Bienvenida y bienvenido a espacio público, un canal democrático para entender
juntos, de manera breve, los asuntos de agenda pública. Recientemente en la ciudad de Rishikesk, al pie del Himalaya al norte de la India, 10 turistas provenientes de Israel, Australia, Austria y México, fueron sancionados por la policía local al no respetar el confinamiento obligatorio en aquella ciudad. ¿La sanción? Escribir 500 veces la frase “no he respetado las reglas del confinamiento, lo siento”. En resumen, los pusieron a hacer planas. Lo que podría ser considerado como la aplicación social del modelo del conductismo, tan aplicado en el siglo XX para la enseñanza, particularmente la de idiomas, y superado por otras teorías del aprendizaje como el constructivismo más adelante, nos recuerda en piel ajena aquel modelo educativo que nos hacía repetir en lugar de comprender, y que establecía dos tipos de condicionamiento: el clásico y el operante. El segundo, es decir, el operante, se resumía en hacer seguir de algo deseable a una conducta: un premio ante una acción positiva (lo cual hacía más factible que una acción se repitiese); o un castigo ante una acción negativa (lo cual hacía que no fuera deseable repetir la conducta). En educación, tales conceptos son anacrónicos con nuestra época, pero han sido desechados desafortunadamente sin considerar los usos positivos que podrían tener en nuestra sociedad. La impunidad por ejemplo, hace que la sociedad carezca de herramientas para poder castigar a las personas responsables por un acto prohibido, teniendo por consecuencia natural que el acto se repita. Por el contrario, el estado de derecho, daría puntual consecuencia negativa a actos prohibidos por la ley, evitando su propagación y repetición en la sociedad. Hecha la reflexión anterior, y aunque pareciese el castigo de la India un regreso a tercero de primaria (porque a mí sí que me tocaron las planas), abre la oportunidad para repetir el caso y escribir en el libro de nuestra vida 500 veces “lo siento”, particularmente si nos referimos a conductas negativas diferentes que hayamos desplegado a lo largo de nuestra existencia. Dale Carnegie, un teórico social bastante práctico, reconoce en casi todos sus libros la dificultad humana para reconocer sus propios errores, y la aún mayor dificultad de que alguien sea capaz de hacer que otra persona les reconozca. No obstante, ahora que tenemos tiempo de reflexión profunda en el seno de nuestras esferas, ¿no consideraría querid@ lector@ que tenemos de frente una maravillosa oportunidad para reflexionar acerca de nuestros errores y llegar a conclusiones que duren más que cada día que vivimos? Sí, el planeta vive una crisis de salud; sí, la vida parece ahora la calidad que vive su menor certeza; sí, hay amenazas que constriñen nuestra existencia e intentan asfixiar nuestra paciencia, pero, ¿no es un gran problema una gran oportunidad bien disfrazada? ¿Cuándo fue la última vez que dijo “lo siento”? ¿Cuándo fue la última vez que Usted se perdonó a sí mism@ reconociendo que obró mal? Una palabra mal dicha, una piedra mal arrojada, una flecha mal lanzada, una acción injusta que inauguró en el rol de víctima a una persona inocente. No somos perfect@s, eso está claro, pero del lado de la perfección que sí existe en el ser humano se encuentra la capacidad de reconocer los errores y de pedir perdón. Comience perdonándose a Usted, y continúe perdonando a otr@s, que aunque parezca ser la misericordia una virtud unilateral, el perdón libera al que lo pide y encumbra a quien lo da. Mientras tenemos tiempo en esta tierra, no somos nuestra ropa, vehículo, casa o cuenta bancaria, somos nuestros actos, y, aún cuando un acto no sea lo mejor de nosotros, humillarnos al saber que obramos mal y pedir perdón por ello, no sólo nos convierte en mejores personas, sino que nos brinda algo incomprable con todo el oro del mundo: la paz interior. Por eso, ahora que el mundo toma un respiro, sin el agobio y frenesí del trabajo y el dinero, sepamos perdonarnos y pedir perdón a otr@s, que el oxígeno de la conciencia es la paz conseguida a través de perdonar. 500 veces “lo siento”, por 500 actos distintos, 500 suspiros intangibles que nos curan de nuestro pasado. No hace falta hacer planas, pero sí enmendar el pasado, para tener el grandioso futuro que claro que merecemos. Sepamos decir “lo siento”, sepamos pedir perdón y, en reciprocidad, aprendamos a perdonar a otr@s, para construir un mundo mejor. Sea egoísta, perdone y pida perdón, que el bien mayor será para Usted. ¡Hasta la próxima!