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DEL ESTALLIDO SOCIAL AL ESTALLIDO DOMICILIARIO

Notas sobre teletrabajo, control y tiempo pandemizado

Jordanus de Turre

Lo peor de la peste no es que mata a los cuerpos, sino que


desnuda las almas y ese espectáculo suele ser horroroso.
Albert Camus.

Entrada
Ya hacia mediados de la década de los 80s. la rearticulación crítica de las ciencias sociales
en América latina ponían sobre la mesa la importancia que demandaba lo cotidiano como
variable socio política en un contexto de drástica alteración de los hábitos de normalidad
en todos los sectores de la vida social. (Lechner, 1988). Las medidas represivas
implementadas por los regímenes dictatoriales determinaron un cotidiano en constante
estado de incertidumbre: toques de queda sostenidos, desempleo masivo producto de una
recesión económica que exponía en toda su desnudez la fragilidad del modelo, violación
sistemática de los derechos humanos y la morbosa complicidad de los medios en la edición
del relato colectivo, eran la cara más reconocible de un estado de excepción que mostraba
uno de sus lados más macabros en el abandono de lo público a la lógica privatizadora del
mercado (esa violencia discreta que no mata a tiros) y el confinamiento literal de la vida
social al ámbito de lo íntimo familiar. Es el momento histórico en que lo cotidiano comienza
a ser objeto de una profunda revalorización tanto en el ámbito de la ecología doméstica de
los mundos vitales, así como en una escala de interés sistémica en la economía, las
comunicaciones y en el saber formalizado de la academia.
Más allá de cierto aire de familia que nos pueda hacer evocar los episodios de la historia
reciente, nos interesa destacar las variables históricas emergentes que hacen de lo
cotidiano, en el contexto de confinamiento pandémico, un renovado pliegue de reflexión

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biopolítico que se deja adivinar en los patrones de comportamiento de un sistema cuya
excepción es la regla y en el cual se cruzan líneas de fuerza que vienen a problematizar la
ponderación crítica del actual estado de excepción sanitaria. Es lo que destaca el filósofo
italiano Giorgo Agamben (2020), al referirse a la evidencia de que nos hemos acostumbrado
a vivir en condiciones de crisis perpetua, al grado de perder la conciencia de una vida
reducida a su dimensión biológica desprovista no sólo de todo sentido de lo social y político,
sino también y, lo que es más importante, de la dimensión humana y afectiva.
Sin embargo, y valorando la visión de Agamben como diagnóstico general de contornos
epocales, la particular y expectante situación por la que atraviesa un país como el nuestro
marcado por un profundo y dramático rechazo al modelo neoliberal, nos pone ante un
panorama en donde el acontecimiento de la crisis sanitaria global delata una potente arista
biopolítica en los esfuerzos del sector empresarial y público por lograr una sensación de
relativa normalidad corporativa, bajo la forma de una radical colonización del espacio
privado por las lógicas de trabajo on line, de efectos catastróficos en la percepción de la
dimensión sociopolítica de la crisis y, de seguir como estamos, en el plano micropolítico de
nuestros entornos ecológico existenciales más próximos, sede de nuestros mapas mentales
y afectivos desde donde emanan las formas del autocuidado.

La arista biopolítica
Como decíamos, la experiencia de confinamiento sanitario adquiere sentido crítico en la
visualización de un eje de problematización biopolítica justo allí donde el confinamiento
sanitario es vivido por significativos segmentos de la población como una renovada
explotación de la fuerza de trabajo, esa misma que se ve extendida a los confines hogareños
y que, por lo pronto, vaticina una latente brecha de riesgo económico y de conflicto laboral
entre quienes pueden trabajar en casa y quienes no pueden hacerlo (Harvey, 2020). La
apertura de este inesperado foco de conflictividad social tiene una relevancia no menor, en
la medida en que apunta a uno de los núcleos del sistema productivo en el presente
neoliberal del mundo del trabajo, a saber, el trato laboral que traduce la línea de confianza

