La historia forma parte íntegramente de llamada “Republica de las Ciencias” y en el
siglo XVIII concibe y da origen al vocablo de “Ciencias Históricas”. Pero realmente para poder entender que es y a que apunta la Historia debemos desmenuzar y analizar bajo que parámetros se concibe como ciencia. Primeramente, analizar la naturaleza y la función de la ciencia, donde llamamos ciencias a las formaciones socioculturales mediante actividades humanas que de manera constructiva producen un tipo particular de conocimiento. Este conocimiento es crítico, racional, organizado, sistemático, trasmitido y desarrollado históricamente. Es importante saber que las ciencias operan bajo delimitados campos y realizan una exploración y una explotación de una categoría de la realidad de la que se segregan los contenidos que no resultan pertinentes para sus operaciones y exploraciones. También debemos entender que no todo conjunto de conocimientos organizados lógicamente constituya una ciencia, esto sucede porque no cumple con la exigencia semántica, de contar con referencias fiscalistas en que apoyarse y en que validarse. El principio semántico es básico e irrecusable em la actividad científica: tiene que haber referente material para verificar empíricamente las proposiciones sintácticas y estas no pueden ser una creación o producción del propio pensamiento Las ciencias se caracterizan por la pretensión de construir verdades y es por ello que se opone a los dogmas, creencias, opiniones, y conjeturas en virtud de pretensión de objetividad, necesidad y carácter marcadamente crítico. Esta verdad, dentro de la ciencia se ubica mediante los procesos llevados a cabo por distintos científicos dentro del campo correspondiente, donde lo importante es construir relaciones esenciales, objetivas y necesarias. Las ciencias constituidas como tal, no brindan sabiduría totalitaria, por el contrario, avanzan, se instruyen y permiten conocer crítica y teóricamente de ellas sin remontarse más allá del campo que las compete. Así pues, comprendiendo esto debemos mencionar que en esta “Republica de las Ciencias”, hay una efectiva división entre las ciencias naturales y las ciencias humanas o sociales. La razón sencillamente es que la explotación de sus campos de estudios utiliza diferentes recursos operatorios. Por lo tanto, se manejan en diferentes términos. Dentro del campo natural, en términos operacionales, el sujeto como agente operativo puede ser eliminado totalmente del campo de estas disciplinas (por ejemplo, las rocas, los árboles, las moléculas o números no realizan ni planifican operaciones). Las verdades se alcanzan mediante la experimentación, la explicación de principios, causas y la formulación de hipotesis. Y respecto a las ciencias humanas, aparecen en términos diferentes aquí el sujeto es el que planifica y realiza las operaciones: los sujetos pasados en la historia, el hablante en la lingüística, el salvaje en la etnología o el consumidor en la economía. El investigador de las ciencias humanas tiene que explicar las operaciones realizadas por estos sujetos a quienes estudia mediante la reproducción o reactualización analógica de esas operaciones. La historia se encuentra dentro de las ciencias humanas, pero relativamente fue considerada bajo términos científicos recién hasta el siglo XIX. La historia, bajo ningún parámetro estudia el “Pasado”, ya que el pasado por definición, no existe, es un tiempo finito, por lo tanto, incognoscible para la ciencia. Sin embargo, el campo de la Historia está constituido por aquellos restos y vestigios del pasado que perviven en nuestro presente en la forma de residuos materiales, huellas corpóreas y ceremoniales visibles. Pero para que el historiador pueda encarar el estudio de estas reliquias del pasado, también va a necesitar del presente, puesto que para investigar, analizar y explicar un suceso, proceso o una estructura deberá conocer expresiones como por ejemplo “reunirse en secreto”, “sufrir los efectos útiles del voto” “emigración forzosa”, etc. A su vez siguiendo el ejemplo del historiador Collingwood, el historiador debe introducirse al contexto, comprender el pensamiento de la época y bajo que parámetros se manejaban, en pocas palabras adentrarse. Es evidente que la tarea del historiador no es describir los hechos, como la lógica positivista, al contrario, su tarea consiste en la construcción de un pasado histórico en forma de relato narrativo a través de reliquias, pruebas y fuentes documentos que estén ligadas al pasado. El historiador debe regirse bajo el método inferencial que le imposibilita presidir su interpretación mediante su sistema de valores filosóficos, ideológicos y subjetivos. Por lo tanto, la historia como ciencia puede y debe atribuir conocimientos científicos y verdades históricas. Esta disciplina cumple una función social y cultural. Hay una necesidad que la historia sea la ciencia de los hombres a través del tiempo, ya que la conciencia del pasado, de un pasado colectivo es la representación de su presente, de su dinámica social, de sus instituciones, tradiciones, valores, costumbres, ceremonias y relaciones con el mundo tanto físico como social. Por ello deberíamos concebir a la historia como la ciencia que estudia restos y vestigios del pasado para entender el presente.