Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
www.publicacionesandamio.com
Prólogo
Introducción
Lecturas diarias:
- Enero
- Febrero
- Marzo
- Abril
- Mayo
- Junio
- Julio
- Agosto
- Septiembre
- Octubre
- Noviembre
- Diciembre
Prólogo
Este desafío ha ido en aumento con el paso de los años, y eso debido a
varios factores. Todos debemos hacer frente a los pecados corrientes de
pereza o falta de disciplina, los de la carne y el orgullo de la vida. Sin
embargo, existen otras presiones añadidas. El ritmo mismo de la vida nos
permite innumerables excusas para sacrificar lo importante sobre el altar
de lo urgente. El constante aporte sensorial, que llega por todas partes, es
suavemente adictivo: nos acostumbramos al entretenimiento y la
diversión, y resulta difícil encontrar el espacio y el silencio necesarios
para una lectura seria y concienzuda de las Escrituras. El analfabetismo
bíblico, en aumento en la cultura occidental, es un problema aún más
serio: la Biblia es un libro cada vez más complejo, hasta para muchos
cristianos. Conforme la cultura se va alejando de su primer arraigo a una
comprensión de Dios judeocristiana, a la historia, la verdad, el bien y el
mal, el propósito, el juicio, el perdón y la comunidad, la Biblia parece más
y más desconocida. Esta misma razón constituye la urgencia por leerla y
releerla para que, al menos, los cristianos confesos conserven el
patrimonio y la perspectiva de una mente moldeada e instruida por la santa
Escritura.
—D. A. Carson,
(3) Las dos columnas señaladas como “Familia” y las otras dos como
“Personal” reflejan que M’Cheyne opina que los cristianos deberían leer
más de una parte de la Biblia a la vez. Esto no solo permitirá que su mente
vincule varios pasajes, sino que le conducirá por los distintos pasajes
bíblicos que, en un primer análisis, puedan parecer menos consistentes que
otros (p. ej., 1 Crónicas 1-12).
(4) Si lee los cuatro pasajes señalados para cada día, como ya he
indicado, en el transcurso de un año habrá leído dos veces todo el Nuevo
Testamento y los Salmos, y una vez el resto de la Biblia. Si, por cualquier
razón, este ritmo le parece demasiado rápido, centre su lectura en los
pasajes enumerados en las dos primeras columnas (tituladas “Familia”)
durante el primer año, dejando los pasajes que figuran en las otras dos
(tituladas “Personal”) para el segundo. Obviamente, esto divide por la
mitad la velocidad de progreso.
(5) Este libro dedica una página a cada día. En la parte superior de la
página se encuentra la fecha, seguida por las citas de las cuatro lecturas.
Las dos primeras corresponden a las columnas “Familia”. Las dos últimas
pertenecen a las columnas “Personal”. El “Comentario” que ocupa el resto
de la página se basa, en algunas ocasiones, en temas que vinculen los
cuatro pasajes entre sí, aunque, por lo general, suele tratar una cuestión o
un texto que se halla en los pasajes de “Familia”. En el segundo volumen,
el “Comentario” se basa en el segundo par de pasajes denominados como
“Personal”. En este primer volumen no he restringido el comentario a los
pasajes de la primera columna ya que, en total acuerdo con M’Cheyne,
entiendo que limitarse a una sola parte de las Escrituras —en este caso, en
los libros históricos del Antiguo Testamento (primera columna) — no
sería de tanta utilidad como una más amplia exposición del texto bíblico.
Por tanto, he comentado un pasaje de la Biblia de una de las dos primeras
columnas. En la primera referencia que hago al pasaje que explico, señalo
la cita en negrita.
Dios declaró: “Fue mi mano la que hizo todas estas cosas; fue así como
llegaron a existir -afirma el Señor-. Yo estimo a los pobres y contritos de
espíritu, a los que tiemblan ante mi palabra. ” (Is. 66:2). Aprenda a
destilar lo que el pasaje expresa y utilizarlo para orar al Señor: ya sea
como petición, agradecimiento, alabanza o un temor sincero. Con el
tiempo, su lectura de la Biblia estará tan vinculada a sus oraciones que con
frecuencia será difícil diferenciarlas2.
Podríamos pensar que es una forma muy extraña de acabar este relato de
la creación: “En ese tiempo el hombre y la mujer estaban desnudos, pero
ninguno de los dos sentía vergüenza.” (Génesis 2:25). A Hollywood le
encantaría: ¡qué gran excusa para el morbo sexual si alguien intentara
llevar esta escena a la gran pantalla! Nos precipitamos si solo nos fijamos
en lo puramente narrativo.