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básica entre empleador y empleado, nudo gordiano del compromiso de continuidad de los
procesos productivos.
¿Cómo ha sido modulada esta onda sísmica? Más allá de la puesta en circulación de
imaginarios de diverso signo, lo cierto es que hemos sido testigos de la activación de
eficaces dispositivos de control social - laboral bajo la forma discursiva de una retórica
gremial que funde en una sola matriz el mito profesionalizante de dudosa mística
corporativa y el gesto cómplice del espíritu positivo, instrumentalmente implementada en
finos dispositivos discursivos de exclusión e invisibilización del trabajador con poder
interpelante. Al respecto, sabemos que la lógica corporativa del discurso empresarial, que
trabaja la vena profunda del sentido de pertenencia del trabajador con la empresa, tiene
consecuencias en lo relativo al desarrollo de una subjetividad que permita al trabajador
autocomprenderse en su condición de asalariado, como situado en medio de un cruce de
relaciones de poder inscritas en el corazón de un modelo económico - político articulado en
formas diversificadas de explotación, discriminación y dominación que se reproducen a
niveles micro – sociales (Villalobos–Ruminott, 2020) y que en un marco de conflictividad
social caracterizada por la impugnación radical al modelo neoliberal, exhiben una
disposición de represión e invisibilización ubicua en tiempo real.
Pero el panorama ha sido más complejo; una breve crónica de las primeras horas de
confinamiento pone en evidencia un intento por problematizar las medidas de
rearticulación laboral on line en torno a cuestiones esenciales para su mantenimiento bajo
marcos ecológicos: la dosificación de la carga de trabajo extrapolada hacia el espacio del
hogar, los canales de comunicación y coordinación, su vivencia como aprendizaje, el tipo de
gestión de la emergencia sanitaria; siempre teniendo como trasfondo la presión del
teletrabajo sin mediación sobre la contención hogareña y su preciada coherencia. Sin
embargo, lo que se impuso rápidamente sin contrapeso fue un inusitado sentimiento de
frenesí telelaboral con el declarado propósito de retomar la continuidad de los procesos
productivos en medio de una oferta de recursos digitales rayana en el delirio, ofreciendo
soluciones de conexión a trabajadores atribulados por el trastorno radical de la rutina, el
cuidado de sus hijos, la dotación de suministros, el complemento de roles con los otros

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miembros de la familia, la contención emocional ante un futuro de confinamiento incierto
de un virus letal poco conocido en el discurso de autoridades científicas y políticas; situación
desesperanzadora que delata una vez más la falta crónica de liderazgo, escaso
conocimiento del comportamiento del COVID-19 y, por ende, serias dificultades en el
manejo de la crisis1. Ejemplo de ello es lo que ocurre en el mundo de la educación, ámbito
socio-laboral profundamente afectado por las medidas de confinamiento sanitario, en
donde la situación adquiere ribetes de locura en estado de emergencia. Apoderados
amenazan con acciones legales, coordinadores pedagógicos con planes de trabajo on line
para los alumnos que se llenan de guías de aprendizaje, profesores angustiados por la
incertidumbre a perder la pega, algunos sin internet, se ofrecen aplicaciones móviles, cunde
el stress, se sueña con la conexión total en medio de un sueño mayor, el logro de objetivos
por medio de la misericordia de la nueva providencia: la telepresencia.
En medio de todo esto, predominan los comunicados laborales de expresiones
grandilocuentes del tipo: “logro de aprendizajes significativos” en condiciones de
suspensión dramática de todo contexto previo; discurso aderezado por proclamas de gran
tonalidad afectiva: “esta crisis nos ha hecho reflexionar sobre la importancia de las
relaciones humanas…”. En un escenario caracterizado por una total incertidumbre, el
ministro de educación declara vacaciones adelantadas para la segunda y tercera semana de
abril; lo que sucede a continuación es digno de un buen cómic distópico: nadie entiende
nada, las autoridades decretan estado de emergencia y cuarentena en varias ciudades de
habitantes escépticos de la virulencia del COVID-19; hay escasez en algunos supermercados,
se abrigan dudosas esperanzas de retorno a la normalidad en el período de dos meses, filas
de ancianos cobrando pensión en las cajas de compensación totalmente expuestos y sin
organización de parte de los responsables; la desigualdad nos golpea fuerte abajo; una
autoridad sanitaria local se pasea sin guantes ni mascarilla en concurrido supermercado
(días atrás la seremi de salud de la Araucanía contagia a todo un gabinete); a la interpelación
de “casa de herrero cuchilla de palo”, responde azorado que basta con lavarse las manos
con abundante jabón; se aleja muy turbado. Es curioso, la gente que trabaja en salud,

