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,SÓLO UNA'

l'anos a comenzar nuestro curso sobre las enhevistas prelimi-


úcs v l,a errtrada en análisis. Quiero comenzar con dos citas que
hde situar parte del marco con el cual vamos a trabajar este año.
Ll primera que corresponde a un texto de Freud, dice así:
'Si intetttamos aprender en los libros, el noble juego del aiedrez, no tarda-
nanos m ndt¡ertir que sóIo las aperturas y los fnales pueden ser objeto de
una exposición sistemática exhnustiaa a la que se sustrae, en cambio,
btalmente, In infinita uariedad de las jugadas siguientes a la apertura.
Solo el estudio de partidas celebradas entre mnestuos del ajedrez puede
cegar esta laguna. Pues bien: las reglas que podemos señalar para la prác'
üca del tratamiento psicoanalítico están sujetns a idéntica limitación".1

La cuestión planteada por Freud es simple: como en una caja


qr4 a la entrada y ala salida podemos dar cuenta de los Proce-
,,#irnientos que se van produciendo; mienhas que 1o que acontece
cn el medio es muy difícil encontrarle alguna regularidad. Sólo
dgunos maestros han dado cuenta de la lógica que sustenta los
púocesos que allí tienen lugaf -nosotros diríamos: en el consulto-
rb, errtre analista y analizante. Intentaremos servirnos de sus en-
danzas.
La segunda cita que ha sido y es señera para mí es la siguiente:

"Todos saben, muchos Io ignoran, Ia insistencia que pongo ante quienes


me pidcn consejo sobre las entrwistas preliminares en el aruílisis eso tiene
una función, para el analista por supuesto esencial. No hay entrnda posi-

-- p.""a,
S.: "La iniciación del tratamiento" (1913\, Obras Complefas, Tomo II,
Edibrial Biblioteca Nueva, Madrid, 198'1,, pág. 1.661,.
11,
En¡¡¿sro S. S¡¡¿¿rn¿

ble en anáIisis sin entrez;istas preliminares,,.z

Esta frase es asertiva. Es categórica: ,,no hay entrada


en análisis
sin entrevistas preliminares',. Vamos a escribirlo así:

Ea=>Ep
He introducido un símboro lógico, el de la implicación (=)
p*u
escribir que Q^entrada en análisis requiere
-dándole alli un varor
prominente- de las enhevistas preriminares. De esta forma
se ubi-
ca una condición necesaria para el lanzamiento
del dispositivo ana-
lítico. Esto pareciera ser una obviedad pero si ustedes conversan
con colegas de otras orientaciones, constatarán que no
es una ver-
dad que vaya de suyo que la entrada en análisis esté determinada
por las entrevistas preliminares y que sigan su lógica.
sin embargo, desde nuestra orientación lacaniÁa tenemos
este
enunciado asertivo que rocaliza como condición de la
entrada en
análisis las entrevistas preliminares.
¿eué quiere decir esto?
En primer lugar que la entrada en análisis no es un procedi_
,
rrLiento automático que se pueda regular anticipadam"r,L
d" u,.,
modo automático, o sea: no se tratJ de determinado número
de
entrevistas fijas que darían cuenta en su resolu ción, apartir
secuencia pre-programada, de una entrada en análisis.
d;;;

da
. Es decir, que hay algo más que ha de suceder para que la entra_
análisis se produzc a, a partir de ras entreviitas preliminares.
3n
En ese algo más está el húeso, la clave, el resorte mismo
de la
causa. Vamos a ver cómo podemos ceñirla hasta localizarla.

- si digo que las entrevistas preliminares son condición de entra-


da y que algo más tiene que suceder se puede desprender
,l6gica_
mente, que las enfrevistas preliminares ap¿rrecen ya como
cierto
dispositivo que habría de permitir la entrada. Ese áispositi";
h;-
brá de qqos,trufu las condiciones de anarizabilidud. para
Jacques
Lacan las entrevistas preliminares cumplen una función
absoluta-
mente precisa: ev4tuar las condiciones de posibiridad de una
per-
sona de soportar la apuesta analítica. Hay no sóro er di"foritirro,