Sin embargo, ya sea que ocupemos el lugar del autor (como en el caso
del odio, la envidia, la lujuria o el robo) o de la víctima (p. ej., violación,
agresión física o bombardeo indiscriminado), nuestra difícil situación
estará vinculada al pecado, ya sea nuestro o de otros. Además de que
nuestro sufrimiento sea el resultado de una clara maldad humana o fruto
de un desastre “natural”, Génesis 3 recalca que vivimos en un mundo
desordenado y roto, y que esta situación es consecuencia de la rebelión del
hombre.
“La vida es dura, y luego mueres”. De hecho, lo que sucede es que, por
mandato divino, la muerte se está estableciendo en medio de la raza
humana. Los arcos vitales que encontramos en el capítulo 5 son
extraordinarios. Pero esta situación no se puede prolongar. Cuantos más
son los años vividos, mayor el mal. En Génesis 6:3,
¡Es el último tabú que nos queda! Hoy día, uno puede hablar del sexo y
de las finanzas sin que nadie se inmute; pero, si hablas de la muerte, la
mayoría de los presentes se ponen como mínimo incómodos. Incluso la
mayoría de los creyentes valoran su fe por lo que les pueda aportar ahora,
más que como aquello que les prepara para la eternidad, y así transforma
la manera como se actúa ahora. Dios no quiere que cerremos los ojos ante
los efectos de nuestro pecado, ante el hecho de que la muerte es inevitable.
No obstante, este capítulo incluye una excepción radiante: “y como anduvo
fielmente con Dios, un día desapareció porque Dios se lo llevó.” (Génesis
5:24). Es como si Dios nos quisiera mostrar que la muerte no es una
necesidad ontológica; que los que caminan con Dios, un día se librarán de
la muerte; que incluso para los que mueran hay esperanza - bajo la gracia
de Dios – de vida más allá de la muerte inevitable. Pero esta experiencia
está ligada a la de caminar con Dios. Hará falta nada menos que el resto de
la Biblia para elucidar lo que esto significa.
6 ENERO |
Las tres primeras secciones de Mateo 6 (el capítulo central del Sermón
de la Montaña) tratan de tres actos de piedad considerados primordiales en
el judaísmo: dar a los necesitados (tradicionalmente, conocido como
“limosnas”), la oración y el ayuno (Mateo 6 1-18). Cabe notar lo que estos
tres actos tienen en común: Jesús reconoce con qué facilidad los pecadores
pueden involucrarse en actividades filantrópicas e incluso religiosas muy
loables, no tanto para hacer el bien como para que se les admire por el
bien que hacen. Si es más importante ser considerado generoso que serlo
en realidad; si lograr una reputación por orar es más importante que orar,
aunque nadie excepto Dios nos oiga; si el ayuno es algo que hacemos solo
para poder hablar de ello de manera poco honesta, estos actos se vuelven
actos de impiedad.
Hay que decir tres cosas al respecto. En primer lugar, destacar que la
lectura de hoy incluye no solo Mateo 7, sino también Génesis 7. En este
último, se ejecuta el juicio contundente del diluvio: “Dios borró de la faz
de la tierra a todo ser viviente…” (Génesis 7:23). El mismo Dios está
detrás de los dos pasajes, por lo cual no debemos llegar demasiado
precipitadamente a la conclusión de que Mateo 7:1 significa que juzgar
sea intrínsecamente malo.
La promesa que Dios hace, sellada por el arco iris, que nunca más
destruirá el mundo de aquella manera (9:12-17), es relevante, no en el
sentido de apabullar tanto al ser humano, que no tiene más remedio que
someterse, sino justamente porque Dios es perfectamente consciente de
que volverá a producirse el mismo escenario una y otra vez. Y el mismo
Noé a quien, con respecto a sus años anteriores al Diluvio, Pedro llama,
con razón, “predicador de la justicia” (2 Pedro 2:5), ahora queda retratado
como un borracho, con sus relaciones familiares en vías de desintegrarse.
Pero hay otro paralelo entre estos capítulos de Génesis y lo que ocurría
antes del Diluvio. A pesar de las garras del pecado, hay individuos como
Abel, cuyos sacrificios agradaban a Dios; hay personas que reconocen su
gran necesidad de Dios, e invocan el nombre de Dios (4:26); está Enoc,
séptimo desde Adán, que “anduvo fielmente con Dios” (5:22). En otras
palabras, hay una raza dentro de la raza, una raza más pequeña, no
intrínseca-mente superior a la otra, mas dispuesta a la relación con Dios de
tal manera que se dirige de hecho en una dirección totalmente distinta.
