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-- p.""a,
S.: "La iniciación del tratamiento" (1913\, Obras Complefas, Tomo II,
Edibrial Biblioteca Nueva, Madrid, 198'1,, pág. 1.661,.
11,
En¡¡¿sro S. S¡¡¿¿rn¿
Ea=>Ep
He introducido un símboro lógico, el de la implicación (=)
p*u
escribir que Q^entrada en análisis requiere
-dándole alli un varor
prominente- de las enhevistas preriminares. De esta forma
se ubi-
ca una condición necesaria para el lanzamiento
del dispositivo ana-
lítico. Esto pareciera ser una obviedad pero si ustedes conversan
con colegas de otras orientaciones, constatarán que no
es una ver-
dad que vaya de suyo que la entrada en análisis esté determinada
por las entrevistas preliminares y que sigan su lógica.
sin embargo, desde nuestra orientación lacaniÁa tenemos
este
enunciado asertivo que rocaliza como condición de la
entrada en
análisis las entrevistas preliminares.
¿eué quiere decir esto?
En primer lugar que la entrada en análisis no es un procedi_
,
rrLiento automático que se pueda regular anticipadam"r,L
d" u,.,
modo automático, o sea: no se tratJ de determinado número
de
entrevistas fijas que darían cuenta en su resolu ción, apartir
secuencia pre-programada, de una entrada en análisis.
d;;;
da
. Es decir, que hay algo más que ha de suceder para que la entra_
análisis se produzc a, a partir de ras entreviitas preliminares.
3n
En ese algo más está el húeso, la clave, el resorte mismo
de la
causa. Vamos a ver cómo podemos ceñirla hasta localizarla.
2
Lacan, |. : Seminario 19, " El saber del psicoanalista,,
1971.
12
II
II ¡-rtnrREr4.sz{spRELrLra/¿RESyL,qENTRADAEN,4NAT.¡sIs
tl
I !f ern'eristaepreliminare_s, sino que ellas están en relaciónde sub-
ldtirlaciónrespecto al dispositivo para el cual y alcual ellas habrán
f ü m-ir: el análisis.
I L.ror- hablando, entonces, del valor instrumental de las entre-
I rmr" prelirrinares. ¿A_qué nos ryfe{1ng
-al
hablar de "criterios de
f -"*f-r'biü dad"?
I tu.nr"r*,
I r la diferencia de estructura, es decir, a una cuestión
-
¡ ña$ostica, a una evaluación clínica.
I
I R*ptesta:
[ - + la posición del sujeto.
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13
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- ' -;. \' no menos para el psicoanálisis. Se trata de no dar por
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" ' --.: 1o que "eso" quiere decir. Uno puede tener muchas figura-
r1 .- ie un término que tiene una resonancia afectiva, semántica
t-
' --.:rte como "humillación". Ustedes se dan cuenta de que la
o . :--idad fantasmática de cada cual, puede hacer perder a cual-
u =',r. Ahí tenemos entonces la función que la interrogación cum_
i- , =:-. principio localizar, Quién habla y quién escucha. El practi_
-= lel psicoanálisis es, en la función
analítica, el receptor de la
' '' .:rda del Otro, y es instituido en ese lugar-Otro por
aquél que
:I , .-ab1a.
29
-¿
marcados en este caso.
Pero, decíamos, se “soltó” un término. Voy a escribir algo para
ubicar lo que tenemos hasta ahora:
S1 → S2
“sólo una” “humilla”
30
deslizamiento. Era obvio para mí, pero no lo era en absoluto para el
entrevistado. Siguió hablando como si nada hubiera sucedido, de un
modo -como dirá más adelante” perfectamente natural”. Aquí se
hizo necesaria una nueva decisión por mi parte: ¿qué hacer
entonces?
¿Interpretar? ¿No interpretar? ¿Intervenir?
Ustedes se dan cuenta de que no hay ningún cálculo previo que
me podría haber informado de cómo responder, y -menos aún
garantizarme que la respuesta, que yo diera sería la aceptada.
