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Zamudio y la poesía creyente

por Tamara Videa Aramayo

Era una pasión por la mirada, y en su mirada


estaban los ojos antes del tiempo;
dice su padre que el tiempo es melancolía, y
cuando se para lo llamamos eternidad.
Sor Juana Inés de la Cruz

Crítico el momento aquel en el que el hombre fue expulsado del Jardín del Edén. La
criatura humana se deformó de tal manera que sólo es pecado y melancolía, nos podría
decir Adela Zamudio en una conversación, en esta conversación. Nos acercamos a la
autora, personaje representativo del feminismo en Bolivia, más reconocida como personaje
que como escritora. Hacer un rastreo de todo lo que se escribió acerca de ella es toparse con
un gran panorama de halagos, elogios, honras, curiosamente más de la mayoría, de voces
masculinas. Fervientes seguidores que valoraban la valiente posición de una dama que a
pesar de usar corsé, de igual manera que otras, no aceptaba gustosamente todo lo que su
entorno patriarcal le exigía. Por esto mismo, se enfrentó a lo social regido, en esa época,
por lo religioso. Sí, Zamudio fue y es todo un referente pero, ¿qué hay realmente con su
escritura?
Mayormente, se afirmó que hay una fuerte denuncia por parte de ella, sobre las
injusticias y agravios de la Iglesia Católica, una gran institución de poder. ¿Es posible
pensar que, una persona llega a transformarse completamente en un hereje o en un no
creyente si habla contra la Iglesia de Dios? ¿La denuncia condena al hombre? ¿Ir contra el
dogma es ir contra el Creador? Puede sonar muy radical pero realmente Adela Zamudio no
era ninguna blasfema, o al menos no si leemos sus poemas, pues claramente sus letras
literarias nos revelan una profunda fe cristiana. Si bien la perspectiva no es nueva en la
literatura, interesa además, contextualizar esta crisis de fe en el marco Modernismo o
Romántico en el aparentemente que se inscribió.
De ahí, el objetivo del trabajo es precisamente destacar la visión de la poeta
cochabambina acerca de la fe cristiana, desde su contexto y con un tono literario
fuertemente creyente pero que a la vez, está en contra la Institución —no como una
literatura ateísta y puramente revolucionaria—. Pero no basta afirmar que existe una forma
de pensar dogmática aparentemente fuera de la Institución, sino que el lenguaje a pesar de
no ser una de las preocupaciones de la poeta —inquietud muy recurrente y trabajada por los
poetas—, presenta de manera notoria un tono fuertemente melancólico que adquiere
cercanía con las sentencias bíblicas. Asimismo, se resalta el diálogo que esta obra poética
tiene con la Biblia judeo-cristiana, una voz dogmática que pretende hablar del sufrimiento
del ser humano1.
I. El dolor por la creación de Dios

La puesta en crisis: lado modernista

El papa Pío X (al mando entre 1903-1914) dijo con respecto al Modernismo teológico que
“es un conjunto de todas las herejías” 2, que apunta a destruir la religión Católica más que a
unificarla. El Modernismo es apreciado como una época, escuela, movimiento, forma
cultural, existencial o de sensibilidad. Es así que la presencia de este discurso religioso en
el modernismo literario fue percibido de muchas maneras —que incluso se las puede
confundir—. No obstante, estas dos nociones “descansan sobre un adjetivo (lo moderno)
cuyo significado puede aplicarse a cualquier realidad cambiante con respecto a un pasado
que empieza a verse obsoleto y que, por ello, puede referirse a realidades distintas o
análogas y no obligatoriamente simultáneas”3. Cabe destacar que la palabra “modernismo”
fue usada por primera vez para nombrar la nueva literatura en 1890 por Rubén Darío —en
su texto “El Perú ilustrado” acerca de Ricardo Palma—, anterior al nombramiento de la
Iglesia Católica en la encíclica Pascendi Dominici gregis. Pero sin indagar más en el origen
y utilización de dicha palabra, lo que nos concierne ahora es esclarecer (aunque sea un

1
Los poemas que se tocarán son: “Suicida”, “Dos plegarias”, “Fantasía”, “A la poetisa”, “Sueños”,
“Tristeza”, “La primera noche en el Paraíso”, “Paisajes”, “En el campo”, “Poeta”, “Quo vadis?”, “Fin de
siglo”, “Mi epitafio”, “Amarguras”, “Llanto”, “Caridad”, “Peregrinando” y “Baile de máscaras”.
2
En Pascendi Dominici gregis (38). Ésta es una carta encíclica papal promulgada por San Pío X (8 de
septiembre de 1907), en la que el papa condenó al Modernismo teológico y a toda una serie de principios
relativos a la evolución dogmática católica. Por otro lado, es importante saber que el Modernismo teológico es
la tendencia de un cierto pensamiento católico con el fin de conciliar la fe con algunos principios de la
filosofía (llamada también Filosofía Moderna) y con ciertas teorías de la Crítica histórica.
3
José María Martínez en su ensayo “Modernismo literario y modernismo religioso: encuentros y
desencuentros en Rubén Darío” hace un análisis que pretende trazar los límites de encuentro entre la literatura
y la teología modernista para finalmente concluir que a pesar de ser dos instancias distintas suelen ser
continuamente confundidas, pues coinciden en algún punto que parece deberse más al espíritu de la época y a
la herencia liberal que a su aceptación de los postulados de Loisy.
poco) si la poeta boliviana Zamudio fue o no modernista y cómo realmente, pueden servir
estos datos para aproximarnos a su poesía. No con la simple finalidad de etiquetarla, sino
de entender el contexto y las posibles fuentes que ayudaron a generar esta obra literaria.

Adela Zamudio puede ser considerada una poeta modernista pues al formar parte de
una primera generación de escritoras latinoamericanas de este periodo, se resiste a la
estética clásica. Por la autenticidad tanto política como propia que ayuda a alejar la visión
estereotipada de la figura femenina de ése entonces, para articular otra visión en la
literatura. Se manifiesta un compromiso moral con el contexto de Bolivia pero involucra
una crítica a los excesos y decadencia, especialmente de la Iglesia Católica. Además, se
aspira al retorno de los primeros cristianos regidos por la humildad y pobreza, pretende
resaltar la figura de la mujer fuera del patriarcado masculino, entre otras cosas. Por lo que
se podría decir que se inscribiría, según la Iglesia de la época, como una poeta que apoya el
“conjunto de todas la herejías” —recordamos la polémica que mantuvo con el Padre Fray
Francisco Pierini—4. Es necesario mencionar al pensador teológico modernista M. Loisy,
quien proponía un catolicismo no dogmático, es decir un amplio y liberal protestantismo.
Éste afirma que la Iglesia se muestra invalidada para defender con virtud la moral
evangélica5. Respecto a esto el papa Pio X dice: “Piden que el clero se forme de suerte que
presente su antigua humildad y pobreza, pero que en sus ideas y actuación se adapte a los
postulados del modernismo” (Pascendi Dominici gregis, 37).

