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Gustavo Bueno
Volumen 2
(2005-2007)
1
Índice
2005
Sobre la imparcialidad del historiador y otras cuestiones de teoría de la
Historia………………………………………………………………………………….5
Tratado o Constitución……………………………………………………………74
Sobre el prestigio creciente de la cultura……………………………………….82
«Maquis», un ejercicio reciente de «memoria histórica» (1)…………………84
«Maquis», un ejercicio reciente de «memoria histórica» (y 2)……………….95
El referéndum español, francés y holandés, y la «resolución 80» del
Congreso de los diputados españoles: cuatro trucos de la democracia
realmente existente…………………………………………………………………108
Secretos, misterios y enigmas………………………………………………….130
Sobre las «Ruedas dentadas» de Iván Vélez………………………………...136
Sobre la verdad de las religiones y asuntos involucrados…………………..140
Las ideologías armonistas del presente (1)...………………………………...206
Las ideologías armonistas del presente (y 2)……………………………...…210
«Pensamiento Alicia» (sobre la «Alianza de las Civilizaciones»)…………..224
Sobre el análisis filosófico del Quijote…………………………………………237
2006
Parábola sobre el General Mena………………………………………………253
Sobre el «respeto» a Mahoma y al Islamismo, y sobre la «condena moral»
de las caricaturas…………………………………………………………………...257
La obsesión de la Yihad………………………………………………………...267
El estatuto catalán y la tregua de ETA………………………………………...271
Por qué es absurdo «otorgar» a los simios la consideración de sujetos de
derecho…………………………………………………………………………...….274
El debate democrático sobre el «proceso» (de pacificación del País
Vasco)………………………………………………………………………………..315
Notas sobre el concepto de populismo………………………………………..331
Notas sobre la socialización y el socialismo………………………………….336
2
El milagro de Santa Clara y la Idea de «Televisión Formal»……………….352
Individual, idiográfico…………………………………………………………….368
Sobre un futurible en forma de prólogo……………………………………….376
Filosofía de las piedras………………………………………………………….397
2007
Adiciones al «Prólogo futurible»………………………………………………..420
Un musulmán va a ser reconocido en referéndum como «Padre de la Patria
andaluza»……………………………………………………………………………428
Los peligros del «humanismo de la izquierda híbrida» como ideología política
del presente…………………………………………………………………………453
Sobre la educación para la ciudadanía democrática……………….………..473
En torno a la distinción «morfológico/lisológico» (1)…………………………494
En torno a la distinción «morfológico/lisológico» (2)…………………………501
En torno a la distinción «morfológico/lisológico» (y 3)……………………….512
Profesores «cómplices» publican, cara al nuevo curso, manuales de
Educación para la Ciudadanía…………………………………………………….528
Conónimos………………………………………………………………………..548
Sobre las élites de periodistas en la democracia coronada…………….......579
¿Por qué no te callas?.................................................................................590
Sobreactuación…………………………………………………………………..602
Don Quijote, espejo de la nación española…………………………………...604
3
2005
4
Sobre la imparcialidad del historiador
y otras cuestiones de teoría de la Historia
Gustavo Bueno
§ I.
5
transcurrido entre el 14 de abril de 1931 y el 1º de abril de 1939, con las fechas
intercaladas del 4 de octubre de 1934 y el 17 de julio de 1936) y que, por tanto,
muy pocos de los que hoy viven, pueden recordar en su «memoria episódica»,
sigan interesando de modo apasionado y creciente a tantas gentes que no son,
sin embargo, historiadores profesionales. No hay ningún misterio, desde luego,
en todo cuanto se refiere a los mecanismos mediante los cuales accede a
nuestro interés la materia que lo alimenta: reliquias abundantes (ruinas,
monumentos, tumbas, fosas de enterramiento, muchas de ellas «reliquias
escritas»: inscripciones de monumentos, nombres de calles, cartas, periódicos,
libros...) y relatos de supervivientes (testigos, sujetos pacientes o agentes).
Pero la cuestión es por qué se activa este interés específico, puesto que
otros muchos materiales –reliquias o relatos–, de naturaleza científica,
tecnológica o artística, por ejemplo, no suscitan un interés semejante en
extensión y apasionamiento.
6
Es evidente, por lo tanto, que estas encuestas no miden la «memoria
histórica» como magnitud psicológica. No cabe hablar de un proceso de
«refresco de la memoria episódica» de la población española, del pueblo español
mayor de setenta años, de los «pueblos de España». Estamos, sin ninguna duda,
ante magnitudes de otro orden, simplemente confundidas y oscurecidas en el
rótulo común, confusionario y oscurantista, de la «memoria histórica». (Hemos
tratado el sintagma «memoria histórica» primero en el artículo «Sobre el
concepto de 'memoria histórica común'», El Catoblepas, nº 11, enero 2003; y en
libros posteriores.)
7
Civil española–, sino también de un pretérito de hace ciento setenta años –la
Primera Guerra Carlista–, o de casi ochocientos años –la Batalla de las Navas
de Tolosa–, o de casi mil trescientos años –la Batalla de Covadonga–. El interés
de los historiadores profesionales por el pasado histórico, en general, no necesita
explicación; sí la necesita el interés por determinados intervalos más que por
otros.
8
El mejor test para medir las entendederas que un historiador tiene de su
propio oficio es analizar su respuesta a esta pregunta (que yo formulaba en
tiempos a historiadores profesionales): «¿Considera usted su trabajo de
historiador como orientado a la recuperación de la memoria histórica de la
sociedad cuyo pasado usted investiga?»
9
Paleontología de Nueva York, cuando asombrada de la ciencia del profesor que
la acompañaba en la visita, le decía: «Lo que más me admira de ustedes, es
que, además de haber logrado recomponer estos huesos fósiles, hayan logrado
también averiguar los nombres que tenían estos bichos.»
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políticos, por la «clase política». Ante todo, porque los políticos, desde alcaldes
hasta ministros o parlamentarios, tienen la responsabilidad «institucional» de
hacer cumplir determinadas conmemoraciones históricas (aniversarios,
centenarios...) que «obligan a interesarse» en cada momento por determinados
sucesos o intervalos históricos. Y no sólo por esto: también por motivos jurídicos
(reivindicaciones de fueros, de títulos de propiedad...) o urbanísticos (esculturas
de las plazas públicas, denominación de calles...), la llamada «memoria
histórica» (en realidad: la memoria como repaso o refresco de cosas que ya eran
sabidas y aprendidas en los libros) se suscita desde la vida política, tanto o más
que desde la vida académica. Y, paradójicamente, el ejercicio de esta «memoria
histórica» va orientado, muchas más veces de lo que pudiera esperarse,
precisamente a la demolición de monumentos dedicados a héroes del pretérito,
hoy desprestigiados, o a la sustitución de las dedicaciones o nombres de calles
y de plazas por otros más acordes con los tiempos. Y demoler o borrar tienen
que ver con el olvido histórico, más aún que con la memoria histórica. Lo que
demuestra que el olvido histórico tampoco es un proceso psicológico
espontáneo, sino el resultado de un control de la propia memoria histórica, a
título de damnatio memoriae, por ejemplo.
Otra cuestión es la de las razones por las cuales los enfrentamientos entre
grupos que tienen lugar en el presente resultan inclinados a «mirar hacia el
pasado». Estas razones son de muy diversa índole, pero podrían clasificarse en
dos grandes rúbricas extremas.
11
A) La primera, acoge a razones de carácter isológico (incluyendo también
las analogías y las desemejanzas, reales o aparentes). Los grupos enfrentados
en el presente descubren o creen descubrir analogías de proporcionalidad,
semejanzas o desemejanzas con grupos del pretérito y, en consecuencia,
tienden a identificarse o a oponerse a ellos. Así, ciertos partidos o corrientes
progresistas del siglo XIX español (por no hablar de los «progresistas» del siglo
XX) creían poder identificarse con los comuneros del siglo XVI, dando por
supuesto que estos comuneros representaban el progreso frente a los imperiales
de Carlos V. Este es el caso del interés que los norteamericanos suelen
desplegar hacia épocas muy lejanas de su propia realidad, como la Historia de
Roma o la Historia de Grecia. En la película Gladiador, de Ridley Scott, creen
poder ver algunos la representación del enfrentamiento actual del partido
demócrata contra el partido republicano: la analogía entre el Senado depredador
del Imperio romano y los republicanos de Estados Unidos de orientación belicista
y agresiva, inclinados al control del Imperio por minorías corruptas, y la supuesta
orientación pacifista y limpia de algunos senadores romanos y de algunos
emperadores (como Marco Aurelio) les habría llevado a imaginar una situación
en la que únicamente a través de los hispanos, y con ellos de los hombres de
color del continente americano, simbolizados por Máximo, Estados Unidos
podría regresar al proyecto original de sus padres fundadores, como
Washington, Jefferson o Monroe. Asimismo, la «reconstrucción histórica» de
Alejandro Magno, en la película de Oliver Stone, ha significado para muchos
grupos demócratas de Estados Unidos la mayor crítica posible a la política de
Bush II y de los republicanos, en la medida en la que se ve al Alejandro de Stone
no sólo como un personaje bisexual, sino, sobre todo, violento, depredador,
asesino, en los mismos territorios mesopotámicos en los cuales tiene lugar la
actual guerra del Irak. En suma, Alejandro Magno comenzaría a ser el símbolo
de Bush II, independientemente de que Stone no lo hubiera deseado: su obra,
según muchos de sus críticos demócratas, sería en todo caso desafortunada,
porque la exaltación de un héroe como Alejandro Magno equivale indirectamente
a la exaltación de la política de Bush II.
12
correspondientes partes o partidos del pretérito. De este modo unos partidos o
corrientes, los vencidos, por ejemplo, en una guerra civil se autoidentificarán con
la sustancia misma de los vencedores del intervalo; otras veces los vencidos
identificarán a sus adversarios políticos con otras corrientes vencedoras en el
pretérito. Así, en la democracia española de 1978 es frecuente ver cómo el
PSOE o IU, principalmente, «recuerdan», una y otra vez, que Manuel Fraga,
presidente del AP y actualmente de Galicia, fue ministro con Franco; se
«recuerda» la tradición familiar de José María Aznar, y sobre todo a su abuelo,
comprometido contra la República de 1931, de la misma manera que se
«recuerda» (como si fuese algo pertinente tras la Amnistía general y la
Constitución de 1978) que el abuelo de José Luis Rodríguez Zapatero fue
«fusilado por Franco». En una palabra, se olvidan las condiciones impuestas por
la Constitución democrática. ¿Qué tiene que ver en democracia, el abuelo de
Aznar con Aznar? ¿Qué tiene que ver el abuelo de Zapatero con Zapatero? Se
olvidan también las genealogías de otras figuras importantes aliadas con el
PSOE, muchas de ellas vinculadas al grupo PRISA (¿acaso Jesús Polanco no
movió con gran habilidad comercial los recursos que le proporcionaba el
Ministerio de Educación franquista, o Juan Luis Cebrián no se formó, en el
franquismo, a las órdenes de Emilio Romero, director de Pueblo?).
14
del franquismo. Se reavivó intensamente esta memoria histórica a raíz de la
victoria absoluta del PP en las elecciones del año 2000: la ARMH (Asociación
para la Recuperación de la Memoria Histórica) impulsó a IU y al PSOE a
presentar en el Congreso de los Diputados (9 de septiembre a 4 de octubre de
2002) proposiciones en este sentido.
§ II.
15
Pero la idea de imparcialidad y, sobre todo, su pertinencia como
requisito sine qua non del historiador auténtico, es muy confusa y requiere
minuciosos análisis. Por de pronto, la imparcialidad sólo tiene sentido cuando se
presupone que hay partes en conflicto (en pleito, en debate) con otras partes,
condición que, en general, se cumple en cualquier campo o dominio histórico.
En historia política desde luego, si damos por cierto que cualquier sociedad
política, y sin necesidad de salir de sus límites, mantiene su eutaxia (o la pierde)
como resultante de la composición de fuerzas opuestas o distintas entre las
partes o partidos que integran esa sociedad. Y por supuesto, las sociedades
políticas entre sí también mantienen relaciones de conflicto constante, más o
menos grave. Pero también en el campo de la historia de las religiones, las
religiones, sobre todo las secundarias y las terciarias, se enfrentan las unas con
las otras. En el campo de la historia del arte las escuelas representan «partidos
contrapuestos» (los «simbolistas» franceses que patrocinaban el «pintar de
memoria» se enfrentarían con los «impresionistas»), por no hablar de la historia
de las costumbres. Incluso los historiadores de la ciencia se encuentran
continuamente con controversias entre las diferentes ciencias, o aún dentro de
una misma ciencia, entre escuelas o doctrinas científicas. También son
conflictivas las relaciones mutuas entre los campos de la historia de las ciencias,
de las religiones o de los Estados.
