Sei sulla pagina 1di 87

PUBLICACIONES ANDAMIO

c/ Alts Forns nº 68, sót. 1º,


08038 Barcelona.
Tel. 93 432 25 23
editorial@publicacionesandamio.com

www.publicacionesandamio.com

Publicaciones Andamio es la sección editorial de los Grupos Bíblicos


Unidos (GBU) en España.

For the Love of God, Volume One

Copyright © 1998 by D. A. Carson


Published by Crossway Books
a publishing ministry of Good News Publishers
Wheaton, Illinois 60187, U.S.A.
This edition published by arrangement
With Good News Publishers.
All rights reserved.

Por amor a Dios

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial


sin la autorización de los editores.
Traducción: Roger Marshall, Gisela Muñoz, Loida Viegas
Diseño cubierta e interior: Jonatán Burgazzoli
Depósito legal: B.1951-2013
ISBN: 978-84-943225-0-1
Impreso en Publidisa
Impreso en España
© Publicaciones Andamio, 2013
1ª edición noviembre 2013

Este libro protege el entorno


Dedicado a mi amada esposa Joy1, con mi agradecimiento
por ser para mí lo que su nombre significa.

1 Joy significa gozo.


Índice

Prólogo

Introducción

Calendario M’Cheyne para la lectura diaria

Lecturas diarias:
- Enero

- Febrero

- Marzo

- Abril

- Mayo

- Junio

- Julio

- Agosto

- Septiembre
- Octubre

- Noviembre

- Diciembre
Prólogo

Este libro, el primero de dos volúmenes, va dirigido a cristianos que


quieren leer la Biblia y hacerlo de principio a fin.

En el mejor de los casos, los cristianos deben estar llenos de Biblia y


hacer suyas las palabras de Job: “No me he apartado de los mandamientos
de sus labios; en lo más profundo de mi ser he atesorado las palabras de
su boca.” (Job 23:12). Los hijos de Israel debían aprender esta
comparación durante su estancia en el desierto. Sabemos que Dios hizo
que pasaran hambre y los alimentó con el maná, para enseñarles que “Te
humilló y te hizo pasar hambre, pero luego te alimentó con maná, comida
que ni tú ni tus antepasados habíais conocido, con lo que te enseñó que no
solo de pan vive el hombre, sino de todo lo que sale de la boca del Señor.”
(cf. Dt. 8:3). El Señor Jesús citó estas palabras cuando afrontó la tentación
(Mt. 4:4). Por tanto, no solo del libro de Apocalipsis se puede decir con
propiedad: “Dichoso el que lee y dichosos los que escuchan las palabras
de este mensaje profético y hacen caso de lo que aquí está escrito, porque
el tiempo de su cumplimiento está cerca.” (Ap. 1:3). La noche que fue
entregado, Jesucristo oró por sus seguidores con estas palabras:
“Santifícalos en la verdad; tu palabra es la verdad.” (Jn. 17:17). La
Palabra de verdad es el medio por el cual Dios santifica a hombres y
mujeres, apartándolos para formar su propio pueblo.

Este desafío ha ido en aumento con el paso de los años, y eso debido a
varios factores. Todos debemos hacer frente a los pecados corrientes de
pereza o falta de disciplina, los de la carne y el orgullo de la vida. Sin
embargo, existen otras presiones añadidas. El ritmo mismo de la vida nos
permite innumerables excusas para sacrificar lo importante sobre el altar
de lo urgente. El constante aporte sensorial, que llega por todas partes, es
suavemente adictivo: nos acostumbramos al entretenimiento y la
diversión, y resulta difícil encontrar el espacio y el silencio necesarios
para una lectura seria y concienzuda de las Escrituras. El analfabetismo
bíblico, en aumento en la cultura occidental, es un problema aún más
serio: la Biblia es un libro cada vez más complejo, hasta para muchos
cristianos. Conforme la cultura se va alejando de su primer arraigo a una
comprensión de Dios judeocristiana, a la historia, la verdad, el bien y el
mal, el propósito, el juicio, el perdón y la comunidad, la Biblia parece más
y más desconocida. Esta misma razón constituye la urgencia por leerla y
releerla para que, al menos, los cristianos confesos conserven el
patrimonio y la perspectiva de una mente moldeada e instruida por la santa
Escritura.

El propósito de este libro es alentar ese objetivo. Las guías devocionales


tienden a ofrecer breves lecturas personales de la Biblia, limitándose
algunas veces a uno o dos versículos que van seguidos de varios párrafos
de edificante exposición. Sin duda, proporcionan una ayuda personal para
los creyentes con necesidades, temores y esperanzas personales. Sin
embargo, no ofrecen la estructura de lo que la Biblia afirma —la “trama”
o “argumento”—, el panorama completo que da sentido a todas sus
pequeñas secciones. Cuando se les da un mal uso, estas guías devocionales
pueden llegar a engendrar una opinión desatinada de que Dios existe para
resolver mis problemas. Se fomentan interpretaciones sumamente
equivocadas de algunas Escrituras, simplemente porque el puñado de
pasajes que tratan no se halla dentro del contexto de dicho panorama que
va perdiendo intensidad. Solo la lectura sistemática y repetida de toda la
Biblia está a la altura de estos desafíos.

Y eso es lo que este libro promueve. En él encontrará un plan que le


ayudará a leer todo el Nuevo Testamento y los Salmos dos veces en el
transcurso de un año, y una vez el resto de la Biblia; también puede seguir
una modificación de esta guía y hacerlo en dos años. Se proporciona un
comentario para cada día, pero si se contenta con leer la exposición
dejando de lado los pasajes bíblicos asignados, este libro no habrá
conseguido en absoluto su objetivo.

El esquema de lectura aquí presentado es una ligera modificación de


uno anterior, desarrollado hace más de un siglo y medio por Robert
Murray M’Cheyne, un pastor escocés. La introducción explica cómo
funciona y por qué este libro no es más que un primer volumen (aunque
recorra todo el calendario anual).

“Desead con ansias la leche pura de la palabra, como niños recién


nacidos. Así, por medio de ella, creceréis en vuestra salvación, ahora que
habéis probado lo bueno que es el Señor. ” (1 P. 2:2-3; NUEVA VERSIÓN
INTERNACIONAL).

Soli Deo gloria

—D. A. Carson,

Trinity Evangelical Divinity School


Introducción

Robert Murray M’Cheyne nació en Edimburgo el 21 de mayo de 1813.


Murió en Dundee el 25 de marzo de 1843, sin haber cumplido aún los
treinta años. Había servido como pastor de la Iglesia de San Pedro, en
Dundee, desde 1836. Aun siendo tan joven, se le conocía en toda Escocia
como “el piadoso M’Cheyne”; las fronteras escocesas no limitaron su
notable influencia.

Andrew Bonar, amigo y colega en el ministerio, recopiló algunas de las


cartas, mensajes y papeles diversos de M’Cheyne y las publicó en 1844
junto a una breve biografía titulada Las memorias y recuerdos del
reverendo Robert Murray M’Cheyne. Esta obra ha sido considerada en
todo el mundo como uno de los grandes clásicos espirituales. En los
veinticinco años de su primera publicación se hicieron ciento dieciséis
ediciones en inglés, sin contar las de Estados Unidos y otros lugares. Los
creyentes contemporáneos interesados en llevar una vida cristiana al
amparo de un avivamiento genuino no pueden hacer nada mejor que leer
esta colección de escritos y meditar en ellos.

Una de las permanentes preocupaciones de M’Cheyne era alentar a su


gente, y a sí mismo, a leer la Biblia. En una ocasión, le escribió a un
joven: “Claro que usted lee su Biblia con regularidad; pero pruébela y
entiéndala, y sobre todo siéntala. Lea más de un trozo cada vez. Por
ejemplo, si está leyendo Génesis, añada también un Salmo; o si su lectura
es el Evangelio de Mateo, lea también un trocito de una Epístola.
Convierta la Biblia en oración. De este modo, si está leyendo el Salmo 1,
coloque la Biblia abierta sobre una silla delante de usted, arrodíllese y ore:
‘¡Oh Señor, dame la bienaventuranza de ese hombre y no permitas que
ande en el consejo de los malvados!’. Es la mejor forma de entender el
significado de la Biblia y aprender a orar”. No se trataba de una forma de
beatería arcaica y escapista, ya que, al mismo tiempo, M’Cheyne era
diligente en el estudio del hebreo y el griego. Siendo estudiante de
teología, solía reunirse regularmente con Andrew Bonar, Horatius Bonar y
un puñado de fervorosos pastores en formación, para orar, estudiar y hacer
ejercicios de hebreo y griego. Se tomaban la Biblia con tanta seriedad en
su vida y su predicación que, según se cuenta, cuando el eminente Thomas
Chalmers, entonces profesor de Teología, se enteró de cómo se acercaban a
la Biblia, dijo: “Me gustan estas literalidades”.

Su deseo de fomentar una lectura diaria y seria de la Biblia le llevó a


preparar un esquema que guiara a los lectores por todo el Nuevo
Testamento y los Salmos dos veces cada año, y una vez por el resto de las
Escrituras. Lo reproducimos al final de esta introducción1 en su forma
ligeramente modificada. Una explicación del calendario será de gran
utilidad.

La primera columna se explica por sí sola: enumera la fecha de cada día


del año. Los puntos siguientes explican las demás características de este
calendario y la forma como se presenta este libro.

(1) Originalmente, M’Cheyne diseñó dos columnas tituladas “Familia”


y dos llamadas “Secreto”. Su intención era que, salvo algunas excepciones,
la lista de los pasajes estuviera en las columnas “Familia” para leerlas en
los devocionales familiares, y las que figuraran en las columnas “Secreto”,
para una lectura privada en el devocional personal. La elección de la
palabra “secreto” se sacó de Mateo 6:6 y era de uso común en la época de
M’Cheyne. Yo he titulado los dos pares de columnas “Familia” y
“Personal”, respectivamente.

(2) Para quienes utilicen el calendario estrictamente para sus


devocionales personales, los títulos tienen poca relevancia. A lo largo de
los últimos ciento cincuenta años, numerosos cristianos lo han usado de
este modo, como guía y plan de su lectura bíblica personal.

(3) Las dos columnas señaladas como “Familia” y las otras dos como
“Personal” reflejan que M’Cheyne opina que los cristianos deberían leer
más de una parte de la Biblia a la vez. Esto no solo permitirá que su mente
vincule varios pasajes, sino que le conducirá por los distintos pasajes
bíblicos que, en un primer análisis, puedan parecer menos consistentes que
otros (p. ej., 1 Crónicas 1-12).
(4) Si lee los cuatro pasajes señalados para cada día, como ya he
indicado, en el transcurso de un año habrá leído dos veces todo el Nuevo
Testamento y los Salmos, y una vez el resto de la Biblia. Si, por cualquier
razón, este ritmo le parece demasiado rápido, centre su lectura en los
pasajes enumerados en las dos primeras columnas (tituladas “Familia”)
durante el primer año, dejando los pasajes que figuran en las otras dos
(tituladas “Personal”) para el segundo. Obviamente, esto divide por la
mitad la velocidad de progreso.

(5) Este libro dedica una página a cada día. En la parte superior de la
página se encuentra la fecha, seguida por las citas de las cuatro lecturas.
Las dos primeras corresponden a las columnas “Familia”. Las dos últimas
pertenecen a las columnas “Personal”. El “Comentario” que ocupa el resto
de la página se basa, en algunas ocasiones, en temas que vinculen los
cuatro pasajes entre sí, aunque, por lo general, suele tratar una cuestión o
un texto que se halla en los pasajes de “Familia”. En el segundo volumen,
el “Comentario” se basa en el segundo par de pasajes denominados como
“Personal”. En este primer volumen no he restringido el comentario a los
pasajes de la primera columna ya que, en total acuerdo con M’Cheyne,
entiendo que limitarse a una sola parte de las Escrituras —en este caso, en
los libros históricos del Antiguo Testamento (primera columna) — no
sería de tanta utilidad como una más amplia exposición del texto bíblico.
Por tanto, he comentado un pasaje de la Biblia de una de las dos primeras
columnas. En la primera referencia que hago al pasaje que explico, señalo
la cita en negrita.