—La Roma en que tus mártires supieron


En horribles suplicios perecer
Es hoy lo que los Césares quisieron:
Emporio de elegancias y de placer

Allí está Pedro. El pescador que un día


Predicó la pobreza y la humildad,
Cubierto de lujosa pedrería
Ostenta su poder y majestad (“Quo vadis?”)

4
En 1913, Zamudio sacó a la luz el artículo “Reflexiones” en el periódico El Heraldo, criticando las
actividades del Centro Católico de León XIII en Cochabamba, en la que una de ella niños (aproximadamente
5 ó 6 años edad) representaban según la autora, jocosamente aspectos de la decadencia y vicios de la
sociedad. Asimismo, reprocha la hipocresía de la sociedad y con el poema “Quo vadis?” demanda aquella
falta de humildad de los clérigos. El padre italiano Pierini responde a la escritora (de igual manera en el
periódico) tachándola de solterona cuyas palabras son herejía para la Santa Iglesia Católica.
5
Alfred Firmin Loisy (1857-1940) fue un muy reconocido teólogo modernista francés que constantemente era
atacado por la Iglesia. En 1907 sale un decreto del Santo Oficio con la aprobación del Papa Pío X llamado
Lamentabili sine exitu que va en contra de los postulados de Loisy. El decreto tiene 65 proposiciones tomadas
en su mayoría de sus obras, para sostener que estas nociones modernistas son un gran grave error.
Zamudio parece dar referencia a todo lo que acontece en los pensamientos y
reflexiones de su época. Ahora Roma, la Santa ciudad del Catolicismo retrocede hasta sus
tiempos de imperio donde se torturó y mató a los primero cristianos, “[e]s hoy lo que los
Césares quisieron”. Julio César fue el primer emperador e iniciador de toda una cadena de
sucesores al trono —Nerón, Calígula, entre los doce Césares—, emperadores que no
conciliaban la idea de gobernar sin el poder absoluto ni lujos y fue esto que transformó a su
mayoría en tiranos. Así, es San Pedro quien juega el papel de Julio César y a la vez, parece
un César más. La Iglesia Católica identifica a Pedro como el primer papa basándose en las
palabras que le dirigió Jesucristo: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y
el poder de la muerte no prevalecerá contra ella» (Mt 16:18-19). Sin embargo, el poema
advierte de la decadencia y corrupción en que han devenido tanto la resistencia de los
primeros cristianos como la humildad original de los pescadores 6. Y al mismo tiempo, fue
según la poeta cochabambina, éste el primer papa iniciador de toda una cadena de sucesores
al trono papal, quienes no conciliaban (y siguen sin conciliar) la idea de gobernar sin
riquezas ni lujos.

Feroz imitador de los paganos,


El Santo Inquisidor
Ha quemado en tu nombre a sus Hermanos
¿A dónde vas, Señor?

Allá en tus templos donde el culto impera,


¿Qué hay en el fondo? O lucro o vanidad.
¡Cuán pocos son los que con fe sincera
Te adoran en espíritu! (“Quo vadis?”)

Para Loisy, “La Iglesia romana se convirtió en la cabeza de todas las Iglesias, no por
ordenación de la divina, sino meramente por circunstancias políticas” (Lamentabili sine
exitu, 56). Y la voz poética de la obra zamudiana reafirma, de alguna u otra manera, esta
postura: La Iglesia funda templos para evangelizar distintos lugares —un juego de
conquista militar como la del Imperio Romano—, no obstante parece ser que la fe y el
anhelo de predicar la Palabra Divina ya no forma parte de dicha “conquista”. Ésta se
extiende y adquiere poder sobre los individuos, pero aquellos que no la acatan, los Santos
Inquisidores en nombre de la Iglesia y de la Fe, los hacen desaparecer. Entonces, esta voz
6
Los pescadores de hombres o de almas, figura característica del cristianismo que simboliza el trabajo del
pescador cristiano como aquél que al predicar “pesca” a nuevos creyentes: «Andando Jesús junto a mar de
Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar;
porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres» (Mt 4:18-20).
se pregunta: “¿A dónde vas, Señor?”, asumiendo la posición de aquellos pocos “que con fe
sincera” lo alaban en espíritu.

Sin embargo, el Modernismo no cuestiona las posturas católicas con la manía de


liberación ideológica o en todo caso, de un ateísmo, sino más bien, para manifestar su
interés por una creencia más cercana a algún dios. Así, se presenta la persistencia en
escribir de cuestiones existenciales como la muerte, la vejez, la salvación o la relación
dialógica con un dios personal y trascendente. La poesía modernista del nicaragüense
Rubén Darío podría (de cierta manera) dialogar con la de Zamudio. Es importante resaltar
que la combinación de liberalismo político y religiosidad católica son dos motores que
mueven la poética de Darío. En el poema “Canto de esperanza”, la voz poética dice frente a
un mundo en proceso apocalíptico: “¡Oh, Señor Jesucristo! ¡Por qué tardas, qué esperas /
para tender tu mano de luz sobre las fieras / y hacer brillar al sol tus divinas banderas!”. La
voz le habla directamente al Mesías y le cuestiona acerca de su llegada tardía al mundo
terrenal pues anhela salvación y sabe que en Él la hallará. Asimismo, en la obra de nuestra
poeta, la voz se interrogará: “¿Por qué, Señor no das algún alivio/a los seres que lanzas a
este mundo?” (“Amarguras”). Se recurrirá en hablar directamente al Dios cristiano,
caracterizándose por una tensa combinación de momentos de fe y duda, esperanza y
derrumbe, confianza y desesperación:

Mi corazón por el dolor deshecho


Se fortifica en esta fe suprema:
¡En vano tiembla el hombre a tu llegada!
Tú abres al alma luminosa senda.
Tú eres revelación del infinito
¡Oh muerte! ¡Oh noche misteriosa y bella! (“La primera noche en el paraíso”)

