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El Prologo de este libro se propone dos tareas. En primer lugar, elucida el titulo del escrito; en
segundo lugar, dice lo necesario acerca del método. Kant ha emprendido aquí nada más que
"la averiguación y el establecimiento del principio supremo de la moralidad”. Kant no aclara la
palabra "costumbres", puesto que la emplea como sinónimo de "moral".
Kant entiende por metafísica la elucidación de un ámbito a partir de principios a priori. La tesis
principal del Prólogo es que ello es posible y necesario para la moral. Kant cree poder extraerla
simplemente de la "idea común del deber y de las leyes morales”. Kant se refiere aquí a que en
los juicios morales y, por lo tanto, también en los "mandatos" correspondientes, se expresa un
"tiene que", que parece absoluto. Este tiene que “absoluto” puede encontrarse "a priori,
únicamente en conceptos de la razón pura."
¿Qué sentido podría tener una necesidad practica absoluta, ¿si efectivamente existiera? Para
Kant la respuesta es obvia: debe tener validez a priori. Pero esto de ninguna manera es tan
claro como se presenta, incluso desde la propia perspectiva kantiana. Puesto que no está claro
en qué consiste la necesidad práctica de un mandato. Tampoco queda clara si estos
enunciados son analíticos o sintéticos. Al parecer Kant supuso que los juicios morales deberían
ser a priori, es decir, independientes de la experiencia.
Fijémonos, empero, también en el aspecto positivo: el hecho de que Kant haya llegado tan
rápidamente a conclusiones que Ie parecían cuasi evidentes, y que ciertamente no lo son,
tiene su fundamento en la circunstancia de que partió del hecho fenoménico indudable del
"tiene que" gramaticalmente absoluto de los mandatos morales, el cual, sin embargo, no
intenta aclarar más ampliamente. No obstante, la razón probable de que los principios morales
deben ser a priori es suposición de que no pueden ser empíricos.
AI final del Prologo, Kant ofrece una explicación importante sobre el método que quiere
emplear tanto en la primera como en la segunda sección. Distingue entre método analítico y
método sintético. Por método analítico se entiende que se esta tratando un asunto complejo,
del cual se indagan los fundamentos o principios; a ellos se pretende remontarse y, en ese
sentido, se "analiza". En cambio, un procedimiento es sintético cuando, partiendo de
determinados principios, se explica un hecho dado complejo, construyéndolo
(=sintéticamente) a partir de sus elementos.
El método usado en la primera sección de la Fundamentación pretende ser analítico en el
sentido de que la conciencia moral habitual constituye aquel hecho dado a partir del cual Kant
quiere remontarse mediante el análisis "hasta su principio". Este principio se revela como el
imperativo categórico. Ahora bien, si el método sintético consistiera en el reverso exacto del
procedimiento analítico, en la segunda sección Kant debería partir del imperativo categórico y
mostrar cómo se obtiene a partir de ella la conciencia moral habitual. Pero Kant no piensa de
modo tan esquemático.
3. ¿Qué es la buena voluntad? ¿Por qué esto es tan importante para la moral?
El único error que comete Kant es el de tratar de unificar su concepto de bien, con el concepto
de felicidad sacado de la tradición griega. Pero el concepto de bien como felicidad es siempre
un concepto relativo, en cambio el concepto de bien en Kant es absoluto. En todo caso, se
trata de un error sin mayores consecuencias.
Lo que Kant debe hacer ahora es tratar de mostrar cómo de una característica fundamental de
la conciencia moral se pueden sacar las consecuencias que conducen al imperativo categórico
Un paso importante es la afirmación de Kant de que enjuiciamos moralmente sólo el querer
que determina una acción, y que nuestro juicio no depende del éxito de la acción. La buena
voluntad no se refiere aquí solamente al "mero deseo", sino a la voluntad "como el acopio de
todos los medios que están en nuestro poder". Si la voluntad así entendida no pudiera, a pesar
de todo, llevar a cabo nada, "seria...como una joya brillante por si misma" -así dice la famosa
frase-, "como algo que en si mismo posee su pleno valor". Incluso el utilitarista debería estar
de acuerdo con esto: aun una ética que se rige por las consecuencias como el utilitarismo
puede juzgar la voluntad sólo si ella ha hecho todo lo que estaba en su poder.