2
Lacan, |. : Seminario 19, " El saber del psicoanalista,,
1971.
12
II
II ¡-rtnrREr4.sz{spRELrLra/¿RESyL,qENTRADAEN,4NAT.¡sIs

tl
I !f ern'eristaepreliminare_s, sino que ellas están en relaciónde sub-
ldtirlaciónrespecto al dispositivo para el cual y alcual ellas habrán
f ü m-ir: el análisis.
I L.ror- hablando, entonces, del valor instrumental de las entre-
I rmr" prelirrinares. ¿A_qué nos ryfe{1ng
-al
hablar de "criterios de
f -"*f-r'biü dad"?
I tu.nr"r*,
I r la diferencia de estructura, es decir, a una cuestión
-
¡ ña$ostica, a una evaluación clínica.
I
I R*ptesta:
[ - + la posición del sujeto.
I

i fS.' Muy bien. Se trata de la localizaciónsubjetiva. El texto de


I u'ererencia que va a atravesar todo este curso/ es un libro que perte-
I rme a Jacques-Alain Miller, Introducción al método psicoanalítico.3
' Con las respuestas que ustedes me han brindado tenemos dos
de los elementos centrales para situar los "criterios de
roulizabitidád": Ia waluación clínlca y la localízación subjetiua. Falta-
rla uno más, que es consecuencia de los dos anteriores: la apertura a
; inconsciente. ..

Interaención: ; '.'. , .; '.:' " .:,: ,-


-Yo había escuchado que no hay una sola entrada en análisis
sino que en un análisis hay varias entradas.
Si se utiliza la palabra apertura, es porque tiene que haber un
cierre: ¿cómo se pueden relacionar "las entradas" en análisis con la
aperfura y los cierres del inconsciente a lo largo de un análisis?

E,S,: Esa es una pregunta suscitada a partir del Seminario de Los


cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis en el que hay una ma-
nera de conceptualizar al inconsciente -especialmente en relación
con la transferencia- por fenómenos de escansióry aperfura y cie-
r.e, a partir de un valor secuencial y temporal; Lacan piensa el in-

r Miller, l.-4.: Introducción aI método psicoanalítico, Eolia Paidós, Buenos Aires,


L997.

13
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Las rtrn¡y¡slxs pRELr,vrD,iÁRE s y t-4 ENTRADA¿¡¿¿Nl¿rsrs

-, ,-.*e\-o/ estamos avanzando en la entrevista -aunque sea "a


., - -:.: :ortuga" - respecto de la posición en juego .Yaháy, presen-
-,. - i:, r.rna interpretación
realizada por el entrevistado acerca
,: :adecimiento: el Otro -en este caso una mujer, su novia-, lo
.-'.--...: además é1 supone que ella se satisface en ello, pero él no
:: :-': qué. En verdad, no está completamente seguro de su sa-
:-:--rn. Cuando lo interrogo sobre este punto dice: "me patece
- . : =--a le gusta humillarme, pero no podría asegurarlo".

=::-.os despejatse en este punto que no hay un indicador de


-"::a :especto de una pretendida suposición de goce del Otro,
'; --,r:;rdo con ello un elemento diferencial para la psicosis. En
: j l es por eso que lo interrogué en ese punto, para descartar

.- - se tratara de una convicción delirante (ella gozaría de é1,


,.-:-:'rdolo), bajo el signo de Ia certeza que indicaría perpleji-
::. el caso presente, é1 sabía que ella lo humillaba y suponía
:. =--a eso le gustaba, creía que era un gusto de ella, pero de eso
: :::. -'a SA$1IÍO.

-- =s para nada lo mismo la suposición de saber que la certeza


:-,:i. v en esta diferencia transitamos la diferencia estructur:al
- jl .rtre la neurosis y las psicosis.

::"."'ltfi:
-: '--rreguntó por qué él decía que lo humillaba y aquéllamaba
,'-',:ci6n"?

:Por empezar es preciso resaltar que hemos avanzado res-


e- momento anterior, allí el entrevistado suelta un término
,:

=- iue condensa un preciso valor de satisfacción: "humilla".