Las oraciones se caracterizan, según la fe cristiana, por ser un diálogo íntimo entre
el creyente y Dios, por lo que podría entablarse cierta similitud con el estilo que se nos
muestra en este poema. Puesto que la voz manifiesta su profundo dolor de existir pero, al
mismo tiempo, admite encontrar paz y esperanza en su creencia. Esperanza de una
existencia mejor tras la muerte, de la Eternidad y la prometida llegada del Hijo de Dios. De
igual manera, en Darío se invoca con fuerte fe la presencia divina: “Ven, Señor, para hacer
la gloria de Ti mismo;/ven con temblor de estrellas y horror de cataclismo,/ven a traer amor
y paz sobre el abismo”7. El abismo es el mundo terrenal en el que el ser humano es dolor. 8
No hay que obviar que en ambos poetas, existe el anhelo por la muerte no como el fin de la
existencia humana, sino como el principio de lo celestial: “[…] al morir hallaré la luz de un
nuevo día/ y que entonces oiré mi « ¡Levántate y anda!»”, nos dirá el poeta nicaragüense en
el poema “Spes”. Pero, ¿realmente Zamudio es modernista?

Si bien se la podría considerar modernista, finalmente todo parece contradictorio, ya


que la autora boliviana oscila entre esta tendencia y el Romanticismo. Ahora bien, es
importante resaltar que la escritora “establece la distancia crítica principalmente por
indiferencia hacia la estética del período, privilegiando en su obra el compromiso íntegro,
‘veraz’, con la realidad social y política boliviana de su tiempo” 9. Se entiende por “veraz”
el pensamiento que coherentemente sostiene un discurso de autenticidad. Por esto mismo,
en la poesía zamudiana existe más la presencia de un compromiso liberal —que pretende la
renovación social denunciando ciertas faltas del ámbito religioso-católico—, cuya
hipocresía social patriarcal fomentan sus autoridades, que una aspiración de reconciliación
de los tiempos modernos con la creencia cristiana: “En medio de ese caos que se
llama/«lucha por la existencia»/un personaje exótico aparece […] De las grandezas de la
edad presente/muestra la falsedad y la miseria” (“Poeta”). Como un raro personaje hace
aparecer a la figura del poeta quien habla desde un tiempo de grandezas (lo moderno), para
demostrar que solamente se trata de excesos y apariencia, “señala uno a uno sus inútiles
progresos, dada la inherente ignominia de la mundanidad: bajo su “optimismo” la sociedad
oculta el triunfo del “alcoholismo”, el “anarquismo”, el “adulterio”, “la paz armada” y la
ciencia”10, por lo que irónicamente la poeta dirá: “¡Avanza humanidad!” (“Fin de siglo”).
Asimismo, la escritora no sólo evade (o intenta evadir) esta corriente literaria sino que se
burla de ella. El cuento “El capricho de canónigo” narra la llegada al campo de un famoso
poeta llamado Darío para visitar a su amigo Rubén —no falta decir que se hace una clara
referencia al máximo representante del Modernismo—, además, el cuento se centra en el

7
Fragmento del poema “Canto a la esperanza”.
8
"No hay dolor más grande que el dolor de ser vivo", se lee en el poema “Lo fatal” de Rubén Darío.
9
En “Poética de la resistencia en Adela Zamudio” de Tina Escaja, se establece que la autora boliviana es
modernista por la generación a la que pertenece pero a la vez, se separa de ésta por el alejamiento de su
estética literaria con la del Modernismo, entre otras cosas.
10
Véase respecto al poema “Fin de siglo”, en el ensayo de Mónica Velásquez en esta misma edición, la
presencia de “El ideal caído, entre la interioridad y el mundanal ruido”.
enamoramiento de Rubén de Zoila, sobrina y protegida del canónigo del lugar. Es así que
con cierta astucia burlesca, se muestra aquel lenguaje enrevesado y rebuscado que suele
estar presente en la literatura modernista: “Flor humana que ostenta la suavidez glaciada del
nenúfar y la regia esbeltez de la magnolia. En la ufanía de su eutesia divina, su andar es el
vaivén de la palmera oásica”, dice la ninfa al poeta Darío cuando lo visita. Según Rocha
Morroy, este relato genera carcajadas pues no se trata de un texto solemne que explora la
estética modernista sino de uno que revela, en forma exagerada, el “huracán en el idioma
castellano que desató el nicaragüense Rubén Darío”.11

Job y el sufrimiento humano

Job es el personaje bíblico que se convirtió en símbolo (o quizá reflejo) del dolor humano.
Aquel indefenso ser que a pesar de ser racional vive sometido por una fuerza mayor, por lo
que su sufrimiento le devela su misma condición de humano. Una voz cargada de penurias
que se asemeja al de la obra zamudiana instaurándose así, un diálogo con la Biblia al
adoptar el mismo tono y lenguaje para enfatizar la desolación humana. Job el objeto de
prueba de Satanás a Dios, exclama a los cielos el porqué de tanto sufrimiento y oscila entre
el reniego de estar vivo y el amor a su Padre. El cuestionamiento del destino del ser
humano en la tierra acompaña la amargura de estar vivo: « ¿Por qué se da vida al hombre
que no sabe por dónde ha de ir, y a quien Dios ha encerrado? » (3:23-24). No se sabe qué
camino tomar o qué hacer y a pesar del libre albedrío que Dios otorgó, Él tiene el poder
absoluto sobre el hombre. Dicha incertidumbre genera el sentimiento de desamparo, así la
voz poética zamudiana pregunta:

¿Dónde está Dios? ¿Responde al pensamiento


del alma que le implora dolorida,
o es el hombre un gusano abandonado
que se arrastra en el fango de la vida? (“A un suicida”)

La pesadumbre pretende sobrepasar los límites de esta voz y, ésta frente a tal dolor
se muestra abandonada y desorientada. Denotando la condición del humano como algo
insignificante, un “gusano abandonado” por su creador y que a la vez, se encuentra en un
espacio ininteligible, un fango entendido como algo despreciable, en el que no se vive

11
Artículo del periódico Los tiempos: “El humor de Adela Zamudio”, 2013.
realmente sino que se intenta sobrevivir. Igualmente, la vida del hombre inevitablemente es
de relación social y es así que, el mismo ser humano hará daño a sus pares:

Mentira, engaño, ficción


Hallarás a cada paso
Y ciego tu corazón
Oprimirá duro lazo.