(6) Estas páginas no pretenden ser, en modo alguno, un comentario en el


sentido literal de este término. Mi objetivo es mucho más modesto:
proporcionar una explicación y reflexiones edificantes sobre los textos
señalados y, de este modo, exhortar a seguir meditando en los pasajes
bíblicos que se están leyendo. Si, entre los comentarios, algunos le
resultan un tanto inusuales se debe a mi intento por ayudar al lector a
mantener en mente el amplio panorama de la trama argumental de la
Biblia y, de este modo, constatar su relevancia en nuestra manera de
pensar y de vivir. En otras palabras, aunque pretendo que los comentarios
sean edificantes, la enseñanza no siempre es privada o individual. Mi
objetivo es mostrar, aunque solo sea en una forma preliminar, que la
lectura de toda la Biblia puede estimular a los cristianos reflexivos a
pensar de forma teológica y global, y también con reverencia y humildad.
El segundo tomo incluye un índice exhaustivo de nombres, temas y
Escrituras para ambos volúmenes.

Finalmente, me atrevo a hacer unas cuantas sugerencias prácticas. Si


debe elegir entre este libro o leer la Biblia, decídase por lo segundo. Si se
queda rezagado, no lo utilice como excusa para abandonar el intento hasta
el próximo 1 de enero. Recupere el tiempo (mediante una tarde de lectura
diligente, quizás un domingo), o salte el atraso y pase directamente al día
en el que debería encontrarse. Si su agenda se lo permite, establezca un
momento y un lugar definido para su lectura bíblica. M’Cheyne mismo
escribió: “Que nuestra lectura secreta se adelante [es decir, preceda] al
amanecer. Que la voz de Dios sea lo primero que oiga por la mañana”. Es
intrascendente que ese sea el mejor momento del día para usted; una
costumbre regular es mucho más importante. Cuando lea, recuerde que el
mismísimo

Dios declaró: “Fue mi mano la que hizo todas estas cosas; fue así como
llegaron a existir -afirma el Señor-. Yo estimo a los pobres y contritos de
espíritu, a los que tiemblan ante mi palabra. ” (Is. 66:2). Aprenda a
destilar lo que el pasaje expresa y utilizarlo para orar al Señor: ya sea
como petición, agradecimiento, alabanza o un temor sincero. Con el
tiempo, su lectura de la Biblia estará tan vinculada a sus oraciones que con
frecuencia será difícil diferenciarlas2.

1 El original se puede encontrar en numerosas ediciones del libro al que


ya hemos hecho referencia, a saber, Andrew A. Bonard, ed., Las memorias
y recuerdos del reverendo Robert Murray M’Cheyne. Mi copia es una
reedición de 1966, publicada por Banner of Truth, a partir de la edición de
1892, pp. 623-628. Algunas ediciones populares, como la rústica en dos
volúmenes publicada por Moody Press (n. d.), omiten el calendario. Los
principales cambios sustanciales que he introducido se hallan en cuatro
lugares en los que he modificado la división del pasaje unos dos o tres
versículos antes o después.
2 A este respecto, intenté proporcionar algunos consejos prácticos en A
Call to Spiritual Reformation: Priorities from Paul and His Prayers [Un
llamamiento a la renovación espiritual: las prioridades de Pablo y sus
oraciones] (Barcelona, Publicaciones Andamio, 1997).
Calendario M’Cheyne para la lectura diaria de la Biblia
1 ENERO |

Génesis 1 | Mateo 1 | Esdras 1 | Hechos 1

Estos cuatro capítulos describen nuevos comienzos, pero la primera


lectura -Génesis 1- narra el origen de todo lo creado en el universo. En
principio, este capítulo, y las líneas de pensamiento que desarrolla,
establece que Dios es distinto del universo que crea y, por tanto, el
panteísmo queda descartado; que la creación original era buena en su
totalidad y, por consiguiente, el dualismo queda al margen; que, según se
declara, los seres humanos, varón y hembra, son los únicos hechos a
imagen de Dios desmintiendo así toda forma de reduccionismo que afirma
que somos parte del reino animal y nada más; que Dios es un Dios que
habla, refutando cualquier noción de un Dios impersonal; que él ha hecho
todas las cosas de forma soberana, incluidas todas las personas, por lo que
se niega todo concepto de deidades meramente tribales. Algunos de estos y
otros temas relacionados quedan perfectamente claros por los autores
bíblicos posteriores cuando reflexionan sobre la doctrina de la creación y
ofrecen un sinfín de conclusiones de valor incalculable. La gloria total del
orden creado da testimonio de la de su Hacedor (cf. Sal. 19).

El universo existió por la voluntad de Dios, a quien se adora de manera


incesante por ello (cf. Ap. 4:11). Que Dios haya creado todas las cosas
habla de su trascendencia; es decir, que está por encima de este orden
creado, del tiempo y del espacio, y, por tanto, no puede ser domesticado
por ninguna cosa que este contenga (cf. Hch. 17:24-25). Él creó todas las
cosas y sigue gobernando sobre su totalidad, mostrando así que el racismo
y el tribalismo deben ser rechazados (cf. Hch. 17:26). Además, si hemos
sido hechos a su imagen, resulta absurdo pensar que podamos
representarle de manera adecuada con cualquier imagen inventada por
nosotros (cf. Hch. 17:29).

Estas y muchas otras nociones quedan aclaradas en Escrituras


posteriores.

Una de las implicaciones más importantes en la doctrina de la creación


es la siguiente: es el fundamento de toda responsabilidad humana. El tema
es recurrente en la Biblia, a veces de manera explícita y otras por
implicación. Solo por poner un ejemplo, el Evangelio de Juan comienza
con la declaración de que todo lo que fue creado existió por mediación del
“Verbo” de Dios, que se encarnó en Jesucristo (cf. Jn. 1:2-3, 14). Sin
embargo, esta observación establece el escenario para una acusación
devastadora: cuando este Verbo vino al mundo, aunque el mundo fue
creado por medio de él, el mundo no le conoció (cf. Jn. 1:10). Dios nos
hizo para que fuésemos su “imagen”, para su propia gloria. Lejos de ser
una medida de madurez, imaginar que somos autónomos no es más que la
mayor señal de nuestra rebelión, la bandera de nuestro rechazo de la
verdad (cf. Ro. 1).
2 ENERO |

Génesis 2 | Mateo 2 | Esdras 2 | Hechos 2

Podríamos pensar que es una forma muy extraña de acabar este relato de
la creación: “En ese tiempo el hombre y la mujer estaban desnudos, pero
ninguno de los dos sentía vergüenza.” (Génesis 2:25). A Hollywood le
encantaría: ¡qué gran excusa para el morbo sexual si alguien intentara
llevar esta escena a la gran pantalla! Nos precipitamos si solo nos fijamos
en lo puramente narrativo.

Este versículo está situado de manera estratégica. Vincula el relato de la


creación de la mujer y el establecimiento del matrimonio (Gn. 2:18-24)
con la narración de la caída (Gn. 3). Por una parte, la Biblia nos hace saber
que la mujer fue tomada del hombre. Creada por Dios para ser una “ayuda
adecuada” (2:18), es doblemente una con él: es hueso de sus huesos y
carne de su carne (2:23). Ahora, ambos están unidos como una sola
persona a través del matrimonio, una sola carne (2:24), el paradigma de
los que vendrán más tarde, de nuevos hogares y familias. Por otra parte, en
el capítulo siguiente leemos la historia de la caída, la despreciable
rebelión que introduce la muerte y la maldición. Como deducimos de la
lectura de mañana, parte de ese relato presenta al hombre y a la mujer
escondidos de la presencia del Señor, porque su rebelión les ha abierto los
ojos y han visto su desnudez (3:7, 10). Aunque no deberían haberse sentido
avergonzados, su instinto hace que se escondan.

Esto no era lo previsto. Según se nos indica, en el principio “el hombre y


la mujer estaban desnudos, pero ninguno de los dos sentía vergüenza”. El
aspecto sexual salta a la palestra, aunque la declaración está cargada de
profundo simbolismo. Es una forma de expresar que no había culpa
alguna, nada de qué avergonzarse. Esta feliz inocencia manifestaba
transparencia, un candor total. No había nada que esconder ni de Dios ni
mutuamente.

¡Qué diferente a cómo fue todo tras la caída! El hombre y la mujer se


ocultan de Dios y culpan a los demás. La ingenuidad ha desaparecido, la
inocencia se ha disipado, la transparencia se ha acabado. Estos son los
efectos inmediatos del primer pecado.

¡Cuánto más nefastas son estas mismas consecuencias cuando se


introducen en la psique de una raza caída, en los individuos como usted y
yo con tantas cosas que esconder! ¿Le gustaría que su esposa o su mejor
amigo conocieran la dimensión absoluta de cada uno de sus pensamientos?
¿Desearía que sus motivaciones quedaran expuestas a la vista pública?
¿No nos avergonzamos de algunos de nuestros actos y los ocultamos al
mayor número de personas posible? Incluso aquellas personas que
alardean de su pecado por tener la conciencia “encallecida” (como señala,
p. ej., 1 Ti. 4:2) lo hacen en según qué aspecto.

¡Qué dimensiones tan asombrosas caracterizan a la salvación que aborda


problemas tan profundos como estos!
3 ENERO |

Génesis 3 | Mateo 3 | Esdras 3 | Hechos 3

Resulta poco probable que haya consenso en la solución de un problema,


del tipo que sea, si no se determina antes cuál es su naturaleza. Las
religiones del mundo ofrecen una gama enorme de soluciones a los
problemas humanos. Algunas promulgan distintas formas de ejercicios
religiosos de autoayuda; otras abogan por un tipo de fatalismo fiel; las hay
que instan a entrar en una energía impersonal o fuerza del universo, y
quienes afirman que las experiencias místicas están a disposición de
quienes las persigan. Todas estas prácticas relativizan el mal. Una
pregunta crucial que se debería hacer es: ¿Cuál es el nivel esencial de los
problemas del hombre?

La Biblia insiste en que se trata de la rebelión contra Dios, nuestro


Hacedor, de cuya imagen somos portadores y cuyo gobierno intentamos
derrocar. Todos nuestros problemas, sin excepción, se remontan a esta
fuente fundamental: nuestra rebelión y la justa maldición de Dios que
acarreamos con nuestra insubordinación.

No deberíamos (mal) entender este punto atribuyéndole un sentido


simplista. Que los mayores rebeldes del mundo sufran los peores males
aquí, no tiene por qué ser la norma en base a un esquema de toma y daca.

Sin embargo, ya sea que ocupemos el lugar del autor (como en el caso
del odio, la envidia, la lujuria o el robo) o de la víctima (p. ej., violación,
agresión física o bombardeo indiscriminado), nuestra difícil situación
estará vinculada al pecado, ya sea nuestro o de otros. Además de que
nuestro sufrimiento sea el resultado de una clara maldad humana o fruto
de un desastre “natural”, Génesis 3 recalca que vivimos en un mundo
desordenado y roto, y que esta situación es consecuencia de la rebelión del
hombre.

Las maldiciones de Dios sobre la pareja humana son impresionantes.


La primera (Gn. 3:16) que vaticina dolor al parir los hijos y los
matrimonios desestructurados, representa el trastorno de la tarea inicial
designada para los seres humanos antes de la caída: el varón y la hembra
serían fructíferos bajo la bendición de Dios y se multiplicarían (1:27-28).
La segunda (Gn. 3:17-19) promete el desempeño del trabajo con dolor y
esfuerzo, una ecología desordenada y una muerte segura, suponiendo así la
interrupción de la segunda responsabilidad atribuida al hombre antes de la
caída: los portadores de la imagen de Dios gobernarían sobre el orden
creado y vivirían en armonía con este (1:28-30).

En su perfecta justicia, Dios podría haber destruido aquella raza rebelde


de manera instantánea. No puede ignorar tamaña rebelión, como tampoco
negar su propia deidad. A pesar de ello, su misericordia le lleva a
cubrirlos, suspender parte de la sentencia (la muerte misma), y anuncia un
día en el que la simiente de la mujer aplastará la cabeza de la serpiente que
condujo a la primera pareja por mal camino. Leemos con gran alivio el
capítulo 12 de Apocalipsis y entendemos que Génesis 3 define un
problema que solo Cristo puede resolver.
4 ENERO |

Génesis 4 | Mateo 4 | Esdras 4 | Hechos 4

La raza humana solo tardó una generación en producir su primer asesino


(Génesis 4). Dos reflexiones en torno a esto:

1) En la Biblia, encontramos numerosos móviles para el asesinato: Jehu


mató para asegurar una ventaja política (2 Reyes 9-10); David mató para
encubrir su adulterio (2 Samuel 11); Joab asesinó por venganza y por
miedo a perder su posición privilegiada (2 Samuel 3); algunos de los
hombres de Guibeá, de la tribu de Benjamín, mataron por su codicia
desenfrenada (Jueces 19). No sería difícil ir alargando la lista. En lo que se
refiere al primer asesinato, el móvil era la rivalidad entre hermanos
completamente descontrolada. Caín no podía soportar pensar que la
ofrenda de su hermano fuese aceptable a Dios, y la suya no. En lugar de
buscar a Dios a fin de mejorar su propia ofrenda, optó por asesinar a quien
veía como su rival.

