Documenti di Didattica
Documenti di Professioni
Documenti di Cultura
HUGUET
Oh, María, mi buena y tierna Madre: para hacer cosa grata a vuestro Inmaculado Corazón, emprendí esta
humilde obrita en honor del glorioso y santo Patriarca que estuvo unido a vos con vínculos tan íntimos y
puros. Es a vos, después de Dios, la más humilde y la más perfecta de todas las vírgenes, a quien José debe
sus sublimes prerrogativas, y las virtudes que lo hicieron un modelo perfectísimo de las almas interiores.
Dignaos, oh María, ofrecer esta obrita a vuestro divino Hijo; dignaos, oh buena Madre, por amor de Aquel
que estuvo tan devotamente a vuestro servicio, suplir todo lo que en ella haya de imperfecto; y derramando
vuestras preciosas bendiciones sobre los que la leerán, reveladles vos misma todas las perfecciones del alma
de San José, perfecta copia de la vuestra.
Oh, Madre triunfante, ¿quién puede contemplar vuestra augusta majestad os diré con San Francisco de
Sales, uno de vuestros más fieles servidores, sin ver a vuestra diestra al Hijo unigénito del Altísimo, que por
amor a vos quiso honrar con el nombre de padre a aquel que se unió a vos con el vínculo celestial de una
alianza virginal, a fin de que fuera vuestro sostén y coadjutor en el oficio de regir y gobernar su infancia
divina?...
Antiguamente, se colocaban las lámparas del templo sobre lirios de oro. Oh María, oh José, excelsas
criaturas, lirios sagrados de incomparable belleza, entre los que se apacienta el Amado sacia a sus amantes:
si puedo aspirar a que este escrito llegue a iluminar y enfervorizar a los hijos de la luz, ¿dónde lo pondré, sino
entre vuestros lirios, en los que el Sol de justicia, esplendor y candor de la luz eterna, se ha recreado con tal
sublimidad, basta hallar las delicias de la inexplicable dilección de su corazón hacia nosotros?...
¡Oh Madre dilectísima del Dilectísimo, oh esposo dilectísimo de la Dilectísima, postrado a vuestros pies, que
sostuvieron a mi Salvador, dedico consagro este pequeño fruto de mi amor a la inmensa grandeza de vuestro
amor!
Para antes de comenzar la devota práctica del mes en honor de San José
ORACIÓN
Bienaventurado José, que habéis sido, el padre del divino Salvador, sed también nuestro padre;
amadnos con amor paternal a nosotros, a quienes Jesús quiso amar como a hermanos, y dadnos parte del
amor que habéis tenido a nuestro amable Redentor.
Vuestro corazón paternal, ese gran corazón, el más puro y más santo, después de los corazones de
Jesús y de María, será nuestro refugio y nuestro asilo en todas nuestras penas y en todas nuestras
necesidades. Por vuestra intercesión llegaremos, oh gran Santo, hasta el Corazón de Aquel que quiso ser
llamado Hijo vuestro: nuestros corazones os serán tiernamente devotos; imitaremos el amor de Jesús hacia
vos, su filial ternura, su sumisión, su respeto. Bajo vuestra protección esperamos vivir y morir en la santidad
que conviene a los hijos de Dios, a los hermanos de Jesús y a los hijos de María. Así sea.
DÍA 1
EXCELENCIA DE LA DEVOCIÓN A SAN JOSÉ.
"Nuestra salvación esta en vuestras
manos, ¡oh José!".
Gén. XLVII, 25.
Después de la devoción a Jesús y a su divina Madre, no hay devoción más justa y más sólida que la
que la Santa Madre Iglesia nos invita a tener a San José. De todos los santos propuestos a nuestra devoción,
ninguno es más poderoso que él cerca de Dios, y nadie tiene más derechos que él a nuestro amor, a nuestra
confianza y a nuestro homenaje de piedad filial.
Dios Padre, confiando a San José los tesoros más preciosos del cielo y de la tierra, al escogerlo entre
todos los hombres para ser el jefe de la Sagrada Familia, nos dio en cierto modo la medida del respeto que le
debemos.
El antiguo patriarca José conoció en su juventud, por misteriosa revelación, el grado sublime a que,
sería elevado, vio en un sueño a los dos principales astros de nuestro firmamento inclinarse respetuosos
delante de él: pero esta profética visión no se verificó exactamente sino con el segundo José, del cual el
primero fue tan sólo una imagen, pues Jesucristo, que es el verdadero Sol de justicia que ilumina a los
hombres, y María, la Luna esplendente (Pulchra ut luna) que envía a la tierra la luz que recibe del Sol, se
sometieron enteramente a la dirección de San José, y le tributaron el homenaje de la más respetuosa
obediencia, como a su jefe.
La vida de Jesús debe ser nuestro modelo. «Os he dado el ejemplo, a fin de que lo que Yo hice, lo hagáis
vosotros también».