Habría que distinguir, por lo menos, dos formas o géneros muy diferentes
de imparcialidad:
16
esfera de los valores.) La «libertad de valoración», aunque tiene incidencia
gnoseológica inmediata, puede tratarse también al margen de la teoría de la
ciencia, por ejemplo, a propósito de la teoría del arte o de la actividad política.
Todo el mundo sabe que no cabe hablar de libertad de valoración en el momento
de dedicar una calle de París a «Napoleón», o bien de reducir la dedicatoria a
«Bonaparte»; tampoco cabe hablar de libertad de valoración cuando se habla de
Alejandro Magno. La imparcialidad axiológica suele aplicarse generalmente en
términos psicológicos, como un requerimiento al historiador para que mantenga
la frialdad o neutralidad de valoración en sus juicios.
17
valores), los hechos objetivos que hubiera podido establecer gracias a su libertad
de valoración.
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no está conmigo está contra mí», ¿puede mantener la libertad de valoración
religiosa, o debe dejar de ser cristiano para poder ser historiador?
Parece, por tanto, que al lado del postulado de «libertad de valoración» hay
que admitir un «principio de reconocimiento de los valores» como hechos o
datos. Un modo chapucero de resolver esta dificultad (modo que sin embargo ha
tenido amplia aceptación) fue el de distinguir entre valoración y avaloración. La
Historia (o las ciencias sociales o históricas en general) deberían mantenerse
«libres de valoración»; pero esta libertad no excluiría el reconocimiento
axiológico (avaloración) de los que llamamos valores-hechos vigentes en el
campo de investigación. De este modo podría mantenerse como criterio
(propuesto por Rickert) que diferencia a las ciencias culturales de las ciencias
naturales, la necesaria referencia de aquéllas a los valores, frente a la falta de
referencia a valores exigible en las ciencias naturales, sin menoscabo del
principio de libertad de valoración. Esta «solución» implica de algún modo la
distinción (que formularía Pike años después) entre el punto de vista emic y el
punto de vista etic: la «avaloración» quedaría circunscrita al plano emic; pero, en
el plano etic, el postulado de la neutralidad valorativa podría mantenerse intacto.
19
condenará ni exaltará la quema de los conventos, ni la voladura de la Cámara
Santa, es decir, no incorporará su valoración en el juicio histórico: tan sólo
«describirá»); ni condenará ni absolverá los fusilamientos de represalia, en la
época de la llamada «represión del 34»; ni absolverá ni condenará las masacres,
tan solo las describirá, y a lo sumo describirá también las condenas o
absoluciones que pudieran haber tenido lugar en el intervalo histórico estudiado.
Pero la llamada Teoría de los Valores es, ante todo, un nombre equívoco, o
meramente denotativo, de teorías muy diversas, que a veces ni siquiera merecen
el nombre de tales (de una «teoría»). Dicho de otro modo, la unidad de la teoría
de los valores es, en rigor, sólo una unidad polémica entre diversas teorías que
se consideran como mutuamente incompatibles. Lo que cubre la expresión
«Teoría de los Valores» es, ante todo, a nuestro juicio, un conjunto de embrollos
metafísicos, ideológicos y empíricos, inconsistentes, mezclados, a veces, pero
casi siempre desconectados, de otras doctrinas particulares más respetables,
como pudiera serlo la Teoría de los Valores económicos (a partir de la cual surgió
precisamente, suponemos, la Teoría de los Valores) o la Teoría de los Valores
dados en los campos de las funciones lógicas y matemáticas.
La llamada Teoría de los Valores fue, nos parece, una genuina destilación
de la filosofía alemana (desde Lotze hasta Ehrenfels; desde Muller-Freienfels,
Rickert, Weber o Cassirer, hasta Scheler, Hartmann u Ortega) durante el periodo
comprendido entre la Guerra Francoprusiana y la Segunda Guerra Mundial. La
derrota de Alemania arrastró el prestigio que había alcanzado la Teoría de los
Valores (¿acaso por la «contaminación» que la teoría de los valores pudo
experimentar como consecuencia de las aplicaciones que de ella había hecho el
nacional socialismo?); teoría que continuó, sin embargo, en epígonos
anglosajones, franceses y españoles. Pero una vez acabada la Guerra fría la
teoría, o por lo menos la terminología de los valores, vuelve a levantar cabeza
entre políticos, sociólogos, pedagogos y psicólogos, que nos hablan
continuamente de la «educación en valores» o de la necesidad de «poner en
valor» determinados contenidos, sin decirnos muy claramente de qué tipo de
valores se está hablando, como si quisieran encubrir con el prestigio del término
«valor», en general, los valores específicos, opuestos a otros valores, que ellos
pretenden llevar adelante.
20
Nos encontramos hoy en una situación en la que los valores, en torno a los
cuales se fue desplegando la teoría filosófica de los valores, se dan por
supuestos, como si fueran planetas o elementos químicos descubiertos ya por
las generaciones anteriores. Y se dan por supuestos, no sólo por quienes
mantienen de un modo u otro las concepciones de los fundadores, sino por
quienes ni siquiera conocen estas concepciones.
Pero lo cierto es que, en estas condiciones, nadie puede decir que sabe lo
que son los valores, a los que está apelando, salvo que se responda «desde
ellos», es decir, desde las teorías que los establecieron, como pueda serlo la
teoría de Meinong.
21
bien lo que dicen, pluralismo, porque no distinguen la pluralidad intercategorial y
la intracategorial).
22
generales que conducen a la transformación del «Reino de la Gracia» en «Reino
de la Cultura».
El proceso constitutivo del Reino de los Valores fue más tardío, casi un siglo
posterior: lo que Herder representó para la delimitación del Reino de la Cultura,
lo habría representado H. Lotze en su Logik (tomo primero de su System der
Philosophie, de 1874). Y las diferencias son notables. Mientras que la
constitución del Reino de la Cultura tuvo lugar en el proceso de transformación
de las coordenadas ontoteológicas (materia/espíritu divino), la constitución del
Reino de los Valores se mantuvo ya en el ámbito del «Reino de la Naturaleza».
El «Reino de la Cultura» surgió en las coordenadas de la ontología del
espiritualismo y del idealismo. Pero en el intervalo que transcurre entre Herder y
Lotze tiene lugar la expansión del positivismo y del materialismo (mecanicista)
vinculados al desarrollo de las ciencias positivas (Mecánica, Termodinámica,
23
Electromagnetismo... pero también Lingüística indoeuropea, Historia positiva).
En cualquier caso, el Reino de los Valores no se constituyó por oposición, como
le había ocurrido al Reino de la Cultura, al Reino de la Naturaleza, ni menos aún
se superpuso a este Reino de la Cultura, por la sencilla razón de que también se
reconocían valores en el Reino de la Naturaleza (los valores estéticos, por
ejemplo, no solamente brillaban en las obras del arte humano –Escultura,
Arquitectura, Música– sino también en la morfología de la Naturaleza –la puesta
del Sol, la belleza de una flor o la de un animal–). En una palabra: las fronteras
del Reino de los Valores no los separaban de un Reino de la Naturaleza: las
fronteras del Reino de los Valores se mantenían en el ámbito monista de la
misma Naturaleza o Universo que era objeto de las ciencias naturales, más aún,
de la Mecánica, como perspectiva universal, después de Newton, que había de
ser capaz de dar cuenta de la unidad de concatenación causal de las series
naturales. Pero –y esta es la propuesta de Lotze, desde su monismo– además
de las cosas o seres naturales ante las cuales se enfrenta la Mecánica, hay que
reconocer los valores, sin necesidad de apelar a espíritus angélicos o divinos,
aunque sí acaso haya que apelar, según Lotze, a una teleología global de la
Naturaleza, emparentada con la que propugnaba el idealismo. Gracias a nuestra
conciencia conocemos los valores y contravalores, y advertimos que los juicios
de agrado y desagrado no son arbitrarios, sino objetivamente válidos.
24
¿Cómo se originó el nuevo dualismo (seres/valores) dentro del mismo
ámbito ontológico que incluía una concepción monista de la Naturaleza? No es
esta la ocasión para tratar de este asunto. Tan sólo diremos que acaso es
necesario regresar un siglo más atrás, al siglo XVII, es decir, al dualismo
cartesiano alma/cuerpo, pero antes según su cara epistemológica (ligada a la
tesis del «automatismo de las bestias») que según su cara ontológica. Nos
referimos principalmente a la distinción entre las cualidades primarias y las
cualidades secundarias de Galileo, pero interpretadas por Descartes en el
sentido de que las cualidades secundarias se asientan en el alma humana, en el
espíritu (los animales máquinas carecen de alma) y, por tanto, los colores,
sabores, sonidos, pero también acaso las figuras o sus morfologías, en cuanto
unidades de perfección distinguidas de otras, &c., son todos ellos contenidos del
alma humana y no del mundo físico o biológico, pura res extensa y continua.
25
condición de «afecciones» del alma (de las res cogitans) en cuanto reflejaba en
sí misma a los seres materiales (la res extensa). Pero en el siglo XIX el
espiritualismo cartesiano se ha replegado prácticamente de los terrenos de la
ciencia. Aquellas cualidades del alma subsistirán sin duda, pero no como
afecciones del alma, sino como cualidades «sobreañadidas», de un modo más
o menos misterioso, a las cosas que las soportan, que se
denominarán bienes. Los valores se sobreañadirán a los bienes como
cualidades objetivas, ni materiales ni inmateriales. ¿Por qué comenzaron a
llamarse valores?
Que los valores tuvieran todos ellos una estructura polar no era razón
suficiente para englobarlos en un Reino, puesto que otras muchas entidades se
nos daban también polarizadas, y según la contrariedad, sin ser valores:
alto/bajo, grueso/delgado... son contenidos de la res extensa, antes que de la res
cogitans.Y la heterogeneidad y distancia entre las diversas categorías de valores
puede ser tan grande como la que media entre los valores y los opuestos
contrarios de la Naturaleza (verdadero/falso está tan lejos de bello/feo o de
caro/barato como de alto/bajo).
Quien no disponga de alguna teoría para dar cuenta de la unidad que media
entre los diversos tipos de valores en el Reino de los valores y de su oposición
al Reino de los seres, así como de la conexión entre ambos Reinos, no podrá
considerarse en condiciones de dar cuenta, sin petición de principio, de la
naturaleza y alcance de ese Reino de los valores. Tan sólo podrá encerrarse en
la «evidencia»: «los valores valen, los seres son». Pero es esta evidencia la que
resulta problemática.
27
del sujeto no quiere decir que la relación funcional de este estado con los bienes,
convertidos en valores de la función, sean subjetivos, o que los valores de la
función lo sean también. Los bienes pueden ser entidades primogenéricas; los
valores asociados a estos bienes pueden identificarse con las proporciones
terciogenéricas que esos bienes mantengan con la dinámica de los sujetos
animales o humanos y no meramente con la apreciación o estimación
(segundogenérica) de esas proporciones. En este sentido, los valores son
suprapsicológicos, pero no por ello independientes del sujeto. Son objetivos,
pero relativos a los sujetos que los aprecian o estiman. Son relaciones
funcionales: dada la característica de la función, los argumentos y los
parámetros, los valores de la función son objetivos.
28
valores como cuestión de hecho, que excluye la liberación de los sujetos capaces
de estimar, sin perjuicio de la tolerancia mutua.
29
la descomposición o despiece de un dominio fenoménico determinado se llevará
a efecto según líneas axiológicas mejor o peor determinadas (malo/bueno,
numinoso/profano, sano/enfermo, fuerte/débil, bello/feo). Esquemas binarios
muy pronto complicados en estructuras ternarias, cuaternarias, &c. Por ejemplo
las polaridades binarias abrirán paso a despieces ternarios, mediante los cuales
un dominio fenoménico podrá descomponerse en tres regiones: la región central
o neutral y las regiones extremas opuestas, respecto de la central y entre sí.
