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El condicionamiento en los pazos de Pardo Bazán

Elena Gálvez

Mediante una segunda edición publicada en 1883 de su libro de artículos sobre realismo y
naturalismo, La cuestión palpitante, prologada con elogios por el escritor Leopoldo Alas “Clarín”,
la escritora Emilia Pardo Bazán adquiere la fuerza suficiente para entregarle al mundo literario
en 1886 una de sus obras más importantes: Los pazos de Ulloa. En esta novela, la autora expone
su destreza para describir a profundidad personajes y su entorno, con ello, da a conocer la
ambivalencia de su natal Galicia, tan instintiva y salvaje, como espiritual y recatada.
Con una novela que se desarrolla en un tiempo histórico cercano al de la propia autora,
ella se convierte en testigo y cronista de su época. La obra inicia con el recorrido inhóspito por
tierra montañosa que hace Julián Álvarez, un joven sacerdote proveniente de la ciudad. Después
de unos días llega a los pazos de Ulloa, universo rural regido bajo sus propias normas, unas muy
distintas a las que operan la moral citadina. Tanto el personaje como el lector son recibidos por
una imagen estrepitosa: marqués y mozo se entretienen al obligar a un niño a beber alcohol hasta
la embriaguez mientras su madre observa sin tomar postura.
Los problemas de orden moral expuestos en el universo pardobazaniano no son ajenos a
los de sus contemporáneos, sino propios de los escritores del realismo y naturalismo español.
Basta con recordar que La regenta de Clarín, publicada dos años antes que Los pazos de Ulloa,
alarmó a la sociedad española de finales del siglo XIX por haberse adentrado en temas de
adulterio. Por su parte, Pardo Bazán indaga en la diferencia de clases y en cómo tanto los nobles
como los lacayos se dirigen por igual hacia su propia perdición. Una de las intenciones de los
naturalistas podría ser la de incomodar al lector para que pueda ver todos los matices de la
condición humana, tanto lo luminoso como lo sombrío.
El personaje Julián llega a los pazos como el catalizador que restaurará el destino de un
lugar en decadencia. Es enviado por el señor de la Lage, tío biológico del marqués don Pedro,
para ayudar a su sobrino en la administración de la casa solariega. En esta historia, los personajes
están condicionados por su entorno, un rasgo característico del realismo y naturalismo literario.
Pardo Bazán plantea lo rural como el medio que acentúa y potencia la animalidad de don Pedro
y sus trabajadores, incluso podemos apreciar la destreza de la autora para nombrar a sus
personajes de manera simbólica, tal como lo hace con Primitivo, mozo principal y padre de Sabel,
una mujer con quien con quien el marqués tendrá un hijo ilegítimo, un linaje donde precisamente
continuará el primitivismo.
En don Pedro, un hombre violento, machista y soberbio, la autora nos presenta el lado
inculto de la nobleza. La ignorancia de este personaje permite que la servidumbre, liderada por
Primitivo, ejerza dominio sobre su patrón. Este mozo posee fuerza manipuladora, aunque
igualmente carece de raciocinio, para él lo importante es robar por robar, apoderarse
desmedidamente de la riqueza sin ningún otro propósito que el de saberse poderoso, tal como
sucede en el mundo animal donde el poder está en el más fuerte de la manada.
La animalidad de don Pedro se matiza en la relación extramarital que sostiene con Sabel,
quien a pesar de ser maltratada tanto física como psicológicamente por él, continúa la relación
aún después de dar a luz a Perucho, su hijo ilegítimo, producto de encuentros meramente
carnales. Desde un principio salta a la vista una de las sentencias de esta obra: el hombre
dominado por sus instintos, pues Julián tiene muy presentes las palabras que le dijo el señor de
la Lague respecto al marqués “Encontrará usted a mi sobrino bastante adocenado… La aldea,
cuando se cría uno en ella y no sale de allí jamás, envilece, empobrece y embrutece”.
La dualidad es una constante, y los elementos se van desarrollando como en una suerte
de antagonismo donde se enfrentan el campo y la ciudad con sus respectivos representantes. Del
lado citadino están los personajes sutiles, en quienes resalta lo femenino, la fuerza pasiva, tales
como Julián, Nucha, Manuel de la Lage y nené; y del lado rural están Primitivo, don Pedro,
Perucho y Sabel, dotados de fortaleza física, en ellos resalta lo masculino, la fuerza activa y una
tendencia dominante.
Ante la pérdida de la moral, la religiosidad, representada por el joven sacerdote, se hace
presente para salvar al marqués de la barbarie y sus pecados, en un intento por preservar el
orden social. Por esta razón, Julián decide llevar a don Pedro con su tío y presentarlo con alguna
de las cuatro hijas del señor de la Lague, para así, alejar a la salvaje y sensual Sabel del terreno
de las tentaciones. En el encuentro entre ambos familiares, Pardo Bazán clarifica las diferencias
entre lo rural y lo urbano. A Manuel de la Lage lo describe como un hombre reservado, con una
auténtica preocupación por la familia y un comportamiento sutil con las mujeres, como si en la
ciudad, la ética y la moral tuvieran una evolución sustancial respecto al campo. De igual forma,
la autora es incisiva en la descripción física, pues dibuja al tío con sobrepeso, producto del
sedentarismo citadino, y a don Pedro con un cuerpo fornido y saludable obtenido en las tareas
del campo.
Gracias a la visita del marqués a sus familiares es que él logra contraer matrimonio con su
prima biológica Nucha, con quien pretenderá reivindicar su linaje, pero Nucha enferma al quedar
embarazada. En esta relación en donde don Pedro arruina la salud de su esposa, se infiere que él
puede ser quien genera y esparce el mal. Como resultado de este matrimonio fallido nace Nené,
la hermanastra de Perucho, y es en ambos personajes infantiles donde por primera vez veremos
atisbos de genuina humanidad, pues el hijo ilegítimo decide cuidar de ella y darle el amor que él
nunca recibió por parte de alguno de sus padres.
Desde la tercera persona, con un narrador omnisciente donde el peso cae en la
descripción del ambiente, Pardo Bazán nos entrega la metáfora del hombre corrompido por su
animalidad y un conjunto de personajes que están plenamente condicionados al medio en donde
se desarrollan, como una suerte de destino irrevocable mediante el cual la autora veía que estaba
determinada la España de finales del siglo XIX. Perucho es Pedro y Pedro es piedra… Sísifo, el
Sísifo de la mitología griega que empuja la piedra cuesta arriba hasta arrojarla hacia el valle para
volverla a subir, así eternamente, como en el universo pardobazaniano donde todos son Pedros-
piedras condicionados a la permanencia de un medio del cual no pueden salir.

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