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La novela picaresca

El Lazarillo y el ciego, por Goya

El anónimo La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y


adversidades, de 1554, inicia un género literario que tendrá
gran fortuna en la Literatura Universal y resultará fundamental
en la creación de la novela moderna por Cervantes medio
siglo después: la novela picaresca. El Lazarillo es la primera
pero después vendrán legión. Las más importantes serán
el Guzmán de Alfarache (1599) de Mateo Alemán y la Vida del Buscón llamado
Pablos (1626) de Francisco de Quevedo.

Su modernidad radica en una serie de factores que se repetirán desde entonces en la


novela europea y que podemos resumir en los siguientes: está protagonizada por
un antihéroe, un personaje marginal que se sitúa en el polo opuesto de la novela de
caballerías (summa de la narrativa idealista del Renacimiento); es crudamente realista;
resulta muy crítica con la sociedad de su tiempo (el anticlericalismo de su autor
entronca claramente con las críticas erasmistas a la hipocresía religiosa); permite
múltiples relecturas e interpretaciones; conjuga perfectamente humor y amargura;
mezcla con sabiduría un rico acervo popular de cuentecillos y anécdotas con severos
discursos humanísticos; registra tipos humanos muy característicos de la época
(mendigo ciego, cura avariento, hidalgo pobretón, fraile salaz, barraganas y
embaucadores varios); es un relato de viaje y formación de un carácter
(Bildungsroman); muestra una gran profundidad psicológica (el personaje, a pesar de
todo, evoluciona); y alterna el lenguaje popular y el culto con naturalidad (polifonía).

Por todo ello, y aunque el Lazarillo debe mucho al folclore en lo que se refiere a las
divertidas anécdotas que relata, debemos concluir que es una obra única, personal,
sorprendente y precursora.

El argumento es sencillo: un pobre mozo de ciegocuenta su miserable vida para acallar


rumores que corren en su ciudad de residencia, Toledo, de que su
mujer vive amancebada con un arcipreste. El narrador se dirige a un “Vuestra Merced”
no identificado e intenta justificar su deshonra final aduciendo que tiene un empleo
real (pregonero) y relatando su dura vida desde que nació en Salamanca hasta
entonces. Cuenta que siempre ha servido como criado a personajes miserables, por lo
que se debe disculpar que al final se comporte como un estómago agradecido. Entre
esos personajes destaca a sus tres primeros amos, dedicándoles sendos y extensos
tratados: el ciego, encarnación de la mentira y el egoísmo; el cura de Maqueda, cima
de la avaricia y la hipocresía; y el pobrete hidalgo castellano, extremo del ridículo al
que por mal entendido orgullo llegó gran parte de la nobleza de aquel siglo. Observemos
que esos tres caracteres, tan ácidamente retratados, representan a los tres estamentos
sociales: pueblo llano, clero y nobleza.

El análisis detenido de la obra nos llevaría largo tiempo, por lo que nos conformaremos
con resumir sus características fundamentales, todas ellas presentes y repetidas en
el resto de novelas picarescas del momento y en los posteriores ejemplos que ha dado
el género, muy numerosos y variados en espacios, lenguas y tiempos. Recordemos sólo
que hasta Camilo José Cela se atrevió a hacer en pleno siglo XX una obra
titulada Nuevas andanzas y desventuras de Lazarillo de Tormes (1944).
La novela picaresca: rasgos 

De forma sintética, y de manera muy similar a como mostramos en


la presentación antecedente, podemos concluir que la novela picaresca tiene
como características esenciales las siguientes:

1) es una autobiografía en 1ª persona en que el protagonista cuenta su vida desde la


infancia, dejando bien claro su origen humilde y los deshonrosos oficios de sus padres
(latrocinio, prostitución, brujería, servidumbre…);

2) su nombre o apodo da título a la obra y caracteriza al personaje, limitando su


desarrollo en gran manera ya que, dejando aparte el caso del Lazarillo, en el resto de
novelas picarescas el protagonista suele ser un mero arquetipo (un pícaro de manual);