El Reino de los valores y cada una de sus categorías tiene una estructura
dialéctica, es decir, no armónica. Porque los valores no se integran en el Reino
en una unidad global, de partes compatibles, y consistentes. Hay valores que
son incompatibles con otros: los valores morales y los políticos son incompatibles
muchas veces con los valores éticos. Hay valores que «tapan» u ocultan a otros
valores: los valores racionalistas de la Ilustración, que no reconocían el milagro
de la transubstanciación eucarística, acaso tapaban los valores de la Eucaristía,
incluso los que ésta pudo tener en el terreno científico (la Eucaristía habría sido
el único freno al mecanicismo atomístico que bloqueaba no sólo la constitución
de la Química sino también de la Teoría celular). Los valores, por último, se
destruyen también unos a otros y a la vez se concatenan: los valores de la
aristocracia se destruyen con los de la democracia, es decir, no se transforman
o se integran sin más en esta.
30
Nos atendremos, en todo caso, a una concepción o teoría funcionalista del
valor de la que hemos hablado en otras ocasiones. Según ella, el valor implica
originariamente el bien (el oro, el arado, el andante), y no sólo un sentimiento de
placer o de desplacer. Pero no se trata de postular unos bienes absolutos o
empíricos, sino de unos bienes que puedan ser pensados como proporcionados
o desproporcionados objetivamente a los sujetos individuales o grupales, a los
sujetos capaces de ser atraídos o repelidos por ellos. Por tanto, el valor ni puede
reducirse al bien empírico (porque éste puede ser sustituido por otro bien
empírico equivalente: cada ejecución del andante puede ser sustituida, mejorada
o empeorada por otra, sin que el valor del andante se altere), ni puede ser
reducido a los deseos o sentimientos psicológicos del sujeto (individual o grupal)
en función del cual los valores se constituyen.
31
Probablemente la disputa, tradicional en Axiología, entre el psicologismo (o
subjetivismo) y el absolutismo (u objetivismo) de los valores –la discusión entre
quienes afirman que los valores se reducen a ser deseados, sentidos, o
apreciados por los sujetos y entre quienes afirman, con Max Scheler y otros, que
los deseos sentimientos o apreciaciones están determinados por los valores
mismos–, se mantiene estancada en este dilema seguramente porque las
posiciones enfrentadas se mueven dentro de un mismo esquema binario (de
relaciones causales) entre sujetos y valores. O bien se supone que el valor V
está determinado por el sujeto S, o bien que el sujeto S está determinado por el
valor; es decir o bien V=f(S) o bien S=f(V), puesto que la causalidad recíproca
carece aquí de sentido. El dilema quedaría desbordado si nos acogemos a un
esquema funcional en virtud del cual los valores –en el mismo sentido que los
valores de una función matemática o lógica– dependen de los argumentos dados
a las variables independientes (en este caso, a los sujetos y a los bienes) según
una característica de la función, con los parámetros pertinentes: V=f(S,b). La
estructura funcional misma dará cuenta del alcance de la objetividad de los
valores (respecto de la subjetividad de los sujetos empíricos o momentáneos, y
de la contingencia de los bienes empíricos). El funcionalismo axiológico no
envuelve un relativismo, aunque sí un relacionismo de signo funcional.
32
Pero la analogía entre la instrucción procesal y la metodología del historiador
se acaba aquí, porque el historiador no es un juez. Entre otras cosas porque el
juez ha de continuar su trabajo, una vez cerrado el sumario («lo que no está en
el sumario no está en el mundo») valorando los hechos que han de estar ya
conformados según figuras y tipos ya establecidos por un código normativo
explícito (en la mayor parte de los ordenamientos jurídicos). Pero el historiador
no tiene por qué dictar sentencias (por ello su sumario no va a estar cerrado), ni
menos aún ha de atenerse a algún código explícito normativo (aún cuando de
hecho no ocurra así). Más aún, muchas veces la sentencia está ya prejuzgada
deliberadamente desde el principio, como ocurre en nuestro caso con los
historiadores españoles que, asumiendo el papel de ciudadanos respetuosos
con las leyes vigentes del Estado (es decir, actuando de modo «políticamente
correcto»), escriben después de la resolución del Parlamento que condenó
el Alzamiento Nacional.
33
de esa unidad. Tampoco la circunstancia de que un órgano –el hígado, el
corazón– o un sistema –el sistema circulatorio, el sistema óseo, el sistema
nervioso– de un organismo vertebrado vivo mantenga siempre la continuidad con
otros órganos o sistemas, descalifica la posibilidad y aún la necesidad de aislar
por abstracción los demás órganos o sistemas, porque un tal aislamiento
abstracto es imprescindible para el desarrollo de la ana-tomía y de la fisiología
del organismo.
(2) La versión occidental, según la cual las líneas internas de fuerza que
cruzan el dominio se concretarían en una línea democrática, alcanzada por las
llamadas potencias capitalistas (Inglaterra, Francia, Estados Unidos, República
35
Española) y la línea totalitaria (vistas por unos como fascismo y por otros como
comunismo).
36
En cambio el corte fenoménico con el que se debilita el terminus ad
quem del intervalo ya es presentado por el autor con más cautela: «terminación
oficial» (¿«oficial» desde donde?: el régimen franquista actuó ya en el marco de
un Estado reconocido por otros Estados, legislaba, organizaba no sólo la vida
militar sino la civil, &c.; para este régimen el final de la guerra no fue el final de
un periodo, cuanto un episodio de un proceso que consideraba abierto el primero
de octubre de 1936, que era el comienzo oficial, desde el punto de vista de los
que terminaron siendo vencedores, del proceso).
En todo caso, la definición del fin y del comienzo del intervalo cronológico
del dominio histórico de referencia es completamente ambigua. Y no sólo porque
el comienzo cronológico no puede ser jamás un comienzo absoluto, sino porque
no hay un único plano en el que se produzca el comienzo y el final, sino varios
planos. La pregunta de Juan Salas (reproducida en la página 78), «¿qui ha
commençat?», es ella misma ambigua, sobre todo en el terreno histórico (no
entramos en el terreno jurídico), a efectos de responsabilidad histórica, moral o
penal. Hay que comenzar determinando los planos a los que va referida la
cuestión del comienzo.
37
Distingamos, por ejemplo, el plano técnico operatorio formal o estricto de
preparación y organización de un golpe de Estado concreto, y el plano
material de maduración de las personas, instituciones, tramas, instrumentos,
&c., a partir de los cuales se han formado los elementos necesarios para la
«instalación formal» o técnico operatoria del «golpe». Una distinción que se
aplica no sólo a los campos sociales o políticos, sino también a los campos
físicos: para que comience a girar un alternador, no sólo hace falta una
instalación adecuada de aparatos y piezas, sino que también hace falta un
generador de corriente, unos hilos que la conduzcan al alternador, unos
materiales con los cuales hayamos podido montarlo; incluso hacen falta otros
alternadores diferentes previos para mover los tornos en los que se fabrican las
piezas del generador. ¿Cuando comienza a girar el alternador? Formalmente,
«oficialmente», cuando, una vez instalado, conectamos con la corriente del
generador; pero materialmente el comienzo de este giro o revolución presupone
necesariamente la instalación, el proyecto, la corriente del generador, &c.
Pero esto no quiere decir que la Guerra Civil, la rebelión oficial contra el
Gobierno legal (aún cuando esta rebelión se hiciera en principio en nombre de la
República, y, pretendidamente, de su legitimidad, aunque no de su legalidad)
hubiese comenzado íntegramente en esa fecha. Porque la «instalación del
operativo» de julio de 1936 presuponía, no sólo un estado previo de cosas muy
precisas, sino también operativos de rebeliones precedentes, también contra la
República, y singularmente, el operativo montado a lo largo del año 1934 que
estalló en octubre de ese mismo año.
Pero ese «todo», que es la misma delimitación, por acotación, del intervalo,
no es el todo real del proceso: en el «todo» que se manifestó en julio de 1936
38
hay muchas más partes que están interactuando, y sin las cuales el comienzo
oficial de la rebelión de julio de 1936 no se habría producido. Lo que significa
que la «causa» del nuevo proceso no puede ser imputada íntegramente a la
rebelión militar. Y esto al margen enteramente de la cuestión de la
responsabilidad jurídica, moral o penal. Sencillamente se trata de que la rebelión
de julio de 1936, aunque tuvo un proceso de instalación propia (cuanto a su
operativo), no es concebible al margen de las rebeliones precedentes, y menos
aún al margen de los enfrentamiento y detonaciones cotidianas que tuvieron
lugar en España en el intervalo 1931-1936. Sin duda es posible comenzar en
1936, pero como también es posible comenzar el Credo por Poncio Pilatos.
Sin embargo, la acotación de este dominio tiene sin duda plena legitimación
metodológica, si tenemos en cuenta el proceder habitual de los historiadores
profesionales. Sobre todo si constatamos la imposibilidad de una historia que no
comience por acotar dominios en el mar sin orillas del campo histórico. Y esto
sin dejar de reconocer la influencia y continuidad que en el intervalo español
1936-1939 han debido tener, no solamente los sucesos de 1934 y de 1931, sino
también los de 1923, los de 1898, los de 1812... y así hasta los Reyes de Oviedo,
hasta los visigodos, hasta los romanos, los tartesios y los celtíberos.
39
garantiza por tanto la profundidad de las excavaciones practicadas en un dominio
acotado, que por serlo, no puede agotar; ni la verdad o cierre de las
concatenaciones que puedan establecerse en él, y que siempre se darán, tan
sólo, a una cierta escala.
40
documento, reliquia o relato, ni tampoco en añadir, tergiversar, interpolar o
falsificar documentos. Por ello, entre las causas que ponen objetivamente en
peligro (aún contando con el deseo de una imparcialidad subjetiva) la
imparcialidad formal hay que contar, no sólo con la mala voluntad, los prejuicios
o el partidismo, sino sobre todo la ignorancia positiva. Y el historiador no
profesional está sin duda más expuesto a la ignorancia positiva que el historiador
profesional, y con ello, a la parcialidad objetiva.
41
defensivos sobre todo, esa insurrección se hubiera autopresentado como dirigida
a «frenar el fascismo» atribuido a la CEDA).
42
fuese la causa de la huelga, sino la «señal», para que los socialistas la pusieran
en marcha; y si no habla de la preparación minuciosa de la insurrección, y no
sólo de la huelga, ni habla del «peligro fascista», es porque da por supuestos los
conocimientos de tales circunstancias en el lector. Por tanto, la acusación de
parcialismo no puede mantenerse en el terreno del procedimiento historiográfico.
Por tanto, esa acusación habría que referirla a un terreno indiciario, o al terreno
psicoanalítico de los actos fallidos, cuya consideración está aquí fuera de lugar.
43
Otra cuestión es la de explicar las razones de esta necesidad de partidismo
material que atribuimos a una investigación histórica que pretenda alcanzar un
nivel teórico superior al que pueda tener un mero centón de datos.
Cabe aducir, sin duda, razones psicológicas («todo historiador, no por ser
académico, deja de estar sometido a los prejuicios de la clase social a la que
pertenecen él y su familia, a los prejuicios de su religión, a sus idola theatri, en
general»). Y, sobre todo, políticas (la exigencia, que el Diamat imponía a los
historiadores materialistas en el sentido de la toma de partido –el partinost– en
el momento de ocuparse de las cuestiones de la historia positiva derivaban de
supuestos prácticos plenamente conscientes: la «evidencia» de que los
planteamientos del Partido Comunista derivaban de un verdadero análisis de la
realidad, y la «evidencia» de que sólo desde la verdad –«la verdad es
revolucionaria»– se podría obtener la victoria política).
44
necesariamente partidista. Pero la razón gnoseológica no podrá tomarse tanto
de las condiciones a las cuales pueda estar sometido el historiador en cuanto
ciudadano (condiciones que son, sin duda, relevantes), cuanto del propio campo
o dominio con el cual el ciudadano se enfrenta en cuanto historiador. En efecto:
Pero los escenarios emic del campo histórico (escenarios propios de una
«Historia teatro», en la que hay «protagonistas») se suponen ya clausurados; es
decir, la plataforma del presente ha de ser siempre una plataforma etic respecto
de aquellos. Y lo que desde esta plataforma se busca no es sólo, como algunos
pretenden, reconstruir el escenario emic «tal como fue» (salvo en el terreno
emic), sino sobre todo establecer su engranaje con el curso histórico.