Para cumplir su propósito analítico, Kant reemplaza el concepto de buena voluntad por el de
deber. A primera vista este paso puede resultar algo sorpresivo, pero es inobjetable puesto
que la noción de deber, como dice Kant con razón, "contiene el concepto de buena voluntad,
aunque bajo ciertas restricciones y obstáculos subjetivos". "Contiene" quiere decir aquí
"implica lógicamente". "Deber" significa la necesidad practica aludida en el prólogo
(obligatoriedad). Lo que Kant dice es sencillo: el bien es el deber, y lo que quiere decir con la
expresión "ciertas restricciones subjetivas" lo comenta luego en la segunda sección de este
modo: un ser santo obra simplemente bien, por eso no es preciso hablar de un "tener que";
pero en el caso de los hombres, que podríamos obrar también de otro modo (estas son las
"restricciones"), el bien es aquello a lo que estamos obligados.
Kant formula ahora tres "proposiciones", la tercera es una "consecuencia de las dos
anteriores". La tercera proposición extrae únicamente una consecuencia a partir de las dos
anteriores, las cuales, por su parte, deben seguirse de la primera proposición fundamental de
la primera sección. El primer paso concierne al motivo por el cual una persona tiene que obrar
si su voluntad es buena, es decir, si obra moralmente. Kant hace la distinción, usual en todas
las éticas desde Aristóteles, entre una acción meramente "conforme al deber" y una acción
"por el deber". Meramente conforme al deber obra el comerciante -es el ejemplo que pone
Kant- que atiende honradamente al publico, pero no lo hace a partir de los "principios de la
honradez" y, por consiguiente, no "por el deber" sino "por una intención egoísta". Esta es la
motivación del contractualista. Quiere parecer honrado porque Ie resulta ventajoso.
Kant puede pretender ahora, con razón, que la proposición que dice que sólo es buena la
acción por el deber y no ya conforme al deber, se siga inmediatamente de su proposición
inicial, que decía que sólo la voluntad puede ser buena sin restricciones. No es buena la acción
en cuanto tal, sino sólo aquella que es guiada por una voluntad correspondiente.
El segundo paso es discutible y conduce al conocido "rigorismo" kantiano. Kant ofrece aquí tres
ejemplos, pero es suficiente atenerse sólo al segundo. En el ejemplo del comerciante, que ya
mencionamos, Kant distinguía, además de la motivación "por el deber" y "por una intención
egoísta", una tercera: "por inclinación inmediata". Se podía prescindir de ella en el caso del
comerciante, porque allí "no se podía suponer" que tuviera una inclinación inmediata por los
clientes, aun cuando esto ciertamente pueda ocurrir a veces. En este ejemplo se trata de la
"beneficencia". La intención egoísta, que es tan natural en el caso del comerciante, es aquí
igualmente pensable, pero Kant no la menciona en absoluto, porque esta posibilidad no es
relevante para lo que quiere mostrar; por el contrario, en el caso de la beneficencia, es
frecuente que la ejerzamos no por el deber sino "por inclinación inmediata".
Las intuiciones morales parecen dividirse en este punto. Muchos dirían: sólo ayudamos a
alguien por inclinación, esto es, como dice Kant, por "conmiseración" o por compasión,
podemos decir que nosotros Io ayudamos, mientras que Kant sostiene la opinión contraria, es
decir, que nuestra ayuda sólo es moral si la prestamos por el deber y no por inclinación o,
formulado de modo menos extremo, si la inclinación no ejerce ninguna influencia sobre
nuestra motivación. "Pero supongamos -escribe Kant- que el animo de ese filántropo esta
envuelto en las nubes del propio dolor, que apaga en el toda conmiseración par la suerte del
prójimo... si entonces, cuando ninguna inclinación lo empuja a ella, sabe desasirse de esa
mortal insensibilidad y realiza la acción benéfica sin inclinación alguna, solo por deber,
entonces, y solo entonces, posee esta acción su verdadero valor moral".
Este "rigorismo" de Kant, como se lo suele llamar, es lo que parece antipático a mucha gente.
Pero el mero enfrentamiento de unas intuiciones con otras no puede hacernos avanzar más en
el asunto mismo.
La explicación a la que deberíamos renunciar por completo consiste en decir que Kant es un
hijo de su tiempo y que por su intermedio habla un determinado espíritu prusiano y pietista.
No debemos olvidar, sin embargo, que la tesis que nos ocupa aquí es, de acuerdo con la propia
pretensión de Kant, una derivación analítica de aquella primera proposición de la sección que
parecía ser una descripción parcial adecuada de la comprensión moral corriente.