Lo que tienen en común todos estos móviles es que el asesino se deja


llevar por la idea que él es el centro del universo. Dios mismo debe
aprobar lo que yo hago; y si no, como no puedo matar a Dios, mataré a
quien Dios aprueba. Lejos de recuperar el estado glorioso que precedía a la
caída, cuando, para aquellos que llevaban su imagen, Dios mismo era el
centro de todo; amado y adorado por ser el Creador bueno y sabio del
hombre, ahora cada ser humano pretende ser el centro del universo. Era
como si dijese: “Hasta Dios mismo debe servirme. Si no lo hace, es hora
de encontrar a otros dioses”.

Entre los elementos más chocantes que encontramos en el asesinato de


Abel está el hecho de que Caín esté tan profundamente contrariado al no
gozar de la aprobación de Dios. En este caso, la rivalidad entre los dos
hermanos ocurre en el terreno religioso. No importa. Desde el momento en
que me propongo ser el centro en cualquier ámbito, lo que pretendo en el
fondo es serlo en todos los ámbitos. Es lamentable que las fronteras
culturales y le-gales, aunque me impidan cometer asesinato, no sirven para
impedir que abrigue en mi corazón aquella clase de odio que, según las
enseñanzas de

Jesús, pertenece al mismo orden moral que el asesinato (Mateo 5:21-


26). Por tanto, aunque los móviles que llevan al asesinato sean muchos, en
el fondo son uno solo: yo quiero ser dios. Aquí está la raíz de toda
idolatría.

2) En la Biblia, hay varios ejemplos de inocentes que son víctimas del


asesinato. En este caso, Abel es el hermano inocente, no obstante es quien
encuentra la muerte a manos de su hermano. A partir de este hecho, cabe
hacer dos reflexiones. En primer lugar, la Biblia es tremendamente realista
en cuanto a la crueldad y la absoluta injusticia del pecado. En segundo
lugar, nos obliga a concluir que, si la justicia y el arreglo de las cuentas
van a ser posibles alguna vez, solo será mediante la intervención de Dios
mismo.

Las cuentas solo serán ajustadas después de la muerte.


5 ENERO |

Génesis 5 | Mateo 5 | Esdras 5 | Hechos 5

En el capítulo 5 de Génesis, encontramos una y otra vez la expresión:


“murió”. Tal persona vivió tantos años, “murió”. ¿Para qué tanta
repetición?

Desde el comienzo, era intención de Dios que la relación entre él y los


que llevaban su imagen fuera eterna: Adán y Eva gozarían de la vida
eterna con Dios. Sin embargo, su rebeldía puso fin a esta trayectoria
(Génesis 3:21-22). Aunque la muerte no les llegó enseguida (según
Génesis 5:5, Adán vivió 930 años), era inevitable. El capítulo anterior a
este catálogo de muertes relata el primer asesinato – otra muerte. Y los
tres capítulos posteriores (6-8) relatan el diluvio, en el cual murió toda la
raza humana, salvo Noé y su familia. Fuese por el asesinato, o por el juicio
divino, o por causas naturales, el resultado siempre es el mismo: “murió”.
Como sostiene el dicho actual,

“La vida es dura, y luego mueres”. De hecho, lo que sucede es que, por
mandato divino, la muerte se está estableciendo en medio de la raza
humana. Los arcos vitales que encontramos en el capítulo 5 son
extraordinarios. Pero esta situación no se puede prolongar. Cuantos más
son los años vividos, mayor el mal. En Génesis 6:3,

Dios ya ha decidido acortar la vida de los rebeldes que llevan su imagen.


Esta decisión se efectúa de manera gradual, pero firme, de modo que, al
llegar a Génesis 11, estos arcos se han reducido considerablemente, y en
las genealogías posteriores hay muy pocos que superen los 120 años. Pero,
sea a la edad que sea, el resultado siempre es el mismo: “murió”.

El pensamiento contemporáneo occidental encuentra la muerte tan


aterradora, que se prefiere evitar el tema en una conversación cualquiera.

¡Es el último tabú que nos queda! Hoy día, uno puede hablar del sexo y
de las finanzas sin que nadie se inmute; pero, si hablas de la muerte, la
mayoría de los presentes se ponen como mínimo incómodos. Incluso la
mayoría de los creyentes valoran su fe por lo que les pueda aportar ahora,
más que como aquello que les prepara para la eternidad, y así transforma
la manera como se actúa ahora. Dios no quiere que cerremos los ojos ante
los efectos de nuestro pecado, ante el hecho de que la muerte es inevitable.
No obstante, este capítulo incluye una excepción radiante: “y como anduvo
fielmente con Dios, un día desapareció porque Dios se lo llevó.” (Génesis
5:24). Es como si Dios nos quisiera mostrar que la muerte no es una
necesidad ontológica; que los que caminan con Dios, un día se librarán de
la muerte; que incluso para los que mueran hay esperanza - bajo la gracia
de Dios – de vida más allá de la muerte inevitable. Pero esta experiencia
está ligada a la de caminar con Dios. Hará falta nada menos que el resto de
la Biblia para elucidar lo que esto significa.
6 ENERO |

Génesis 6 | Mateo 6 | Esdras 6 | Hechos 6

Las tres primeras secciones de Mateo 6 (el capítulo central del Sermón
de la Montaña) tratan de tres actos de piedad considerados primordiales en
el judaísmo: dar a los necesitados (tradicionalmente, conocido como
“limosnas”), la oración y el ayuno (Mateo 6 1-18). Cabe notar lo que estos
tres actos tienen en común: Jesús reconoce con qué facilidad los pecadores
pueden involucrarse en actividades filantrópicas e incluso religiosas muy
loables, no tanto para hacer el bien como para que se les admire por el
bien que hacen. Si es más importante ser considerado generoso que serlo
en realidad; si lograr una reputación por orar es más importante que orar,
aunque nadie excepto Dios nos oiga; si el ayuno es algo que hacemos solo
para poder hablar de ello de manera poco honesta, estos actos se vuelven
actos de impiedad.

La manera más idónea de comprobar si somos genuinos en cada una de


estas áreas es realizar estos actos de manera tan callada, que solo Dios
sabe que lo estamos haciendo. Sé generoso entonces, pero no le digas a
nadie lo que das (6:1-4). Insiste en que los que reciban lo que das tampoco
digan nada. Ora mucho más en privado que en público (6:5-8). No dudes
en ayunar – pero no digas a nadie que ayunas (6:16-18). En cuanto al
segundo de estos tres términos, hay otra prueba: no te molestes en pedir
perdón a tu Padre en el cielo si tú mismo no estás dispuesto a perdonar
(6:14-15).

En cada uno de estos actos de piedad tradicionales, una vida auténtica-


mente cristiana se caracteriza por el deseo profundo y sencillo de agradar
a Dios, no por la ostentación, la cual suele tener como objetivo generar
entre los demás la impresión de que estamos agradando a Dios.

Las últimas dos secciones del capítulo siguen interrogando nuestras


motivaciones más recónditas. (1) En la primera, Jesús nos dice que
acumulemos tesoros en el cielo, puesto que nuestro corazón suele seguir a
nuestro tesoro. Lo que más valoramos será, en última instancia, lo que más
tire de nuestro “corazón” - nuestra personalidad, nuestros sueños, nuestro
tiempo, nuestra imaginación, nuestro fuero interno – e iremos a por ello.
Aquello se convertirá en nuestro dios. Si lo que valoramos es material,
nuestro dios será el materialismo. Pero si lo que valoramos más pertenece
a la eternidad, nuestro ser entero perseguirá aquello que tiene un
significado trascendental. (2) En la segunda, Jesús nos dice que una
relación verdadera y fiel con

Dios rehúsa las preocupaciones incesantes e innecesarias. Podemos


confiar en Dios – su sabiduría, su bondad, su gobierno providencial de
todas las circunstancias – aun en un mundo roto y entregado al mal. Si no
confiamos en él, delatamos el carácter pagano de nuestros corazones.

En pocas palabras, busquemos primero el reino de Dios y su justicia


(6:33).
7 ENERO |

Génesis 7 | Mateo 7 | Esdras 7 | Hechos 7

Hace tiempo, no había apenas nadie en todo el mundo anglosajón que no


fuese capaz de citar Juan 3:16. Sin duda alguna, era el versículo mejor
conocido de toda la Biblia. Tal vez sigue ocupando el mismo lugar
preeminente en este aspecto – no lo sé. Pero, aunque sea así, el porcentaje
de personas que conozcan este versículo se ha reducido enormemente, y
continúa mermándose a medida que el analfabetismo bíblico aumenta en
Occidente.

Mientras tanto, lo que se cita (quizá más) frecuentemente, a menudo con


un tono desafiante, por gente que no conoce muy bien su Biblia pero que
se cree autorizada para invocarlo a fin de apoyar sus ideas preconcebidas,
es Mateo 7:1: “No juzguéis a nadie, para que nadie os juzgue a vosotros.
”.

En una era en la que crece el pluralismo filosófico, estas palabras se han


convertido en una especie de confesión pública.

Hay que decir tres cosas al respecto. En primer lugar, destacar que la
lectura de hoy incluye no solo Mateo 7, sino también Génesis 7. En este
último, se ejecuta el juicio contundente del diluvio: “Dios borró de la faz
de la tierra a todo ser viviente…” (Génesis 7:23). El mismo Dios está
detrás de los dos pasajes, por lo cual no debemos llegar demasiado
precipitadamente a la conclusión de que Mateo 7:1 significa que juzgar
sea intrínsecamente malo.

En segundo lugar, aquí no se trata de que una práctica del Antiguo


Testamento quede abrogada en el Nuevo. No es que el juicio fuese posible
en Génesis, pero quedase abolido en Mateo. Tengamos en cuenta que en
Mateo 7:6 se nos exige emitir juicios en cuanto a la identidad de los
“perros” o los “cerdos”, y los párrafos finales del capítulo nos alertan
acerca de los falsos profetas (y nos dicen cómo podemos discernir el
auténtico y el falso), y quién es un verdadero discípulo de Jesucristo y
quién no lo es. Además, este capítulo no solo habla de un terrible juicio no
menos definitivo que el diluvio (Mateo 7:13, 19, 23), y hay muchos textos
en el Nuevo Testamento que son igualmente contundentes.

En tercer lugar, no solo debemos sacar a luz las falsas interpretaciones


de Mateo 7:1, sino que también hay que comprender lo que sí significa, y
hacerlo nuestro. El verbo juzgar tiene una variedad de sentidos, y el
contexto (7:1-5) es decisivo a la hora de darle al verbo su matiz en este
pasaje. Los que persiguen “justicia” (6:33) son susceptibles al peligro de
la autocomplacencia, la arrogancia, la condescendencia hacia los demás, la
hipocresía. No todos caen en esta trampa, por supuesto, pero el pecado del
“espíritu de juicio” es frecuente. Jesús no lo tolera.
8 ENERO |

Génesis 8 | Mateo 8 | Esdras 8 | Hechos 8

¿Por qué Jesús encuentra tan asombrosa la fe del centurión? (Mateo


8:5-13) El centurión asegura a Jesús que no es necesario que el Señor
venga a su casa para curar a su siervo paralítico. Comprende que, solo con
decir la palabra, su siervo será curado: “Porque”, explica el centurión, “yo
mismo soy un hombre sujeto a órdenes superiores, y además tengo
soldados bajo mi autoridad.” ¿Por qué esto es evidencia tan asombrosa de
su fe?

Hay tres hechos a destacar. El primero es que, en una época en la que


prevalecía la superstición. El centurión no creía que el poder de Jesús para
sanar fuera cosa de encantamientos, ni que dependiese de su presencia
física, sino que consistía simplemente en su palabra. No era necesario que
Jesús tocase ni manipulase al siervo, ni que siquiera estuviera presente;
solo hacía falta que dijese la palabra, y sería hecho.