Pues bien; desde el momento que el Eterno Padre escogió a José para que le representara sobre la
tierra, Jesús, lo honró como a su padre, le obedeció en todas las cosas, y lo sirvió con sus divinas manos,
tributándole la más obsequiosa reverencia. Gersón encuentra en el profundo abajamiento de Jesús,
obediente a José, la justa medida de la altura sublime a que fue elevado nuestro Santo. Este subió en la
misma proporción en que descendió Jesús, de manera que la obediencia de Jesús nos prueba al mismo
tiempo su incomprensible humildad y la incomparable dignidad de José. De manera que los actos de
sumisión que practicaba el Hijo de Dios obedeciendo a José, eran para este otros tantos grados de la más
sublime elevación. ¿Cómo podremos, pues, comprender la dignidad de un Santo que se vio obedecido,
respetado y servido, por el espacio de tantos años, por su Creador, por su Dios?...
María respetó y honró a San José como a dueño y como a esposo, destinado por el Eterno Padre para
protegerla y dirigirla. Y Ella, que es reverenciada por los ángeles y por los serafines;
que vio inclinarse reverente al arcángel Gabriel, y ante quien se postra la Iglesia triunfante y militante, se
humilló ante José prestándole los más humildes servicios.
Uno de los motivos que tenía la Virgen Santísima para honrar así a San José, era que conocía todos
los tesoros de gracias con que el Espíritu Santo había colmado su corazón; pero cuando vio al Hijo de Dios
respetar a José como a padre, servirlo como a su señor, escucharlo como se escucha al maestro, quién podrá
apreciar a qué grado se elevó su amor y reverencia a tan santo esposo?... Deseó entonces honrarlo como
Jesús lo honraba; y no pudiendo hacerlo con la misma humildad, pues aquella era la de un Dios, se confundía
en esa misma impotencia y manifestaba esa santa confusión a José, para compensarlo en alguna manera de
cuanto hubiera deseado hacer, no solo como esposa, sino como sierva, a imitación de Jesús.
La Santa Iglesia, a quien Dios confió las llaves de la verdad, para que nos condujera por el camino de
la piedad sólida, al recomendarnos la devoción a San José, trata de inspirarnos una gran confianza en su
poderosa protección. Le levantó magníficos santuarios, y estableció más de una fiesta solemne en su honor,
que se celebran en todo el mundo católico: de manera que de oriente a occidente, doquiera resuena el
nombre augusto del divino Salvador, se repite también el de su dilectísimo Custodio, verificándose así el
oráculo de Nuestro Señor Jesucristo: «El que permanece alerta en la guardia de su Señor, será glorificado».
La Iglesia propone a San José como modelo de vida interior y patrono de la buena muerte; nos
exhorta a consagrarle el miércoles de cada semana, y para inducir a los fieles a honrarlo siempre más y más,
concede numerosas indulgencias a las prácticas piadosas que se hacen en su honor.
Es así como la Iglesia trata de dar a su santo Protector un justiciero tributo de reconocimiento, por
los favores insignes que de él ha recibido. En efecto -dice San Bernardo-, San José, con la santidad de su vida,
cooperó al misterio de la Encarnación del Verbo más que todos los antiguos Patriarcas con sus vivos deseos,
con sus lágrimas y con sus méritos. La pureza de San José ha sido, en cierto modo, más fecunda que la
fecundidad de todos los antecesores del Salvador. Él, con su castidad, fue más afortunado que todos los
héroes de la Ley antigua: y en cierto modo fue necesario, por así decirlo, para que se cumplirá el más augusto
de los misterios: no tan sólo para que el Salvador viniera al mundo, con toda la honra que merecía, sino
también -dice Santo Tomás- para que ese mismo mundo creyera al mismo tiempo en la Encarnación del Hijo
de Dios y en la Virginidad Inmaculada de María.
¡Ah, si los parientes del joven Tobías se creyeron deudores al arcángel Rafael, que había sido su guía
en el viaje que debió realizar, cuánto más la Santa Iglesia y todo el pueblo cristiano deben demostrar su más
vivo reconocimiento a San José, que protegió la infancia del Dios hecho Hombre, su Cabeza y su Salvador!...
San José, como el virrey de Egipto, no solamente almacena el trigo natural para sustentar a los
súbditos de un rey idólatra, sino que preparó y conservó para el pueblo de Dios, el trigo de los elegidos, el
Pan de los ángeles, el alimento que lleva a la vida eterna.
Y la Iglesia, teniendo presentes favores tan inestimables, ha querido tributar a San José, honores
mucho más elevados que los que otorgara Faraón al hijo de Jacob.
Oh José -exclama la Iglesia-, pongo todos mis hijos bajo vuestra protección. María Inmaculada es mi
Madre, mi Reina; Jesús, vuestro Hijo, es mi Esposo divino, y vos ocuparéis el lugar de Protector y de Padre.
Adoptando por Hijo al Salvador del mundo, adoptasteis también a sus hermanos, que son mis hijos, y estoy
segura de que vuestra caridad inextinguible no les negará ni los cuidados, ni los servicios que tributasteis a
Jesús.