La segunda explicación, que seria ya filosófica y que sin duda contiene una parte de la verdad,
consiste en que Kant se halla dentro de una tradición que efectúa una distinción fuerte entre
una facultad del deseo llamada "superior", determinada por la razón, y una facultad del deseo
"inferior", sensible (la de las inclinaciones), es decir, entre un querer racional y otro sensible; la
afirmación según la cual una acción "por inclinación inmediata" no puede ser considerada
como moral es una simple consecuencia de dicha interpretación. Tengamos en cuenta, con
todo, que Kant no ha hablado aun de razón en la parte rigurosa de las deducciones realizadas
hasta este momento.
Los únicos conceptos que se han introducido hasta ahora son los del bien y el deber. Pero al
referirnos al deber deberíamos también rechazar la fácil solución que consiste en poner
simplemente en conexión la interpretación kantiana con la conciencia prusiana del deber.
También esto tendría, sin duda, una cierta justificación. Pero debemos insistir aquí en el hecho
de que para Kant el deber significa exclusivamente una obligatoriedad moral y que por ella se
entiende simplemente aquel "tener-que" que se vincula con el concepto del bien. Es preciso
aquí excluir por completo las otras connotaciones, según las cuales alguien esta decidido a
obrar por deber si esta dispuesto a obedecer a la autoridad.
8 ¿En qué consiste el rigorismo kantiano ¿Qué críticas pueden hacerse a este
rigorismo ? ¿Cómo se puede defender la posición de Kant?
Ahora podemos aclarar por que la interpretación de Kant parece seguirse forzosamente de su
primera proposición. Hemos visto que sólo la buena voluntad puede ser buena sin
restricciones. De allí se sigue necesariamente que las acciones sólo pueden ser buenas cuando
se realizan, no conforme al deber, sino por el deber, es decir, por el bien. Si se agrega ahora
que el valor de la acción no puede ser influido adicionalmente por las inclinaciones, esto
quiere decir que ningún otro factor puede en absoluto desempeñar un papel; en otras
palabras, sólo puede ser buena aquella acción cuyo único motivo es el deber (el bien) o,
formulado con mayor precaución: pueden entrar en juego otros motivos (inclinaciones), pero
para la valoración moral de las acciones sólo importa si el motivo moral fue el decisivo.
¿Es esta argumentación concluyente? Parece que no, puesto que algunos podrían decir que
apreciamos más que alguien actúe por el otro mismo y no por el deber. El motivo seria la
consideración por el otro en lugar del deber. Kant preguntaría entonces a su vez: "¿que quiere
decir que obraría por el otro?".
Dos respuestas parecen posibles. O bien: "porque tengo simpatía o lastima". O bien: "porque
es un ser humano". Cuando Kant habla de "inclinación", se refiere solo a la primera respuesta.
Uno tiene, en este caso, una inclinación especial por ese ser humano.
La segunda respuesta no representa una tesis contraria a la kantiana. Pues hasta aquí no se ha
dicho en que consiste el bien o el deber, y veremos mas adelante que una interpretación
determinada del imperativo categórico (en la segunda formulación de Kant) puede ser
entendida precisamente de tal forma que, cuando obramos por el imperativo (por el deber), lo
hacemos porque el otro es un ser humano. Por anticipado podemos decir: es esta
universalidad la que quiere asegurar Kant mediante su insistencia en el deber como motivo.
Pero nuestro oponente no se dará por satisfecho con esta argumentación. Nos advertirá que
hay dos posibilidades distintas de comportarse moralmente frente a otro,
independientemente de las inclinaciones particulares propias y solo porque se trata de un ser
humano: O bien porque debo hacerlo-"por deber"-, O bien por amor a los seres humanos, esto
es, por afecto, compasión, inclinación, que seria ahora una suerte de inclinación universal que
también seria la del "ama a tu prójimo, pues el es como tu" cristiano. Lo peculiarmente frio y
rigorista de la ética kantiana, continuaría el contrincante, parece consistir en que Kant no solo
rechaza los afectos viciados de parcialidad, lo cual esta bien, sino la afectividad en general.