El segundo hecho que se destaca es que llegase a esta convicción, a


pesar de que no estaba inmerso en las Escrituras. Era gentil. No sabemos
qué conocimientos tenía de las Escrituras, pero sin duda eran mucho
menores que los de los eruditos de Israel. No obstante, su fe era más pura,
más sencilla, más perspicaz, más reconocedora de Cristo que la de
aquellos.

El tercer elemento sorprendente de la fe de este hombre es la analogía


que usa. Reconoce que es un hombre bajo autoridad, por lo cual tiene
autoridad cuando habla dentro del marco de esta relación. Cuando dice a
un soldado romano bajo su autoridad que haga algo, no habla como
hombre a otro hombre. El centurión habla con la autoridad de su oficial
inmediata-mente superior, el tribuno, el cual habla a su vez con la
autoridad de César; con la autoridad, en definitiva, del mismo imperio
romano. Esta es la autoridad que pertenece al centurión, no porque él sea
de hecho tan poderoso como el César en todas las dimensiones, sino
porque es un hombre bajo autoridad: la cadena de mando significa que, al
hablar el centurión con un soldado de a pie, habla Roma. Implícitamente,
el centurión dice que reconoce en Jesús una relación semejante: la que
Jesús tiene con Dios, bajo la autoridad de Dios; que, al hablar Jesús, habla
Dios. Por supuesto que el centurión no se expresa desde dentro del marco
de una doctrina cristiana madura con respecto a la identidad de Cristo,
pero los ojos de la fe le habían permitido ver muy lejos.

Esta es la fe que nos hace falta. Tener confianza en la palabra de Jesús,


refleja una profundidad sencilla y da por sentado que, cuando habla Jesús,
habla Dios.
9 ENERO |

Génesis 9-10 | Mateo 9 | Esdras 9 | Hechos 9

A pesar del alcance universal del castigo que significó, el Diluvio no


sirvió para cambiar la naturaleza humana. Dios sabe muy bien que el
asesinato, cometido por primera vez por Caín, volverá a ocurrir. Ahora se
prescribe la pena capital (Génesis 9:6), no como medida disuasoria – la
disuasión no se menciona para nada – sino para señalar que el asesinato
pertenece a una categoría distinta de pecado, en cuanto que consiste en
matar a un ser creado a la imagen de Dios. Pero hay otras señales de la
persistencia del pecado.

La promesa que Dios hace, sellada por el arco iris, que nunca más
destruirá el mundo de aquella manera (9:12-17), es relevante, no en el
sentido de apabullar tanto al ser humano, que no tiene más remedio que
someterse, sino justamente porque Dios es perfectamente consciente de
que volverá a producirse el mismo escenario una y otra vez. Y el mismo
Noé a quien, con respecto a sus años anteriores al Diluvio, Pedro llama,
con razón, “predicador de la justicia” (2 Pedro 2:5), ahora queda retratado
como un borracho, con sus relaciones familiares en vías de desintegrarse.

Pero hay otro paralelo entre estos capítulos de Génesis y lo que ocurría
antes del Diluvio. A pesar de las garras del pecado, hay individuos como
Abel, cuyos sacrificios agradaban a Dios; hay personas que reconocen su
gran necesidad de Dios, e invocan el nombre de Dios (4:26); está Enoc,
séptimo desde Adán, que “anduvo fielmente con Dios” (5:22). En otras
palabras, hay una raza dentro de la raza, una raza más pequeña, no
intrínseca-mente superior a la otra, mas dispuesta a la relación con Dios de
tal manera que se dirige de hecho en una dirección totalmente distinta.
Escribiendo al principio de del siglo V, Agustín de Hipona en el norte de
África encuentra en estos primeros capítulos los comienzos de dos
humanidades, dos ciudades – la ciudad de Dios y la ciudad de los hombres.
(Véanse también la reflexión para el 27 de diciembre) El contraste se va
desarrollando de varias maneras a lo largo de la Biblia, hasta que el libro
de Apocalipsis lo hace entre Babilonia y la nueva Jerusalén.
Empíricamente, los creyentes pertenecen a las dos ciudades; en lo que se
refiere a su lealtad, pertenecen a una ciudad o a la otra.

Las mismas distinciones se restablecen después del Diluvio. La raza


pronto demuestra que los problemas de rebelión y pecado están
profundamente arraigados: constituyen una parte íntegra de nuestra
naturaleza. No obstante, las distinciones también reaparecen. Mientras el
pacto que Dios hace, según el cual promete no destruir jamás la tierra de la
misma manera, es un pacto con todo ser viviente (9:16), los hijos de Noé
se dividen, igual que los hijos de Adán. El ciclo tedioso vuelve a
comenzar, pero no sin esperanza: la ciudad de Dios nunca se descarrila por
completo, sino que anticipa las distinciones posteriores entre pactos, que
están de hecho a la vuelta de la esquina, y el clímax glorioso que llegará al
final de la historia de la redención.
10 ENERO |

Génesis 11 | Mateo 10 | Esdras 10 | Hechos 10

Conmovido cuando la muchedumbre le recuerda ovejas sin pastor, Jesús


manda a sus discípulos que “Rogad, por tanto, al Señor de la cosecha que
envíe obreros a su campo. ” (Mateo 9:38) – y luego organiza una misión
formativa para los doce que constituyen su círculo más estrecho (Mateo
10).

Hay muchas cosas que podemos aprender de este episodio, que, a juzgar
por el lenguaje que emplea (p.ej., 10:18), sirve para Jesús como una
especie de precursor de una misión a largo plazo. Aquí me centraré en solo
un aspecto.

Este aspecto, será el grado de conflicto que Jesús anticipa en este


proyecto evangelístico. Algunas comunidades rechazarán a los seguidores
de Jesús (10:11-14). Más adelante, aunque su testimonio llegue a los
niveles más altos del gobierno, estos mismos gobiernos aplicarán
sanciones muy severas (10:17-19). Las prioridades del evangelio dividirán
familias, hasta tal punto que algunos familiares llegarán a traicionar a
otros (10:21, 35). En los peores momentos de la persecución, los cristianos
huirán de un centro a otro (10:22-23). En algunos casos, el resultado final
es el martirio (10:28).

Cualquiera que tenga incluso los mínimos conocimientos de la historia


sabe con qué frecuencia estas profecías se han cumplido. El hecho de que
Occidente se ha librado durante tanto tiempo de los peores rasgos de la
persecución de este tipo nos ha hecho bajar la guardia – incluso, los
cristianos podemos llegar a pensar que la sociedad nos debe una vida libre
de problemas. Sin embargo, a medida que el legado judeocristiano se va
debilitando, es posible que nos encontremos inmersos en realidades
conocidas por los especialistas en misiones, pero que la mayoría de
nosotros ignoramos: durante el último siglo y medio, se ha convertido más
gente, y ha habido más mártires, que durante los primeros dieciocho siglos
de la era cristiana.
¿Dónde encontraremos estabilidad en tiempos así? Este capítulo repasa
varias preciosas fuentes de apoyo: reconocer que Jesús, nuestro Maestro,
era objeto de odio antes de nosotros (10:24-25); asegurarnos de que al
final se hará justicia, y de que todo el mundo lo verá (10:26-27); reconocer
que donde hay un temor apropiado a Dios, no cabe el miedo al hombre
(10:29-31); ayudar a los demás a comprender que aceptar al testigo de

Cristo es aceptar a Cristo, y recibir a Cristo es recibir a Dios (10:40);


considerar la promesa de Cristo mismo que las recompensas eternas no
fallarán (10:41-42).

En cualquier caso, está en juego un principio fundamental: Así es como


los cristianos enfocan las cosas; de hecho, forma parte íntegra de la
identidad del cristiano. “y el que no toma su cruz y me sigue no es digno de
mí. El que encuentre su vida, la perderá, y el que la pierda por mi causa,
la encontrará. ” (10:38-39).
11 ENERO |

Génesis 12 | Mateo 11 | Nehemías 1 | Hechos 11

Este texto, Génesis 12, constituye un punto de inflexión en el desarrollo


del plan de Dios para la redención. A partir de ahora, el centro de la
actividad de Dios no serán los individuos esparcidos aquí y allá, sino una
raza, una nación. Este punto de inflexión hace que los documentos del
Antiguo Testamento sean tan profundamente judíos. Y en última instancia,
de esta raza nacen la ley, los sacerdotes, la sabiduría, los patrones de las
relaciones con Dios de acuerdo con la alianza, los oráculos, las profecías,
las lamentaciones y los salmos – una amplia variedad de instituciones y
textos que apuntan, de maneras cada vez más patentes, a una nueva
alianza, predicha por los profetas de Israel.

Incluso en este nuevo pacto con Abraham, Dios incluye una promesa
que ya expande los horizontes más allá de Israel, una promesa que aparece
una y otra vez en la Biblia. Dios dice a Abraham, “Bendeciré a los que te
bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán
bendecidas todas las familias de la tierra!” (12:3). Por si no hemos
captado la importancia de esta promesa, el libro de Génesis la vuelve a
repetir (18:18, 22:18; 26:4; 28:14). Al cabo de un milenio, esta promesa se
centra, no en la nación en su conjunto, sino en uno de los más grandes
reyes de Israel: “Que su nombre perdure para siempre; que su fama
permanezca como el sol. Que en su nombre las naciones se bendigan unas
a otras; que todas ellas lo llamen dichoso. ” (Salmo 72:17). El “profeta
evangélico” a menudo articula la misma amplitud de visión (p.ej., Isaías
19:23-25). Los primeros predicadores de la iglesia, tras la resurrección de
Jesús, comprendieron que la salvación que trajo Jesús era el cumplimiento
de la promesa hecha a Abraham (Hechos 3:25). El apóstol

Pablo hace la misma conexión (Gálatas 3:8). Aunque el texto de Génesis


no lo cita explícitamente, este mismo planteamiento – que la última
intención de Dios era, desde el principio, incorporar a seres humanos de
toda raza en la nueva humanidad que está constituyendo – aparece de
múltiples maneras. De hecho, aparte de este texto, dos de las tres lecturas
restantes de hoy apuntan hacia la misma dirección.
En Mateo 11:20-24, Jesús dice con absoluta claridad, y usando un
lenguaje perturbador, que en el último día las ciudades paganas, aunque
sean castigadas, lo serán con menos severidad que las ciudades de Israel
que habían gozado del privilegio de escuchar a Jesús directamente y de ver
sus milagros, pero sin llegar a las conclusiones correctas. La invitación
que extiende es amplia: “Venid a mí todos vosotros que están cansados y
agobiados, y yo os daré descanso. ” (Mateo 11:28). Y en Hechos 11, Pedro
relata ante la iglesia en Jerusalén su experiencia con Cornelio y su casa,
tras lo cual concluyen lo siguiente: “¡Así que también a los gentiles les ha
concedido Dios el arrepentimiento para vida! ” (Hechos 11:18).

Cristo recibe la alabanza desenfrenada del cielo, porque con su sangre


había comprado a multitudes de personas para Dios “de toda raza, lengua,
pueblo y nación. ” (Apocalipsis 5:9; ver la meditación del 15 de
diciembre).
12 ENERO |

Génesis 13 | Mateo 12 | Nehemías 2 | Hechos 12

Es un retrato precioso. Jesús es tan tierno y manso, que, cuando


encuentra “la caña quebrada” (Mateo 12:20), en lugar de romperlo sin
más, lo vuelve a enderezar con la esperanza de que cobre nueva vida. Si la
mecha de una vela queda reducida a una punta apenas humeante, en lugar
de apagarla del todo, Jesús sopla hasta que la llama vuelve a avivarse. Así
es como actuará, según se nos dice aquí, hasta que “lleve la justicia hasta
su última victoria. En su nombre todas las naciones pondrán toda su
esperanza” (12:20-21).

Estas palabras proceden de Isaías 42:1-4, uno de los textos de Isaías que
hablan del “Siervo Sufriente”. Mucha gente esperaba a un Mesías que
llegara con un poder decisivo e irresistible, y que trajera justicia a la
tierra, o al menos a Israel. Pero parece poco probable que hubiese mucha
gente que relacionase al Rey venidero con el Siervo de Isaías. Por esta
razón la idea de un reino que naciera a partir de la mansedumbre y de la
bendición, y que pareciese poco contundente con respecto al juicio divino,
no era en absoluto lo que se esperaba. No obstante, aquí tenían a Jesús que
iba sanando a los enfermos entre la gente – advirtiéndoles a todos que no
revelasen quién era (12:15-16). No es de extrañar, entonces, que Mateo
viese en tal conducta un cumplimiento directo de las bellas palabras de
Isaías.

