer en un pesebre.
3. Preparación. Los pastores nos dan ejemplo de cómo hemos de
prepararnos. También en la noche velaban sobre sus rebaños; cumplían su deber de
servicio y de trabajo. Pastores de hoy somos cada uno de nosotros cuando,
entregados al trabajo, al servicio de nuestros conciudadanos, convertimos ese
trabajo en oración y transformamos todo servicio a los hombres en alabanza y gloria
de Dios.
Las campanas de Gloria nos anuncian que la Nochebuena no es una escena
de siglos atrás. Al rememorar que el Señor ha nacido de la carne en el portal de
Belén comprendemos que vuelve ahora a buscar un lugar, no en Belén, sino en
nuestra alma, y viene acompañado de María y de José. Recibámosle; pidamos
perdón por nuestros pecados, por nuestras negaciones de su Nombre, por el
desinterés hacia El que tantas veces manifestamos, por no haber rechazado en
nosotros la "impiedad, por haber vivido impíamente" (2ª lect.).

2. EN LA LUZ DE BELEN 200B2


1. Luz en medio de tinieblas. Leemos esta noche: "El pueblo que caminaba
en tinieblas vio una gran luz" (1ª
lect.). ¿Qué significa Belén para el hombres? Pensemos en alguien perdido en medio
de la noche, totalmente desorientado, avanzando con dificultad en medio de una
foresta. Por todas partes tinieblas. Pronto aflora el temor, y luego, la angustia. Pero,
de improviso, se divisa una luz en medio de la oscuridad, y el corazón se llena de
esperanza, de alegría, de paz. La luz implica una ayuda, orientación, el final del
temor, seguridad. Pues la humanidad ha caminado siempre en tinieblas. Israel -por
ser el pueblo de Dios- tuvo una pequeña luz en los patriarcas y los profetas para
orientarse. Los gentiles gozaron de la capacidad de rastrear algo de la divinidad en
las criaturas y pudieron marchar como palpando en la oscuridad (cfr. Hech.17,27,
San Pablo en el Aerópago). De todas formas siempre ha sido un caminar en
penumbras. Y, de repente, un foco de luz se enciende en Belén: "¡el pueblo que
andaba en tinieblas vio una luz grande!"
2. Acudir a esa luminosidad. San Juan nos dice de Cristo: "En Él estaba la
vida y la vida era la luz de los hombres. Y esta luz resplandece en las tinieblas"
(Jn.1,4-5). Y en seguida "era la luz verdadera que alumbra a todo hombre que viene
al mundo" (Ibidem,9). Lejos del Señor, la vida del hombre es con frecuencia
ignorancia, error, pecado. La experiencia nos lo demuestra continuamente en la vida
de las personas individuales y de los pueblos. Cerca de Cristo tenemos la seguridad
de caminar bien, de llevar una conducta justa. Acerquémonos de verdad a la luz de
Belén; dejémonos iluminar por la gracia y la doctrina salvadora de Jesús; vayamos
presurosos, como los pastores -aquellos hombres sencillos que fueron los primeros
invitados a salir de la penumbra y entrar en la luz- al Portal de Belén. En Cristo, en la
Iglesia, encontramos la respuesta a los interrogantes más acuciantes que se
plantean al hombre: sentido de la vida, del dolor, del mal y de la muerte. En Cristo,
en la Iglesia, hallamos seguridad, esperanza, perdón de los pecados, garantía de
obrar con rectitud.
3. Ser luz para los demás. A la vez que nos encaminamos decididos a
Belén, dispuestos a que la luz de Cristo guíe todos los pasos de nuestra vida, no
podemos olvidar que los cristianos somos también "la luz del mundo, la sal de la
tierra", y que es misión nuestra brillar de modo que, por nuestra obras, muchos
glorifiquen a Dios. (Mt.5,13-16). Es tarea nuestra encaminar a muchos, con el
ejemplo y la palabra, a ese gran foco de luz que se enciende en el establo de Belén,
a Cristo. Ser luz para llevar a la luz. Dice el ángel a los pastores: "No temáis, os
traigo una buena noticia, la gran alegría para todo el pueblo" (Ev.). Encontrar a Cristo
es hallar la alegría. Acercar a los hombres a Cristo es llevarlos a la auténtica alegría;
es darles la buena nueva de que es posible vivir en la familiaridad con Dios, de que
está al alcance nuestro vivir como hijos de Dios. Noche Buena, noche clara y alegre
para nosotros, y, a través de nosotros, para todo el mundo.

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Misa de la AURORA: 200C

Isaías 62, 11-12: "Mira a tu Salvador que llega"


Tito 3, 4-7: "Ha aparecido la Bondad...Su Amor..."
Lucas, 2, 15-20: "lo que había visto y oído"

Centro del MENSAJE: La SALVACION EN JESUCRISTO (EN.n.27)

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Misa del DIA: 200D
Isaías 52, 7-19: "ven cara a cara al Señor"
Hebreos 1, 1-6: "nos ha hablado por el Hijo"
Juan, 1, 1-18: "y la Palabra se hizo carne"

JESUCRISTO, verdadero hombre y verdadero Dios, existente en la


unidad de la Palabra Divina (DCG. n.53)
DIOS REDENTOR (FDCI. p. 97).

1. LA PALABRA SE HIZO CARNE 200D


1. Dios viene a nosotros. Dios ha hablado de modos diversos al hombre. Se
nos manifiesta a través de la obra creadora: toda la belleza del Universo es un canto
de gloria al Señor. Se nos ha revelado de una manera más íntima en la preparación
de la venida del Mesías, hablándonos por medio de los patriarcas y los profetas (2ª
lect.): los libros del Antiguo Testamento son verdaderamente palabra de Dios. Pero la
revelación por excelencia de Dios al género humano es la encarnación de la segunda
persona de la Santísima Trinidad. Cristo es la palabra definitiva de Dios al hombre. El
niño que nace en Belén es la imagen perfecta del Padre, idéntico al Padre, eterno; la
Palabra como le llama San Juan (Ev.), "que era Dios" y se ha hecho hombre: "se hizo
carne y acampó entre nosotros" (ibidem). El mismo Dios asume nuestra naturaleza
humana, nace, vive entre nosotros, y nos habla. Agradecimiento y propósitos de
escuchar a Cristo.
2. Humildad del Señor. Jesús no nace en un palacio ni aparece con signos
de majestad. Dios viene a nosotros en la humildad de un establo y en la pequeñez de
un niño. Necesitamos los hombres una lección definitiva que humille nuestra
soberbia, y ahí está: se llama Belén. Dios se hace como un esclavo para nosotros; se
ocultan su majestad y su gloria; el que no cabe en el universo, porque es
infinitamente más grande, yace en un pesebre, nace peregrino, conoce el hambre y
el frío del invierno. Hoy es un día para hacer propósitos. Más de una vez habremos
sentido la tentación de ser como dioses, nos hemos creído el centro del mundo y
hemos tratado a los demás con desprecio; quizá hemos buscado la estima ajena por
encima de todo, o hemos reaccionado con orgullo al comprobar nuestros fallos. Hoy
estamos invitados a acercarnos a Belén, a adorar, con la humildad de los pastores; a
pedir perdón por nuestras vanidades, y a hacer propósitos de humildad.
3. Entregarnos a Él. Cuenta el Evangelio: "no hubo lugar para ellos en la
posada" (Lc.2,7). Pudiera ocurrir que tampoco Jesús encontrara en nuestros
corazones un lugar donde nacer espiritualmente. Quiere el Señor que nazcamos a
una nueva vida y vivamos en ella: vida de hijos de Dios, vida santa, vida compartida
con Él, unidos a su persona como el sarmiento a la vid. Abramos de par en par el
alma a Cristo. Dejemos que penetre en nuestra existencia y sea guía de todos
nuestros pasos, meta de todas nuestra ilusiones, objeto de todos nuestros afectos. Y
no nos presentaremos con las manos vacías ante Él. Los pastores llevarían a la
gruta sus humildes presentes. Juan Pablo II nos invita en una Nochebuena a
responder al don más grande que se puede hacer al hombre -Dios mismo
encarnado- con nuestros dones: "¿Tenéis consciencia de ese don? ¿Estáis
dispuestos a corresponder con el don al don?" Dios siempre espera una respuesta.
Propósitos de entrega.

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201 DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA
Ecle.3,3-7.14-17a:"honra a tu padre...respeta a tu madre"
Colos. 3, 12-21: "mujeres...maridos...hijos...padres..."
Mat.2,13-15.19-23:"coge al Niño y a su Madre..."
Lucas 2, 22-40: "los padres de Jesús lo encontraron..."
RF. M. cap 8: La FAMILIA y su modelo
FDCI. pp. 193-198

Ciclo B: 201B

1. SAGRADA FAMILIA 201B1


1. Vamos a ceñirnos al texto evangélico del que se pueden extraer
innumerables enseñanzas para la familia cristiana. "Cuando llegó el tiempo de la
purificación de María según la ley de Moisés, llevaron a Jesús a Jerusalén para
presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor ("todo primogénito
varón será consagrado al Señor"). María y José habían recibido con alegría al Niño,
que era Dios. Se apresuran a ofrecerlo al mismo Dios. Con ello demuestran unas
disposiciones internas que son modelo para todos los padres cristianos. Cuando Dios
bendice un hogar en la venida de un hijo, la alegría de los padres es natural y santa.
Pero deben recordar que, sobre todo una vez bautizado, ese pequeñín es, con
mucha más propiedad, hijo de Dios que no de ellos.. Los padres cumplen una
función vicaria del mismo Dios, mientras los hijos no son capaces de valerse por sí
mismos.
2. Una consecuencia de todo esto es la responsabilidad paterna y materna:
tienen que cuidar de un hijo de Dios como lo hicieron María y José con el Hijo de
Dios. Los padres no son propietarios de sus hijos, sino que los reciben de Dios, como
una muestra de confianza, para que los eduquen y preparen para que el día de
mañana cumplan con la misión que Dios les tiene preparada. Por otra parte, como
aspecto de esa misma responsabilidad, los padres no pueden prescindir o
desentenderse de ese cuidado y de esa educación de su prole.
Cualquier poder más amplio (el Estado, por ejemplo) no puede suplantar ese deber
primario de los padres, que al mismo tiempo es derecho inalienable (como
reiteradas veces ha señalado la Iglesia). En todo los que se refiere, de modo
especial, a la educación religiosa de los hijos (que es preparación para que cada hijo
encuentre su propia vocación divina a la santidad), nadie puede arrebatar o debilitar
ese derecho paterno. Y obligación de los padres es la reclamación de ese derecho si
es injustamente inculcado, por mucha razones sociológicas que se aduzcan, que
necesariamente son falsas si llevan a una conducta contraria a la ley divino-natural y
divino-positiva.
3. En el Templo, Simeón, después de tomar al Niño en sus brazos, bendijo a
María y a José. Dirigiéndose a su Madre, profetizó desde lejos el Calvario en que
moriría Jesús para redimir al mundo. Y tambien profetizó el dolor de María: "Y a ti
una espada te traspasará el alma". La Virgen supo desde el principio los designios
que Dios tenía para su Hijo, y los acepto con rendida entrega. En esto los padres
cristianos, vicarios de Dios en la educación de los hijos, no propietarios, defensores
de sus derechos relativos a la patria potestad frente a cualquier atentado extraño,
han de estar dispuestos igualmente a aceptar el camino que el Señor quiere para
cada hijo. Sería un gran pecado obstaculizar los planes de Dios; y una gran gloria, en
cambio, haber sido fieles instrumentos de Dios facilitando la vocación peculiar de
cada hijo: "El Niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabiduría; y la
gracia de Dios lo acompañaba".
2. DEFENDER LA FAMILIA 201B2
1. La familia de Jesús. Es importante que reflexionemos en torno a este
hecho: El Mesías quiso empezar su tarea redentora desde el seno de una familia
sencilla, normal. Lo primero que santifica Jesucristo con su presencia es un hogar
donde se respira un espíritu de auténtica familia. Entre José y María había cariño
santo, espíritu de servicio, comprensión, total entrega, absoluta fidelidad, un vínculo
indisoluble que les hacía emprender juntos un camino sin retroceso, mucha visión
sobrenatural, y ganas de hacerse la vida feliz. Así es la familia de Jesucristo:
sagrada, santa, ejemplar,, modelo de virtudes humanas, dispuesta a cumplir con
exactitud la voluntad de Dios. José y María, junto con el Niño, son los auténticos
bienaventurados, porque han confiado en el Señor y han levantado su casa sobre la
roca firme de la Palabra divina. Un hogar cristiano debe ser esto: un lugar donde
quepa Dios y pueda estar en el centro de ese amor sincero que todos se tienen.
"Nazareth es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la
escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí aprendemos a
preservar, a escuchar, a meditar, penetrar en el sentido profundo y misterioso de
esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los
hombres. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar esta
vida" (Pablo VI, Aloc. en Nazareth, 5 de enero de 1964; Cf. 2ª lect. del Oficio de
hoy). Es la normalidad del ambiente del hogar de Nazareth donde aprendemos a ser
normales y a santificar las cosas pequeñas.
2. Defender la familia. Es hora de luchar por la familia defendiéndola de
todos aquellos que pretenden sembrar en su seno la semilla de la desintegración. Es
la hora de la fidelidad para no permitir la destrucción de una institución divina que
garantiza el cariño y la educación del hombre desde que nace. "La lucha por la
familia ha comenzado. Las diversas concepciones sobre la familia se oponen
radicalmente. Vale la pena participar en esta lucha; sacrificarse, aunque sea mucho,
para que se mantenga el valor de la familia. La fidelidad matrimonial tiene que
recuperar el valor que siempre ha tenido. El perfeccionamiento interior y exterior del
matrimonio sólo es posible cuando tanto el hombre como la mujer se sienten
protegido por la seguridad mutua. Esa seguridad consiste en que cada uno sabe
perfectamente que
el otro me quiere, no busca su propio interés, quiere protegerme. Tal seguridad sólo
se consigue con la fidelidad mutua. Sólo puedo confiar en el otro si me es
verdaderamente fiel". (Cardenal Franz Köening, 23 de febrero de 1977).
El amor y el respeto mutuo hacen posible la paz y la armonía en el hogar.
Comprensión y delicadeza, mansedumbre y autoridad, obediencia y gratitud, perdón
y humildad, preocupación por los hijos y por los padres, unión entre los hermanos.
"Que la paz de Cristo actúe de árbitro en vuestros corazones" (2ª Lect.). Que todos
seamos familia.

3. ESCUELA DE VIRTUDES 201B3


1. Curar el cáncer con cataplasmas. ¿Quién pensará en tal "solución"?.
Hace mucho tiempo que se viene hablando de los males que aquejan a nuestra
sociedad, por otra parte evidentes. Crisis. Crisis de autoridad. Rebeldía.
Contestación estéril. Desorientación. Tedio. Drogas. Violencia. Desesperanza. Pero
suelen fallar los diagnósticos y las "soluciones" no solucionan nada, porque son
cataplasmas que no actúan sobre las células dañadas. La sociedad es un tejido de
células: las familias. Quizás el mal de la sociedad no es más que el reflejo de la crisis
familiar. Una familia atacada en sus pilares fundamentales: estabilidad (divorcio) o
fecundidad (anticonceptivos). La familia acosada por la pornografía, por modas
corrosivas, por un ridiculizar el valor de los compromisos definitivos.
2. Urge mirar a la Sagrada Familia. Unos jóvenes esposos suben a
Jerusalén con un Niño recién nacido. Con su jaula de tórtolas en la mano, no se
distinguen entre la multitud (Ev.). Ese es el modelo en que debe mirarse toda familia
cristiana.
Nazaret significa alegría, paz unión, delicadeza, sacrificio gustoso, amor. Cristo es el
centro de aquel hogar; el primer hogar cristiano.
3. La familia cristiana, escuela de virtudes. Cristo, todavía pequeño, en
cuanto hombre "iba creciendo y robusteciéndose" (Ev.). Los hijos deben nacer,
crecer y fortalecerse en una familia que sea de verdad escuela de virtudes cristianas.
De ellas nos habla San Pablo (2ª lect.): misericordia, benignidad, humildad, modestia,
perdón mutuo, obediencia, respeta, agradecimiento, paz. Y sobre todo, caridad.
Amor sacrificado. "Para poder vivir una vida gozosa de familia se requieren
sacrificios, tanto por parte de los padres como de los hijos. Cada miembro debe
convertirse de modo especial en siervo de los otros, compartiendo sus cargas"
(Juan Pablo II). Así puede edificarse una sociedad rebosante de salud.

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202 II DOMINGO DESPUES DE NAVIDAD

Ciclo A: 202A

Ecle.24,1-4.12-16: "me creó... y no cesaré jamás..."


Ef. 1, 3-6. 15-18: "nos bendijo en Cristo"
Juan 1, 1-18: "lleno de gracia y de verdad"

CRISTO CABEZA Y SACERDOTE (FDCI.p.102-n.24- y 104-n.32-


1. DIVINIDAD DE JESUCRISTO 2O2A1
1. En el Antiguo Testamento aparece con frecuencia la
Sabiduría de Dios con atributos personales, como si se tratase de una persona. A la
luz de la Revelación plena del Nuevo Testamento, podemos ver en la Sabiduría una
referencia a la Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Por la Sabiduría el
universo fue creado. La Sabiduría gobernará el pueblo santo de Israel: "Entonces el
Creador del Universo me ordenó, el Creador estableció mi morada: -Habita en Jacob,
sea Israel tu heredad". La Sabiduría echará "raíces en un pueblo glorioso, en la
porción del Señor, en su heredad".
2. San Juan habla expresamente de la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad. En el prólogo de su Evangelio la llama Palabra (Logos, Verbo). De un modo
análogo a como en la palabra humana se encierra lo conocido parcialmente por el
hombre, en la Palabra divina se encierra todo el conocer divino, toda la Ciencia
divina, toda la Sabiduría divina, que por ser una totalidad es única y subsistente: la
Palabra divina (en la que el Padre se dice a Sí mismo y a todas las cosas) es
Persona. Es la Persona del Hijo; llamado Hijo porque la concepción interior de la
palabra es como una copia de lo conocido, y el Padre al decirse a Sí mismo, se dice
con tal perfección que la Palabra tiene su misma naturaleza, es Palabra
consubstancial al Padre, Hijo del Padre.
3. San Juan habla de la Encarnación con esta expresión profundísima: "La
Palabra se hizo carne". La Encarnación del Verbo es el acercamiento más íntimo y
perfecto de Dios a los hombres. En la Persona de Jesús adoramos al mismo Dios,
porque es el Verbo (la Palabra, el Logos, el Hijo) quien es sujeto de ese alma de
Cristo, de ese Cuerpo, de esas palabras suyas, de esos gestos... La humanidad de
Cristo es perfecta, su condición humana es en todo, menos en el pecado, semejante
a la nuestra: pero subsiste en una Persona divina. Podemos decir, con propiedad,
que Cristo es Perfecto Hombre y Perfecto Dios. Nuestra inteligencia no puede agotar
la hondura de esa realidad sobrenatural del Verbo Encarnado, pero sí es capaz de
entender lo que no es. Reducir a Cristo a mero hombre, todo lo santo que se quiera,
pero sólo hombre, es una vieja herejía. No hubiera habido verdadera Encarnación si
Cristo no fuera Dios. No hubiera habido verdadera Redención. La fe, que es una
luminosa oscuridad, nos enseña que la identidad personal de Jesús de Nazareth es
divina: "A Dios nadie lo ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer". Adoramos a Cristo en su Humanidad Santísima,
porque es Dios. Le escuchamos sin condicionar nuestro asentimiento a su doctrina, a
nuestra inteligencia, porque es Dios.

2. SANTIDAD 202A2
(sobre el Evangelio ver guión de la 3ª Misa de Navidad)

1. 2ª lect.: "Bendito sea el Dios... Que nos bendijo en Cristo... Ya que en Él


nos eligió, antes de la creación del mundo, para que fuésemos santos e
irreprochables..."
Pablo da gracias a Dios porque nos quiere santos. Pero agradecer algo que
tanto nos cuesta puede parecer incomprensible. Viene Cristo, luz del mundo que
alumbra a todo hombre (Ev.) y le llama a recorrer el camino de la santidad. Muchos
desconocen o desprecian esa vocación.; otros buscan excusas. En tales condiciones
¿no sería mejor que Jesús no hubiera venido? Como los israelitas protestaban a
Moisés: "¿Qué nos has hecho con sacarnos de Egipto?" ¿No te decíamos allí: Deja
que sirvamos a los egipcios?" (Ex. 14, 11-12) Así reaccionan algunos cristianos a
quienes la fe y la gracia resultan incómodas.
2. Cristo, al venir, suprime el obstáculo para amar a Dios: el pecado; nos
eleva a la categoría de hijos de Dios y nos capacita para producir frutos de santidad,
"pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia" (Ev.); y nos anima:
"Sed perfectos..." Es decir, que "todos los fieles de cualquier estado o régimen de
vida, son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad"
(Lumen Gentium, 40).
Agradezcamos al Señor esa llamada y respondamos realmente a ella
cooperando con la gracia de Dios.
3. Esa santidad "universal" no es un ideal abstracto para todos los hombres,
sino una meta concreta para cada uno, de acuerdo a sus circunstancias.
"El Señor nos ha dado a cada uno cualidades y aptitudes concretas, unas
determinadas aficiones; a través de los diversos sucesos de vuestra vida se ha ido
perfilando vuestra personalidad... Todo eso habéis de conservarlo, puesto que es
cosa que pertenece tambien a vuestra vocación a la santidad..." (Mons. Escrivá).
"El estilo de vida espiritual propio de los laicos debe recabar su nota
característica del estado de matrimonio y de familia, de celibato o de viudez, de la
situación de enfermedad, de la actividad profesional y social. No dejen, por tanto, de
cultivar con asiduidad las cualidades que, adecuadas a tales situaciones, les han sido
dadas". (Apostólica Actuositatem, 4).
¿Me doy cuenta de que mis circunstancias personales constituyen el ámbito
adecuado para mi santificación, sin esperar otras distintas?.

3. LLAMADA A LA SANTIDAD 202A3


1. Santos por vocación. En este domingo sigue brillando con fuerza la Luz
de la Noche Buena. El nacimiento de Cristo ha supuesto un aldabonazo en el alma
de cada hombre para despertarlo del sopor de aburguesamiento. Dios nos espera
desde siempre. "Ya que El nos eligió, antes de la creación del mundo, para que
fuésemos santos e irreprochables en su presencia, por amor" (2ª lect.). Santidad
comporta ordenación a Dios. Santo es el que está en gracia, lleno de Dios. El
cristiano no puede tener miedo a la santidad, porque no podemos tener miedo a
Dios. Todo depende de la correspondencia a lo que Él nos pide. Lo que ha de quedar
claro es que la santidad no es para unos pocos, sino que forma parte de las
exigencias de nuestra filiación divina. En nuestra relación con el Señor no caben las
trampas y el regateo. Hay que darlo todo. "La fe y la vocación del cristiano afectan a
toda nuestra existencia, y no sólo a una parte. Las relaciones con Dios son
necesariamente relaciones de entrega, y asumen un sentido de totalidad. La actitud
del hombre de fe es mirar la vida, con todas sus dimensiones, desde una perspectiva
nueva: la que nos da Dios" (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n. 46).
2. La luz y la vida. Debemos tener la suficiente humildad para reconocer que
necesitamos a Dios. Pero Dios no es una teoría, un recurso, un remedio. Dios es
vida, es la Vida. Tener fe en Dios es conformar la vida al proyecto de Dios, a lo que
Él ha pensado para cada uno a la hora de crearnos. "En la Palabra había vida y la
vida era la luz de los hombres" (Ev.). La vida de Cristo es lo que debe iluminar la vida
de los hombres. Por eso la vida cristiana comporta una especial vocación para seguir
a Jesucristo. La vocación es el llamamiento personal que Dios dirige al hombre para
hacer de él algo nuevo. Responder a la vocación afirmativamente es como volver a
nacer. Y en eso Él siempre lleva la iniciativa: "Nos llamó por vocación santa, no en
virtud de nuestra obras, sino en virtud de su designio" (2 Tm.1,9). Podremos siempre
responder que sí desde la humildad: "Ahora, desde esa humildad, podemos
comprender toda la maravilla de la llamada divina. La mano de Cristo nos ha
escogido de un trigal: el sembrador aprieta en su mano llagada el puñado de trigo. La
sangre de Cristo baña la simiente, la empapa. Luego, el Señor echa al aire ese trigo,
para que muriendo, sea vida y, hundiéndose en la tierra, sea capaz de multiplicarse
en espigas de oro" (o.c. n.3).
3. Que la tierra se llene de tu gloria. Esto hemos pedido en la oración
colecta: "Que la tierra se llene de tu gloria y que te reconozcan los pueblos por el
esplendor de tu luz". Y este será el resultado de una vida santa: que todos los seres
den a Dios la gloria que sólo a Él corresponde. El fin de toda vida es glorificar a Dios.
Nuestra tarea es hacer posible que los que nos rodeen reconozcan a Cristo por el
reflejo de su luz en nuestra vida. El soberbio comete el terrible pecado de apropiarse
de una gloria que no le corresponde. El humilde sabe hacerse pequeño, para que
sólo brille Dios. "Habéis sido comprados a precio. Glorificad, pues, a Dios en vuestro
cuerpo" (I Co. 6,20). Cuando al célebre músico Falla le preguntaron qué epitafio le
gustaría que pusieran en su lápida, contestó tajantemente: "Sólo a Dios, el honor y
la gloria).
Una vida santa es lo que hace posible que Dios ocupe el lugar que le
corresponde, y nosotros el nuestro.

4. DIVINIDAD DE JESUCRISTO 202A4


1. En el Antiguo Testamento aparece con frecuencia la Sabiduría de Dios con
atributos personales, como si se tratase de una persona. A la luz de la Revelación
plena del Nuevo Testamento, podemos ver en la Sabiduría una referencia a la
Segunda Persona de la Santísima Trinidad. Por la Sabiduría, el universo fue creado.
La Sabiduría gobernará el pueblo santo de Israel: "Entonces el Creador del Universo
me ordenó, el Creador estableció mi morada: -Habita en Jacob, sea Israel tu
heredad-". La Sabiduría echará "raices en un pueblo glorioso, en la porción del
Señor, en su heredad.
2. San Juan habla expresamente de la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad. En el prólogo de su Evangelio la llama Palabra (Logos, Verbo). De un modo
análogo como en la palabra humana se encierra lo conocido parcialmente por el
hombre, en la Palabra divina se encierra todo el conocer divino, toda la Ciencia
divina, toda la Sabiduría divina, que por ser una totalidad es única y subsistente: la
Palabra divina (en la que el Padre se dice a sí mismo y a todas las cosas) es
Persona . Es la Persona del Hijo; llamado Hijo porque la concepción interior de la
palabra es como una copia de lo conocido, y el Padre, al decirse a Sí mismo, se dice
con tal perfección que la Palabra tiene su misma naturaleza, es palabra
consubstancial al Padre, Hijo del Padre.
3. San Juan habla de la Encarnación con esta expresión profundísima: "La
Palabra se hijo carne". La Encarnación del Verbo es el acercamiento más íntimo y
perfecto de Dios a los hombres. En la Palabra de Jesús adoramos al mismo Dios,
porque es el Verbo (la Palabra, el Logos, el Hijo) quien es sujeto de ese alma de
Cristo, de ese cuerpo, de esas palabras suyas, de esos gestos... La Humanidad de
Cristo es perfecta, su condición humana es en todo, menos en el pecado, semejante
a la nuestra: pero subsiste en una Persona divina. Podemos decir, con propiedad,
que Cristo es perfecto hombre y perfecto Dios. Nuestra inteligencia no puede agotar
la hondura de esa realidad sobrenatural del Verbo Encarnado, pero sí es capaz de
entender lo que no es. Reducir a Cristo a mero hombre, todo lo santo que se quiera,
pero mero hombre, es una vieja herejía. No hubiera habido verdadera Encarnación si
Cristo no fuera Dios. No hubiera habido verdadera Redención. La fe, que es
luminosa oscuridad, nos enseña que la identidad personal de Jesús de Nazareth es
divina: "A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre,
es quien lo ha dado a conocer". Adoramos a Cristo en su Humanidad Santísima,
porque es Dios. Le escuchamos sin condicionar nuestro asentimiento a su doctrina, a
nuestra inteligencia, porque es Dios.

5. NUESTRA RELACION CON DIOS 202A5


1. Ahora somos hijos de Dios. Hoy los textos de la Misa nos recuerdan el
principal beneficio que hemos obtenido del nacimiento del Señor: "nos predestinó a
ser hijos adoptivos por Jesucristo" (2ª lect.); "les da poder para ser hijos de Dios"
(Ev.). Somos hijos, sí; ¿pero que relaciones mantenemos de verdad con nuestro
Dios?
2. Ver siempre en Dios a un Padre. Con Dios puede establecerse, por
nuestra parte, unas relaciones meramente "comerciales" (si tú me concedes esto yo
te daré lo otro); de temor o serviles (cumplo porque no tengo más remedio); de
vecindad; diplomáticas"; etc. Hay quien sólo se acuerda de El en la proximidad de los
exámenes, o del sorteo de la lotería, o cuando le ocurre una desgracia (enfermedad,
dificultades económicas, pérdida de objetos); por este camino, bien puede suceder
que en la oración solamente se hable de penas y tristezas, como si con Él no se
pudieran compartir las alegrías y, en general, las cosas normales de cada jornada.
En definitiva, quien se comporta así, no se siente hijo.
3. La carga se hace ligera. Cuando se vive la filiación divina, las relaciones
con Dios son de amor. Jamás serviles, porque Él no nos ha llamado siervos, sino
amigos (cfr. Jn.15,15). Quien se siente hijo ama la voluntad del Padre. Experimenta
que todo se le hace más llevadero: "mi yugo es suave y mi carga ligera" (Mt. 11, 30).
Las cosas que se hacen por amor no resultan tan pesadas. Dice un autor católico (R.
Knox) que no va con el mismo ánimo un novio a comprar una joya para su
enamorada, que otra persona que se dirige a Hacienda a pagar los impuestos (por
muy justos que los considere); y ambos realizan un sacrificio. ¿Con qué talante
procuramos hacer lo que Dios nos pide?. Si amamos, no hablaremos tanto de
dificultades.

6. FILIACION DIVINA 202A6


1. Nuestra dignidad. Habla San Pablo con agradecimiento de los beneficios
del Señor: "nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales" (2ª
lect.). Y se fija en dos: la elección desde la eternidad para que seamos santos y la
predestinación a ser: "hijos adoptivos suyos por Jesucristo". Nos detendremos en
este segundo don divino. Hay cosas tan maravillosas, a veces, como para no
creerlas; esta es una: nosotros ¡hijos de Dios! No se le puede conceder al hombre,
pobre criatura, dignidad mayor. No existe título más encumbrado. Realmente, si no
se nos hubiera revelado, no nos atreveríamos a llamar Padre a Dios, pues nos
parecería una pretensión desvergonzada. Pero con la Iglesia, "fieles a la
recomendación del Señor, y siguiendo su divina enseñanza, nos atrevemos a decir:
Padre nuestro..."; y esto es porque a los que recibieron a Cristo "les ha dado poder
para ser hijos de Dios" (Ev.). Ningún otro títulos se puede comparar a éste. Por eso,
Juan Pablo II, en un discurso suyo en el estadio de Wembrey, abarrotado de gente
joven, decía: "al mirar a esta gran asamblea siento un respeto enorme por cada uno
de vosotros. Sois hijos de Dios, Él os ama". Si mirásemos a los demás así...
2. Obra del Espíritu Santo. Este gran don se nos dio en el Bautismo. Aquel
día recibimos la gracia santificante, y con ella penetró el Espíritu Santo en nosotros.
De Él procede la vida de la gracia, al igual que fue Él quien, en la Anunciación,
descendió sobre la Virgen María y obró en ella el prodigio de la Encarnación del Hijo
de Dios: "el Espíritu Santo descenderá sobre ti..." (Lc.1,34). Esto ha sucedido en
nosotros el día de la entrada en la Iglesia: descendió el Espíritu Santo, el amor
infinito del Hijo y del Padre, para habitar en nuestra alma, hacernos miembros de
Cristo e hijos de Dios. Este es el gran prodigio: una filiación adoptiva que, como
enseñan los teólogos, es más real que la filiación natural de este mundo. Y es el
Espíritu Santo quien nos hace sentirnos hijos de Dios profundamente, quien infunde
el Espíritu de Filiación: el don de piedad, que tantas veces hemos de pedir al
Paráclito que nos aumente.
3. Obrar como hijos. Hemos de ser consecuentes con nuestra fe. Si hemos
sido investidos de tan alta dignidad, procuremos ya vivir siempre como dignos hijos
de Señor. Nuestras relaciones con Dios no pueden ser más que relaciones llenas de
confianza y de cariño. La vida de un cristiano sobre la tierra tiene que ser, por fuerza,
vida de oración, de presencia continua de su Padre, pues sabe que en todo momento
se encuentra bajo su mirada amorosa. Él desea escuchar nuestra conversación y
nos anima a invocarle. Es más, nos enseña como debe ser nuestra oración y cual
debe ser su contenido: "Padre nuestro, que estás en los Cielos..."; nos hace ver que
su voluntad desea siempre lo que más nos conviene, aunque en ocasiones no
podamos percibirlo con claridad, como ocurre cuando se presenta el sufrimiento
físico o moral; ese es el momento de repetir filialmente con Jesucristo: "Padre mío
(...), no se haga lo que yo quiero sino lo que tú" (Mt.26,39). Seamos, pues,
consecuentes: agradecer, tratarle y confiar en Él.

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300 EPIFANIA DEL SEÑOR

Isaías 60,1-6: "y caminarán los pueblos a tu luz"


Efes. 3,2-3a 5-6: "también los gentiles son coherederos"
Mateo 2, 1-12: "y cayendo de rodillas, lo adoraron"

PVE, cap.9: TU ERES EL CRISTO, EL HIJO DE DIOS VIVO

Ciclo B: 300B

1. LUZ DE LA FE 300B1
1. La misión de Cristo es universal. Epifanía significa "revelación",
"manifestación". El Mesías se revela en la Nochebuena a Israel, representado por los
más sencillos. Días después a todas las naciones, y los Magos ostentan esta
representación. Jesús es enviado a salvar a todos los hombres; la redención es
universal (2ª lect.). Ahora, el pueblo de Dios es la Iglesia, nuevo Israel. "Ya no hay
distinción de judío, ni grieto; ni de siervo ni de libre; ni tampoco de hombre, ni de
mujer" (Gal. 3, 28). Lo que importa es que seamos una sola cosa en Jesucristo
(Ibidem).
2. Dejarnos guiar por la fe. Una estrella conduce a estos hombres de fe
admirable, los Magos, desde lejanas tierras hasta el portal de Belén, donde adoraron
al Niño (Ev.). Toda nuestra vida deber ser un caminar en dirección al cielo, Belén
eterno, en el que adoraremos a Dios Uno y Trino, en unión con María y José. Y para
esta andadura hacia la patria definitiva, Dios nos da una estrella: la luz de la fe.
Agradezcamos ese don y dejémonos guiar por la estrella. De acuerdo con la fe
hemos de juzgar ya todos los acontecimientos y medir el auténtico valor de nuestras
obras: "Todo es nada, y menos que nada, lo que acaba y no contenta a Dios"
(Santa Teresa). Vivir para ambiciones y triunfos equivale a fracasar. "¿De que le
sirva al hombre ganar todo el mundo...? (Mt. 16, 26).
3. Correspondencia. Como lo que importaba, y mucho, era llegar, superaron
todos los obstáculos. Adoraron al Niño y le ofrecieron sus tesoros (Ev.). Dios no
necesita nada nuestro pero quiere nuestras ofrendas. Pongamos a sus pies el oro
puro del amor. El incienso de nuestras oraciones y el de las obras hechas con
espíritu de adoración. Y la mirra de nuestros sufrimientos (cfr. Mc.15,23), que, unidos
a los de Cristo, son participación en su obra redentora de la humanidad.

2. VENIMOS A ADORARLO 300B2


1. Buscar al Señor. La virtud de la fe nos empuja a proseguir la tarea diaria
de buscar al Señor para postrarnos en su presencia en un acto de profunda y
humilde adoración. Los Magos ya tenían fe, por eso buscan con audacia sin ceder
nada al cansancio o a la conveniencia ambiental. La fe no es una simple aceptación
de Dios para hacer después una confesión teórica de una doctrina religiosa. La fe es
un compromiso que contraemos con ese mismo Dios que ya había salido a nuestro
encuentro cuando le buscábamos en la oscuridad. Juan Pablo I decía en una de las
pocas alocuciones que tuvo ocasión de pronunciar: "esto es la fe: rendirse a Dios,
pero transformando la propia vida. Cosa no siempre fácil. Agustín ha narrado la
trayectoria de su fe; especialmente las últimas semanas fue algo horrible; al leerlo
casi se siente como su alma se estremece y se retuerce a fuerza de luchas
interiores. De este lado, Dios que lo llama e insiste; y de aquel, las antiguas
costumbres, viejas amigas -escribe él mismo- me tiraban suavemente del vestido
y me decían: Agustín, pero ¿como?, ¿abandonarnos tú?. Mira que ya no
podrás hacer esto ni podrás hacer aquello y ¡para siempre!. Qué difícil. Me
encontraba en la situación de uno que está en la cama por la mañana. Le dicen,
¡fuera!, levántate Agustín. Yo, decía al contrario: Sí, más tarde, un poco más
todavía. Al fin el Señor me dio un buen empujón y salí. Ahí está, no hay que
decir: Sí, pero; sí, luego. Hay que decir: Si, enseguida, Señor. Esta es la fe,
responder con generosidad al Señor. Pero ¿quién dice este sí? El que es humilde y
se fía enteramente de Dios" (13 de noviembre de 1978).
Es dura la lucha para vivir una fe seria, porque lleva consigo búsqueda, ratos
de soledad y de miedo, desorientación, tentación de abandono, soberbia para no
doblegarse ante nada que se considere superior a mí, pereza, huida del compromiso
duradero, dominio de esa tremenda fuerza del mundo, de la carne y del demonio.
Pero los Magos, siguiendo esa estrella de la vocación, de la llamada, al final "vieron
al Niño con María, su madre, y cayendo de rodillas le adoraron; después abriendo
sus cofres, le ofrecieron: oro, incienso y mirra (Evangelio).
2. A todos espera el Señor. En la fiesta de la Epifanía nos recuerda la
Iglesia que todos los hombres están llamados a buscar al Señor con sincero corazón,
porque Cristo para todos nació y por todos murió: "Cristo murió por todos, y la
vocación suprema del hombre en realidad es una sola, es decir, la divina. En
consecuencia debemos creer que el Espíritu Santo ofrece a todos la posibilidad de
que, en la forma de sólo Dios conocida, se asocien a este misterio pascual". (Concilio
Vaticano II, Gaudium et Spes, n. 22). La luz de Cristo, la luz de la verdad, iluminará
a todos los hombres que quieran ver con sinceridad y tengan buena voluntad. Por
eso grita Isaías: "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz; la gloria del Señor
amanece sobre ti! Mira: las tinieblas cubren la tierra; la oscuridad, los pueblos, pero
sobre ti amanecerá el Señor, su gloria aparecerá sobre ti; y caminarán los pueblos a
tu luz" (1ª lect.).