Como recordarán, la decisión es una categoría central en los
postulados de nuestra hipótesis de base. Y vemos que no solamente
corresponde al entrevistado (y luego al analizante) confrontarse con
ella, sino -y fundamentalmente- es el analista quien se halla
interpelado en relación con la determinación y la realización del acto
analítico, ya que es a él al que se halla consagrado por su función.
Por eso decíamos que la decisión es lo contrario de los
procedimientos automáticos: ella implica varias opciones pero una
sola vía de elección.
¿Qué hice en este caso? Esperando una situación mas propicia,
decidí no intervenir; es decir, dejar que el material reprimido
estuviera más asequible para la conciencia del sujeto, mientras se
localizaban las condiciones de efectuación de la transferencia -al
menos ésa era mi apuesta. ¿Hice bien? ¿Hice mal?, en verdad –como
del deseo se pregona-, sólo “por sus frutos lo reconoceréis”, ése es
el valor de aprés-coup que tiene el acto analítico. Nunca se sabe si una
intervención en sí misma es o no es un acto analítico, solamente se
sabe por los efectos producidos a posteriori; y, para eso, hay que
soportar la espera, hay que saber que en la sesión siguiente, en la
subsiguiente o en la otra, tal vez, se sabrá si la intervención realizada
tuvo o no, efecto de discurso, es decir, como se dice vulgarmente si
“entró” o no lo hizo.
Ahora, ya que anticipé algo así como un interlocutor imaginario -
similar a ese objetor que tenía Freud en algunos de sus textos
alguien podría decir: ¿pero Lacan no recomendaba, acaso,
interpretar para situar la transferencia y no al revés como usted
parecería decir, o sea, esperar la transferencia para interpretar? Freud
decía de la relación entre transferencia e interpretación, que hay que
esperar a que se sitúe la transferencia para interpretar. Lacan viene a
31
decir: la interpretación, sitúa la transferencia, pero también al revés,
en otro momento de sus escritos. Y podríamos plantear nosotros:
¿necesariamente una afirmación es verdadera y la otra es falsa? ¿Son
dos maneras de decir: el huevo o la gallina?
Me parece más bien que se trata de esta última formulación.
Porque Lacan llega a decir, en sus últimas enseñanzas, que la
transferencia es la interpretación. Hay una función dialéctica de la
interpretación bajo transferencia. Al interpretar se sitúa la
transferencia y la transferencia se sitúa mediante la interpretación y
el acto analítico.
¿Cómo se localiza al sujeto en las entrevistas? No es dándole
alguna silla que uno lo va a localizar. Es cierto que es preciso
interpretar para situar la transferencia; es verdad, peto no es menos
cierto que debe existir un sitio -un espacio transferencial- para
producir la interpretación; por Freud sabemos hasta qué punto una
interpretación lanzada fuera de transferencia es salvaje, silvestre.
Quizás recuerden ahora -volviendo al caso- la intervención del
otro analista mencionado que había sido tan certera, como salvaje;
tan precisa como fuera de tiempo. Y acá nos estamos anoticiando
del valor del tiempo como variable esencial a tener en cuenta -en las
entrevistas preliminares: si la interpretación no “entra” en el
momento adecuado es como la ocasión, pasa de largo. Y ello sucede
especialmente en el discurso protagonizado por los sujetos
obsesivos en los análisis, pero también en muchos otros casos, y
sobre todo en las entrevistas preliminares. Por momentos no hay
cómo entrar en lo compacto del discurso con el que alguien se
presenta; entonces, se trata de cierta sensibilidad del practicante para
lograr instalarse en el hueco, apenas eso se muestra para intentar
intervenir para descompletar el universo de los dichos. Pero
entonces, ¿cómo se hace para descompletar el discurso de un
obsesivo? En la obsesión consolidada es muy difícil atravesar esa
coraza resistencial que se produce a partir de un yo fuerte, en el que
se atenaza y a lo que se circunscribe la personalidad del obsesivo;
vamos a decir, con todas las comillas del caso: “¿cómo horadar esa
defensa con la cual él nada quiere saber respecto del lugar que tiene
en lo que dice?” Él sabe lo que dice y de eso no hay nada para decir.