Con ello hemos llegado al centro de la controversia. Es verdad que Kant no tiene una
respuesta específica para este problema, pero aún no está claro es si la argumentación
completa de Kant deje de lado los sentimientos morales. L o que de todas formas tiene que
quedar en pie tras el rechazo kantiano de las inclinaciones, es el hecho de que el ser-bueno es
algo que la voluntad exige. En el obrar moral, no puede ser la inclinación en cuanto tal lo que
nos determina. La única posibilidad de apartarnos de Kant no consiste, pues, en poner el
afecto en el lugar del deber, como lo hará Schopenhauer, sino en entender el obrar mismo por
el deber como algo afectivo. Para poder sondear, no obstante, esta posibilidad, debemos
aclarar que es 10 que se encuentra en última instancia detrás de las intuiciones del oponente
de Kant.
Lo que los críticos coetáneos, en especial Schiller y el joven Hegel, censuraron de la
interpretación kantiana, fue el hecho de que Kant dividiera la naturaleza humana en dos
partes. Visto desde la moral, significa que no es el hombre entero el que obra moralmente. Si
yo solo obro porque me lo mandan, ¿soy todavía yo, este ser afectivo, el que obra? Ahora
bien, se puede ser todavía más escéptico respecto de la posición kantiana. Si consideramos la
tesis de Hume según la cual en general solo los sentimientos (es decir, las inclinaciones)
pueden ser determinantes para la acción, entonces resulta ser una ficción el supuesto kantiano
de que el mandato, en tanto libre de afectos, puede ser determinante de la acción. Refiriendo
al imperativo categórico deberíamos decir: el tener consideración por los demás requiere
respetar a alguien simplemente porque es un ser humano-, ella seria una máxima tal que, o
bien debemos sentirla afectivamente, de tal suerte que solo nos sentimos bien cuando nos
consideramos de ese modo, o bien, en caso contrario, no seria nada para nosotros:
careceríamos de sentido moral (lack of moral sense).
Kant solo consigue disipar esas dudas en la medida en que ancla motivacionalmente el deber
en la razón pura. Pero esto lo hará más adelante.
11 ¿Por qué piensa Kant que la acción moral no depende del fin?
Esta es también la razón por la cual Kant tiene que introducir en esta proposición el concepto
de máxima. Kant explica que entiende por máxima la regIa que determina al querer (o al
obrar). Si debe ser posible que el querer no se determine por un fin, parece que la única
alternativa consiste en que sea determinado por una regla, y todo esto se comprende bien si la
regIa es la del imperativo categórico. Debe entonces decirse: algunas veces la voluntad se
determina por un fin y otras veces por una regIa, ¿que seria entonces la del imperativo
categórico? Kant presenta al lector de la Fundamentación, sin embargo, toda acción de tal
forma que se produce según reglas. Así se menciona como ejemplo: hago mía la máxima de
salir de apuros par media de una promesa mentirosa. También la acción inmoral, y al parecer
toda acción en general, debe caer ahora bajo una máxima. Esto puede confundir al lector en
un primer momento. Se preguntara cómo se relaciona la referencia del querer a los fines can
su referencia a las máximas.
Kant aclaró este asunto únicamente en un tratado tardío, la religión dentro de los limites de la
mera razón. Allí dice: "la libertad del albedrio es de esta constitución tan peculiar, que no
puede ser determinada a la acción por ningún motivo impulsor, salvo en la medida que el
hombre la incorpore en su máxima (que la haya convertido en regIa general, según la cual
quiere obrar)". Es decir: también quien se deja determinar par cualesquiera fines (propósitos),
esto es, por el hecho de que el quiere ahora precisamente esto, se deja determinar, empero,
de antemano par la regIa general que consiste en querer siempre aquello que precisamente
quiere, y esto significa, por la máxima del "amor a si mismo" (del egoísmo). A causa de esta
particular dificultad, que al principia sólo resultó del hecho de que la voluntad moral no se
puede determinar primariamente por un fin, Kant llegó a comprender de un modo nuevo esta
"constitución tan peculiar" del querer del hombre, a saber, que todo querer humano, incluso
antes de que quiera cualesquiera fines determinados y sirviendo de base a dicho querer, se ha
decidido ya por una u otra máxima fundamental; tales máximas pueden ser para Kant
solamente dos: la de la moral a la del amor a si mismo. Por eso muestra también, en el tratado
sobre la religión, que el obrar par el deber, aun cuando no se deja determinar par un fin (al que
a su vez determina la inclinación), igualmente esta referido a fines, "pues sin referencia a fines
no puede haber ninguna determinación de la voluntad en el hombre". Así queda aclarada la
conexión entre el modo como la voluntad se refiere a las máximas y el modo como se refiere a
los fines. Me parece una de las evidencias mas profundas de la filosofía moral kantiana que
todo querer en general, antes de ser un querer esto o aquello, es un querer relativo a como
quiero yo considerarme a mi mismo. Se puede dejar en suspenso la cuestión de si hay que
entender la máxima fundamental del amor a si mismo siempre como una decisión contra la
moral, como lo hace Kant. Si se admite la posibilidad de una Falta de Sentido Moral (lack of
moral sense), esto no se puede ver así, pero la tesis kantiana según la cual solo pueden existir
estas dos máximas acerca de cómo uno quiere entender su vida me parece que tiene un alto
grado de plausibilidad.