3. LA GLORIA DEL SEÑOR 300B3


1. "¡Levántate, brilla, Jerusalén, que llega tu luz, la gloria del Señor amanece
sobre ti!" (Is 60,1).
Isaías es, sin duda, el profeta de la esperanza. Esta última parte de su libro
canta el gozoso espectáculo del pueblo liberado de todos sus males, describe
situaciones llenas de luz y de esplendor que prefiguran el triunfo definitivo del
Mesías. En este pasaje ese triunfo se contempla desde Jerusalén la Ciudad Santa.
También San Juan en las últimas visiones del Apocalipsis nos habla de la
Jerusalén Celestial que desciende del Cielo como novia engalanada para el Esposo.
Y también la gloria divina brilla con una luz radiante, hasta el punto de que ya no será
precisa la luz del sol... Son imágenes que nos hacen vislumbrar la grandeza de la
vida eterna en el Cielo. Pero, al mismo tiempo, nos hacen comprender aquí, en esta
vida, que vale la pena ser fieles ahora; para contemplar luego la belleza de la Ciudad
de Dios.
2. También los gentiles. "... Son coherederos, miembros del mismo cuerpo y
partícipes de la Promesa..." (Cf 3, 6).
Esa es la gran revelación que hoy celebramos, la gran manifestación que en
esta festividad conmemoramos, la gran epifanía del amor y el poder de Dios: Todo
hombre, sea cual fuere su raza o condición, está llamado a participar de la promesa
de salvación que los profetas habían anunciado desde antiguo.
Esa es la razón de que hoy se celebre en Roma una Misa solemne, casi
siempre presidida por el Papa, para el Cuerpo Diplomático, ante los representantes
de todas las naciones del orbe. De esa manera se repite la manifestación o epifanía
del amor infinito de Dios, que quiere que todos se salven y vengan al conocimiento
de la verdad. Es cierto que ya sabemos que Dios nos ha salido al encuentro para
formar parte del cuerpo místico de Cristo. Sin embargo, no siempre somos
consecuentes con esa realidad.
3. Un rastro luminoso. "Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría".
(Mt 2,10).
Los magos de la antigüedad se dedicaban al estudio de las estrellas. Y una
noche, cuando miraban hacia el oscuro firmamento, tachonado de estrellas,
descubrieron una estrella de especial fulgor y comprendieron que era una señal del
Cielo, un aviso divino que les anunciaba el nacimiento del rey salvador del mundo.
Ellos lo interpretaron como una llamada del Señor para que fueran a rendir
pleitesía al Hijo de Dios hecho hombre. Y, sin dudarlo, se pusieron en camino hasta
encontrar al Niño en brazos de su Madre la Virgen. El Beato Josemaría Escrivá solía
considerar en esta fiesta el misterio y el gozo de la vocación recibida. Estimaba que
Dios había encendido una estrella para cada uno de nosotros, una luz que brilló en la
noche de nuestra vida para indicarnos una ruta que recorrer.

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400 CUARESMA

El genuino culto a Dios en un mundo secularizado:


Conocimiento y Caridad (DCG. nn. 48-49)

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400 MIERCOLES DE CENIZA

Joel 2, 12-18: "convertíos a mí de todo corazón"


II Cor.5,20-6,2: "Ahora es el tiempo de la gracia"
Mat. 6,1-6.16-18: "limosna...rezar...ayuno..."
Un MENSAJE que afecta a toda la vida (EN. n. 29)
Dios SANTIFICADOR (FDCI. p. 121).

1. CONVERSION 400A1
1. 1ª lect.: "Convertíos a mí de todo corazón... Rasgad los corazones, no las
vestiduras". Comienza la Cuaresma, tiempo de conversión, oración y penitencia
sinceras. Rasgarse las vestiduras es símbolo de hipocresía, de falsedad. Que la
Cuaresma no sea simplemente el uso del color morado, la imposición de la ceniza en
la frente, la supresión del "aleluya" y el cumplimiento del ayuno y la abstinencia con
espíritu cicatero. Que todo eso sea signo externo de nuestra auténtica conversión al
Señor. Lo importante es que abramos nuestro corazón a Cristo: "Si hoy oyerais su
voz, no endurezcáis vuestro corazón" (Sal. 94, 8; Hebr.3, 8). Digamos, pues,
arrepentidos: "Perdona, Señor, perdona a tu pueblo". Hemos de cobrar conciencia de
nuestros pecados que condujeron a Cristo a la cruz: "Misericordia, Dios mío, por tu
bondad, por tu inmensa compasión, borra mi culpa" (Sal. res.).
2. 2ª lect.: El arrepentimiento es una gracia que Dios concede a los humildes:
"Os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar con Dios... Os exhortamos a no echar
en saco roto la gracia de Dios". Esa gracia no ha de faltarnos en esta Cuaresma,
pero somos libres para aceptarla y hacer que fructifique, o para rechazarla.
Mostremos buena voluntad y humildad y disposición de lucha, desde este momento,
y hagamos una confesión sincera de nuestros pecados.
3. Ev.: Cristo nos recomienda tres medios importantísimos, que podemos
utilizar durante la Cuaresma:
La limosna, que nos hace desprendidos de los material, al mismo tiempo que
amamos y ayudamos a nuestros hermanos.
La oración, encuentro con Dios que debe hacerse habitual, diálogo que nos va
llenando de Él y de su amor.
El ayuno, que es un magnífico modo de expiar las culpas pasadas y de prevenir las
futuras.
Estos consejos de Jesús constituyen todo un programa de renovación interior.
Para que esto se produzca debemos vivirlos con rectitud de intención: "Cuidad de no
practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo
contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre celestial (...), como hacen los
hipócritas en las sinagogas y por las calles con el fin de ser honrados por los
hombres; os aseguro que ya han recibido su paga". La Cuaresma coloca al hombre
pecador ante un Dios misericordioso: cuanto hagamos, que sea por Él solamente, "y
tu Padre que ve en lo secreto, te lo pagará".

2. ENTREGA 400A2
1. Tiempo de Cuaresma. "Hemos entrado en el tiempo de Cuaresma: tiempo
de penitencia, de purificación, de conversión. No es tarea fácil. El cristianismo no es
un camino cómodo: no basta estar en la Iglesia y dejar que pasen los años" (J.
Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n. 57). Para unos la Cuaresma que
empieza hoy será una más. Para otros, es volver a vivir una vida más cara a Dios, de
más contemplación. Para no pocos, será la primera que viva seriamente en su vida.
Para un buen grupo, será continuar la marcha, mantener el ritmo, incrementar el
amor y la esperanza, purificar la fe, afinar más en la mortificación y en la oración,
ahondar en el apostolado. Quizá para muchos, sin saberlo, va a suponer un vuelco
en su vida. Un descubrir a Dios, un iluminar su alma. Todo un espectáculo de
horizontes nuevos y limpios. Para otros pasará inadvertida.
Para todos, unos y otros, la Cuaresma se pone en marcha y vale la pena que
aprovechemos la oportunidad del paso de Cristo por nuestro lado.
2. Tiempo de oración y penitencia. Como tiempo de oración y penitencia
fueron los cuarenta días y cuarenta noches que Moisés pasó a solas con Dios en el
Sinaí. Como tiempo de oración y penitencia fueron los cuarenta días y cuarenta
noches que Elías caminó hasta el monte de Dios, el monte Horeb. Sobre todo, la
Cuaresma es tiempo de oración y penitencia como fueron los cuarenta días que
Cristo pasó en el desierto.
Cristo nos pide oración, trato con Dios, intimidad con Dios, amistad con Dios.
Necesitamos rezar, y rezar bien. Sabiendo lo que decimos y a quién lo decimos. "Haz
oración. ¿En qué negocio humano te pueden dar más seguridad de éxito?" (Camino,
n. 96). Es tiempo de rezar; es tiempo de hablar con Dios con tranquilidad y con fe
apasionada.
Y el Señor nos habla de sacrificio. A todos dice: "Si alguno quiere venir en pos
de mí, niéguese a sí mismo, tome cada día su cruz y sígame". La mortificación
voluntaria sigue siendo camino ordinario para las almas. Pero con humildad y alegría:
"Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu
ayuno lo note, no la gente, sino tu Padre que está en lo escondido; y tu Padre que ve
en lo escondido, te recompensará" (Evangelio).
3. Tiempo de conversión. "Hermanos: somos embajadores de Cristo, siendo
Dios el que por medio nuestro os exhorta; os lo pedimos por Cristo: dejaos reconciliar
con Dios" (2ª lect.). Ahora es el tiempo del perdón; el tiempo oportuno para examinar
a fondo la conciencia, para pedir perdón por nuestros pecados, para acercarnos
arrepentidos a la Confesión y dejarnos abrazar por el Padre Dios que nos espera
desde hace tiempo como al hijo pródigo. Un buen Curso de Retiro Espiritual puede
ser la ocasión de nuestro encuentro con el Corazón de Cristo que perdona y
rejuvenece nuestra alma.
"Os exhortamos a no echar en saco roto la gracia de Dios. Porque Él dice: al
tiempo de la gracia te escucho; en el día de la salvación te ayudo. Pues mirad: Ahora
es tiempo de la gracia; ahora es el día de la salvación" (2ª lect.). Vale la pena
acercarse a Dios muchas veces y decirle: "Misericordia, Señor: hemos pecado"
(Salmo resp.).
Que esta ceniza que vamos a recibir en la frente nos sirva de acicate para
fomentar la humildad personal: sin el Señor, somos polvo de la tierra y al mismo
tiempo un símbolo de lo que la Cuaresma debe suponer para el cristiano: un tiempo
de mortificación, de austeridad y de más acercamiento a Dios.

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401 DOMINGO I DE CUARESMA

Ciclo B: 401B

Gen. 9, 8-15: "el diluvio no volverá a destruir"


I Pet.3,18-22: "aquello fue un símbolo del bautismo"
Marc.1, 12-15: "está cerca el Reino de Dios...convertíos"
Misterio de la iniquidad operante en nuestras vidas (CT. n. 30). El Pecado
(RF. M. 5).

1. LIBERACION Y RELIGION 401B1


1. La religión parte de un presupuesto: el hombre abandonado a sus fuerzas
es un ser desvalido. Las filosofías, solamente humanistas, que iniciaron la vía del
racionalismo y prosiguieron por la del superhombre, llegaron a su término cuando
declararon la existencia humana como un sin sentido.
El hombre es un ser atado, vinculado, condicionado. No todas sus ataduras
son malas, ya que existe porque es creado por Dios, y por Él continúa existiendo;
además Dios lo ha elevado al orden de la gracia y, caído, fue redimido por Cristo.
Cuando el hombre se aparta de Dios es sojuzgado por los enemigos de su
naturaleza, libertad y felicidad eterna.
Los vecinos de Noé creían haber hallado su liberación: "comían, bebían, se
casaban" (Mt.24,38); pero esa libertad les llevó a toda clase de abominaciones y
perecieron en el diluvio. Noé, hombre justo, fue con su familia liberado por Dios,
quien concluye con él un pacto de alianza perpetua (1ª lect.).
2. San Pedro (2ª lect.) compara la salvación de Noé con la que Cristo nos
alcanza por su muerte, "el inocente por los culpables, para conducirnos a Dios". La
entrada de Noé en el Arca "fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva".
El Señor se acerca a nosotros "a proclamar su mensaje" y ofrecernos un pacto de
alianza que no es entre iguales, sino entre el Criador y la criatura, el Redentor y los
pecadores. Es un pacto de liberación, de protección, de ayuda, que quedó sellado
por el bautismo, cuando nos comprometimos a ser fieles a Dios. "Tus sendas, Señor,
son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza" (Sal. resp.).
3. La religión es precisamente esto: un vínculo -religación- de fe y de amor
con Dios, que nos beneficia a nosotros. Es el camino seguro de la salvación:
debemos poner todo empeño en no salirnos de él y en recorrerlo día a día,
procurando lograr e "impetrar de Dios una conciencia pura, por la resurrección de
Cristo Jesús Señor nuestro, que está a la derecho de Dios" (2ª lect.).
Hemos comenzado la Cuaresma. Como el hombre es inconstante y se desvía
del camino, Cristo -que "murió por los pecados una vez para siempre"- nos ayuda
una vez más a restaurar la amistad con Dios y a creer en ella. El Evangelio relata
como se prepara para iniciar su vida pública en el desierto, en la soledad; prepara su
encuentro y diálogo con los hombre mediante el trato en oración íntima con el Padre;
nos enseña a rechazar las tentaciones del enemigo, aquí brevemente mencionadas
(vid. ciclos A y C). Y empieza a predicar diciendo: "Se ha cumplido el plazo, está
cerca el Reino de Dios. Convertíos y creed la Buena Noticia".
Este es el espíritu de la Cuaresma: el buscar de nuevo, arrepentidos, a Dios;
el de unirnos más estrechamente a Él. En definitiva, se trata de recorrer el camino de
la fe y el amor, que no nos enajenan, pues nos acercan a nuestro Padre Dios y nos
liberan de la esclavitud del pecado.

2. LA RENOVACION DE LA ALIANZA 401B2


1. En la lectura del Génesis se narra el pacto que Dios hizo con Noé y sus
parientes salvados, como un pequeño resto, del castigo universal del Diluvio. A partir
de ese núcleo Dios "recrea" la humanidad, por decirlo de algún modo. La señal de
que las relaciones entre Dios y los hombres serán amistosas en adelante será el arco
iris.
Todo cuanto se narra en la Sagrada Escritura, especialmente en el Antiguo
Testamento, sigue un orden de crecientes promesas que Dios hace a los hombres,
(constantemente pecadores), acerca de un futuro en que serán distintas las
relaciones Creador-criatura... Siempre hay un castigo justo, un perdón lleno de
misericordia y una vuelta a comenzar por parte de Dios clementísimo.
Todas estas alianzas son, sin embargo, parciales, incompletas y apuntan a
una era definitiva, que será la era cristiana.
2. San Pablo resume con estas palabras la obra de la Redención: "Cristo
murió por los pecadores una vez para siempre: el inocente por los culpables, para
conducirnos a Dios" La Sangre de Cristo tiene un valor tal que su capacidad para
borrar los pecados de los hombres es inagotable. Esa sangre de Cristo, derramada
en la Cruz, es la sangre de la Nueva Alianza. (Nueva y eterna alianza, como dirá el
sacerdote en la Santa Misa). No hará falta nada nuevo, sino que lo definitivo sea
renovado constantemente.
3. Esa renovación constante de la Alianza entre Dios y su Pueblo (los
cristianos) tiene lugar, de un modo máximo y fontal, en el Santo Sacrificio del Altar,
en el cual la misma víctima divina se inmola por todos los hombres, utilizando el
ministerio de sus sacerdotes quienes in nomine et in persona Christi
(representando a Jesucristo Sacerdote) ofrecen bajo las especies de pan y vino el
Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Para cada cristiano, personalmente, tiene lugar la renovación de su alianza
con Dios cuando se une, a través del sacerdote a las disposiciones de Cristo
Redentor, y cuando percibe los frutos de esa inmolación al unirse a la divina víctima
en la sagrada comunión.
Pero la Sagrada Escritura es como la fuente de donde dimana la eficacia de
los demás sacramentos. La recepción de todos los sacramentos es un acto personal,
(ningún sacramento se administra a una colectividad sino a una persona). En cada
sacramento se da un encuentro personal con Cristo y el alma se reviste de los
infinitos méritos de la Pasión y Muerte de Cristo. Cada comunión, cada confesión
sacramental... es una nueva unión con Cristo (en la comunión recibimos su cuerpo
verdadero, real y substancialmente; en los demás sacramentos recibimos los frutos
de su redención, no su cuerpo). Cada sacramento es una renovación, a nivel
personal, de nuestra alianza o compromiso amoroso con Dios.

3. TENTADOS POR SATANAS 401B3


1. Oración y sacrificio. Nos dice el Evangelio que Jesús fue empujado por el
Espíritu Santo al desierto. El desierto es lugar de sacrificio, ocasión de encuentro con
Dios en la soledad. Y así se prepara el Señor para su vida pública, dándonos el
ejemplo de que las cosas grandes, las cosas de Dios, han de ir precedidas y
acompañadas de un ambiente de oración abnegada. En un tiempo como el nuestro
cargado de montajes espectaculares para intentar sacar adelante nuestros
propósitos, hemos de recordar que los caminos de Dios van en otra dirección. Sus
caminos no son nuestros caminos, sus planes no son nuestros planes. El Señor
quiere hacer fructificar la obra de la Redención con instrumentos desproporcionados,
y con medios que a la lógica humana se le antoja ridículos. La humildad, la renuncia
al yo, la total apertura y abandono en las manos de Dios es lo que hacen al hombre
grande, y lo que consigue su salvación: "El hombre que sin soberbia ni jactancia
tiene un sentimiento verdadero acerca de lo creado y del Creador, Dios poderosísimo
que está por encima de todas las cosas y que a todas da el ser; el que permanece en
su amor con sumisión y acción de gracias, recibirá de Él una gloria cada vez mayor y
progresará hasta hacerse semejante a aquel que murió por él. Pues, efectivamente,
aquel se hizo "semejante a la carne de pecado (Rm.8,2) para destruir al pecado...
Esto hizo el Verbo de Dios habitando en el hombre y haciéndose Hijo del hombre, a
fin de habituar al hombre a recibir a Dios, y habituar a Dios a morar en el hombre"
(Ireneo de Lyon, Adversus Haereses III,20,1). La vida interior, en la que nos
encontramos cara a cara con Dios, es la que renueva y perfecciona de verdad al
hombre. Lo demás es un intento de manifestar lo que Dios, el que nos ha dado todas
nuestras facultades.
2. Luchar contra el pecado. Esta es la llamada que nos hace la Cuaresma.
Y una vez más se nos ofrece la oportunidad de emprender un cambio en nuestra
vida. La conversión es una llamada imperiosa a que le hagamos cara al demonio,
sepamos ser fuertes en la lucha y nos volvamos hacia Dios. Se ha cumplido el plazo,
esta cerca el Reino de Dios. "Convertíos y creed la Buena Noticia" (Evangelio). Esto
nos dice Cristo. El Reino de Dios está muy cerca, dentro de nosotros mismos si
queremos vivir en gracia. Dios está aquí y nos espera para darnos una conciencia
pura: "Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no
consiste en limpiar una suciedad, sino de impetrar de Dios una conciencia pura, por
la resurrección de Cristo Jesús, Señor nuestro, que está a la derecha de Dios" (2ª
lect.).
Y esta es la purificación que Dios quiere: que sepamos rectificar la intención,
que pidamos perdón al Señor, y que nos tracemos un plan de vida más de acuerdo
con las enseñanzas de Cristo.

4. EL ARCO IRIS 401B4


1. Pondré mi arco en el cielo como señal de mi pacto con la tierra" (Gn 4,14).
Una señal que indicará la benevolencia entrañable de Yahvé, un símbolo cósmico
que encerrará en sí el profundo amor de Dios para con los hombres. Y sobre los
cielos, atravesando las nubes, el arco iris se extiende luminoso, llenando con su
suave policromía de sol irisado, el aire húmedo de la atmósfera... Dios promete a
Noé no exterminar al hombre. Pacta con él una alianza de paz. Bajo palabra de Dios,
el diluvio no volverá a cubrir más a la tierra.
Gracias, Señor, por tu misericordia, por tu promesa, por tu perdón. Y que,
cuando el clamor de los pecados llegue a Ti, te fijes en los hombres que son justos y
buenos en tu presencia, y no descargues la fuerza de tu brazo airado sobre este
nuestro pobre mundo viejo. Que nunca se repita una matanza a nivel mundial, que
esas amenazas de horrendas guerras atómicas se queden en nubes grises de
tormenta. Y que sobre ellas, finalmente, tu arco iris de paz y de perdón brille sobre el
mar y la tierra.
2. Inocente y condenado. "Cristo murió por los pecados una vez para
siempre, el inocente por los culpables..." (I Pd 3,18).
El Sanedrín dictaminó su sentencia: Ha blasfemado. Reo es de muerte. Y lo
llevan ante Pilato. El pretor se resiste, quizá por llevarles la contraria, quizá
impresionado supersticiosamente por el aviso de su mujer. Pero Pilato era un
cobarde y cedió ante las presiones de los capitostes de Israel, que acosan y acusan
con saña: "Él que se hace rey va contra el César... Nosotros no tenemos otro rey que
el César..."
La hipocresía y la astucia toman cuerpo en aquellos hombres que odian a
muerte a los romanos, pero que se sentían denunciados por la vida y las palabras de
Cristo. Condenado por falso rey, condenado por blasfemo. Falso rey quien desde su
nacimiento recibió pleitesía de reyes extranjeros. Blasfemo quien desde toda la
eternidad era el Hijo de Dios, Dios mismo. Pena capital para quien ninguna culpa
tenía. Pero la muerte del inocente dio vida a los culpables. A ti y a mí.
3. Secundar al Espíritu. "El Espíritu empujó a Jesús al desierto" (Mc 1,12).
Otros traducen el original griego por "impulsó". De todas formas, lo que hay
que destacar es que el Espíritu Santo actúa en el principio de la vida pública de
Cristo, lo mismo que actuó en la Encarnación y más tarde en Pentecostés, cuando la
Iglesia empieza su singladura. María secundó con docilidad la acción del Espíritu.
Luego se dejó llevar Jesús en el comienzo de su ministerio, y más tarde hizo lo
mismo la Iglesia.
El Espíritu Santo habita en nuestro interior haciendo de nuestro cuerpo un
templo sagrado. Él infunde en nosotros el amor y la fe que nos hace exclamar, llenos
de confianza: Abba, Padre, y nos impulsa a querer a todos los hombres como
hermanos. El Espíritu también nos empuja con mociones internas, con buenos
propósitos, con nobles sugerencias. Ojalá sepamos ser dóciles a sus entrañables
llamadas y secundemos su acción con una entrega generosa y firme.

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DOMINGO II DE CUARESMA 402

Ciclo B: 402B

Gen,22,1-9.9a 15-18: "Porque me has obedecido"


Rom. 8, 31b-34: "¿Quién condenará...?
Marcos 9, 2-10: "¡Qué bien se está aquí!"

Necesidad de penitencia y de la ascesis


La lucha ascética y los hábitos (CT. 30; RF.M.4)

1. ¿QUIEN PAGARA POR NOSOTROS? 402B1


1. En Cuaresma nos preparamos para celebrar el misterio de la Redención, la
Pascua del Señor. Porque el hombre en vano busca la salvación de otro modo.
¿Quién pagará por sus pecados? ¿Quién los expiará?. No, ciertamente, él mismo,
pues el pecador no da fruto: es "como el arbusto que habita en la sequedad del
desierto, en la tierra salada e inhabitable" (Jr. 17,6).
Tampoco nos redimiría el sacrificio de Isaác (1ª lect.), que Dios pide a
Abrahán. Sólo es una prueba y ocasión de mérito para éste: "Por no haberte
reservado su hijo, tu único hijo, te bendeciré... porque me has obedecido". Pero Dios
bendice y justifica a Abrahán gratuitamente, en previsión de los méritos de la
Redención.
2. El sacrificio -sólo intentado- de Isaác es símbolo del sacrificio real de
Cristo, que paga por nosotros. En el Evangelio, tras el esplendor de la
Transfiguración (ver ciclo A y B) se vislumbra el drama del Calvario, que le da
sentido. Moisés y Elías -la Ley y loa Profetas- conversan con Cristo sobre su próxima
pasión y muerte (Ev.). Y una vez desaparecida la visión, Jesús impone silencio a los
discípulos sobre lo que han visto y oído "hasta que el Hijo del Hombre resucite de
entre los muertos".
Los discípulos no acaban de comprender ni lo sucedido ni su conexión con la
muerte y resurrección del Señor. Es que cuesta pensar que el Dios que dice a
Abrahán: "No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas daño", es el Dios "que no
perdonó a su propio Hijo (el Unico), sino que lo entregó a la muerte por nosotros" (2ª
lect.). Y que ese Hijo, que se compadeció de la viuda de Naín, acepte
voluntariamente la muerte causando tan gran sufrimiento a su Madre María.
3. En este contexto, la 2ª lect. es un maravilloso canto de San Pablo a la
esperanza cristiana. Aunque tengamos dificultades, "si Dios está con nosotros,
¿quién estará contra nosotros? ¿Quién acusará a los elegido? ¿Quién condenará?".
Quien podría hacerlo no lo hace; antes bien, "Dios es el que justifica" por la muerte
de su Hijo. Tampoco condena "Cristo que murió... y que intercede por nosotros"
"Mucho le cuesta al Señor la muerte de sus fieles" (Sal. resp.). Llenémonos de
confianza en Cristo, nuestro Salvador. "Pero como nadie será salvado contra su
voluntad -pues somos libres- desea que nosotros queramos el bien" (San Jerónimo).
Por tanto, el Señor reclama nuestra cooperación para levantar el edificio de nuestra
amistad.
¿Cómo colaboraremos? En primer lugar con nuestros sacrificios personales;
el Evangelio nos enseña que no hay glorificación sin cruz. Después por la oración, el
trato con "Jesús sólo" (ib.). Por último, obedeciendo a sus mandatos, siguiendo sus
consejos, como dice el Padre: "Escuchadle" (ib.); y como también Abrahán nos
enseña a hacer.
Si durante la Cuaresma nos unimos a Cristo por estos medios, Dios, en la
Pascua, "nos dará todo cone Él" (2ª lect.).

2. SACRIFICIO, MANIFESTACION DE AMOR 402B2


1. En el Génesis se relata como Abrahán, fiel a Dios, obediente y generoso
sin límites, estaba dispuesto a ofrecer en sacrificio a su propio hijo, Isaác. Conviene
recordar el cariño de Abrahán por ese hijo que Dios le permitió engendrar en la
ancianidad, y en el que se concentraban todas sus esperanzas de una sucesión
legítima y numerosa. Aparentemente la orden de Dios de que sacrificase
precisamente a ese niño, es una contradicción enorme, pero Abrahán, nuestro padre
en la fe, no hizo cuestión de ello y se limitó, como siempre, a obedecer a Dios. El
Señor impide la ejecución material del sacrificio (porque aborrece los sacrificios
humanos): le bastó el sacrificio interior, el desprendimiento de lo más querido, el
estar dispuesto. Y Dios premia a Abrahán: "Por haber hecho eso, por no haberte
reservado tu hijo, tu hijo único, te bendeciré, multiplicaré a tus descendientes como
las estrellas del cielo y como la arena de la playa".
2. El sacrificio interior de Abrahán es un caso humano en el que se refleja el
misterio por el cual Dios Padre entrega a su Hijo a la muerte en redención por los
hombres. Sacrificio que es el del Hijo, porque voluntariamente dio su vida. San
Pablo nos dice "Si Dios está con nosotros ¿Quién estará contra nosotros?. El que no
perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no
nos dará todo con Él?".
Todas las cosas de Dios nos desbordan porque nosotros somos criaturas
limitadas, pero la consideración del Apóstol nos permite entrever el grado de amor
que Dios nos tiene y tambien la hondura del pecado humano.
3. En el Evangelio de hoy se relata la Transfiguración de Jesús en el monte
Tabor. La voz del Padre va dirigida a los tres apóstoles, a los hombres de todos los
tiempos: "Este es mi Hijo amado, escuchadle". Nadie, absolutamente nadie, nos
quiere como Dios; y nadie, absolutamente nadie, hace tanto por nosotros como el
Hijo de Dios hecho hombre. Toda la palabrería humana que se acumula en nuestros
oídos como arrullos, con promesas, con anuncios de salvación, no son nada junto a
ese requiebro amoroso de Cristo. Y si las voces humanas te alejan de Dios son
radicalmente embusteras, no hay que oírlas. Sólo hay que oír a Jesús, y a quien nos
habla de Jesús, como Jesús habló, como el Padre habló.

3. ¡QUE BIEN SE ESTA AQUI! 402B3


1. El Señor es Dios. Tres testigos se lleva Cristo, como está establecido por
la ley para dar fe de un hecho, y ante ellos se transfigura poniendo de manifiesto
abiertamente su divinidad. Pedro, Santiago y Juan se quedan admirados. Habían
visto antes el poder de Dios en otros milagros, pero era la primera vez que
contemplaban directamente la Gloria de Jesucristo. Ya no hay duda de ninguna
clase. Lo que Cristo les venía enseñando lo ven en un momento en el monte Tabor.
Y ellos se encuentran allí muy bien y quieren quedarse: "Entonces Pedro tomó la
palabra y le dijo a Jesús: Maestro, ¡qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres
tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías" (Evangelio). ¿Nuestra fe en
la divinidad de Cristo nos lleva a quedarnos admirados contemplándole? ¿Nos
sentimos a gusto en su presencia de manera que no nos gustaría marcharnos? Esta
es la perfección en el amor: que no nos iríamos nunca del lugar donde está aquel a
quien queremos, porque nunca nos cansamos de contemplarle y de tratarle.
En la Transfiguración se muestra sensiblemente la Santísima Trinidad, y se
vislumbra la felicidad que un día alcanzaremos, si somos fieles: "Así como en el
Jesús, donde fue declarado el misterio de la primera regeneración, se mostró la
acción de toda la Trinidad, ya que allí estuvo el Hijo Encarnado, se apareció el
Espíritu Santo en forma de Paloma, y se escuchó la voz del Padre; así también en la
Transfiguración, que es como el sacramento de la segunda regeneración (la
Resurrección), apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, y el
Espíritu Santo en la claridad de la nube; porque así como Dios Trino da la inocencia
en el Bautismo, de la misma manera dará a sus elegidos el fulgor de la gloria y el
alivio de todo mal en la Resurrección..." (Santo Tomás, Suma Teológica, III,q.45,a.4
ad 2).
Esta es la verdad clarísima que hoy ocupa el centro del mensaje evangélico:
Cristo no es un hombre más; Cristo es Dios hecho hombre que ha venido a salvarnos
y darnos esa gloria que hoy nos muestra claramente.
3. Con Dios lo podemos todo. Esta es nuestra alegría: que lo podemos todo
en Dios. Y el saberlo nos llena de paz y de esperanza. El mundo no nos puede, el
demonio no tiene nada que hacer si nosotros no le dejamos; y la carne es vencible si
estamos dispuestos a luchar con humildad. Hermanos: "Si Dios
está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no perdonó a su propio
Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él?".
Por eso la Cuaresma es un tiempo de oración, porque es un tiempo de reavivar en
nosotros nuestra dependencia de Dios y de solicitar su ayuda. "Que la proclamación
del santo evangelio sirva, pues, para fortalecer la fe de todos, y que nadie se
avergüence de la cruz de Cristo, por la que el mundo ha sido redimido... Ya se trate,
en efecto, de cumplir sus mandamientos o de soportar la adversidad, debe siempre
resonar en nuestros oídos la voz del Padre que se dejó oír desde el cielo: Este es mi
Hijo muy amado, en quien tengo mis complacencias, escuchadlo " (San León
Magno, 2º Lectura del Oficio de hoy).

4. RENOVAR NUESTRA FE 402B4


1. Conversión en la fe. La conversión que nos pide la Cuaresma se hace
firme, perenne y fecunda si tiene como verdadero fundamento la fe. Es la lección que
nos da hoy Abrahán en la 1ª lectura.
El cristiano ha de renovar su mente, ha de vivir "de la palabra que sale de la
boca de Dios": esto es vivir de fe. Una fe que nos lleva a creer en Dios Padre que
forma al hombre para que le conozca, le adore y le goce por toda la eternidad; a
creer en Dios Hijo, que nace, muere y resucita para liberar al hombre del pecado y
manifestarle el amor de Dios; a creer en Dios Espíritu Santo, que da al hombre la
gracia, la fuerza que necesita para creer y para poner en práctica los mandamientos
de Dios, que enseña al hombre a corresponder de alguna manera al amor de Dios.
Abrahán, con su fe, conmovió a Dios. No sólo "esperó contra toda esperanza"
en las promesas de Dios, en su "gran descendencia"; sino que pudo esperar porque
la fe en la palabra de Dios fue firmemente robustecida por el ofrecimiento del
sacrificio de su hijo único.
2. Fe acrisolada en el dolor. Algunos hablan de fe católica, cristiana, como
de fe de edad infantil. Los que esto dicen no saben lo que es la fe, ni conocen las
verdaderas exigencias de la fe. El ejemplo de Abrahán les puede orientar para
descubrir las maravillas de la fe: confianza plena en Dios en medio de la exigencia
mayor que puede recibir un hombre: ofrecer en sacrificio al único hijo, sobre quien el
mismo Dios había anunciado que le establecería la descendencia.
Cuando Abrahán ofrece a Dios a su propio hijo , lo ofrece sabiendo que había
sido un don de Dios; y, al ofrecerlo, descubre la misericordia y el amor de Dios.
Así sucede al hombre: una desgracia, una enfermedad, una injusticia sufrida,
el desprecio de un amigo, la desconfianza de los demás, dificultades en el trabajo, en
las cuestiones familiares..., en definitiva, el encontrar la cruz en medio del esfuerzo
cotidiano es siempre una ocasión para que el cristiano busque de nuevo la bondad
de Dios y vuelva a descubrir una fe dormida, que se fortifica en la palabra de Dios,
"que promete la vida eterna, no el reino en la tierra" (San Agustín), y que le va a
ayudar a vivir en Cristo, con Cristo, para Cristo en los afanes profesionales y
sociales de cada día.
3. La paz de la fe. Cristo, en todo momento, desea que quienes le siguen
tengan paz, serenidad de alma. El se preocupa de nuestra consolación espiritual. Así
hace hoy con los Apóstoles. Camino ya de su Pasión, Muerte y Resurrección,
previendo los momentos de agobio y dolor que le espera, escoge a tres: Pedro,
Santiago y Juan, para manifestarles su gloria y ayudarles a no olvidar que aquel
hombre que está con ellos, casi de su misma edad, hombre mortal, es Dios.
En la paz de la Transfiguración del Señor, la voz de Dios Padre nos invita una
vez más a hacer un hondo acto de fe en su Hijo Jesucristo. De esta forma,
descubrimos que tambien para nosotros "la Pasión es el camino de la Resurrección"
(Prefacio).

5. PALABRAS VACIAS 402B5


1. "Y le dijo: juro por mí mismo, palabra de Yahvé..." (Gn 22,16). Dios no se
deja ganar en generosidad. Abrahán estuvo a punto de sacrificar a su hijo único. Por
eso el Señor le repite la promesa, una descendencia numerosa como las estrellas,
un sinfín de hijos a cambio de uno que no llegó a sacrificar... Son las matemáticas de
Dios. Por un poco que le demos de lo mismo que Él nos da, nos devuelve
multiplicado por mil y por más ese poco que le entregamos.
Pero no acabamos de creerlo. Y regateamos la entrega. A lo más prometemos
dar algo, si antes recibimos eso que deseamos. "Do ut des". Así nos portamos con el
Señor, como si fuera un charrán, cualquiera. Rompe, Señor, la exactitud de nuestras
matemáticas raquíticas, pobres, estos teoremas y axiomas de los que no logramos
desprendernos. Queremos no tener medida en el amor a Ti, ni ser roñosos, ni seguir
apegados a esta moral estrecha que a menudo vivimos.
2. Si al menos una lágrima... "El que no perdonó a su Hijo, sino que lo
entregó a la muerte por nosotros..." (Rom 8, 32).
En estas palabras está el secreto de una esperanza siempre viva. Dios nos
amó hasta el extremo último del amor. Lo dijo Jesús: "Nadie tiene amor más grande
que aquel que da la vida por el amado". El Padre Eterno no escuchó la súplica del
Hijo que pedía, hasta sudar sangre, que pasara aquel terrible cáliz, aquella dolorosa
pasión. Y el Hijo aceptó el plan de la salvación y caminó decidido, sin resistencia
alguna, hacia el tormento supremo del abandono y del dolor.
Ante estos hechos, ¿cómo podemos permanecer insensibles, cómo podemos
caminar de espaldas a Dios, cómo podemos vivir una vida tan mediocre y
aburguesada, cómo podemos olvidar a quien tanto nos ama? No hay respuesta
adecuada. Sólo cabría decir que somos unos pobres miserables, indignos de tanto
amor. Y si al menos dijéramos eso, si al menos sintiéramos un poco de dolor de
amor herido, si al menos derramáramos alguna lágrima de arrepentimiento.
3. Escuchadle. "Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan..." (Mc 9,1).
La grandiosidad de la cima del Tabor se llenó con la luz que Cristo irradiaba.
Toda la gloria que se ocultaba tras los velos de su humanidad se dejó ver por unos
instantes. La voz del Padre resonó desde la nube: Este es mi Hijo amado,
escuchadle. El Amado, el Unigénito, la impronta radiante del Padre Eterno. Con
razón se admiraba San Juan del gran amor que Dios tiene al mundo cuando por él
entregó a su mismo Hijo, sabedor además de que lo clavarían en la Cruz.
Cómo no escuchar a quien tanto nos amó, cómo no atender a quien murió por
salvarnos. Hemos de aceptar su doctrina luminosa, hacerla vida de nuestra vida.
Cumplir con ilusión y esmero nuestros deberes de cada instante, grandes o
pequeños con la esperanza cierta de llegar a la cumbre y contemplar extasiados la
gloria del Señor.

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403 DOMINGO III DE CUARESMA

Ciclo B: 403B

Exodo 20,1-17: "no tendrás otros dioses"


I Cor.1,22-25: "predicamos a Cristo crucificado"
Juan 2,13-25: "destruid este templo..."

JESUCRISTO, Salvador y Redentor del mundo. (DCG.n.54).