Incluso los versículos que hay alrededor de estos apuntan hacia el


mismo tema. Mientras Jesús sana a alguien en sábado, sus adversarios
intentan asesinarlo por violar la ley del sábado (12:9-14); mientras Jesús
expulsa demonios de una víctima desgraciada, sus adversarios le acusan de
ser el mismo diablo (12:22-28). La dureza de estos, en nombre de una
supuesta ortodoxia, contrasta vívidamente con la gentileza de Jesús.

Además de las grandes implicaciones cristológicas, este texto revela


algo de la naturaleza del reino en el cual los cristianos han sido incorpora-
dos, y por tanto de la conducta que se nos exige. Por un lado, como Mateo
ya ha explicado en el capítulo anterior, los testigos de Jesús son llamados
a un coraje santo y valiente, una fidelidad firme al Evangelio que nos haga
estar dispuestos a sufrir el ostracismo e incluso la persecución. Pero no
debemos exhibir aquella clase de “fuerza” que sea dura o severa, ni
aquella clase de “justicia” que esté llena de indignación y
condescendencia, ni ningún coraje que esté privado de compasión, ni
aquella clase de testimonio que solo sepa quejarse o manipular. Seguimos
al Señor Jesús, quien dice a sus discípulos: “Tomad mi yugo sobre vosotros
y aprended de mí, porque yo soy manso y humilde de corazón” (11:20).
Esto quiere decir que nosotros también, mientras proclamamos “justicia a
las naciones” (12:18), debemos optar por no discutir ni gritar por las
calles, acompañados por los sonidos estrepitosos de los címbalos.
13 ENERO |

Génesis 14 | Mateo 13 | Nehemías 3 | Hechos 13

Si leyéramos el libro de Génesis sin conocer el contenido de ningún otro


libro de la Biblia una de las secciones que encontraríamos más
enigmáticas sería estos versículos que tratan de Melquisedec (Génesis
14:18-20). ¿Cómo puede ser que contribuya de forma sustancial a la línea
narrativa del libro?

Aparece tras la decisión (Génesis 13) de Abram y de Lot de separar-se


para poner fin a las querellas que se sucedían entre sus respectivos
empleados. Lot escoge las llanuras de Sodoma y Gomorra. Esto quiere
decir que tanto él mismo como su familia y sus bienes son capturados
cuando Quedorlaomer y los reyes más bien mediocres que se han aliado
con él atacan las ciudades gemelas y se hacen con un botín considerable.
Abram y un buen número de guerreros persiguen a los saqueadores. La
batalla acaba con la liberación de Lot y de su familia, y la restauración
tanto de las personas como de los bienes que habían sido saqueados. En los
versículos siguientes, Abram rechaza cualquier recompensa de parte del
rey de Sodoma, una ciudad cuya maldad ya era notoria, pero acepta con
agrado la bendición del rey de Salem (posiblemente la misma ciudad que
Jerusalén) y a cambio le ofrece un diezmo honorífico.

Históricamente, Melquisedec (nombre que significa “rey de justicia”)


parece ser el rey de la ciudad-Estado de Salem (nombre que significa
“paz” o “bienestar”. Su rol en la narrativa no es solo el del “Rey de
Salem”, sino también “sacerdote del Dios altísimo” (14:18). De hecho,
bendice a Abram en nombre del Dios Todopoderoso. Hasta tal punto
Abram le respeta, aparentemente conociéndole ya por otros encuentros
anteriores, que él a su vez también le honora.

No hay motivo para creer que Abram fuese la única persona en la tierra
que conservase el conocimiento del Dios viviente. Melquisedec era otro, y
Abram reconoce en él un alma gemela. En un libro que cataloga con
detalle la genealogía de prácticamente todo el mundo que tiene un lugar en
la narrativa, no deja de sorprender la manera como Melquisedec aparece y
desaparece – no se nos dice ni quiénes eran sus padres ni como murió. Él y
su ciudad son la contrapartida de Sodoma y su rey. Otra vez más, se
contraponen la ciudad de Dios y la de los hombres (como diría Agustín).

Melquisedec solo se menciona en dos sitios más en la Biblia. El


primero, es el Salmo 110 (ver la reflexión para el 17 de junio); el otro es
Hebreos, donde el escritor reconoce la importancia de la inclusión de
Melquisedec en la línea narrativa de Génesis, afirmando que se trata de un
evento cargado de simbolismo cuyo significado es extraordinario (ver
especialmente Hebreos 7). Dios prepara así el camino para el último rey-
sacerdote, no solo a través de profecías verbales, sino también, mediante
modelos (o tipos) que establecen las categorías y configuran las
expectativas del pueblo de Dios.
14 ENERO |

Génesis 15 | Mateo 14 | Nehemías 4 | Hechos 14

El marco temporal de Dios es muy diferente del nuestro. Abram quie-re


un hijo y le parece que se va quedando sin tiempo. Dios tiene en mente a
un pueblo compuesto de millones de descendientes. Abram siente que su
vida se acerca al final sin que sea evidente en absoluto por qué Dios le ha
llamado a salir de Ur de los caldeos; Dios ve el curso entero de la historia
redentora.

Lo que Dios hace en Génesis 15 es prometer a Abram que su


descendencia constituirá una multitud incontable. A un cierto nivel, la
promesa de Dios es suficiente: “Abram creyó al Señor…” (Génesis 15:6).
La fe de Abram es sencilla y también profunda: creyó la promesa de Dios,
convencido de que Dios sería fiel a su palabra. Y a ojos de Dios, esta fe
“contaba como justicia”. Esto no quiere decir que Abram se mereciese
puntos por mostrar una fe así. Se trata más bien de que lo que Dios exige a
los que llevan su imagen, lo que siempre les había exigido, era justicia –
sin embargo, en este mundo caído acepta, y lo cuenta como si fuese
justicia, una fe que reconozca nuestra dependencia de Dios y que reciba la
palabra de Dios como tal. Es la fe de Abram lo que le convierte en el padre
de todos los que creen (Romanos 4; Gálatas 3).

Sin embargo, por muy genuina que sea esta fe, Abram tiene problemas
para encajar algunos de los detalles de la promesa de Dios. Dios le habla
de un tiempo en el que sus descendientes poseerán toda la tierra que le
rodea, y Abram vacila y pide una señal (Génesis 15:8). En su gracia, Dios
provee una: en una visión, a Abram se le permite entrar en un pacto con
Dios. Probablemente, los animales troceados por medio de los cuales pasa
“una hornilla humeante y una antorcha encendida” (Génesis 15:17)
representan una manera de decir “que los que entren en este pacto sean
igualmente troceados si violan las condiciones del mismo”. Esta visión
que Abram recibe, aparte de ser un acto de bondad de parte de Dios para
afianzar su fe, también le permite vislumbrar los propósitos de Dios a
largo plazo, y el vasto alcance de su campo de acción: establece un pacto
con Abram y con su descendencia, la misma relación de pacto en la cual
entran también los creyentes de hoy día (Gálatas 3:6-9).

Hay otro elemento más en este capítulo que deja entrever la perspectiva
divina. Una razón por la cual Abram no puede comenzar a conquistar la
Tierra Prometida es que “antes de eso no habrá llegado al colmo la
iniquidad de los amorreos” (Génesis 15:16). La cronología divina encaja
tan perfectamente con su sensibilidad moral, que, cuando el pueblo de Dio
esté listo para entrar en la Tierra, los habitantes de dicha Tierra se habrán
hundido en la degradación moral hasta tal punto, que el juicio divino será
absoluta-mente necesario. Llegará aquel día, dice Dios, pero en este
capítulo aún no ha llegado.
15 ENERO |

Génesis 16 | Mateo 15 | Nehemías 5 | Hechos 15

En toda la literatura de la antigua Mesopotamia, que yo sepa, Agar es la


única mujer a quien Dios se dirige directamente, llamándola por su
nombre (Génesis 16:8; 21:17). Esta mujer en cuestión no es una de las
grandes figuras matriarcales del Antiguo Testamento – como Sara, o
Raquel, o Rebeca –, sino una simple esclava que resentida con su ama, se
da a la fuga. No obstante, Dios se acerca a ella, le dice que se someta a
Sara (16:9), le pro-mete que el niño que lleva en su vientre será varón, y
que este varón será el progenitor de una gran nación (21:8).

Este relato tiene numerosas facetas estrechamente relacionadas entre sí.


Siguiendo el relato de la alianza con Abram en el capítulo 15, este
incidente deja en evidencia tanto a Abram como a Sara. Desesperados por
tener un hijo, piensan que tienen derecho a llevar a término los propósitos
de Dios por sus propios medios, más bien turbios. Como resultado, se
produce no solo una tensión muy grande en el seno de su propia familia
que dura muchos años – tensión que se desborda hasta la siguiente
generación (Génesis 21: 25) –, sino que de ahí nacen los pueblos árabes,
que se encuentran enzarzados en un conflicto perenne con el pueblo de
Israel hasta nuestros días. Uno de los grandes rasgos característicos de la
Biblia es su absoluta honestidad: los grandes hombres y las grandes
mujeres se retratan con todas sus miserias. Este mundo continúa siendo un
mundo deteriorado, e incluso los mejores son seres caídos. Esto nos debe
prevenir ante el peligro de un culto exacerbado a la personalidad.

No obstante, hay aquí otro vínculo con los capítulos anteriores. Dios
había prometido a Abram que todos los pueblos de la tierra serían
bendecidos a través de él (12:3). La elección de Abram es un medio hacia
este fin.

Por muy centrados en la descendencia que estén los propósitos de Dios a


partir de ahora, Dios sigue siendo el Rey soberano sobre todo el cosmos.
En el libro de Génesis, el relato de Abram se enmarca en medio de la
narrativa más amplía de la creación de todos, y de la caída de todos. De
modo que aquí, al principio de la historia de la nación de Israel, Dios
muestra su amor hacia los marginados y los despreciados, hacia los que no
están orgánicamente incorporados en la línea de la Promesa.

Encontramos esta misma solicitud en el Señor Jesús. En Mateo 15:21-


28, Jesús es perfectamente consciente de que su misión, durante los tres
años de su ministerio público, va dirigida especialmente a “las ovejas
perdidas del pueblo de Israel” (15:24). La narrativa de la redención exige
que dé prioridad al antiguo pueblo de Dios con quien hizo alianza. Pero
esto no impide que reconozca la fe asombrosa de otra mujer, cananita,
quien tiene la sabiduría de cambiar los términos de su pleito. Ya no se
dirige a Cristo como “Hijo de David” (15:22), puesto que, no siendo
Israelita, no tiene derecho a ninguna reivindicación directa, y se limita a
pedir misericordia (15:27). Otra “Agar” así descubre cómo es de
abundante esta misericordia, igual que muchísimas otras personas en
nuestros días.
16 ENERO |

Génesis 17 | Mateo 16 | Nehemías 6 | Hechos 16

No pensemos que Dios se revelaba a Abram cada día: estos momentos


decisivos ocurren a lo largo de un período muy extenso. Si reunimos las
pistas cronológicas, podemos deducir lo siguiente: Génesis 12 tiene lugar
cuando Abram tiene 75 años; Génesis 15 no tiene fecha, pero ocurre
durante la siguiente década; ahora Abram tiene 99 años, e Ismael ya tiene
13 (Génesis 17:1, 25). Las palabras con las cuales Dios inicia el encuentro
debían ser profundamente consoladoras, puesto que recogen unas cuantas
de las realidades que ya han sido plasmadas: “Yo soy el Dios
Todopoderoso…. ”.

En los siguientes versículos, lo que primero se enfatiza es la alianza, la


promesa de la Tierra y el hecho de que Abram será padre de muchas
naciones (17:4-5). Esta última promesa es la que ocupa el lugar primordial
en esta secuencia, pero hay tres elementos más que conducen hacia
adelante la historia de la redención.

En primer lugar, tanto Abram como Sarai reciben un nombre nuevo. Si


Abram significa “padre exaltado”, Abraham significa “padre de muchos”;
es decir, “padre de muchas naciones”. Implícitamente, eso da a entender
que por muy importante que sea su papel como padre de esta nación
hebrea recién nacida, Abraham será aún más grande como aquel a través
del cual todos los pueblos de la tierra serían bendecidos (12:3). Sara “será
madre de naciones” (17:16).

