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Bicentenario de la Independencia de
Esmeraldas

Por Juan Montaño Escobar | 21/02/2020 | Ecuador


Fuentes: Rebelión

Historicidad resistente[1] Las historias de nuestro pueblo, sus actos de resistencia para
ser diferentes no empiezan con nosotros, por eso no deben terminar con
nosotros. Nuestras vidas actuales son herencia de la vida de los hombres y mujeres que
nos antecedieron pero también reflejos de sus actos de resistencia, por eso, nuestro
deber es conocerlas […]

Historicidad resistente[1]

Las historias de nuestro pueblo, sus actos de resistencia para ser diferentes

no empiezan con nosotros, por eso no deben terminar con nosotros.

Nuestras vidas actuales son herencia de la vida de los hombres y mujeres

que nos antecedieron pero también reflejos de sus actos de resistencia,

por eso, nuestro deber es conocerlas y trasmitirlas a las nuevas generaciones

para que no mueran para que no se olviden (Abuelo Zenón)[2].

Ibẹru ti lerongba nipa wa[3]

Las abuelas y abuelos llegados de la Otra Orilla solían advertir, con frases
parecidas, a quienes padecían la cobardía de vivir su existencia con pensamiento ajeno.
Franzt Fanon encontró la teoría y Aníbal Quijano la denominación: colonialidad. La jam
session que se armó poco después la buscó por el lado del cimarronismo afroamericano
o por el radicalismo de Malcolm X, „gente del campo‟, pero ellas y ellos se
denominaron el „Grupo Decolonial‟[4]. Por ahí andan sus textos
como rivieles mitológicos, con la linterna cognitiva en la punta del bongo. Del miedo a
pensar lo nuestro, aquello que está a la vuelta de la esquina, a la audacia intelectual de
ponerle fibra liberacionista a conocimientos y saberes de barrio y monte adentro.

Ahí está la trampa, parece perpetua, del Bicentenario de la Independencia de


Esmeraldas: considerar la Historia desde el ayuno de epopeyas comunitarias. O al revés
desde la bulimia literaria de pocos nombres y mucha grandilocuencia. Esa historia
pequeñita sustituye, de pésima manera, el proceso de las comunidades liberadoras
negras e indígenas, desde la tercera década del siglo XVIII hasta el día cifrado (5 de
agosto de 1820).
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La Región de las Esmeraldas no era un territorio aislado de la Real Audiencia de


Quito, jamás lo fue, ni siquiera ahora más allá de la cobardía política muy abundante en
el lamento por ciertas pérdidas recuperables. Esmeraldas llamaron al territorio que se
decía las tenía en minas fabulosas y tenía oro para adornar hasta los pensamientos. El
nombre fue clave de la angurria colonialista y en contraparte la resistencia para no
cambiar de existencia. Libre. Si el color verde es una de las propiedades del mineral, la
otra es su translucidez, cualidades en préstamo a la geografía física y humana de estas
costas pacíficas. En una de esas fiebres de codicia, los colonialistas españoles
inventaron leyendas que de tanto repetirlas se las creyeron: no era el dorado, era el
verde. O también la suma de los dos en un territorio que debió ser de abastecimiento y
reposo como escala feliz hacia el Potosí del Alto Perú (hoy Bolivia) y a la Ciudad de los
Reyes (Lima), ellos cambiaron las prioridades por el tiempo impaciente de conquistas
fallidas, de expediciones de exterminio y castigo, de sorprendentes alianzas de unos
cimarrones que les habían descubierto el arte de guerrear con éxito y conseguir aliados
confiables sin importar las dificultades de los idiomas y las vecindades inesperadas.
Ahora con más lecturas y “el radical vuelco decolonial del
razonamiento”[5] entendemos y valoramos esas resistencias, con todos los medios
necesarios y prioritarios, para preservar existencias libres. Otra vez: la Historia de la
Gran Comarca de las Esmeraldas no fue (y no es) una suma caótica de accidentes
políticos, más bien es la perseverancia filosófica de las comunidades negras e indígenas.