Amar, llorar y sufrir


Es el amargo destino
De todo ser que ha venido
A cruzar este camino (“Llanto”)

El hombre es el encargado de hacer daño al hombre, lo que contribuye en gran medida (si
no es en toda) a convertir a la vida en un largo camino fangoso y pesado. Por esto mismo,
no se entiende el verdadero significado de “estar vivo”, ¿para qué?, ¿cómo seguir?, ¿cuándo
uno morirá?, de igual forma Job se interroga: « ¿Cuál es mi fuerza para esperar aún? ¿Y
cuál mi fin para que tenga aún paciencia? » (6:11-12). Víctima del dolor, de las desgracias
que su Dios le mandó como respuesta al desafío de Lucifer, ahora no tiene más fuerzas para
enfrentarse a la vida, solamente le queda esperar su muerte. Sin embargo, sin ir contra
mandamiento divino no la provoca, simplemente la espera sin saber cuándo o en qué
preciso momento llegará. A la par, la voz zamudiana está a la espera de la muerte pero
también, se encuentra en un gran desencanto existencial.
¿Por qué soñaste mujer,
Por qué lloras, si perdiste
El encanto de la vida
Un edén que nunca existe? (“Llanto”)

Ahora la vida es tortuosa y perdió todo lo bello que parecía tener pero que realmente
jamás tuvo. Un Edén donde todo era perfecto, todo era bueno y todo estaba en armonía.
Pero el hombre, cuando adquirió conciencia entró en desarmonía con el Edén, ahora éste
sufre y hace sufrir. Claramente, esto da el indicio del afanoso deseo de un lugar mejor tras
la muerte. La Tierra Celestial y Eterna prometida por el Dios cristiano, adquiere mayor
protagonismo pues el mundo terrenal llegó a convertirse en un Hades o Infierno por el
mismo daño que se hacen entre las criaturas que habitan en él. Por eso, se devela la
amargura en la humanidad: «Está mi alma hastiada de mi vida; daré libre queja, hablaré con
amargura de mi alma» (10:1-2). Cuerpo y alma son en el Cristianismo dos instancias que se
logran separar en la muerte. Así, existe tensión entre ambas; el alma reniega del cuerpo y el
cuerpo tortura al alma, “[d]olores, amarguras y pesares,/fantasmas de la triste realidad/que
vienen a dejar el alma herida” (“Amarguras”). El cuerpo es la parte real, lo material que
encarcela a la parte espiritual del ser. Si la materia muere recién se liberará el alma. Es por
ello que ésta se mantiene amarga al ser restringida por el viaje de la vida, un destino lleno
de congojas.
Consumida por honda tristeza
El dolor se retrata en mi frente:
¡cuán amarga es mi vida presente!
¡cuán amargo será mi porvernir! (“Tristeza”)

Decadencia del hombre y de la Iglesia: la Compasión

Ante un mundo moderno que agarra las manos del dolor humano, la decadencia de los seres
humanos se profundiza aún más y ni la Iglesia se libra de este descenso. El hombre en un
comienzo y como creación divina, según la fe cristiana, era puro e inocente digno habitante
del Jardín del Edén. Pero nada ha de permanecer perfecto, ahora él es también pecado: “No
hay más, sino que en la obra de la organización del hombre, metió el Intruso su cuchara
sucia y todo lo echó a perder” nos dice Zamudio en el cuento “El Diablo químico”. Éste de
una forma singular, recrea el Génesis en el cual Dios creó al hombre en un laboratorio y en
su breve ausencia entra Satán a la escena, como aquél intruso que al observar tan perfecta
creación decide añadir parte de él, lo pecaminoso… La perfecta obra divina se echó a
perder: «He aquí, en la maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre. » (Sal
51:5). Igualmente, en la poesía zamudiana se manifiesta, en tono aleccionador y
moralizante, las injurias que las personas comenten, claro es el caso del poema “Baile de
máscaras”, en él la voz afirma que “[l]a vida es un gran baile/con antifaces,/en que todos
los hombres/usan disfraces” ocultando muchas cosas de sí, ésta es la clásica representación
de la hipocresía social. Por lo mismo, se declara:
Todo es miseria y ceniza,
Todo es engaño y ficción:
Mostramos una sonrisa
Mientras que lento agoniza
Solitario corazón
[…]
Lamentamos los dolores
De la humanidad doliente,
Y el perdón de sus errores
Pidamos al Dios clemente (“A la poeta María Josefa Mujía”)
Para esta voz su alrededor está colmado de injusticias, vicios, falsedades, entre otras cosas
más, un todo de desdicha y vestigios (o cenizas) de algo ideal que fue destruido para
conformar un mundo decadente que usa como base la mentira o mejor dicho, la hipocresía.
La voz lírica pretende separarse de todo esto (¿cómo digno ejemplar?) para poder señalarlo
y hablar de él, como quien mientras sufre en un lento padecimiento observando es un
“solitario corazón”. Además, ésta implora perdón a Dios por todos los errores que la
humanidad comete, asumiendo un presuntuoso papel de mediadora entre lo bueno y lo
malo, por tanto afirma reconocer que no forma parte de ese cúmulo de falsedad y respecto a
la humanidad dirá:
¡Qué horrible procesión la que acompaño!
Sus roncas carcajadas me hacen daño.
Yo no puedo, no puedo
Ponerme la careta del engaño
Y hacer de esos dichosos un remedo. (“Peregrinando”)

Por otro lado, como ya se mencionó, en esta poética existe la aspiración del retorno
a la forma de vida de los primeros cristianos que, regidos por la humildad y pobreza, no
separaban la fe de su estilo de vida. Estos cristianos primitivos fueron quienes fundaron la
Iglesia, celebraban la liturgia cristiana, “—la Eucaristía— en casa de algunos hermanos que
reunían las debidas condiciones”12 , que sin grandes templos lujosos ni extravagantes
banquetes llevaban a cabo la Santa Comunión. Así, parece ser que Adela Zamudio leyó
libros apócrifos de la Biblia como un anhelo a volver a los primeros cristianos —se sabe
que los Apóstoles y los primeros cristianos usaron los libros apócrifos 13—. Notoriamente,
esto se revela en el famoso poema “Quo vadis?” que en realidad es una frase en latín que
significa “¿Adónde vas?”, la misma es tomada del libro apócrifo de Hechos de Pedro. En
tal se cuenta que tras la persecución contra los cristianos del Emperador Nerón, Pedro
intenta escapar de Roma pero en el camino se encuentra con Cristo quien iba cargando una
cruz. Al verlo, éste le pregunta: “Quo vadis, Domine?” (¿Adónde vas, Señor?), a lo que
Jesucristo responde: “Romam vado iterum crucifigi” (Voy hacia Roma para ser crucificado

