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con los seres vivos, luego con los animales, en fin las inclinaciones pro-
pias que lo definen como ser específicamente humano. Ahí afirma 10
que sigue:
Es inherente al hombre la inclinaci6n al bien racional propio de su naturaleza
específica: así tiende naturalmente a conocer la verdad acerca de Dios y a vivir n e
sociedad. De acuerdo con eso, pertenecen a la ley natural las realidades que coms-
ponden (quz spectant) a esas inclinaciones, como por ejemplo la tendencia humana a
evitar la ignorancia, a no ofender a aquellos con quienes se debe convivir y a otras
cosas semejantes. . .ll
comrnunis et boni singularis, sicut et alia est ratio totius et partis" (hay
una diferencia no sólo cuantitativa sino formal, por su idea misma, entre
los dos tipos de bienes) 15.
Dicho con otras palabras: el hombre es originalmente social y la socie-
dad es humana. El rol mediador de la comunidad implica que el mo-
mento de negatividad expresado en la diferencia formal de los dos tipos
de bienes, individual y común, admite una cierta superación positiva: el
bien de la comunidad es en cierta manera el bien de cada uno de sus
miembros. Sabemos, sin embargo, que esa superación es limitada y que
nunca se alcanza la identificación plena del "mismo" y del "otro". La
búsqueda de una síntesis perfecta, de una perfecta reconciliación, abre
al hombre a una perspectiva transhistbrica.
3. - Es aquí donde Tomás de Aquino introduce la dimensión propia-
mente teologal del cristianismo. Sus tratados acerca de las leyes Antigua
y Nueva, prolegómenos indis~nsablesde sii reflexiii~sobre la gracia,
prueban, a quien sabe leerlos en esa perspectiva, que e1 afhn de pIena
reconciliación ínsito en el corazón del hombre ha comenzado a recibir
su respuesta en la historia a través de 1a economía de salvación cristiana.
Así se enlazan el comienzo y el fin de la 1-11. El deseo de Dios, fin
último y bienaventuranza plena, que cual inmensa utopía abrió la me-
ditación, desemboca en la posibilidad concreta, real de lograrla: posibi-
lidad histórica asentada en los dos Testamentos, posibilidad ontológica
por la divinización gratuita del hombre, convertido así en perfecta ima-
gen de Dios, mejor aún, en instrumento dócil de su Espíritu. Las pro-
longaciones concretas de esta idea forman el ámbito de toda la moral
especial de la Suma, lo que se conoce como la 11-11.
Con estas consideraciones sobre la estructura fundamental de la doc-
trina ética de Tomás de Aqiiino podemos comenzar nuestro intento de
diálogo.
16 C f . P . R I C ~ U R ,
Philosaphie de la volonté, tomo 1: Finitude et cul@abilité, Aubier,
Paris, 1960, p. 160 y s.. (trad. esp. Finitud y culpabilidad, Taurus, Madrid, 1969,
pp. 171 y SS).
17 Cf. texto citado en la nota 14: ". . . todo lo que el hombre es, lo que puede
y b que time, debe ser ordenado a Dios".
18 Cf. C. M E R ~ SLO . ~espmsabilitédes chrétiens dans la Iettre & Paul V I au
cardinal Roy, "Nouvelle Revue Théologique", 1972, pp. 173-184, especialmente la
nota de la página 186, donde se insiniia el esquema histúrico-sociol6gico que desarro-
llamos por nuestra cuenta.
todavía al descubriniiento teciiico industrial y a las posibilidades que
kste ofrece. Agricultura, artesanía, explotación primitiva de minas, se
situarían en esta fase.
O) La segunda comenzaría con el fenómeno de la industrialización.
Se salta hasta los siglos XVIII y XIX, donde eclosiona la dimensión
tbcnica, en el sentido moderno de la palabra, que abre los procesos de
transformación industrial.
c) La tercera, continuación de la anterior y dependiendo en gran
parte del vertiginoso desarrollo técnico ocasionado por la segunda gue-
rra mundial (1939-1945), se centra en el hecho de la socializacicjn, el
cual, a través de diversos servicios, lleva el intercambio entre los hom-
bres a dimensiones absolutamente inéditas (comercio, viajes, informacio-
ne5, medios de comunicación en general. . .)
d) La cuarta y última, la que nos toca vivir, no parece todavía con-
iigiirar un modelo definido, único y característico. Suelen señalarse cier-
tos aspectos que se imponen aceleradamente a la atención mundial,
i eElejando de alguna manera necesidades y nuevas aspiraciones humanas.
Iiritre esos iasgo\ cabría citar: el problema del ocio (tiempo libre), la
ciiitiira, relaciones interpersonales en general, la urbanización y sus secue-
la$, problema5 de contaminación y de biosfera, etcétera.. .
Semejante esquema arroja luz, y a su vez es fecundado, por cuanto
se lleva dicho. Si la primera fase se acantona en el ámbito de la mera
~iipervivericia,ya pone con todo de manifiesto lo que se polarizará en
el segundo período: el "tener" se acentúa con el fenómeno de la indus-
trialización. No en vano la problemática centralmente económica de
Marx fluye de ese contexto crítico. El "poder", por su parte, tiene par-
ticular afinidad con la tercera fase. El fenómeno de la politizaáón que
I~oyciinde es la última y más radical expresión de la socialización que
caracteriza al tercer periodo. Ahora bien, el campo predilecto de la
voliintad y del e,jercicio del poder, aunque se lo atenúe bajo los epítetos
tle participación, cogestión, autogestión, es ciertamente la política. Es-
trictamente hablando, la política es el ámbito del poder.