Una suma de opresiones no es igual a la libertad. Es mucho más complejo


porque el ánima conserva “lo suyo hasta el arribo” o hasta volcar su humanidad de
sometimiento al cimarronismo. Africanos e indígenas tenían diferentes palabras para
nombrar la libertad, pero pensamiento y sentimiento eran parecidos si no diferenciados
por el tamaño de los agravios de la esclavización. Los pueblos indígenas debieron saber
de despojos, sometimientos y muertes. Y los africanos del desarraigo infinito. Mientras
los esclavizadores europeos cumplían el triángulo perverso, la hipotenusa era arbitraria,
de la acumulación capitalista. Por un lado: el traslado forzoso de personas esclavizadas.
Por el segundo: la producción y envío de mercancías a Europa. Y por el tercero: envío a
África de armas, alcohol y chucherías. Por la Región de las Esmeraldas, aún no las
hallaban ni para muestra, pero ya se extraía oro aluvial. Los llegados llegaron para
quedarse en libertad. O como versifica Antonio Preciado: “Soy otro en mí, reciente, de
pronto estoy gozosamente lleno de este significado que no me conocía: de nuevo una
palabra acaba de crearme”[6]. La gente africana y con la palabra más fácil y pronta se
„crearon de nuevo‟. En las siguientes décadas y siglos la soltura colectiva de la palabra
crearía espacios comunitarios, para un día de esos “ser antes que los Estados de
Colombia y Ecuador fueran”, parafraseando al Abuelo Zenón.

Ile Ti oorun Iladide[7]

Si la epistemología supone “un sistema de expertos, locutores autorizados,


saberes consolidados como válidos, (…) más allá que haya epistemologías que dominan
a otras”[8]. De acuerdo, todavía la narrativa del proceso de liberación e independencia
de Esmeraldas proviene de una episteme social y racialmente preponderante. Me atrae
aquello que Walter Mignolo llama „giro gnoseológico decolonial‟ en respuesta a las
epistemologías coloniales o dominantes con las cuales se ha explicado la historia de las
comunidades afropacíficas de Colombia y Ecuador.
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Ha sido un alabao cantado desde sociedad mayor con sarcasmos tristones, con
próceres nimbados por exageraciones librescas y porque las familias terratenientes
esmeraldeñas se apresuraron al altar de una patria exclusiva. La raza (construcción de
humanidades desde el ser y el no-ser) y la clase social son los componentes de la
narrativa histórica de la costa pacífica colombo-ecuatoriana. Sobre todo la primera
predomina en la métrica histórica de los aportes libertarios.

Las comunidades negras e indígenas luchando primero por la liberación de sus


humanidades y también por el territorio para habitarlo con sus existencias físicas,
mientras los criollos (descendientes de europeos) por la autonomía, por la
independencia o para crear espacios autonómicos o repúblicas a su real saber y disfrute.
Esto no fue Haití de 1804, esto fue la sustitución del colonialismo con algo
imperecedero: el colonialismo interno. La casa donde nace el sol. El sol del
bicentenario alumbrador de heroísmos y triunfos; pero también de la apropiación de las
libertades: del ser, del saber y del poder. El mismo bicentenario con dos narrativas
históricas, ambas verdaderas, pero distintas en el mismo acto sentipensante.