12
José Orlandis en el ensayo “I. Los orígenes de la Iglesia” (p. 16), hace un breve recorrido de cómo vivían
los primeros cristianos en Jerusalén, es decir los discípulos quienes lograron construir la primitiva iglesia.
13
Los Evangelios Apócrifos son los que la Iglesia no reconoció como legítima tradición apostólica, a pesar
que estos se presentaban con el nombre de algún apóstol. En la Iglesia primitiva comenzaron a circular no
obstante, no presentaban la garantía apostólica. El término “Apócrifo” al comienzo significó “secreto” porque
se dirigían a un grupo especial de iniciados y eran conservados en ese grupo, pero más adelante pasó a
significar “herético” o “inauténtico”. Se afirma que el número de Evangelios Apócrifos conocidos es superior
a los cincuenta.
de nuevo). Se podría decir que en la misma posición del apóstol Pedro la voz poética en
Zamudio dice:
Sola en el ancho páramo del mundo,
Sola con mi dolor,
En su confín, con estupor profundo
Miro alzarse un celeste resplendor…

¡Es Él! Aparición deslumbradora


De blanca y dulce faz,
Que avanza, con la diestra protectora
En actitud de bendición y paz.

Inclino ante Él mi rostro dolorido


Temblando de ternura y de temor,
Y exclamo con acento conmovido:
—¿A dónde vas, Señor? (“Quo vadis?”)

La hablante en su recorrido por el mundo terrenal declara su soledad, —


presuntamente causada por ser verdadera cristiana— y en éste de igual modo que Pedro, se
encuentra con el Mesías: “¿A dónde vas, Señor?” pregunta, asimismo se responde, a una
Roma que ahora es “[e]mporio de elegancia y de placer” en donde la ambición humana
gobierna. Esta imagen cristiana parece dirigirse a su perdición, la Roma que lo crucificó
ahora lo exalta de manera gazmoña y lo glorifica bajo atrocidades y falsos altares bañados
en fortunas.
El mundo con tu sangre redimido,
Veinte siglos después de tu pasión,
Es hoy más infeliz, más pervertido,
Más pagano que en el tiempo de Nerón.
[…]
Las antiguas barbaries, que subsisten,
Sólo cambian de nombre con la edad;
La esclavitud y aun el tormento existen,
Y es mentira grosera la igualdad.

¡Siempre en la lucha oprimidos y opresores!


De un lado, la fortuna y el poder,
Del otro, la miseria y sus horrores;
Y todo iniquidad… hoy como ayer.

Si bien, el Antiguo Imperio Romano tenía credos paganos cuyos creyentes —para la
Iglesia— eran considerados bárbaros y salvajes por caracterizarse en hacer correr mucha
sangre, torturar, pelear y exaltar la belleza material y lujosa, para la voz zamudiana esto no
parece haber cambiado. El tiempo pasó, el nombre de las deidades cambió, pero el ser
humano sigue siendo el mismo. Los hombres pelean y martirizan a otros hombres para
adquirir el poder y la riqueza. Este juego de “oprimidos y opresores” es para la hablante
todo lo que al mundo terrenal marca de desgracia y consternación, tal como fue en el
comienzo de la historia humana, la barbarie es propio del ser humano.
Ciega, fatal, la humanidad se abisma
En los antros del vicio y del error,
Y duda, horrorizada de sí misma…
¿A dónde vas, Señor?

Para esta voz, que se separa (o pretende alejarse) del resto de la humanidad, todos los
hombres están al borde de la perdición, quienes ciegos e imperiosos no reconocen su error.
Por eso vuelve a inquirir: “¿A dónde vas, Señor?”, quien si se va desampararía a la
humanidad condenándola a la total perdición, o simplemente volvería morir por los pecados
para ya no resucitar más. Como afirma Augusto Guzmán: “Quo vadis? es un grito de
insatisfacción humana, lanzado en medio de las montañas andinas, por un corazón
solitario”14. Este acercamiento a los antiguos libros apócrifos podría develar la intención de
la poeta por intentar que la Iglesia moderna escuche a la Iglesia primitiva, a los viejos
cristianos.
El libro de Hechos de los Apóstoles indica la fuerte presencia de la fraternidad entre
estos creyentes: «un corazón y un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que
poseía, sino que tenían las cosas en común» (4:32). Ese mismo fervor de caridad movía a
ciertos discípulos, claro es el ejemplo de Bernabé quien con grandes bienes vendió todo y
lo puso a disposición de los Apóstoles (4:36-37). De esta misma forma, Zamudio intenta
aclamar a la caridad cristiana:
Una niña sensible y bondadosa
en lo más bello de su edad temprana,
alargando con mano cariñosa
una limosna a una mendiga anciana (“Caridad”)

Dar limosna a los pobres —y más si son indefensos como los ancianos— suele ser una
sobre explotada imagen de ayuda cristiana, como la muestra de amor a los hermanos, Hijos
de Dios. Pero con respecto a la obra que nos concierne, ¿es realmente posible amar a la
humanidad si se está tan decepcionada de ella? Con todas las injurias, los horrores y
pecados que ésta instaura verdaderamente, ¿es posible obrar por el amor a lo decadente?
¿No es acaso aquí que se nos muestra una tensión con el prójimo? Podría entenderse
entonces que en realidad la voz poética no goza de tal escena por el auténtico amor
fraterno, pues lo entiende como quien al dar una limosna no busca aliviar en algo la
14
Adela Zamudio: Biografía de una mujer ilustre, p. 76.
miseria, sino en tanto se reconoce bajo esa triste figura. Razón por lo cual, la hablante en el
mismo poema “Caridad”, respecto a ambos personajes, la niña y la anciana dice:
Una ve cerca el fin de su carrera
Que el término será de sus pesares
Y la otra va a cruzar la vida entera,
Para encontrar dolores a millares.

Y la niña a la anciana compadece


por su triste mirar que le designa
lo mucho que ha sufrido y aún padece.
¡Ah, cuál será de compasión más digna!

Parece ser que la voz zamudiana se ve reflejada en la figura de aquella niña caritativa que
tras “cruzar la vida entera” encontró miles de pesares. Y a la vez, la infanta se ve en la
anciana puesto que se compadece de aquella que recorrió más camino, en consecuencia
sufrió más en la vida y sabe que a ella también le tocará tal sufrimiento, por ello se apiada
del dolor que también será el suyo:
Y la niña, luchando cada día
serán tantas las lágrimas que vierta
que olvidará a la anciana que vivía
de harapos y de lágrimas cubierta.