, ,,-:" de que en este punto y en este momento el entrevistado
,
=: '" qué quiere decir con lo que dice, la localización de un
---:,::rte es muy importante, sobre todo cuando indica una con-
, ,- ie satisfacción.
, -, :.-::rción de la interrogación es esencial en las entrevistas pre-
i-:-:S, por eso es preciso sifuar para qué sirve y en nombre de
' .. :rterfOga.
:- . ::a de dar lugar a que la persona que habla evidencie una
".. ---,-jad respecto a la lengua que él habita -y, m:uy especial-

27
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e
- ' -;. \' no menos para el psicoanálisis. Se trata de no dar por
ll
" ' --.: 1o que "eso" quiere decir. Uno puede tener muchas figura-
r1 .- ie un término que tiene una resonancia afectiva, semántica
t-
' --.:rte como "humillación". Ustedes se dan cuenta de que la
o . :--idad fantasmática de cada cual, puede hacer perder a cual-
u =',r. Ahí tenemos entonces la función que la interrogación cum_
i- , =:-. principio localizar, Quién habla y quién escucha. El practi_
-= lel psicoanálisis es, en la función
analítica, el receptor de la
' '' .:rda del Otro, y es instituido en ese lugar-Otro por
aquél que
:I , .-ab1a.

) -- partir de desplegar procedimientos retóricos de la lingüísti-


a -:can adjudica al analista el "poder discrecional del oyente,, y
1
:-:robamos aquí una aparente paradoja, ya que por un lado se
:. de unafunción que el analista debe emplear y -almismo tiem-
3
" - Lacan subraya que se trata de unpoder.
I ,-clarémoslo, si bien desde cierta perspectiva tar poder discrecio-
) ";.el oyente consiste en la función que permite localizar al sujeto
" -.. dispositivo, desde otra perspectiva sería aquello de lo que el
,.-ista debería privarse, ya que/ como ejercicio de un poder el
-'.1ista-oyente tendría la clave
" universal del sentido, y ¿qué más
- i:ural" que
el que escucha, al determinar el valor de significa-
r de lo emitido por aquél que habl4 intervenga desde ese po_
.: para imponer su parecer? Pero el término que modul a el poder
.- oyente es el término que le sigue: discrecional,, con el que se
:'-ita el poder, reduciéndolo a una función. Lo discreto de liescu-
- - a, pero también la discreción analítica enmarcan la función
::'.guajera en el dispositivo.
Pero en la experiencia analítica el riesgo siempre está, y el
::rtagma empleado recuerda el problema: ¿cómo se hace para no
;ar el poder del oyente instituyéndose en el lugar del Otro?
- icef para
¿Cómo
no colocarse en el lugar del otro que decide respecto a
: significación de quien habla?
El sentido común, en ese sentido, es nuestro peor consejero.
lcr eso la interrogación permite abrir la obviedad supuesta en los
.:runciados formulados, !, al mismo tiempo, conduce a estar aten-
.¡ a los pequeños detalles que puedan dar indicadores diagnósti-
--cs, o de localización fantasmática -como vamos a veÍt y que están

29

-¿
marcados en este caso.
Pero, decíamos, se “soltó” un término. Voy a escribir algo para
ubicar lo que tenemos hasta ahora:

S1 → S2
“sólo una” “humilla”

He colocado el primer significante (“sólo una”) que representa a


esta persona, la que ha devenido sujeto por esta misma función de
representación.
He colocado un signo (-,) y luego otro significante que se
desprendió en ese momento de la entrevista (“humilla”).
“Sólo una ⇒ humilla”. En estos dos significantes está
representado el sujeto, definido en tanto la “simple” remisión de un
significante hacia otro. “Sólo una” remite a “humilla”, el que -a su
vez- se hace representar por “novia”. Ustedes comprobaron que
este segundo significante fue soltado luego de un momento en el
cual parecía que nada más podía decirse: “yo vengo aquí para que
usted me diga por qué mi novia no quiere acostarse conmigo... usted
tiene que responderme”. Ustedes aprecian que la vertiente casi
natural de la respuesta iría, más bien, del lado de: “yo nada tengo
para responderle” y cuya consecuencia -casi inevitable- sería:
“entonces, me voy”.
Es decir, que en el momento en que surgió este significante -el
segundo: “humilla”-, este S2 indica que se pudo atravesar un
impasse. Podemos agregar que en esta remisión se pasa de
interrogarse: “¿por qué ella no quiere coger conmigo?” -vamos a
decirlo como lo decía él- a querer saber: “¿por qué a ella, sólo una, le
gustaría humillarme?”
Luego de abundantes comentarios acerca de la “hechología” -
'Término de la pluma de Arturo Jauretche- sexual (variados relatos
sobre sus aventuras exitosas con todo tipo de mujeres) surgió -de un
modo imperceptible para él- un deslizamiento: pasaría de hablar de
la relación imposible con su dama para continuar haciéndolo acerca
de su padre; la contigüidad del relato permitió al analista distinguir el
desplazamiento de dama a padre con nitidez.
¿Qué pasó? Estaba quejándose de ella y pasó a quejarse de él.
Imperceptiblemente, en la metonimia discursiva, se produjo este