1. MERCADERES EN EL TEMPLO 403B1


1. Próxima la Pascua, Jesús sube a Jerusalén -como a los doce años, con
María y José- y entra en el Templo a orar. Allí un espectáculo conmueve sus
entrañas: los vendedores y cambistas profanan el Templo con sus animales y
negocios. E indignado -pues "el celo de tu casa me devora"-, los expulsa
violentamente intimidándoles: "no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre".
Existe hoy una corriente de profanación, de "desacralización" de los cosas
sagradas. Los vasos del culto se dedican a usos que desdicen de su consagración.
Las imágenes sagradas se suprimen indiscriminadamente, o se convierten en
objetos decorativos carente de significación cultural; las manifestaciones de piedad
se recortan y empobrecen; se dejan arruinar los lugares de culto, o se destinan a
actividades más "prácticas" y "productivas. Y con todo ello se muestra una falta de
amor y reverencia a Dios, una falta de celo por su casa.
2. Pero es más peligroso y sutil otro aspecto de la sacralización: la que afecta
a la misma acción eclesial. La palabra de Dios se examina, interpreta y predica a la
luz de momentáneas corrientes psicológicas, antropológicas y sociológicas, y se
subordina a ellas.
De esto habla San Pablo (2 lect): "los judíos exigen signos", milagros que
satisfagan sus sentidos y emociones para creer. y "los griegos buscan sabiduría",
ciencias humana razonable en los evangelios, que resuelva problemas inmediatos.
Ni unos ni otros hallarán lo que buscan, pues lo primero es pretender que Dios sea
un artificiero; lo segundo, empequeñecerlo a nivel de las limitaciones humanas y la
vida terrena.
Los cristianos somos optimistas: "Nosotros predicamos a Cristo crucificado,
escándalo para los judíos (Dios en la Cruz), necedad para los griegos (algo simple y
desproporcionado para su soberbia humana); pero para los llamados a Cristo -judíos
o griegos-; fuerza de Dios y sabiduría de Dios". No se trata de negar la ciencia
humana: tiene su valor y sentido, pero también su ámbito natural y sus limitaciones.
No puede sustituir al misterio de Cristo que muere por nosotros.
3. El cristiano quiere que la casa de Dios sea "casa de oración". En ella busca
a Cristo, Camino, en los Mandamientos (1 lect.) que le harán libre. La Iglesia necesita
hoy una catequesis a todos los niveles, donde todo hombre o mujer entienda
claramente lo que Dios quiere y lo que no quiere, sin deformaciones y falsas
libertades que desconciertan y conducen a la esclavitud del pecado. Busca a Cristo,
Verdad, en la predicación genuina de la palabra de Dios no mixtificada por opiniones
personales: "Señor, tu tienes palabras de vida eterna" (Sal. resp.). Busca a Cristo,
Vida, en los Sacramentos que se la darán abundante, y especialmente en la
Eucaristía.
Todo ello ha de facilitársele por los lugares y objetos sagrados, por la
predicación y el culto. No pretendamos otra cosas, pues lo necio y débil de Dios es
más sabio y fuerte que los hombres (2 lect.). Nuestra salvación nos viene de Cristo
en la Cruz.

2. CONOCIMIENTO CIERTO DE LAS LEYES MORALES 403B2


1. En el libro del Éxodo se relata la Revelación que Dios hace a Moisés en el
Sinaí: este código básico y completo de conducta personal, familiar y social dado por
Dios al pueblo de Israel, es lo que en todos los catecismos se llaman los diez
mandamientos de la ley de Dios o Decálogo. Hemos de recordar que, en aquel
tiempo Dios hablaba a la humanidad a través de Israel, pueblo elegido y germen
futuro del Pueblo de Dios (o Iglesia Católica). Por ello las prescripciones hechas por
Dios a Israel trascienden la pequeñez de aquel pueblo y las contingencias de aquel
tiempo.
2. En las sencillas palabras divinas se encierran los principios para la
organización de la vida personal, familiar y social. Se trata de algo así como una
Constitución política (en el sentido moral o amplio de esta palabra), que comprende a
la familia como célula del pueblo y de los individuos.
Pero, no se trata de una Constitución emanada desde la "base"
(desde el pueblo israelita que aguarda al pie del Sinaí el regreso de Moisés que
subió a su cima); no se trata de un consenso democrático. Se trata de algo más
profundo: es la ley de Dios, la ley del Creador del hombre, del autor de la naturaleza
humana, que dice claramente a sus hijos qué es lo que tienen que hacer (preceptos
positivos) y qué no hacer (preceptos negativos). Con este gesto divino muestra su
amor a los hombres, porque les ayuda a descubrir los íntimos resortes de su
condición humana y los caminos que le llevan a su perfección o a su ruina. Cuando
Dios manda o prohíbe, lejos de coartar la libertad humana, la asegura, porque
defiende al hombre de sí mismo: de su ignorancia o de su tendencia a degradarse.
3. Esencialmente el decálogo contiene la ley divino-natural, que está impresa
en el corazón de todos los hombres. Con la sola luz de la razón cada hombre sería
capaz de ir reconstruyendo lo que está bien y lo que está mal en sus actos para con
Dios, para con los demás, para consigo mismo. Pero la condición de deterioro en la
que dejó el pecado original a la condición humana, hace que sea en la práctica
sumamente difícil para todos y cada uno de los hombres llegar a un conocimiento
cabal e íntegro de las leyes según las cuales alcanza su perfeccionamiento natural,
tanto en el plano personal como social. Por eso, la Revelación mosaica del Decálogo
constituye un acto de autoridad y de magisterio divino (actor es creador o autor en
latín; autoridad aquí significa la razón indiscutida que tiene Dios cuando le dice al
hombre qué tiene que hacer para ser hombre). Gracias al conocimiento de los Diez
Mandamientos de la ley de Dios, todos los hombres saben con certeza, sin error,
cuales son las leyes morales que rigen la naturaleza humana. Por tanto, el Decálogo
es inmutable y universal en el tiempo y en el espacio. Cualquier ley y uso humano
(incluso legalizado de un modo democrático perfecto), si no es aplicación de algún
aspecto de la ley de Dios o, lo que sería peor, fuera abiertamente contra un
mandamiento de Dios, no sería ley, sino violencia a la naturaleza humana u ofensa al
Creador, es decir, pecado.

3. EL CELO DE TU CASA ME DEVORA 403B3


1. Nuestro celo por las cosas de Dios. De las poquísimas veces que vemos
al Señor realmente enfadado, incluso, airado, es la que nos narra el Evangelio de
hoy. Jesús entra en el templo de Dios, lugar de oración, y se encuentra con todos los
que lo habían convertido en lugar de comercio. Y haciendo un azote de cordeles
echó a todos aquellos que estaban profanando aquel lugar santo con una presencia
interesada y egoísta. "Quitad esto de aquí. No convirtáis en un mercado la casa de
mi Padre" (Ev.). Gran lección para la falta de respeto por la casa de Dios,
convirtiéndola en un lugar social para la celebración de distintos acontecimientos. El
templo es la casa del Padre y debemos saber estar con respeto, con devoción, con
recogimiento, con ese santo temor, mezclado de absoluta confianza, del que se va a
relacionar con Dios Todopoderoso. Puede ser que el Señor, al observar tantas
presencias farisaicas en la Santa Misa, que se limitan a estar sin participar, a ver sin
orar, tenga que decirnos de nuevo: "Este pueblo me honra con los labios, pero su
corazón está muy lejos de mí" (Mt.15,8).
2. Causa mucha tristeza el contemplar a cristianos que al cabo de los años no
han sabido aprender a estar en la presencia de Dios, a adorar al Santísimo, a seguir
la Santa Misa, conscientemente, a venir a rezar un rato y contarle a Dios sus cosas.
Dios merece un gran respeto, y debemos educarnos y educar para saber
desenvolvernos en la casa del Señor. "Sus discípulos se acordaron de lo que está
escrito: El celo de tu casa me devora" (Ev.). Todos cuidamos nuestras casas, y a
todos nos agrada el orden y el buen gusto en la decoración de cualquier local,
aunque sea para fines de diversión. ¿Vamos a permitir entonces que en el templo del
Señor sea el lugar más ordinario y desagradable? ¿Vamos a reservar para el Señor
lo peor, lo más feo? Hay que tratar a Dios con más corazón. "¡Tratádmelo bien,
tratádmelo bien!, decía, entre lágrimas, un anciano Prelado a los nuevos Sacerdotes
que acababa de ordenar. ¡Señor! ¡Quien me diera voces y autoridad para clamar de
este modo al oído y al corazón de muchos cristianos, de muchos!" (Camino, n.531).
3. Buscamos sólo al Señor. Se queja San Pablo de todos aquellos que iban
buscando satisfacciones sensuales o espirituales. Los judíos exigían signos; los
griegos, sabiduría. "Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado: escándalo para
los judíos, necedad para los griegos; pero para los llamados a Cristo -judíos o
griegos-: fuerza de Dios y sabiduría de Dios" (2 lect.). Aquí está todo nuestro interés
y nuestro empeño: Cristo. Y no hay más secretos. Solamente Él
tiene palabras de vida eterna.

4. AFAN APOSTOLICO DE CRISTO 403B4


1. Expulsión de los mercaderes. Jesucristo, a quien hemos visto en los
domingos precedentes soportar las tentaciones del diablo y consolar a los
apósotoles, fortaleciéndoles para la prueba del Calvario, quiere darnos hoy una
lección inolvidable del celo apostólico que mueve su alma: "Y haciendo un azote de
cordeles, los echó a todos del Templo, ovejas y bueyes, y a los cambistas les
esparció las monedas y les volcó las mesas".
El templo ha de ser siempre templo de Dios. Lugar sagrado para encontrar,
hablar y rezar a Dios y con Dios. El templo es señal clara de la presencia de Dios en
el mundo; el constante compromiso de Dios de estar con los hombres; del interés de
Dios Todopoderoso e Inmortal en los afanes, en la historia, de las criaturas.
El templo es un lugar donde siempre se ha de anunciar a Cristo, "a Cristo
crucificado" que sigue siendo, como lo fue desde los comienzos y los será siempre,
"escándalo para los judíos, necedad para los griegos".
2. El templo, encuentro de Dios con los hombres. El templo, la iglesia, no
puede convertirse en un simple lugar de reuniones. Es el lugar sagrado para el
encuentro de los hombres con Dios y de Dios con los hombres. Ciertamente
podemos encontrar a Dios en todos los lugares: estando en gracia lo llevamos
siempre con nosotros, y nos basta recoger nuestros sentidos, buscar la inefable
presencia de Dios en nuestra alma, para comenzar ya un diálogo ininterrumpido con
Cristo, fundamento de la vida de toda alma contemplativa.
Pero sólo los cristianos que encuentran a Dios en el templo, pueden después
convertir al mundo, a toda la tierra, en un "templo de Dios".
Cristo defiende hoy, con toda el alma, ese templo, donde la majestad de su
Padre Dios ha de ser venerada; ese templo donde cualquier corazón humano,
abatido, alegre, humillado, puede encontrar un rincón para hablar cara a cara, de tú,
a Dios, y saberse confortado, comprendido, iluminado por su Creador. No es lugar
para exposiciones, conciertos, acontecimiento benéficos sociales etc. Es lugar de
culto, de culto litúrgico a Dios.
3. Templo de Dios. El cristiano ha de recordar siempre la afirmación de San
Pablo: "Vuestro cuerpo es templo de Dios". Jesucristo desea irrumpir dentro del alma
para expulsar a tantos vendedores que se han asentado furtivamente en ella.
"Vendedores" que, con su ruido, con su negocio, impiden al alma descubrir a ese
Cristo crucificado que, desde la cruz, en esta Cuaresma, quiere gravar a fuego en el
alma estas palabras: "Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de Egipto, de la
esclavitud. No tendrás otros dioses frente a mí" (1 lect.)
Si luchamos en esta Cuaresma para estar en gracia de Dios, para dejarle más
espacio en nuestra alma, para pensar más en Él, en su Vida; acabaremos
expulsando a esos vendedores: orgullo, vanagloria, ambición, rencor, intereses
meramente humanos...

5. EL CELO DE DIOS 403B5


1. "Yo soy Yahvéh, tu Dios, que te ha sacado de la tierra de Egipto, de la casa
de la servidumbre" (Ex. 20, 2).
En este pasaje bíblico, el Señor recuerda a su pueblo el pasado, para que lo
tenga en cuenta al emprender el camino del futuro. Yo te he conquistado, les viene a
decir, yo te he librado. La Alianza pactada hacía que Israel fuera desde entonces
total pertenencia de Yahvéh. No olvides, añade, que yo soy un Dios celoso que
castiga a los que rompen su Alianza y se compadece de los que la guardan.
También a ti te ha sacado de la esclavitud del pecado, se ha compadecido de
ti y te ha dado su ley de amor. Sin Él estarías sometido al yugo insoportable de
Satanás. Por eso sus palabras vuelven a resonar para ti: "No tendrás otros dioses
frente a mí". El Señor no admite particiones, no tolera las medias tintas.
2. El verdadero signo. "Pero nosotros predicamos a Cristo crucificado:
escándalo para los judíos..." (1 Cor. I, 23).
Pablo se niega a complacer los deseos de los judíos, aquellas exigencias
absurdas que, por encima de todo, reclaman el aparatoso espectáculo de un signo
prodigioso. El Apóstol predica a Cristo, y a Cristo crucificado. Sin importarle en
absoluto el escándalo de los judíos que consideraban inadmisible que el Mesías
muriera en una cruz. Todavía hoy existen quienes sueñan e intentan un cristianismo
sin cruz, un cristianismo sin dificultades, sin exigencias ni renuncias.
Se piensa que en la era del confort y el bienestar no se puede admitir el sufrimiento,
ni lo que suponga un mínimo de sacrificio o renuncia. Pero se engañan a sí mismos,
y se autodestruyen, que es peor. Porque al pretender un camino diverso al indicado
por Dios, terminan extraviados. Desembocan en un callejón sin salida, el de la
angustia y la náusea, de la desesperación y la muerte. Por eso volvamos los ojos a la
Cruz, carguemos con su dulce peso, decididos y animosos.
3. Servir a la Iglesia sin servirse de ella. "Y encontró en el templo a los
vendedores..." (.Jn 2,14).
Jesús fustiga con violencia a los mercaderes del Templo. Es un gesto que nos
resulta sorprendente, dada la actitud serena que de ordinario vemos en Jesús. Sin
embargo, quiso mostrarnos el furor de su ira para que entendamos lo grave que es
hacer un negocio con las cosas de Dios, para que comprendamos cuánto abomina
Jesús de quienes en lugar de servir a la Iglesia, se sirven de ella para medrar.
De lo contrario corremos el peligro de convertir la Iglesia en casa de
contratación, en una especie de supermercado de las cosas del espíritu. Todos
debemos reflexionar en la presencia de Dios, pues todos podemos caer en la
tentación de buscar intereses materiales a costa de la Iglesia o de quienes la
representan. Ante la Iglesia, es decir ante Jesucristo, la única actitud válida es la del
servicio desinteresado.

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404 DOMINGO IV DE CUARESMA

Ciclo B: 404B

II Cor.36,14-16.19-23: "que le edifique una Casa"


Efesios 2,4-10: "estáis salvados por su gracia"
Juan 3,14-21" "el que realiza la verdad se
acerca a la luz..."

La Jerarquía de la Iglesia (PVE. cap.13).

1. CUARESMA Y SINCERIDAD 404B1


1. Siendo característica del hombre de hoy su escasa conciencia de pecado,
alguno podrá preguntarse: ¿No estará exagerando la Iglesia al insistirnos en que
vivamos con intensidad la Cuaresma, nos arrepintamos de nuestras culpas, hagamos
oración y sacrificios, y nos identifiquemos una año más con la Pasión de Cristo?.
Las lecturas de la Misa dan respuesta a estas cuestiones. La 1ª hace un
bosquejo de la historia de las relaciones entre Dios y el hombre: "Los sacerdotes y el
pueblo multiplicaban sus infidelidades"; "Dios les envió desde el principio avisos por
medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo"; "pero ellos se
burlaban de su mensajeros... hasta que subió la ira del Señor". Sólo con sinceridad
veremos nuestras culpas y reconoceremos con qué reiteración hemos pecado,
cuantas veces hemos rechazado las gracias y avisos que Dios nos daba, las
ocasiones de arrepentimiento y santificación. Ofendemos mucho a Dios por ligereza,
abusando de su comprensión y amor.
2. Lejos de Dios no faltará alegría: "Junto a los canales de Babilonia nos
sentamos a llorar con nostalgia de Sión... ¡Cómo cantar un cántico del Señor en
tierra extranjera!" (Sal. resp.). El aturdimiento nunca sustituirá eficazmente a la paz y
amistad con Dios. ¿Sentimos nostalgia de Él, de la luz, de la gracia?. Él nos aguarda:
¿a qué esperamos?.
Dios nunca nos olvida: "Que se me pegue la lengua al paladar si no me
acuerdo de ti" (Salm.). Su amor es manifiesto: "Tanto amó Dios al mundo que le
entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno" (Ev.). Así pues la salvación es
gratuita, "por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los
pecados... por pura gracia" (2ª lect.). Ahora comprenderemos la importancia de
prepararnos en Cuaresma para recibir este don divino.
3. Dios nos redime, pero respeta nuestra libertad; más aún, debemos utilizar
la libertad "con la que Cristo nos liberó" (Gal.4,31). ¿Qué hacer?. En primer lugar,
aumentar nuestra fe: "Tiene que ser elevado (crucificado) el Hijo del Hombre, para
que todo el que crea en Él tenga vida eterna" (Ev.). "Estáis salvados por su gracia y
mediante la fe" (2ª lect.). Esa fe y confianza nos ayudará a ser sinceros, cosa
necesaria, pues "esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo y los
hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas" (Ev.). Por
tanto "examine cada uno su conciencia. Vea si en lo íntimos de su corazón se
encuentra esa paz que da Cristo (Jn. 14,27), si el deseo espiritual no es combatido
en él por alguna concupiscencia carnal, si no se regocija con alguna ganancia
injusta, si el bien de otro no le hace arder de envidia... Indague de qué naturaleza
son sus pensamientos habituales y si consiente en los pensamientos de vanidad...
Orgullo es pretender evitar fácilmente el pecado" (San León M.).
Así podremos destruir las obras del pecado, y practicar las virtudes cristianas,
pues "Dios nos ha creado en Cristo Jesús, para que nos dediquemos a las buenas
obras, que Él determinó practicásemos" (2ª lect.).

2. GRACIA DE DIOS Y COOPERACION PERSONAL 404B2


1. En la primera lectura de hoy se describe la justa ira de Dios porque "en
aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus
infidelidades". El castigo por la infidelidad de Israel será la destrucción del reino, la
invasión de los persas y la deportación forzosa a Babilonia de lo más selecto de la
sociedad israelita. Durante mucho tiempo Israel dejó de existir prácticamente como
realidad política, y sólo perduró como comunidad religiosa en el exilio, lejos de la
patria, vejados, humillados. Pero Dios castiga parta mover a la contrición, para
preparar un "retorno" del pecador después de que éste haya purificado su corazón
con el dolor y la compunción.
2. San Pablo, en su carta a los cristianos de Éfeso, se sitúa en un plano muy
superior al de la esclavitud temporal y al de la liberación temporal (como lo fue el
retorno del cautiverio de Babilonia). La esclavitud más profunda del hombre era,
antes de Cristo, la del pecado, la del demonio y la de la muerte. Esta situación de
"naturaleza" caída afectaba a la humanidad entera (y sigue afectando a quienes no
están actualmente bautizados). Dios, por la grandiosa obra de la redención, rescató
al género humano de ese estado y lo trajo a una nueva condición de hijos suyos por
la gracia. El hombre, de por sí, era radicalmente incapaz de redimirse a sí mismo.
Sólo el hijo de Dios, encarnado y muerto en la cruz nos mereció la gracia de la
salvación. Por ello el Apóstol defiende el sentido de esta palabra: "gracia", que es un
puro don, inmerecido, no elaborable por el hombre. "No se debe a vosotros, sino que
es un don de Dios; ni tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir.
Somos, pues, obra suya. Dios nos ha creado en Cristo Jesús".
3. Sin embargo, la salvación eterna de cada uno de nosotros exige una
cooperación personal. El hombre no es salvado automáticamente,
irremediablemente, a espaldas de su decisión (salvo el caso de los niños bautizados
que mueren antes del uso de razón, los cuales van ciertamente al Cielo porque no se
oponen al don divino de la gracia). Nuestro Señor, en el Evangelio de hoy nos habla
con una claridad absoluta, sobre como un designio universal de Dios (que quiere la
salvación de todos), se diversifica en el resultado personal según la libre y
responsable respuesta de cada persona: "Porque Dios no mando a su Hijo al mundo
para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él
no será condenado; el que no cree ya está condenado, porque no ha creído en el
nombre del Hijo único de Dios".

3. LA LUZ Y LAS TINIEBLAS 404B3


1. Alcanzar la vida eterna. A veces nos asusta el esfuerzo que hay que
hacer para ser buen cristiano. Pero el Señor no quiso el dolor por el dolor. La Cruz es
fuente de santificación, un camino de perfeccionamiento, una puerta abierta para
entrar en el Reino de los Cielos. Debemos mirar más la meta que el camino. No está
mal pensar a menudo en el premio, pues nos puede servir de estímulo: "¡Anda!, con
generosidad y como un niño, dile: ¿Qué me irás a dar cuando me exiges "eso""?
(Camino n. l53).
Cristo ha venido para que tengamos todos vida eterna. No hay nadie que
ofrezca más al hombre, y todo por amor: "Tanto amó Dios al mundo, que entregó a
su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan
vida eterna. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino
para que el mundo se salve por Él". (Evangelio). Clara respuesta para todos aquellos
que buscan afanosamente un sentido a su esfuerzo, y un final feliz con ansias de
eternidad. Cristo es nuestra vida. Para nosotros, esta vida divina que contemplamos
en Cristo, es una luz viva que nos ilumina el camino y nos clarifica el alma. Él es "la
luz de la vida" (Jn. 8,12). Ya al principio del Evangelio de San Juan se nos dice: "Y la
vida era la luz de los hombres" (Jn. 1,4). Y precisamente el pecado es despreciar la
luz porque preferimos las tinieblas. "Esta es la causa de la condenación: que la luz
vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran
malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz, y no se acerca a la luz,
para no verse acusado por sus obras (Evangelio). La lámpara siempre se enciende
en la verdad, por eso dice San Agustín: "A la verdad, ninguna criatura, aunque sea
racional e intelectual, es iluminada por sí misma, sino que se enciende por la
participación de la verdad eterna; y, aunque algunas vez se llama día, no es Día-
Señor, sino día que hizo el Señor; por eso se le dice: Acercaos a Él y sois
alumbrados" (S 161,2: ML 38,868). No somos luz para nosotros mismos, de nada
servimos si pretendemos iluminarnos huyendo de la luz: "Reconoce que tú no eres
luz... ; a lo mucho, eres ojo, no luz. ¿Qué aprovechó el ojo abierto y sano si falta luz?
Di, pues, y clama lo que está escrito: Tú, Señor, iluminarás mi lámpara" (Ibidem,
263, 1,ML 38,1210).
2. Salvados por su gracia. La salvación del hombre es un don de Dios. Son
vanos todos los intentos que se pretenden hacer para salvar a la humanidad al
margen de Cristo. Todos los problemas del mundo derivan de esta falta de vida
divina en el hombre. Es Dios el que quiere salvar a la humanidad salvando al hombre
mediante su gracia y mediante la fe (Cf. 2ª lect.).
4. CONTEMPLACION DE LA CRUZ 404B4
1. El abandono de Dios. En los textos de este domingo, la Iglesia sigue
llamando nuestra atención sobre la maldad del pecado: "Todos los jefes y sacerdotes
del pueblo multiplicaron sus infidelidades" (1ª lect.).
Luchando por no dejarnos arrastrar hacia las sendas del pecado, no hemos de
escandalizarnos y engañarnos, ni constituirnos en jueces ante los pecados de los
demás. En todas las épocas del caminar del hombre sobre la tierra, la infidelidad se
hace presente; y también quienes, por su cargo y por sus circunstancias, deberían
ser un testimonio vivo de la cercanía de Dios, le abandonan y hasta abominan de Él.
Tiempo de penitencia, la Cuaresma es momento apropiado para vivir la
comunión de los santos, desagraviando por el pecado; pidiendo perdón a Dios por
los pecado nuestros y los de todos los hombres: "No pidas a Jesús perdón tan solo
por tus culpas, no le ames con tu corazón solamente... Desagráviale por todas las
ofensas que le han hecho, le hacen y le harán..., ámale con toda la fuerza de todos
los corazones de todos los hombres que más le hayan querido" (Camino 402).
2. Necesidad de rectificar. No hemos de endurecer nuestro corazón ante el
pecado. "Ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y
se mofaron de sus profetas" (1ª Lect.).
¿Dónde oímos nosotros esa palabra de Dios? En la celebración de la
Eucaristía; en las enseñanzas del Papa, y de los Obispos en comunión con el Papa;
en lo que nos dicen los sacerdotes cuando predican; y también, muchas veces, en
las palabras de los amigos, de todas las personas que nos quieren acercar a Cristo y
nos inviten a vivir sus mandamientos, como ha establecido la Santa Iglesia.
No podemos oír una y otra vez esta palabra de Dios sin hacerle ningún caso,
sin rectificar nuestra conducta. El Señor no nos amenaza, nos invita a reflexionar, a
meditar sobre las razones que le han llevado al Sagrario.
3. Contemplar la Cruz. Para comprender estas razones, hemos de
contemplar a Cristo en la Cruz. Sin esta contemplación, la Cuaresma y toda nuestra
vida, no tendrán nunca sentido para nosotros. La crucifixión de Cristo no puede se un
hecho del que apenas nos acordamos un sólo día al año, el Viernes Santo, ha de
llenar la vida entera del cristiano.
La Cruz no es tristeza, ni pesimismo; la Cruz no deprime, vivifica. Para
resucitar hemos de morir al pecado, y sólo tendremos capacidad y decisión para
convertirnos y resucitar, combatiendo y rechazando el pecado, si fijamos nuestra
atención en la Cruz. Llegaremos así a rechazar el pecado y abrazar la cruz, "no
preferiremos las tinieblas a la luz ". La Cruz transformará todo en nuestra vida.
"Al comenzar y durante el trabajo; al salir y entrar en casa; al vestirse; al
comenzar el sueño; sella tu frente con la señal de la Cruz" (Tertuliano). Signarnos
con devoción, recordando a Cristo que quiso morir en la Cruz para redimirnos, será
un gran acto de fe, una respuesta cristiana a quienes quieren arrancar la Cruz de la
memoria de los hombres.

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405 DOMINGO V DE CUARESMA

Ciclo B: 405B
Jer.31,31-34: "una alianza nueva..."
Heb. 5, 7-9: "para todos los que le obedecen"
Juan 12,20-33: "ahora va a ser juzgado el mundo"

Exclusión de la Violencia (EN. n. 37).

1. APRENDIO, SUFRIENDO, A OBEDECER. 405B1


1. Es placentero seguir a Cristo en tiempos de bonanza y de éxito, cuando
arrastra muchedumbres, maravilla con sus milagros o muestra su gloria en la
Transfiguración. Pero a punto de celebrar su pasión y muerte, debemos recordar que
únicamente gozaremos de su victoria si participamos previamente de su dolor y
entrega.
Jesús, para morir por nosotros, hubo de vencer los impulsos de su naturaleza
humana: "en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y
súplicas al que podía salvarlo de la muerte. Él, a pesar de ser Hijo, aprendió,
sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los
que le obedecen, en autor de salvación eterna" (2ª lect.). Obedeciendo hasta la
muerte, salva a quienes le obedecen.
2. Hay que seguir a Cristo, obedeciendo. A veces sentimos la tentación de
considerarnos cristianos "maduros", con criterio suficiente para no consultar, en lugar
de informarnos y rendir el propio juicio; nos gustaría ser cabecillas de grupo o
corriente doctrinal, promotores de reformas, inquisidores. Pero sólo los que
dócilmente siguen al Señor de cerca, como Felipe y Andrés, pueden acercarle a los
gentiles (Ev.), ser mediadores entre Dios y los hombres.
El mismo Cristo, cuya alma está agitada, se pregunta si pedirá al Padre:
"líbrame de esta hora"; y se responde a sí mismo: "Pero si por eso he venido, para
esta hora", para morir. Y nos invita a imitarle: "el que quiera servirme, que me siga, y
donde esté yo, allí también estará mi servidor". Hemos de ser como el grano de trigo,
que "si cae en la tierra y muere da mucho fruto".
3. Morir con el Señor por la obediencia: ése es el camino de la victoria. La
obediencia es una renuncia a la autonomía personal, hecha por amor a Dios: de otra
forma, sin sentido sobrenatural, es esclavitud.
Obedecer a nuestros superiores en la familia, en el trabajo profesional, en la
sociedad, es participar de la Cruz de Cristo. No es virtud para niños o débiles, ya que
nos permite la victoria más difícil: sobre nuestro orgullo. "Sólo teniendo una fuerte
voluntad sabrás no tenerla para obedecer" (Camino, 615).
Y obedecer a Cristo en su Iglesia, que "por divina institución tiene... también la
potestad de gobierno, de manera que retenga en su seno a los hijos que recibió, los
confirme en la doctrinas que entregó y promulgue leyes acerca de todo lo referente a
la salvación de las almas y al ejercicio del sagrado magisterio y del culto de Dios"
(Gregorio XVI). "El que a vosotros oye, a mí me oye; el que os desprecia..."
(Lc.10,16).
"Ahora va a ser juzgado el mundo", por su desobediencia y sordera, puesto
que Dios no deja de hablarle. Nosotros procuraremos servirle con docilidad, para que
Cristo lo atraiga todo a sí. "A quien me sirve, el Padre lo premiará" (Ev.).

2. EL SACRIFICIO ACEPTADO 405B2


1. En muchas ocasiones hemos comentado textos de la Sagrada Escritura,
haciendo ver como los profetas señalan a Cristo y a su Obra Redentora. Jeremías,
hoy, cuando dice al pueblo de parte de Dios, que no volverán a ser castigados y que
habrá una nueva ley, una nueva organización personal (y como pueblo) de todo
Israel, apunta a realidades futuras: "Ellos, aunque yo era su Señor, quebrantaron mi
alianza... Así será la alianza que haré con ellos, después de aquellos días...: Meteré
mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones...". Con estas palabras bellísimas,
el Profeta alude, no a la supresión de la Ley de Dios (tema del domingo anterior),
sino a su perfeccionamiento en un doble sentido: en primer lugar, Cristo la convertirá
en una ley que conduce a la perfección sobrenatural (sin anular el fin de la perfección
natural) del cristiano: "ley evangélica"; en segundo lugar, esta "ley evangélica" se
hará interior porque la gracia renovará a la naturaleza (no cambiándola en otra
naturaleza divina), sino borrando de ella el pecado y haciéndola participe de la
naturaleza divina. La divinización del alma y sus potencias mediante la gracia, las
virtudes sobrenaturales y los dones del Espíritu Santo, le permitirán vivir el doble
precepto de la caridad, compendio y perfeccionamiento de toda la ley natural.
2. En la Epístola a los Hebreos se describe con gran fuerza como el Sacrificio
de Cristo, "voluntariamente aceptado" (cfr. Plegaria Eucarística II), será la causa de
nuestra salvación. El texto se refiere, obviamente, a la agonía de Jesús en el Huerto
y a su agonía en la Cruz. Los "gritos y lágrimas" de Jesús (con gran clamor y
reverencia "se lee en muchas otras versiones castellanas de este pasaje), nunca
fueron un grito de rebeldía, de desesperación por parte de Nuestro Señor, que
conservó siempre en lo más alto y más profundo de su alma, una paz inalterable.
Aquellas "oraciones y súplicas" no iban dirigidas a pedir al Padre que no se cumpliera
su designio sacrificial. Basta recordar la energía con que rechazó a San Pedro,
llamándole Satanás, por intentar disuadir al Señor de seguir el camino del Calvario.
Eran lágrimas, súplicas por nosotros, por nuestra felicidad... La voluntad humana de
Cristo estaba completamente sujeta a la del Padre y aceptó todo el dolor de
Gethsemaní y del Calvario: "aprendió, sufriendo, a obedecer".
3. El Evangelio de hoy recoge otro momento de la vida de Jesús, que parece
un breve anticipo de su futura agonía: "Ahora mi alma está agitada y ¿qué diré?:
¿Padre líbrame de esta hora?. Si para esto he venido (obsérvese su determinación
radical), para esta hora: Padre, glorifica mi nombre". El Padre le consoló en ese
momento de un modo sensible. Pero el Señor esperaba con paz su futura muerte. No
hay que olvidar que es compatible la paz profunda con la alteración anímica, con el
dolor sensible. El Evangelista comenta: "esto lo decía dando a entender la muerte de
que iba a morir". El Señor sufrió para que nosotros no sufriéramos, y nos dio la clave:
aceptar por amor la Voluntad divina; nos dio la posibilidad: el recurso a la oración y a
los Sacramentos. Así, Jesús es el Cirineo que apacigua todas nuestras penas.

3. EL QUE QUIERA SERVIRME, QUE ME SIGA 405B3


1. Ha llegado la hora. Los gentiles expresan sus deseos de ver a Jesús y los
apóstoles se lo comunican enseguida al Maestro. Jesucristo, ante esta reacción
positiva de muchos que empezaron a escucharle, comienza a poner las bases de lo
que ha de ser toda vida dedicada a su servicio. "Os aseguro que si el grano de trigo
no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se
ama a sí mismo, se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo, se
guarda para la vida eterna" (Ev.). Habla de sacrificio, de abnegación, de renuncia. No
quiere engañar a nadie prometiéndole para esta vida lo que no va a ser realidad. Y
todo esto nos hace sufrir, pero el dolor se convierte en camino de purificación y de
santidad, en camino de encuentro con Cristo que escogió la cruz como instrumento
de Redención. "Parece como si el hombre, en medio del sufrimiento, captara mejor el
sentido fundamental de las proposiciones que, en general, escapan a su atención;
que viera más profundamente la fragilidad de su existencia y, por consiguiente, el
misterio de su creación, la responsabilidad ante la vida, el sentido del bien y del mal,
y, finalmente, la inefable majestad de Dios" (Karol Woijtyla, Signo de contradicción,
BAC,p.217).
Ha llegado la hora de la sinceridad, y ya no se trata de quedarnos en una
cómoda profesión de fe. El servicio a Dios significa seguimiento fiel de su Voluntad
para con nosotros. "El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí
tambien estará mi servidor; a quien me sirve, el Padre le premiará". (Evangelio).
Servir a Cristo es comprometerse con Él sin condiciones. Todo lo demás no es
cristianismo, sino un sucedáneo de la doctrina evangélica. La vida de Cristo, y por
tanto del cristiano, está marcada siempre con el signo de la cruz, porque el grano de
trigo que muere da mucho fruto, y al que da fruto, Dios le concede más gracia: <<Él
ha prometido dar siempre más a los que dan fruto, y ha prometido confiar el tesoro
del Señor a los que ya tiene, diciendo: "Muy bien, siervo bueno y fiel, porque fuiste
fiel en lo poco voy a confiarte lo mucho: entra en el gozo de tu Señor" (Mt.25,21)>>.
(Ireneo de Lyón, Adversus Haereses, IV, 11, 1-3).
2. Aprender a obedecer. Dice San Pablo: "Él, a pesar de ser Hijo, aprendió,
sufriendo, a obedecer. Y, llevado a la consumación, se ha convertido para todos los
que le obedecen en autor de la salvación eterna" (2ª lect.). La obediencia es
condición indispensable para la fecundidad. De nada servirán nuestros planes si no
estamos dispuestos a obedecer a Dios. "¡Que bien has entendido la obediencia
cuando me has escrito: obedecer siempre es ser mártir sin morir!" (Camino, n. 622).
La obediencia tiene mucho que ver con la cruz.

4. NECESIDAD DE MORIR 405B4


1. Vivir para el cielo. La Cuaresma prepara al cristiano a revivir en sí mismo
la muerte y resurrección de Jesucristo, ayudándole a contemplar la Pasión que
recorrió el Señor. La Cuaresma ha comenzado recordándonos que "polvo somos y
en polvo nos hemos de convertir.
La clara conciencia de esta realidad, no lleva al hombre cristiano a ningún
desánimo, a ningún desaliento. Le da fuerza para construir catedrales, para hacer
bien su trabajo, para cumplir sus compromisos, precisamente porque al no dejar en
la tierra nada eterno, el cristiano desea construir para el cielo, "donde el tesoro no se
corroe", y lo hace, con palabras de Josemaría Escrivá, "convirtiendo en divinos todos
los caminos de la tierra".
2. Morir al pecado. "Lava del todo mi delito; limpia mi pecado; crea en mí un
corazón puro... Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti"
Así rogamos y prometemos a Cristo en el salmo responsorial.
Rogamos la "muerte" de nuestro hombre viejo; prometemos nuestra
resurrección. "Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda infecundo; pero
si muere da mucho fruto" Evangelio). Caer en la tierra y morir, para el cristiano, es
pedir perdón de su pecado y comenzar a manifestar en su vida la vida de Cristo.
El que se ama a sí mismo es el fariseo que afirma no tener pecado, que no es
consciente de la poquedad de su vida y de sus obras, y que se condena a sí mismo a
permanecer en pecado, porque no quiere pedir perdón. Ve el pecado fuera de él,
pero nunca dentro de sí, y no se preocupa de borrarlo con el arrepentimiento y
pidiendo perdón. Hoy, ese fariseo sabría descubrir la maldad de la ira, de la
violencia, de la pornografía, de las injusticias, de las calumnias... No haría nada por
corregirlas: se limitaría a protestar su inocencia, sin atreverse a poner delante de los
pecadores la maldad de su yerro, invitándoles a rectificar su conducta.
Si de verdad morimos al pecado, desearemos enseñar a "los malvados el
camino del Señor" ¿cómo?
3. Hacer penitencia. La Iglesia nos recomienda ayunos, abstinencias, dar
limosna, privarnos de cosas de la tierra, para que no pongamos nuestro corazón y
nuestro afán, en comer, en beber, en acumular riquezas que no nos acompañarán en
el más allá. Estas penitencias, hechas por amor de Dios después de confesar y de
pedir perdón de nuestros pecados, preparan nuestra alma para resurgir con Cristo,
son una claro testimonio, delante de los hombres, de nuestro amor a Dios.
No hemos de tener miedo a la penitencia, que produce en nosotros ese
bonus odor Christi que lleva hacia Dios a las almas que se nos acercan. Perdonar
a quienes nos ofenden; amar a quienes nos desprecian; comprender a quienes no
comprenden, sonreír a quienes desean humillarnos; servir con humildad a todos, sin
avasallar, sin maltratar; llevar con paciencia el peso de cada día, quejándonos, si
acaso, sólo ante Dios y amando su santísima voluntad...; son penitencias que
transforman nuestra alma y le hacen descubrir la alegría de vivir para el cielo.
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406 DOMINGO DE RAMOS DE LA PASION DEL SEÑOR

Ciclo B: 406B

1. MUERTE REDENTORA DEL HIJO DE DIOS 406B1


1. Hemos leído el relato de la Pasión y Muerte del Señor según San Marcos.
Los hombres de buena voluntad de todos los tiempos, han guardado un respeto
solemne ante la grandeza de la muerte de Nuestro Señor. Con una visión humana,
sin fe sobrenatural, muchos se han conmovido ante la piedad con que Jesús recibe
la muerte, ante su amor a los hombres, su perdón a los verdugos, la inocencia de
una vida contrastada con la iniquidad de su enjuiciamiento por las autoridades judías
y romanas. Esta conmoción ha movido a un gran número de obras de arte: cuadros,
piezas musicales, obras de literatura... Pero nosotros, por el don de la fe, conocemos
la verdad entera de lo que significa este trance amargo, aunque sereno, de nuestro
Señor.
2. En primer lugar, quien sufre todo este martirio a manos de los hombres es
el Hijos de Dios, consubstancial con Padre (Credo). Al pie de la cruz donde Jesús ya
ha muerto, un gentil, un romano, cae en la cuenta por la gracia de la fe, en la
condición personal del crucificado: "El centurión y sus hombres que custodiaban a
Jesús, al ver el terremoto y lo que pasaba, dijeron aterrorizados: Realmente este era
el Hijo de Dios". Precisamente el motivo formal por el cual el Sanaedrín (Senado de
la autoridad religiosa judía) condenó a muerte al Señor, fue su abierta manifestación
de su condición sobrehumana y mesiánica a requerimiento de la autoridad de Israel: !
El Sumo Sacerdote le dijo: -Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el
Mesías, el hijo de Dios. Jesús le respondió: -Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo:
desde ahora veréis al Hijo del Hombre (título mesiánico) estar sentado a la derecha
del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo. Entonces el Sumo
Sacerdote rasgó sus vestiduras diciendo: -Ha blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos
ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decís? Y ellos contestaron: -Es reo
de muerte.
3. En segundo lugar, el sentido y la eficacia de la muerte "voluntariamente
aceptada por el Señor" (cfr. la fórmula de la consagración), la declaró el mismo Jesús
en la última cena, al instituir el sacrificio de la Misa, renovación de su sacrificio en el
Calvario: "Y cogiendo un cáliz pronunció la acción de gracias, y se lo pasó diciendo:
Bebed todos, porque esta es mi sangre, sangre de la Alianza derramada por todos
para el perdón de los pecados". La muerte del Señor es causa de nuestra
Redención.
En tercer lugar la muerte del Señor fue preludio para su Resurrección. Los
mismos judíos conocían lo que Jesús había dicho de su futura Resurrección: "A la
mañana siguiente, pasado el día de la preparación, acudieron en grupo los sumos
sacerdotes y los fariseos a Pilatos y le dijeron: Señor, nos hemos acordado de que
aquel impostor estando en vida anunció: -a los tres días resucitaré-". En medio de la
amargura de la Pasión, Jesús anunció a los suyos la alegría esencial del
cristianismo, que se funda en la Cruz y en la Resurrección: "Y os digo que no beberé
más del fruto de la vid hasta el día en que beba con vosotros el vino en el reino de mi
Padre.