Reafirmando lo anterior, tal imagen infantil continuará su propia dolorosa existencia


—manifestada por las lágrimas derramadas— y olvidará a quien una vez ayudó, ya que la
caridad surge en un preciso instante: mirar, reconocerse, temer y accionar, todo en un
momento. Sólo el sufrimiento del otro suscita directamente el sentimiento de compartir el
dolor, de compasión. A lo que Zamudio nombrará como: “Cuadro elocuente de un ejemplo
santo/muda lección de caridad cristiana”. Sin embargo, hay que resaltar las nociones de
pesadumbre y decepción que implica la figura de la humanidad en esta poesía. El hombre
era la perfecta creación divina y se transformó en gran medida, en lo malvado del mundo.
"Debemos amar a los seres humanos. ¡Qué tarea tan difícil!" 15, nos dirá Schopenhauer. De
esta manera, este filósofo alemán describe a la caridad como el sufrimiento del otro, el cual
nos lleva a obrar o dejar de obrar: la contención para no causar daño al otro o bien, para
aplacar su dolor. Finalmente, así se traduce esta obra en caridad —cabe aclarar que no tiene
nada que ver con lo religioso—16. Pero no se trata solamente de observar y sentir tal
15
Parábolas, aforismos y comparaciones, p. 75.
16
En el texto Los dos problemas fundamentales de la ética, Schopenhauer desarrolla una postura sobre la idea
de caridad y compasión que versan sobre la libertad de la voluntad humana y el fundamento de la moral,
respectivamente. Asimismo, para este autor la caridad no se basa en principios religiosos, dogmas, mitos,
culturales y educativos es por el contrario, un hecho indiscutible de la conciencia humana, propia de ella “es
padecimiento, la compasión tiene como referente al individuo en su contexto y en su
historia, con toda su realidad.
[S]in embargo, lo con-siento, [mitempfinde], lo siento como mío, pero no en mí, sino en
otro […] esto supone que yo, en cierta medida, me he identificado con el otro y que, por
consiguiente, la barrera entre yo y no-yo se ha suprimido momentáneamente: sólo
entonces el asunto del otro, su necesidad, su carencia, su sufrimiento, se convierten
inmediatamente en míos: entonces ya no lo veo […] como algo extraño a mí, indiferente
para mí y totalmente distinto de mí; sino que en él com-padezco yo17

Con esta perspectiva, recurrimos al poema “A un suicida”, acá la voz poética al presenciar
la triste situación de aquél que se quitó la vida, exclama: “¡maldita está la tumba en que tus
restos/duermen sin flor ni una plegaria!/Ajena a tu dolor y a tu abandono/la multitud
pasaba en su carrera”. La voz reconoce y lamenta el abandono que la gente del entorno
tiene por este individuo, quien al cometer suicidio se convierte en un relegado indigno de
ser recordado, puesto que cometió un asesinato y fue contra la Palabra Divina. No
obstante, esta voz reconoce que el mundo se muestra agresivo para el ser humano, para
aquél que en vida padeció:
¡Cuántos pesares sin consuelo, cuántos.
con su peso mortal te han oprimido
hasta romperte el corazón y hacerte
prorrumpir en tan bárbaro estallido!

Por ello, la voz se compadece de dicho sujeto que en desconsuelo hizo lo


inaceptable:
Ajena a tu dolor y a tu abandono
la multitud pasaba en su carrera
como pasan las aguas del torrente
junto a la flor que tiembla en la ribera.

El ser más feliz halla en el mundo


de amor y de amistad sagrados lazos
pero tú… ¡ni una lágrima piadosa
cayó sobre tu sien hecha pedazos!
[…]
En nombre del Poder irresistible
que abruma de dolores nuestra vida,
¡doblo ante Dios con humildad la frente
y elevo una oración por el suicida!

La hablante será la única que elevará oración por el incomprendido pues admite lo violenta
que llega a ser la pesadez de la existencia, puesto que también esta voz reconoce que la

originaria e inmediata, se encuentra en la misma naturaleza humana, justamente por ello tiene solidez en toda
situación y se muestra en todos los países y épocas” (p.237).
17
Ibíd., p.p. 253-254
comparte: “[…] abruma de dolores nuestra vida”. Y de este modo, la compasión
simultáneamente es distancia y tensión con el prójimo ya que la voz zamudiana no intenta
otorgar felicidad y gozo a este personaje (el bien ajeno), sino que se torna en una acción
moral, una distancia moral.18 Será esta voz la única entre la multitud ajena al dolor de este
sujeto que se doblará ante Dios con humildad y elevará una oración por el suicida. Lo que
establece la distancia moral —la mirada lejana de la acción incorrecta— con dicho
individuo porque la oración procura ser el intermediador que pide perdón en nombre del
muerto, pues considera que es lo correcto tras cometer una de las ofensas más graves
contra Dios. Justamente, asumir el dolor del otro como suyo genera apaciguar un solo
sufrimiento, y el dolor del otro suscita directamente en uno el sentimiento de compartir el
dolor (de com-pasión). Es como volcar la mirada y dirigirla a uno mismo en un plano
moral, hay dolor pero sabe cuál es el pecado que no se debe cometer. La sola reflexión o
razonamiento sobre el “deber” de responder a la demanda del otro hace recaer el
fundamento de la conducta no en el bien del otro, sino en la rectitud de los argumentos de
uno mismo, en este caso, el de la voz zamudiana.
II. La melancolía por la Eternidad

La resistencia: lado romántico

Adela Zamudio aparece como reconocida escritora a finales del siglo XIX y principios del
XX, período en el que en la literatura se presenta una convivencia de distintas corrientes:
Naturalismo, Modernismo, Realismo, Romanticismo. “Con todo, creo que el signo central
de la obra de Zamudio es romántico porque su proyecto textual e ideológico es mejor
asimilado al Romanticismo”19, afirma Virginia Ayllón. Razón con lo cual, podría decirse
que nos podemos acerca a esta poética con una lectura romántica.