30
deslizamiento. Era obvio para mí, pero no lo era en absoluto para el
entrevistado. Siguió hablando como si nada hubiera sucedido, de un
modo -como dirá más adelante” perfectamente natural”. Aquí se
hizo necesaria una nueva decisión por mi parte: ¿qué hacer
entonces?
¿Interpretar? ¿No interpretar? ¿Intervenir?
Ustedes se dan cuenta de que no hay ningún cálculo previo que
me podría haber informado de cómo responder, y -menos aún
garantizarme que la respuesta, que yo diera sería la aceptada.
Como recordarán, la decisión es una categoría central en los
postulados de nuestra hipótesis de base. Y vemos que no solamente
corresponde al entrevistado (y luego al analizante) confrontarse con
ella, sino -y fundamentalmente- es el analista quien se halla
interpelado en relación con la determinación y la realización del acto
analítico, ya que es a él al que se halla consagrado por su función.
Por eso decíamos que la decisión es lo contrario de los
procedimientos automáticos: ella implica varias opciones pero una
sola vía de elección.
¿Qué hice en este caso? Esperando una situación mas propicia,
decidí no intervenir; es decir, dejar que el material reprimido
estuviera más asequible para la conciencia del sujeto, mientras se
localizaban las condiciones de efectuación de la transferencia -al
menos ésa era mi apuesta. ¿Hice bien? ¿Hice mal?, en verdad –como
del deseo se pregona-, sólo “por sus frutos lo reconoceréis”, ése es
el valor de aprés-coup que tiene el acto analítico. Nunca se sabe si una
intervención en sí misma es o no es un acto analítico, solamente se
sabe por los efectos producidos a posteriori; y, para eso, hay que
soportar la espera, hay que saber que en la sesión siguiente, en la
subsiguiente o en la otra, tal vez, se sabrá si la intervención realizada
tuvo o no, efecto de discurso, es decir, como se dice vulgarmente si
“entró” o no lo hizo.
Ahora, ya que anticipé algo así como un interlocutor imaginario -
similar a ese objetor que tenía Freud en algunos de sus textos
alguien podría decir: ¿pero Lacan no recomendaba, acaso,
interpretar para situar la transferencia y no al revés como usted
parecería decir, o sea, esperar la transferencia para interpretar? Freud
decía de la relación entre transferencia e interpretación, que hay que
esperar a que se sitúe la transferencia para interpretar. Lacan viene a