2. LEALTAD CON DIOS 406B2


1. Por el camino de la Cruz. Comenzamos la Semana Santa después de
unos largos días de preparación durante la Cuaresma. Si hemos vivido un ambiente
de oración y sacrificio tendremos el alma caldeada para sintonizar con las
celebraciones de estos días. Los que se reconocen pecadores, necesitados de
perdón, agradecidos con Dios, llamados a la santidad, con deseos de gozar
eternamente en el cielo, comprenderán que por llenar esas ansias y satisfacer
nuestras necesidades, Cristo se humilló y se sometió a la muerte de cruz. Estos
serán los que vivan santamente esta semana que comenzamos hoy con toda
solemnidad y recogimiento. El Señor, tras estos momentos cortos de aclamación
popular en Jerusalén, se abraza a la cruz por amor a los hombres y, pasando por
uno de tantos, piensa en nosotros y todo le parece poco. "Hermanos: Cristo, a pesar
de su condición divina, no hijo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se
despojó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y
así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la
muerte, y una muerte de cruz". (2ª lect.).
La fiesta de los Ramos nos descubre una vez más lo inconsecuente que
somos muchas veces los hombres. Lo mismo aclamamos al Señor en un momento
de entusiasmo y gritamos públicamente nuestra fe en Él, que lo dejamos solo cuando
nos conviene, e incluso pedimos su muerte. Debemos vivir mucho mejor la lealtad
para con Dios. Con Él se está en los momentos difíciles como en los fáciles, o no se
está nunca. El Papa, dirigiéndose a los jóvenes les dice: El Papa tiene una
predilección especial por vosotros porque no sólo representáis sino que sois el
porvenir de la Iglesia y, por lo tanto, el porvenir de vuestra Parroquia. Sed
profundamente amigos de Jesús y llevad a la familia, a la escuela, al barrio, el
ejemplo de vuestra vida cristiana, limpia y alegre. Sed siempre jóvenes cristianos,
verdaderos testigos de la doctrina de Cristo. Más aún, sed portadores de Cristo en
esta sociedad perturbada, hoy más que nunca necesitada de Él. Anunciad a todos
con vuestra vida que sólo Cristo es la verdadera salvación de la humanidad" (Hom.
3-XII-78).
2. Aclamad al Señor siempre. Hoy hemos cogido los ramos y las palmas
para aclamar al Señor que llega como Rey y Redentor. Debemos sentir dolor por su
Pasión. Que no nos sea indiferente la cruz del Señor, ni mucho menos motivo de
diversión. La Cruz es nuestro signo, porque es el camino que escogió Cristo para
demostrarnos lo que nos quería. La Semana Santa debe concebirse en una muestra
de agradecimiento al Señor por lo que hace por nosotros, y una renovación de
nuestro amor al sacrificio santificador.

3. ENTREGA DE CRISTO 406B3


1. Vivir la Pasión. Es la semana decisiva en la vida de Cristo y en nuestra
propia vida. San Pablo nos recuerda que Cristo "se rebajó hasta someterse incluso a
la muerte, y una muerte de cruz" (2ª lect.).
Leemos la Pasión, con el fin de que durante toda la semana queden bien
grabados en nuestra conciencia y en nuestra memoria los acontecimientos de los
últimos días de Cristo en carne mortal.
"Ofrecí la espalda a los que me golpearon... No oculté el rostro a los insultos y
salivazos" (1ª lect.). Cristo se apresta hoy a soportar una semana de sufrimientos,
de dolores, de insultos, pensando en el Cielo que quiere conquistar para cada uno de
nosotros.
2. Cristo sufrió por nosotros. No nos disculpemos: los sufrimientos de
Cristo se refieren a nosotros; no podemos quedarnos extraños, alejados en un rincón
como si nada de lo que va a pasar nos afectase. Al Señor le duele nuestra
indiferencia. Más que las ofensas de Jerusalén, le duele que Jerusalén rechace la
salvación que le promete, que Jerusalén no quiera salvarse.
Hagamos nuestras las palabras de La Palma: "Tampoco nosotros
encontramos disculpas por la poca compañía que hacemos al Señor en su Pasión, a
no ser la que de que estamos con los ojos cargados de sueño de tanto mirar lo que
nos aparta de Dios" (La Pasión del Señor).
Mucha gente de Jerusalén recibe con júbilo a Jesús, desean su victoria y se
adelantan, con palmas que significan victoria, a celebrarla quizá de forma demasiado
humana. Seguramente esas personas no son las mismas que pedirán la muerte de
Cristo el viernes santo. Quizá no entiendan bien lo que proclaman, pero manifiestan
una fe que sólo de Dios pueden haber recibido.
3. Promete el cielo. Ahora necesitamos contemplar en silencio la muerte del
Señor, para llegar a comprender el amor y el servicio que el Señor nos presta, y
tratar, después, de configurar la propia vida con la de Cristo. El Señor promete el
Cielo, no la tierra, y para alcanzarlo no hay otro camino que el que Él iguió : servir,
dar la vida por los demás. Un servicio que para tantos de nosotros será como el del
borrico del Domingo de Ramos, con cosas bien simples y sencillas, como pudo ser
en aquel entonces entrar en Jerusalén llevando en lomos a Jesús. Un servicio que
nos recuerdan los ramos de olivo, símbolo de las obras de misericordia.
Cristo no ha caído jamás en la tentación de presentarse en medio de cosas
aparatosas, para conquistarse la atención de los hombres, ni siquiera poniendo de
manifiesto su Majestad divina.
Desea que los hombres, viendo, tratando y amando su Santísima Humanidad,
lleguemos a descubrirle como Dios.
Para encontrarle, Zaqueo tuvo que subirse a un árbol. Hoy, en Jerusalén, le salen al
encuentro quienes echan a los pies de Cisto la pereza, la desgana, la apatía... y se
ponen en marcha, unos por curiosidad, otros por asombro, otros por lo que han oído
de Él..., y caminando al lado del Señor, sus ojos se van abriendo a una luz nueva

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JUEVES SANTO 406J

Ex.12.1-8.11-14: "os lo comeréis a toda prisa"


I Cor.11,23-26: "cada vez que coméis..."
Juan 13,1-15: "os he dado ejemplo...

La perfección de la Caridad (DCG. n. 64)


FDCI. pp. 144-153

Ciclo B 406JB

1. NOS AMO HASTA EL EXTREMO 406JB1


1. Le lava los pies a todos. Era una noche solemne. La calma tensa de la
víspera de la Pasión envolvía aquella estancia especialmente preparada para
celebrar algo muy importante. Los apóstoles, entorno a Jesús, se disponen a
celebrar la Pascua con más recogimiento que nunca. El Señor quiere demostrarles
hasta donde ha de llegar el espíritu de servicio: y se pone a lavarles los pies uno a
uno. Todo un hombre arrodillado en el suelo para lavar los pies a unos pobres
pescadores. Es una acción que pone al descubierto la categoría divina que se
encierra en ese corazón de Cristo.
Está santificando la humillación para convertirla en humildad. Está dando al servicio
una dimensión sobrenatural. Y con este gesto, Cristo manifiesta públicamente lo
mucho que aquellos póstoles, y nosotros, representamos para Él.
Es la noche en que el Señor abre de par en par su alma para decirles, sin
pudor ninguno, lo mucho que les ama. "Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo
Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado
a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo" (Evangelio). Y este
amor tan extraordinario se ha de convertir en el nuevo mandamiento: "que os améis
los unos a los otros, como yo os he amado" (Jn. 13,34). Como Él nos ha amado, esta
es la novedad. Con un amor auténtico, sincero, desinteresado, generoso, abundante.
Y este amor es posible si nos esforzamos en descubrir en cada hombre una criatura
querida por Dios con un amor de predilección. Y es precisamente el amor cristiano el
que hace posible esa presencia permanente del Señor entre nosotros, y el que nos
va abriendo el camino hacia la morada permanente, que es, en definitiva, lo que se
trata de alcanzar. "Voy a preparar un lugar. Cuando yo me haya ido y os haya
preparado el lugar, de nuevo volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo estoy,
estéis tambien vosotros" (Jn. 14,3). Y es el camino del amor misericordioso el que no
lleva a ver a Dios cara a cara: "Queremos ver a Dios, buscamos ver a Dios,
anhelamos ver a Dios. ¿Quién no lo desea? Pero oye lo que está dicho:
Bienaventurados los misericordiosos porque ellos verán a Dios. Procura, pues,
hacerte con lo que te habilitará para la visión" (San Agustín, S 169, 14: ML 38,926).
2. El cuerpo y la sangre del Señor. Y en este clima de caridad intensa el
Señor llega al extremo de su cariño hacia nosotros dándonos su cuerpo y su sangre
en comida para nuestra alma. La Eucaristía se convierte así en el medio más fácil de
unirnos al Señor: "El que come mi carne y bebe mi sangre está en mí y yo en él"
(Jn.6,56). Hoy es un día en que tenemos que desvivirnos en acciones de gracias y
en adoración al Santísimo Sacramento. Es el día del amor de Dios y del amor a los
hombres.

2. CRISTO, SACERDOTE Y VICTIMA 406JB2


1. La traición de Judas. El día que Cristo ha escogido para manifestarnos la
plenitud de su amor -"habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin"-, Judas
decide vender al Maestro por treinta monedas, y consumar así su traición.
Los años en compañía de Jesús, los milagros que ha presenciado, la
resurrección de Lázaro, las muestras de amor de Cristo hacia él; no apartan a Judas
de su proyecto. El escogido para ser apóstol, columna y fundamento de la Iglesia,
acaba sus días ahorcándose avergonzado de su crimen, incapaz de humillarse y
pedir perdón. Había vivido con el Salvador y no llegó a comprender los latidos de su
corazón misericordioso.
Al disponernos a renovar los misterios de nuestra salvación, hagamos un
propósito firme: no abandonar nuestra fe.
2. La institución del sacerdocio. Apenas Judas abandona el cenáculo, y
durante la cena, los apóstoles son consagrados sacerdotes, para continuar hasta el
fin de los tiempos la misión de Cristo, "siendo fieles dispensadores de los misterios
de Dios en la celebración eucarística, y en las demás acciones litúrgicas" (Misa
crismal).
El Jueves Santo es un día particular para todos los sacerdotes. Así como
Cristo manifiesta su amor a los hombres derramando hasta la última gota de su
sangre, para que todos puedan alcanzar la salvación y el Cielo, así el sacerdote es
"ordenado para actuar en nombre de Cristo-Cabeza, para ayudar a los hombres a
entrar en la vida nueva abierta por Cristo". El sacerdotes manifiesta su identidad con
Jesús "irradiando a las almas el amor que Cristo nos ha comunicado" (Juan Pablo II).
Cristo quiere vivir en todos los cristianos, y anhela que en cada uno de sus
sacerdotes, todos los fieles le descubran a Él. Siguiendo el mandamiento de
Jesucristo, hemos de rezar pidiendo a Dios Padre "que envíe obreros a su mies; que
promueva vocaciones de sacerdotes que deseen ser santos entregándose cada día
en servicio de todos, para que todos descubran a Cristo.
3. La Eucaristía. El Jueves Santos, Cristo, sacerdote y víctima, quiere
celebrar esta sagrada cena con sus discípulos; con todos los que creen en Él, y
entregarnos personalmente su cuerpo y su sangre: "Cuando ves al sacerdote
ofrecerte este alimento sagrado, no pienses que te lo da el sacerdote; comprende
que es la mano de Cristo extendida hacia ti" (San Juan Crisóstomo).
En torno al altar, la unión de Cristo con los apóstoles, es el fundamento de la
unidad de la Iglesia. La presencia de Cristo en la Eucaristía es el vínculo que
mantiene unida a la Iglesia. Unidos a Cristo en la Eucaristía estaremos siempre
unidos al Santo Padre, a los obispos, a todos los cristianos, a toda la humanidad.
Veneramos los sagrarios como el tesoro más apreciable en esta tierra: los
sagrarios no son sepulcros; Cristo está en cada tabernáculo, vivo y esperando que
nos acerquemos a Él, con nuestras debilidades y miserias, con nuestras penas y
alegrías, con nuestros dolores, con el pesar nuestro de cada día, con triunfos y
fracasos, con acciones de gracias y con quejas. Él nos espera, a cada uno nos dice:
"He deseado, deseo ardientemente, celebrar esta Pascua contigo".

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VIERNES SANTO 406V

Ciclo B 406VB

1. LAS SIETE PALABRAS DE CRISTO EN LA CRUZ 406VB1


-"Detengámonos en silencio en el umbral de cuanto hay más santo en la historia
del mundo: Un amor inmenso. Por ello en este contexto es el silencio el más
elocuente. La Iglesia calle el Viernes Santo. Callemos tambien nosotros, porque nos
faltan las palabras adecuadas... Si alguien ha logrado -al menos en parte- encontrar
las palabras exactas, estos han sido ciertamente los santos como San Pablo, San
Francisco o San Juan de la Cruz. Prevalece, no obstante, el gran silencio, para que
la misma cruz pueda hablar: Verbum crucis, el lenguaje de la cruz. (I Cor.1,16)"
(Karol Wojtyla, Signo de contradicción. BAB, p.102). Y desde la cruz escuchamos
al Señor que habla y nos detenemos a meditar sus palabras.
-Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (Lc.23,34). Jesús
intercede al Padre por nosotros, por todos. Por los que le querían y por los que le
odiaban sin motivo. Jesús busca siempre el bien. Se olvida de sí mismo. "Hay que
vencer el mal con la abundancia del bien, diría San Pablo".
-Hoy estarás conmigo en el Paraíso (Lc.23,43). Dos ladrones. Los dos
tuvieron la misma oportunidad de sufrir junto al Señor. Uno no supo vivir su dolor. Se
revela contra Dios. Sufre con odio. El otro mira con respecto. Contempla, escucha,
aprende.
-Jesús, mirando a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba,
dice a su madre: mujer ahí tiene a tu hijo. Luego dice al discípulo: ahí tienes a
tu madre (Jn. 19,26). La Virgen María estaba allí contemplando a su Hijo, sufriendo
con Él. Jesús se siente acompañado. La presencia de María demostraba: fe, lealtad,
fortaleza y humildad, obediencia, corazón de madre, sacrificio. Y junto a ella, Juan el
discípulo amado: audaz y constante, servicial, fiel. Jesús a los dos les reparte lo que
tiene: a la madre y a los hijos. María es nuestra herencia.
-Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? (Mt.27,46). Cristo
sufre lo más cruel, la soledad, por todos nosotros, por nuestros pecados. El Padre
abandona al Hijo. Cristo es abandonado para que nosotros estuviésemos
acompañados siempre.
-Tengo sed (Jn.19,28). Sed del cansancio, del dolor, de la fiebre, de la sangre
perdida. Nos hubiera gustado a todos refrescar los labios del Señor. Pero el único
remedio que busca para su sed es el amor, la entrega, el apostolado, la fidelidad, la
oración... la vida limpia de cristianos comprometidos con nuestra fe recia.
-¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! (Lc.23.46). Ponernos en
manos de Dios. Abandonarnos a la Providencia. Esa ha de ser nuestra postura
cuando hayamos hecho lo que debíamos. Descansar en Dios cuando hayamos
terminado de cumplir su voluntad.

2. EL ANONADAMIENTO DE CRISTO 406VB2


1. Ante la cruz de Cristo. El Señor, "que ha venido a juzgar a los vivos y a
los muertos", deja que los hombres le condenemos en un juicio inicuo. "Inocente soy
de la sangre de este justo". Como Pilatos, reconocemos la inocencia de Cristo y lo
rechazamos; como Pilatos, nos lavamos las manos para liberarnos de la presencia
de Jesús.
No vivamos nosotros hoy así. Hemos rechazado muchas veces al Señor. Hoy
queremos descubrir que Cristo, desde la cruz "nos enseña, nos corrige, nos anima,
nos ama, como si después de muerto continuase hablando; muerto, todavía habla".
(La Palma).
2. Las palabras del Señor. "Tengo sed".¡Cuantas veces, con nuestros
pecados y deslealtades, hemos acercado vinagre y amargura a los labios secos de
Cristo! Dios se ha escondido tan íntimamente en nuestra naturaleza humana que,
cono cualquier mortal que sufre, espera el afecto y la consolación de quienes le
rodean. El que todo lo puede nos pide una limosna de cariño y de afecto, de amor.
Démosla, diciéndole que le queremos; y así, saciaremos su sed.
"¿Por qué me has abandonado?". La humanidad santísima del Hijo de Dios se
queja a Dios Padre. ¿Comprenderemos alguna vez esta queja?. La pasión y muerte
de Cristo es un drama trinitario del que sólo podremos participar plenamente, según
nuestra capacidad, en el Cielo. Desconocemos la profundidad del pecado, del
"misterio de iniquidad", de la ofensa a Dios. No podemos revivir este abandono, la
soledad en que Dios Padre dejó a su Hijo; quien, para salvarnos, ha cargado con
nuestros pecados, se ha "hecho condenación".
3. El abandono. Y no comprendernos tampoco el clamor de Jesucristo por
este abandono, en la plenitud de su acto sacrificial, de su oferta en petición de
perdón. Ha de ofrecerlo todo, también el fracaso de su pasión y muerte en tantos
hombres que rechazarán la redención. Es éste el momento central de toda la
creación, cuando "con razón la tierra se oscurece, porque en ella nada quedaba
digno de ser contemplado, salvo la obra de salvación que Cristo estaba cumpliendo"
(La Palma). Acompañemos al Señor en este abandono, agradeciéndole de todo
corazón su sacrificio por nosotros.
"Todo está consumando". Cristo siente la debilidad de su cuerpo. El dolor, la
pena, la angustia, los padecimientos; han agotado sus fuerzas. La misión divina que
ha venido a cumplir, pesa fuertemente sobre su santísima humanidad. La
satisfacción a Dios Padre por el pecado de los hombres, ha cargado sobre el
crucificado. Quedan consumados los planes de Dios, queda consumida toda la
vanidad del hombre, queda consumida toda la maldad, queda consumado todo el
bien: la Cruz es camino del Cielo y fin de toda palabra humana.
"En tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto, inclinando la cabeza,
expiró". Cristo ha venido a la tierra a realizar la voluntad de Dios Padre. Ha amado el
último sacrificio, ha amado el abandono y ha puesto en las manos de Dios Padre,
con plena confianza, la oferta para liberar al hombre del pecado.

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VIGILIA PASCUAL 500

(Por ejemplo)
Gen.1,1-31;2,1-2: "Vio Dios todo lo que había hecho..."
Gen. 22, 1-18: "Aquí me tienes (Abrahán)"
Éxodo 14, 15-l5-1:"caminaban por lo seco"
Isaías 54, 5-14: "con misericordia eterna te quiero"
Isaías 55, 1-11: "escuchadme y viviréis"
Bar.3,9-15.32,24: "camina a la claridad de su resplandor"
Ez.36,16-17,18-28:"agua pura... corazón nuevo"
Rom.6, 3-11: "andamos en una vida nueva"

Ciclo B: 500B

Marcos 16, 1-8: "No está aquí, ha resucitad"

La Exaltación de Jesucristo (PVE.cap.11,1 y 2).


Dios CREADOR (FDCI. pp. 85 ss) y
La JUSTIFICACION (FDCI. pp.12l-125).

1. TRIUNFO DEL AMOR SOBRE LA MUERTE 500B1


1. Alegría con Dios. "Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las
jerarquías del Cielo, y, por la victoria del Rey tan poderoso, que las trompetas
anuncien la salvación".
Después de bendecir el fuego -el fuego de la nueva luz de la resurrección de
Cristo-, y de llegar al altar, a medida que los fieles encienden sus velas en el cirio
pascual, la Iglesia comienza el pregón que canta las maravillas de nuestra redención,
para manifestar su deseo de que "la luz de Cristo disipe las tinieblas del corazón y
del espíritu".
Todos los fieles se unen a la alegría de la Santísima Trinidad, y de todas las
criaturas: Angeles, hombres, mundo inanimado... Con el triunfo de Cristo, Dios y
hombre, sobre la
muerte, sobre el pecado; la creación vuelve a recuperar su orden.
"Exulten"; es el camino que se nos ofrece para vivir el gozo del mismo Dios
por la resurrección de su Hijo.
2. Canto de gloria. ¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué
incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo entregaste al Hijo! ¡Feliz
culpa que mereció tal Redentor!" Después del Exultet viene el canto del Gloria. Las
luces del templo resplandecen.
Todo buen cristiano ha de convertir la celebración de la resurrección de
Jesucristo, en un Gloria. Dar gloria a Dios es la mayor, la única real grandeza de la
criatura. El canto del Gloria, con deseo profundo de alabar a Dios en la resurrección
de su Hijo, cubre tantas pequeñeces y miserias de cada día, tantas traiciones y
ofensas al amor de Dios.
3. El agua bautismal. Para recordar este amor, la Iglesia bendice hoy el
agua bautismal, el agua que dará a los hombres, en el bautismo, la nueva vida que
Cristo ha conseguido con su muerte y resurrección. El amor del Señor no termina
con su muerte en la cruz: desea que resucitemos con Él. El Hijo se hace esclavo
para que el esclavo se convierta en hijo. El esclavo se convierte en hijo cuando
descubre donde está su verdadero hogar.
Una de las lecturas obligatorias de hoy nos narra el paso de los israelitas por
el mar Rojo. Todo cristiano ha de cruzar este "mar Rojo" de su vida: abandonar la
comodidad, la seguridad de la esclavitud en Egipto, para adentrarse en la
esplendorosa y radiante oscuridad de la Fe. La Fe en este Cristo resucitado. Llenos
de Fe, "buscamos las cosas que son de Dios", no las cosas que perecen en la tierra.
4. El cirio pascual. "¡Qué noche tan dichosa en la que se une el cielo con la
tierra, lo humano y lo divino! Te rogamos. Señor, que este cirio consagrado a tu
nombre, arda sin apagarse, para destruir la oscuridad".
Durante todo el tiempo de Pascua, el cirio pascual, representación de Cristo
resucitado, ha de reavivarnos la fe en este Hijo de Dios quien, después de morir para
redimirnos, resucita para abrirnos las puertas del Cielo.
La Santísima Virgen -Regina Coeli- que fue nuestra fortaleza al pie de la cruz,
hará que el fulgor de la resurrección de Cristo brille para siempre en nuestra alma.

2. CRISTO, VICTORIA Y REGENERACION 500B2


1. La luz de Cristo. La peregrina Eteria describe (s.IV) las ceremonias
pascuales de Jerusalén: del Santo Sepulcro donde ardía siempre una lámpara, se
extraía la luz para encender los cirios de los fieles en la iglesia de la Resurrección.
Desde entonces, esa luz ha permanecido en la liturgia como símbolo de Cristo
resucitado que alumbre de nuevo a los hombres. El pregón pascual exclama: "Goce
la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del Rey Eterno, se
sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero". Por eso hemos cantado tres
veces: "Luz de Cristo, demos gracias a Dios". Ilumina nuestra vida y da esperanza a
nuestro camino.
2. La victoria de Cristo. Desde la caída del hombre, Dios anuncia una lucha
sin cuartel y la victoria: "Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu
linaje y el suyo; éste te aplastará la cabeza". (Gen.3,15). Para vencer al demonio y al
pecado -potestas tenebrorum- baja el Verbo: "la luz luce en las tinieblas, pero las
tinieblas no le recibieron" (Jn.1,15). La muerte de Cristo parecía una derrota
definitiva, para los espectadores del hecho; pero en los planes divinos figuraba como
el medio costoso y cruento de obtener la definitiva victoria. Tras la resurrección
podemos
alardear: "La muerte ha sido sorbida por la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu
victoria?... Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor
Jesucristo". (1 Cor. 15,55-57).
3. Nuestra regeneración. Cristo luchó y venció y nos dice: "Confiad, Yo he
vencido al mundo". (Jn.16,33). El quitó a nuestras culpas sus fatales consecuencias,
ha reparado la ofensa a Dios, nos ha regenerado en la primitiva vida sobrenatural. El
sacramento de la regeneración es el bautismo, por eso es muy adecuada su
administración en la vigilia pascual. El bautismo simboliza la muerte, sepultura y
resurrección del hombre con Cristo: "Los que por el bautismo
nos incorporamos a Cristo, fuimos incorporados a su muerte. Por el bautismo fuimos
sepultados con Él en la muerte, para que así como Cristo fue despertado..., así
también nosotros andemos en una vida nueva... Consideraos muertos al pecado y
vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor Nuestro" (Epist.). Dentro de unos momentos
renovaremos las promesas del bautismo. Pensemos que somos de Cristo, de la Luz,
de la gracia, y que debemos mantener perpetua enemistad con Satanás y la tiniebla
del pecado. Porque Cristo no está entre los muertos: ha resucitado. (Ev.).

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501 DOMINGO DE RESURRECCION

Hechos 10,34 a.37-43: "Dios lo resucitó al tercer día".


Colosenses 3, 1-4: "aspirad a los bienes de arriba"
I Cor.5,6b-8: "para ser una masa nueva..."
Juan 20, 1-9: "vio y creyó..."

Vida gloriosa del Señor (CDC. lecc.13). (FDCI.p.105 n.42).


Legación divina de Jesús (FDCI. pp. 34-38).

Ciclo B: 501B

1. RESUCITADOS CON CRISTO. 501B1


1. La prima lectura de la misa de hoy recoge un discurso de Pedro, cabeza
visible de la Iglesia una vez que el Señor ascendió a los Cielos, en el que testifica
solemnemente la resurrección de Jesús. "Nosotros somos testigos de todo lo que
hizo en Judea y en Jerusalén. Lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo
resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que
había designado: a nosotros que hemos comido y bebido con Él después de su".
resurrección. Aunque el Señor está de gloria después de la Pascua, sin embargo no
ha mudado su naturaleza humana ni su individualidad histórica. Diríase que, en su
encuentro con los apóstoles durante cuarenta días, tiene interés en participar con ello
en ocupaciones tan humanas como beber y comer. Nos encontramos, ciertamente,
ante un misterio, pero Jesús resucitado es el mismo Jesús de Belén, de Nazareth, de
Judea y del Calvario, que ha superado las cadenas de la muerte corporal.
2. Nuestra adhesión total a Cristo no es como el apegamiento afectuoso al
recuerdo de un personaje inolvidable, ni las supervivencias en nuestra alma de su
influjo, es mucho más. Cristo no se encuentra entre los muertos: "Jesucristo ayer y
hoy, el mismo será por los siglos". Amamos, seguimos recibimos el influjo divino de
Cristo vivo. Nuestra fe se apoya como roca en este hecho singular, histórico y, al
mismo tiempo, trascendente a la historia: "Primicia de los muertos, sabemos por tu
gracia que estás resucitado, la muerte en ti no manda. Rey vencedor, apiádate de la
miseria humana y da a tus fieles parte de tu victoria santa". Esta seguridad confiere
al cristiano un sentido de victoria futura. La Pascua nos llena de optimismo. Cristo ha
vencido al demonio, a la muerte, al pecado. Si nosotros somos fieles, aunque nos
reste un largo trecho de lucha e incluso congoja, tendremos ganada de antemano la
batalla: venceremos con Cristo.
3. La resurrección del Señor, además de su valor en sí, actúa sobre nosotros
como causa de salvación. "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes
de allá arriba donde está Cristo sentado a la derecho de Dios". Al aplicársenos la
virtud de la resurrección de Cristo por los sacramentos, nuestra naturaleza humana
es también elevada a una nueva vida sobrenatural, de la que participará nuestro
propio cuerpo en la resurrección de la carne. Esta situación de gracia produce un
cambio en el centro de gravedad de nuestro destino: seguimos en el mundo, hemos
de amar a este mundo que está santificado por el paso de Cristo y porque es el
escenario de nuestra santificación en medio de la vida ordinaria, pero ya ha
comenzado -misteriosamente, de un modo que escapa a la imaginación- nuestra vida
en el Cielo. "Porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios".
Bien asentado por el trabajo en el solar terreno, hemos de vivir, de algún modo, ya
en el Cielo, por la contemplación amorosa del Señor que nos espera y nos busca en
cada momento. En el mundo, sin ser mundanos -sabiéndonos de paso, ciudadanos,
en definitiva, de otra patria-, sin huir el peso del quehacer temporal presente (antes
bien, amándolo), pero con la esperanza puesta allí donde está Cristo.

2. TIEMPO DE GOZO 501B2


1. La alegría de la Pascua. Al hablar de Pascua, al entrar en ella, lo primero
que nos brota del corazón es la alegría, el gozo de poder celebrar una vez más el
triunfo del Señor sobre el demonio, sobre el mundo, sobre la carne, sobre la muerte.
Hoy la Iglesia entera se convierte en camino de victoria, de triunfo sobre el dolor y la
angustia del pecado y de la indiferencia religiosa. Toda la naturaleza se une a esta
solemne celebración empapada en la gloria del Señor: "De gozo reverdecen los
valles y praderas, los pájaros y las flores, su canto y su color; celebran con los
hombres la eterna primavera del día y la victoria en que actuó el Señor". (Del himno
de Laudes para el tiempo pascual). Celebramos la resurrección del Señor, que se ha
convertido para todos los hombre en el secreto de la vida: "Cantarán, llorarán razas y
hombres, buscarán la esperanza en el dolor; el secreto de la vida es ya presente:
resucitó el Señor". (Del himno de Vísperas para el tiempo pascual).
La Pascua es para nosotros una confirmación en la fe que ya teníamos en el
Cristo que nace, predica, hace milagros, carga con la cruz y muere por nosotros los
pecadores. Por eso el Evangelio de San Juan le dedica al hecho de la resurrección
un lugar especial. Quiere dejar bien remachada la divinidad del Señor, el fundamento
de toda nuestra fe y esperanza que depositamos en Él. En la resurrección Cristo
triunfa, Cristo cumple su palabra, Cristo supera ampliamente todos los planes y
proyectos humanos que los hombres se habían forjado en torno a su figura.
Jesucristo es mucho más que todo eso que solemos llamar liderazgo, del tipo que
sea. No fue un sociólogo, ni un político, ni un filósofo, ni un soñador, ni mucho menos
un fracasado. Jesucristo es Dios que se hizo hombre para redimirnos y enseñarnos
el camino del Cielo, y que en Pascua resucitó para que tengamos vida en su nombre,
veamos y creamos. "Entonces entró tambien el otro discípulo, el que había llegado el
primero al sepulcro; vio y creyó, pues hasta entonces no había entendido la
Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos" (Evangelio). Nace de nuevo
la aurora del mundo en la gracia y el amor; es la primera mañana de una humanidad
nueva que se sabe perdonada. El Señor nos vuelve a encontrar a todos y nos llama.
De nuevo el Buen Pastor reúne a sus ovejas, tristes por la pérdida, y las llena de
gozo. "Este es el día en que actuó el Señor: sea nuestra alegría y nuestro gozo".
(Salmo responsorial).
2. Cristo vive. Esta es la gran verdad que debemos saborear, vivir y
pregonar. El Señor Jesucristo no es un recuerdo que se pierde en la historia de los
hombres, sino que vive entre nosotros. Está vivo y presente en el Cielo, en su Iglesia,
en la sagrada Eucaristía, en los cristianos, en todos los hombres. Tenemos que
resucitar y vivir con Él. "Cristo resucita en nosotros si nos hacemos copartícipes de
su cruz y de su muerte. Hermosa de amar es la cruz, la entrega, la mortificación. El
optimismo cristiano no es un optimismo dulzón, ni tampoco una confianza humana en
que todo saldrá bien. Es un optimismo que hunde sus raices en la conciencia de la
libertad y en la fe en la gracia". (Es Cristo que pasa, n.114).

3. NUESTRA ESPERANZA EN CRISTO RESUCITADO. 501B3


1. Cristo vive. Idéntico estupor al de los apóstoles siente el cristiano ante esa
realidad perennemente nueva.
Cristo vive y está con nosotros. "He resucitado y aún estoy contigo. Esta es la gran
verdad que llena de contenido nuestra fe. Jesús, que murió en la cruz, ha resucitado,
ha triunfado de la muerte, del poder de las tinieblas, del dolor y de la angustia" ( Es
Cristo que pasa, n. 102).
La luz que cegó a los soldados abre nuestros ojos, el temblor que infundió a
aquellos hombres pavor y miedo nos llena a nosotros de confianza y seguridad.
Cristo vive. La resurrección de Cristo es la gran novedad después de la
Creación y de la Encarnación. Ahora la fe en la encarnación del Hijo de Dios está
confirmada: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe". (I Cor.15,15).
Y con Él morimos y vivimos nosotros: "Ayer he sido crucificado con Cristo, hoy
con Él soy glorificado; ayer moría con Cristo y hoy con Él vuelvo a la vida; ayer fui
sepultado con Cristo, hoy con Él he resucitado". (San Gregorio Nacianceno).
2. Nuestra esperanza. Las tinieblas del pecado y del mal, que el Hijo de Dios
ha venido a disipar, han desaparecido para siempre. Cristo resucitado es la luz
orientadora de toda la humanidad. Todo tiene ya sentido en nuestra vida, todo puede
alcanzar ya su plenitud.
Los temblores, los miedos, las fugas, las vergüenzas de los apóstoles han
quedo atrás, olvidadas. El poder y la grandeza de Dios se han hecho visibles
resucitando un cuerpo muerto. Su poder se hará todavía más patente resucitando un
alma dominada por el pecado. "En este día tan privilegiado ningún pecador debe
perder la esperanza del perdón. Si el ladrón ha recibido la gracia del Paraíso, ¿cómo
no recibirá el cristiano la gracia del perdón?". (San Máximo de Turín).
3. Fundamento de nuestra fe. La fe del cristiano es fe en la resurrección, en
el hecho físico, histórico y comprobable de la resurrección. Esta fe ha de crecer paso
a paso como creció la fe de María Magdalena. Llega al sepulcro y al ver removida la
piedra, un sólo pensamiento llena su mente: que alguien ha robado el cadáver.
Busca enseguida a los apóstoles y les informa. Pedro y Juan marchan hacia el
sepulcro. Juan deja entrar primero a Pedro, por deferencia. Pedro, que hasta
entonces "no había entendido la Escritura", se convierte en "testigo de la
resurrección", y comienza a ejercer la misión recibida de Jesucristo, de "fortalecer la
fe de sus hermanos". María Magdalena cree con la misma fe de Pedro. Todos los
cristianos hemos de ser también "testigos de la resurrección" de Cristo, con nuestra
acciones, con nuestras palabras, con nuestro gozo. "Rebosantes de gozo pascual,
celebramos, Señor, estos sacramentos".
Gozarnos en el Señor. Hemos de dejar que el gozo del Señor, fruto del
Espíritu Santo, crezca en nuestra alma. No tengamos jamás temor al gran gozo de
confesar que Cristo ha resucitado de entre los muertos, y que con Él, por Él y en Él,
resucitaremos de entre los muertos también nosotros.

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502 DOMINGO II DE PASCUA

Ciclo B: 502B

Hechos 4,32-35: "todos pensaban y sentían lo mismo".


I Juan 5,1-6: "con agua y con sangre: y el Espíritu"
Juan 20, 19-31: "¡Señor mío y Dios mío...!"

El hombre NUEVO (DCG. n. 60).

1. UNIDOS EN LA FE Y EL AMOR 502B1


1. Conocemos bien la conmoción que los acontecimientos del triduo pascual
produjeron en el ánimo de los discípulos. Se había cumplido la profecía: "Heriré al
pastor y se dispersarán las ovejas". Pues bien, las heridas del Pastor resucitado
serenarán y devolverán la unidad al pequeño rebaño.
Las apariciones de Cristo resucitado supuso un cambio radical para aquellos
hombres sencillos y amedrentados. Él les repite "paz a vosotros". ¿Será nuestra
situación y estado anímico tan angustioso como los de aquella gente?. Pues
dirijamos la vista y el corazón a Cristo glorioso. Fijémonos en sus llagas y digamos
aunque sea algo tarde, como Tomás: "Señor mío y Dios mío"; Tú, para mí, lo eres
todo, sin ti nada puedo hacer; esa llagas debería sufrirlas yo, pero tú no lo has
consentido. La unidad de los discípulos entorno a
Cristo era necesaria, pues les va a encomendar una misión: "como mi Padre me ha
enviado..."; y para que la realicen les confiere unos poderes: "a quienes les
perdonéis los pecados..." (ver también ciclos A y C). Los discípulos se alegran de la
presencia del Señor resucitado: ya pueden creer en Él, amarle y trabajar en su obra
de salvación, porque vive.
2. Los primeros cristianos de Jerusalén dan testimonio de las mismas virtudes
evangélicas (1ª lect.), ya que se han convertido a Dios abandonando sus malas
obras, creen en Cristo resucitado y su misión redentora, muestran su esperanza en
la vida eterna y practican la caridad hasta el desprendimiento de sus propios bienes.
San Lucas consigna en primer lugar el elemento más íntimo y unitivo: "en el
grupo de creyentes todos pensaban y sentían lo mismo". Allí no hay disensiones,
todos coinciden en lo fundamental. No eran teólogos sino hombre y mujeres unidos
por el fuerte vínculo de la fe y el amor, y que por la diversidad de su origen y
mentalidad, viven en lo accidental, con naturalidad, lo que hoy se llama pluralismo. El
pluralismo es tanto más posible y útil en la Iglesia, cuanto más claro tengamos el
contenido de nuestra Fe, vivamos la fidelidad a Cristo y su Iglesia, y cada uno
desempeñe con responsabilidad la misión que le corresponde.
3. La unidad de los cristianos no es una mera táctica, sino prueba de que
seguimos al Señor. Esta unidad en la Fe es prenda segura de victoria: "Todo el que
ha nacido de Dios vence al mundo. Y esta es la victoria que vence al mundo: nuestra
Fe" (2ª lect.).
Y la Fe nos lleva al amor de Dios y al amor a los hijos de Dios, lo que sólo es
posible "si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos" (Ib.). Los primeros
cristianos "lo poseían todo en común", "los apóstoles daban testimonio de la
resurrección del Señor con mucho valor", y "todos eran muy bien vistos": daban
ejemplo.
Imitando en sus virtudes a los primeros cristianos, renovaremos el mundo y
haremos los caminos del Señor más gratos y atractivos a todos los hombres.