18
Complementando la noción de moral véase en el ensayo: “Adela Zamudio: romántica, cristiana y liberal”
de Milenka Torrico en esta misma edición. Para Torrico, la construcción de la moral zamudiana va en torno a
las virtudes cristianas fundada en la libertad del individuo. De igual manera, se analiza a la voz lírica que,
según Torrico, aparece como “súper-moral enjuiciadora”.
19
En el prólogo de Cuentos de Adela Zamudio, en el que sostendrá que la escritora cochabambina tiene en su
obra mucho de la corriente del Romanticismo, sin embargo, no del Romanticismo desarrollado en Bolivia. Ya
que considera a este aún como una hipótesis: “Hay voces que dudan de su existencia ya que lo que hasta hoy
se llama “Romanticismo” sería una simple extensión de la crítica literaria “subsidiaria” que ha estudiado las
literaturas americanas desde la óptica de los centros de poder: España y Francia”. Por lo que Romanticismo
posiblemente es el primer movimiento literario en Bolivia que se desarrolla inmediatamente creada la
República y por la influencia de las aún presentes guerrillas de la independencia.
Ahora bien, Zamudio puede ser considerada una poeta romántica, ya que existe un
fuerte enlace con el romanticismo español que, a pesar de no ser muy diferente al de los
otros países de Europa, posee una característica más propia, pues el espíritu religioso era
más latente en él.20 Por ello, la fuerte expresión de subjetividad en la voz reencarna
aspiraciones espirituales en la contemplación a la naturaleza como obra divina, exaltándola
como un espacio majestuoso que enaltece los sentidos.
¡Oh artista, que prendados de su belleza
copiáis la esplendorosa naturaleza
¿No os preguntáis a veces por qué escenario
tan bello y tan grandioso fue necesario,
decorado con tanta magnificencia
para este triste drama de la existencia?
En el físico mundo, todo armonía,
¿Qué es la vida? ¡miseria! ¡sueño de un día! (“Paisajes”)

Se dice que los románticos descubrieron el paisaje, volcaron sus miradas a la naturaleza
aceptando su belleza e ideándola como perfecta. A la par, la voz zamudiana percibe tal
magnificencia y reconoce la insignificancia del hombre frente a ella. En este punto es que
logramos hallar a la voz mostrándose melancólica, puesto que este gran espacio le revela a
gritos su mortalidad y lo efímero que resulta ser la vida: “¡sueño de un día!”. Pero, cabe
destacar que dicha melancolía —típica de esta corriente literaria— se muestra como un
estado que impulsa a la exaltación de sentidos y que además, pueden ser reflejados en el
panorama, como Torrico sostiene: “paisajes que correspondan con el ánimo del poeta, que
dialoguen o que lo representen, para proyectar su interior en el exterior”21:
¡Oh faro de los tristes! pálida luna,
sólo tu luz helada no importuna,
amo tu indescriptible melancolía
que con mis sentimientos guarda armonía... (“Paisajes”)

20
Derek Flitter en su ensayo “El espíritu religioso en las ideas literarias y la influencia de Chateaubriand”
parte del texto Teoría y crítica del romanticismo español, sostiene que “la asociación de romanticismo y
creencias cristianas caracterizó la difusión de las ideas románticas en España durante el reinado de Fernando
VII” (pp. 182-183). Este estudio ofrece un análisis del Romanticismo español a través de la recuperación de
teoría y crítica literaria. Asimismo, se identifica los orígenes del pensamiento romántico español con las
teorías de los pensadores románticos alemanes (especialmente analizando a partir del filósofo Johann
Gottfried von Herder).
21
Milenka Torrico en su texto propone una lectura romántica de Zamudio que, ciertamente de igual manera,
resalta la mirada hacia la naturaleza, pero en el que se pone énfasis en la subjetividad de la voz que se
manifiesta como un reflejo del estado anímico en el exterior.
Amar la melancolía que produce la naturaleza y encontrar armonía en ello, es lo que
para la voz poética es acercarse a la finitud de lo terrenal y lograr alcanzar (un poco más) lo
verdaderamente espiritual: la muerte y lo Eterno en los Cielos.
Y bajo el cielo, de un oscuro intenso,
semeja el mundo un encantado Edén.
Parece el Universo estar suspenso,
y el hombre calla extático también.
[...]
Sí —sólo al fin del sueño de la vida,
después de despertar en el morir,
el hombre ve la realidad cumplida
del que soñó dichoso porvenir. (“Sueños”)

La belleza de lo natural es para esta voz, la clara prueba de la creación del Santo Padre, el
Jardín del Edén en el que el ser humano irá para “reencontrarse” nuevamente con éste —o
mejor dicho, realmente sentir la naturaleza que le rodea—, extasiado anhela fervientemente
el “fin del sueño de la vida”. Porque según la fe cristiana, está seguro de una próspera
eternidad en el Reino de los Cielos. Concordando así con Flitter respecto al Romanticismo
español: “la belleza natural asumía un significado emocional como evidencia
incontrovertible de la existencia del verdadero Creador, y aparecía simplemente como un
ejemplo de las supremas cualidades poéticas del catolicismos”. 22 Es por esto que podríamos
seguir sosteniendo que Zamudio puede ser leída como romántica, en el sentido en que la
esta obra considera a la naturaleza como la reencarnación de las aspiraciones espirituales
que, gobernadas por la melancolía, ansían la vida en la Eternidad.
Eclesiastés y la salvación
El Eclesiastés —al igual que Job— se caracteriza por ser uno de los libros bíblicos más
próximos en caracterizar las dudas, temores y principalmente, angustias humanas. El
escritor boliviano Oscar Cerruto dice al respecto: “El Eclesiastés viene a ser como la zona
de sombra de la Biblia, como la cara oculta de la luna. Un viento negro, de duda y
negación, atraviesa el poema y remece los cimientos de la condición humana”.23 El
Eclesiastés o mejor dicho, el Predicador cuya palabra es una “autoridad”, reflexiona acerca
de su experiencia en la vida y admite las realidades opuestas en la existencia humana —
sabiduría e ignorancia, riqueza y pobreza, vida y muerte— para denotar lo perecedero que
resulta ser todo. Ciertamente, de igual forma, la voz en la obra que nos compete delibera
22
Ibíd., p.194.
23
“La poesía en la Biblia” en el periódico El Diario (domingo 25 de julio de 1976). Parte del Suplemento
Literario publicado en el N°2 de “Cuadernos de Jerusalén” del que es autor el mismo Cerruto.
consigo misma, adquiriendo el mismo tono frente a sus propios conflictos, cuestionando
por el ejemplo el saber humano:
¡Avanza humanidad! tu vasto imperio
explica la razón de tu optimismo,
no te espanta, en el borde del abismo,
de terribles problemas el misterio.
[...]
Y la ciencia admirable y bendecida
te da, tras los tormentos de la vida,
el horrible consuelo de la nada… (“Fin de siglo”)