3) el personaje se nos muestra como un ser forzado por circunstancias adversas a


convertirse en un maleante, lo que implica cierto determinismo social y genético, al
modo naturalista. Es un mozo (o moza) de muchos amos que vive del engaño y del
descuido ajeno, por lo que a veces se convierte en ladrón sin escrúpulos cuando no en
consumado malhechor;

4) el tema principal del relato es el hambre, la miseria, la lucha por sobrevivir en aquel
siglo a la vez dorado e infausto y las aventuras que corre el personaje son todas una
sucesión de lances o episodios casi siempre desgraciados, aunque no exentos de
cierto humor;

5) la obra es de un realismo atroz pues muestra la cara oculta y miserable de la


España Imperial: un mundo marginal de mendigos, prostitutas, soldados mutilados,
engañadores profesionales, religiosos corruptos, tahúres, matones y demás personajes
de baja calaña que no suelen aparecer en la literatura, a excepción de obras únicas
como La Celestina y todas sus secuelas;

6) refleja una anti-educación, pues muestra la escuela de ingenio para el mal, lindando


con la delincuencia callejera en que se “formaban” muchos jóvenes de entonces, por lo
que el pícaro se convierte justamente en un modelo de comportamiento en negativo,
del que debemos huir si no queremos acabar en el arroyo;

7) abunda en episodios de humor más o menos negro que deben relacionarse con el


gusto popular por anécdotas más o menos callejeras, chistes o sucesos graciosos que
revelan ingenio o astucia del protagonista;

8) tiene un final pesimista y conservador que se resume en la frase final del Buscón,


pronunciada por el protagonista cuando resume su experiencia en América: “Fueme
peor, como V. M. verá en esta segunda parte, pues nunca mejora su estado quien
solamente muda de lugar, y no de vida y costumbres.” Por eso, los desgraciados no
pueden salir de su estado servil  y para ellos no hay esperanza cierta de “medrar” y
obtener honra.

Este último, aparentemente, no sería el caso del Lazarillo, ya que afirma contar su
historia cuando está “en la cumbre de toda buena fortuna“, pero a nosotros, como
lectores, no nos cabe duda de ello si lo analizamos con detenimiento, ya que ser marido
cornudo y consentido -hombre sin honor, por tanto- no era precisamente un atributo
deseable en la sociedad del momento.
Las novelas sucesoras del estilo y la invención del Lazarillo se diferencian de éste en
que revelan una mentalidad aún más pesimista y desengañada (no en vano
corresponden ya plenamente a la época del Barroco), tienen un humor todavía más
negro, descarnado y escatológico que el de la obra renacentista -recordemos
simplemente la descripción del terrible Dómine Cabra de Quevedo-, y sobre todo, están
cuajadas de digresiones morales que condenan estos ejemplos de mala vida. De este
modo, el pícaro se nos muestra como un ejemplo a evitar, así como un
elemento antisocial y marginal que no puede cambiar de forma de vida porque está
marcado desde su infancia, por naturaleza, y por tanto está condenado a repetir los
errores y vicios de sus progenitores.

En este sentido, podemos citar una larga lista de obras en castellano que se amoldan
al género picaresco a partir del gran éxito del Lazarillo y posteriormente del Guzmán.
Entre ellas, y aparte del Buscón quevediano, podemos destacar algunos títulos y
personajes interesantes como pueden ser los del escudero Marcos de Obregón, el
Estebanillo González, la pícara Justina, las “(h)arpías” de Madrid, la  “garduña” de
Sevilla, el  bachiller Trapaza o el sagaz diablo cojuelo de Vélez de Guevara, que levanta
los tejados de las casas para espiar lo que hacen los madrileños en la intimidad.

En siglos posteriores y sobre todo en el extranjero la fortuna de la novela picaresca es


asimismo notable. A modo de ejemplo nombraremos sólo algunas obras como el Gil Blas
de Santillana del francés Lesage, Fortunas y adversidades de la famosa Moll Flanders del
inglés Daniel Defoe o Las aventuras de Simplicissimus del alemán Grimmelshausen.

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