Queda el "valer": afán de desarrollarse, de lograr la perfección per-
sonal y social. El campo de la "magnanimidad", como decían los anti-
giios. Es una actitud personal omni-comprehensiva: no se limita a una
sola de las fases sino que, de manera más o menos acentuada, las invade
todas. Es el hombre que va buscando de diversas maneras y en distintos
terrenos la realización personal (en la economía o en la política). Y es
.ella precisamente, que, por la rwón apuntada, conduce del "tener" y
del "poder", comprobados insuficientes, al "deber". Si, como insinua-
mos, una posible traducción moderna del deber es el "sentido", esa bús-
queda apasionada de nuevos valores capaces de devolver su significación
a la existencia del hombre, ese "deber" entra plenamente en las carac-
terísticas de la cuarta fase. Todavía insuficientemente bosquejada, ella
parece ir centrándose en los problemas de la cultura, con lo que coinci-
dimos con la dimensión propiamente moral del esquema tomista: las
virtudes son, por esencia y definición, el cultivo de las energías múltiples
del hombre (cultura en sentido general). Por otra lado, ellas están de
tal modo relacionadas entre sí que suponen una determinada jerarquía.
I,a primacía de las virtudes intelectuales adquiere entonces relieve, po-
niendo de manifiesto el sentido estricto de cultura. lo que hace al cono-
cimiento del hombre, con lo que se abre -según insinuaba el texto capi-
tal citado al comienzo de nuestra reflexión- el amplio campo de la
educación y con ello el horizonte de la búsqueda de Dios, Traduzcamos:
se despeja el campo para que el hombre se plantee críticamente los inte-
rrogantes últimos de la existencia.
l a fase --
Podemos, pues, completar nuestro esquema:
supervivencia
F fase
3+ fase
49 fase
- tener + amor rerum
[valer --+ amor sui]
poder --, amor aliorum
-+ deber --, sentido (moral y
co~icupiscencia
irascibilidad
19 En este punto es 6til la lectura de los libibs de Gi. FESSARD, Autmitd et bien
commun, Aubier, Paris, 1946, y De l'actualitk historique, D.D.B., Paris, 1960, 2 tomas.
EDUARDO BRIANCESCO
-0 Santo Tomas nos parece ser en esto el heredero cle San Agustin: cf. R. HOIIF,
néatitude et sagesse. Saint A g w t i n et le probl2me de la fin de l'hommp. daizs ?o philo-
~ o p l t i eancienne ("Études Aug."), ParioWorcester (IJ. C.), 1962, p. 296, donde se insiste
rii cl fin svpra-tnoral de la moral agiistiniana.
22 EDUARDO RRIANClESCX)
21 Seria interesante hacer comparaciones por ejemplo ron la postiira de Eric Well.
Cf. s i l Philosophie politique, Vrin, Paris, 1971, pp. 257-259.
-2 Leer un importante texto de la 1-11. q. 10, a. 1 , c: ". . .es necesario que el
principio de los movimientos voluntarios sea algo naturalmente querido. Esto es el
úien en comun ("bonum in communi"), al que la voluntad tiende naturalmente, como
rualquier potencia, hacia su objeto, y también el mismo fin ultimo, que en el orden
<le lo apetecible se oomporta como lo hacen los primeros principios de la deniostra-
cibn en el nivel intelectual; y universalmente todas las m a s que convienen natural-
mente al sujeto que apetece".
-3 <:f. E. BIDCH,Da5 Prinzip Hoffnung, Tübingen, 1958, tomo 1, 11. 148.
wciedad política debe, pues, ser una sociedad libre y pluralista. Eviden-
teiiientc, Tomás de Aquino no defendió explícitamente esto y mal podría
Ii;il>erloIiecho en épocas de cristiandad. No se trata, por lo tanto, de
repetir aquí lo que pensó el Santo Tomás histórico ni de acomodar su
tloctriria para hacerla aceptable o al menos pasablemente moderna. Se
trata de comprender que "todo problema bien puesto permite acceder a
tina verdad que a su vez introduce a muchas otras: esto no es imposible
salvo que se desespere de la verdad y de la unidad fundamental del
espíritu humano" 24. ESOquiere decir: la concepción ética fundamental
del Aquinate lleva a concebir las relaciones entre lo político y religioso
de manera tal que su última y madura expresión sea la sociedad plura-
lista plenamente respetuosa de la libertad de religión.
Que ambos poderes, el civil y el religioso, deban trabajar en colabo-
ración y no como adversarios, suponiendo que cada uno de ellos se
mueve en su terreno propio, implica en buena lógica el abandono del
esquema de cristiandad medieval y el paso al respeto a la libertad reli-
giosa, en el sentido pleno de la palabra, como culminación de la aper-
tura del hombre a las dimensiones utópicas de la verdad, largo camino
que debe ser recorrido por las filosofías, el arte y las religiones.
Así se vislumbra nuevamente, al concluir, la importancia del proble-
ma de la cultura comprendida en toda su profundidad. Y por lo mismo
también, de esos recintos o laboratorios de cultura que deben ser las
universidades. Que esto interese hoy a nuestro país es innecesario repe-
tirlo. Como argentinos y como cristianos, sólo nos queda imitar la gran-
deza ejemplar de Tomás de Aquino, doctor de la Iglesia y lumbrera de
París, la más grande universidad de su tiempo, para estar presentes, en
esta hora de la Iglesia y de nuestro país, en los problemrts esenciales del
Iiombre actual, problemas que, creemos, se resumen en una sola palabra
hoy por desgracia terriblemente manoseada: la cultura.
Por todos estos motivos, y muchos otros que han quedado tácitos en
el trayecto, ha parecido oportuno y razonable detenerse a reflexionar con
ocasión del VI1 centenario de su muerte, sobre el testimonio de Tomás
de Aquino, maestro de vida social.