Valga recordar que, según el cristianismo, cuando el hombre desobedeció a Dios fue
cuando adquirió sabiduría, puesto que consumió del “Árbol del Conocimiento”. Por ende,
este ser como ser racional continuamente adquiere más saberes, más ideas, crea ciencia, lo
que para la hablante, a pesar de ser ésta exaltada por el aparente progreso en la vida, resulta
solamente un camino a la nada, un “consuelo” que alienta un triste optimismo. Asimismo,
el Eclesiastés dice: «Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade
ciencia añade dolor» (1:18), y la voz poética admitiendo con la misma noción profiere
respecto a la figura del poeta:
De la industria y la ciencia enfermas….
También tú, tributario de este siglo,
Tienes el alma y la conciencia enfermas.
¡Poeta del dolor! Llegas a tiempo,
Cantos de la verdad, ¡pulsa esa cuerda!... (“Poeta”)

El poeta, el que denuncia “la falsedad y la miseria”, se podría decir, un sabio que puede
reconocer para Zamudio, las falencias de la humanidad. Pero sin remedio alguno, al ser
también conciencia forma parte de la “enfermedad” y principalmente, del dolor humano.
Parece ser que tener sabiduría es un privilegio como una pesada maldición ya que
principalmente este ser vivo está consciente de su mortalidad:
¿Por qué ante el astro que el cielo brilla
nuestro espíritu vuela y se levanta,
si somos polvo, miserable arcilla
y está a la tierra unida nuestra planta?
Pobres criaturas míseras, humanas
por qué tener aspiraciones vanas? (“Fantasía”)

El misterio de la suerte humana demuestra lo banal de la criatura humana frente al


universo y al mundo, la Creación Divina. Esta criatura no sabe qué camino realmente
tomar, pues su libre albedrío lo confunde y al mismo tiempo, estar vivo es estar en un viaje,
un destino sin un auténtico rumbo fijo. No obstante, éste está restringido por el mismo Dios
quien le otorgó la libertad de “viajar”, por tanto es Él quien se encargaría de darle la muerte
cuándo lo decida: «Todo va a un mismo lugar, todo es hecho del polvo, y todo volverá al
mismo polvo» (3:20-21). Entonces, “¿Por qué tener aspiraciones vanas?” en el mundo
terrenal si, al fin y al cabo, todo termina con la muerte... «Vanidad de vanidades, dijo el
Predicador, todo vanidad» (12:8-9).
Sin embargo, tanto para el Predicador como para la voz zamudiana la muerte no
significa precisamente el fin, sino un nuevo y mejor comienzo. Al reconocer al ente
Todopoderoso, el Eclesiastés afirma respecto al fin: «Teme a Dios, y guarda sus
mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio»
(12:13-14). El Juicio Final de cada uno según el cristianismo, será el pase que permitirá el
ingreso ya sea al Infierno o al Reino de los Cielos. Por esto mismo, la voz poética en
Zamudio —¿segura de haber cumplido con los mandamientos divinos?— mientras tiene
una conversación con un ángel, profiere :
Quiero morir; volar a tus regiones
[…]
Para que llegue acrisola y pura
hasta el trono de un Dios, tres veces Santo,
así como el guerrero obtiene gloria
sólo al fin del combate y la victoria. (“Fantasía”)

Morir es como la victoria de una gran lucha o guerra, en la que esta voz será una
triunfadora. Así, pensar en la muerte es imaginarse en un espacio único y esperanzador,
para hallar en ello el consuelo en visualizarse en la prometida Eternidad: “Lloradme
ausente pero no perdida” (“Mi epitafio”)
A modo de conclusión, podemos inferir que Adela Zamudio, como poeta nos revela
letras e imágenes de una voz muy creyente aunque no enteramente dogmática, pues traza
una distancia con la Iglesia Católica. Ella escribe de esto en una época en la que estaba en
su apogeo o aún muy vigentes el Romanticismo y el Modernismo, razón que hace muy
difícil no adscribirla en una corriente literaria y admitir la influencia que pudo tener de
éstas. La poeta boliviana fue romántica y fue modernista y a la vez, no lo fue.
Efectivamente, tanto el Modernismo como el Romanticismo de alguna u otra manera,
impulsaron a un tipo escritura que optó fervientemente por tratar el tema de la fe cristiana y
la moral que con ésta se enlaza. La primera, desde una perspectiva bastante pesimista que
pone en crisis todo lo que en su entorno acontece. Toma distancia de éste y habla
solemnemente sobre la decadencia social: el hombre como puro pecado, la Iglesia como
institución ambiciosa y el dolor de estar vivo. La segunda, por la influencia del
Romanticismo existe una resistencia a la realidad, la humanidad, el mundo terrenal. Por
esto, se recurre a enaltecer a la creación Divina pero con el firme objetivo de intentar
acercarse a la tierra perfecta y perdida, el Jardín del Edén. Es así que la mirada melancólica
convierte a un paisaje natural en un paraíso añorado que será solamente alcanzado con la
muerte. Así, podríamos decir que hay una melancólica esperanza que es compartida con el
Eclesiastés: desear la muerte sólo como el paso a una vida mejor, la Eternidad con el Santo
Padre.

Con todo esto, claramente percibimos que existe en esta poesía una profunda fe
cristiana, la cual no festeja a la humanidad ni la exalta. Es ahí que el dolor y
principalmente, el pesimismo de la situación humana que se manifiesta pretende acercar a
la voz creyente con su Dios, porque reconoce desde una perspectiva moral, que las cosas en
el mundo terrenal andan mal. Por lo que se desea ir de una vez por todas al Reino de los
Cielos y finalizar con el sueño de la vida. Podría decirse que a pesar de no ser un rasgo
singular en la literatura, en esta obra se explota muy continuamente —casi agotadoramente
—, la idea de fe y unión con Dios a través del sufrimiento; no se quiere estar vivo sin
embargo, no hay un reniego ni rechazo hacia la vida, la creación divina.
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Jacobo Peuser, Argentina.
— (1914): Ráfagas, Paul Ollendorff, París.
—(1965): Peregrinando, Canelas, Cochabamba-Bolivia, [1943]. (No tengo los
datos exactos. El texto original está en pdf, el que nos mandó Andrea pero no dice todos los
datos. Por eso puse los datos de mi libro que se llama “Peregrinando”, pero no es el original
de la primera edición sino el que tiene toda la obra poética. Sin embargo, consulté para mis
citas el Peregrinando de la primera edición)

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