En segundo lugar, Dios introduce el tema de la circuncisión como la


señal iniciadora de la alianza. La circuncisión era un rito que existía entre
varios pueblos mesopotámicos de aquella época. En este caso, sin
embargo, se le da un significado distintivo: un rito conocido en el mundo
donde Abraham vivía es recogido por Dios y revestido de un significado
particular en la historia de la alianza que Dios hace con su pueblo.
Abraham no tarda en cumplir con ella (17:23-27). Esto se convierte en una
señal fronteriza que, a lo largo de la historia, marca la diferencia entre los
hebreos y los demás; pero es algo más que eso. Se establece tan
definitivamente como la señal única del pacto eterno, que quien no la
cumpliese sería excluido del pueblo de Dios (17:13-14). Aun antes de que
el pacto comportara una amplia gama de leyes, se están forjando su marco,
sus fronteras y su simbolismo.

En tercer lugar, el escepticismo comprensible, aunque poco afortuna-do,


por parte de Abraham en cuanto a su capacidad de engendrar a un hijo con
Sara a estas alturas de su matrimonio le induce a proponer a Ismael como
el hijo a través de quien Dios podría llevar a cabo sus propósitos (17:17-
18). Pero Dios rechaza esta propuesta. Ismael también será padre de
muchos, pero la línea de la alianza pasará por Isaac (17:19-21). La historia
del pueblo de la alianza estará, por tanto, sujeta a la elección soberana de
Dios.
17 ENERO |

Génesis 18 | Mateo 17 | Nehemías 7 | Hechos 17

Uno de los grandes fallos en los que también pueden caer incluso los
creyentes es el de minusvalorar a Jesús (Mateo 17:1-8). Jesús se lleva al
círculo íntimo de sus doce discípulos – a Pedro, a Santiago y a Juan – a la
cumbre de una montaña alta: solo estaban ellos cuatro. “Allí se transfiguró
en presencia de ellos; su rostro resplandeció como el sol, y su ropa se
volvió blanca como la luz” (17:2). De pronto, aparecieron Moisés y Elías,
“hablando con Jesús” (17:3) Es como si se nos permitiesen vislumbres
acerca de la identidad definitiva del Hijo eterno; los tres discípulos son
ahora “testigos directos de su majestad” (2 Pedro 1:16). Es difícil no ver
aquí un anticipo de la gloria del Hijo exaltado (Apocalipsis 1:12-16), de
Jesús tal como aparecerá cuando toda rodilla se doblegue ante él, en el
cielo y en la tierra, y bajo la tierra, y toda lengua confiese que “Jesucristo
es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:10-11).

Sin embargo, Pedro no lo comprende. Acierta al reconocer que es un


enorme privilegio presenciar este momento: “Señor”, dice, “¡qué bien que
estemos aquí!”. Pero luego mete la pata: “Si quieres, levantaré tres
tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. No llega a
comprender el significado de la presencia de Moisés y Elías. Se imagina
que se trata de que Jesús está siendo elevado así a la estatura de ellos, a la
estatura del mediador de la alianza de Sinaí y a la de uno de los más
grandes de los profetas bíblicos.

Está profundamente equivocado. La presencia de Moisés y Elías,


significa más bien, que tanto la ley como los profetas daban testimonio de
él (5:17-18; 11:13). Dios mismo es quien pone las cosas en su sitio. En una
manifestación aterradora, la voz de Dios truena desde el interior de una
nube que los envuelve a todos: “Este es mi Hijo amado; estoy muy
complacido con él. ¡Escuchadle! ” (17:5). Cuando los tres discípulos se
recuperaron del profundo impacto, todo había desaparecido: “Cuando
alzaron la vista, no vieron a nadie más que a Jesús” (17:8). Esta última
visión es una conclusión preñada de significado.
Jesús no tiene rival alguno. Ha habido y sigue habiendo muchos líderes
religiosos. En una era de gran sensibilidad posmoderna y de un
compromiso muy extendido y profundo con el pluralismo filosófico, es
muy fácil relativizar a Jesús de muchísimas maneras. Pero solo hay una
persona de quien se puede decir que nos creó, y luego se hizo uno de
nosotros; que es el Señor de la gloria y al mismo tiempo un ser humano;
que murió con ignominia y vergüenza en una cruz odiosa; pero que ahora
está sentado a la diestra de la Majestad, habiendo vuelto a la gloria que
compartía con el Padre antes de que el mundo fuera creado.
18 ENERO |

Génesis 19 | Mateo 18 | Nehemías 8 | Hechos 18

Si no vamos con cuidado, es muy fácil distorsionar una analogía. La


razón es obvia. Cuando una cosa sirve de analogía para otra,
inevitablemente habrá unos aspectos en los cuales ambas serán
semejantes, y otros en los cuales serán muy diferentes. Si fueran paralelas
en todos los aspectos, no se trataría de una relación análoga, sino de dos
cosas idénticas. Que una relación análoga sea tan fructífera y reveladora
estriba precisamente en que las dos en cuestión no sean idénticas. Pero ahí
está justamente lo que hace que la analogía sea difícil de comprender.

Así que hay que tener esto en cuenta a la hora de interpretar la analogía
que Jesús usa en Mateo 18:1-6. Cuando sus discípulos comienzan a
discutir acerca de quién es el más grande en el reino de los cielos, Jesús
llama a un niño pequeño e insiste en que, si ellos no cambian y son como
niños pequeños, no “entraréis en el reino de los cielos” (18:3). De hecho,
“el que se humilla como este niño será el más grande en el reino de los
cielos” (18:4). Recibir a un niño pequeño en nombre de Jesús es recibir a
Jesús mismo (18:5); hacer que uno de estos pequeños tropiece es cometer
un pecado tan serio, que habría sido mejor no haber nacido (18:6).

Es importante notar lo que no establece esta analogía. No hay ninguna


indicación aquí de que los niños sean inocentes o libres de pecado, ni que
su fe sea intrínsecamente pura; no encontramos aquí el espejismo
sentimental de que los niños comprendan mejor la naturaleza de Dios que
los adultos. La primera verdad a la que la analogía apunta se encuentra en
el contexto de la discusión entre los discípulos. Mientras ellos se
preocupan por quién será el más grande en el reino de los cielos, Jesús les
llama la atención sobre aquellos miembros de la sociedad a quienes nadie
consideraría “grandes”. Los niños son criaturas dependientes. No son ni
fuertes ni sabios ni sofisticados. Son relativamente transparentes. Los
adultos orgullosos, pues, se deben humillar a fin de acercarse a Dios como
niños pequeños: sencillamente, con una dependencia natural y sincera, sin
abrigar deseo alguno de ser el más grande.
Además, si como estos niños ponen su confianza en Jesús – sin
pretensiones de ningún tipo y con una sencillez transparente –, aquellos
que los corrompan y desvíen son patética y profundamente malévolos.

Aquí se nos ofrece entonces una imagen de la grandeza en el reino de


los cielos que desmonta por completo todas nuestras pretensiones, desinfla
nuestro orgullo y expone como vergonzosas nuestras aspiraciones
egoístas.

Si bien es cierto que no debemos sacar las conclusiones equivocadas de


esta analogía, también lo es que hay muchísimas conclusiones correctas en
las que debemos reflexionar y poner en práctica.

Quienes aspiran a lograr grandes cargos y grandes reputaciones en el


liderazgo cristiano deben reflexionar prolongadamente en estas palabras:
“Por tanto, el que se humilla como este niño será el más grande en el
reino de los cielos”.
19 ENERO |

Génesis 20 | Mateo 19 | Nehemías 9 | Hechos 19

Después de la entrevista que Jesús tuvo con el joven rico, dice a sus
discípulos: “- Os aseguro - comentó Jesús a sus discípulos - que es difícil
para un rico entrar en el reino de los cielos. De hecho, le resulta más fácil
a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el
reino de Dios. ” (Mateo 19:23-24). Los discípulos, según se nos relata,
“quedaron desconcertados”. Preguntaron: “En ese caso, ¿quién podrá
salvarse?” (19:25).

Su pregunta delata mucho su manera de pensar. Es como si los


discípulos creyeran que si alguien iba a ser salvo sería como este joven
justo, recto y francamente rico que acababa de alejarse, cabizbajo y algo
triste, de Jesús. Si no se salvaba ni este, ¿quién se salvaría entonces? Es
posible que pensaran que sus riquezas eran prueba de que Dios le había
bendecido, mientras que su carácter públicamente tan recto parecía
confirmar esta idea.

Pero, de esta forma, lo que delatan es lo poco que habían comprendido


la afirmación de Jesús. Quiso señalar con qué facilidad las riquezas se
convierten en un sucedáneo de Dios. Es extraordinariamente difícil que
alguien que esté apegado a las riquezas, especialmente las acumuladas a lo
largo de los años y de las cuales uno se siente orgulloso, se acerque a Dios
como un niño se le acercaría (19:13-15), y sencillamente pida ayuda y
busque misericordia. Los discípulos están mirando estas cosas justamente
al revés. Los bienes materiales son una bendición, según razonan, y
proceden de Dios. Si alguien goza de muchos bienes, estas bendiciones
tienen su origen en Dios.

Por tanto, es más probable que se salve una persona con grandes
bendiciones, que no una que cuente con menos.

Jesús no entra en un debate con ellos. Si comenzase a hablar en este


momento sobre las probabilidades mayores o menores de que alguien se
salve, supondría reconocer la legitimidad de la pregunta, la cual, de hecho,
está muy mal planteada. No es así como hay que abordar esta cuestión.
Tomemos, por ejemplo, el grupo que los discípulos consideran estar más
cerca del reino. ¿Ellos se salvarán? “A base del esfuerzo humano, es
imposible”, dice Jesús. Y esto significa, desde la perspectiva de los
discípulos, que, si el colectivo más privilegiado no puede entrar, entonces
no entrará nadie. Está clarísimo: “Para los hombres es imposible”.

Sin embargo, esta imposibilidad puede convertirse en realidad, puesto


que servimos a un Dios que hace cosas que nosotros, los seres humanos
nunca podríamos realizar. “¿quién podrá salvarse?”, “…mas para Dios
todo es posible” (19:26). En esto estriba nuestra confianza: un Dios que se
fija en los individuos más improbables, sean ricos o pobres, y escribe su
ley en sus corazones. Aparte de la gracia de Dios, que interviene en
nuestra condición, no hay esperanza para ninguno de nosotros.
20 ENERO |

Génesis 21 | Mateo 20 | Nehemías 10 | Hechos 20

En el siglo XIX Lord Acton escribió que todo poder corrompe, y el


poder absoluto corrompe absolutamente. Los padres fundadores de la
República Estadounidense estarían de acuerdo. Esta es la razón por la cual
construyeron un gobierno con un sistema de frenos y equilibrios – no
querían que nadie tuviese un exceso de poder, porque sabían que tarde o
temprano se corrompería. Fue también por este motivo que querían un
sistema constitucional de votación democrática. No fue en absoluto porque
confiasen en la sabiduría colectiva del pueblo – sus escritos demuestran
que estaban algo preocupados ante la posible cesión de un exceso de poder
al voto popular.

Sin embargo, veían la necesidad de un mecanismo que permitiese


apartar a alguien de su posición, y poner a otro en su lugar. De esta
manera, ningún gobernador podría ir acumulando poderes: tarde o
temprano, sería sustituido, sin derramamiento de sangre.

Jesús comprendía muy bien la naturaleza del poder en las jerarquías


gubernamentales: “Como sabéis, los gobernantes de las naciones oprimen
a los súbditos, y los altos oficiales abusan de su autoridad.” (Mateo
20:25). Tristemente, el poder eclesial puede ser igualmente corruptor. Por
esta razón, Jesús plasma un paradigma radicalmente diferente: “Pero entre
vosotros no debe ser así. Al contrario, el que quiera hacerse grande entre
vosotros deberá ser vuestro servidor, y el que quiera ser el primero deberá
ser esclavo de los demás” (Mateo 20:26-27).

Es de una importancia crucial para la salud de la Iglesia que compren-


damos bien estas palabras. Hay tres consideraciones que podrían
esclarecer su significado.

En primer lugar, el modelo definitivo en este aspecto es el propio Señor


Jesús, quien “no vino para que le sirvan, sino para servir y para dar su
vida en rescate por muchos” (20:28). Este versículo no es solamente uno
de los grandes textos acerca del carácter vicario de la expiación efectuada
por Jesús al morir en la cruz (ver 20:17-19), sino que también insiste de
manera muy poderosa en que la vida y la muerte de Jesús constituyen el
listón del liderazgo cristiano.