2. UNIDOS EN LA FE 502B2
1. En los Hechos de los Apóstoles se describe con unos pocos trazos la vida
de los primeros cristianos. La resurrección del Señor está cercana y la fe de los
primeros es de una gran solidez y firmeza; después de las horas de incertidumbre e
indecisión, los apóstoles -con Pedro a la cabeza- y los demás fieles viven una
unidad profundísima en la fe, en la esperanza y en la caridad.
Eran una sola alma y un solo corazón. Su número reducido y su dedicación
plena a los primeros pasos de la Iglesia cristalizó en algunas costumbres
excepcionales, que aunque muy pronto fueron abolidas por la misma Iglesia,
permanecen como un ejemplo de unidad entre hermanos para todos los tiempos.
2. La Iglesia estaba llamada a ser Católica, es decir, universal. Por eso en su
seno tendrían cabida al poco tiempo una multitud variadísima por su extracción
cultural, étnica, social, etc. La unidad de la Iglesia se refiere
a) a la unidad en el régimen o gobierno: un solo Romano Pontífice, supremo
pastor en la tierra y una jerarquía bien precisa para cada grupo o comunidad
particular;
b) la unidad de fe, que significa la profesión por parte de todos del mismo
Credo, que a su vez es un resumen de las enseñanzas apostólicas;
c) la unidad de sacramentos, que son los medios dispuestos por Jesucristo
con carácter permanente y universal para que todos los fieles puedan, a través de un
encuentro personal con Cristo, revestirse de los méritos infinitos de su pasión y
muerte.
3. Esta profundísima unidad, por la que hemos de trabajar todos cada día, no
implica la unificación o uniformidad entre los cristianos en todo aquello que no ha
sido objeto de revelación o magisterio eclesiástico (es decir, en ese terreno amplio en
que es legítima la búsqueda de la verdad y de lo conveniente y, asimismo, legítima la
discrepancia, porque Dios dejó al hombre muchas tareas de investigación y
controversia para mejor organizar la vida secular); por la misma razón no
necesariamente han de pensar y sentir en todo lo mismo los fieles que sus pastores,
porque el contenido del mandato conferido por el Señor a los apóstoles se ciñe a la
fe y a la moral cristiana.
Sólo muy unidos en la fe y moral católicas, en la obediencia clara a lo que
legítima y públicamente mandan los pastores, en el culto divino y en el afán de
santidad; el pluralismo de los católicos, lejos de ser un peligro o amenaza de
desunión, es, por el contrario, un bien para la Iglesia y el mundo.

3. DICHOSOS LOS QUE CREEN SIN HABER VISTO 502B3


1. Unidos, en el amor. La paz de la resurrección de Cristo envolvió a todos
los primeros cristianos en un ambiente de auténtica caridad. Estaban unidos viviendo
al mandamiento nuevo del amor, y todos se fijaban en ellos y convencían por sus
obras. "En el grupo de los creyentes todos pensaban y sentían lo mismo: lo poseían
todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía. Los apóstoles
daban testimonio de la resurrección con mucho valor. Todos eran muy bien vistos"
(1ª lect.). Y nadie pasaba necesidad porque había una verdadera preocupación por
los hermanos en la fe. Había unidad en la doctrina y unión en los corazones, y nadie
era extraño para nadie. En una palabra, eran de verdad hermanos en el Señor.
"Entre nosotros fácilmente podéis encontrar gentes sencillas, artesanos y
viejezuelas, que si de palabra no son capaces de mostrar con razones la utilidad de
su religión, muestran con las obras que han hecho una elección buena. Porque no se
dedican a aprender discursos de memoria, sino que manifiestan buenas acciones: no
hieren al que los hiere, no llevan a los tribunales al que les despoja, dan a todo el
que pide y aman al prójimo como a sí mismos" (Atenágoras, Súplica en favor de los
cristianos, 11-12). Unidos en el amor es el único camino que tenemos los cristianos
para convencer a los demás de que estamos en la Verdad.
2. Dichosos los que tienen fe. Impresiona el realismo de la escena de la
aparición de Cristo a sus discípulos. "Y en esto entro Jesús, se puso en medio de
ellos y les dijo: Paz a vosotros" (Evang.). Los discípulos vieron de nuevo a Jesús, su
costado abierto, las heridas de las manos y de los pies, y se llenaron de alegría. Es
el gozo que produce la presencia de Jesús en aquellos que le aman de verdad y le
aceptan sin reservas ni suspicacias. Y el Señor envía a los apóstoles a dar testimonio
de lo que han visto a todo el mundo, les comunica la fuerza del Espíritu Santo y les
da el poder de perdonar los pecados. Solamente hay uno que todavía no ha
encontrado la paz en su alma porque no termina de creer. Es Tomás, el llamado
Mellizo, que no estaba allí cuando se apareció el Señor. No se fía de nadie y les dice
aquellas palabras tan llenas de materialismo e incredulidad: "Si no veo en sus manos
la señal de los clavos, si no meto el dedo en los agujeros de los clavos y no meto la
mano en su costado, no lo creo" (Ibidem).
Tomás es el prototipo de esas personas tozudas y desconfiadas, tercas para
no dar su brazo a torcer ante el testimonio de quien sea, si ellos no han comprobado
el hecho. No se puede vivir sin fe porque en el simple terreno de la vida ordinaria
siempre tenemos que fiarnos de muchos. Es un loco el que pretenda comprobarlo
todo; no podría vivir ni dejaría vivir a nadie. Tomás tiene que recibir el sofocón de las
palabras de Cristo: "Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en
mi costado; y no seas incrédulo sino creyente" (Ibidem). Tomás, confundido,
contesta: "¡Señor mío y Dios mío!" (Ibidem). "Y el Señor le dijo: ¿Porque has visto
has creído? Dichosos los que crean sin haber visto". Esta es nuestra dicha: la fe;
porque lo esencial del hombre se mide por su fe.

4. GOZO EN LA FE 502B4
1. Humildad en la fe. "Como niños recién nacidos". "Dios de misericordia
infinita, que reanimas la fe tu pueblo con la celebración anual de las fiestas
pascuales..."
Estos textos de la liturgia de hoy nos sitúan ante la nueva vida que Cristo nos
ha ganado con su resurrección. Una nueva vida que se ha comenzado a desarrollar
en nuestra alma desde el Bautismo y, de una forma más plena, desde que nuestra
inteligencia y nuestra voluntad han aceptado libre y conscientemente la fe recibida.
El domingo pasado hemos vivido el gozo de Dios Padre en la resurrección de
Cristo. Hoy le pedimos que todos los hombres acepten con humildad la luz de la
resurrección, luz de Cristo: "día sin noche, día sin fin. En todos los lugares
resplandece, en todas las direcciones se irradia, en todo lugar es día sin ocaso" (S.
Máximo de Turín).
2. Vencer en la Fe. "Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de
Dios" "Todo el que ha nacido de Dios vence al mundo" (2ª lect.).
Nos damos cuenta de tanta falta de fe, en nosotros mismos y entre tantas
personas con quienes nos relacionamos. En cada generación se oyen voces de
algunos que afirman el próximo final de la Iglesia, que el término de la aventura de
Cristo está cercano. En 1768 alguien afirmó: "En el plazo de veinte años nadie se
acordará del galileo Jesucristo". Todas estas voces se marchitan y agostan ante el
esplendor de la luz de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Una vez más, y será siempre así en la historia de los hombres, el cristiano
puede hoy repetir: "Esta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe".
3. Vivir de fe. Vivir de fe es trabajoso. No todos los días creemos con idéntica
intensidad que Cristo está en la Eucaristía; que Dios Padre nos espera después de
nuestra muerte terrena; no siempre manifestamos el mismo convencimiento en las
afirmaciones del Padrenuestro; las dudas sobre el pecado, la vida eterna, la
omnipotente bondad de Dios, nos asaltan e incluso llegan a intranquilizarnos en los
momentos más difíciles.
No obstante todo esto, nuestra vida de fe ha de seguir creciendo. ¿Cómo?
Manteniendo la unidad dentro de la Iglesia, viviendo la unión con los demás
cristianos. El apóstol Tomás no dejó de vivir con los demás apóstoles. Sinceramente
manifiesta su incredulidad, y a la vez mantiene la caridad fraterna. En nuestra vida de
cristianos hemos de sabernos siempre acompañados por las oraciones, las palabras
y el ejemplo de nuestros hermanos en la fe, que nos llevarán a la presencia de
Cristo, a la luz de su resurrección.
Perseveremos especialmente en vivir la misa, en unirnos todos los domingos,
los días de fiesta, las veces que podamos entre semana; en unirnos a los
componentes de este pueblo, de esta familia de Dios, que somos los cristianos, y
nuestra fe se fortalecerá y ayudaremos también a fortalecer la fe de otras personas
con el ejemplo de nuestra vida; y tanto en los momentos de alegría como en los
momentos de cansancio y de desánimo sabremos decir al Señor: "¡Señor mío y Dios
mío!".

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503 DOMINGO III DE PASCUA

Ciclo B: 503B

Hechos 3,13-15-17-19: "matasteis al autor de la vida"


I Juan 2,1-5a: "guardamos sus mandamientos"
Lucas 24,35-48: "Soy yo en persona"

Santificar las fiestas (CDC.lec.22) (FDCI.pp.191-192)

1. EN SU NOMBRE SE PREDICARA LA CONVERSION 503B1


1. Como en un relato de misterio en el que al final se aclara todo, así sucede
en el Evangelio: Cristo resucitado se aparece a los discípulos que le creían muerto.
"Paz a vosotros". Y como pensaban que era un fantasma les saca de dudas: "Mirad
mis manos y mis pies, soy yo en persona. Palpadme..." Todavía siguen atónitos; y en
una escena entrañable y familiar les pide de comer y comió con ellos.
Después, "les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras", y que
se habían cumplido con su muerte y resurrección. Y termina: "En su nombre (del
Mesías) se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos,
comenzando por Jerusalén".
2. Es lo que hace San Pedro (1ª lect.) en una maravillosa catequesis. Parte
del asombro y conmoción que entre los presentes ha causado un hecho milagroso,
que se debe al poder de Dios: la curación de un paralítico. Y los encamina con sus
palabras hacia la conversión, a través de cuatro pasos:
a) Expone una verdad de fe, de la que han sido testigos los apóstoles: "El Dios
de Abrahán, de Isaác y de Jacob, el Dios de nuestros padres, ha glorificado a su
siervo Jesús... Dios lo resucitó de entre los muertos y nosotros somos testigos".
b) Les muestra, por contraste, el pecado que han cometido: "al que vosotros
entregasteis ante Pilatos, cuando había decidido soltarlo... Matasteis al autor de la
vida". En esto consiste el pecado.
c) Fomenta en ellos la esperanza del perdón, y les anima: "Sé que lo hicisteis
por ignorancia, y vuestras autoridades lo mismo; pero Dios cumplió de esa manera lo
que había dicho por los profetas: que su Mesías tenía que padecer". Nosotros ya no
podemos alegar ignorancia.
d) Les muestra y ofrece el camino de salvación: "Por tanto, arrepentíos y
convertíos, para que se borren vuestros pecados".
3. San Juan (2ª lect.) aplica a nosotros esa doctrina: "Hijos míos, os escribo
esto para que no pequéis". Es el primer paso de la vida cristiana, pues el pecado es
un desprecio de la sangre redentora de Jesucristo. Y "quien dice: yo le conozco, y no
guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él". Todo lo que
nos aparte de Dios hemos de rechazarlo con esfuerzo y sacrificio, pues de otro modo
nos engañamos: no se compagina la vida de Dios y el pecado.
No obstante, el cristianismo es para hombres con pies de barro, y no excluye
nuestras debilidades. Por eso, "si alguno peca, tenemos a uno que abogue ante el
Padre: a Jesucristo, el Justo. Él es víctima de propiciación por nuestros pecados, no
sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero". No nos desanimemos,
con la muerte de Cristo -que perpetúa la Misa- los pecados tienen reparación, si
acudimos arrepentidos al sacramento de la penitencia: "El Señor me escuchará
cuando le invoque" (Sal. Resp.).

2. UN HECHO HISTORICO 503B2


1. La predicación, recogidas en la lecturas de hoy, de los apóstoles Pablo y
Juan, se centran en la realidad fundamental de que Jesús ha resucitado. San Pablo
insiste en que "de esta manera se cumplió lo que había dicho (Dios) por sus profetas:
que su Mesías había de padecer". Esa muerte de Cristo en la cruz fue necesaria
para el perdón de nuestros pecados. Una vez resucitado Jesús, en la gloria del Cielo
intercede constantemente por nosotros. "Si alguno peca tenemos a uno que aboga
ante el Padre por nosotros: a Jesucristo el Justo. Él es víctima de propiciación por
nuestros pecados".
2. La resurrección de Cristo es un hecho sobrenatural
acontecido en el marco de la historia. Nuestra fe se refiere a una realidad que tuvo
lugar en el tiempo ("al tercer día resucitó de entre los muertos") y que tiene
actualidad perenne ("Jesucristo vive"). No se trata, pues, de una metáfora ni de un
modo de significar que el recuerdo de Jesús sigue siendo eficaz entre sus discípulos,
o que "nuestra fe hace que Jesús esté como vivo", sino que, por el contrario, por la fe
sabemos lo que realmente sucedió: que Cristo resucitó y vive para siempre.
3. El Evangelio de hoy es de una belleza y un realismo impresionante. Al
presentarse Jesús resucitado ante los apóstoles, éstos se resisten a dar crédito a
sus sentidos. Son hombres sanos, críticos, que por lo mismo desconfían de su
percepción cuando les presenta algo inexplicable: "¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué
surgen dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies, soy yo en persona.
Palpadme y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos como veis que
yo tengo. Dicho esto les mostró las manos y los pies". Jesús les hace constar que es
Él mismo; que hay una continuidad entre el niño que nació en Belén de las entrañas
de la Virgen María, el Jesús de las parábolas y los milagros, el mismo que sufrió
muerte en la cruz y el mismo que ahora muestra sus miembros heridos por los
clavos. Y para reafirmar en la certeza de que no se trata de una ilusión imaginaria,
comió delante de todos: "¿Tenéis aquí algo que comer? Ellos le ofrecieron un trozo
de pez asado. El lo tomó y comió delante de ellos".

3. CONOCER AL SEÑOR 503B3


1. Se le conoce haciendo Su voluntad. El Señor está en nosotros, y está
vivo en el centro de nuestra alma si estamos en gracia, y en el mismo centro de
nuestra comunidad si de verdad nos reunimos en su nombre. El Señor está entre
nosotros, porque sus delicias son convivir con sus amigos. Él mismo dijo a sus
discípulos que estaría siempre con todos, que no nos dejaría huérfanos, que como
buen pastor estaría pendiente de cada oveja. Precisamente el sacramento de la
Eucaristía hace posible esa cercanía hasta el punto de que le podamos comer cada
vez que queramos. Pero también es posible que, a pesar de todo, no le conozcamos
bien. Nos tendrá que decir como a Felipe: "¡Tanto tiempo estoy con vosotros y
todavía no me conocéis!" Y no conocemos al Señor porque no le tratamos; nos
hemos acostumbrado a su presencia de tal manera que ya no nos llama la atención.
Es como el que ya no ve una cosa a fuerza de tenerla constantemente frente a sus
ojos. Y no podemos pretender ser buenos cristianos si no hemos llegado a intimar
con el Señor: "No es posible que uno sea un buen oficial sin contacto directo con el
jefe. Cristo no se puede confiar a quien no ha vivido en su intimidad" (Cardenal
Richaud).
¿Y cómo sabemos que conocemos al Señor? La respuesta nos la da el
Evangelista: "En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus
mandamientos. Quien dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, es un
mentiroso y la verdad no está en él" (2ª lect.). No se trata de un conocimiento teórico
como el que pueda tener una persona culta o un historiador. Cristo no es uno más en
la historia de la humanidad. Al Señor se le conoce de verdad cuando se ama a su
Persona, se abraza su doctrina, se cumple su voluntad; mientras no lleguemos a esto
no hemos acabado de ser cristianos coherentes. Conocer al Señor es ser sus amigos
y testigos de su vida y doctrina. Juan Pablo II, dirigiéndose a los jóvenes y a los
niños, dice: "Sed profundamente amigos de Jesús y llevad a la familia, a la escuela,
al barrio, el ejemplo de vuestra vida cristiana, limpia y alegre. Sed siempre, jóvenes
cristianos, verdaderos testigos de la doctrina de Cristo. Más aún, sed portadores de
Cristo en esta sociedad perturbada, hoy más que nunca necesitada de Él. Anunciad
a todos con vuestra vida. que sólo Cristo es la verdadera salvación de la humanidad"
(Homilía del 3-XII-78).
2. No sucumbir a las dudas. El Señor se apareció a sus discípulos y ellos se
asustaron porque le confundieron con un fantasma. No conocían de verdad a Cristo.
No acaban de entender la grandiosidad del hecho de la resurrección. El Señor,
después de desearles la paz, les dijo: "¿Por qué os alarmáis? ¿por qué surgen
dudas en vuestro interior? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona. Palpadme
y daos cuenta de que un fantasma no tiene carne y huesos como veis que yo tengo"
(Evangelio). No debemos dudar de Dios. La duda es siempre fruto de la
desconfianza y produce en el alma inquietud y desasosiego. Debemos pedirle al
Señor que abra nuestro entendimiento para comprender las Escrituras y aceptar todo
el mensaje evangélico sin reservas. El Evangelio, es lo que ninguna ley puede ser
por sí misma: "Una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree" (Rom.1,16).

4. CONFIANZA EN DIOS 503B4


1. Conocer a Cristo. Cuando los apóstoles reciben por primera vez la visita
de Jesucristo resucitado, se alarman: "creían ver un fantasma". Después de
reconocerle la alarma se convirtió en confianza, y le ofrecieron un trozo de "pez
asado".
Como los apóstoles, tantas veces nosotros no vemos a nuestro Señor
resucitado; y nuestros ojos no lo ven porque la mente no contempla su vida -el
Evangelio- en la oración. Si rezamos, si pasamos algún tiempo del día solos con
Cristo, en diálogo de amigo, sabremos que Él viene a nosotros en el llanto de un
niño, en el lamento de un anciano, de un enfermo, en la alegría de la paz familiar, en
un trabajo bien hecho, en un servicio prestado con una sonrisa; y llegaremos a
descubrirlo en la santa Misa, y le acompañaremos en la cruz y en la resurrección.
Hasta un padrenuestro, un avemaría, que rezamos cansados, nos ayudarán a
conocer mejor a Cristo.
"Entonces les abrió el entendimiento para comprender las Escrituras". Si
perseveramos con confianza en el deseo de conocer mejor a nuestros Señor
Jesucristo, descubriremos tantas maravillas de nuestra fe; entre ellas, la filiación
divina.
2. Filiación y esperanza. Junto con la fe y la caridad, Dios infunde la
esperanza en el alma del creyente. La filiación divina, el saber que Dios es nuestro
padre, confirma la seguridad de nuestra resurrección.
El cristiano es un hombre que, bien afincado en la tierra, sabiéndose hijo de
Dios, no puede, no debe, dejar de mirar al Cielo, a su propia resurrección, al
encuentro definitivo con Dios Padre. El contemplar el final de su caminar terreno, le
dará fuerzas para recorrer el camino.
Si deja de elevar su mirada a Dios acabará dominado por el cansancio, por el
astío, vencido por una pereza inútil, y hasta los más nobles y ambiciosos planes de
justicia y de caridad, por los que haya luchado con sacrificio de sí mismo, le
parecerán llenos de un vacío insoportable.
3. Los milagros del cristiano. La fuerza de Dios obra milagros por medio de
los apóstoles. "¿De qué os admiráis?"
La resurrección de Cristo es una realidad tan llena de significado que, una vez
firmemente creída, transforma la vida diaria del creyente, y da una segura confianza
en Dios. ¿Qué puede ser imposible para quien ha vencido a la muerte?
Esta confianza en Dios hará posible que los cristianos de hoy repitamos lo que
llevaron a cabo los apóstoles. ¿Qué "milagros" hemos de realizar hoy los cristianos
para que quienes nos rodean descubran en nosotros la luz de Cristo, como la
descubrieron quienes asistieron a la predicación de los apóstoles?
Vivir en paz en medio del sufrimiento; mantener la serenidad frente a los
obstáculos; sonreír también en el dolor; realizar con constancia, día a día, un servicio
que sólo Dios ve y sólo Dios agradece; vivir con generosidad la ayuda a los
necesitados; rezar en hacimiento y en petición de gracias, convencidos de que todo
lo bueno lo recibimos de Dios; defender la justicia y el buen nombre de los demás;
luchar en defensa de la vida y la libertad... Estos "milagros" y muchos otros
semejantes, serán posibles si la vida del cristiano se transforma, como se transformó
la vida de los apóstoles al encontrar a Cristo resucitado.

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504 DOMINGO IV PASCUA (Día de Oración por las VOCACIONES)

Ciclo B: 504B

Hechos 4,8-12: "qué poder ha curado a este hombre" I Jn.3, 1-2:


"somos hijos de Dios"
J. 10,11-18: "el Buen Pastor da la vida por las ovejas"
Mensaje del Papa

1. NINGUN OTRO PUEDE SALVAR 504B1


1. 1º lect. Confusos y molestos por la curación del paralítico, los jefes judíos
hacen prender a Pedro y a Juan, y luego les interrogan "para averiguar que poder ha
curado a ese hombre". Pedro les hace saborear una amarga medicina: "quede bien
claro a vosotros y a todo Israel, que ha sido el nombre de Jesucristo Nazareno, a
quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos; por su
nombre se presenta éste sano ante vosotros". La humanidad enferma tiene su salud
en Cristo, el único que puede curarla. Por medio de Él nos ha venido el perdón, la
gracia y la vida eterna.
Pedro prosigue, relacionando lo sucedido con lo que dice el salmo
responsorial: "Jesús es la piedra que desechasteis vosotros, los arquitectos, y que se
ha convertido en piedra angular; ningún otro puede salvar..." Aquellos hombres que
tenían el deber de guiar al pueblo, edificando en él la casa de Dios, fueron malos
arquitectos, pues rechazaron la única piedra en que se podía apoyar el edificio,
Cristo, y el resultado fue un castillo de naipes. Así también el mundo rechaza a Jesús
y a la Iglesia sobre Él construida: "El mundo no nos conoce, porque no le conoció a
Él" (2ª lect.). Cuantos sistemas, filosofías, montajes, han fallado en su vano intento
de salvar a la humanidad: efectivamente, "si el Señor no edifica la casa, en vano
trabajan los que la construyen" (Salmo 126). Pero si nuestros pensamientos, ideales
y acciones
-de suyo, material deleznable-, se apoyan habitualmente en Cristo, nuestra vida irá
bien edificada y segura: "Mejor es refugiarse en el Señor, que fiarse de los hombres"
(Sal. resp.).
2. Evangelio. Jesucristo es le única piedra angular que nos sostiene y salva,
porque es el Buen Pastor "que da la vida por sus ovejas", y la da libremente;
mientras que los demás son pastores mercenarios. Las relaciones entre el buen
pastor y sus ovejas son de conocimiento mutuo: "conozco a las mías y las mías me
conocen". He aquí de qué modo podremos juzgar nuestra vida cristiana: si tratamos
a Cristo, si hacemos oración, si profundizamos en su conocimiento, si vivimos en
intimidad cada vez más estrecha con Él, si en los acontecimientos ordinarios
sabemos verle y ver que Él nos mira, nos dirige y nos ayuda. Luchemos por ser,
libremente, ovejas de su rebaño, y no de otro; y por acercarle a esas otras ovejas
que aún no escuchan su voz, para que se haga "un solo rebaño, un solo Pastor".
3. 2ª lect. Nuestra relación con Dios no se detiene a nivel de nuestros actos y
nuestras disposiciones, sino que afecta a nuestro mismo ser. En efecto: "mirad qué
amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!"
Es un gran misterio la magnitud e importancia de este regalo de Dios. No nos queda
sino agradecerlo de corazón y corresponder a él de la mejor manera posible: nos
invita al trato íntimo, a superarnos en nuestra lucha, a obedecerle con más
delicadeza, a tener en Él una confianza absoluta. Así esta filiación dará un fruto que
todavía no se ha manifestado: "Seremos semejantes a Él, porque le veremos tal cual
es" Y entonces cesará nuestra búsqueda, toda ansia: gozaremos de paz y felicidad
eterna.

2. CONTAR CON LA IGLESIA 504B2


1. Jesús es el Buen Pastor que da su vida por sus ovejas. El Señor, en el
Evangelio, se llama de este modo: "Yo soy el Buen Pastor, que conozco a mis ovejas
y las mías me conocen...; yo doy mi vida por las ovejas". Se opone al buen pastor el
mercenario, el que cumple externa y aparentemente el oficio de guardar un rebaño,
pero sin comprometerse, sin arriesgar nada, abandonando todo cuidado al menor
peligro: "ve venir al lobo y abandona las ovejas". El Señor, en cambio, dio su vida en
la cruz para la salvación de todas las almas llamadas a entrar en el redil de la Iglesia.
2 El oficio de pastor se sigue dando en la Iglesia. Son pastores legítimos el
Papa, los obispos en comunión con la Santa Sede, los sacerdotes que predican la
doctrina cristiana, administran los sacramentos, orientan a los fieles siguiendo las
directrices generales señaladas por la jerarquía, teniendo en cuenta la legítima
libertad de las conciencias personales que hace innecesaria y abusiva toda
cuadriculación espiritual que vaya más lejos de lo que Dios pide a cada uno.
Toda labor de pastoreo en la Iglesia se ejercita en nombre de Cristo y
siguiendo el divino modelo: predicando con la fuerza de quienes dan su vida por las
ovejas. Imitando la libertad del Señor, quien dijo de sí que era grato al Padre "porque
entrego mi vida para poder recuperarla. Nadie me la quita, sino que yo la entrego
libremente".
La gran mayoría del pueblo cristiano experimenta la alegría, la seguridad, la
fortaleza que le prestan sus hermanos obispos y sacerdotes, y el desvelo pastoral del
Papa por toda la Iglesia. Es por ello un deber de gratitud, de justicia, pedir al Señor
que haya siempre en la Iglesia buenos pastores.
3. En los Hechos de los Apóstoles podemos considerar la gran claridad de
Pedro que atribuye exclusivamente a la fuerza de Cristo la curación milagrosa de un
enfermo: "Quede bien claro a vosotros y a todo Israel, que ha sido en nombre de
Jesucristo Nazareno... que se presenta éste sano ante vosotros". En realidad toda la
eficacia sobrenatural que se da en la Iglesia viene de Cristo: por el Señor la
predicación llega a las almas, aunque hacen falta pastores que prediquen;
por el Señor la gracia de los sacramentos sana y robustece las almas, pero hacen
falta pastores que administren con abundancia los sacramentos; por el Señor
las almas son guiadas interiormente hacia la santidad, pero son necesarios
pastores que aconsejen.
En realidad nos ayudan a comprender, una vez más, que Dios se vale de
otros hombres para facilitarnos el camino de la santidad. La pretensión de ir en
solitario en un hipotético itinerario ajeno a la jerarquía eclesiástica, es una quimera.
Con humildad y con agradecimiento hemos de aceptar, cada vez con más hondura,
que fuera de la Iglesia no hay salvación, que toda la salud viene por la Iglesia. La
razón: porque así lo dispuso el Señor.

3. HIJOS DE DIOS 504B3


1. Queridos por Dios. Al escuchar en este domingo la palabra de Dios surge
en nosotros un sentimiento de satisfacción y agradecimiento por sentirnos queridos
por nuestro padre Dios, por nuestro pastor Jesucristo. La filiación divina es el
fundamento de la gran alegría que siente el cristiano cuando vive de verdad su fe, y
es al mismo tiempo nuestro mayor orgullo, porque ser hijos de Dios es algo muy
grande, es la muestra de lo muchísimo que nos quiere el Señor: "Queridos
hermanos; Mirad que amor tan grande nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos
de Dios, pues ¡lo somos! El mundo no nos conoce porque no le conoció a Él" (2ª
lect.). Esta filiación divina es una conquista alcanzada por el mismo Cristo para
nosotros. Y es algo tan importante que tuvo que pagar por ella el precio de su
sangre. Nuestra condición de hijos de Dios nace de la cruz. La ofrenda que Cristo
hace al Padre es un acto de obediencia hacia aquel que quiere restablecer por este
camino la íntima relación que, desde el principio, tuvo con los hombres. Es el Hijo el
que gana para nosotros la adopción divina, porque es Él quien vino y subió a los
cielos para prepararnos un lugar junto al Padre: "Para que allí donde Yo esté, estéis
tambien vosotros" (Jn. 14,3).
Pero la filiación divina no es un título que se adquiere y se guarda. La filiación
divina es una condición de vida que se conquista por la gracia de Cristo, pero que se
conserva viva por nuestra asidua relación con el Padre y nuestra obediencia a Él:
"Así pues, según la condición natural, podemos decir que todos somos hijos de Dios,
ya que todos hemos sido creados por Él. Pero según la obediencia y la enseñanza
seguida, no todos son hijos de Dios, sino sólo los que confían en Él y hacen su
voluntad. Los que no se le confían ni hacen su voluntad son hijos del diablo, puesto
que hacen las obras del diablo. Que esto sea así se declara en Isaías: "engendré
hijos y los crié, pero ellos me despreciaron" (Is.1,2). Y en otro lugar los llama hijos
extraños: "Los hijos extraños me han defraudado" (Sal.17,46). (Ireneo de Lyón
Adversus Haereses, IV, 41,2).
Al mismo tiempo la filiación divina nos obliga a estrechar nuestros lazos de
caridad con esos otros hijos de Dios que son nuestros hermanos los hombres. No
somos hijos de Dios aislados, sino que por tener un padre común pertenecemos a
una familia. La paternidad de Dios debe estar inseparablemente unida a ese
sentimiento de solidaridad hacia todos los hombres, que debe reinar en nuestros
corazones. Precisamente es aquí donde la comunidad humana y la dimensión social
de nuestra persona, adquieren su justa valoración y su mayor exigencia. Los demás
no son sólo mis semejantes, sino mis hermanos.
2. Escuchar la voz del Pastor de las ovejas. Muchas veces hemos
contemplado con verdadero gozo la figura tiernísima de Cristo buen pastor. Hoy
podemos ver la escena desde otro ángulo: nuestra condición de ovejas llamadas a
seguirle. El Señor nos quiere a todos y a todos nos llama con la esperanza de
nuestra obediencia: "Tengo además otras ovejas que no son de este redil; también a
éstas tengo que traer, y escucharán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor"
(Ev.). El Señor nos quiere a todos, pero nos quiere unidos en la obediencia un mismo
espíritu, a una misma voz.
4. EN PRESENCIA DEL SEÑOR 504B4.
1. Acción de gracias. "La misericordia del Señor llena la tierra, la palabra de
Dios hizo el Cielo" (Antif.de entrada).
Recordando estos cuarenta días que la tierra ha acogido a Cristo resucitado,
como antes lo había recibido al nacer y al morir, y se ha llenado del resplandor de la
resurrección; cada cristiano ha de convertir su vida en un canto de alabanza a Dios
por medio de las acciones de gracias.
Bien conscientes de que la "la Pascua es el más importante de todos los
misterios cristianos" (San León Magno), hemos de dar gracias por tener a Cristo en
el Tabernáculo, por la alegría de Cristo que descubrimos en los demás hombres, por
lo bueno y lo malo que nos acaezca, porque "todo es para el bien de los que aman a
Dios".
Demos gracias en especial por el inefable don de la filiación divina: "Mirad que
amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" (2ª lect.).
2. Presencia de Cristo. Los apóstoles vivieron esos días con la esperanza de
encontrarse al Señor al llegar a cenar, al ir a rezar al templo, al caminar, al trabajar.
Nosotros sabemos que podemos encontrar al Señor en cualquier lugar y en todos los
momentos del día.
Cristo ha dado ya la vida por nosotros, por nosotros ha resucitado, por
nosotros ha subido al cielo.
Después de la Pascua de Resurrección no hemos de buscar a Cristo sólo
cuando vamos a una Iglesia, a un templo, a una ermita; la Pascua ha hecho posible
que Cristo esté ya en adelante en todos los lugares. El que vivió en un rincón de
Palestina, desconocido por todos los habitantes de la tierra, el que murió
abandonado en un pequeño monte fuera de Jerusalén; resucitado, llega con su
presencia a llenar el último rincón del planeta. Ya no hay lugares privilegiados: en
cualquier ángulo del mundo se puede adorar a Dios "en espíritu y en verdad".
3. El Buen Pastor. Cristo es el buen pastor misericordioso que ama a sus
criaturas, una a una, que las conoce y desea su amistad.
Conscientes de su presencia entre nosotros -y lo seremos todavía más si
hacemos un rato de oración mental cada día-, descubriremos su mano de buen
pastor que nos dirige y nos ayuda a través de los menudos acontecimientos de cada
día. ¿Cambia un plan de trabajo? Es el Señor que sale a nuestro encuentro. ¿Un
asunto se resuelve bien? No olvidemos dar gracias a Dios ¿Hemos fracasado en
nuestro intento de conseguir algo? Si queremos servir a los demás, volvamos a
comenzar, pidiendo nueva ayuda al Señor, y renovando el deseo de hacer todo para
su gloria, de vivir en todos los detalles su santísima voluntad.
Así, día a día, Cristo irá triunfando en nosotros, llenando nuestra alma de
confianza en Él, como hizo con los apóstoles. Los apóstoles fueron confortados por
la compañía de la Santísima Virgen. Ella nos mostró a su hijo en Belén, en la cruz, y
quiere ahora mostrárnoslo resucitado, camino del Cielo.

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505 DOMINGO V PASCUA

Ciclo B: 505B

Hech.9,26-31: "fidelidad...animada por el Esp.Sant."


I Jn.3,18-24: "amar con obras y ... de verdad"
Jn. 15,1-8: "vid... sarmientos... permaneced..."

Los sacramentos, acciones de Cristo en la Iglesia, que es el sacramento


primordial (DCG. nn. 55-57)

1. LA GRACIA DE DIOS 505B2


1. Con frecuencia el Señor emplea alegorías para ilustrar de un modo sencillo
hasta qué punto dependemos de Él y a qué grado de esterilidad espiritual llegamos si
no estamos en gracia de Dios: "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que
permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer
nada". No dice Jesús: "Sin mí poco podéis hacer", sino que expresamente indica
nada. La inutilidad del sarmiento desgajado de la vid y seco, es una imagen de
nuestra condición cuando nos separamos del Señor. Jesús añade que a los
sarmientos secos "luego los recogen y echan al fuego y arden". Esa es la triste
condición del cristiano que después de haber recibido la sabia de la vid por el
sacramento del bautismo, pierde la gracia santificante y por obstinación rechaza
hasta el último momento el Sacramento de la Penitencia.
2. Hemos de estar unidos a la vid, a Cristo Nuestro
Señor. Pero esa unión con Jesús no se reduce a un estado de ánimo, a una vivencia
psicológica inestable y sin fundamento en el comportamiento real de cada día. San
Juan Apóstol nos recuerda: "Hijos míos, no amemos de palabra o de boca, sino con
obras y según verdad". Más que el sentimiento, que es variable y con frecuencia
incontrolado, lo que cuenta es la decisión, la determinación de la voluntad auxiliada
por la gracia, de cumplir los mandamientos de la ley de Dios y de la Santa Madre
Iglesia. Como dice el refrán castellano: "obras son amores y no buenas razones".
Todos los mandamientos de la ley de Dios se resumen en el doble precepto
de la caridad: amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo, por Dios, como a uno
mismo. Ese doble amor sobrenatural es verdadero si se traduce en obras de culto
amoroso a Dios y en obras de justicia y misericordia para con el prójimo, en lo
espiritual y en lo material.
3. Dice San Juan en su carta de hoy: "Quien guarda sus mandamientos
permanece en Dios y Dios en él". Si la separación de Cristo por el pecado mortal nos
vuelve inútiles para la vida eterna, la unión con Cristo a través de los sacramentos,
de la oración y de las buenas obras, nos vuelve fecundos: "El que permanece en mí
y yo en él, ése da fruto abundante". Unidos a Jesús por la gracia, influiremos de
verdad en el ambiente (en nuestra propia familia, en nuestros compañeros de
trabajo, en la sociedad entera). Será el mismo Cristo quien, a través nuestro,
producirá frutos de paz y de hermandad entre los hombres.