Determinando, por tanto, sus antecedentes y sus consecuentes, que habrá que
suponer ya producidos en el «futuro perfecto» de aquellos sucesos. Un futuro
perfecto que forma parte ya de nuestro pretérito. Porque sólo puede hablarse de
«futuro perfecto» –no sólo «infecto»– cuando éste va referido a la posterioridad
encadenada de un estrato histórico que se considera como pretérito: la rebelión
militar del 18 de julio de 1936 pertenece al futuro perfecto –para el historiador
positivo– de la República del 14 de abril de 1931. Pero el futuro infecto (la
posterioridad de los hechos respecto del presente del historiador) queda fuera
del «escenario» de la historia positiva, y esta es la razón por la que no cabe
hablar de Historia del presente.
Esta es la razón, insistimos, por la cual no cabe una historia del presente
(aunque la historia se haga siempre desde el presente): la sencilla razón de que
sus consecuentes se dan en un futuro infecto o imperfecto (no terminado) que,
por definición, queda fuera del campo histórico. Pues no podemos conocer
históricamente las consecuencias o el alcance de los sucesos que están
teniendo lugar en nuestro presente. Por ello es ridículo afirmar, «desde un punto
de vista histórico», en 1969 (pero también en 1979 y aún en 1989, &c.), que «el
viaje a la Luna del Apolo XI es un acontecimiento histórico de mayor
trascendencia que el viaje de Colón a las Indias».
45
Por ello es también imprescindible tener en cuenta los eslabones de la
cadena que enlaza el «futuro perfecto» con el presente del historiador, es decir,
el escenario emic de los sucesos con la plataforma etic del historiador
(Schliemann forma parte de la Historia de Troya como Evans forma parte de la
Historia de Cnossos).
Pero las líneas de fuerza según las cuales se organiza el campo fenoménico
están determinadas por valoraciones de los objetos: si las ceraunias o piedras
del rayo comenzaron a formar parte del campo de la Historia humana es porque
Boucher de Perthes descubrió sus valores como hachas o cinceles; si las figuras
grabadas en un pergamino son interpretadas como un texto y clasificadas en un
lugar distinto de los restos orgánicos, es porque actúan los valores vinculados a
la escritura.
(1) La situación según la cual, por las razones que sean, los partidos o
corrientes del «campo de batalla» emic se consideran idénticos, en lo sustancial
(por ejemplo, institucionalmente) con los partidos o corrientes del presente (por
ejemplo, el Partido Socialista Obrero Español de Felipe González de los años
ochenta del siglo XX se considera institucionalmente el mismo partido –no sólo
su heredero– que el Partido Socialista Obrero Español de Indalecio Prieto, o de
Pablo Iglesias, que operaba en el intervalo histórico que se extiende entre las
guerras de 1914 y 1939).
46
En el primer caso (1) es evidente que un historiador que en el presente milite
o simpatice, por ejemplo, con el PSOE, tendrá que tomar partido (contra la
CEDA, o contra los monárquicos recalcitrantes de la II República) al hacer la
historia de la Guerra Civil. Más aún, su partidismo representará para él la
garantía de estar ocupando una plataforma más sólida y potente («progresista»,
capaz de envolver a las otras posiciones «arcaicas y en retroceso», ya en su
tiempo) que la que pueden ocupar los «herederos» o simplemente continuadores
de la CEDA o del franquismo (que muchos identificarán, de un modo más o
menos explícito, con los militantes o simpatizantes del PP o con los
neofalangistas del presente).
47
Moradiellos, aunque no la represente explícitamente, ejercita (me parece)
plenamente la distinción entre la plataforma etic de los historiadores y el estrato
emic del campo historiado por ellos. Por ejemplo, cuando dice (para no salirnos
de las citas anteriores) que «el juicio de los historiadores [Raymond Carr y Juan
Pablo Fusi] no está muy lejos de compartir y suscribir esas apreciaciones de
testigos y protagonistas [Azaña]..» (pág. 97). Por cierto, este texto sugiere, ya
por sí mismo, que Moradiellos, al citar a determinados historiadores como
historiadores profesionales por antonomasia, se alinea o simpatiza al menos con
el «partido de la República», representado por Azaña (sin que por ello tenga que
ser azañista); simpatía a la que además tiene perfecto derecho como ciudadano.
§ III.
48
medida por esas líneas dinámicas dibujadas en el plano práctico fenoménico
emic.
La clave para establecer los fundamentos de una teoría histórica reside, por
tanto, según la vía progresiva de clasificación, en el «despiece» o
descomposición del todo del dominio histórico, o, lo que es lo mismo, según la
vía regresiva –dada la complejidad empírica de este todo: clases sociales,
estamentos, instituciones cívicas, militares o eclesiásticas, profesiones,
corporaciones, regiones administrativas (Antonio Sánchez, en su artículo de El
Catoblepas, nº 32, ha subrayado la importancia de las naciones étnicas, y la
confusión común entre los historiadores de estas naciones con las naciones
políticas)– en el agrupamiento de esa multiplicidad de partes empíricas en
unidades parciales susceptibles de desempeñar el papel de principios dinámicos
del proceso global.
El dominio histórico que nos ocupa –el intervalo histórico español 1936-
1939– es un todo sin duda borroso, es decir, cuyas partes no están delimitadas
en su dintorno de un modo distinto (salvo en el terreno emic de los fenómenos,
que son acaso apariencias). Dintorno cuya línea de contorno (respecto del
entorno del dominio) tampoco es claro, como ya hemos señalado anteriormente.
¿Hasta qué punto cabe separar la dinámica interna de las partes operatorias de
la España de 1936, de la dinámica de las fuerzas políticas y sociales que la
rodeaban (Alemania, Italia, Unión Soviética), incidiendo o dejando de incidir (no
intervención) sobre ella?
Estas son las razones por las cuales nos creemos autorizados a afirmar que
en el análisis del «despiece» o del agrupamiento de las partes de un dominio
histórico, oscuro y confuso por naturaleza, estarán las claves ideológicas de la
teoría de ese dominio histórico ofrecida por el historiador.
49
3. En el capítulo tercero de su libro (capítulo que consideramos central en
cuanto a la exposición de su teoría), Moradiellos comienza por desechar los
proyectos de clasificación binaria del todo de referencia, o, para decirlo en
términos comunes, las teorías dualistas de las dos Españas, y
correspondientemente las teorías dualistas –a veces llamadas, por sinécdoque,
«maniqueas»– de España.
50
dualismo no menos mítico y aún maniqueo (vía agustiniana, las dos ciudades)
que el dualismo teológico infantil de Pemán.
51
habría consolidado en la España básicamente rural (Galicia, Navarra, Aragón,
Castilla la Vieja, Sevilla), con predominio de población analfabeta, estancada en
el atraso, &c.
Sin duda, hay un fundamento emic (aunque sólo desde alguna de las partes
o partidos) para un tal «despiece» triangular. Pero, a su vez, cabe preguntar:
¿Cuál es el fundamento de esta descomposición triangular del dominio histórico
según las tres erres (descomposición que venía siendo utilizada por otros
sociólogos o historiadores, como José Varela Ortega en 1972, o Donald C. Watt
en 1975, citados por el propio Moradiellos)? El fundamento de la descomposición
binaria es más un fundamento etic que emic (porque la oposición binaria entre
campo y ciudad no intervino en el primer plano de los planteamientos políticos
de los agentes comunistas, o incluso anarquistas, de la Guerra Civil). Pero el
fundamento de la descomposición triangular, sin perjuicio de sus apoyos emic,
no se agota en ellos, precisamente porque la ideología emic de las tres erres, no
es derivable ella misma de factores positivos, sino de una conceptuación
ideológica y apriórica ella misma (carácter apriórico que al ser utilizado en el
terreno práctico, se convierte en apriorístico). Y, por ello, no por no estar en la
base deja de ser la división triangular menos significativa para la dinámica
histórica: por de pronto porque esta división triangular de modelos resulta ser,
como reconoce Moradiellos, «exactamente la misma» que la que habría surgido
en Europa tras el impacto devastador de la Gran Guerra de 1914-1918. En
efecto, los tres núcleos de proyectos de reestructuración del Estado y de las
relaciones sociales iban a dominar –dice Moradiellos– el periodo entreguerras
(1919-1939): reforma (R1), reacción (R2), revolución (R3).
52
con un cierto aire menos fáctico (o empírico) que aquel según el cual fue
presentada la división básica de las dos Españas (E1, E2). Casi se diría que la
división triangular tiene un carácter marcadamente genérico o apriorístico
(respecto de la materia específica del dominio de referencia) que habría que
investigar, independientemente de que sean los sociólogos o historiadores
(«republicanos») quienes hayan dibujado esta distinción.
Esta sería en todo caso la plataforma desde la cual parece llevarse a cabo
la descomposición triangular. En efecto, desde este presente, como plataforma
flotante en el curso normal del proceso histórico, podrían percibirse dos
corrientes antagónicas (pues descartamos que pueda existir un «presente a la
altura de los tiempos» que sea idéntico respecto de otro presente situado a otra
altura; el presenta varía continuamente):
53
Pero una fundamentación semejante de la descomposición del dominio en
las tres erres nos pone muy cerca de la metafísica, por que da por supuesto ese
«ritmo normal» del curso histórico y, desde luego, implica una descalificación
«sectaria» (no ya partidista) de modelos tan presentes y actuantes como puedan
serlo los distintos de R1. ¿Por qué considerar arcaico o pretérito a R2? ¿Por qué
considerar a R3 como anticipación del futuro (que además no se ha producido)?
Como si el «pasado arcaico» tuviera capacidad de actuar, o como si el «futuro
aureolar» la tuviese también.
54
todo pendía de las obras y de las creaciones». Y desde la perspectiva del entorno
internacional sabemos que Azaña dijo que el primer enemigo del gobierno
republicano fue la Gran Bretaña, por su adhesión al embargo de armas prescrito
por la política colectiva de «No intervención» (ver página 92). Y sabemos también
por otras fuentes que las Brigadas Internacionales vinieron a España no tanto a
defender la República democrática, cuando a luchar contra el fascismo, como
principal obstáculo en la época contra el comunismo (los brigadistas se
reclutaron, sobre todo, a través de los partidos comunistas). ¿Y acaso no es
ideológico decir, por ejemplo, que la Batalla de Brunete «supuso 25.000 bajas
republicanas»? ¿Acaso estas 25.000 bajas no tuvieron lugar luchando, más que
por la República constitucional, bajo las banderas del comunismo libertario o del
comunismo marxista?
55
Esta tabla, que quiere representar el «esqueleto» de la teoría de Moradiellos
(que, por tanto, no se reduciría a una teoría de las tres erres), podría demostrar
su capacidad representativa de muchas maneras. Por ejemplo, por el proceder
mismo de su autor: «Desde luego, como en el resto de Europa, los respectivos
apoyos sociales de esta triada de alternativas se distribuyeron por las 'dos
Españas' de modo general, aunque desigual» (pág. 48).
56
sucesivas renovaciones electorales sin la participación de la CEDA en 1933 y de
la CNT en 1936?
57
No entramos en el análisis de los límites que, sin duda, afectan a las «seis
unidades» representadas en la tabla que precede. Hablamos de los límites, y no
de la irrealidad de estas unidades, puesto que los criterios a partir de los cuales
se debilitan tienen, por un lado, alcances muy distintos, y, por otros, dejan al
margen otras unidades operativas que también intervinieron de forma decisiva
en la dinámica del proceso histórico (por ejemplo, las unidades constituidas por
los grupos nacionalistas separatistas, las mismas unidades constituidas por el
ejército, o por la jerarquía eclesiástica, o por las redes de familias, al margen de
su condición rural o urbana, o capitalista o proletaria, &c.). En modo alguno se
trata de imputar al historiador un desconocimiento de la efectividad de estas
unidades; de lo que hablamos es de que ellas no están incorporadas en la tabla
teórica. Las unidades E1, E2 son empíricas, coyunturales y pretéritas: no pueden
adscribirse a la plataforma del historiador actual, porque son un estrato histórico,
aquél que ha experimentado una mayor alteración en el proceso de
industrialización de la época franquista. Las unidades R1, R2 y R3 no son
empíricas, sino sistemáticas, como hemos dicho, pero en cambio carecen de
entidad operatoria.
§ IV.
58
y sus corolarios relativos a la responsabilidad moral, política o penal que pudiera
imputársele a quienes intervinieron, como protagonistas al menos, de la Guerra
Civil.
59
la responsabilidad, alternativas tomadas emic respecto de los mismos agentes
políticos (Franco, Negrín, Prieto, Gil Robles...).
Las posiciones de Negrín, que también cita Moradiellos, son más complejas.
60
estaba condicionado irreversiblemente por imperativos estructurales ni por las
incapacidades intrínsecas de los españoles para el autogobierno»).