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El caso Jadue

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muchos con una mezcla rara de estilo roquero aspiracional, se pasean con gesto altanero y
expresión de escepticismo frente a las medidas de extrema cautela debido al potencial de
contagio del virus; lo peor de lo chileno emerge con furia; aumenta la cifra de contagios y
se declara la ciudad en cuarentena, faltan insumos, en Chiloé envían tropas de carabineros
en lugar de insumos médicos. Frente a este desconcierto general, el teletrabajo pretende
lanzar el ancla que nos devuelva a la realidad por medio de la tecnología y el espíritu
corporativo, imponiéndose con gesto de crudo realismo como el nuevo sentido común en
tiempos de crisis. ¿Cómo nombrar esta locura?.

La hipótesis del estallido domiciliario


En este sentido y ensayando un contraste con lo sostenido por Franco Berardi, (2020) para
el caso europeo de confinamiento domiciliario, según el cual la pandemia nos sustrae al
tiempo productivo del capitalismo, dejándonos flotar en la corriente suspendida del capital
como haciéndonos los muertos en el flujo de un tiempo vital recobrado (peces y cisnes por
los canales de Venecia) en donde cualquier gesto revulsivo resulta inútil, lo cierto es que
leído desde las coordenadas abiertas por la interrupción de la temporalidad neoliberal en
la rebelión popular de octubre del 2019, el confinamiento sanitario y su modulación on line
nombraría la extrapolación del cometido gestional corporativo a los estrechos límites de los
hogares, con el declarado propósito de inocular el virus de la normalidad de los procesos;

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no vaya a ser que tanta incertidumbre termine por disipar la visión de vivir en un impoluto
paraíso.
Subyace a esta visión una vieja historia de colonización de las más diversas esferas de la
vida social por la tecnocracia gestional del empresariado y su postulado de fragmentación
de todo diagnóstico, con sus consabidos efectos nocivos sobre toda posibilidad de
discrepancia que acaba siendo invisibilizada bajo el peso del imperativo funcional de ajustar
cada detalle a sus criterios técnicos (Mayol, 2020). Las consabidas tablas de indicadores que
escamotean el proceso real en las empresas (tan caras en la educación como en la gestión
pública), las políticas de flexibilización laboral de inspiración antisindicales, las estructuras
jerárquicas y excluyentes de tomas de decisión en las organizaciones (los famosos equipos
de gestión, lugar de residencia del vasallaje antisindical), en suma, la despolitización de los
procesos sociales, laten en el fondo de la sonrisa falsamente amigable del gesto corporativo.
Mueca crónica que evidencia la ausencia total de cultura, visión o imagen de mundo
(términos ajenos a la mirada gestional) que irrigue de sentido a las acciones destinadas a la
sobrevida de las organizaciones de las cuales formamos parte de manera marginal, como
función, nunca como sujetos.

Pedagogía de la pérdida
Lo cierto es que las actuales circunstancias nos recuerdan que más allá del sueño técnico
del control estratégico e instrumental de toda variable y en todo lugar y momento, la
transmisión pandémica global fue posible a propósito del despliegue global de la técnica a
escala planetaria de un capitalismo que experimenta sus límites antes del colapso total; lo
que nos enseña que tratándose de soluciones técnicas obramos siempre sobre la base de
una incertidumbre que nos asecha a cada momento y que nos viene al encuentro de
múltiples formas; la primera se desvela como amenaza biológica, la segunda como amenaza
autoritaria a todo nivel, lo que viene a continuación no lo sabemos. Quizá es el momento
de los hackers y su utopía de viralización total que nos dará el golpe de gracia, quizá esa
nueva clase de iluminados de turno y su ofertón de salvación eterna on line a la medida de
la actual emergencia, de seguro el recurso al estado de excepción nos mantendrá

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amedrentados con los fanáticos de los toques de queda y la milicia en las calles. Lo que sí
es seguro es que, tarde o temprano, la incertidumbre frente a estas y otras amenazas
imaginarias y reales a la vida, exigirán el tránsito hacia formas de reflexividad emergentes
que ya habitan en medio de la crisis y que demandarán de cada uno de nosotros la
disposición ecológica para ensayar nuevas formas de residencia en la tierra a partir de un
renovado arraigo de la sensibilidad común que, a fuerza de confinamiento, nos podría
devolver la posibilidad de pensar y vivir de otro modo, más allá de los criterios de eficacia,
control y rentabilidad, habitando el ciber espacio como una pedagogía on line de la pérdida
que tenga el poder de despertarnos del sueño dogmático de ser los ganadores olvidadizos
del honor y la nobleza de la derrota, la otra parte del juego.