2. LA VID Y LOS SARMIENTOS 505B2


1. Al considerar la alegoría que expone el Señor (Ev.): "Yo soy la vid, vosotros
los sarmientos". tenemos necesidad de profundizar bastante más en el misterio de la
vida cristiana, a fin de no quedarnos en una visión ligera y sentimental de esta
comparación. En efecto, todos los aquí presentes nos sentimos unidos a Cristo o, al
menos, deseamos estarlo. Tenemos acaso la impresión de que nunca lo hemos
rechazado en forma muy consciente y sopesada: todo lo más admitimos haber tenido
momentos de abandono, pero sin mala intención.
Pero el misterio de la vida cristiana es más profundo, ya que se trata de una
vida divina: "vuestra vida está escondida con Cristo en Dios; cuando aparezca
Jesucristo, que es vuestra vida, entonces apareceréis vosotros con él gloriosos"
(Col.3,3s.). El es nuestra vida y nos comunica su propia vida. Con esa savia -la
gracia- que nos viene de la vid, darán fruto nuestros esfuerzos personales; con ella
nuestra libertad tiene sentido, pues tenemos la libertad y el poder de los hijos de
Dios, capaz de alcanzar la plenitud de vida. "El que permanece en mí y yo en él, ése
da fruto abundante"; entonces "pediréis lo que deseéis y se realizará". Así como los
sarmientos y la vid forman una sola cosa, así también nosotros seremos un solo ser
con Cristo, quien vivirá y dará fruto en nosotros (cf. Gal.2,2O).
Por tanto, la alegoría de la vid y los sarmientos expresa algo trascendente: el
ser o no ser cristianos, el dar fruto o quedar estériles, el tener vida sobrenatural o
estar secos, el poder o no, ser santos, el alcanzar o fracasar, el gozar o arder
eternamente. "Porque sin mí no podéis hacer nada".
2. En la oración sobre las ofrendas pedimos a Dios que, como por el sacrificio
de Cristo nos hace partícipes de su divinidad, nos conceda "que nuestra vida sea
manifestación y testimonio de esa verdad que conocemos". Tal manifestación ha de
consistir en que "no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según verdad"
(2ª lect.). Hemos de obrar siempre por amor y según nuestra fe, es decir, con
conocimiento de la verdad y con sinceridad ante Dios y ante los hombres: éstas son
las características de una conciencia recta. Y "si la conciencia no nos condena,
tenemos plena confianza en Dios" (Ib.). Todo ello es consecuencia de estar
identificados con Cristo, queremos querer lo que Él quiere, cumplir los deberes como
Él hizo, con sacrificio; amarnos "tal como nos amó".
3. Sobre esa fe y ese amor, fruto de la vida en Cristo, habrá de edificarse
nuestra santidad personal y manifestarse la de toda la Iglesia, con piedras que
parecen inservibles, nosotros, (San Pablo, 1ª lect.). "Entretanto la Iglesia.... se iba
construyendo y progresaba en la fidelidad del Señor y se multiplicaba animada por el
Espíritu Santo" (Ib.). Con este material endeble se hace permanentemente en el
mundo el misterio de la salvación realizada por Cristo. Esto es lo que espera de
nosotros, y se cumplirá si correspondemos a la gracia de la unión con Él, que
reafirma la Eucaristía: Quien come mi carne... mora en mí y yo en él" (Jn. 6,57).

3. SIN EL SEÑOR, NADA 505B3


1. Unidos a Cristo. La Pascua nos habla de una vida nueva que nace de ese
triunfo de Cristo sobre la muerte, y que llega a nosotros por medio de la gracia. El
Señor nos habla de esa unión que demos tener con Él como sarmientos identificados
con la vid. De esa unión depende el fruto que podemos dar, y precisamente el Señor
quiere que sea abundante, porque por nuestra obras nos tienen que conocer que
somos sus discípulos. "Yo soy la verdadera vid y mi Padre es el labrador. A todo
sarmiento mío que no da fruto lo arranca, y al que da fruto lo poda para que dé más
fruto" (Ev.). Recordamos que en los últimos momentos de su despedida en el
Cenáculo, el Señor insistió hasta la saciedad, que debemos estar siempre unidos a
Él y muy unidos entre nosotros mismos. Este es precisamente el gran mandamiento
divino: la fe en su Hijo y el amor entre nosotros, y todo ello lleva consigo una solicitud
constante por la unidad en el Espíritu. "Y éste es su mandamiento: que creamos en
el nombre de su Hijo Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo
mandó" (2ª lect.).
Por la unión con Cristo corre la gracia por la venas de nuestra alma, y la
misma gracia hace que nos revistamos de Él para que no vivamos ya nosotros por
nuestra cuenta, sino compenetrados con el Señor hasta lograr una identidad de
sentimientos, de voluntades, de estilo de vida: ¡Que Cristo viva realmente en
nosotros! Por esa unión con Cristo, como el sarmiento a la vid, el cristiano vive de
verdad la vida evangélica, la vida de la gracia, la vida de fe, esperanza y caridad. Al
mismo tiempo, por medio de estas virtudes teologales, vamos ahondando más en
nuestra vida interior para alcanzar la autenticidad, la perfección mediante la unidad
de vida, la vibración apostólica, la personalidad que ha de caracterizar a un hijo de
Dios que sabe lo que quiere y defiende su dignidad en cada instante. Es en esta
unión con Cristo cuando alcanzamos el don de la filiación divina, ya que Él es el "Hijo
unigénito del Padre" (Jn.1,14; 3,16) y "el primogénito entre muchos hermanos"
(Rm.8,29).
Si vivimos unidos a Cristo por la fe, la esperanza y la caridad; el Padre y el
Espíritu Santo habitarán en nosotros, y de aquí nacen nuestra fuerza y nuestra
fecundidad. "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en
Él, ése da fruto abundante; porque sin mi no podéis hacer nada" (Ev.).
2. Amar con obras. Por nuestras obras nos han de conocer, y el Señor
siempre viene a recoge los frutos, como a la higuera, y no podemos conformarnos
con ofrecerle solamente hojas. Debemos ser más maduros para no perder la fijeza
en la tarea que se nos ha encomendado. La tibieza y la frivolidad nos hacen llevar
una vida estéril, sin ningún atractivo e interés. Es una enfermedad de la que
debemos huir: "No caigas en esa enfermedad del carácter que tiene como síntoma la
falta de fijeza para todo, la ligereza en el obrar y en el decir, el atolondramiento... la
frivolidad, en una palabra. Y la frivolidad -no lo olvides- que te hace tener esos planes
de cada día tan vacíos (tan llenos de vacío), si no reaccionas a tiempo -no mañana:
¡ahora!-, hará de tu vida un pelele muerto e inútil" (Camino, n. 17). "Hijos míos, no
amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la verdad" (2ªlect.).

4. PERMANECER EN CRISTO 505B4


1. ¡Alleluia! "Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas"
(Antífona de entrada). La resurrección es la gran maravilla de Cristo en la tierra, es la
manifestación más preclara de su divinidad, de su majestad, de su anhelo de
convertir, cuando se cumpla el tiempo, la tierra y el cielo que ahora habitamos, en un
cielo nuevo y una nueva tierra.
¡Alleluia! es, desde entonces, el verdadero nuevo cántico cristiano. Un cántico
que expresa la honda alegría de Dios y de sus criaturas en Dios; y, a la vez, la
capacidad del cristiano de convertir todo lo humano -la cultura, la civilización, el
trabajo, el cansancio, el sufrimiento, el gozo-, en gloria de Dios.
Todo se transforma ante la Resurrección. El Alleluia de los ángeles y de los
hombres debe resonar en los corazones abatidos, en las almas llenas de
desconsuelo, en el carácter de los pesimistas, en la perseverancia de los
bienaventurados que buscan justicia, en la memoria de todos los apesadumbrados,
cansados del diario esfuerzo de vivir.
2. Tratar a Cristo. Para que el Alleluia cristiano de fruto en la vida diaria es
necesario seguir el consejo del Señor: "permaneced en mí y yo en vosotros", nos
dice Cristo. La primera condición para permanecer en Cristo es no pecar, pero no
basta. Hemos de amar a Jesús, y para llegar a amarle hemos de conocerle mejor
-leer y meditar los Evangelios- y tratarle más; hablar con Él, pensar en Él.

"En Él encontrarás siempre un Padre, un amigo, un consejero, un colaborador


para todas las actividades nobles de la vida cristiana..." (Surco, 662).
3. Amor a todos. "Yo soy la vid, vosotros los sarmientos". Esta íntima
relación con Jesús hace que nuestra vida esté "escondida con Cristo en Dios". Los
sarmientos se alimentan de la vid en la que están injertados. Al tratar a Cristo y vivir
unidos a Él, el cristiano vive del mismo amor que mueve el corazón del Señor.
¿Cómo? Al amar y vencer nuestros sentimientos de desprecio, de desamor,
de aversión, estamos amando con el corazón de Cristo; al servir a los demás,
venciendo nuestra repugnancia, nuestro orgullo, estamos sirviendo con el alma de
Cristo; al estar alegres, rechazando nuestro deseo de aislarnos, de encerrarnos en
nosotros mismos, estamos viviendo el gozo de nuestro Señor; al defender la justicia
y liberar
a quienes se sienten oprimidos por cualquier mal, estamos viviendo la libertad que
Cristo nos alcanzó en la cruz... todo lo que de verdad vale en la vida de cada
cristiano, es fruto de esa unión con Cristo.
"Hijos míos, no amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según la
verdad", y añade después la segunda lectura: "Y este es su mandamiento: que
creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo y que nos amemos unos a otros tal
como nos lo mandó".
Y amaremos a los demás sin necesidad de recurrir a gestos llamativos y fuera
de nuestro normal modo de vivir: animándoles a ser mejores cristianos; estudiando
para serles más útiles en nuestra profesión; ayudándoles a divertirse y a
entretenerse con actuaciones limpias y honestas, respetando sus derechos y
poniendo nuestros derechos a su servicio.

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506 DOMINGO VI DE PASCUA

Ciclo B 506B

Hech.10,25-26 34-35 44-48: "¿se puede negar el bautismo..."


I Juan 4, 7-10: "amémonos unos a otros"
Juan 15, 9-17: "permaneced en mi amor"

La filiación divina, fundamento y raíz de la vida cristiana


(RF. M. cap. 3, 2).

1. CORRESPONDER AL AMOR Y DAR FRUTO 506B1


1. Las lecturas de hoy tratan de la caridad en varios de sus aspectos. "Dios es
amor" y "el amor es de Dios"; "en esto se ha manifestado el amor que Dios nos tiene:
en que Dios mandó al mundo a su hijo único, para que vivamos por medio de Él" (2ª
lect.). De este modo emana el plan de salvación universal. Pedro, enviado al
centurión Cornelio, exclama (1ª lect.): "Está claro que Dios no hace distinciones,
acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que sea". Dios ama a los
hombres de toda raza, cultura y posición. Por ello cambia el rumbo de la primera
cristiandad, para que se despegue de la Sinagoga y acepte a los gentiles. Infunde el
Espíritu Santo en aquella familia, lo que, visto por Pedro, le hace concluir: ¿Se puede
negar el agua del bautismo -la entrada a la Iglesia- a los que han recibido el Espíritu
Santo igual que nosotros?" Así se realiza el salmo responsorial: "El Señor revela a
las naciones su justicia", a todas, "porque su mano no se ha empequeñecido para
salvar" (Is. 59, 1). Cristo murió por todos los hombres: tarea nuestra es ensanchar
más y más el círculo de los que reciben su gracia, de cualquier origen o pasado, sin
crear trabas artificiales ni producir castas.
2. En el Evangelio nos habla Jesús del amor que nos tiene: "Como el Padre
me ha amado así os he amado yo; permaneced en mi amor". Estamos en el amor de
Cristo porque somos sarmientos cuya vid es Él; y permanecemos en su amor de
manera muy precisa: "Si guardáis mis mandamiento permaneceréis en mi amor". Tal
es el camino: obedecerle como Él obedece al Padre, así estaremos
permanentemente enraizados en Cristo y no seremos siervos, sino amigos suyos. La
amistad con el Señor ha de ser constantemente cultivada en nuestra oración
personal: de ella depende nuestra alegría y felicidad.
3. Esa alegre amistad con Cristo se ha de traducir en el amor al prójimo,
hasta dar la vida por él (cf. también 2ª lect.). La medida de ese amor es realmente
grande: el amor que Cristo nos tiene. Y si dio su vida fue por nuestra salvación. De
aquí que el amor de Jesús por todos los hombres se manifieste en nuestra vocación
apostólica: "No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido;
y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure".
De modo que Cristo nos redime por amor, y por amor a nosotros y a todos los
hombres nos constituye en apóstoles en nuestro ambiente. He aquí uno de los
aspectos de la vocación cristiana que más cuesta cumplir. ¿Con qué medios
contamos para dar fruto duradero? Con la voluntad y gracia de Cristo, y con nuestra
cooperación. Y como nos sentimos incapaces de producir este fruto, habremos de
pedirlo al Padre y ciertamente nos lo dará.
En resumen: Dios nos ama y por eso envía a la muerte a su Hijo, a quien
debemos imitar en su entrega, obediencia y sacrificio; con el que debemos colaborar
para que todos los hombres se salven, contando con la fuerza de la oración. De este
modo nuestra vida tendrá sentido sobrenatural y daremos frutos de vida eterna.

2. CARIDAD SIN LIMITES 506B2


1. Jesús, al despedirse de los apóstoles, manifiesta una vez más su amor por
los suyos. En adelante los apóstoles habrán de propagar entre los cristianos ese
cariño fraterno y sobrenatural que viene de Dios: "Como el Padre me ha amado, así
os he amado yo; permaneced en mi amor". Este precepto divino de la caridad habrá
de constituir la fuerza impulsora de la Iglesia, la energía que la hará fecunda y
expansiva. El modelo y la fuente de la caridad es el mismo Cristo: "Nadie tiene más
amor que quien da la vida por sus amigos". Jesús vino a salvar nuestras almas, a
redimirnos del pecado, a conseguir para nosotros una participación de su condición
divina y de su filiación al Padre. Su amor tenía, y tiene, como bien supremo nuestra
"divinización" por la gracia de ahora y la gloria del cielo. Ese amor de Cristo también
abarca, en una compasión inmensa, todas las necesidades del hombre caído: la
debilidad, el sufrimiento, la soledad... Jesús curó a enfermos, dio de comer a
muchedumbres, consoló corazones atribulados, pero sobre todo, entregó su vida
para salvarnos en orden a la vida eterna.
2. "No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os ha elegido; y
os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure". Los apóstoles y,
después de ellos los cristianos que se incorporaron a la Iglesia, vivieron una caridad
universal. Su actividad pastoral se abría a todos los hombres (judíos, gentiles, libres
y esclavos), y en cada caso procuraron aliviar cuanta penuria espiritual y material les
salía al encuentro; pero siempre tuvieron muy clara en su mente la misión precisa
recibida de Cristo: la proclamación del Evangelio, la invitación a la fe de los oyentes,
la recepción en la Iglesia mediante el bautismo a cuantos corresponden a la gracia
de la conversión.
Hoy hemos leído un pasaje de los Hechos de los Apóstoles de extraordinaria
importancia: el bautismo de Cornelio. Hasta ese momento Pedro y los demás
apóstoles se habían dirigido a los judíos, invitándoles a la salvación mediante la fe en
Jesús, Hijo de Dios, Mesías y Redentor, y por el bautismo cristiano. La visita de
Pedro a Cornelio (romano y por lo tanto gentil o no judío), en su propia casa, supone
el cruce de unas fronteras hasta entonces no traspasadas. Pedro, movido por Dios,
da ese primer paso definitivo para el cumplimiento de los designios del Señor. Los
circuncisos (judíos cristianos) que acompañaban temerosos a Pedro, quedaron
sorprendidos al ver como el Espíritu Santo producía en aquellos extranjeros efectos
milagrosos, prueba de su elección divina. Pedro argumenta: "¿Se puede negar el
agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo igual que nosotros? Y
mando bautizarlos en nombre de Jesucristo".
3. La caridad del cristiano no debe tener límites. El único límite es lo que
pueda ser ocasión de ofensa a Dios, aunque en realidad no debiera llamarse a esto
límite, porque hay una contradicción irreductible entre el pecado (ofensa a Dios) y la
caridad (amor a Dios y amor a los demás, por Dios). Sin embargo hay un orden en la
caridad: El mayor bien que podemos alcanzar para alguien es el don de la fe y que la
gracia de Dios llegue a su alma. Todos los demás bienes son inferiores y les están
subordinados. Por otra parte, estamos llamados por Cristo a procurar este bien
supremo para todos los hombres mediante la oración y un apostolado continuo, que
será distinto en los obispos y sacerdotes y en los simples fieles, aunque tengan como
objetivo una misma meta: llevar almas al Cielo.

3. AMISTAD CON DIOS 506B3


1. Vosotros sois mis amigos. Una de nuestras mayores alegrías es
escuchar de labios del Señor estas palabras tan íntimas y tan tiernas: "Nadie tiene
amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si
hacéis lo que yo os mando" (Evangelio). El Señor nos manda muchas cosas: que
amemos, que le sigamos, que nos perdonemos, que demos fruto, que carguemos
con la cruz, que seamos apóstoles, obreros que trabajemos en su campo, que
dejemos lo que sea necesario por Él, que seamos como niños. Nos puede parecer a
simple vista que Cristo es algo exigente, pero todo es poco a cambio de su amistad,
y la amistad con Dios bien merece el empeño.
Filiación y amistad son dos realidades inseparables para los que aman a Dios.
A Él acudimos como hijos, en un confiado diálogo que ha de llenar toda nuestra vida,
y como amigos, porque "los cristianos estamos enamorados del Amor" (D. Alvaro del
Portillo, Presentación del libro Amigos de Dios). Del mismo modo, la filiación divina
empuja a que la abundancia de vida interior se traduzca en hechos de apostolado,
como la amistad con Dios lleva a ponerse "al servicio de todos, a utilizar estos dones
de Dios como instrumentos para a descubrir a Cristo" (Amigos de Dios, n.258). La
amistad con Dios es un don, es un orgullo para nosotros, pero al mismo tiempo es un
responsabilidad porque la amistad exige entrega, una entrega que a veces puede
suponer la vida entera.
Con un gesto de confianza que emociona, el Señor ha volcado en nosotros
toda su intimidad, dándonos a conocer toda la verdad: "Yo no os llamo siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque
todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer"(Evangelio). Tenemos la
Sagrada Escritura, el Magisterio de la Iglesia, toda la doctrina pura y limpia que la
Tradición nos ha hecho llegar; estamos lo suficientemente informados como para no
dudar y conocer exactamente la verdad de Dios, de nuestro amigo que no tiene
secretos para nosotros.
2. Dios es amor. Si alguien comprendió perfectamente el mensaje de amor
que nos trajo Jesucristo fue Juan el Evangelista. Nadie como él nos habla del dulce
precepto de la caridad, y es porque había llegado a la intimidad con Dios, que es la
Caridad. "Queridos hermanos: Amémonos unos a otros ya que el Amor es de Dios, y
todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a
Dios, porque Dios es Amor" (2ª lect.). ¿Será por esto por lo que hay tanto odio en el
mundo? No conocemos a Dios de verdad. Nos invita el Papa a que dirijamos nuestra
mirada a lo alto para que contemplemos a Dios que ama profundamente al hombre:
<<Pero no os contentéis con ese mundo más humano. Haced un mundo
explícitamente más divino, más según Dios, regido por la fe y en el que ésta inspire
el progreso moral, religioso y social de hombre. No perdáis de vista la orientación
vertical de la evangelización. Ella tiene fuerza para liberar al hombre, porque es la
revelación del amor. El amor del Padre por los hombres, por todos y cada uno de los
hombres, amor revelado en Jesucristo. "Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio
su unigénito Hijo para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida
eterna" (Jn. 3, 16)>> (Juan Pablo II, Homilía 25-I-79, Palabra DP-25).

4. AFAN DE SER APOSTOLES 506B4


1. Afán de almas. El anuncio de la resurrección de Cristo ha de llegar a todos
los rincones de la tierra.
Pedro fue fiel a la señal del Espíritu Santo y bautizó -incorporó a la Iglesia, a
Cristo- a todos los que lo deseaban; en su alma latía el mismo deseo que había visto
brillar en el alma del Maestro.
Todo cristiano, joven o anciano, pobre o rico, culto o inculto, ha de tener ese
mismo afán, ha de rezar y poner lo que esté de su parte para que muchas personas
se bauticen, se conviertan, descubran de nuevo al Señor. El cristiano, cualquier
cristiano, ha de ser un apóstol y, como tal, ha de sentir la responsabilidad de que
toda criatura reciba el Espíritu Santo, conozca a Cristo.
2. Caridad y apostolado. San Pedro bautiza enseguida a Cornelio y a toda
su familia. Guiado por el Espíritu Santo comprende que delante de Dios no hay
ninguna acepción ni distinción de personas; ninguna raza es privilegiada, ningún
color, ni los más sabios, ni los ignorantes, ni los de una clase social, ni los de otra...
nadie tiene ya ningún título especial ante Dios. La salvación no está reservada a
ningún pueblo, a ninguna nación; abarca a todos los hombres. Cristo ha muerto por
todos, la caridad de Cristo ha alcanzado a todos.
El mismo afán de Pedro por dar a conocer el nombre de Cristo, nos ha de
impulsar a nosotros a superar las barreras que nos impidan manifestar claramente
nuestra fe, nuestro amor a Cristo: la vergüenza, el miedo, los respetos humanos, las
humillaciones, las bromas...
A veces limitamos nuestro afán por extender la fe a rezar por las misiones el
domingo que recomienda la Iglesia, y a dar una limosna para ayudar a una labor
caritativa en una selva. Eso es bueno porque así ayudamos a propagar el nombre de
Jesús; pero, a la vez, es muy poco: hemos de rezar por nuestros amigos y
conocidos, y ayudarles con el ejemplo y con la palabra, a descubrir o redescubrir al
Señor. Sólo así nuestra amistad será una honda y verdadera amistad y será
verdadero nuestro afán de extender la fe.
3. Apostolado: fruto de la caridad. "Que os améis los unos a los otros como
yo os he amado" (Evangelio).
Ni el amor a Dios ni el amor al prójimo tienen un límite. Siempre se nos puede
exigir amar más, servir mejor, dar más amor, hacer la vida más agradable a los
demás.
La caridad cristiana no es sólo, ni siquiera principalmente, la limosna de un
servicio, de una ayuda económica; no es tampoco sólo la compañía fraterna en
momentos de dolor y de abandono, o llevar el peso del trabajo y de las dificultades;
es también, y sobre todo, la comprensión honda de los demás, el no enjuiciar a
nadie, el sufrir pacientemente con una sonrisa los malos momentos de nuestros
conocidos, el lavar los pies, servir a alguien que nos es particularmente molesto... Es
la práctica de ese dicho cristiano profundo: "Haz bien y no mires a quién".
La caridad será siempre nuestro mejor apostolado; el calor de nuestra caridad
será el imán que acercará más almas al Señor. "Esto os mando: que os améis los
unos a los otros".

***************
507 DOMINGO VII DE PASCUA

Ciclo B 507B

Hech.1,15-17: "uno que se asocie... como testigo"


I Jn.4,11-16: "nosotros... visto... damos testimonio"
Jn.17,11b-19: "que los guardes del mal..."

La oración y el Padrenuestro (RF.M.cap.14,4-5-6)

1. UNION Y COHERENCIA CON CRISTO 507B1


1. Unidad y vitalidad de la Iglesia. "El Señor puso en el cielo su trono"
(Salm.resp.) el día de la Ascensión. Pero antes de padecer, dirige al Padre la oración
sacerdotal intercediendo por lo suyos: "Guárdalos en tu nombre a los que me has
dado, para que sean uno como nosotros". Establece así una línea de continuidad:
Padre-Cristo-Iglesia. La unidad de los discípulos es testimonio perenne de la
presencia de Dios en la Iglesia, de su santidad, vitalidad y misión divina. Unidad
conservada por Cristo: "Los custodiaba; y ninguno se perdió, sino el hijo de la
perdición". Y la vitalidad de la Iglesia restaña las heridas que se producen en su
cuerpo. Pedro, cabeza, propone la elección de un nuevo "testigo de la resurrección
de Jesús", que "ocupe el puesto que dejó Judas para marcharse al suyo propio.
Echaron suertes, le tocó a Matías y lo asociaron a los once apóstoles" (1ª lect.).
En nuestras manos -con la ayuda de Dios- está el conservar y acrecentar la
unidad de los cristianos, procurar que todos seamos uno en la fe, el amor, la vida
sobrenatural: que no haya defecciones dolorosas, que guardemos una consciente
fidelidad al Padre y a Cristo.
2. Signo de contradicción. Lo mismo que el Señor (Lc.2,34), su Iglesia será
atacada y sufrirá contradicción: "El mundo los ha odiado porque no son del mundo
como yo tampoco soy del mundo". Algunos cristianos sufren la tentación de
"encarnarse", de anclar el cristianismo en el mundo. Y como éste es cambiante y no
de su agrado, pondrían la misión de la Iglesia en la edificación de unas muevas
estructuras temporales, más utópicas y relativas que la vida eterna. "Yo no soy del
mundo", dice el Señor; y quiere que sus discípulos -en cuanto tales- sean testigos de
su resurrección y vida eterna.
Pero tampoco desea que ellos se aparten del mundo, ni estén en él
atemorizados: "No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del mal". Su
misión ha de realizarse en el tiempo, en medio de las inquietudes y quehaceres
humanos, tomados en serio y vividos con lealtad junto a sus conciudadanos. No
faltarán quienes muestren odio -como a Cristo- ante esta presencia y testimonio de
sus discípulos en el mundo; pero ello no ha de inquietarnos si actuamos rectamente:
el Señor estará con los suyos hasta el fin del mundo .
3. Signo de salvación. Cristo instituye a la Iglesia como instrumento y signo
para la salvación de todos los hombres: "Santifícalos en la verdad... Como tú me
enviaste al mundo así los envío yo también al mundo". Para ejercer tal misión "nos
ha dado de su Espíritu. Y nosotros hemos visto y dado testimonio" (2º lect.). Pese a
nuestras miserias, que afean a la Iglesia, nuestra misión es divina en su origen y
eterna en su fin. Procuremos vivir unidos en su Espíritu, a fin de que nuestra santidad
y coherencia con Cristo sean reales, y de este modo los hombres puedan
comprender bien la misión de la Iglesia.

2. LUCHA ASCETICA 507B2


1. En el Evangelio de hoy podemos contemplar a Jesús orando al Padre por
los apóstoles, por sus sucesores y por los cristianos, en general, de todos los
tiempos. Es necesario conocer lo que Jesús pidió al Padre para nosotros, porque en
la petición se encierra la clase de vida que el Señor quiere para los suyos: "No ruego
que los retires del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo como
tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú
me enviaste al mundo, así los envío tambien yo al mundo". La palabra mundo, en
boca de Jesús, tiene un sentido casi misterioso, que la fe, enriquecida por la
enseñanza eclesiástica de veinte siglos, puede captar.
2. En primer lugar, este nuestro mundo no es sustancialmente distinto al de
otras épocas. Han cambiado muchas circunstancias de cultura, de costumbres, de
organización política, de tecnología etc., pero la naturaleza humana es la misma; la
condición esencial del hombre es idéntica. Todos vivimos en la misma tierra, todos
somos hijos de Adán. El pecado original es pecado de la especia que contrae cada
individuo o persona al ser concebido. El bautismo borra ciertamente el pecado de
origen y las penas merecidas por el mismo, pero permanecen los vulnera pecccati
(las heridas, las cicatrices que jamás se cierran del todo, consecuencia de aquel
pecado). Por ello en el corazón humano se sigue dando, como en estos veinte siglos
transcurridos, una lucha entre la gracia de Dios, de una parte, que nos permite
(cooperando nuestra voluntad) reconstruir la unidad interior del alma, de sus
potencias, de las pasiones corporales para orientarlos todos hacia Dios y, de otra
parte, la belicosa hostilidad de las pasiones que tienden a perturbar la luz de la
inteligencia y la fuerza de voluntad para desintegrarnos y degradarnos al nivel de las
bestias. En esta situación de precariedad se encuentra el hombre en su camino por
la tierra. Desde fuera atizan el fuero el demonio y también aquella parte del ambiente
social más o menos hostil al imperio pacífico del Cristo. A este mal ambiente que
sirve de tentación o que atenta contra la conducta personal coherentemente
cristiana, se refiere el Señor cuando habla del mundo.
3. Nuestro Señor no repudia lo que salió de sus manos. No rechaza el Señor
la Creación, obra suya y espejo de sus perfecciones. Por el contrario, ama a este
mundo hecho por Él,
y, dentro de la creación, quiere con ternura a los hombres, hasta el punto de que
quiso asumirla (sin el pecado) para "repararla y elevarla al orden sobrenatural".
Por tanto el Señor ama el mundo (la vida de los hombres en la tierra,
organizada y fecunda) en la medida en que corresponde a sus designios creador y
redentor. No quiere Jesús para la inmensa mayoría de los cristianos ni el desprecio
ni la deserción de este mundo en el que mezcla la gracia y el pecado que se da en
cada persona. Por el contrario nos quiere aquí abajo (hasta que resuelva llevarnos
consigo) en una lucha continua -hecha de oración, de ascesis, de amor y de paz-
para que venza la gracia en nuestras vidas y esa curación -que nunca llega a ser
completa- de nuestra alma, se refleje también en un saneamiento de lo pernicioso en
las obras de los hombres. Así el imperio suave, interior y dulce de Cristo inundará
toda la sociedad humana.

3. EN ESPERA DEL ESPIRITU SANTO 507B3


1. Buscar a Cristo. En la espera del Espíritu Santo, el cristiano, como los
apóstoles, echa en falta hoy la presencia de Cristo. Aunque lo sabe presente en la
Eucaristía, revive aquella añoranza de Jesucristo: nostalgia de la persona amada; y
ruego a Dios Padre que le haga sentir la cercanía del Dios Hijo. Quizá sin darse
cuenta, el cristiano anhela la llegada del Espíritu Santo que le hará exclamar: "Abba,
Padre"; que le descubrirá el misterio de ser hijo de Dios.
¿Amamos nosotros así? ¿Anhelamos tambien nosotros ser y sabernos hijos
de Dios Padre? El amor a Jesucristo, Dios y hombre verdadero, es el fundamento, la
raíz y la savia que da origen y hace crecer toda vida espiritual. El cristiano vive de
ese amor cuando piensa en Cristo, cuando recuerda a Cristo, cuando vive su trabajo,
sus quehaceres por Cristo.
Si no buscamos a Cristo, si no le echamos nunca en falta, si no nos
acordamos de Él, si no le hacemos partícipe de nuestra alegría y de nuestras penas,
nuestra vida será eso: nuestra vida, no la vida de Cristo en nosotros, y se reducirá a
cálculo, a conveniencia, a interés personal, a orgullo de la propia afirmación.
2. La elección de Matías. Tan importante es esta presencia de Cristo, que
los apóstoles, al elegir a quien había de ocupar el puesto de Judas, escogen entre
alguno que "nos acompañó mientras convivió con nosotros el Señor Jesús".
Querían un testigo de la presencia del Hijo de Dios en la tierra; alguien que
recordase a Cristo.
Como Matías, cada cristiano ha sido escogido por Dios Padre para dar
testimonio de la presencia de Dios Hijo; ha de recordar a todos los hombres que
Cristo ha estado un tiempo en la tierra y, aunque su sola venida hubiera sido ya un
gran milagro, no le bastó: quiso quedarse en la Eucaristía y desea vivir y permanecer
en el alma de cada uno de los que creemos en Él.
3. En medio del mundo. Cristo rogó a Dios Padre por los apóstoles. "No
ruego que los apartes del mundo, sino que los defiendas del mal". Hemos de huir del
mal, del pecado; no del mundo. La mayoría de los cristianos, "en cualquier condición
de vida, de oficio o de circunstancia y, precisamente, por medio de todo eso, se
podrán santificar de día en día con tal de recibirlo todo con fe de la mano del Padre
celestial, con tal de cooperar con la voluntad divina, manifestando a todos, incluso en
el propio servicio temporal, la caridad con que Dios amó al mundo" (Lumen
Gentium,41).
Y es así, en los afanes cotidianos, en el trabajo, en el estudio, en el servicio
profesional, en las relaciones sociales, en la oración, en la comida familiar, en el
descanso, en la reunión de amigos, donde hemos de esperar la llegada del Espíritu
Santo.

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508 LA ASCENSION DEL SEÑOR

Ciclo A, B y C
Hechos I,1-11: "lo vieron levantarse..."
Efes. 1,17-23: "sentándolo a su derecha en el cielo"
Mt. 28,16-20: "Yo estoy con vosotros todos los días"
Mar.16,15-20: "el Señor actuaba con ellos y..."
Luc.24,46-53: "vosotros sois testigos de esto..."

Subió a los cielos (CDC. nn.77-80; FDCI. p.105)


Una experiencia tan antigua como la Iglesia (CT.nn.10-17

Ciclo B 508B

1. EL SEÑORIO DE CRISTO (ver 508A2)

2. EL SEÑOR ACTUABA CON ELLOS 508B2


1. Siempre con nosotros. Una vez terminada su misión en la tierra,
Jesucristo asciende solemnemente a los cielos en presencia de sus discípulos. Es un
acontecimiento grandioso, pero nos podemos imaginar la escena: los apóstoles, que
están ya realmente enamorados de Él, aprovechan con intensidad los últimos
minutos que les quedan de contemplar la santísima humanidad del Señor; en sus
rostros una expresión agridulce, porque quieren sintonizar con la alegría del Señor
que se marcha hacia el Padre, y al mismo tiempo sufren porque ya noe tienen a su
lado, físicamente, a su Señor, aunque les consuela su presencia en la santísima
Eucaristía y las caricias maternales de Santa María. Jesús les da las últimas
recomendaciones y encargos volcando en ellos un cariño excepcional. Él también
siente la despedida, aunque sea relativamente, ya que de ningún modo supone
ausencia. En aquel pequeño grupo con los corazones fundidos en el mismo amor,
está la Iglesia, dispuesta a sembrar en los campos del mundo la palabra de Dios con
la ayuda del Espíritu Santo. El Señor los manda a todas partes: "Id al mundo entero y
predicad el Evangelio a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará; el que
se resista a creer será condenado" (Ev.). Es hoy, por tanto, ocasión para mirar al
cielo y recordar lo mucho que nos queda por hacer en la tierra. La Ascensión es una
llamada a la responsabilidad apostólica, porque es una muestra de confianza la que
nos da Cristo al dejar el mundo en nuestras manos.
"Con la maravillosa normalidad de lo divino, el alma contemplativa se
desborda en afán apostólico: me ardía el corazón dentro del pecho, se encendía
el fuego en mi meditación (Sal.38,4). ¿Qué fuego es éste sino el mismo del que
habla Cristo: fuego he venido a traer a la tierra, y qué quiero sino que arda?
(Lc.12,49). Fuego de apostolado que se robustece en la oración: no hay medio mejor
que éste para desarrollar, a lo largo y ancho del mundo, esa batalla pacífica en la
que cada cristiano está llamado a participar: cumplir lo que resta que padecer a
Cristo" (J. Escrivá de Balaguer, Es Cristo que pasa, n. 120). Y tenemos la gran paz
al saber que en esta tarea tan difícil no nos encontraremos nunca solos. El Señor
siempre está con nosotros: "Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas
partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la palabra con los signos que los
acompañaban" (Ev.).
2. La riqueza de la Gloria. Que nuestro quehacer de cada día no nos
distraiga de la meta de nuestra vida: la salvación eterna. Estamos llamados a
heredar bienes grandiosos, porque el Señor es buen pagador de sus servicios. El
espíritu contemplativo nos ayudará a ir descubriendo ese reflejo del Cielo que hay en
cada persona y en cada cosa. De ese modo nos vamos acercando cada día a esa
riqueza de Gloria, tratando de ir ascendiendo poco a poco con nuestra lucha
permanente. "Hermanos, que el Dios del Señor nuestro Jesucristo, el Padre de la
gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de
vuestro corazón para que comprendáis cual es la esperanza a la que os llama, cuál
la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cual la extraordinaria grandeza
de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza
poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a
su derecha en el Cielo..." (2ª lect.).

3. ENTRADA TRIUNFAL EN EL CIELO 508B3


1. Triunfo de Cristo. "El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al
cielo y se sentó a la derecha de Dios".
Con nuestra imaginación y con nuestro desea nos dirigimos al coro de los
ángeles que reciben al Hijo de Dios en su entrada triunfal en el cielo; y al gozarnos
en la victoria del Señor, descubrimos que su separación de nosotros, en vez de
vaciarnos, nos llena de una nueva vida.
La humanidad santísima de Cristo, la primogénita de todas las criaturas, sube
al cielo, y desde entonces el cielo forma parte del vivir cotidiano del cristiano. Si
nuestra cabeza está allí, han de estar tambien allí nuestra memoria, nuestro corazón;
y, a la vez, si el cuerpo de Cristo, que somos nosotros, está aquí en la tierra, la
cabeza ha de estar también en la tierra para vivificar el cuerpo.
2. Cercanía del cielo. El cielo ya no es una realidad alejada, una realidad
fuera del horizonte de nuestra vida diaria; es, debe ser, parte de nuestro continuo
vivir y pensar: hombres bien arraigados en la tierra que saben dirigirse con todo el
corazón al "Padre nuestro que está en los cielos".
La ascensión de Cristo da una nueva riqueza a nuestra fe. Al separarnos del
Jesús mortal nos descubre al Cristo inmortal; al separarnos del Cristo hombre nos
acerca al Cristo Dios; al ocultarnos al Cristo de carne nos desvela la realidad de
Cristo espíritu.
La Ascensión da nuevo sentido a nuestras relaciones con Jesucristo, con
Dios. Rezamos a Cristo que fracasa en la cruz, al verlo triunfante en la Ascensión;
amamos su humildad en la Eucaristía, al verlo ya enaltecido a la "diestra de Dios
Padre"; comprendemos su caridad infinita, su "lavar los pies a los discípulos", al
alegrarnos en el amor de Dios Padre en la Ascensión de Dios Hijo.
3. Fiesta de la esperanza. En la Ascensión descubrimos con San Pablo "la
eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo resucitándolo de entre los
muertos y sentándolo a su derecha en el cielo" (2ª lect.). Las Ascensión renueva
nuestra esperanza, fortifica nuestra seguridad; pone claramente de manifiesto que la
meta de nuestra vida -la unión con Dios- es alcanzable.
En la vida del cristiano, como en los días de cualquier mortal, son inevitables
momentos de desánimo, de abatimiento, de inseguridad, de incapacidad de
reaccionar ante las adversidades, de sentirse derrotados en la búsqueda de los más
nobles ideales.
Contemplando la Ascensión del Señor podemos convertir esos momentos en
nuevos comienzos de nuestra lucha, sin darnos nunca por vencidos en el empeño
por amar más a Cristo, amando más a nuestro prójimo.
La compañía de la Santísima Virgen y la amistad con los ángeles y
arcángeles, que han anunciado a los hombres el nacimiento de Jesús y lo reciben
hoy en el cielo, nos ayudarán a fijar nuestro corazón allí "donde están nuestros
verdaderos bienes": en el amor a nuestro Señor Jesucristo.
***************
509 PENTECOSTES

Misa de la vigilia 509V

Gen.11, 1-9: "Babel"


Ex.19,3-8a. 16-20: "La Ley"
Ez.37, 1-14: "Huesos secos"
Joel 2,28-32: "Efusión del Espíritu"
Romanos 8,22-27: "poseemos las primicias del Espíritu"
Juan 7,37-39: "el que cree en mí, que beba"

La Jerarquía de verdades en la Catequesis (DCG.n.43)


El Espíritu Santo y su Misión (FDCI. p.80 -n.7- y p.82 -n.16-)

EL ESPIRITU SANTO EN EL CRISTIANO 509V1


1. Quien es. Es una de las tres personas divinas y, por tanto, Dios, a quien se
atribuye la especial misión de santificar y guiar a la Iglesia y a los hombres. Enviado
por Cristo, él nos da la vida espiritual: "Cuando abra vuestros sepulcros... os
infundiré un espíritu y viviréis" (Ez.37,13-14).
Es voluntad de Dios que nos santifiquemos (1 Tes.4,3), pero la santidad no es
un fruto debido a la naturaleza humana: no podemos alcanzarla por medios y
esfuerzos personales que, solos, nos conduciría a la confusión y a la dispersión,
como a los constructores de Babel (1ª lect.). Pero no debemos inquietarnos, pues "el
Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad " (2ª lect.), comprende y abraza en la
caridad todas las lenguas y supera así la dispersión de Babel" (Ad gentes, n.4).
2. Cómo actúa. Es el "dulce huésped del alma", en la que, siendo Espíritu,
actúa habitualmente sin darse a conocer, sin que veamos un viento impetuosos ni
veamos lenguas de fuego o una paloma. Pocas veces se hará sentir por
iluminaciones repentinas, por brotes de consuelo o amor sensible. Sus inspiraciones
nos parecen brillantes ideas propias; sus ayudas, éxitos de nuestra lucha personal;
sus dones, reacciones buenas de nuestro carácter. Sin embargo, el Espíritu Santo
acompaña infaliblemente al alma en gracia; con ésta nos da las virtudes
sobrenaturales o infusas (infundidas) que nos permiten hacer las buenas obras; y sus
dones, que nos impulsan a un obrar divino, siguiendo fácilmente sus inspiraciones
(Is.11,2-3), y que corresponden:
a) a la razón: los dones de entendimiento, para penetrar la verdad; de
sabiduría, que ayuda a la fe, para juzgar rectamente las verdades divinas; de ciencia
(importante para el estudio), para comprender las cosas creadas; de consejo
(debemos pedirlo en el examen de conciencia), para juzgar la conducta práctica.
b) a la voluntad y demás apetitos: el don de piedad, para relacionarnos con
Dios y nuestros padres; el de fortaleza, para superar las dificultades; el de temor,
para dominar las malas inclinaciones.
3. Trato con el Espíritu Santo. Es claro que lo necesitamos. Por eso
"frecuenta el trato de Espíritu Santo -el Gran Desconocido-, que es quien te ha de
santificar. No olvides que eres templo de Dios. El Paráclito está en el centro de tu
alma: óyele y atiende dócilmente sus inspiraciones" (Camino, n.57). En la oración,
pidámosle que "purifique nuestros corazones y los vuelva fecundos", (poscomunión):
"lava lo que está sucio, riega lo árido, sana lo enfermo..." (Veni Creator). Que nos dé
amor: "llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor". Mas
nuestra operación será serena si aceptamos que "no sabemos pedir lo que nos
conviene, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (2ª
lect.). Oigamos su voz: "El que tenga sed que venga a mí" (Ev.).