61
enana roja. Y, sin embargo, la inevitabilidad cósmica, como la antrópica, pueden
estar dadas en función de procesos contingentes, desde otros puntos de vista.
62
Ahora bien, el determinismo del efecto (puesta la causa) no elimina el
indeterminismo de la causa, sobre todo cuando esta causa es de orden beta
operatorio; puesto que entonces nos encontramos con la cuestión de la libertad.
En efecto, tal como Kant plantea la cuestión («cada vez que me levanto
libremente del sillón se inicia una serie causal nueva en el Universo»): es en esta
hipótesis en donde se sitúa la responsabilidad. ¿Qué responsabilidad
corresponde a los sujetos operatorios libres que inician una serie causal que
acaso da lugar a consecuencias deterministas? (Pero Kant utilizaba un concepto
binario de la causalidad.)
63
este causalidades alfa operatorias (como fue el caso de la peste negra, en la
época), o bien causalidades beta operatorias, es decir, causalidades
procedentes de sujetos operatorios que rodean al dominio acotado, al que
incluyen en sus planes y programas comerciales, militares o religiosos. Es
evidente que la inmanencia del dominio, en el terreno beta operatorio, es mucho
menos abstracta y débil de lo que puede serlo en el dominio alfa operatorio. En
realidad, sólo de un modo muy convencional cabría hablar de inmanencia del
dominio respecto de un entorno, en el que los sujetos operatorios lo tienen bajo
su punto de mira; de hecho, desde la inmanencia del dominio se constatará el
contacto continuo con el entorno, por medio de embajadores, espías, o relatos
de viajeros, cuya eficacia tiene que ver con la responsabilidad de los sujetos
operatorios del dominio. El tener aliados externos, y el saber distinguir (mediante
el espionaje y el buen juicio) entre los aliados verdaderos y los aparentes (así
como entre los aliados verdaderos y aparentes del adversario), son factores de
responsabilidad tan relevantes para una Potencia en guerra (como pudo serlo la
España republicana) como puedan serlo los recursos humanos, las armas o los
alimentos.
64
4. Según los análisis anteriores concluiríamos que tanto la inevitabilidad,
como la contingencia y la responsabilidad, son ideas que, cuando no se utilizan
en contextos metafísicos, sino histórico positivos, tienen que ver con los sujetos
beta operatorios en cuanto sujetos corpóreos que intervienen en procesos
causales. Y presuponemos también que los sujetos betaoperatorios, si pueden
intervenir en una concatenación causal, es porque ésta tiene una realidad
objetiva susceptible de ser analizada tras la segregación, por disociación o
separación, del sujeto operatorio en el plano alfa operatorio.
Ahora bien: las relaciones de los planos beta y alfa son distintas en cada
caso, porque la inevitabilidad y la contingencia tienen también relaciones
distintas con la responsabilidad.
65
proceso betaoperatorio cuando se considera «libre». Los sujetos operatorios,
que inician una actividad causal, con efectos deterministas, cuando se les
considera como sujetos libres, es decir, como dotados de capacidad de iniciativa
del proceso causal, son contingentes, puesto que, al parecer, podrían no haber
tomado la iniciativa. Por haberla tomado se les hace responsables (supuesta la
contingencia no determinista de las operaciones libres de los sujetos operatorios,
porque tal contingencia implica relaciones necesarias y suficientes con la
responsabilidad).
66
acogiéndose a la voluntad de Dios, ofrecen el perdón y el olvido histórico en
nombre de los misterios insondables de la divina providencia. También se acude
a este esquema por parte de los vencidos: recordemos las palabras de Negrín
que cita Moradiellos.
(1) La situación en la cual los sujetos operatorios son sustituibles por otros
equivalentes dentro de un contexto-k dado, a una escala histórica determinada
(por ejemplo una batalla, un ejército, un Estado). El oficial, muerto en una
trinchera, acaso es perfectamente sustituible por otro oficial de condiciones
análogas: en situaciones de sustituibilidad el esquema de reducción es posible.
(2) Las situaciones en las cuales los sujetos operatorios no son sustituibles,
en el contexto dado, por otros sujetos. En estas situaciones el esquema de
reducción ascendente no será aplicable. Tal sería el caso del Bonaparte de
Engels: Bonaparte no hubiera podido ser sustituido por otro subteniente, no ya a
escala de subteniente en Tolón, pero sí a escala de Primer Cónsul en París, y
luego a escala de Emperador. Y esto obliga a interpretar a los sujetos operatorios
67
insustituibles, no a la escala «puntual» (o de cortos intervalos de actuación), sino
a escala de su «línea de universo» total: Bonaparte es insustituible, no ya en
Tolón (que pudo serlo), sino a todo lo largo de su trayectoria militar y política.
68
casos de sujetos operatorios insustituibles. La cuestión es si estos casos de
insustituibilidad hay que identificarlos con el contingentismo histórico. ¿Acaso un
sujeto singular, insustituible, no es por ello mismo contingente? Aquí se
concentran los verdaderos problemas de la causalidad histórica.
69
condiciones iniciales tienen lugar por la mediación de los sujetos singulares. Así
también las secuencias operatorias de los sujetos singulares tiene lugar por la
mediación del juego de las secuencias sociales, suprasubjetivas.
(1) Ante todo, este sujeto singular insustituible lo es por estar en el cruce de
diversas líneas de acción (de diversas tendencias políticas, étnicas, religiosas,
de clase). Precisamente por ello, en el sujeto insustituible están influyendo
muchas causas, y otras muchas lo han moldeado. Dicho de otro modo, el sujeto
singular no es ahora un centro individual de decisión aleatoria, sino un cruce de
líneas de fuerza; lo cual no suprime su singularidad, sino que precisamente se la
da, porque su singularidad consiste en introducir las líneas de secuencias.
Supongamos que son ciertos los hechos ocurridos a mediodía del 14 de abril de
1931 en la casa de Marañón en Madrid: la entrevista de Romanones (presidente
del Consejo de Ministros de Alfonso XIII) y Alcalá Zamora (en funciones de
presidente de la República, aún no proclamada). Tras breve conversación Alcalá
Zamora dice haber recibido el apoyo de Sanjurjo (jefe de la Guardia Civil).
Romanones, demudado, cede. Por la tarde Miguel Maura (según cuenta en su
libro Así cayó Alfonso XIII) va al Ministerio de la Gobernación: en el zaguán un
piquete de guardias le cierra el paso. «¡Señores –dice Maura– paso al Gobierno
de la República!» Los soldados abren paso y presentan armas. Es evidente que
si Maura pudo haber hecho tal cosa, y lo que hizo, no fue en modo alguno
arbitrario, es porque estaba empujado por los manifestantes en la calle. Además
hubiera sido sustituido por otros miembros del comité revolucionario (Alcalá
Zamora o Alejandro Lerroux) si se hubiese podido dilatar unas horas la
ceremonia de la proclamación de la República.
70
sin duda, Leibniz, al afirmar que si César no hubiera pasado el Rubicón no
hubiera sido César. La decisión de pasar el Rubicón no fue contingente o
aleatoria (a pesar del alea jacta est); porque el paso del Rubicón ha de
considerarse vinculado a la entrada posterior en Roma. Es decir, una vez
cumplido el dominio perfecto de la secuencia de la Roma del siglo I antes de
Cristo, cuando en él aparece la figura singular de César, tendremos que
prohibirnos tratar a Julio César en el Rubicón como si fuese un sujeto individual,
que duda o no ante la eventualidad de pasarlo. No es que no sea pensable el
futurible («si no lo hubiera pasado»); es que este futurible no podría ser atribuido
a César, ni tampoco al final de la República romana, en la medida en que en este
final intervino de modo decisivo Julio César.
Por ello, nos parece, es un mal planteamiento del problema el suponer que
«si César no hubiera pasado el Rubicón el curso de la Historia hubiera sido
diferente», porque este planteamiento es pura tautología. Hubiera sido diferente
porque habríamos eliminado de ese curso a la «línea-César» (no ya a la decisión
71
opuesta en el Rubicón); pero habría otros muchos cursos de la Historia de Roma
(pero no infinitos, sino muy limitados en número) que serían semejantes y tan
deterministas (equifinales) como el primero. La razón última sería esta: que la
intervención del sujeto insustituible (César) no consiste en introducir o crear una
nueva cadena causal en la Historia; consiste en tomar una combinación o
intersección de líneas dentro de una combinatoria muy limitada (que es la que el
historiador tendrá que establecer), de suerte que las decisiones individuales,
aunque fuesen «aleatorias» en el terreno subjetivo, dejarán de serlo en la
combinatoria objetiva de las posibilidades preestablecidas. Muchas de las
combinaciones posibles son equifinales. En este caso, aunque los sujetos fueran
insustituibles, a escala del intervalo entre la bifurcación de referencia y el
resultado equifinal, quedan neutralizados. Y cuando la combinación no es
equifinal, entonces los sujetos insustituibles contribuirán con sus actos al
desarrollo determinista del curso histórico. Pues no hay que tomarlos en el punto
de la bifurcación para, sin más, construir la historia futurible, sino que, una vez
ya cumplida su línea de universo, retrospectivamente, obtener otras línea de
curso alternativo por comparación con la línea histórica real. De este modo, en
lugar de dar el salto en el vacío de un futurible absoluto, lo que estaremos
haciendo es simplemente contrastar la desviación que habría de producirse
respecto de la línea histórica real, y las razones de esa desviación. Y esta es la
única manera, nos parece, de delimitar con precisión el alcance histórico del
sujeto singular de referencia.
72
incrementa, tanto si los efectos son gloriosos como si son miserables. Sin
embargo, y en la medida en que el sujeto operatorio insustituible es sólo un cruce
de líneas diversas, y, en todo caso, sus acciones necesitan estar asistidas por
un grupo, la imputabilidad, tanto de la gloria, como de la miseria, deja de serle
exclusiva. No se diluye, pero tampoco cabe concentrarla en él. Y esto incluso si
al sujeto insustituible se le imputan crímenes horrendos, como es el caso de
Carlomagno o de Hitler. Pues estas imputaciones habría que extenderlas no sólo
a sus inmediatos colaboradores, sino al gran número de quienes apoyaron o
alentaron sus decisiones. Si se concentra la culpabilidad en un solo «criminal de
guerra», o en unos pocos, esto será debido no a la justicia, sino a que los
vencedores necesitan del simbolismo de la condenación para definir su propia
normativa como vencedores: si los vencedores hubieran sido quienes son
juzgados como criminales de guerra por los vencidos, la imputación ni siquiera
hubiera tenido lugar; antes bien se hubiera transformado en gloria y honor. Dicho
de otro modo: la imputación de culpa al sujeto singular vencido delimita al
vencedor que lo juzga en sus propias posiciones, como resultado merecido por
su derrota.
73
Tratado o Constitución
Gustavo Bueno
74
ellas. En consecuencia, el análisis de la «redacción del texto», cuando no es
meramente gramatical, es en rigor un análisis de los conceptos y de las Ideas
que actúan tras las palabras de un modo más o menos claro y distinto, o bien,
de un modo más o menos oscuro o confuso. Mejor aún: de modo oscurantista y
confusionario, cuando los redactores resultan ser oscuros o confusos, no tanto
ya por torpeza o por negligencia, sino porque temen la claridad y la distinción, es
decir, porque buscan la oscuridad y la confusión.
Esta es la razón principal por la cual en los mítines los partidarios del «sí
con la boca grande» –los dirigentes socialistas sobre todo, que buscan
congraciarse con Alemania y Francia, sus aliados ante la guerra del Irak– no
entran en el debate. Simplemente dan por supuesto, como un axioma (como un
dogma) que «Europa» es el único proyecto que puede darnos el bienestar y la
seguridad; más aún: que «Europa» (sin necesidad siquiera de pensar en
España) es un proyecto por sí mismo «hermoso e ilusionante» (sic). Se pide el
Sí como opción indiscutible para cualquier ciudadano «progresista» y de
«izquierdas». Este ciudadano –suponen los dirigentes socialdemócratas y
algunos otros– no sólo es europeo(«como lo es la derecha, aunque sea
reaccionaria y aunque no lo quiera»), es también europeísta. Y con el término
«europeísta» quiere darse a entender la visión de Europa como un proyecto
sublime, hermoso e ilusionante, frente a la visión distante de Europa (distante ya
sea por motivos históricos, o por motivos antropológicos o culturales). Sin
embargo el verdadero significado práctico de este europeísmo no es
ese. Europeísta es el que quiere integrarse en la Unión Europea (que, por cierto,
no incluye a todos los países europeos); más aún, europeísta es quien quiere
integrarse en la Unión incluso saltando por encima de los perjuicios que esa
integración pudiera acarrear a España (perjuicios que el europeísta, si llega a
reconocerlos, interpretará como pasajeros, como pequeños males necesarios).