En la ética anglosajona de los últimos decenios era usual clasificar los sistemas morales
modernos que parten de un principio unitario en deontológicos y teleológicos. Se entiende por
sistema moral teleológico (del griego telos, fin) aquel que llama buena o correcta a una acción
precisamente cuando promueve un fin determinado. Esto presupone que el fin, por su parte,
es considerado como el único bien no restringido (motivo por el cual la acción buena, para
evitar ambigüedades, se llama correcta y no buena). El prototipo de un sistema moral
semejante es el utilitarismo. Se entiende por sistema moral deontológico (del griego deon,
deber) aquella ética que no hace depender la bondad de la voluntad de la valoración
presupuesta de un fin. Por ello se considera generalmente la moral kantiana como prototipo
de un sistema de este tipo, y Kant estatuye con precisión esta concepción en el párrafo 14. La
posición que sustenta aquí puede designarse también como su peculiar formalismo. El propio
Kant dice: si el principio de la buena voluntad no reside en su propósito, solo "puede ser
determinado por el principio formal del querer en general".
En un primer momento, la concepción de Kant podría tener, también en este respecto, un
efecto repugnante, mientras que un principio teleológico parece ser más natural. ¿Que cosa
puede parecer mas plausible que el hecho de que una acción es buena (correcta) en la medida
en que evita daños y favorece el bien? Pero, ¿para quien? La interpretación teleológica sugiere
inmediatamente la pregunta. ¿Hay que entenderla de tal modo que el bien moral se reduce a
un bien relativo, o que lo incondicionalmente bueno se define ahora de manera nueva? El
utilitarismo hace ambas cosas: el fin por el cual se debe medir el querer moral es, en primer
lugar, aquel que resulta ser el mejor para la mayoría, y, en segundo lugar, el bien absoluto
debe definirse de este modo. Pero, ¿hasta que punto no son arbitrarios ambos pasos? Quiero
dejar de lado la cuestión, muchas veces discutida, acerca de si podemos estar de acuerdo con
la manera como juzgamos como buenas o malas las acciones individuales, y preguntar
únicamente que actitud hubiera adoptado Kant frente a esta propuesta (pues, ¿es otra cosa
que una propuesta?). Kant hubiera dicho, desde luego: si alguien caracteriza alguna situación
del mundo como buena, esto sólo puede tener el sentido de que el se la propone como fin
propio, es decir, que su inclinación tiende a realizarla. Quien juzga de manera utilitarista,
simplemente dice que algo es bueno para él, si a todos les va mejor. Este argumento -y no veo
que se Ie pueda objetar- quiere decir que, por su estructura, la concepción utilitarista no tiene
nada que ver con la moral, aun cuando se la proclame como tal y en sus resultados concuerde
parcialmente con nuestras intuiciones morales.
Por su parte, contra el deontologismo es usual argumentar que conduce a un fetichismo de las
reglas. Como remate sirven de ejemplo aquellos deberes que, para Kant, cumplen de
hecho un papel importante, como ocurre con el deber de mantener las promesas. La posición
kantiana parece culminar en esto: quien ha dado su promesa a otro no debe mantenerla por
respeto a la otra persona sino por la regIa misma. Pero con esa orientación por reglas
particulares no se puede llegar al núcleo de la controversia. La posición de Kant culmina, bien
entendida, en la máxima del altruismo. Esta máxima dice: Ten en consideración los intereses
de los demás, respeta los derechos de cada uno. Si uno no se atiene a las reglas particulares
sino al principio moral en cuanto tal -lo que Kant, precisamente en el párrafo siguiente, llama
"la ley"-, resulta claro que, como acabamos de ver a propósito del tratado sobre la religión, la
máxima esta referida completamente a fines. Kant incluirá esto diciendo que el principio moral
prescribe tratar a todo ser humano como fin en si mismo, una formulación que ciertamente
tendremos que aclarar en el lugar pertinente.
