La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del
hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios. Existe pura y simplemente por el amor de Dios, que lo creó, y por el amor de Dios, que lo conserva. Y sólo se puede decir que vive en la plenitud de la verdad cuando reconoce libremente ese amor y se confía por entero a su Creador (Gaudium et spes, n. 19). Nuestra vida moral puede ayudar o, por el contrario, ser un obstáculo, para que nuestra razón conozca la verdad (cf. E. Gilson, 1974, 49) En un corazón podrido por las pasiones hay siempre razones ocultas para encontrar falso lo verdadero; del fondo de la naturaleza desviada se elevan brumas que oscurecen la inteligencia. Nos convencemos fácilmente de lo que queremos y cuando el corazón se entrega a la seducción del placer, la razón se abandona en brazos de la falsedad que justifica (Cicerón, De natura deorum, I, 54). Solamente la libertad que se somete a la Verdad conduce a la persona humana a su verdadero bien. El bien de la persona consiste en estar en la Verdad y en realizar la Verdad. La cultura contemporánea ha perdido en gran parte el vínculo esencial entre verdad, bien y libertad y, en consecuencia, el hombre ya no está convencido de que solo en la verdad puede encontrar la felicidad (Veritatis dplendor, n. 84). La legítima pluralidad de posiciones ha dado paso a un pluralismo indiferenciado, basado en el convencimiento de que todas las posiciones son igualmente válidas. Este es uno de los síntomas más difundidos de la desconfianza a la verdad que es posible encontrar en el contexto actual (Fides et ratio, n. 5) El relativismo y la negación de la verdad objetiva, que se presentan como condición imprescindible del respeto a la libertad, no impiden sino que, más bien, favorecen la existencia de determinadas opiniones -difundidas por los grupos de poder- que se consideran como las únicas aceptables. Tales opiniones “políticamente correctas” no se sustentan en la fuerza de la verdad, sino en la tiranía de la moda, del poder o del dinero, que ejerce una férrea censura sobre las ideas contrarias. Nadie que quiera ser considerado progresista y democrático, digno ciudadano de la sociedad actual puede cuestionar la moda intelectual impuesta. En El hombre en busca de sentido, su ya citado relato autobiográfico, afirma que al hombre se le puede arrebatar todo salvo la última libertad: la elección de su propio camino. Luego se pregunta qué es, en realidad, el hombre, y añade estas palabras: «Es el ser que siempre decide lo que es. Es el ser que ha inventado las cámaras de gas, pero asimismo ha entrado en ellas con paso firme musitando una oración».