En segundo lugar, convertirse en siervo de todos no implica que el líder


cristiano deba volverse ni servil, ni tonto, ni ignorante, ni meramente
“simpático” – ¡como si el liderazgo de Jesús reflejara esta clase de
incompetencia!

En tercer lugar, lo que sí significa es que el líder cristiano debe ser


profundamente abnegado a favor de las personas, mirando siempre este
último ejemplo de autoabnegación de Cristo a favor de los demás. Por
tanto, la iglesia no debe elevar a posiciones de liderazgo a personas que
carezcan de este rasgo, por mucho que reúnan muchas de las cualidades
propias de un líder. Para dirigir o para enseñar, por ejemplo, hay que tener
el don de la enseñanza (Romanos 12:6-8). Sin embargo, también hay que
estar profundamente comprometido con el principio de la abnegación a
favor de los hermanos y hermanas en Cristo. Si no, uno queda
forzosamente descalificado.
21 ENERO |

Génesis 22 | Mateo 21 | Nehemías 11 | Hechos 21

La fuerza dramática que se concentra en el relato de la prueba de la fe


de Abraham cuando Dios le mandó sacrificar a su hijo Isaac (Génesis 22)
es muy conocida. El carácter escueto de la narrativa nos conmueve
profundamente. Cuando dice a su siervo: “El muchacho y yo seguiremos
adelante para adorar a Dios, y luego regresaremos junto a vosotros.”,
¿acaso creía Abraham que Dios resucitaría a su hijo de la muerte?
¿Esperaba que Dios inter-viniera de algún otro modo imprevisible? ¿Qué
explicación le podría dar a Isaac al atarlo y estirarlo en el altar preparado
para el sacrificio?

Un poco antes, cuando Isaac le pidió explicaciones por la falta de


víctima, Abraham le supo contestar de manera magistral: “El cordero, hijo
mío, lo proveerá Dios” (22:8). No es legítimo deducir que aquí Abraham
entre-viese la cruz de Cristo. A juzgar por su disposición a llevar a cabo el
sacrificio, incluso es dudoso que esperase que Dios proveyese un animal.
Incluso podríamos pensar que se trata de una respuesta piadosa para su
hijo hasta el momento en que la terrible verdad ya no pudiese esconderse.
No obstante, en el marco de esta historia, Abraham dijo más de lo que él
mismo pudiese saber al respecto. Dios sí proveyó un cordero, un sustituto
para Isaac (22:13-14). De hecho, igual que algunas otras figuras bíblicas,
Abraham dijo mucho más de lo que sabía: Dios suministraría no solo un
animal que sirviese de sustituto en este caso, sino que proveería el
sustituto definitivo, el Cordero de Dios, quien, solo, llevaría sobre sí
mismo nuestro pecado y haría que se cumplieran todos los magníficos
propósitos de Dios para la redención y el juicio (Apocalipsis 4-5; 21:22).

“El Señor provee” (22:14): hasta aquí Abraham lo podía comprender.

Uno se puede imaginar cómo esta misma realidad habrá quedado muy
grabada también en la mente de Isaac, y en la de sus herederos. Dios
enlaza este episodio con la promesa de la alianza: la fe de Abraham le abre
la puerta a una obediencia a Dios tan radical, que ni siquiera eleva a su
propio hijo amado a una posición que pudiese estar comprometida. Luego,
Dios le reitera la alianza: “que te bendeciré en gran manera, y que
multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena
del mar. Además, tus descendientes conquistarán las ciudades de sus
enemigos. Puesto que me has obedecido, todas las naciones del mundo
serán bendecidas por medio de tu descendencia” (22:17-18). En esta
ocasión, Dios jura por sí mismo (22:16), no porque fuese posible que
mintiese, sino porque no hay nadie más grande cuyo nombre pudiese
invocar, y porque el juramento serviría de ancla estabilizadora para la fe
de Abraham y para la de todos aquellos que hubiesen de venir después de
él (ver Hebreos 6:13-20).
22 ENERO |

Génesis 23 | Mateo 22 | Nehemías 12 | Hechos 22

Los versículos finales de Mateo 22 (Mateo 22:41-46) contienen uno de


los más sorprendentes diálogos del conjunto de los Evangelios. Tras eludir
hábilmente caer en la trampa de una serie de preguntas tendenciosas,
planteadas más para su descrédito que por un genuino deseo de saber,
Jesús reacciona ante sus oponentes haciendo él a su vez una pregunta: “¿
Qué pensáis del Cristo? ” “¿De quién es hijo?” (22:42). Algunos judíos
creían que iba de hecho a haber dos Mesías: el de la línea de David (de la
tribu de Judá) y otro de la tribu de Leví. No sorprende por tanto que los
fariseos respondan acertadamente: “De David” (22:42). Pero es entonces
cuando Jesús plantea la cuestión clave, que cae como una bomba: “¿Cómo
pues David, en el Espíritu, le llama Señor, diciendo: Dijo el Señor a mi
Señor: Siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos por estrado
de tus pies?” (22:43-44).

Jesús estaba ahí citando el Salmo 110, designado por los escribas como
salmo de David. De haber sido compuesto por un simple escriba de la
Corte, al escribir “El SEÑOR dijo a mi Señor,” lo habría entendido como
“El Señor [Dios] dijo a mi Señor [el Rey].” Y, de hecho, así es como lo han
interpretado muchos teólogos de la escuela liberal, haciendo caso omiso
de lo indicado en el rótulo. Pero, si en verdad fue David el autor del salmo,
ese ‘mi Señor’ estaría obviamente apuntado a alguien distinto al autor. La
explicación propuesta por muchos expertos en Biblia, tanto judíos como
cristianos, durante siglos, es por tanto adecuada: David, “en el Espíritu”
(22:43), habría escrito ahí un salmo oracular (esto es; un oráculo, o
profecía, inspirado por el Espíritu), en referencia al futuro Mesías que
habría de venir: “El SEÑOR [Dios] dijo a mi Señor [el Mesías].” El
contenido del resto del salmo, lo establece por tanto como rey universal y
verdadero y perfecto sacerdote.

En unos tiempos en los que las jerarquías familiares señalaban a los


hijos como inferiores respecto al padre, Jesús hace patente la intención de
sus palabras: “Pues si David le llama Señor, ¿cómo es su hijo?” (22:45).
Las implicaciones son realmente impresionantes. El Mesías del linaje
de David tendría que ser de la estirpe de David, separado por un milenio
del propio David, pero aun así genuino heredero con derecho a ese trono.

Por otra parte, además, iba a ser tan grandioso monarca que hasta el
propio David tendría que dirigirse a él como “mi Señor”. Toda otra forma
de entenderlo sería excesivamente limitada y reduccionista. Los textos
relacionados del Antiguo Testamento apuntan en la dirección adecuada ya
desde generaciones atrás. Pero eso no evita que vaya siempre a haber
quien prefiera las simplificaciones del reduccionismo antes que las
profundidades de la revelación del conjunto de la Biblia en su totalidad.
23 ENERO |

Génesis 24 | Mateo 23 | Nehemías 13 | Hechos 23

El lenguaje de Mateo 23 es francamente chocante. Jesús pronuncia


repetidamente sus “ayes” sobre los fariseos y maestros de la ley,
tildándoles de “hipócritas”, llamándoles “guías ciegos” y “Ciegos
insensatos”, comparándoles con “sepulcros blanqueados” que “Por fuera
lucen hermosos pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de
podredumbre. ” Les llama “Serpientes”, “camada de víboras”. ¿Qué es lo
que provoca un lenguaje tan poco mesurado por parte del Señor Jesús?

Estas personas reúnen esencialmente tres características que despiertan


la ira de Jesús.

En primer lugar está una pérdida de perspectiva, la cual, con respecto a


la revelación de Dios, enfatiza lo trivial a expensas de lo que es realmente
importante. Son fastidiosos en lo que se refiere al diezmo, hasta tal punto
que llegan a apartar la décima parte de las hierbas que se cultivan en los
huertos, mientras se quedan indiferentes ante las grandes cuestiones de la
justicia, la misericordia y la fidelidad (23:23). Jesús aclara, por supuesto,
que no resta importancia a los asuntos relativamente secundarios: sus
inter-locutores no deberían dejar de lado esto asuntos, puesto que se trata,
al fin y al cabo, de prescripciones mandadas por Dios. No obstante,
enfatizar estas cosas y al mismo tiempo no tomar en serio los temas de
mayor peso es como “Coláis el mosquito pero os tragáis el camello.”.
Asimismo, articular un cuerpo de reglas que enseñan cuando es importante
decir la verdad y cuando podemos mentir con la conciencia tranquila
(23:16-22) no solo implica negar la importancia fundamental de la verdad,
sino que implícitamente niegan que el universo entero pertenece a Dios, y
que cada vez que asumimos una promesa, lo hacemos delante de él.

La segunda característica es su amor hacia las formas externas de la


religión, con poca experiencia de una naturaleza transformada. Buscar el
re-conocimiento como gran líder religioso, que te honre toda la
comunidad, que te consideren un santo, un modelo religioso, mientras en
tu fuero interno estás consumido por la avaricia, la auto-complacencia, la
amargura, la rivalidad y el odio es un mal profundo (23: 5-12, 25-32).

La tercera acusación que les dirige es que, al desempeñar el papel de


enseñadores, estos líderes difunden este veneno y contaminan a los demás,
sea por precepto o por ejemplo. No solo no entran ellos en el reino, sino
que impiden la entrada a otros (23:13-15).

¿Cuántos líderes evangélicos hoy día invierten la mayor parte de sus


fuerzas en asuntos periféricos, y muy pocas en las grandes cuestiones de la
justicia, la misericordia y la fidelidad – en nuestras familias, nuestras
iglesias, en el lugar de trabajo, en todas nuestras relaciones y en la nación.
¿A cuántos de entre nosotros nos importa más que nos consideren sabios y
santos que ser sabios y santos? ¿Cuántos acaban así por traer la
condenación a sus oidores, mediante su mal ejemplo y por su gradual
alejamiento del evangelio y de todo lo que este conlleva?

Nuestra única esperanza reside en este Jesús que, aunque denuncia con
tanta ferocidad esta escandalosa culpabilidad, también llora sobre la
ciudad (Mateo 23:37-39; Lucas 19:44).
24 ENERO |

Génesis 25 | Mateo 24 | Ester 1 | Hechos 24

En medio de tiempos tempestuosos, los cristianos han caído a menudo


en la tentación de fijar fechas para el retorno de Jesús – en casi todos los
casos, diciendo que esto ocurriría dentro de una generación a partir de la
fecha de la predicción. En Mateo 24:36-44, sin embargo, Jesús insiste en
que el tiempo de este acontecimiento queda oculto. No podemos
conocerlo, y no deberíamos intentar conocerlo.

Para ser más preciso, el texto dice dos cosas:

En primer lugar, no solo se trata de un secreto que el Padre se guarda


para sí solo, sino que cuando se produzca el juicio será repentino,
inesperado e irrevocable. Esta es la verdad que Jesús señala al compararlo
con la llegada repentina del Diluvio: “La venida del Hijo del hombre será
como en tiempos de Noé” (24:37). El punto que quiere enfatizar no es que
la gente de los últimos tiempos sea tan mala como la gente que vivía en
los tiempos del Diluvio. Esto puede que sea, o no, así, pero no es lo que
Jesús enseña aquí.

“Porque en los días antes del diluvio comían, bebían y se casaban y


daban en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca” (24:38). El
Diluvio les sorprendió y los destruyó por completo. “Así será en la venida
del Hijo del hombre” (24:39). “Estarán dos hombres en el campo: uno será
llevado y el otro será dejado. Dos mujeres estarán moliendo: una será
llevada y la otra será dejada. ” (24:40-41). El fin de los tiempos será
repentino e inesperado.

En segundo lugar, es lógico (“Por lo tanto…” 24:42) que los sirvientes


fieles estén siempre listos. Evidentemente, el propietario de una vivienda
en un barrio problemático ignora cuándo llegará un ladrón. Pero toma tales
precauciones que siempre está preparado. De lo que se trata aquí no es de
que el retorno de Jesús al final de los tiempos sea encubierto – como la
llegada de un ladrón-, sino, más bien de que aunque desconocemos cuándo
se producirá, de lo que sí podemos estar seguros es de que se producirá, y
su pueblo debe estar preparado de la misma manera que el propietario de
la vivienda ha de estarlo para la llegada del ladrón (la cual también ocurre
en un momento imprevisible). “Por eso también vosotros debéis estar
preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperéis”
(24:44).

