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los planes de política «criminal» del Estado”. De este modo se afirma la ultima ratio del
Derecho penal.
Estas dos vertientes se unen, al fin y al cabo, en la exigencia de que el Derecho
penal debe conseguir su propia racionalidad, como señaló BRICOLA, conteniendo su
tendencia “inflacionista” y procurando que su papel de instrumento excepcional, de
“extrema ratio”, sirva para la tutela “fragmentaria” de los bienes jurídicos esenciales
para la existencia y desarrollo de la comunidad estatal. Es cierto, sin embargo, que
esta exigencia choca desde hace mucho tiempo con la tendencia “neocriminalizadora”
del Derecho penal que ha puesto en evidente crisis la vigencial real del principio de
intervención mínima1.
En efecto, podemos comprobar en la mayoría de los países en los últimos treinta
años, una tendencia clara hacia la expansión del Derecho penal, hacia el recurso al
Derecho penal como “solución anticipatoria” a los nuevos peligros o, cuanto menos,
como respuesta simbólica a la sensación de inseguridad frente a los mismos. Este
fenómeno que Silva denominó de expansión del Derecho penal, Albrecht como
“contrailustración”, que otros encuadran en el “Risikogesellschaft, y dos sectores muy
distintos de la doctrina han preferido denominar de “modernización”, unos, como
Hassemer mucho antes que Silva, para criticarlo, y otros como Schüneman, parar
defender esta tendencia política criminal y justificarla como medio para incluir en el
ámbito de la persecución criminal a las clases sociales poderosas en sus actividades
de lesión y puesta en peligro de bienes jurídicos como el medio ambiente, el orden
económico, etc, puede considerarse general para toda Europa.
Sea como fuere, y lejos de discusiones terminológicas en cierto modo estériles,
lo que no puede negarse es que existe hoy en día una tendencia general a la
utilización del Derecho penal, probablemente con mera finalidad simbólica, para el
intento de solución de todos los conflictos sociales que aparecen. Ámbitos como el de
la criminalidad económica, la criminalidad contra el medio ambiente, la inseguridad
informática, el terrorismo, el tráfico de drogas, la pornografía infantil, la exportación de
mercancías peligrosas, la inmigración o la violencia doméstica, han logrado lo que
prácticamente nada había conseguido: poner de acuerdo a ideologías políticas de muy
distinto signo en el pensamiento de que la solución a todos esos problemas pasa por
reformar las legislaciones penales y, normalmente, hacerlo incluyendo nuevas figuras
delictivas en las que se sancionan, cada vez con penas más graves, comportamientos
2. El principio de proporcionalidad
“DERECHO PENAL I” – LECCIÓN 4
Profesor: Fernando Miró Llinares
2 MARTOS NÚÑEZ, J.A.: “Principios penales…”, ob. cit., pág. 244. Como ha destacado entre
nosotros QUINTERO OLIVARES, independientemente de la concepción que se sostenga sobre los
fines de la pena,” […] es lo cierto que, en todo caso, ésta tiene como razón la comisión de un
hecho exclusivamente. Si la potestad punitiva no respeta el límite, interviniendo la libertad de
los ciudadanos aun sin que se hayan cometido hechos delictivos, desaparecerá la seguridad
jurídica, garantía esencial del Estado de Derecho” (QUINTERO OLIVARES, G.: Represión penal y
Estado de Derecho, Dirosa, Barcelona, 1976, pág. 113).
3 GARCÍA-PABLOS DE MOLINA, A.: Derecho penal…, ob. cit., pág. 359.
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Profesor: Fernando Miró Llinares
4. El principio de culpabilidad
COBO DEL ROSAL y VIVES ANTÓN enuncian el principio de culpabilidad como “[…]
el reproche personal que se dirige al autor por la realización de un hecho típicamente
antijurídico”4, considerando que su fundamento se encuentra en “la libertad humana:
4 COBO DEL ROSAL, M./VIVES ANTÓN, T.S.: Derecho penal…, ob. cit., pág. 535.
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Profesor: Fernando Miró Llinares
los efectos de prevención general y especial que se le deben exigir, pena que se
puede aplicar a aquel sujeto que podría haber evitado esos actos.