32
Intervención:
33
poder atravesar estos momentos, en los cuales se compacta el
discurso del entrevistado de tal forma que no hay cómo dar lugar
decir algo, a ubicar una interrogación que pudiera abrir la fijeza d ese
discurso, decir alguna palabra que pudiera cambiar la orientación de
la certeza de lo que se dice.
Pero a continuación surgiría, ahora sí, un acontecimiento
imprevisto que fue producto de un lapsus decisivo: quiere nombrar
a s novia, pero en su lugar pronuncia la primera sílaba del nombre
de su padre.
Se detiene sorprendido, pretende explicarse, se altera; pero
continúa, a pesar de todo con su relato. Fue suficiente un gesto de
sorpresa por parte mía para motivar su aceleración logorreica.
neutralizándome antes de que yo dijera algo. Es decir, que
aunque él mismo había manifestado sorpresa, se molestó por la
división subjetiva producida, carraspeó y siguió de largo como si
nada, comentando la humillación que le causaba su novia con su
negativa, pasó, nuevamente, y sin solución de continuidad, a lanzar
una decidida queja sobre las privaciones que le habría hecho sufrir,
desde su niñez, su padre.
Fue entonces que relató un recuerdo que, en verdad, casi no lo
era, pues él había convivido con ese pensamiento imborrable (aun
que aislado de las demás representaciones): su odio infantil por s
padre, para manifestar, a boca de jarro -y sin inmutarse- un desee
que había reiterado desde su niñez: el de que -de una vez por todas-
su padre se muriera.
Intervine en ese punto para señalarle -ahora sí- la sustitución
“novia”/ “padre”. Frente a su sorpresa por constatar lo obvio d mi
intervención, descubrió una paradoja: su amada poseía cierto rasgos
que él ya sabía cumplirían con el ideal de mujer de su padre (lo que
implicaría que él habría ofrecido la dama de sus pensamientos a su
odiado padre).
En ese momento, y ante su visible emoción, le propuse finaliza la
entrevista. Esperé que se incorporara, lo hizo, y me pidió volver, a lo
que accedí, ofreciéndole un nuevo horario.
Como en otros casos de obsesión: eso siempre está ahí, frente a
sus narices: la carta robada está a su alcance pero no puede servir se
de ella. Tenemos, así, un elemento que permite establecer el valor
diferencial de la represión en la histeria y en la obsesión. Por lo
34
dicho, en verdad en la obsesión no podemos hablar netamente de
represión, su manifestación más próxima es el aislamiento, defensa
con la que el sujeto obsesivo evita confrontarse con la consecuencia
de la proximidad de dos representaciones en su conciencia.
Las entrevistas se sucedieron en torno de las privaciones que su
padre le habría hecho atravesar, lo que justificaría el odio que le
profesaba. Hasta que en una oportunidad interrumpí una queja -que
parecía querer desplegar hasta el infinito- haciéndole notar la
retórica de defensa que enmarcaba su relato (cuando su profesión
era la de abogado). De todos modos pretendió continuar con su
alegato, cuando su atildado discurso fue agujereado por un nuevo
lapsus que volvió a sorprenderlo -lapsus producido ahora en sentido
inverso del anterior-: diciendo el nombre de su dama cuando quería
decir el de su padre.
Nuevamente la sorpresa, luego un silencio, para finalizar
confesando -con vergüenza- lo dichoso que sería “si al menos una
vez” su padre lo abrazara. Mi intervención interrogativa: ¿sólo una?
desencadenó un llanto conmovedor.
Las dos cadenas disjuntas (padre-novia) se habían cruzado por la
chispa del lapsus. Se recubrían así dos imposibilidades que las
entrevistas permitieron localizar: gozar de su dama, ser- amado por
su padre. En este punto sancioné la entrada en análisis.
Comprobamos aquí un modo de presentar la precipitación del
sujeto. La localización subjetiva es producida por el acto analítico
introduciendo la dimensión del inconsciente.
En Introducción al método..., J.-A. Miller dirá:
35
sabría administrar lo que hay que hacer cada vez. Ya bastante
nuestros entrevistados padecen al Otro desde el lugar que le
adjudican desde sus fantasmas, sin saberlo.
26 de marzo de 2002
36