Escribiendo al principio de del siglo V, Agustín de Hipona en el norte de
África encuentra en estos primeros capítulos los comienzos de dos
humanidades, dos ciudades – la ciudad de Dios y la ciudad de los hombres.
(Véanse también la reflexión para el 27 de diciembre) El contraste se va
desarrollando de varias maneras a lo largo de la Biblia, hasta que el libro
de Apocalipsis lo hace entre Babilonia y la nueva Jerusalén.
Empíricamente, los creyentes pertenecen a las dos ciudades; en lo que se
refiere a su lealtad, pertenecen a una ciudad o a la otra.
Hay muchas cosas que podemos aprender de este episodio, que, a juzgar
por el lenguaje que emplea (p.ej., 10:18), sirve para Jesús como una
especie de precursor de una misión a largo plazo. Aquí me centraré en solo
un aspecto.
Incluso en este nuevo pacto con Abraham, Dios incluye una promesa
que ya expande los horizontes más allá de Israel, una promesa que aparece
una y otra vez en la Biblia. Dios dice a Abraham, “Bendeciré a los que te
bendigan y maldeciré a los que te maldigan; ¡por medio de ti serán
bendecidas todas las familias de la tierra!” (12:3). Por si no hemos
captado la importancia de esta promesa, el libro de Génesis la vuelve a
repetir (18:18, 22:18; 26:4; 28:14). Al cabo de un milenio, esta promesa se
centra, no en la nación en su conjunto, sino en uno de los más grandes
reyes de Israel: “Que su nombre perdure para siempre; que su fama
permanezca como el sol. Que en su nombre las naciones se bendigan unas
a otras; que todas ellas lo llamen dichoso. ” (Salmo 72:17). El “profeta
evangélico” a menudo articula la misma amplitud de visión (p.ej., Isaías
19:23-25). Los primeros predicadores de la iglesia, tras la resurrección de
Jesús, comprendieron que la salvación que trajo Jesús era el cumplimiento
de la promesa hecha a Abraham (Hechos 3:25). El apóstol
Estas palabras proceden de Isaías 42:1-4, uno de los textos de Isaías que
hablan del “Siervo Sufriente”. Mucha gente esperaba a un Mesías que
llegara con un poder decisivo e irresistible, y que trajera justicia a la
tierra, o al menos a Israel. Pero parece poco probable que hubiese mucha
gente que relacionase al Rey venidero con el Siervo de Isaías. Por esta
razón la idea de un reino que naciera a partir de la mansedumbre y de la
bendición, y que pareciese poco contundente con respecto al juicio divino,
no era en absoluto lo que se esperaba. No obstante, aquí tenían a Jesús que
iba sanando a los enfermos entre la gente – advirtiéndoles a todos que no
revelasen quién era (12:15-16). No es de extrañar, entonces, que Mateo
viese en tal conducta un cumplimiento directo de las bellas palabras de
Isaías.
No hay motivo para creer que Abram fuese la única persona en la tierra
que conservase el conocimiento del Dios viviente. Melquisedec era otro, y
Abram reconoce en él un alma gemela. En un libro que cataloga con
detalle la genealogía de prácticamente todo el mundo que tiene un lugar en
la narrativa, no deja de sorprender la manera como Melquisedec aparece y
desaparece – no se nos dice ni quiénes eran sus padres ni como murió. Él y
su ciudad son la contrapartida de Sodoma y su rey. Otra vez más, se
contraponen la ciudad de Dios y la de los hombres (como diría Agustín).
Sin embargo, por muy genuina que sea esta fe, Abram tiene problemas
para encajar algunos de los detalles de la promesa de Dios. Dios le habla
de un tiempo en el que sus descendientes poseerán toda la tierra que le
rodea, y Abram vacila y pide una señal (Génesis 15:8). En su gracia, Dios
provee una: en una visión, a Abram se le permite entrar en un pacto con
Dios. Probablemente, los animales troceados por medio de los cuales pasa
“una hornilla humeante y una antorcha encendida” (Génesis 15:17)
representan una manera de decir “que los que entren en este pacto sean
igualmente troceados si violan las condiciones del mismo”. Esta visión
que Abram recibe, aparte de ser un acto de bondad de parte de Dios para
afianzar su fe, también le permite vislumbrar los propósitos de Dios a
largo plazo, y el vasto alcance de su campo de acción: establece un pacto
con Abram y con su descendencia, la misma relación de pacto en la cual
entran también los creyentes de hoy día (Gálatas 3:6-9).
