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El segundo principio es eliminar las malezas. La Palabra nos
habla de aquellos que no dan fruto porque son ahogados por los
afanes del mundo. ¿Qué se necesita para que crezca la maleza?
¡Nada, crece sola! Conozco gente que va bien en su relación con
el Señor, pero se desvía por la cuestiones del mundo. No debes
desenfocarte, por supuesto que hay buenas ideas para
desarrollar, sin embargo, si te distraen de tu llamado, debes
eliminarlas. Hay cosas que no son necesariamente pecado, pero
son distractores. Claro que no podemos ser de doble ánimo,
sirviendo y viviendo en pecado, pero es bueno hacer un
inventario de otro tipo de maleza como la preocupación de lo
cotidiano. La segunda maleza son las riquezas porque pueden
desvirtuar lo que el Señor quiere. Las riquezas solo son
herramientas para alcanzar nuestros objetivos. Debemos servir
a Dios, no al dios de la riquezas. La tercera maleza es el placer
que ahoga el crecimiento espiritual. Ninguna otra actividad
puede ser más importante que el Señor. Los pastores estamos
casados con la iglesia, debemos estar en medio de nuestra
congregación, no se puede crecer si estás en otros países. Debe
haber prioridades, si quieres fruto ministerial es necesario
permanecer junto a tus ovejas. Que los viajes no se conviertan
en maleza. Hay que enfocarse en lo que Dios quiere.
El cuarto principio es morir a nosotros mismos para llevar
fruto, crecer y madurar en el interior antes que en el
exterior[8]. Dios nunca permite el crecimiento externo sin un
crecimiento interno. No hay nada más peligroso que crecer
rápido por fuera y crecer lento por dentro. Todo se derrumbará
si no creces primero en tu interior. Eso es una bomba de tiempo.
No hay nada peor que el éxito público mezclado con fracaso en
lo íntimo. Dile: “Señor, hazme crecer, crece en mí, que yo
mengüe, para darte mucho fruto.” No renuncies a tu esfuerzo,
nunca lo hagas, porque Dios te avivará, te dará nuevas fuerzas
para dar mucho fruto en el Señor.
[7] Juan 15:1-2 confronta: Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es
el labrador. Todo pámpano que en mí no lleva fruto, lo quitará; y
todo aquel que lleva fruto, lo limpiará, para que lleve más fruto.