31
decir: la interpretación, sitúa la transferencia, pero también al revés,
en otro momento de sus escritos. Y podríamos plantear nosotros:
¿necesariamente una afirmación es verdadera y la otra es falsa? ¿Son
dos maneras de decir: el huevo o la gallina?
Me parece más bien que se trata de esta última formulación.
Porque Lacan llega a decir, en sus últimas enseñanzas, que la
transferencia es la interpretación. Hay una función dialéctica de la
interpretación bajo transferencia. Al interpretar se sitúa la
transferencia y la transferencia se sitúa mediante la interpretación y
el acto analítico.
¿Cómo se localiza al sujeto en las entrevistas? No es dándole
alguna silla que uno lo va a localizar. Es cierto que es preciso
interpretar para situar la transferencia; es verdad, peto no es menos
cierto que debe existir un sitio -un espacio transferencial- para
producir la interpretación; por Freud sabemos hasta qué punto una
interpretación lanzada fuera de transferencia es salvaje, silvestre.
Quizás recuerden ahora -volviendo al caso- la intervención del
otro analista mencionado que había sido tan certera, como salvaje;
tan precisa como fuera de tiempo. Y acá nos estamos anoticiando
del valor del tiempo como variable esencial a tener en cuenta -en las
entrevistas preliminares: si la interpretación no “entra” en el
momento adecuado es como la ocasión, pasa de largo. Y ello sucede
especialmente en el discurso protagonizado por los sujetos
obsesivos en los análisis, pero también en muchos otros casos, y
sobre todo en las entrevistas preliminares. Por momentos no hay
cómo entrar en lo compacto del discurso con el que alguien se
presenta; entonces, se trata de cierta sensibilidad del practicante para
lograr instalarse en el hueco, apenas eso se muestra para intentar
intervenir para descompletar el universo de los dichos. Pero
entonces, ¿cómo se hace para descompletar el discurso de un
obsesivo? En la obsesión consolidada es muy difícil atravesar esa
coraza resistencial que se produce a partir de un yo fuerte, en el que
se atenaza y a lo que se circunscribe la personalidad del obsesivo;
vamos a decir, con todas las comillas del caso: “¿cómo horadar esa
defensa con la cual él nada quiere saber respecto del lugar que tiene
en lo que dice?” Él sabe lo que dice y de eso no hay nada para decir.

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Intervención:

-“No decir” puede tener carácter de interpretación.

E.S.: Muy bien. El valor de interpretación puede estar situado


muchas veces por un silencio. En otros casos, por una palabra, o
por un gesto, por un corte de sesión o de entrevista; en otros por
una frase que sea cita de lo que acaba de decir el analizante (o el
entrevistado). Es decir, que tampoco para esto hay una garantía
absoluta -prét á porter- la que daría el valor de verdad de la
intervención. ¿Qué hacer cada vez?

Eso está totalmente determinado por lo que acaezca en ese


momento, bajo transferencia, en el dispositivo analítico, y esto es lo
que no se puede reglamentar. Hay siempre un riesgo que se pone en
juego en el cálculo interpretativo, por más cálculo que se haga. El
acto analítico siempre tiene un margen de error inevitable.
El silencio, en ese caso, surtió efecto. El entrevistado volvió a
cambiar de referente una y otra vez.
Continuó hablando como si nada, sustituyendo (siempre de
modo imperceptible para él) el relato de sus padecimientos con su
novia por los sufridos con su padre hasta que, finalmente, pude
entrar en el hueco, descompletar sus dichos pidiéndole alguna
precisión: lo interrogué por una particularidad de su nombre, ya que
cuando se había presentado telefónicamente había utilizado uno y, al
presentarse en la entrevista, había empleado dos. Me explica que
omite, en general, el primero de ellos, haciéndose nombrar por el
segundo. A continuación aclara que su primer nombre es el que le
ha puesto su padre, ése es el que omite, el que es -en verdad- el
mismo de su abuelo paterno; mientras que el utilizado por él (el
segundo) ha sido el elegido por su madre; siguió hablando
inmediatamente, evitando toda fisura en su relato, dando a entender
con un gesto de malestar, que lo verdaderamente importante era lo
que él estaba a punto de contar y no lo que el otro le preguntaba:
ésta es una verdadera dificultad, especialmente en el tratamiento de
la obsesión.
Se ubica de este modo un rasgo muy preciso de la obsesión que
dificulta, en muchos casos, las entrevistas preliminares. Hay que