Así consideradas las cosas, desaparece la aparente oposición entre la referencia a la regIa y la
referencia a los hombres involucrados, y la referencia a la regIa, el llamado formalismo,
asegura únicamente el universalismo exigido absoluta mente.
No queda claro, sin embargo, en qué consiste el llamado principio formal.
Nos encontramos así con un paso en el desarrollo de la argumentación de Kant cuya
importancia metodológica hay que considerar con exactitud. Sospecho que el propio Kant
habría admitido que este paso, tal como lo ha dado aquí, no es en si mismo evidente, puesto
que, en caso contrario, no habría necesitado escribir la segunda sección de la Fundamentación.
Solo el concepto de razón, que Kant deja aquí todavía completa mente de lado porque no esta
contenido en la comprensión habitual de la moral, Ie permitirá hablar de un principio formal;
será el de la voluntad racional, no el de la voluntad en general. No representa aun un
argumento decisivo el que la presunta derivación del imperativo categórico en la primera
sección, tal como es efectuada sobre la base del párrafo 14, no ha resultado exitosa. Kant
podría haber dicho, incluso, que en este punto solo podía anticiparla. Tanto mayor debe ser,
entonces, nuestra ansiedad por saber si resultara convincente la única fundamentación
decisiva, la de la segunda sección. Todo el peso recae ahora en el concepto de razón.
Con estas precauciones podemos avanzar ahora hasta la "tercera proposición", que Kant
formula en el párrafo 15. Dice así: "El deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley".
Mientras que las dos primeras proposiciones se seguían analíticamente del primer enunciado
de esta sección, la tercera resulta también de modo analítico, pero esta vez "como
consecuencia de las dos anteriores". Es fácil ver esto. La primera proposición afirmaba: Una
acción es moralmente buena solo si esta motivada por el deber mismo (por lo que es
mandado, es decir, por lo necesario en sentido practico). Esta pura motivación por lo moral
mismo es incorporada ahora al concepto del respeto. La segunda proposición decía: La moral
consiste exclusivamente en "el principia del querer". Este "principia formal" es incorporado
ahora a la expresión "ley". Una acción es moral si y solo si sucede "por respeto a la ley". La
pretensión kantiana, según la cual la tercera proposición no agrega nada nuevo, sino que solo
conecta las dos anteriores, esta justificada. Para una mejor comprensión de la tercera
proposición, solo queda par señalar que Kant no entiende aquí el deber cuasi objetivamente
como lo mandado, sino cuasi subjetivamente como la acción par el deber. No es necesario, en
nuestro contexto, abordar ahora el difícil concepto del respeto, que Kant, en una forma
desacostumbrada, no refiere primariamente a las personas sino a la ley misma, lo que elucida
en la sagaz nota 2 de la pagina 402. Es suficiente considerar la palabra como clave de la
motivación moral.
En el párrafo 17 llega a su término el desarrollo de la argumentación de la primera sección.
Kant cree poder mostrar ahora que lo dicho antes -en esencia, el principia formal de la
voluntad en cuanto tal (la ley, que se campIeta en el párrafo15), introducido en el párrafo 14
basta para poder probar que el imperativo categórico es el contenido de la moral. Puesto que,
a partir del párrafo 14, no queda "mas que la legalidad universal de las acciones en general", el
mandata moral solo puede decir "que pueda querer también que mi máxima deba
convertirse en ley universal".
Si esta conclusión fuera valida, Kant habría logrado derivar el imperativo categórico de la mera
premisa, tomada de la comprensión normal de la moral, que dice que la voluntad es lo único
que puede ser buena sin restricciones. Pero la conclusión, desde luego, no es valida. En primer
lugar, no sabemos en absoluto que quiere decir la expresión "principio formal del querer" del
párrafo 14, de modo que no podemos enjuiciar con que derecho puede ser incorporada a la
expresión "legalidad universal de las acciones en general"; incluso esta ultima es, o bien
incomprensible, o bien multivoca. Y el paso que va desde aquí hasta el enunciado, mucho más
especifico, que dice "que pueda querer también que mi máxima deba convertirse en ley
universal", parece completamente arbitrario. Pero no debemos tampoco sopesar aquí estas
palabras con tanto cuidado. Las podemos considerar como una mera anticipación del
argumento que Kant creyó que únicamente era posible presentar en la segunda sección con
ayuda del concepto de razón practica.