Hay otro elemento más en este capítulo que deja entrever la perspectiva
divina. Una razón por la cual Abram no puede comenzar a conquistar la
Tierra Prometida es que “antes de eso no habrá llegado al colmo la
iniquidad de los amorreos” (Génesis 15:16). La cronología divina encaja
tan perfectamente con su sensibilidad moral, que, cuando el pueblo de Dio
esté listo para entrar en la Tierra, los habitantes de dicha Tierra se habrán
hundido en la degradación moral hasta tal punto, que el juicio divino será
absoluta-mente necesario. Llegará aquel día, dice Dios, pero en este
capítulo aún no ha llegado.
15 ENERO |
No obstante, hay aquí otro vínculo con los capítulos anteriores. Dios
había prometido a Abram que todos los pueblos de la tierra serían
bendecidos a través de él (12:3). La elección de Abram es un medio hacia
este fin.
Uno de los grandes fallos en los que también pueden caer incluso los
creyentes es el de minusvalorar a Jesús (Mateo 17:1-8). Jesús se lleva al
círculo íntimo de sus doce discípulos – a Pedro, a Santiago y a Juan – a la
cumbre de una montaña alta: solo estaban ellos cuatro. “Allí se transfiguró
en presencia de ellos; su rostro resplandeció como el sol, y su ropa se
volvió blanca como la luz” (17:2). De pronto, aparecieron Moisés y Elías,
“hablando con Jesús” (17:3) Es como si se nos permitiesen vislumbres
acerca de la identidad definitiva del Hijo eterno; los tres discípulos son
ahora “testigos directos de su majestad” (2 Pedro 1:16). Es difícil no ver
aquí un anticipo de la gloria del Hijo exaltado (Apocalipsis 1:12-16), de
Jesús tal como aparecerá cuando toda rodilla se doblegue ante él, en el
cielo y en la tierra, y bajo la tierra, y toda lengua confiese que “Jesucristo
es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Filipenses 2:10-11).
Así que hay que tener esto en cuenta a la hora de interpretar la analogía
que Jesús usa en Mateo 18:1-6. Cuando sus discípulos comienzan a
discutir acerca de quién es el más grande en el reino de los cielos, Jesús
llama a un niño pequeño e insiste en que, si ellos no cambian y son como
niños pequeños, no “entraréis en el reino de los cielos” (18:3). De hecho,
“el que se humilla como este niño será el más grande en el reino de los
cielos” (18:4). Recibir a un niño pequeño en nombre de Jesús es recibir a
Jesús mismo (18:5); hacer que uno de estos pequeños tropiece es cometer
un pecado tan serio, que habría sido mejor no haber nacido (18:6).
Después de la entrevista que Jesús tuvo con el joven rico, dice a sus
discípulos: “- Os aseguro - comentó Jesús a sus discípulos - que es difícil
para un rico entrar en el reino de los cielos. De hecho, le resulta más fácil
a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el
reino de Dios. ” (Mateo 19:23-24). Los discípulos, según se nos relata,
“quedaron desconcertados”. Preguntaron: “En ese caso, ¿quién podrá
salvarse?” (19:25).
Por tanto, es más probable que se salve una persona con grandes
bendiciones, que no una que cuente con menos.
Uno se puede imaginar cómo esta misma realidad habrá quedado muy
grabada también en la mente de Isaac, y en la de sus herederos. Dios
enlaza este episodio con la promesa de la alianza: la fe de Abraham le abre
la puerta a una obediencia a Dios tan radical, que ni siquiera eleva a su
propio hijo amado a una posición que pudiese estar comprometida. Luego,
Dios le reitera la alianza: “que te bendeciré en gran manera, y que
multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena
del mar. Además, tus descendientes conquistarán las ciudades de sus
enemigos. Puesto que me has obedecido, todas las naciones del mundo
serán bendecidas por medio de tu descendencia” (22:17-18). En esta
ocasión, Dios jura por sí mismo (22:16), no porque fuese posible que
mintiese, sino porque no hay nadie más grande cuyo nombre pudiese
invocar, y porque el juramento serviría de ancla estabilizadora para la fe
de Abraham y para la de todos aquellos que hubiesen de venir después de
él (ver Hebreos 6:13-20).