Misa del día 509V

Ciclo B: 509B

1. EL ALMA DE LA IGLESIA 509B1


1. "Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos la
llama de tu amor". En esta solemnidad de Pentecostés debemos recordar que la
santificación personal es obra de Dios, atribuida especialmente al Espíritu Santo, San
Pablo enseña como es imposible la menor obra, palabra o pensamiento, con valor
sobrenatural, sin la acción de la gracia del Espíritu Santo: "Nadie puede decir Jesús
es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo". "Entra hasta el fondo del alma,
divina luz, y enriquécenos". Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro".
2. El Espíritu Santo es para la Iglesia como el alma para el cuerpo. El día de
hoy conmemoramos el inicio de la vida pública de la Iglesia, que no se interrumpirá
jamás, porque está de continuo animada por el Espíritu Santo. De ordinario no se
presentan ahora las manifestaciones extraordinarias y visibles que acontecieron en
aquel día singular; no obstante lo cual, la Pentecostés es la situación habitual de la
Iglesia, en su itinerario salvador entre los hombres a lo largo de la historia, hasta que
tenga lugar el retorno del Señor en su humanidad gloriosa. "Hay diversidad de
dones, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de servicios (oficios eclesiásticos),
pero un mismo Señor, y hay diversidad de funciones, pero un mismo Dios que obra
todo en todos". Hablando en sentido propio, toda la Trinidad gobierna a la Iglesia
(como queda reflejado en las anteriores palabras de San Pablo), pero el Espíritu
Santo se atribuye la vida de la Esposa de Cristo.
3. El espectáculo que ofrece Jerusalén el día de Pentecostés, es el reverso
perfecto de la maldición de Babel. Los hombres divididos por la raza, la lengua, los
sentimientos de grupo aislacionista y desintegradores, son unidos por la fuerza del
amor sustancial del Padre y del Hijo. Todos entienden el mismo lenguaje divino de la
fe. "¿No son galileos todos esos que están hablando? Entonces ¿Cómo es que cada
uno les oímos hablar en nuestra lengua nativa?. Entre nosotros hay partos, medos,
elamitas, otros vivimos en Mesopotamia, Judea, Capadocia, en el Ponto y en Asia,
en Frigia o en Panfilia, en Egipto o en la zona de Libia que limita con Cirene, algunos
somos forasteros de Roma, otros judíos o prosélitos; hay también cretenses y
árabes". A la luz de este misterio comprendemos el atentado tan contrario a los
designios divinos que supone toda superposición de sentimientos nacionalistas,
partidistas, clasistas, sobre todo en la Iglesia. Estas pasiones que suelen ser
expresión de soberbia colectiva de grupos, son un obstáculo formidable a la acción
unificadora del Espíritu Santo en la Iglesia. "Todos nosotros, judíos y griegos,
esclavos y libres, hemos sido bautizados en un mismo Espíritu, para formar un solo
cuerpo. Y hemos bebido de un solo Espíritu"

2. VEN, ESPIRITU DIVINO 509B2


1. Necesitamos al Espíritu Santo. Jesucristo les había prometido a los
apóstoles que les enviaría el Espíritu Santo.
Ellos todavía no se habían dado cuenta de la necesidad que tenían de Él, siempre
habían tenido a su lado a Jesucristo, para resolverles todos los problemas y dar la
cara por ellos. Pedro ahora se encuentra, después de la Ascensión de Cristo a los
cielos, con que la Iglesia está en sus manos y tienen que extender el reino de Dios
por el mundo. Y empiezan a mirar a lo alto para suplicar la ayuda de Dios, la fuerza
del Espíritu para emprender con valor la tarea apostólica. Y se reunieron junto a
María para preparar sus almas en un ambiente de oración intensa. "Todos los
discípulos estaban juntos el día de Pentecostés. De repente un ruido del cielo, como
un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas
lenguas, como llamaradas, que se repartían posándose encima de cada uno. Se
llenaron todos del Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada
uno en la lengua que el Espíritu le sugería" (1ª lect.Misa del día). Y se puso en
marcha la Iglesia porque había descendido visiblemente el Espíritu Santo, y había
llenado los corazones de los apóstoles con ese mismo fuego que Cristo vino a traer a
la tierra para que ardiese de celo por Dios y por las almas.
Hoy y siempre necesitamos la luz del Espíritu de Verdad que nos da a conocer
todo lo que Jesucristo nos enseñó; y la fuerza del Espíritu Santo para afrontar
nuestra responsabilidad de cristianos coherentes y rejuvenecer los deseos de
santidad y apostolado; para empujar las fronteras del pueblo de Dios y hacer posible
que otros muchos puedan formar parte de la familia de Dios. "Iluminada y sostenida
por el Espíritu Santo, la Iglesia tiene una conciencia cada vez más profunda, sea
respecto de su misterio divino, sea respecto a su misión humana, sea finalmente
respecto a sus misma debilidades humanas: es precisamente esa conciencia la que
debe seguir siendo fuente principal del amor de esta Iglesia, al igual que el amor por
su parte contribuye a consolidar y profundizar esa conciencia" (Juan Pablo II, Enc.
Redemptor hominis, 3).
2. Ven, Espíritu Santo. Hoy es día de oración ferviente para que en esta
nueva Pentecostés seamos todos llenos del Espíritu Santo, y la Iglesia camine con
santo orgullo por el mundo ofreciendo lo que nadie puede dar: al Dios verdadero, el
único capaz de hacer al hombre feliz y al mundo más humano. "Envía tu Espíritu,
Señor, y repuebla la faz de la tierra" (Sal.resp.). Él es la luz del mundo, el padre
amoroso del pobre, la fuente de todo consuelo, el dulce huésped del alma, el
descanso de nuestro esfuerzo, la brisa que nos alivia, el gozo que disipa las
tristezas. A Él pedimos que riegue nuestra sequedad espiritual, que cure nuestro
corazón enfermo, que nos perdone los pecados, que nos quite la frialdad del espíritu,
que enderece nuestros caminos torcidos. Le rogamos que nos dé sus siete dones,
que nos salve y nos conceda el gozo eterno (Cf.Secuencia).
"Espero que, gracias a esta oración, podamos recibir el Espíritu Santo que
desciende sobre nosotros y convertirnos de este modo en testigos de Cristo hasta
los últimos confines de la tierra, como aquellos que salieron del cenáculo de
Jerusalén el día de Pentecostés" (Juan Pablo II, o.c., n.22).

3. LA VENIDA DEL ESPIRITU SANTO 509B3


1. Es Espíritu Santo y la cruz. "Todos los discípulos estaban juntos el día de
Pentecostés". Las palabras de Cristo mantienen unidos a los apóstoles, y los
apóstoles, en unión con los demás discípulos, dirigen sus oraciones al cielo en
espera del cumplimiento de la promesa del Paráclito, ya en cierto modo adelantada
el día después de la resurrección como nos narra hoy el Evangelio.
Jesús manifiesta a los apóstoles que les ha obtenido ese don desde el madero
de la cruz. "Les da este Espíritu como a través de las heridas de su crucifixión: les
mostró las manos y el costado. En virtud de esta crucifixión les dice: Recibid el
Espíritu Santo" (Juan Pablo II, Dominum et vivficantem, n.24).
Hoy también nosotros recibimos al Espíritu Santo que asiste de continuo a
la Iglesia, a las almas en gracia, si sabemos besar las heridas de las manos de
Cristo. ¿Cómo? Amando el sacrificio pequeño o grande de cada jornada, en la
enfermedad, en el dolor, en el esfuerzo, en el cumplimiento del deber, en la caridad...
2. La luz del Espíritu. El Espíritu Santo llega el día de Pentecostés "como
lenguas de fuego", después de "un viento recio". La tiniebla del Gólgota, la ceguera
de los discípulos, es reparada con la luz del fuego; la desolación y soledad del
Calvario es transformada en la plenitud de comunión del Cenáculo.
Loa Apóstoles vieron físicamente, con los sentidos con que conocieron a
Jesucristo, los signos de la llegada del Espíritu. El Espíritu Santo alcanza ahora
nuestra alma de otra manera: en el silencio de la oración -todo cristiano debe orar-,
en la intimidad de la confesión, en el silencio de un acto de fe, en el sacrificio y en el
gozo de una obra de caridad, en el rezo de una Avemaría o de un Padrenuestro, en
el cumplimiento sereno, constante, esforzado de un deber ofrecido para la gloria de
Dios...
Así recibiremos el Espíritu Santo casi sin darnos cuenta, como no nos damos
cuenta de que respiramos.
3. La acción del Espíritu. "Cada uno les oímos hablar de Dios en nuestra
propia lengua" (1ª lect.). Con la predicación de los apóstoles comienza la Iglesia, bajo
la acción del Espíritu Santo. Éste es un acontecimiento único y, sin embargo, el
camino de la Iglesia en el tiempo es una continua Pentecostés, que casi siempre
pasa inadvertida. ¿Cuál es esta Pentecostés?.
Es la manifestación de la acción del Espíritu Santo que se concreta en sus
frutos, en la asistencia al Magisterio de la Iglesia, en la vida de cada cristiano. Un
iracundo que comienza a ser pacífico, un vehemente que aprende a dar y recibir, un
triste que pierde el miedo a abandonarse en la alegría, un lujurioso que comienza a
descubrir la grandeza de vivir la castidad, un bautizado ateo que readquiere la fe y la
pone de manifiesto sin vergüenzas ni prejuicios, un violento que no tiene temor de
ser manso...
Éstos son los frutos de la acción del Espíritu que, como agua apacible en los
campos, riega las raices del alma y pone de manifiesto que siempre es tiempo de
Pentecostés en la Iglesia de Dios.

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600 SOLEMNIDADES DEL SEÑOR, LA VIRGEN Y LOS SANTOS.

601 1 DE ENERO. SOLEMNIDAD DE SANTA MARIA MADRE DE DIOS

Num.6,22-27 Gal.4,4-7 Lc.2,16,21

Ciclo B: 601B

4. NUESTRA FE EN MARIA 601B1


1. Encontraron al Niño con María. Esta era la señal convenida desde
siempre: de la Virgen nacerá el Mesías, lo encontrarán junto a la Madre. Y así
sucedió a los pastores, los primeros en llegar a Belén: "Los pastores fueron corriendo
y encontraron a María y a José y al niño acostado en el pesebre" (Ev.). Hoy
hablamos de un sin fin de medios para encontrar a Jesús: el dolor, el trabajo, la
pobreza, el prójimo, la comunidad, la asamblea... Efectivamente, podemos encontrar
a Cristo en estas circunstancias, y por muchos caminos más podemos llegar a Él: por
la Sagrada Escritura, por la Liturgia, por la oración personal, por la mortificación, por
la Teología etc. Pero no olvidemos ese camino tan seguro, tan tierno y tan sencillo
que es María. Al niño lo encontraron junto a la Madre, como nosotros podemos
hacer. Es la Virgen la que nos lleva de la mano para recorrer todos aquellos caminos
que tienen como meta el encuentro con su Hijo. Cuando hay devoción a la Virgen es
muy fácil ser cristiano, porque las madres ponen esa nota tierna y atractiva que hace
más llevadero el peso del sacrificio.
Es la Virgen María la que nos da la valentía para confesar públicamente
nuestra fe en Cristo. Así decía Juan Pablo I: "La Virgen, que ha guiado con delicada
ternura nuestra vida de niño, de seminarista, de sacerdote y de obispo, continúa
iluminando y dirigiendo nuestros pasos, para que, convertidos en voz de Pedro, con
los ojos y la mente fijos en su hijo Jesús, proclamemos al mundo con alegre firmeza,
nuestra profesión de fe: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo (Mt.16,16)".
(Homilía de la inauguración oficial de su pontificado). Y el actual Papa Juan Pablo II
ha dada pruebas palpables de que vive su lema referido a la Virgen: "Completamente
tuyo", ofreciéndose a ella desde el primer momento, solicitando su maternal ayuda y
visitando en sencilla romería algún santuario mariano a los pocos día de su elección
como Sumo Pontífice.
2. Nuestra fe en María. En este marco de la Navidad volveremos a expresar
esa fe en María que tantas veces, durante el año litúrgico, hemos tenido ocasión de
vivir. Confiamos a en María sencillamente porque haciéndolo estamos imitando a
Dios. Él confió en ella para poner en marcha la Redención de los hombres. Y confió
en ella porque sabía que no le iba a fallar, porque era humilde, porque amaba,
porque era purísima, porque era fiel. Y María acepto la gran responsabilidad de
cuidar del Hijo de Dios durante treinta años; y por ella, Cristo hace el primer milagro;
y a ella la llama bienaventurada porque ha escuchado la palabra de Dios y la ha
puesto en práctica; y desde la cruz la entrega a Juan, y en Juan a todos nosotros; y
es ella la que reconforta, anima y prepara a los apóstoles para que reciban al Espíritu
Santo y pongan en marcha la Iglesia. Ella es nuestra Madres: "Di Madre mía -tuya,
porque eres suyo por muchos títulos-, que tu amor me ate a la Cruz de tu Hijo: que
no me falte la Fe, ni la valentía, ni la audacia, para cumplir la voluntad de nuestro
Jesús" (Camino n. 497). Ella es la Madre de Dios, la Madre de la Iglesia, la causa de
nuestra alegría.

7. DE LA MANO DE MARIA 601B2


1. Madre de Dios. Comprendemos la ilusión con que una madre espera su
maternidad, y la alegría de tener a la criatura en los brazos, junto al pecho. Una
madre se recrea y saborea estos recuerdos. María no fue una excepción: "María
conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (Ev.). Sólo que ella
sabía que el Niño había sido concebido por obra del Espíritu Santo, y que ella era la
Madre de Dios. No ignoraba, en su meditar sobre los acontecimientos, lo que la
Iglesia declararía solemnemente en el Concilio de Éfeso (431). Comprendemos su
gozo cuando canta a impulsos del Espíritu Santo: "ha hecho en mí cosas grandes el
Todopoderoso" (Lc.1,49).
2. Madre nuestra. Una de las cosas grandes que Dios ha hecho en favor
nuestro es darnos a su Madre. Nos la da porque necesitamos de ella; porque nos
son precisos los cuidados que desde el Cielo nos prodiga. El pueblo cristiano sabe
de la importancia de acudir a María, "Omnipotencia suplicante" como se la llama
desde hace siglos (¿qué se le puede negar en el Cielo?). Hemos llenado nuestra
tierra de ermitas y santuarios marianos, llevamos su imagen en el pecho, no falta su
imagen en ningún hogar cristiano.
3. Un nuevo año de la mano de María. Empieza un nuevo año. Con esta
festividad quiere la Iglesia que todo nuestro caminar a lo largo de él sea de la mano
de Santa María, Madre de Dios y Madre nuestra. Que acudamos a ella en nuestras
necesidades. Que pongamos bajo su patrocinio nuestros trabajos y nuestros amores.
Que sea ella modelo acabado de nuestra vocación cristiana, que sea camino de
sacrificio realizado con alegría. Que, en definitiva, no olvidemos que el "trono de
María, como el de su Hijo, es la cruz" (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios,
286).

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602 BAUTISMO DEL SEÑOR

Isaías 41,1-4,6-7: "Mirad mi...elegido, a quien prefiero"


Hechos 10,34-38: "ungido por Dios..."
Mateo 3,13-17: "el Espíritu... se posaba sobre Él"
Marcos 1, 6b-11 "a que Juan le bautizara"
Luc.3,15-16.21-22 "Jesús también se bautizó..."

Nombre-Señal-Doctrina del Cristianismo (CDC. lec.1-2-3)


Bautismo (RF. S. 2 A)

Ciclo B: 602B

1. BAUTISMO DEL SEÑOR 602B1


1. En el Bautismo del Señor, todas las voces y todos los signos concentran su
atención sobre su Persona. Aquí en la tierra Juan el Bautista, el más grande de los
Profetas, la voz más autorizada para hablar a los hombres de parte de Dios, declara
en público de un modo neto, sin ambages ni ambigüedades: "Detrás de mí viene el
que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo
os he bautizado con agua, pero Él os bautizará con Espíritu Santo".
Con estas palabras el Precursor impide que los hombres le confundan con el Mesías
y dirige los corazones hacia Jesús, verdadero Salvador.
2. El descenso del Espíritu Santo, bajo apariencia de paloma, sobre Jesús,
apenas salido del agua, es una señal que viene desde el Cielo. Las palabras
humanas de Juan son rubricadas con la intervención sobrenatural de Dios. Al mismo
tiempo, la voz del Padre (también desde Cielo, dirige a Jesús, ante todos, este
requiebro amoroso), exclama: "Tú eres mi Hijo amado, mi preferido". El Cielo y la
Tierra señalan a Jesús como al Salvador, como al verdadero Hijo de Dios que
descendió a nuestro mundo.
3. Hemos de tener la certeza de que no hay otro Camino hacia la Trinidad
Santísima que no pase por la Humanidad de Cristo. Dios quiere que todos los
hombres se salven a través
de Jesús. Él mismo ha tomado la iniciativa. Por tanto no tiene sentido que el hombre
se proponga como tarea buscar accesos que le lleven a Dios si prescinde de lo que
Dios mismo ha dispuesto. Un hombre que, conociendo la voluntad positiva de Dios
(de que la salvación nos llege mediante la incorporación a Cristo a través del
bautismo sacramental en su Iglesia única), no atienda a este Camino, rechaza su
propia salvación. Y para aquellos hombres que carecen de esta certeza habrá un
juicio divino (que escapa a nuestra indagación) acerca del grado de culpa que han
tenido en no encontrar el camino divino de la salvación. Por lo que nos toca a
nosotros, cristianos con el don inapreciable de la fe, nos apremia con urgencia la
tarea de dar a conocer a Cristo, de transmitir la doctrina cristiana, de animar a la
conversión a cuantos están fuera de la Iglesia, con nuestra oración, con el esfuerzo
por ser consecuentes con la fe que profesamos, con la palabra. Y en esta tarea
también nos podemos jugar la dicha eterna si somos remisos.
2. LA FUERZA DE LA RAZON 602B2
1. No gritará. "No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña
cascada no la quebrará, el pabilo vacilante no lo apagará" (Is. 42, 2-3).
Los líderes de la tierra gritan, vociferan con sus megáfonos a toda potencia.
Tratan de convencer, no por la fuerza de la razón, sino por la razón de la fuerza, la
torpe lógica de las voces y de la violencia. Aplastan al débil y halagan al poderoso.
No pasan una.
Pero Cristo, el Ungido, el Siervo de Yahvéh, no. Él es manso y humilde de
corazón. Él calla hasta el límite máximo del justo silencio. Y cuando habla lo hace de
forma equilibrada y serena, medidas las palabras, templado el
talante. Él perdona una y mil veces. Él espera el paso del tiempo para que la mecha
casi apagada se encienda de nuevo. Él comprende y olvida. Está dispuesto siempre
a volver a empezar la historia de una honda amistad con el hombre...
2. Para Dios no hay distinciones. "Está claro que Dios no hace
distinciones..." (Heh. 10, 34).
Los judíos se creían, y muchos se lo siguen creyendo, que ellos eran los
preferidos de Dios, que su raza es la única que entrará en el Reino de los Cielos por
derecho propio. Por eso su afán de no mezclarse con los demás, aunque convivan
con ellos. De ahí esos "ghetos", o barrios judíos, en los que se aglomeraban para no
contaminarse. Su actitud explica, al menos en parte, el odio y las persecuciones de
que han sido objeto en todas las épocas de la Historia.
En la lectura de hoy, tomada del Libro de los Hechos, se nos relata cómo San
Pedro, movido, empujado casi por el Espíritu Santo, entra en casa de un pagano,
ante la sorpresa y el escándalo de los demás judíos. Era el primer paso para abrir las
puertas del Reino a los demás pueblos.
3. Bautismo del Espíritu y el Fuego. "Tú eres mi Hijo amado, mi preferido"
(Mc. l, 11).
Las aguas del Jordán exultaron dichosas al sumergirse en ellas Jesús, el
santo por excelencia, el único que realmente lo es, el Señor, pasó por uno de tantos,
por un pecador más, y se sometió al bautismo de Juan. El Precursor percibió la
incongruencia aparente de aquel gesto y se resistió a bautizar al que traía un
Bautismo infinitamente más eficaz que el suyo, el Bautismo del Espíritu y el Fuego.
El Hijo de Dios vino para señalar el camino de los hombres, y quiso marcarlo
claramente. Así, pues, su doctrina está precedida del propio ejemplo. Jesús nos
enseñó tanto con su vida como con sus mismas palabras. Por esto comienza su vida
pública sometiéndose al bautismo de penitencia de Juan. Así pudo luego exhortarnos
a la conversión, a reconocer nuestros pecados y a limpiarnos de ellos, con el
Bautismo cuando nacemos y por la Confesión sacramental, si tenemos la desgracia
de volver a pecar.

3. COMPROMISOS 602B3
1. Comienza una nueva época. Quiere la Iglesia que consideremos, tras la
revelación (epifanía) de Cristo a pastores y Magos, la revelación con que la
Santísima Trinidad sella el comienzo de la vida pública del Señor (Ev.). Él, sin
pecado, no necesitaba el bautismo, pero da reconocimiento, así, a toda la
preparación mesiánica que culmina con Juan, y nos muestra que ahora se abre una
nueva y definitiva época: la de nuestra incorporación a Él por el bautismo "en el
nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo". Ahora el agua puede de verdad
limpiar al hombre del pecado original.
2. El día de nuestro bautismo. El más importante de nuestra vida. Injertados
en Cristo, recibimos la gracia santificante, virtudes y dones sobrenaturales. Hijos de
Dios, miembros de la Iglesia, herederos del cielo. Templos de la Trinidad. Se
comprende el deseo de la Iglesia de que los niños reciban, cuanto antes, estos
regalos divinos (S.C. para la Doctrina de la Fe, Instrucción, 20-10-80). No se atenta
a su libertad, como no se les causó agravio por darles la vida natural, ni por
alimentarlos, limpiarlos y curarlos cuando no podían solicitar estos bienes.
3. Compromisos. Al nacido de padres cristianos (por tanto, de algún modo,
en el seno de la Iglesia), se le bautiza en la fe de la Iglesia que le acoge. Da el sí ella
con la esperanza de que el niño, pasados los años, lo dará por él mismo. Y nosotros,
que estamos en condiciones de responder con fe personal; que podemos asumir
todas las responsabilidades que dimanan de nuestra categoría de cristianos: ¿Cómo
cumpliremos con las promesas bautismales? ¿Nos esforzaremos en llevar una vida
santa, grata a Dios?.

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603 SOLEMNIDAD DE SAN JOSE

2 Sam. 7, 4-5a.12-14a.16
Rom. 4,13. l6-18. 22
Mt. 1,16-18. 21. 24a

Ciclo B: 603B

1. EJEMPLO DE VIDA CORRIENTE 603B1


1. Vocación de José. En la madurez de su juventud descubrió San José los
planes que Dios le tenía reservados. Dios le hace conocer el verdadero sentido de
sus sueños y la finalidad de su vida: ser esposo inmaculado de la Inmaculada María,
hacer de padre de Jesús.
Debía realizare esta misión -después de la Santísima Virgen, la de mayor
confianza de Dios con una criatura- sin cambiar nada de su existencia: debería
ganarse el pan trabajando como lo había hecho hasta entonces; seguiría viviendo en
el mismo lugar y rodeado de las mismas personas con quienes había convivido hasta
el momento.
San José ha llegado a sernos tan amable, porque todos nos podemos
reconocer en él: es un buen ejemplo de lo que tiene que ser la vida de un laico, de un
cristiano corriente.
2. Normalidad de su vida. No conocemos grandes milagros acaecidos en la
vida de San José. Hubo de resolver todos los problemas con sus fuerzas naturales
recibidas de Dios, siguiendo los cauces normales del actuar humano.
No fue "trasladado" a Egipto: fue en burro, por los mismos caminos transitados
por multitud de peregrinos, comerciantes, prófugos, salteadores. Nadie le facilitó el
regreso a Palestina. Nadie quitó los obstáculos en su camino ni lo liberó de
enemigos. Todo estuvo dentro de la mayor normalidad de una vida de trabajo. La
misión tan elevada y sublime que recibió, no le exime de las tareas más corrientes
entre los hombres: trabajar; en su caso, como un artesano de los de su tiempo.
José trabajó para dar de comer a Jesús y a la Santísima Virgen, en su
presencia y para gloria de Dios. Hizo del trabajo y en el trabajo, oración, diálogo con
Dios. La obra de sus manos era una colaboración con Dios en la obra de la creación.
Un buen ejemplo para nosotros. En su normalidad se santificó José. En la misma
diaria normalidad han de ser santos muchos cristianos.
3. La piedad de José. José supo tratar a Jesús y María, supo vivir siempre
en su compañía; pensar en ellos, reír y llorar con ellos. Esta es la vida del cristiano.
La devoción a San José nos ayudará a descubrir la piedad, a aumentar la confianza
en nuestro trato con la humanidad de Jesús y con María, y a través de la Sagrada
Familia, con Dios Padre, con Dios Hijo, con Dios Espíritu Santo.
Contemplando los dolores y los goces de San José, aprendemos a encontrar
la mano de Dios -la misma mano que le guió en la huída, y en el regreso, a Egipto-
en nuestra propia vida, con sus alegrías y sus penas.
José murió confortado por Jesús y María. La tradición lo ha nombrado "Patrón
de la buena muerte"; de esa muerte serena, abandonada, confiada, que ha de ser el
término de una corriente vida cristiana, porque la fe, que nos ha llevado a encontrar
en la tierra al Hijo de Dios, nos guiará para encontrar en el Cielo a Dios Padre.

2. EL TEMPLO NUEVO 603B2


1. "Él edificará un templo en mi honor... " (2 Sam. 7,13). La profecía que
escuchó David sobre el templo se cumplió plenamente. Primero en figura, espléndida
pero efímera, y luego en la realidad, aunque de forma inaudita y definitiva. En efecto,
el primer rey de la dinastía davídica, Salomón, construyó el templo de Jerusalén, una
de las maravillas del mundo antiguo. Pero aquel templo sería destruido por los
asirios. Después Esdras y Nehemías lo reconstruyen modestamente. Finalmente el
templo es restaurado de manera ambiciosa por Herodes.
Todavía hoy pueden apreciarse las grandes piedras herodianas que
provocaron la admiración de los apóstoles y dieron ocasión a Jesús para recordar la
destrucción del templo. Pero la profecía hecha a David se cumpliría... Un nuevo
templo se alza, no sobre la gran explanada de Herodes, sino sobre la nueva
Jerusalén. Pero ahora el templo es el Cordero, Cristo mismo glorificado.
2. Nuestro Padre y Señor. "Te hago padre de muchos pueblos" (Rm. 4,17).
De nuevo otra profecía mesiánica se deja escuchar en la liturgia de la Palabra,
en la Misa de San José. En esta ocasión fue Abrahán quien recibió esta promesa de
una generación numerosa, la mejor bendición que se podía recibir en aquellos
tiempos. El patriarca creyó en la palabra de Dios, a pesar de que Sara era estéril y
luego sólo tuvo un hijo... También José es llamado patriarca, pues también él creyó
en las palabras misteriosas del arcángel Gabriel.
Santa Teresa gustaba llamar a San José "padre y señor". Siglos más tarde el
Beato Josemaría Escrivá sentirá en su vida la protección del Santo patriarca,
admirará su figura -"bien plantado" le llama en alguna ocasión- y subrayará la
grandeza de su papel en la vida de Jesús, su misión de ser el padre legal que trabaja
y calla, que vela por los suyos, que pasa desapercibido.
3. Esposo de María. "La madre de Jesús estaba desposada con José..." (Mt
l, I8).
En ocasiones se representa a San José anciano, y a la Virgen María muy
joven. Parece que hipótesis tan singular proviene de que así es más creíble el
compromiso mutuo de guardar la castidad, la virginidad, que desde el inicio existía
entre ellos. Lo normal eran los matrimonios entre muchachos y chicas de la misma
edad, aunque pudiera darse el caso de que un viejo se casara con una joven.
Sin embargo, eso pasaba por razones distintas, derivadas sobre todo del
poder del rey. Pero en el caso de San José se trataba de un modesto trabajador y de
una muchacha sencilla. Era un caso como el de tantas jóvenes parejas, en las que la
razón predominante es la del amor. Es cierto que eran dos personas singulares, en
las que el mutuo cariño se entrelazaba con los planes divinos. Por ello fue posible
realizar un hogar donde el Niño Jesús encontró la paz y la alegría.
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604 SANTISIMA TRINIDAD

Ciclo B: 603B

Deut.4,32-34-39-40: "El Señor es el único Dios"


Rom. 8, 14-17: "Espíritu...hijos...Dios"
Mateo, 28, 16-20: "En el nombre del P.del H. y del E.S."

El Misterio de un solo Dios: Padre, Hijo y E.Santo (DCG.n.47)

1. ADORACION 604B1
1. Cristo, a punto de ascender a los cielos, se dirige amorosamente a los
apóstoles para hacerles partícipes del "pleno poder en el cielo y en la tierra" que Él
había recibido del Padre, y para prometerles su presencia entre ellos hasta el fin del
mundo: no les abandonará. Y resume en estas palabras lo que han de hacer para
salvar a todos los hombres: "Id y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos
en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo..."(Ev.).
Nosotros hemos recibido la predicación y la fe de los apóstoles y sus
sucesores: somos discípulos de Cristo y estamos bautizados en el nombre, en el
poder de la Santísima Trinidad: un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que desde
entonces comenzó a morar en nuestra alma en gracia.
2. Así pues, Dios Trino habita en nosotros mientras no le hayamos rechazado
por el pecado, o con tal que recobremos su gracia y amistad por medio de la
confesión sacramental. Llevamos en nuestro interior un gran tesoro recibido
gratuitamente. Conviene que demos gracias y alabemos de continuo con afectos,
palabras y obras a Dios, nuestro huésped, que ha querido convertirnos en un
verdadero santuario: "El templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros;
glorificad y llevad a Dios en vuestro cuerpo" (1 Cor.3,17; 6,20). Y "al proclamar
nuestra fe en la verdadera y eterna divinidad, adoramos tres Personas distintas, de
única naturaleza e iguales a su dignidad" (pref.).
¿En qué consiste la adoración? En reconocer que Dios tiene el supremo
dominio de todas las cosas y que dependemos de Él. Todas las criaturas dan gloria a
Dios según su naturaleza; y nosotros lo haremos con nuestra inteligencia y voluntad,
con nuestro cuerpo y nuestras obras, llevando todas las cosas a Dios, haciéndolo
todo por su gloria. Repitamos con piedad: "Gloria al Padre..."; "Gloria a Dios en el
cielo, y en la tierra... Te alabamos..."
A esa sumisión y alabanza se opone la soberbia humana: el espíritu de
independencia, la rebeldía ante el servicio. Por eso Moisés, tras mostrar al pueblo lo
que Dios ha hecho por él, concluye: "Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón,
que el Señor es el único Dios allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay
otro" (1ª lect.). "Dichosa es la nación cuyo Dios es el Señor" (Sal. resp.).
3. Pero esa sumisión no es servil. Al aposentarse en nuestra alma, Dios nos
da su gracia, se convierte en fuente de vida divina, nos hace partícipes de su
intimidad y santidad y, en fin, nos adopta por hijos suyos, con lo que somos
herederos de Él y coherederos con Cristo. Nuestro trato con Él ha de ser dócil,
confiado y familiar: "los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son hijos de
Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor, sino un
espíritu de hijos adoptivos que nos hace gritar: ¡Abba! (Padre)" (2ª lect.).
Si cultivamos una solida vida de piedad, podremos "transformarnos en ofrenda
perenne de tu gloria por Jesucristo" (or. sobre ofr.).
(Ver también ciclos A y C).

2. PARTICIPES DE LA VIDA INTIMA DE DIOS 604B2


1. Los hombres de todos los tiempos han buscado, de un modo u otro, a Dios.
Pero nuestra fe cristiana no es un caso más entre las religiones que han existido o
existen en el mundo. Cuando decimos que el cristianismo es la única religión
verdadera, queremos significar que no es producto de una búsqueda afanosa
realizada por el hombre en su aspiración de llegar a Dios. Por el contrario, es Dios
quien ha buscado al hombre; es Dios quien se ha acercado a nosotros. La fe y la
vida cristiana son el fruto de una revelación sobrenatural y de una donación del único
Dios a la criatura. Por ello el cristianismo no es una religión más, ni siquiera la más
perfecta, ni un sistema que explica el origen y sentido del universo, ni una filosofía
sublime: es infinitamente más. El Hijo de Dios encarnado se nos presenta con toda la
autoridad de Dios que habla al hombre: "Jesús les dijo (a los apóstoles) se me ha
dado todo poder en el cielo y en la tierra".
2. Es Jesucristo quien al mismo tiempo que revela la intimidad divina,
inaccesible a la razón humana, nos abre las puertas que nos llevan a participar de
esta vida íntima de Dios. Jesús nos ha revelado al Padre, de quien Él es Hijo
consubstancial y nos prometió la tercera divina persona: el Espíritu Santo que
procede del Padre y del Hijo. De este modo la Trinidad no sólo se revela en Cristo
sino que nos salva. Volvamos a las palabras de Jesús al final del Evangelio de San
Mateo: "Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de
todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo".
3. San Pablo nos describe una ascensión que se da en el alma del cristiano,
mediante la cual, por la acción del Espíritu Santo, se hace hijo adoptivo del Padre
celestial en Cristo Jesús. "Los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, esos son
hijos de Dios. Habéis recibido, no un espíritu de esclavitud, para recaer en el temor,
sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar:¡Abba! (Padre). Ese Espíritu
Santo y nuestro espíritu dan un testimonio concorde: que somos hijos de Dios; y si
somos hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo". De
ese modo podemos admirar el desvelamiento de Dios según su Trinidad, que llega a
nuestra alma para hacernos participar de su vida íntima interpersonal o intratrinitaria.

3. REVELACION DE LA PLENITUD DE DIOS 604B3


1. Misterio de Dios. "Reconoce hoy, y medita en tu corazón, que el Señor es
el único Dios allá arriba, en el cielo, y aquí abajo, en la tierra" (1ª lect.).
Ante la revelación de la vida íntima de Dios, del amor trinitario del Padre y del
Hijo y del Espíritu Santo, la Iglesia nos invita a "meditar en nuestro corazón", a
contemplar este misterio que la mente humana jamás llegará a contemplar aquí en la
tierra; y en el que, no obstante, "vivimos y nos movemos y somos".
Cuenta Santa Teresa de Jesús que "estando una vez rezando se me dio a
entender la manera como era un solo Dios y tres Personas, tan claro, que yo me
espanté y consolé mucho" (Vida.c.39).
No debemos caer en el error de querer "imaginarnos" la Trinidad de modo
humano, ni dejarnos engañar pensando que la Trinidad está muy lejos de nosotros.
No, Dios está "dentro" de nosotros, "la Trinidad se ha enamorado del hombre,
elevado al orden de la gracia y hecho a su imagen y semejanza; lo ha redimido del
pecado -...- y desea vivamente morar en el alma nuestra" (Es Cristo que pasa, 84).
2. Confianza ante Dios. La realidad del misterio y la conciencia del límite de
nuestra inteligencia no han de ser obstáculo para amar más a Dios Uno y Trino. La
Iglesia nos invita a acercarnos al Señor con plena confianza: "Habéis recibido no un
espíritu de esclavitud para caer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos, que
hace gritar ¡Abba, Padre!" (2ª lect.).
La unión de la confianza en el trato familiar con Dios, con la grandeza del
misterio de la Trinidad, es el fundamento
y, a la vez, el motor de la vida interior cristiana. Sin confianza familiar veríamos a
Dios tan lejos de nosotros que acabaría desapareciendo del horizonte de nuestra
morada; sin la conciencia del misterio de la Trinidad Beatísima, llegaríamos a reducir
a Dios a nuestra imagen y semejanza: un "dios" demasiado humano para ser
misericordioso, para amar a sus criaturas "hasta la muerte y muerte de cruz"; sería
un "dios" inútil que no sabría perdonar, que no moriría para perdonar a quienes le
matan.
3. Comunicar la fe". "Id y haced discípulos de todos los pueblos,
buatizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles
a guardar todo lo que os he mandado" (Ev.). No basta manifestar la fe, no basta dar
testimonio claro y preciso de nuestro amor a Dios Uno y Trino: "Id y haced
discípulos". El mandato no deja lugar a dudas. Apoyándose en la libertad propia y
animando a que cada uno utilice su libertad, el cristiano debe tener hambre de que
los hombres conozcan a Cristo, de que lo traten, de que se bauticen ellos y sus hijos,
de que todos cooperen, con su transformación personal, a que también en la tierra
se manifieste la realidad del reino de Dios, del reino de los Cielos.
Santa María; hija de Dios Padre, madre de Dios Hijo y esposa de Dios Espíritu
Santo, nos ayudará a descubrir la inhabitación de la Trinidad en nuestra alma y nos
alcanzará la gracia para que, con confianza filial, sepamos dar a conocer este
misterio a los hombres que todavía no lo conocen.