¿Qué os gustaría estar haciendo, diciendo, pensando o planificando


cuando Jesús vuelva? ¿Qué no os gustaría estar haciendo, diciendo,
pensando o planificando? Jesús nos dice que siempre nos mantengamos
“despiertos, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor” (24:42).
25 ENERO |

Génesis 26 | Mateo 25 | Ester 2 | Hechos 25

La parábola de la oveja y las cabras (Mateo 25:31-46) llama nuestra


atención sobre los hambrientos, los sedientos, los desnudos, los enfermos
y los encarcelados. Tiene mucho que decirnos en un mundo donde los
pobres, los desgraciados y los menos afortunados pueden verse
descartados con tanta facilidad, situados en la periferia de nuestro campo
de visión.

Aquí, Jesús, el Hijo del Hombre y el Rey, proclama: “Os aseguro que
todo lo que hicisteis por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño,
por mí lo hicisteis” (Mateo 25:40; ver también v. 45). ¿No significa esto
que, de alguna manera, cuando servimos a los desgraciados servimos a
Cristo? ¿No significa que esta se convierte en una marea característica –
incluso la marea distintiva – de los verdaderos seguidores de Jesucristo?

Así es como se suele interpretar esta parábola, y lejos de mí llevar la


contraria, puesto que siempre es de vital importancia que los que conocen
y siguen al Dios Viviente exhiban esta vida en Dios mediante la
compasión, el servicio y la abnegación. No cabe duda de que el resto de las
Escrituras tienen muchísimo que decir acerca de nuestro compromiso con
los pobres.

Sin embargo, es poco probable que este sea el meollo de la cuestión en


esta parábola. Otra antigua corriente interpretativa es mucho más
plausible. Hay dos elementos en la parábola que esclarecen el asunto. En
primer lugar, Jesús insiste en que lo que hacían las ovejas y lo que no
hacían las cabras se hacía o no hacía “por uno de mis hermanos” (25:40;
ver también el v. 45). Resulta abrumadora la evidencia de que esta
expresión no abarca a todos los que sufren, sino a los seguidores de Jesús
que sufrían. El énfasis no está en la compasión en sus dimensiones
genéricas, por mucha importancia que se dé a esta en otras partes, sino en
la compasión mostrada hacia los seguidores de Jesús que padecen hambre
o sed, que estén desnudos, enfermos o en la cárcel.
En segundo lugar, tanto las ovejas como las cabras (25:37-41, 44) se
sorprenden al pronunciar Jesús su veredicto en función de la manera como
ellos han tratado a los más humildes de sus hermanos. Si Jesús estuviese
refiriéndose a la compasión en términos generales, es difícil comprender
por qué esto produciría sorpresa. Lo importante aquí es la identificación
por parte de Jesús con los que han recibido (o no han recibido) ayuda – y
esta es una característica recurrente y permanente de la religión bíblica.
Por ejemplo, cuando Saulo persigue a los cristianos, persigue a Jesús
(Hechos 9:4). Los verdaderos seguidores de Jesús harán todo lo que esté a
su alcance para ayudar a otros seguidores de Jesús, especialmente a los
más humildes y más despreciados entre ellos; otros no sentirán ninguna
inclinación especial en este aspecto. He aquí lo que separa las ovejas de
las cabras (25:32-33).

Entonces, ¿cómo tratas a otros creyentes, incluso a los más humildes?


26 ENERO |

Génesis 27 | Mateo 26 | Ester 3 | Hechos 26

Los cuatro pasajes escogidos para hoy tienen algo que decir sobre la
providencia de Dios. Génesis 27 es, en muchos sentidos, un relato patético
y sucio. Anteriormente Esaú había despreciado su herencia (25:34). Y
ahora su hermano recurre a una artimaña para llevársela. Con el fin de
lograrlo, Jacob encuentra ayuda y apoyo en Rebeca, quien de este modo,
muestra favoritismo hacia uno de sus hijos y deslealtad hacia su marido.
Esaú pierde los estribos y no se hace responsable de sus actos. Al
contrario, abriga su rencor muy dentro suyo, y comienza a tramar el
asesinato de su hermano. Para la familia que constituye la línea mesiánica,
las cosas no van muy bien.

No obstante, los que han leído este texto dentro del contexto de toda la
narrativa se acordarán de que Dios mismo le había dicho a Rebeca, antes
del nacimiento de los gemelos, que el mayor serviría al menor (25:23). Tal
vez sea este uno de los motivos por los cuales hizo lo que hizo; parece que
creía que Dios necesitaba un empujón para que fuese fiel a su promesa. No
obstante, tras estas acciones sucias y malas, Dios sigue llevando a cabo su
propósito: conducir el hilo de la promesa a la conclusión que ha
determinado. Por supuesto que Dios podía haber hecho que primero
naciese Jacob, si este era quien había de continuar la línea mesiánica. En
lugar de ello, Esaú nace primero, pero es Jacob quien había sido escogido,
como si fuese para proclamar que, por importante que sea la línea, la
elección soberana de Dios lo es mucho más que cualquier jerarquía
humana de prioridades, más que la mera primogenitura.

En Mateo 26, las autoridades organizan una conspiración nefasta para


corromper la justicia con el fin de resolver un problema político: Judas, un
miembro del círculo más cercano a Jesús, vende a su maestro; Jesús se
encuentra en medio de una terrible angustia en el huerto de Getsemaní; es
arrestado, traicionado por un beso; el Sanedrín condena a su preso; Pedro
niega conocer a Jesús. No obstante ¿quién se atrevería a afirmar, en el
curso de la narrativa del libro, que Dios no mantiene el control soberano
con el objeto de llevar a cabo el fin que él desea? Jesús acabará dando su
vida “en rescate por muchos” (20:28), y todos los fracasos, todo el dolor,
todo el pecado que relata este capítulo desembocan en la redención.

El libro de Ester ni siquiera menciona el nombre de Dios, pero aquí


también, incluso el genocidio masivo tramado por Amán y aprobado por el
gobierno, constituye un paso más hacia la salvación. Y Pablo (Hechos 26)
aparentemente habría sido puesto en libertad si no hubiese apelado al
Cesar – sin embargo, precisamente esta apelación es lo que le lleva al final
a proclamar el evangelio desde el mismo corazón del imperio.

La providencia es misteriosa. Nunca se debe invocar para justificar


actos injustificables, ni para restar importancia a la seriedad del pecado:
Isaac y su familia no son trigo limpio, Judas es un desgraciado mentiroso,
Amán es un ser vil, y el tribunal romano que enjuicia a Pablo es corrupto.
No obstante prevalece la soberanía de Dios, detrás del escenario, logrando
gloria de lo más putrefacto, y honra de la vergüenza.
27 ENERO |

Génesis 28 | Mateo 27 | Ester 4 | Hechos 27

El nombre Betel significa “Casa de Dios”. Me pregunto cuántos son los


refugios cristianos, los seminarios y colegios bíblicos, las iglesias y las
casas que han escogido este nombre para adornar sus letreros y sus
membretes.

No obstante, los sucesos que condujeron a este nombre en su origen


(Génesis 28) constituyen una mezcla ambivalente. Aquí tenemos a Jacob,
cubriendo apresuradamente la gran distancia que le separa de su tío Labán.

A primera vista, busca una esposa piadosa – pero este motivo de su viaje
está más en la mente de Isaac que en la de su hijo Jacob. En realidad, este
intenta poner a salvo su vida, como el capítulo precedente da a entender de
forma muy clara: quiere evitar la muerte a manos de su propio hermano
como consecuencia de su acto sórdido de traición y engaño. A juzgar por
lo que pide a Dios, corre el peligro de quedarse sin comida y ropa
adecuada, y ya añora a su familia (28:17).

Por su parte, Dios reitera los términos esenciales del pacto que hizo con
Abraham al nieto de este. La visión de la escalera abre la perspectiva del
acceso a Dios, de una relación inmediata entre Dios y un hombre que,
hasta este momento, ha actuado más por la conveniencia que por los
principios.

Dios promete que sus descendientes se multiplicarán y que recibirán la


tierra. La gran expansión de estos descendientes se repite: “y todas las
familias de la tierra serán bendecidas por medio de ti y de tu
descendencia” (28:14). Incluso en la esfera más personal, Jacob no será
abandonado, puesto que Dios declara: “Yo estoy contigo. Te protegeré por
dondequiera que vayas, y te traeré de vuelta a esta tierra. No te
abandonaré hasta cumplir con todo lo que te he prometido. ” (28:15).

Una vez despierto tras este sueño, Jacob erige un altar y llama este sitio
Betel. No obstante, en gran parte sigue siendo el mismo artero que antes.
Hace una promesa a Dios: Si Dios hace esto y lo otro, si saco de este
acuerdo todo lo que quiero y a lo que aspiro “entonces el Señor será mi
Dios” (28:20-21).

¡Y Dios no le fulmina! El relato sigue: Dios cumple sus promesas, y


mucho más. Todas las condiciones exigidas por Jacob se cumplen. Uno de
los grandes temas de las Escrituras es que Dios se encuentra con nosotros
allí donde estemos: en medio de todas nuestras inseguridades, del carácter
condicional de nuestra obediencia, de nuestra mezcla de fe y duda, de
temor hacia Dios y de autointerés, de comprensión sublime y necedad.
Dios no se revela únicamente a los grandes ni a los héroes espirituales,
sino a nosotros mismos, allí donde esté nuestro Betel.
28 ENERO |

Génesis 29 | Mateo 28 | Ester 5 | Hechos 28

La frase que concluye Mateo 28 es sobrecogedora: “Y os aseguro que


estaré con vosotros siempre, hasta el fin del mundo” (28:20). Por supuesto,
se trata de una gran promesa por parte del Cristo resucitado a su pueblo,
poco antes de su ascensión. Pero el contexto nos revela que aquí no se trata
de ninguna garantía generalizada y nada más, sino que estas palabras van
liga-das a la Gran Comisión. ¿Cuál es la conexión entre las dos cosas
exactamente? O, para indagar un poco más en el significado de la
promesa, ¿por qué se encuentra esta promesa de estar con sus discípulos
hasta el fin añadida al final de su afirmación de su propia autoridad y del
mandato de que hagan discípulos a todos, en todas partes?

Hay que reconocer aquí que estas palabras no se expresan en ninguna


forma condicional, ni ocultan una velada amenaza. Jesús no dice: “Si
hacéis discípulos yo estaré con vosotros, hasta el fin del mundo”; y mucho
menos,

“Si no hacéis discípulos no estaré con vosotros.” Sin embargo, no deja


de haber aquí una conexión entre una cosa y la otra. ¿Cuál es? Dicha
conexión es tan general, que sospecho que lo que viene a decir es que la
presencia de Jesús es la clave por la que vamos obedeciendo la Gran
Comisión – es decir, es la experiencia de los que obedecen, y al mismo
tiempo el marco que da sentido a nuestra obediencia. Conocemos y
experimentamos la presencia de Jesús de acuerdo con la promesa, y damos
testimonio de esta realidad mientras proclamamos quién es él, qué es lo
que ha hecho, y qué es lo que manda. Aunque sea objetiva la verdad del
evangelio que anunciamos, no la proclamamos únicamente porque sea
verdad, sino porque nosotros mismos hemos experimentado su poder
salvador y transformador. Por lo tanto, no solo proclamamos esta verdad,
sino que la llevamos como testimonio personal a ella y a Jesús mismo. No
somos me-ros heraldos de ciertos hechos en los cuales no estemos
involucrados personalmente, sino que somos discípulos comprometidos
con la tarea de hacer otros discípulos.
Que no nos extrañe que, mientras vayamos cumpliendo nuestra misión,
la presencia prometida de Jesús se aprecie cada vez más. Porque le
conocemos y porque experimentamos su presencia transformadora en
nuestras propias vidas, evangelizamos, bautizamos, instruimos y
discipulamos – y, así, descubrimos que le vamos conociendo mejor, y
experimentamos más y más esta presencia transformadora en nuestras
vidas. La promesa de estar con nosotros hasta el fin del mundo resulta ser
entonces la clave por la que obedecemos la Gran Comisión, siendo
simultáneamente el cimiento y la meta, la base y la recompensa. ¿Cómo
podría ser de otra manera? Le servimos porque le amamos y porque
anhelamos oír las palabras benditas:

“¡Bien hecho!” al final de nuestro trayecto aquí.


Final del fragmento del libro Kindle.
¿Te ha gustado el fragmento?
Comprar ya
O
Ver detalles de este libro en la Tienda Kindle

Potrebbero piacerti anche