22 ENERO |
Jesús estaba ahí citando el Salmo 110, designado por los escribas como
salmo de David. De haber sido compuesto por un simple escriba de la
Corte, al escribir “El SEÑOR dijo a mi Señor,” lo habría entendido como
“El Señor [Dios] dijo a mi Señor [el Rey].” Y, de hecho, así es como lo han
interpretado muchos teólogos de la escuela liberal, haciendo caso omiso
de lo indicado en el rótulo. Pero, si en verdad fue David el autor del salmo,
ese ‘mi Señor’ estaría obviamente apuntado a alguien distinto al autor. La
explicación propuesta por muchos expertos en Biblia, tanto judíos como
cristianos, durante siglos, es por tanto adecuada: David, “en el Espíritu”
(22:43), habría escrito ahí un salmo oracular (esto es; un oráculo, o
profecía, inspirado por el Espíritu), en referencia al futuro Mesías que
habría de venir: “El SEÑOR [Dios] dijo a mi Señor [el Mesías].” El
contenido del resto del salmo, lo establece por tanto como rey universal y
verdadero y perfecto sacerdote.
Por otra parte, además, iba a ser tan grandioso monarca que hasta el
propio David tendría que dirigirse a él como “mi Señor”. Toda otra forma
de entenderlo sería excesivamente limitada y reduccionista. Los textos
relacionados del Antiguo Testamento apuntan en la dirección adecuada ya
desde generaciones atrás. Pero eso no evita que vaya siempre a haber
quien prefiera las simplificaciones del reduccionismo antes que las
profundidades de la revelación del conjunto de la Biblia en su totalidad.
23 ENERO |
Nuestra única esperanza reside en este Jesús que, aunque denuncia con
tanta ferocidad esta escandalosa culpabilidad, también llora sobre la
ciudad (Mateo 23:37-39; Lucas 19:44).
24 ENERO |
Aquí, Jesús, el Hijo del Hombre y el Rey, proclama: “Os aseguro que
todo lo que hicisteis por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño,
por mí lo hicisteis” (Mateo 25:40; ver también v. 45). ¿No significa esto
que, de alguna manera, cuando servimos a los desgraciados servimos a
Cristo? ¿No significa que esta se convierte en una marea característica –
incluso la marea distintiva – de los verdaderos seguidores de Jesucristo?
Los cuatro pasajes escogidos para hoy tienen algo que decir sobre la
providencia de Dios. Génesis 27 es, en muchos sentidos, un relato patético
y sucio. Anteriormente Esaú había despreciado su herencia (25:34). Y
ahora su hermano recurre a una artimaña para llevársela. Con el fin de
lograrlo, Jacob encuentra ayuda y apoyo en Rebeca, quien de este modo,
muestra favoritismo hacia uno de sus hijos y deslealtad hacia su marido.
Esaú pierde los estribos y no se hace responsable de sus actos. Al
contrario, abriga su rencor muy dentro suyo, y comienza a tramar el
asesinato de su hermano. Para la familia que constituye la línea mesiánica,
las cosas no van muy bien.
No obstante, los que han leído este texto dentro del contexto de toda la
narrativa se acordarán de que Dios mismo le había dicho a Rebeca, antes
del nacimiento de los gemelos, que el mayor serviría al menor (25:23). Tal
vez sea este uno de los motivos por los cuales hizo lo que hizo; parece que
creía que Dios necesitaba un empujón para que fuese fiel a su promesa. No
obstante, tras estas acciones sucias y malas, Dios sigue llevando a cabo su
propósito: conducir el hilo de la promesa a la conclusión que ha
determinado. Por supuesto que Dios podía haber hecho que primero
naciese Jacob, si este era quien había de continuar la línea mesiánica. En
lugar de ello, Esaú nace primero, pero es Jacob quien había sido escogido,
como si fuese para proclamar que, por importante que sea la línea, la
elección soberana de Dios lo es mucho más que cualquier jerarquía
humana de prioridades, más que la mera primogenitura.
A primera vista, busca una esposa piadosa – pero este motivo de su viaje
está más en la mente de Isaac que en la de su hijo Jacob. En realidad, este
intenta poner a salvo su vida, como el capítulo precedente da a entender de
forma muy clara: quiere evitar la muerte a manos de su propio hermano
como consecuencia de su acto sórdido de traición y engaño. A juzgar por
lo que pide a Dios, corre el peligro de quedarse sin comida y ropa
adecuada, y ya añora a su familia (28:17).
Por su parte, Dios reitera los términos esenciales del pacto que hizo con
Abraham al nieto de este. La visión de la escalera abre la perspectiva del
acceso a Dios, de una relación inmediata entre Dios y un hombre que,
hasta este momento, ha actuado más por la conveniencia que por los
principios.
Una vez despierto tras este sueño, Jacob erige un altar y llama este sitio
Betel. No obstante, en gran parte sigue siendo el mismo artero que antes.
Hace una promesa a Dios: Si Dios hace esto y lo otro, si saco de este
acuerdo todo lo que quiero y a lo que aspiro “entonces el Señor será mi
Dios” (28:20-21).