El análisis de las palabras utilizadas por los redactores del texto que nos
ocupa arroja resultados lamentables en lo que se refiere a la claridad y distinción
de los conceptos o Ideas que tras esas palabras cabe descubrir. Sólo unas
muestras para indicar por donde podría ir el análisis.
76
¿Pero cuáles son estos terceros? ¿Los emigrantes islámicos, ortodoxos o
hispanoamericanos? ¿Los yankis? ¿Los chinos? ¿O es que creen en la
solidaridad de todos los hombres en el ámbito de una paz universal? Pero esta
creencia, aunque fuese verdadera, sería metafísica, es decir, quedaría fuera de
los horizontes de un documento político.
¿Y cuando hablan de «valores»? Hay que suponer que los redactores, que
pertenecen a una elite de europeístas cultos (que habrán leído a Max Scheler o
a Nikolai Hartmann) saben que los valores se oponen a otros valores; que los
valores están en conflicto; que los valores son concretos y no abstractos: la
«familia», en general, ¿es un valor o es un contravalor? Del artículo 69 parece
desprenderse que es un valor. Pero si es un valor habrá que determinar si se
trata de la familia monógama (en cuanto se opone a la familia polígama, o a la
poliándrica, o a la homosexual). Pero los redactores no quieren entrar en
detalles. Es decir, no dicen nada. Buscan la oscuridad y la confusión.
Y lo mismo ocurre con los valores religiosos. ¿Es que puede decirse hoy sin
más que la religión es un valor? En todo caso, ¿de qué valores religiosos están
hablando? ¿De los valores cristianos, de los judíos, de los islámicos, de los
jainistas, de los budistas, de los brahmanistas? Hablar de la «herencia religiosa
de Europa», ¿no es un puro acto oscurantista? ¿Creen los redactores que el
genérico «herencia religiosa» resuelve prudentemente el conflicto entre los
valores religiosos propios de las distintas confesiones? Pero no lo resuelve,
porque se limita a ocultar este conflicto, o a dar por supuesto que la UE decidirá
en su momento –una vez que los turcos, o los millones de inmigrantes
musulmanes de Alemania, Francia, Inglaterra o España, reciban
distributivamente la carta de ciudadanía europea– promover los valores
islámicos, subvencionar la educación musulmana, la constitución de mezquitas
y todo lo demás, y tanto en una orientación chiíta como en una orientación sunita.
Como si la única forma de lograr evitar en un futuro próximo los conflictos entre
los valores religiosos pudiera encontrarse en un lugar distinto al de aquel desde
el cual pueda llegarse a la consideración de la religión como un contravalor. Y
no sólo refiriéndonos a las religiones positivas (en el sentido de la alegoría de los
tres anillos de Lessing) sino también a la misma «religión natural» (que es la que
Lessing tenía en su cabeza, y que es compatible con el laicismo).
La redacción del texto hace pensar que el único valor europeo (europeísta)
de cuasiconsenso es el euro, enfrentado con los otros valores de la bolsa de
Francfort, de Wall Street o de Tokio. Efectivamente, los valores del euro son
valores decisivos para la Unión Europea, cuyo núcleo, tal como fue creado por
el Plan Marshall, fue siempre una unión aduanera, como lo sigue siendo, en la
medida en que ésta unión aduanera es la garantía de una fuerte democracia de
mercado pletórico, que hace posible un sostenible estado de bienestar, dentro
77
del orden capitalista. Lo cual estará muy bien, pero no necesita envolverse con
la Novena Sinfonía.
¿Y qué decir del artículo 70, que reconoce el derecho que toda persona
tiene a la libertad de pensamiento y de conciencia? ¿Quién es la Unión Europea
para reconocer el derecho a la libertad de pensamiento y de conciencia? ¿Cómo
podrá ser reconocido este derecho antes de que se garantice que existe ese
pensamiento y esa conciencia? ¿Acaso un pensamiento, si es verdadero y
científico, puede ser libre? El grado de ingenuidad de los redactores llega aquí
hasta los máximos. ¿No les hubiera bastado, en efecto, con reconocer el derecho
a la libertad de expresión del pensamiento, supuesto que exista?
78
También es de uso común el término «Constitución» para designar un
documento de derecho interno a cada Estado soberano (y así diferenciamos
Constituciones de Estatutos de Autonomía).
Dicho de otro modo: la diferencia entre Tratado y Constitución tiene que ver
con el Estado, y por tanto, con la soberanía, en sentido político. Cuando las
sociedades políticas suscriben un tratado es porque mantienen la soberanía de
sus Estados; podrán estar suscribiendo un tratado de confederación, pero este
Tratado no podrá tomarse por la Constitución de un Estado.
79
sujeto, en cuanto tal Estado (no en cuanto asociación), debe tener un asiento en
la Asamblea General de las Naciones Unidas que sustituya a las veinticinco sillas
actuales.
80
enclasados según sus respectivos Estados. Los parlamentarios representan a
los Estados (ni siquiera a los partidos políticos), es decir, son parlamentarios
españoles, alemanes o franceses: no son «europeos». Si se quiere, son antes
españoles, franceses o alemanes que europeos, y no, en el momento de votar,
europeos antes que alemanes, franceses o españoles. De aquí que el peso de
cada ciudadano, en el sistema de las dobles mayorías, sea distinto según el
Estado al que pertenezca. Por ello el Parlamento europeo no es democrático, ni
siquiera procedimentalmente. Tan sólo es democrático si se atiende a la
mecánica de las urnas, pero no a la Ley electoral. Y otro tanto se diga del
Presidente de la Comisión, que tampoco es elegido por los ciudadanos
europeos.
81
Sobre el prestigio creciente de la cultura
Gustavo Bueno
De poco sirven los análisis o las críticas. El término cultura sigue creciendo
en prestigio dentro de la jerarquía de los valores democráticos. No en vano el
artículo 44.1 de la Constitución de 1978 encomendaba ya a los poderes públicos
promover y tutelar el acceso a la cultura, a la que todos los ciudadanos tienen
derecho. Es cierto que los Padres de la Patria no se dignaron indicarnos de qué
cultura se trataba. ¿Acaso se refirieron premonitoriamente a la cultura maya, al
menos para los ciudadanos procedentes de la inmigración hondureña o
guatemalteca? ¿Acaso se refirieron a la cultura islámica, al menos para los
ciudadanos o aspirantes procedentes de la inmigración marroquí o turca?
¿Acaso se preveía el acceso a la cultura vasca o a la catalana, al menos para
los ciudadanos de las comunidades autónomas respectivas?
83
«Maquis»,
un ejercicio reciente de «memoria histórica» (1)
Gustavo Bueno
I. Dramatis personae
Por tanto, estamos antes una exposición general («generalista», diría algún
historiador especialista en maquis), pero no por ello de carácter «introductorio»
o superficial. En efecto, el programa contiene no sólo un informe histórico
sumario, es cierto, sino también, sobre todo, una interpretación de los hechos
que alcanza los lugares propios que corresponden a una filosofía de la historia
política de las guerrillas. Una interpretación que parece buscar el apoyo o
corroboración de los testimonios directos de una decena de guerrilleros
supervivientes (incluyendo aquí a los «enlaces», cuya participación es
considerada, con razón sin duda, a lo largo del programa, tan heroica o más que
la de los cimarrones que se «echaron al monte», o de quienes formaron guerrillas
urbanas en Barcelona, casi siempre anarquistas).
84
cumplieron hace años los ochenta, constituyen un ejemplo admirable no sólo de
memoria personal, políticamente organizada (no se trata de relatos, por así decir,
«líricos», sino más bien «épicos»), sino que también representan un modelo de
vigor y de firmeza en sus convicciones («volveríamos de nuevo a hacer lo que
hicimos»). El programa nos permite ver y escuchar, además de a la ya citada
Remedios Montero, a Francisco Martínez López («Quico»), a Florián García
Velasco («Grande»), a Pedro Alcorisa («Matías»), a José Murillo Murillo
(«Comandante Ríos»), a Miguel Nuñez González («Saltor»), a Manuel de Cos
(enlace en Santander, hoy Cantabria), a Eulalio Barroso Escudero («Carrete»,
enlace en Extremadura) y a Pablo García Fernández (enlace en Asturias).
85
En cualquier caso me parece que los papeles de los actores de la
representación ofrecida por el Canal de Historia en marzo de 2005 se ajusta
bastante bien a la siguiente distribución en tres grupos:
86
1. La visión de los maquis que nos ofrece el programa que estamos
comentando es una visión «confortable», al menos desde la perspectiva política
de quienes presuponen el principio del «Progreso global» de la Humanidad como
guía para interpretar la Historia Universal, en general, y la Historia de España,
en particular.
87
3. El primer acto gira en torno a la subversión del equilibrio dinámico
constituido, al parecer, por la legalidad republicana, subversión atribuida
inicialmente, desde luego, al golpe de estado del 18 de julio de 1936, pero
transformado enseguida (como consecuencia de la resistencia popular cuando
recibió las armas indispensables) en la guerra civil que acabó el primero de abril
de 1939. La «legalidad republicana» se toma como una referencia sustantiva que
habría abierto al pueblo español la democracia, liberándolo del Antiguo Régimen,
de la monarquía de los terratenientes y de la iglesia reaccionaria.
88
de 300.000 muertos en la guerra, más de 300.000 exilados permanentes y más
de 300.000 represaliados tras la guerra, de los cuales 50.000 fueron
asesinados.»
89
igualdad entre las personas de diferente sexo, porque las mujeres sabían utilizar
las armas igual que los hombres, y recibían, sin perjuicio de las penurias, un trato
exquisito de sus camaradas). Guerra subraya cómo en muchas ocasiones la
corrupción de la Guardia Civil permitió disponer de munición a los guerrilleros
(munición que la propia Guardia Civil les vendería); sin embargo, los
enfrentamientos con la Guardia Civil fueron muy violentos; pero los guerrilleros
jamás torturaron a sus enemigos o prisioneros, simplemente les pegaron un tiro
cuando lo requería la guerrilla.
90
Lo que sí dice Carrillo en sus Memorias es que, encontrándose en 1944 en
Argelia (proyectando una infiltración por Andalucía), intentó, a través de André
Marty, enviar una carta a la organización comunista española en Francia,
«indicándoles que no realizaran ninguna invasión masiva en los Pirineos, sino
que se infiltraran en pequeños grupos, instalándose en las zonas del interior de
España para hacer el mismo trabajo de organización que nosotros pensábamos
hacer en Andalucía». Carrillo recibe la orden de ir a Francia, y los responsables
de París y Toulouse le informan de la «invasión» comenzada en el valle de Arán.
Los guerrilleros habían recibido la orden de formar un frente en los Pirineos, con
la idea de que, sobre esa base, se desencadenaría la insurrección nacional del
pueblo español sometido a la presión franquista. «Habían cumplido la orden que
emanaba formalmente de una Junta Suprema de Unión Nacional, existente sólo
en la imaginación de Monzón.»
También Alfonso Guerra dice que aquella fue una operación alocada (que,
según él, «habría sido sugerida por Stalin»), pero concede que, poniéndose en
el punto de vista de entonces, «cuando no había datos suficientes», la locura
podría no haber sido tan grande.
91
reconciliación nacional y el entrismo pacífico en los sindicatos verticales del
franquismo (entrismo del que saldrían las Comisiones Obreras).
Sin embargo, «todo fue para bien». La transición consiguió muy pronto la
legalización de los partidos prohibidos por la dictadura, primero el PSOE y luego
el PCE; hubo amnistía y regreso de los exiliados. Pero sobre todo el pueblo
español «logró darse a sí mismo» la Constitución democrática de 1978.
92
IV. Sobre el funcionalismo de los ejercicios de la «memoria histórica» en
general y de la «memoria de los maquis» en particular
Notas
{3} Al final del programa pueden leerse los siguientes títulos de crédito:
«Productor ejecutivo: Alfredo Malibrán, Pedro Lozano. Realización: Guillermo
93
García Ramos. Guión: Miguel Rubio. Jefe de producción: Maite Ibañez.