¿Arrullo-blues vespertino? ¿O blues a secas? Por ejemplo, It’s the bluest blues
and it cuts me like a knife. It’s the bluest blues since you walked out of my life[9]. El sol
nacido Casa Adentro sostuvo sus lumbres con las narrativas de abuelas y abuelos y
quienes fueron convocados a “echarles tierra”[10], por eso nuestra narrativa del
Bicentenario de la Independencia de Esmeraldas, aquella de las comunidades negras es
diferente a la narrada desde la sociedad dominante esmeraldeña. La nuestra considera
que fue un proceso popular, colectivo, comunitario e intercultural, mientras la
nomenclatura reseñada, con abundancia de adjetivos, en los textos de historia, al uso y
abuso pedagógico, ganó y disfrutó de los privilegios por estar en lo alto de la escala de
valoración humana de la colonia y sin cambios pasó a la república. Esa equivocación
deliberada y sostenida de narraciones se mantendrá si se deja por fuera la Historia de
Esmeraldas. Todavía se la confunde con espectaculares relatos para álbum familiar. La
Región de las Esmeraldas, en la imprecisión de sus límites regionales, fue el escenario
territorial de luchas contrapuestas y complementarias: los esclavizados, en plan de
cimarronismo radical, por su libertad; los libertos por alcanzar una ciudadanía atisbada
en Haití; los indígenas por devolverse de los impuestos hasta por respirar; los criollos,
unos republicanos afrancesados y otros con la misma alma del colonialismo español,
consideraban el todo.

Awọn opo, awọn obinrin ati awọn ọkunrin, lati gbogbo awọn orilẹ-ede, ṣopọ![11]

La esclavización de personas africanas jamás fue una decisión de mala


conciencia ni siquiera un accidente histórico, estaba en el horizonte de la acumulación
de riqueza y poder de las naciones europeas. “(…) la raza es un principio organizador de
la lógica de acumulación de capital, de la economía política y de la división del trabajo
internacional del sistema capitalista mundial desde el siglo XVI…”[12] Así se
perfeccionó el triángulo de la deshumanización: África, América y Europa. Esa lógica
de opresión deshumanizante también se aplicó en la Región de las Esmeraldas: mano de
obra esclavizada (o casi)-producción mineral-transferencia de riqueza. La economía
(transferencia de riqueza) es el motor de la independencia desde el pensamiento criollo
europeizado. Después de saber muy bien aquello, quedan los discursos con todas las
ornamentaciones, sin ahorro de adjetivos y exageraciones. Desde las comunidades, en
cambio, la historicidad de la resistencia cimarrona, esto es, la modificación de la
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subjetividad colonial a subjetividad emancipatoria-liberacionista. De esclavizado a


liberto, de liberto a ciudadano, de desposeído absoluto a propietario comunitario (e
individual). La disputa del poder económico en los territorios de las Esmeraldas estuvo
implícito en el instante que los mineros de Playa de Oro, Wimbí o Cachaví empezaron a
explotar por su cuenta vetas abandonadas por improductivas.

Este Bicentenario de la independencia de Esmeraldas, en la amplitud territorial


de aquellos años, no tiene porqué reducírselo a una gritería de protesta en un solo punto
geográfico, fue más amplio e internacionalista; radical y diverso; comunitario y
liberacionista. No fue en un día, se construyó en décadas, se fortaleció con otros
triunfos, por ejemplo, con la Revolución Haitiana de 1804, con los avances
bolivarianos. Las insurgencias cimarronas en las vías de ida y vuelta a Ibarra, los
alzamientos y escapes de esclavizados de las haciendas de Imbabura y sus refugios en
los territorios de La Tola, el exilio de los quiteños, mujeres y hombres, del
levantamiento del 10 de agosto de 1809.

Las rebeliones emancipatorias de La Tola, La Boca, Atacames, Rioverde,


Iscuandé y Tumaco, tenían más que cuatro nomenclaturas perpetuadas por la historia
boba y diminuta, en realidad, eran rebeliones para reinventar ánimas y ánimos
comunitarios. No obstante, “el hecho de que comunidades enteras permanezcan en una
zona compleja y subalterna con respecto a estatalidad y a los relatos nacionales
hegemónicos hace evidente que la colonialidad como tal, su matriz, continúa
operando”[13]. Aun así el principio comunitario, afectado y dañado en estos días,
prevalece 200 años después.