Después de estas sublimes e importantes consideraciones, no nos sorprenderá que todos los fieles
tengan tanta confianza en San José, ni de que todas las Congregaciones, que son ornamento
de la Iglesia, se hayan colocado bajo su protección, tomándolo como Patrono y modelo.
Todos los santos han tenido la más tierna devoción a San José. Recordemos a San Bernardino de
Sena, San Bernardo, Santa Brígida, San Francisco de Sales y Santa Teresa, verdaderos modelos de esta
devoción.
El santo Obispo de Ginebra, en todas sus obras habla de San José con la más tierna devoción. A él le
dedicó, como al más querido Protector, su sublime TRATADO DEL AMOR DE DIOS, y se gloría doquiera de
pertenecer a este gran Patriarca. Escogió al casto esposo de María como a principal Patrono y ángel tutelar
de la Visitación, y manda a las novicias, que lo tengan como guía particular en el camino de la oración mental
y de la contemplación. Gracias a su celo, se erigió en la ciudad de Annecy un hermoso templo en honor de
este gran Santo, y en la víspera de su muerte manifestó al rector de la iglesia que San José lo había visitado,
añadiendo: «¿No sabéis, Padre mío, que soy todo de San José? ...» El religioso que lo asistía, tomando entre
sus manos el breviario del Santo, no halló en él más que una estampa, y era la de San José.
El celo de Santa Teresa se hermana con el del piadoso Obispo de Ginebra. Encendida en la más viva y
tierna devoción a San José, ¡con qué empeño se dedicó a propagarla!... Escribió, habló, y nada ahorró para
que San José fuera conocido, amado y honrado de acuerdo con sus méritos. Lo invocaba como a su Padre y
señor; no emprendía ninguna obra sin implorar su socorro, le consagró trece monasterios que fundó en su
honor, y exhortaba siempre a todas los fieles a recurrir a él con confianza, y a ponerse bajo su patrocinio. A
pesar de su solicitud en ocultar los favores con que Dios se complacía en enriquecerla, tratándose de
contribuir a la gloria de San José, su pluma y su lengua ponían de manifiesto el secreto de su afecto: no podía
dejar de manifestar las gracias extraordinarias que obtenía por su mediación.
Pero dejemos que ella misma hable en el capítulo VI de su Vida. La autoridad de una Santa tan
venerada en la Iglesia por sus extraordinarias virtudes, debe inspirarnos confianza plena en
tan poderoso Protector.
"No me acuerdo, hasta ahora, haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que
espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los
peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma. Que a otros santos parece les dio el Señor gracia
para socorrer en una necesidad; a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere
el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, que como tenía nombre de padre, siendo
ayo, le podía mandar; así en el cielo hace cuanto le pide. Esto han visto otras algunas personas, a quien yo
decía se encomendasen a él, también por experiencia. Y aún hay muchas que le son devotas de nuevo,
experimentando esta verdad...
«Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que
tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona, que de veras le sea devota y haga
particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud. Porque aprovecha en gran manera a las
almas que a él se encomiendan. Pareceme ha algunos años, que cada año en su día le pido una cosa, y
siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío... Sólo pido por amor
de Dios, que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este
glorioso Patriarca y tenerle devoción; en especial, personas de oración siempre le habían de ser aficionadas.
Que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús,
que no den gracias a San José por lo bien que los ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe
oración, tome este glorioso Santo por maestro, y no errará en el camino» (Vida, VI, 47).
Por fin, el amor que debemos a Jesús es un dulce estímulo para honrar a aquel que le sirvió de padre.
La devoción a los Santos que tuvieron más íntima relación con su divina Persona en esta tierra, le es más
grata que cualquiera otra. De consiguiente, si amamos verdaderamente al divino Salvador, si queremos
agradarle, ¿cómo no amaremos al Santo que Él tanto amó, y que tuvo para Él un amor tan tierno y tan
perfecto?...
Para obtener de Dios todo lo que se desea, no hay más que presentarle todo lo que San José hizo por
su divino Hijo (Vble. Inés de Jesús).
Lo que diferencia la vida interior de la exterior, son los objetos que ocupan el espíritu y el corazón, y
son causa de nuestras alegrías y de nuestros dolores, nuestro amor y nuestro odio (Máximas espirituales).
AFECTOS
¡Cuánto consuelo siento, amable y poderoso Protector mío, al saber por vuestra fiel sierva Santa
Teresa, que jamás os ha invocado en vano, y que todos los que recurren a vos con plena confianza, son
siempre escuchados y hacen rápidos progresos en la virtud!... Animado por la confianza recurro a vos,
dignísimo esposo de la Virgen Inmaculada; me llego a vuestros pies, y aunque pecador, oso presentarme a
vos. No rechacéis mis
súplicas, vos que merecisteis el nombre glorioso de Padre de Jesús, sino escuchadlas favorablemente, e
interceded por mí ante Aquel que quiso ser llamando Hijo vuestro, y que siempre os honró como a padre.
Amén.
PRÁCTICA
Consagrar anualmente un mes entero, y el miércoles de cada semana a honrar a San José.