Fotografía: Borja Pozuerco. Ayudante de cámara: Claudia González. Ayudante
de producción: Vanessa Santiago. Sonido directo: Santiago Muñoz, Nerio
Gutiérrez. Montador: Tamarán Junco. Productor delegado TVE: Alberto de
Masy. Productor delegado Multicanal: Ramón Verdet. Coordinación
producción externa Multicanal: Ignacio Ruiz de Gauna. Medios de edición:
Jaime Climent. Documentalista: Felipe Sanz. Documentalista TVE: Conchita
San Miguel. Auxiliar de montaje: Raúl Madrid. Dirección musical y mezclas:
Álvaro Perales Navas. Música original: Eric Foinquinos. Sonorización y
mezclas: Nerio Gutiérrez, Santiago Muñoz. Cabecera: Alejandro Rodríguez.
Agradecimientos: Servicio Histórico Guardia Civil, Pedro Peinado, Asociación
cultural «La Gavilla Verde» (Santa Cruz de Moya), Federación Socialista
Asturiana (Pola de Laviana), Fundación Pablo Iglesias, Fundación Ortega y
Gasset, Victoria Ramos (Archivo PCE), Alfonso Domingo, Secundino Serrano,
Adolfo Fernández. Una coproducción Multicanal, New Atlantis, Tesauro y TVE
S. A. © 2005.»
94
«Maquis»,
un ejercicio reciente de «memoria histórica» (y 2)
Gustavo Bueno
95
puesto que, según el Poema, ya no cabrá hablar de muerte política, de derrota
irreversible de las guerrillas, sino de herida permanente o de resurrección política
y aún más, de victoria. «Vosotros (dice Alfonso Guerra a los guerrilleros
supervivientes) sois los vencedores.»
Pero un cuento a través del cual actúa una ideología, una filosofía según
algunos, bastante precisa, a saber, la ideología de las «izquierdas progresistas».
De estas izquierdas que, enfrentándose a la visión «reaccionaria» de la derecha
(que desconfía de todo progreso en la Tierra y sólo confía su felicidad al Cielo)
han logrado cristalizar una «visión del Mundo y de la Historia» capaz de ofrecer
la posibilidad de un «progreso global» laico, desplegado en la misma Tierra, y
sin necesidad de las metafísicas promesas de quienes enseñan que el Reino de
la Humanidad no es de este mundo. El Poema que estamos analizando sería un
episodio, en forma de fractal, de ese curso progresista y grandioso del «Género
humano» en u lucha hacia la Libertad, la Justicia, la Solidaridad, la Paz y la
Felicidad.
96
El equilibrio dinámico no fue más allá de donde alcanzó el consenso
provisional conseguido entre unas élites constituidas por legistas y profesionales
laicos, que capearon como pudieron las demandas, por una parte, de las
corrientes comunistas que trataban de abrirse paso en el seno de la
socialdemocracia y, sobre todo, de los sindicatos anarquistas, y por otra parte
los impulsos secesionistas de los vascos, de los catalanes y, en menor medida,
de los gallegos. (Impulsos secesionistas que se habían generado a partir de
ciertas élites cuya tenacidad hizo posible que se fueran extendiendo a sucesivos
círculos concéntricos de las poblaciones respectivas.) Es lo que se expresa en
la fórmula: «La República fue una república burguesa», fórmula dibujada desde
la perspectiva marxista o bakuninista.
97
América (que son las que apoyaron a Franco, aunque las izquierdas no lo
advirtieran entonces). Este equívoco es el que impedía a tantos republicanos (y
sobre todo a los guerrilleros) invocar a la República democrática como a una
referencia segura, y a percibir como traición el comportamiento de las
democracias aliadas. Pero ni Francia, ni Inglaterra, ni Estados Unidos estaban
traicionando a «la Izquierda» al apoyar a Franco, y lo apoyaron cautelosamente
ya en transcurso mismo de la Guerra Civil española, y abiertamente cuando la
Segunda Guerra Mundial comenzó a dar la victoria a los aliados; y, de un modo
decidido, cuando la Guerra Fría dividió al mundo en dos bloques, llamados
precisamente el bloque democrático (el «Mundo libre», en el que militaban
precisamente aquéllas potencias que habían apoyado a Franco) y el bloque
comunista (el «Mundo soviético»).
98
Fue primero la «solidaridad» del Pacto de San Sebastián; después la
«solidaridad» de la Comuna asturiana de 1934; más tarde la «solidaridad» del
Frente Popular propiamente dicho, la «solidaridad» de las milicias republicanas
durante la Guerra Civil.
99
5. Pero hay mucho más, lo más importante, cuando lo contemplamos desde
el 2005, en el que se vuelven a situar en el primer plano las reivindicaciones
secesionistas de los nacionalismos vasco y catalán –por no citar otros–,
reivindicados abiertamente unas veces, y veladamente otras, mediante el
eufemismo del «Estado federal asimétrico».
100
«guerrilleros de ETA», como se encontraban entre los voluntarios del Rey don
Carlos.
101
desde la dictadura de Primo de Rivera, apoyada por los sindicatos socialistas)
en el campo gravitatorio de las democracias de mercado, que son las que
ayudaron al desarrollo económico y político de esta sociedad durante la Guerra
Fría, precisamente porque veían en el franquismo, incluida la Iglesia católica, la
mejor garantía contra el comunismo soviético: seguridad social, Seta 600,
viviendas sociales, vacaciones, &c. La Constitución de 1978 formalizó y
consagró a través de un nuevo consenso una situación ya muy madura, como lo
prueba el hecho de que hubo que esperar a que Franco muriera como Jefe de
Estado; lo que fue posible gracias a la transformación y adaptación a las que se
sometieron los partidos socialistas y comunistas (segregación del leninismo,
luego del marxismo, aceptación de la monarquía...).
102
camaradas de quienes fueron víctimas del franquismo, o en los propios
supervivientes, habría que reconocer también el funcionalismo político de estos
ejercicios de memoria histórica, y ello en dos frentes principales, que se
conforman a distinta escala, aunque están profundamente interrelacionados. Un
frente estrictamente vinculado a la política real de la democracia parlamentaria
(organizada en torno a los partidos políticos con listas cerradas y bloqueadas), y
un frente vinculado a la ideología de determinados partidos políticos de
izquierdas. Una ideología muy alejada, en ocasiones, de la política real, pero no
por ello independiente de la misma: en cierto modo podría afirmarse que estos
dos frentes no son sino la manifestación, en lugares distintos, de un mismo
impulso.
103
Si la práctica de la política cotidiana de los gobiernos atenuaba el supuesto
derechismo de los partidos antiguos de la izquierda, más aún, si esta práctica
llevaba muchas veces al PP a dar pasos que incluso pisaban los caminos que
anteriormente las izquierdas habían considerado como de su exclusiva
propiedad, la única forma de mantener las diferencias era volver a los orígenes,
mediante la identificación del PP con los herederos del franquismo. De este
modo, la inanidad política de la distinción entre izquierdas y derecha aplicada al
presente pretendía ser sustituida (puesto que los partidos nacionales no se
atrevían a desplazar las diferencias entre los partidarios de la unidad de España
y los partidarios de su despedazamiento) por una supuestas diferencias
históricas dibujadas, gracias al olvido sistemático de todo cuanto los partidos de
izquierdas del presente tomaron del franquismo, y entre otras cosas, la estructura
de los sindicatos y el Título II de la Constitución.
104
tres virtudes cardinales: la Fe, la Esperanza y la Caridad. Las izquierdas, al
acogerse al espíritu del drama, han aborrecido el sentido de la tragedia, pero
también la distancia propia que hay que mantener tanto respecto del drama como
respecto de la tragedia. El espíritu del drama les preocupa, eso sí, al tener que
poner la esperanza en el reino celestial, pero al mismo tiempo les mantiene
prisioneros en el reino de Babia (y digo esto inspirado en el luminoso artículo de
alerta que Pedro Insua ofreció en el número último de El Catoblepas). Sin
embargo las izquierdas parecen haber heredado del antiguo régimen los ideales
ligados a las tres virtudes teologales, Fe, Esperanza y Caridad, situadas en el
futuro, aunque secularizadas según la norma del laicismo.
105
políticos. Recordar es recordar contra alguien. Recordar a los maquis es
recordarlos contra el régimen de Franco, recordarlos contra los falangistas y
contra la Guardia Civil corrupta y asesina, y por tanto, contra la derecha actual,
en tanto que continuadora vergonzante de aquel franquismo. Pero también es
recordarlos, por parte de un partido (el PSOE, por ejemplo), contra el recuerdo
que de ellos pudiera tener otro partido (por ejemplo, el Partido Comunista). Pues
ambos mantienen posiciones diferentes y contrapuestas ante los guerrilleros;
diferencias que resume muy bien el historiador y viejo amigo Francisco Palacios
en un artículo publicado en La Nueva España de Oviedo el pasado 11 de marzo:
La ley del progreso global del género humano (que asumirán las izquierdas,
secularizando la visión cristiana del Antiguo Régimen) exigirá, por su
universalidad, que todo intervalo histórico, por insignificante, comparativamente,
que pueda parecer a muchos, sea capaz de recibir una apropiada interpretación
dramática –no trágica– dentro de la ley del progreso global, que actúa, por tanto,
como una versión secularizada de la providencia medieval. Las izquierdas –las
izquierdas poéticas, las que tejen Poemas históricos, incluso a escala
microscópica– dejarán no sólo las tragedias, sino también las visiones que no
reconocen las tragedias, pero tampoco los dramas históricos, a la derecha. La
auténtica tragedia –y no drama– de las escenas recordadas por el mismo
Francisco Palacios en el lugar citado:
106
«Recuerdo como a la aldea llegaban con alguna frecuencia grupos de
guardias civiles, soldados y tal vez paisanos, que se acercaban a las
casas, hacían preguntas, revisaban habitaciones, cuadras, pajares.
Cualquier posible escondite. Las respuestas de los vecinos eran lacónicas
y esquivas. Al marchar, surgían nombres y detalles. Y había temor por lo
que pudiera pasar. Los guardias y los soldados regresaban al atardecer
dispersos, y pasaban de largo. Nadie salía de sus casas. De vez en
cuando corrían noticias sobre apresamientos y muertes. Y cuando
bajaban 'los del monte' había de inmediato ostensibles movimientos de
fuerzas y se producían detenciones, palizas, procesamientos: un excesivo
y arbitrario despliegue represor. Así, una zozobra densa y silenciosa
envolvía aquellos sucesos. Pero había que imponerse a tan cruda
realidad.»
107
El referéndum español, francés y holandés,
y la «resolución 80» del Congreso de los
diputados españoles: cuatro trucos
de la democracia realmente existente
Gustavo Bueno
108
Constitución europea, como el que se celebró en Francia el 29 de mayo pasado,
el 56% de los votos dieron NO, la conclusión fue inmediata: «Francia (= el pueblo
francés, su cuerpo electoral) dice no al Tratado para establecer una Constitución
europea.» Mutatis mutandis, estamos en el mismo caso de las conclusiones que
se sacaron del referéndum español del 20 de febrero de 2005, o del referéndum
holandés del primero de junio.
109
Gallardón, cuando recientemente manifestó su decisión de estar dispuesto a
actuar como magistrado en los matrimonios entre homosexuales por respeto a
la ley que aprobase el Parlamento, aún cuando esa ley contrariase los criterios
de su «conciencia cristiana»).
No cabe hablar, por tanto, de una voluntad del pueblo español, o francés, o
holandés, para admitir o rechazar el Tratado pro Constitución europea, puesto
que en modo alguno puede hablarse de un «acuerdo» del pueblo. Pero no por
la razón que los europeístas alegan de vez en cuando, y que los corresponsales
de prensa repiten una y otra vez, como si conocieran el secreto: «El NO francés
y holandés no fue un NO contra la Unión Europea sino contra los gobiernos
respectivos.» Por ejemplo, el NO francés habría sido una bofetada a Europa en
el rostro de Chirac (versión «educada» de la frase que se atribuía al Conde de
Foxá, cuando las Potencias retiraron sus embajadores en España después de la
Segunda Guerra Mundial: «es una patada a España en el culo de Franco»). Esta
interpretación deja en todo caso muy mal parados a esos pueblos (español,
francés, holandés) que no saben, en sus golpes contra la cara o contra el culo
de los gobiernos, cuando matan o espantan. De todas formas, todas estas
interpretaciones se basan en una misma sustantivación, la sustantivación del
pueblo, en cuanto «pueblo consultado», como si fuese una unidad, un «cuerpo
electoral unitario», un «colectivo» que expresa «su voluntad» en las urnas.