4. DIOS ES CARIDAD 604B4


1. La intimidad de Dios. La solemnidad que hoy festejamos nos coloca
frente a ese gran misterio, para el hombre, que es la vida de Dios. No estamos
capacitados para abarcar tanta grandeza, pero Dios, con su revelación, nos ha
querido descorrer un poco el velo que cubre la interioridad de la vida intratrinitaria,
para que nosotros podamos acercarnos con la fe, sigilosamente, a disfrutar de tanta
grandeza. No es fácil hablar de la Santísima Trinidad porque siempre nos quedamos
cortos, nos faltan las palabras para dar una explicación aproximada, Más bien
tenemos que meternos en el Evangelio, escuchar a Jesucristo y tratar de descubrir
los detalles de la presencia de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios Espíritu Santo.
El Padre se expresa enteramente en su Hijo, y en Él se complace al
contemplar su propia esencia divina: "Tú eres mi Hijo amado, en ti he puesto mis
complacencias" (Mc.1,11). Las cosas del Padre son las cosas del Hijo, y todo lo que
es de Cristo es del Padre Dios: "todas mis cosas son tus cosas, y tus cosas son mis
cosas" (Jn.17,10). El Padre y el Hijo están unidos en un mismo pensamiento con el
cual se conocen mutuamente: "Nadie conoce al Hijo sino el Padre; y nadie conoce al
Padre sino el Hijo" (Mt.11,17). "Como el Padre me conoce, yo conozco al Padre"
(Lc.10,15). La vida del Padre es la vida del Hijo y ambos tienen vida en sí mismos:
"Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio también al Hijo que tuvieses
vida en sí mismo" (Jn.5,26). De esa unidad perfecta y fruto de ese intenso amor entre
el Padre y el Hijo, procede eternamente el Espíritu Santo al que se le llama la
Santidad de Dios. El Espíritu Santo es la sobreabundancia infinita de ese amor, de
esa caridad que sólo Dios puede tener. La tercera persona de la Santísima Trinidad
es la caridad sin medida del Padre y del Hijo.
2. Dios no es un ser solitario. Dios, uno en esencia y trino en persona, es
como una familia unidísima, fuente de toda comunidad y bondad. Y precisamente
nuestra vida de cristianos consiste en participar de ese espíritu de unidad, de mutuo
amor, de felicidad suma, de armonía que existe en Dios. Nuestra lucha por alcanzar
la santidad no es más que el modo de hacer posible ese irresistible deseo suscitado
por la gracia santificante, de conocer íntimamente a Dios. "En cambio nosotros
tenemos la vida presente como de corta duración y de pequeña estima, y nos
movemos por el solo deseo de llegar a conocer al verdadero Dios y al Verbo que
está en Él, cual es la comunión que hay entre el Padre y el Hijo, qué cosa es el
Espíritu, cuál sea la unidad de las tres grandes realidades y la distinción entre los así
unidos: el Espíritu, el Hijo y el Padre; nosotros sabemos que la vida que esperamos
es superior a cuanto se puede expresar con palabras, si a ella llegamos puros de
toda iniquidad, y llevamos hasta tal extremo nuestro amor a los hombres, que no sólo
amamos a nuestros amigos..." (Atenágoras, Súplica en favor de los cristianos, 11-
12). De toda esta riqueza que brota de Dios aprendemos a cuidar nuestra vida
interior, a estar muy unidos a Dios, a obrar en el nombre de la Santísima Trinidad.

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605 SANTISIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

Ciclo B 605B

Éxodo 24,3-8: "esta es la sangre de la alianza"


Hebr.9,11-15: "mediador de una alianza nueva"
Marc.14,12-16: "esta es mi sangre...de la alianza"

La Eucaristía, centro de toda la vida sacramental


(DCG. n. 58; FDCI. pp. 144-153)
1. LA SANGRE DE LA ALIANZA 605B1
1. 1ª lect. Dios ha librado a Israel del poder del faraón; en el momento
presente lo guía a través del desierto y lo alimenta con el maná; en el futuro le dará
la victoria sobre los pueblos que ocupan la tierra prometida de Canaán.
Pero el Señor es aún más generoso: quiere asociarse de modo permanente a
Israel convirtiéndolo en su pueblo, en una comunidad dedicada a su culto y a su
servicio, regida por la ley y depositaria de sus promesas de salvación. Por tal motivo
le ofrece una alianza ventajosa que el pueblo acepta de buen grado, y que es sellada
mediante un sacrificio de sangre. Moisés manda sacrificar animales; derrama la
sangre sobre un altar construido (que simboliza a Dios) y rocía con ella al pueblo que
promete: "Haremos todo lo que manda el Señor y le obedeceremos". Y Moisés da
testimonio para siempre: "Esta es la sangre de la alianza que hace el Señor con
vosotros, sobre todos estos mandatos".
2. Ev. Pero los sacrificios imperfectos del Antiguo Testamento sólo esbozan lo
que habrá de ser el sacrificio del Nuevo Testamento: sacrificio del cuerpo y la sangre
de Cristo por el que llega a su plenitud la alianza de Dios con los hombres. La
escena histórica es preparada por Cristo y sus discípulos; éstos acudirán a un
personaje, quien "os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con
divanes" El marco para la sagrada Eucaristía es lo más digno posible, tanto por la
grandeza del misterio como para demostrarla a sus asistentes. Hemos de cuidar la
liturgia que es alabanza a Dios, hasta en los más pequeños detalles materiales. Ojalá
sepamos realzar la celebración de la Santa Misa, que no debe ponerse a la altura de
una reunión o comida profana.
Tras la cena, Jesús parte el pan y les dice: "Tomad. esto es mi cuerpo". Y
luego: "Esta es mi sangre de la alianza, derramada por todos". De este modo se
anticipa sacramentalmente al sacrificio del cuerpo y de la sangre del Señor, que sería
consumado en el altar del Calvario. Bajo unas palabras y gestos rituales se hace
realidad el misterio de la Redención.
3. 2ª lect. La carta a los Hebreos ilustra este misterio. El mismo Cristo, Dios y
hombre, es el "Sumo Sacerdote de los bienes definitivos"; la sangre que sella nuestra
alianza con Dios no es de animales sino "la suya propia", y por eso tiene tanto valor
que purifica nuestra conciencia de las obras muertas. "Ha redimido de los pecados
cometidos durante la primera alianza; y así los llamados pueden recibir la promesa
eterna".
Cristo, con su sacrificio, nos abrió las puertas del santuario del cielo. Este
único sacrificio de infinito valor se renueva constantemente en los altares, y así el
Señor intercede constantemente por nosotros. Por eso el sacerdote dice: "Alzaré la
copa de la salvación invocando tu nombre" (Sal. resp.), y todos pedimos que,
venerando este gran misterio, "experimentemos constantemente en nosotros el fruto
de la redención". (Colecta).
¡Cómo debemos amar la Misa que nos une a Dios y nos libra de nuestros
pecados!.

2. SACRIFICIO RENOVADO 605B2


1. En el Éxodo se describe un sacrificio de alianza realizado por orden de
Moisés una vez que dio a conocer a su pueblo la ley de Dios. Los israelitas
aceptaron -como quien acepta las cláusulas de un contrato- todo cuanto Dios
imponía: "Haremos todo lo que dice el Señor". Moisés mandó edificar un altar en la
falda del monte y ordenó que se sacrificasen en honor de Yahvé unas cuantas reses.
A continuación se celebró el siguiente rito: "Tomó la mitad de la sangre y la puso en
vasijas, y la otra mitad la derramó en el altar. Después tomó el documento de la
alianza y lo leyó en alta voz al pueblo, el cual respondió: Haremos todo lo que manda
el Señor y le obedeceremos. Tomó Moisés la sangre y roció al pueblo, diciendo: Esta
es la sangre de la alianza que hace el Señor con vosotros, sobre todos estos
mandatos".
2. Aquella alianza fue sellada y rubricada con sangre de víctimas animales.
Entre Dios e Israel se estableció una especie de pacto o de contrato. Dios guiaría a
su pueblo como un padre a su hijo; a cambio de ello los israelitas tomarían los
preceptos de Dios como norma de vida social, familiar y personal.
De esta forma el Señor iba preparando un futuro estado de cosas mucho más
estable y definitivo para los hombres. Dios quería un pueblo formado por multitud de
gentes extraídas de todas las naciones de la tierra -arrancando del germen original
de Israel-. Dios quería una alianza muy superior a la antigua (que era figura,
preparación, anticipo de la definitiva). Entre el Señor y su nuevo pueblo se
establecería una relación inefable de padre e hijo; las leyes de Dios estarían
impresas en las almas de quienes se adhirieran al nuevo Israel (las gracias, las
virtudes sobrenaturales y los dones), activados por la caridad infusa. Este nuevo
pueblo sería la Iglesia Católica.
3. En la carta a los Hebreos se contrapone al sacerdocio antiguo, el de Cristo,
sumo sacerdote. Su sacrificio (inmolación voluntaria en el Calvario) se contrapone,
también, a toda la suma de sacrificios antiguos, insuficientes para expiar y satisfacer
a la justicio divina por lo pecados de los hombres. Su preciosísima sangre se
contrapone a la sangre de las víctimas animales. La renovación por la gracia
obtenida desde la cruz a través de los sacramentos, se contrapone igualmente a la
justificación legal de todo el Antiguo Testamento. Y la Nueva Alianza se contrapone a
la antigua.
Al leer en el Evangelio el relato de la institución de la Santa Misa, podemos
admirar el realismo asombroso de ese sacrificio que se renueva continuamente:
"Tomad, esto es mi cuerpo". "Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada
por todos".
La identidad entre el sacrificio de la Misa y el sacrificio del Calvario (con la
diferencia en el modo incruento de aquel y el cruento de éste) descansa sobre el
hecho admirable de que, una vez pronunciadas las palabras de la consagración por
el sacerdote, sobre el altar se encuentran bajo las apariencias de pan y de vino, el
cuerpo, la sangre, el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, de un modo
verdadero, real y substancial.

3. YO SOY EL PAN VIVO 605B3


1. Día del Corpus. Es este un día dedicado especialmente a honrar, adorar y
exaltar el santísimo sacramento de la Eucaristía, manifestando públicamente nuestra
fe en la presencia real de Cristo en la Santa Misa y en el sagrario. Debemos
aprovechar esta nueva oportunidad para recordar la doctrina de la Iglesia sobre este
sacramento del amor, y al mismo tiempo revisar nuestras relaciones con Él. Que el
día del Corpus no se quede en un simple espectáculo religioso. La sagrada
Eucaristía es mucho más que todo eso, es Dios con nosotros que se hace alimento
para el alma y compañero de camino. Nada mejor en este día que recordar lo que el
Santo Padre nos ha dicho sobre este sacramento en la Encíclica Redemptor
hominis.
2. La Eucaristía centro de la Iglesia: "Este es el centro y el vértice de toda la
vida sacramental, por medio de la cual cada cristiano recibe la fuerza salvífica de la
redención, empezando por el misterio del bautismo, en el que somos sumergidos en
la muerte de Cristo, para ser partícipes de su resurrección como enseña el apóstol. A
la luz de esta doctrina, resulta aún más clara la razón por la cual toda la vida
sacramental de la Iglesia y de cada cristiano alcanza su vértice y su plenitud
precisamente la Eucaristía" (Rh.n.20).
3. En este sacramento se renueva el sacrificio de Cristo: "En efecto, en
este sacramento se renueva continuamente, por voluntad de Cristo, el misterio del
sacrificio que Él hizo en sí mismo al Padre sobre el altar de la cruz: sacrificio que el
Padre aceptó, cambiando esta entrega total de su Hijo, que se hizo obediente hasta
la muerte, con su entrega paternal, es decir, con el don de la vida nueva e inmortal
de la resurrección, porque el Padre es el primer origen y el dador de la vida desde el
principio" (Ibidem).
4. Nos une a Cristo: "La Eucaristía es el sacramento más perfecto de esta
unión. Celebrando y al mismo tiempo participando en la Eucaristía, nosotros nos
unimos a Cristo terrestre y celestial que intercede por nosotros al Padre, pero nos
unimos siempre por medio el acto redentor de su sacrificio, por medio del cual Él nos
ha redimido, de tal forma que hemos sido comprados a precio" (Ibidem).
5. La Eucaristía construye a la Iglesia. "Es verdad esencial, no sólo
doctrinal sino también existencial, que la Eucaristía construye la Iglesia, y la
construye como auténtica comunidad del pueblo de Dios, como asamblea de los
fieles marcada por el mismo carácter de unidad, del cual participaron los apóstoles y
los primeros discípulos del Señor" (Ibidem).
Nuestro empeño como fieles cristianos ha de ser el llevar cada vez con más
intensidad una vida eucarística seria, defendiendo con celo este gran sacramento: "El
empeño esencial y, sobre todo, la gracia visible y fuente de la fuerza sacramental de
la Iglesia como pueblo de Dios, es el perseverar y el avanzar constantemente en la
vida eucarística, en la piedad eucarística, el desarrollo espiritual en el clima de la
Eucaristía. Con mayor razón, pues, no es lícito ni en el pensamiento ni en la vida, ni
en la acción, quitar a este sacramento, verdaderamente santísimo, su dimensión
plena y su significación esencial" (Ibidem).

4. LA EUCARISTIA: CRISTO CERCANO 605B4


1. Venerar la Eucaristía: "Te pedimos nos concedas venerar de tal modo los
sagrados misterios de tu cuerpo y de tu sangre, que experimentemos
constantemente en nosotros el fruto de tu redención" (Colecta).
En muchos pueblos y ciudades se venera hoy la Eucaristía -Cristo anonadado
en la Hostia- en procesiones públicas. Es el reconocimiento de la alegría del pueblo
cristiano al tener a su Salvador tan cerca. Los judíos veneraban con toda solemnidad
el Arca de la Alianza, que contenía unos recuerdos que Dios había dado a Moisés.
¿Cómo veneramos nosotros los sagrarios de las Iglesias, en los que sabemos que
Cristo vivo, en soledad, nos aguarda?
Solo la presencia viva de Jesucristo en el alma puede hacer firme la vida del
cristiano. María preparó su alma para que su cuerpo recibiera al Señor. El cristiano
necesita también prepararse y considerar con frecuencia que Cristo está vivo, que se
preocupa de él, que la palabra del Señor, de estar con los suyos hasta el fin de los
tiempos, no ha sido vana, que ha querido quedarse en la Eucaristía para sostener a
los fieles en su camino terreno.
2. Fe en la Eucaristía. El cristiano sabe que Cristo está en la Eucaristía: no
entiende como el Hijo de Dios -en perfecta armonía con su encarnación, con asumir
un "cuerpo mortal"- se reduce y se humilla hasta hacerse presente bajo las
apariencias de "pan y vino". No lo entiende y, sin embargo, va más allá de su
entendimiento, llega a los principios de la verdadera sabiduría y hace un acto de fe
en la presencia real de Cristo. "Creo firmemente que estás aquí", dice delante de un
sagrario.
El acto de fe no basta. La Eucaristía es "germen y prenda de la vida eterna".
La actuación de un cristiano, por tanto, ha de corresponder, no a la de quien sólo
sabe que Cristo esta en el Tabernáculo, sino a la de quien, sabiéndolo, se esfuerza
en buscarle, en hacerle compañía.
3. Semilla de vida eterna. "El que como mi carne y bebe mi sangre habita en
mí y yo en él... Quien me come, también vivirá por mí" (Jn.6,56-57). No nos ha
rociado externamente con su sangre, como hizo Moisés con el pueblo del Antiguo
Testamento. Cristo se nos da como alimento, quiere convertirnos en sí mismo, por
eso nos invita con tanta insistencia a comulgar, a recibir su cuerpo y su sangre.
Cada Eucaristía, cada comunión, es una nueva semilla que el mismo Jesús
deposita en nuestra alma para que acabemos convirtiéndonos en Él, seamos uno
con Él, como Él es uno con el Padre. Así, convertidos, hamos de aprender a dialogar
con Cristo en el tabernáculo; saber ir delante de un sagrario a quejarnos, a implorar,
a pedir fuerzas, a manifestarle las alegrías y las penas, a hacerle participe de los
éxitos y de los fracasos, de las esperanzas y de las desilusiones, del dolor...

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606 SAGRADO CORAZON DE JESUS

Ciclo C: 606C

Ez.34,11-16 Rom.5,5-11 Lc. 15,3-7


1. UN GRAN CORAZON 606C1
1. El símbolo del corazón. Hablamos de una persona con "mucho corazón",
de "entregar el corazón" de "poner todo el corazón" en un trabajo, etc. Raro es el
cantar que no trata de un corazón enamorado. Y es que "el corazón no es sólo un
órgano que condiciona la vitalidad biológica del hombre. El corazón es un símbolo.
Habla de todo el hombre interior. Habla de la interioridad espiritual del hombre" (Juan
Pablo II). Sobre todo habla de algo tan divino y humano como es el amor. Esta fiesta
podría llamarse "del amor de Jesús". San Juan nos cuenta que recibió el Señor una
lanzada en el costado, y "al punto salió sangre y agua". El costado de cristo se nos
abre a fin de que podamos descubrir, al decir de San Pablo, "la riqueza insondable
que es Cristo" (Ef.3,8), la magnitud del amor divino revelado en un corazón de carne,
humano.
2. Aprender de Él. Miramos a través de la herida del costado y encontramos
un corazón capaz de comprender nuestra debilidad, un corazón capaz de
compadecerse de nuestra miseria: "y al ver a aquellas gentes, se le enternecieron las
entrañas" (Mt.9,36). Es el amor del padre que aguarda el regreso del hijo (cfr.
Lc.15,20). Un corazón dispuesto a acercarse a pecadores y publicanos, sin
importarle nada ni nadie, porque es el Buen Pastor que busca, a costa de cualquier
sacrificio, la oveja perdida (Ev.). "Cristo murió por nosotros cuando todavía éramos
pecadores" (2ª lect.). El corazón de Cristo es especialmente amoroso para con los
niños (cfr. Mt. 19, 13-15). Un corazón que se emociona ante un amigo fallecido
(cfr.Jn.11,35), y por el dolor de una madre viuda (cfr. Lc.7,13). Un corazón del que
hay que aprender mansedumbre y humildad (Mt.11,29). Un corazón que da por
nosotros hasta la última gota de su sangre, que se nos da sin reservas en la
Eucaristía. Un corazón...¡tan ofendido!
Que el Señor nos permita penetrar en este misterio y abarcar "lo ancho, lo
largo, lo alto y lo profundo" del amor de Jesús: algo que "trasciende toda filosofía",
que sobrepuja todo conocimiento (Ef.3,18-19). Es un misterio insondable.
3. Tener corazón. Nos asomamos a través de la herida del costado abierto y
aprendemos. Nuestro amor a los demás tiene que mirarse siempre en este modelo:
"nadie vive este amor si no se forma en la escuela del Corazón de Jesús. Sólo si
miramos y contemplamos el Corazón de Cristo, conseguiremos que el nuestro se
libere del odio y la indiferencia; solamente así sabremos reaccionar de modo
cristiano ante los sufrimientos ajenos, ante el dolor" (J. Escrivá de Balaguer, Es
Cristo que pasa. 166). Sed, pues, siempre, comprensivos, misericordiosos,
perdonadores, mansos, cariñosos. Lejos de nosotros el rencor, la frialdad, la
altanería, la dureza en el trato. Tened un corazón, en definitiva, hecho "a la medida
del Corazón de Jesús" (Ibidem, 167). Todo nos invita hoy a hacer un esfuerzo,
contando con la gracia, para ensanchar el corazón.

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607 SAN PEDRO Y SAN PABLO

Hech.12,1-11 2 Tim.4,6-8.17-18 Mt.16,13-19

Ciclo A: 607A

1. "FIRMES EN LA FE" 607A1


1. Mantener la fe recibida. La fe en el Hijo de Dios llevará a la muerte, en
Roma, al sencillo pescador de Galilea y al antiguo perseguidor de los cristianos. La
liturgia nos invita a considerar esta fe. San Pablo, en la inminencia del martirio, se
enorgullece de poder declarar: "he mantenido la fe" (2ª lect.). Nada importa tanto. El
mismo discípulo recomienda: "guarda el depósito" (1 Tim.6,20); es decir, custodia el
depósito de verdades de la fe que se te ha encomendado; que no se altere el
contenido, porque hay que ser fieles a lo que Dios revela. Y también: "manténte firme
en lo que has aprendido y se te ha encomendado" (2 Tim.3,14). Igual San Pedro a
sus discípulos de Roma: "firmes en la fe" (1 Pt. 5,9). Es la recomendación de quien
ha sido constituido como la roca de la Iglesia (Ev.), aquel por el que Cristo ha rogado
para que confirme en la fe a sus hermanos, a todos los discípulos (cfr. Lc.22, 31-32).
De los primeros cristianos se nos dice: "perseveraban en la doctrina de los
apóstoles" (Hech.2,42). Pedimos en la oración colecta: "haz que tu Iglesia se
mantenga siempre fiel a la enseñanza de aquellos que fueron fundamento de nuestra
fe cristiana".
2. La Guía del Magisterio. La fe es un conocimiento certísimo, porque no se
fundamenta en el razonamiento humano, sino en la autoridad de Dios que revela. La
fe, al igual que la moral, se apoya en la veracidad divina y, por tanto, no puede
cambiar. Lo que era de fe hace dos mil años, en vida de los apóstoles, es de fe
ahora. La Iglesia no altera -no puede hacerlo- su Credo. No tiene sentido, ningún
sentido sobrenatural, afirmar, por ejemplo, que el Evangelio debe adaptarse al
hombre moderno, hacerse compatible con tal o cual ideología en boga, interpretarse
subjetivamente por cada persona. Por el contrario, es la doctrina de Cristo la que
debe transformar este mundo. Y la interpretación y custodia del depósito revelado
queda en manos de la Iglesia (Vat.II, Dei Verbum, 10). Ser fieles a San Pedro y San
Pablo, ser fieles, en definitiva, a Cristo, significa dejarse guiar
por el Magisterio de la Iglesia.
3. Unión con el Romano Pontífice. Hemos de acudir constantemente a las
enseñanza del Papa y de los obispos en comunión de doctrina con el sucesor de
Pedro. Esta es la garantía de poseer la misma fe que animó la vida de los dos santos
cuya fiesta conmemoramos hoy. "He mantenido la fe"
(2ª lect.). Ojalá que podamos decir todos los cristianos estas mismas palabras al final
de nuestra vida: "he conservado la fe católica". Pedimos hoy, especialmente, por el
Romano Pontífice; unimos nuestra oraciones a las de la Iglesia primitiva (1ª lect.):
que el Señor ilumine y fortalezca a su vicario y a nosotros nos haga fieles a sus
enseñanzas.

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608 SANTIAGO APOSTOL

Día de oración por las monjas de clausura

Hech.4,33-5,12 27b 33,12,2: "Herodes hizo decapitar a Sant."


II Cor.4,7-15: "cuantos más reciban la gracia..."
Mat.20,20-28: "¿sois capaces de beber...? Lo somos"

Exhortación pastoral del obispo de la diócesis.

Ciclo A: 608A

1. GLORIA A LOS TESTIGOS. 608A1


1. Testigos de Cristo. "En aquellos días los apóstoles daban testimonio de la
resurrección del Señor con mucho valor..." (Hch 4, 33). Testigos de vista fueron.
Haberlo sido fue una condición indispensable para formar parte del Colegio
Apostólico, como sabemos por el relato de la elección de Matías para sustituir a
Judas el traidor. Ellos lo tenían muy claro desde el principio. Si iban a ser testigos de
cuánto había dicho y hecho Jesús, se requería que aquellos que iban a testificar lo
hubieran presenciado con sus propios ojos. Es cierto que la fe en Cristo resucitado
será un don divino que se concede a los humildes y a los que el Señor quiere. Pero
el contenido de la fe está respaldado por unos acontecimientos que avalan la verdad
y la sinceridad de los mensajeros de la Buena Nueva. Son los llamados motivos de
credibilidad. Razones claras y convincentes para el que escucha sin prejuicios y con
buena voluntad.
2. Vasijas de barro. "Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro..." (2 Co 4,
7). Cuántas veces alude San Pablo a su propia debilidad, a su flaqueza, a sus fallos.
Cuánto hay que agradecerle su sencillez y su sinceridad. A todos nos consuela saber
que los santos tuvieron defectos, incluso que algunas veces llegaron al pecado. Y
que se levantaron enseguida, que pidieron con humildad perdón al Señor, aunque
otra vez volvieran a caer. Y, lo mismo que Pablo, nuestro patrono Santiago el de
Zebedeo y los demás apóstoles eran hombres rudos con frecuencia, débiles,
cobardes, ambiciosos.
No acabamos de entender lo que Dios quiere de nosotros. Y pensamos que
para ser santos hay que vivir una existencia singular, entendemos eso de vivir en
grado heroico las virtudes cristianas como si fuera algo reservado para unos pocos
elegidos. No estamos persuadidos de que el Señor vivió con toda sencillez su vida
oculta, sin llamar la atención lo más mínimo.
3. La madre de los Zebedeos. "En aquel tiempo se acercó a Jesús la madre
de los Zebedeos con sus hijos y se postró para hacerle una petición" (Mt 20, 20).
Jesús se llenaría de ternura al ver a aquella mujer postrándose ante Él, pidiendo con
insistencia los primeros puestos para sus hijos en ese Reino que estaba para llegar.
El Señor se acordaría quizá de su propia madre. Escucha sonriendo, quizá, ante el
atrevimiento de aquella madre, y ante la audacia y ambición de sus jóvenes hijos.
Como en otra ocasión los demás se indignan y acaloran, pues cada uno quiere estar
lo más arriba posible, como nos ocurre a nosotros. Y Jesús responde con serenidad.
Les arranca la promesa de que le serán fieles y luego les hace comprender que lo
importante es servir, ésa es la grandeza en ese Reino único y definitivo que Él ha
venido a instaurar.

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609 ASUNCION DE MARIA

Ciclo A: 609A

Ap 11,19a;12,1-6a.10ab 1 Co.15,20-26 Lc.1,39-56

1. TRIUNFO DE LA MUJER. 609A1


1. "Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida de sol, con la
luna bajo sus pies y una corona de estrellas en su cabeza" (Ap 12,1). San Juan habla
con frecuencia de los signos, señales en griego. Incluso, a diferencia de los
Sinópticos, llama a los milagros que Jesús realiza con ese término. Así al milagro de
Caná le llama arehen ton semeion, el primero de los signos. De esa forma ve en los
prodigios que el Señor realiza una manifestación de su poder y su gloria, una
revelación del Misterio de Cristo.
Es curioso y significativo que en el último de los signos joánicos aparezca,
como en el primero, la figura de la Mujer. En Caná intercediendo por aquellos
jóvenes esposos y en el Apocalipsis enfrentada al Dragón rojo que intenta matar al
hijo que va a nacer. En ambos casos su intervención es providencial. Y lo mismo que
consiguió que Jesús convirtiera el agua en vino, de la misma forma conseguirá
vencer al Demonio y salvar a sus hijos.
2. Triunfo de María. "Cristo resucitó de entre los muertos como primicia de
los que durmieron" (1 Co I5, 20).
Jesús abatió a la muerte. Su poder divino devolvió la vida a su cuerpo muerto. Es
cierto que cuantos van tras de Él han de esperar aún al último día, cuando el Señor
vuelva glorioso a juzgar vivos y muertos, para alcanzar la plenitud del triunfo con la
participación en la gloria del propio cuerpo. Sin embargo, hay una excepción que
confirma esa regla, María Santísima.
En efecto, lo mismo que nadie como ella participó de los sufrimientos del
Redentor, de la misma forma nadie como ella debía participar de la victoria de Cristo.
Por otra parte, ella fue concebida sin pecado y, por tanto, era lógico que no
sucumbiera al poder de la muerte como los demás hombres. Así lo reconocieron los
cristianos desde los primeros tiempos. Por fin, la Iglesia se pronunció solemnemente
y, por medio del Papa Pío XII, declaró el dogma de la Asunción de María.
3. Todas las generaciones. "Bendita tú entre las mujeres y bendito él fruto
de tu vientre..." (Lc 1, 42). Isabel exclama gozosa ante la presencia de la Virgen
María. Tan sólo llegar y ya ha sentido el alborozo del niño que late en sus entrañas
desde hace seis meses, lo suficiente para hacerse sentir en el seno de su madre
ante la cercanía de la Madre del Señor, del Hijo de Dios, escondido también, en el
seno virginal de María.
Cercanía de la Virgen que suscita admiración y gozo, canto de amor y de
esperanza a nuestra Madre y Señora. También nosotros hemos de unir nuestras
voces al coro de las alabanzas que todas las generaciones cantan a la
Bienaventurada Virgen María. Pero no olvidemos que nuestro mejor poema no se
hace con palabras sino con obras, con una vida semejante a la de Santa María,
"Maestra en el sacrificio escondido y silencioso", como gustaba recordar al Beato
Josemaría Escrivá.

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610 NUESTRA SEÑORA DEL PILAR

1 Cron.15,3-4.15-16 Hech.1.12-14 Lc.11,27-28

Ciclo C: 610C

1. HONRAR A MARIA 610C1


1. Las intervenciones de la Virgen. Nos habla una piadosa y venerable
tradición de que la Virgen se apareció en carne mortal al apóstol Santiago el Mayor,
en Zaragoza, acompañada de un coro de ángeles portadores de un pilar de jaspe. La
Virgen deseaba que sobre ese pilar se venerara en el futuro una imagen suya.
Además, animó al apóstol a que perseverase en su predicación, cuando éste se
encontraba un poco desalentado por las escasas conversiones logradas. A orillas
del Ebro, un pilar de piedra desgastado por millones de besos recibidos durante
siglos, nos habla de la fe de los cristianos en la ayuda maternal de Santa María.
Otros encuentros con hijos suyos (Lourdes, Fátima etc.) testimonian su preocupación
por nosotros. Como madre que es, "cuida de los hermanos de su Hijo que todavía
peregrinan y se debaten entre peligros y angustias, hasta ser llevados a la patria
feliz. En consecuencia, la Bienaventurada Virgen es invocada en la Iglesia con los
títulos de Abogada, Auxiliadora y Mediadora" (Vat.II.L.G. n.62).
2. Devociones marianas. La Iglesia nos anima a rezar a María: "Ofrezcan
todos los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres"
(Ibidem.n.69) Y, recordando lo que se narra en la 2ª lectura de hoy, añade: "para que
Ella, que estuvo presente con sus oraciones en las primicias de la Iglesia, también
ahora, ensalzada en el Cielo sobre todos los ángeles y santos, interceda ante su
Hijo" (Ibidem.). También nos anima el Concilio a cultivar las prácticas y los ejercicios
de piedad a Ella recomendados por el Magisterio a lo largo de los siglos
(Ibidem.n.67). Terminado el Concilio, Pablo Vi afirmó que con estas palabras se
aludía particularmente al Rosario (Enc.Christi Matri Rosarii). Mes de octubre, "mes
del Rosario". Procuremos, siguiendo las directrices del Magisterio, honrar a María
con esta devoción tan querida por Ella: corona de rosas que depositamos a sus pies;
alabanzas y peticiones; meditación de los misterios de su vida y de la de Cristo; rezar
a la Virgen y rezar con la Virgen.
3. Actualidad del Rosario. No se comprende muy bien como ha podido
disminuir en estos años el rezo del Rosario. Cualquier pensamiento de que esta
devoción mariana ha perdido actualidad, choca con las enseñanzas de lo últimos
pontífices. Juan XXIII llegó a afirmar que: "el Rosario, como ejercicio de devoción
cristiana, sigue en importancia a la Misa y al Breviario, y sigue, para los laicos, a la
participación en los sacramentos". Pablo VI lo llamó "síntesis del Evangelio", por los
misterios que se contemplan; misterios que nos unen al gozo, dolor y gloria de
Jesucristo y de Santa María. Juan Pablo II dice que es su devoción predilecta.
Sabemos que lo reza con mucha frecuencia y que le gusta regalar rosarios a los
fieles en cualquier circunstancia que se le ofrece para ello: un gesto que vale tanto
como toda una Encíclica sobre la actualidad del Rosario.

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611 SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS.

Ciclo A: 611A

Ap.7,2-4.9-14 1 Jn. 3,1-3 Mt. 5,1-12a)

1. EL NUMERO DE LOS SALVADOS. 611A1


1. "Después de esto vi una gran muchedumbre que nadie podía contar..." (Ap.
7, 9). Estamos ante una de las visiones de Juan en su destierro de la isla de Patmos.
El Cielo abre sus puertas y deja que la mirada penetrante del evangelista,
simbolizado por el águila, contemple los misterios del más allá. Hoy nos habla de los
que fueron sellados en la frente, es decir los que se han salvado de la hecatombe
apocalíptica. Habla primero de los pertenecientes al pueblo elegido, y luego de las
demás naciones.
Sin duda que es un cuadro maravilloso y consolador. De cada una de las doce
tribus son ciento cuarenta y cuatro mil, esto es, una cantidad muy elevada. No se
dice que todos se salven, pero sí se insiste en que son muchos, como se deduce al
hablar de la muchedumbre que no se puede contar y que procede de todos los
pueblos. No podía ser de otra forma, la sangre derramada del Cordero bien valía esa
salvación de alcance universal.
2. ¡Somos hijos de Dios!. "Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que
seamos Ilamados hijos de Dios y lo seamos" (1 Jn. 3,1). La frase de San Juan tiene
matices de asombro que no se captan bien en la traducción castellana. El potapen
griego lo traduce la versión oficial latina por qualem, que además encuadra esa frase
con una admiración. Alguna traducción antigua decía cuál sería el asombro del
hagiógrafo ante la magnitud y profundidad del amor divino que nos hace hijos de
Dios. iNada menos!
Es cierto, sigue diciendo San Juan, que aún no se ha manifestado esa nuestra
maravillosa condición, pero un día se realizará haciendo que seamos semejantes a
Él, "porque le veremos tal cual es". Esta verdad es fundamental en nuestra vida. Por
eso decía San León Magno que reconociéramos nuestra dignidad. Es lo que, de otra
manera, concluye nuestro texto: "Y todo el que tiene en él esta esperanza se
santifica, como Santo es Él".
3. Felices vosotros. "Dichosos los pobres en el espíritu, porque de ellos es el
Reino de los cielos" (Mt. 5,3). El Sermón de la montaña ha sido llamado la Carta
Magna del Reino. Es el primero de los cinco grandes discursos que vertebran el
primer evangelio y que giran siempre en torno al Reino de Dios, que Jesús ha venido
a instaurar. Las Bienaventuranzas hacen de pórtico a esos puntos programáticos que
el Señor proclama ante la multitud. Tienen el sabor de los antiguos salmos, que
también se iniciaban a veces con esa misma fórmula de dicha y felicidad.
Se describen situaciones en las que el hombre sufre de ordinario y en las que,
sin embargo, alcanza la felicidad apoyado en la esperanza. Las promesas son tan
extraordinarias y ciertas que fortalecen al justo, e incluso le llenan de gozo íntimo, en
las situaciones más adversas que se puedan imaginar. Por otra parte hay una nota
común en cada uno de esos estados descritos, la humildad y la confianza
inquebrantable en Dios nuestro Padre.

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612 INMACULADA CONCEPCION.

Gn.3,9-15.20 Ef. 1, 3-6.11-12 Lc. 1, 26-38)

Ciclo B: 612B

1. EVA, MADRE DE LA VIDA. 612B1


1. "El hombre llamó a su mujer Eva por ser la madre de todos los que
viven" (Gn. 3, 20). Los nombres en la Biblia suelen tener un valor simbólico,
aludiendo a la condición o al destino de la persona nombrada. En el caso de la
primera mujer es llamada también con el nombre hebreo de ishah, que se podría
traducir por hembra. Es en un relato anterior, cuando se refiere la creación del
hombre (ndanr), y que varón (ish) y hembra (ishah) los creó el Señor. Con ello se
pone de manifiesto la igualdad.
Pero con este otro nombre, el de Eva, se alude a otra cuestión fundamental en
la mujer y es el papel que desempeña en la Historia de la salvación: Ella es la madre
de la vida. Todos los seres humanos provienen de la primera mujer. Por ello, Eva es
figura de la Virgen María. Ella es Madre de todos los redimidos que, presentes en
San Juan, reciben como Madre a Nuestra Señora.
2. Ser alabanza de Dios. "Y así nosotros los que ya esperábamos en Cristo,
seremos alabanza de su gloria..." (Ef. 1,12). San Pablo escribe en presencia de Dios.
Se le nota. En efecto, de vez en cuando interrumpe su diálogo para hablar con el
Señor. También los cristianos reflejan ese vivir en la presencia divina cuando
exclaman "bendito sea Dios", o dicen "ave María purísima", etc. Es cierto que a
veces son frases rutinarias, pero también pueden y deben ser palabras sentidas que
expresen una fe y una esperanza sinceras.
Habla el Apóstol de ser "alabanza de su gloria". Recuerda lo que dijo Jesús
cuando hablaba de que era preciso que los hombres vieran nuestras buenas obras y
así alabaran a nuestro Padre. Es todo un programa de vida. Hacer siempre el bien,
sin mirar a quien, felices de agradar en todo y por todo a nuestro Padre.
3. Ancilla Domini. "Aquí está la esclava del Señor..." (Lc. 1, 38). La palabra
original griega del texto de San Lucas doule la traduce la versión latina por ancilla.
En castellano se puede traducir por esclava y también por sierva, e incluso por
criada. En definitiva siempre late la misma realidad de una persona que se entrega al
servicio de otra, sin reserva ni condición alguna.
"Para servir, servir" solía repetir el Bto. Josernaría Escrivá. Con ello daba a
entender que el servicio es algo más que buenas palabras. El servicio conlleva
siempre humildad y abnegación. Nuestra Señora aceptó los planes de Dios con
todas sus consecuencias, entregándose a las exigencias que ello supuso día a día. Y
esa docilidad y renuncia de sí misma, esa entrega decidida y constante, fue una
consecuencia de su grandeza de alma, de su Inmaculada Concepción. Ella es el
modelo y la primicia en la grandeza de servir a Dios.

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