Bibliografía consultada

1. De esclavizados a comuneros, Rocío Rueda Novoa, Universidad Andina Simón


Bolívar y Corporación Editora Nacional, Quito, 2019.

2. Extractivismo, (neo) colonialismo y crimen organizado, en el norte de Esmeraldas,


Michel Lapierre y Aguasantas Macías, Pontificia Universidad Católica del Ecuador,
Ediciones Abya Yala e Instituto de Estudios Ecologistas del Tercer Mundo, Quito,
2018.

3. Le han florecido nuevas estrellas al Cielo, Santiago Arboleda, Editorial POEMIA,


Colombia-Cali, 2016.

4. Indios, negros y otros indeseables. Capitalismo, racismo y exclusión en América


Latina y El Caribe, Paco Gómez Nadal, Ediciones Abya Yala, Quito, 2017.

5. Los condenados de la tierra, Frantz Fanon, Kolectivo Editorial “Último Recurso”,


Rosario-Santa Fe, Argentina, 2007

[1] Historicidad resistente (…) “la respuesta al colonialismo revierte el carácter de lo


universal frente a lo particular al alterar la jerarquía del conocimiento y su organización,
y al alterar y desorganizar la política que explica la subjetividad colonial desde la
5

perspectiva del discurso colonial”, Alejandro de Oto, Notas descoloniales sobre la


escritura de Frantz Fanon, Solar, Nº 7, Lima 2011; pp-50-80.

[2] Pensar sembrando/sembrar pensando, Juan García Salazar y Catherine Walsh,


Universidad Andina Simón Bolívar y Ediciones Abya Yala, Quito, 2017, p. 21.

[3] El miedo a pensar lo nuestro, en yoruba.

[4] Sobre el Grupo Decolonial es un colectivo de pensamiento crítico integrado por


Aníbal Quijano (+), Edgardo Lander, Ramón Grosfoguel, Agustín Lao-Montes, Walter
Mignolo, Zulma Palermo, Catherine Walsh, Arturo Escobar, Fernando Coronil, Javier
Sanjinés, Enrique Dussel, Santiago Castro-Gómez, María Lugones y Nelson
Maldonado-Torres.

[5] Educación y colonialidad: aprender a desaprender para poder re-aprender-un


diálogo con Walter Mignolo, entrevista realizada por Facundo Giuliano y Daniel
Berisso, Revistas del IICE /35 (2014). P. 67.

[6] Redescubrimiento, poema de Antonio Preciado, del libro De boca en boca, Ecuador:
Quito, Ediciones Archipiélago, 2005, p.29.

[7] La casa del sol naciente, en yoruba.

[8] Óp. Cit., p. 67.

[9] Es el blues más melancólico y me corta como un cuchillo. Es el blues más


nostálgico desde que saliste de mi vida (traducción JME).

[10] Cuando una persona asume el compromiso de dar tierra a un anciano o


anciana, tiene la oportunidad de heredar los saberes y secretos que esa persona
guarda en su memoria y hacerlos propios para el beneficio de la comunidad, o puede
dejar que la persona muera con sus saberes y secretos y llevárselos a la tierra como
bienes que no tienen dueño (Abuelo Zenón), Pensar sembrando/sembrar pensando,
Juan García Salazar y Catherine Walsh, Ecuador, Quito. Universidad Andina Simón
Bolívar-Ediciones Abya Yala, 2017, p. 18.

[11] ¡Cimarrones, mujeres y hombres, de todos los países, uníos! En yoruba.

[12] “Hay que tomarse en serio el pensamiento crítico de los colonizados en toda su
complejidad”, entrevista realizada por Luis Martínez Andrade, publicada
en METAPOLÍTICA, núm. 83, octubre-diciembre de 2013, p. 43.

[13] Notas descoloniales sobre la escritura de Frantz Fanon, Alejandro de


Oto, Solar, Nº 7, año 7, Lima 2011, p. 77.

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