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poder atravesar estos momentos, en los cuales se compacta el
discurso del entrevistado de tal forma que no hay cómo dar lugar
decir algo, a ubicar una interrogación que pudiera abrir la fijeza d ese
discurso, decir alguna palabra que pudiera cambiar la orientación de
la certeza de lo que se dice.
Pero a continuación surgiría, ahora sí, un acontecimiento
imprevisto que fue producto de un lapsus decisivo: quiere nombrar
a s novia, pero en su lugar pronuncia la primera sílaba del nombre
de su padre.
Se detiene sorprendido, pretende explicarse, se altera; pero
continúa, a pesar de todo con su relato. Fue suficiente un gesto de
sorpresa por parte mía para motivar su aceleración logorreica.
neutralizándome antes de que yo dijera algo. Es decir, que
aunque él mismo había manifestado sorpresa, se molestó por la
división subjetiva producida, carraspeó y siguió de largo como si
nada, comentando la humillación que le causaba su novia con su
negativa, pasó, nuevamente, y sin solución de continuidad, a lanzar
una decidida queja sobre las privaciones que le habría hecho sufrir,
desde su niñez, su padre.
Fue entonces que relató un recuerdo que, en verdad, casi no lo
era, pues él había convivido con ese pensamiento imborrable (aun
que aislado de las demás representaciones): su odio infantil por s
padre, para manifestar, a boca de jarro -y sin inmutarse- un desee
que había reiterado desde su niñez: el de que -de una vez por todas-
su padre se muriera.
Intervine en ese punto para señalarle -ahora sí- la sustitución
“novia”/ “padre”. Frente a su sorpresa por constatar lo obvio d mi
intervención, descubrió una paradoja: su amada poseía cierto rasgos
que él ya sabía cumplirían con el ideal de mujer de su padre (lo que
implicaría que él habría ofrecido la dama de sus pensamientos a su
odiado padre).
En ese momento, y ante su visible emoción, le propuse finaliza la
entrevista. Esperé que se incorporara, lo hizo, y me pidió volver, a lo
que accedí, ofreciéndole un nuevo horario.
Como en otros casos de obsesión: eso siempre está ahí, frente a
sus narices: la carta robada está a su alcance pero no puede servir se
de ella. Tenemos, así, un elemento que permite establecer el valor
diferencial de la represión en la histeria y en la obsesión. Por lo

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dicho, en verdad en la obsesión no podemos hablar netamente de
represión, su manifestación más próxima es el aislamiento, defensa
con la que el sujeto obsesivo evita confrontarse con la consecuencia
de la proximidad de dos representaciones en su conciencia.
Las entrevistas se sucedieron en torno de las privaciones que su
padre le habría hecho atravesar, lo que justificaría el odio que le
profesaba. Hasta que en una oportunidad interrumpí una queja -que
parecía querer desplegar hasta el infinito- haciéndole notar la
retórica de defensa que enmarcaba su relato (cuando su profesión
era la de abogado). De todos modos pretendió continuar con su
alegato, cuando su atildado discurso fue agujereado por un nuevo
lapsus que volvió a sorprenderlo -lapsus producido ahora en sentido
inverso del anterior-: diciendo el nombre de su dama cuando quería
decir el de su padre.
Nuevamente la sorpresa, luego un silencio, para finalizar
confesando -con vergüenza- lo dichoso que sería “si al menos una
vez” su padre lo abrazara. Mi intervención interrogativa: ¿sólo una?
desencadenó un llanto conmovedor.
Las dos cadenas disjuntas (padre-novia) se habían cruzado por la
chispa del lapsus. Se recubrían así dos imposibilidades que las
entrevistas permitieron localizar: gozar de su dama, ser- amado por
su padre. En este punto sancioné la entrada en análisis.
Comprobamos aquí un modo de presentar la precipitación del
sujeto. La localización subjetiva es producida por el acto analítico
introduciendo la dimensión del inconsciente.
En Introducción al método..., J.-A. Miller dirá:

“Tenemos que permitir al sujeto algunos engaños y no ir a buscar, inmediatamente, al


sujeto en su fondo para decir que no es verdad, que hay una contradicción. Al contrario,
es preciso permitir, principalmente en las entrevistas preliminares, que continúe
mintiendo un poco en sus propios dichos... La localización subjetiva introduce al sujeto
en el inconsciente”.

Creo que esta viñeta clínica puede colaborar a demostrar hasta


qué punto el analista de la orientación lacaniana no está autorizado a
intervenir en el nombre de la verdad absoluta, ni en el nombre del
saber referencial de ninguna teoría (por más 'puramente' lacaniana
que fuera), ni en el nombre del padre (consejo, respuesta asertiva, o
inmovilidad técnica) que le permitiría ocupar el lugar del Otro que sí

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sabría administrar lo que hay que hacer cada vez. Ya bastante
nuestros entrevistados padecen al Otro desde el lugar que le
adjudican desde sus fantasmas, sin saberlo.

26 de marzo de 2002

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