Salida
En el momento en que termino de redactar estas líneas, el país entero se transforma en una
zona de sacrificio; las medidas de última hora impuestas por las autoridades ponen a
disposición de las empresas decretos de despido, protocolos sanitarios de retorno al trabajo
(redactados por los mismos empresarios), autorizaciones sanitarias de apertura de centros
comerciales (200.000 personas han acudido a los mall en medio de medidas sanitarias de
confinamiento), proyectos de ley de trabajo on line, sacrificio de funcionarios del sector
público, militarización de la crisis sanitaria, envío de fuerzas represivas a Chiloé (como si el
virus se fuera a rendir, diría un amigo filósofo), alzas en los planes de salud; dura venganza
de los poderosos al cuerpo social movilizado que nos adelanta el panorama totalitario que
se nos vendrá con fuerza en el retorno de la re-vuelta que se reinscribe en el horizonte más
próximo. Por redes sociales se teje una denuncia colectiva por la manipulación de datos por
parte del ministro de salud quien anuncia que la curva de infectados se acerca a los
recuperados (de entre los cuales se suman a los fallecidos), al tiempo que reprimen y toman
detenidos a dirigentes de la ANEF, que protestaban por el retorno forzado a labores
presenciales.
Sólo recordar ante las insistentes súplicas de los promotores del modelo para volver a la
normalidad de las labores productivas, que esto no significa simplemente volver a la

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normalidad de nuestras vidas y sus sueños incluidos, sino y sobre todo, es retornar al tiempo
de la crisis, que también está hecho de pesadillas, es decir, a la normalidad de las prácticas
antisindicales y la gestión autoritaria y excluyente en el trabajo, de la desigualdad
estructural en educación, salud, pensiones, vivienda, a la represión brutal del estado ante
las demandas del pueblo, a la impunidad ante el desfalco del patrimonio público y el robo
de cuello y corbata, a la impunidad de la represión institucional, sistemática y criminal
contra el pueblo mapuche, a la discriminación de género y la diversidad sexual y todo
pensamiento diferente, a la violencia y discriminación sobre la mujer, a la marginación de
los deudores crónicos de crédito universitario, al genocidio de las listas de espera, a la
depredación demencial del ecosistema natural, social y cultural por las industrias forestales,
mineras y salmoneras y a las zonas de sacrificio como sus destinatarios inmediatos, al
DICOM, al chaqueteo consumado en la cultura laboral y el pitutismo político de turno, en
suma, a los arreglines de la clase política y empresarial para mantener un sistema de
prebendas corporativas que encubre todo lo anterior.
Y así, bajo nuestras propias narices, el estado de excepción sanitaria consuma, en una
aparente paradoja entre normalidad y excepción, un nuevo paradigma jurídico – político
puesto en juego en la zona de indistinción de los ámbitos laboral y domiciliario, zona de
contagio que le permite ensayar refinadas y pulcras formas de gestión y control sobre un
cuerpo colectivo en estado de latencia social y eventual implosión domiciliaria. ¿Nos
resistiremos a reconocer esta evidencia?.
Si como sostiene Emanuele Coccia, los virus son la forma en que el futuro existe en el
presente, me pregunto ¿Qué es lo que podemos aprender de este nuevo schock del futuro?,
¿seguiremos apostando entre vida o economía? ¿o pondremos en práctica nuestra
consabida virtud popular para sobreponernos a las penurias del infierno para volver a dejar
todo como estaba una vez más?.
Reviso las noticias por internet: “A seis meses del estallido amanece repintada la estatua de
Baquedano en la Plaza de la Dignidad”. Al otro día la plaza vuelve a ser rayada; Uno de los
grafitis dice: “Mutantes unidos, jamás serán vencidos”.

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