110
En cualquier caso hay una razón que, por sí sola, pone de manifiesto la
imposibilidad de tratar a ese «pueblo» como si fuera una unidad sustantivada
cuya «voluntad» se expresase en las urnas, y es una razón tomada de un hecho
por todos reconocido: que los resultados de un referéndum no coinciden, en
general, con los resultados de una consulta al Parlamento. Ahora bien, el
Parlamento democrático –se concede– es la representación del Pueblo; el
referéndum –se supone– manifiesta también la voluntad del Pueblo. De donde,
según un silogismo incontestable, los resultados del Parlamento deberían ser los
mismos que los resultados del Referéndum. Que esto no ocurre debe
considerarse como una contradicción escandalosa que arruina toda la teoría de
la democracia basada en la idea del pueblo. ¿Cómo es posible que en una
democracia dos cosas iguales a una tercera no sean iguales entre sí?
111
mantener un rumbo cualquiera, después de un motín, en el que se ha
manifestado el desacuerdo total acerca del rumbo de la nave; un consenso que
busca evitar que el barco se hunda tras el motín, pero que nada tiene que ver
con el «objetivo común» del viaje.
112
ampliamente utilizadas por los grupos victoriosos y por la mayoría de la prensa,
radio y televisión, algunas veces por la simple inercia impuesta por el recuento
de unidades de representantes y no de representados. Incluso muchas veces
por la prensa, radio y televisión simpatizante con el PP, cuando hacían sus
cálculos después de haber llevado a cabo la transformación alquimista de los
millones de electores representados en la voluntad general. En la llamada
«Cámara baja» el PP es un grupo, frente a todoslos demás. Quedaba por tanto
sólo y aislado. También es cierto que los responsables del PP, recorriendo a la
inversa el camino que va del cuerpo electoral a la voluntad general, se
apresuraron a decir que ellos no estaban solos, sino acompañados de casi 10
millones de ciudadanos, y alguno añadió que en la Cámara más valía estar solos
que mal acompañados.
La solución a este problema era muy clara para los partidarios que la
aprobaron: «Si los diputados del PP no aprobaron la moción del Partido
Socialista es porque ellos no tienen una mentalidad verdaderamente
democrática.» La señora de la Vega, vicepresidenta del Gobierno, fue más allá:
«No la aprobaron los que tienen la cabeza obtusa y el corazón emponzoñado»
(expresiones muy propias, dicho sea de paso, de una señorita de mentalidad
pequeño burguesa, que ya ha sido retratada posando para la revista Vogue, en
divanes Recamier, junto con las demás compañeras ministras socialistas
obreras que componen la sección femenina, a título de cuota de género, del
gobierno del Partido Socialista Obrero Español). Otras fórmulas, con contenido
más político, han sido utilizadas para explicar la actitud del PP en la votación de
la moción socialista: «Ha sido la Izquierda la que ha apoyado la moción de tan
inequívoca intención democrática y dialogante» (y como prueba definitiva y
retrospectiva se aduce que la manifestación del 4 de junio de 2005, que reunió
en Madrid a un millón de personas para oponerse a todo diálogo con ETA, habría
estado constituida por la derecha española, manipulada por el PP). Porque «la
Izquierda» es la democracia, y la democracia es la Izquierda. Si el PP no apoyó
una moción de tan transparente intención democrática es porque este partido
representa la derecha. Y esta afirmación, traducida por quienes cultivan la
«memoria histórica», comenzará a sonar de este modo: «El PP no es sino la
113
continuación del franquismo» (¿no fue Manuel Fraga, presidente honorario del
PP, ministro de Franco?). Más aún, añadirán aquellos que tienen una memoria
histórica más vigorosa: «El PP no es sino la continuación del fascismo, del
golpismo y de la dictadura.»
Y si alguien no entiende bien qué tenga que ver «votar NO» (a la moción
aprobada en la resolución 80) con la derecha, el fascismo o el golpismo, se les
aclarará de este modo: «Porque no aprobar una moción que propone el diálogo
sólo puede ser efecto de inspiración derechista, y porque el simple hecho de
oponerse a la moción de la izquierda es ya seña de identidad de la derecha.»
114
resolverse únicamente a través de los representantes legítimos de la voluntad
popular».
Analicemos brevemente el punto citado del texto: «La política puede y debe
contribuir al fin de la violencia.» Esta proposición es, en sí misma, una simple
vaguedad redundante y tautológica. ¿Qué quiere decirse con la frase «la política
puede y debe contribuir al fin de la violencia»? ¿De qué violencia? Si puede,
deba o no, es porque dispone a su vez de fuerza policial o militar. Pero la política
de un Estado incluye necesariamente la política militar y policial, por tanto,
contempla siempre la posibilidad de utilizar la violencia, y la utiliza de hecho (este
es el fundamento del derecho penal). Sólo es posible librar a los redactores del
texto de la acusación de redundancia y tautología si suponemos que en la frase
que analizamos el término «política» se toma en el sentido vulgar (indigno de ser
utilizado en un texto sometido al Congreso en pleno) del «diálogo pacífico
mantenido con las armas fuera». Y en este caso, lo que el texto estaría diciendo
es que «el diálogo puede contribuir al fin de la violencia de la banda asesina
ETA» (por cierto, el texto tiene buen cuidado de omitir las palabras «banda
asesina» o incluso «ETA»; por lo que es legítimo suponer que el texto también
incluye entre los terroristas a los asesinos islámicos del 11M).
115
Ahora bien, una de dos: o bien el texto supone que la banda ha depuesto ya
las armas (y al menos lo supone en forma hipotética, cuyo antecedente es este:
«si se producen las condiciones...»), o bien no supone esto, sino que ETA (acaso
Al Qaeda) sigue con las armas.
116
quitaría de encima de la mesa, pero para poder ponerlas debajo de ella, y ni
siquiera fuera de la sala de la negociación.
117
Pero esto es lo que demuestra la debilidad de su planteamiento, porque
precisamente lo que es inadmisible es que sea el Parlamento quien esté
dispuesto a negociar la paz con una banda armada, aún en el supuesto,
imposible, de que ésta haya dejado las armas antes de la negociación. El propio
antecedente del texto es autocontradictorio. Aquí es por tanto en donde el texto
de la moción pasa del embrollo tautológico al embrollo de la contradicción.
Porque si lo que busca son las condiciones de una «negociación democrática
con ETA» es porque está refiriéndose (si es que se refiere a algo, y no a simple
humo) a una negociación de armisticio entre el Estado español y ETA, a una
negociación de poder a poder. Pero este proyecto es contradictorio con la
consideración de ETA como una banda terrorista. Con una banda terrorista un
Estado no puede negociar. El Estado tiene que aniquilar la banda terrorista como
tal organización, tiene que meter en la cárcel a sus miembros,
independientemente de que, en su momento, esté dispuesto a conceder
amnistías o indultos, o a rebajar las penas (y aquí es donde caben los contactos,
no del Estado, sino de emisarios suyos, que anticipen «a título privado» la
disposición de «clemencia» del gobierno de turno); «títulos privados» de
contenido prácticamente nulo, si se toma en serio la idea de que el Estado de
derecho ha de ser la mejor garantía para los asesinos, es decir, que las penas
van ya a ser clementes, por la propia naturaleza del «código de la democracia».
Los asesinos tienen que saber que los límites de la clemencia en el Estado de
derecho español están fijados en las normas del Código Penal (entre las que no
se encuentra la pena de ejecución capital) que son innegociables. ¿O es que el
gobierno de ZP y especialmente su ministro de Justicia, considera que se puede
negociar con las normas del Estado de derecho, al menos si se cuenta con el
apoyo del Parlamento? Pero no hay ningún indicio de que los parlamentarios que
aprobaron el texto de la moción pensasen en todas estas cosas, y si lo pensaron
es porque estaban dispuestos a reducir el Estado de derecho a mera
arbitrariedad; y si no lo pensaron es porque eran imprudentes.
119
ETA jamás buscó atentar contra la democracia, sino contra España; y por
ello la democracia de 1978 no significó el fin de ETA, sino más bien el principio
de sucesivas escaladas de sus acciones terroristas. Y por ello mismo ETA puede
reivindicar hoy la democracia –la suya– y la paz –la suya, porque la paz es la
paz de la victoria–. No dudo en calificar de «basura filosófica» a la filosofía
política de tantos pacifistas españoles que desde posiciones consideradas «de
izquierdas» (aunque tampoco hay que olvidar que fue el Papa quien inspiró las
más grandes manifestaciones pacifistas del año 2003) ponen en sus banderas a
la democracia y a la paz sin referirse a los contenidos de esa democracia y de
esa paz. Y por ello con ETA se aliaron muy pronto los demócratas del PNV (el
«árbol y las nueces» de Arzallus), porque estos demócratas nacionalistas
también tenían como horizonte, desde Sabino Arana, el odio a España y la
secesión de España. Y lo mismo se diga de los nacionalistas radicales de Galicia
y de los nacionalistas radicales de Cataluña (el Rovira, que a mediados de mayo
último, acompañaba al Maragall el «francófono» en una visita a Israel con motivo
de la conmemoración del asesinato de Isaac Rabin, y que suscitó un incidente
diplomático al exigir que figurase entre las coronas la bandera catalana, y se
retirase la española, como se hizo, sin que el gobierno de la democracia
española, presidido por ZP, hiciera nada, ni el presidente del PSOE hayan dicho
esta boca es mía).
120
El análisis del preámbulo de la moción aprobada nos permite ya constatar
hasta qué punto el término «democracia» puede asumir funciones notablemente
confusionarias. Porque gracias al rótulo «fuerzas democráticas», que el
preámbulo utiliza, se está contribuyendo a cubrir con un manto de unidad a los
grupos presentes en el Congreso firmantes de la moción, y se está encubriendo
también la verdadera cuestión que España tiene planteada, a saber, que no es
el terrorismo, sino el separatismo, el descuartizamiento de la Nación política
española en diversas naciones de nuevo cuño (el «pasado nacional»
reivindicado por los separatistas es, a lo sumo, el pasado propio de una nación
étnica, pero no el de una Nación política: ¿cómo podría hablarse de naciones
políticas antes de 1789?), la desunión de los españoles y de quienes quieren
separarse de España, y que sólo se unen entre sí por la solidaridad que ellos
tienen contra un tercero, España. Un tercero al que ven representado por el
Partido Popular, como si fueran los «populares» los únicos patriotas españoles
de nuestros días.
La condición en la que se apoya la moción («si los violentos dejan las armas
entonces se pide la autorización al Parlamento para negociar con ellos») o bien
se mantiene en el terreno intemporal, puramente especulativo o académico, o
bien se apoya en el terreno de lo inminente tras una exploración de las bandas
terroristas (ETA o Al Qaeda).
121
una «cuestión teórica de política o de moral», una cuestión que, aunque
extemporánea acaso, podría tener gran importancia puesto que permitiría
calibrar las posiciones generales en las que se situaban los redactores de la
moción y quienes se disponían a votarla o a rechazarla. La condición sonaría
entonces de este modo: «Supuesto que una banda terrorista, que actúa in illo
tempore,manifiesta su voluntad de abandonar la violencia, el Estado, ¿puede
negociar con ella?» El planteamiento de esta cuestión académica en un debate
sobre el estado de la Nación estaría desde luego fuera de lugar y tiempo. Por la
misma razón el presidente ZP podría haber propuesto al Parlamento, por vía de
urgencia, una moción de esta índole: «Supuesto que los servicios de exploración
espacial han establecido (a través de confidencias que algún extraterrestre tuvo
a bien comunicar al Presidente) la posibilidad de un ataque de extraterrestres
procedentes de Aldebarán, ¿deberá darse la alarma a toda la población española
o bien mantener en secreto la posibilidad, para no alarmar, y esperar
acontecimientos?» Es cierto que el carácter extemporáneo de semejante
consulta no le haría perder su importancia política, como criterio valiosísimo para
juzgar la ideología del gobierno que la propone, y de los parlamentarios que la
aceptan, sin salirse de la cámara.
122
como la que se dio de hecho, por parte de las «víctimas del terrorismo», para las
cuales la misma posibilidad de este pacto no puede menos de ser repugnante.
123
críticas recibió de IU, PNV, ERC, &c.) sustituyendo a su socio único en este pacto
por todos los demás socios suyos en el Parlamento (socios que había
conseguido en gran parte por el proyecto de la reforma de la Constitución en
sentido confederalista). De este modo podría hacerse consistir al «pensamiento
práctico» de ZP y de su grupo en la consideración de que, en el peor caso, el PP
tendría que incorporarse en el cardumen de la totalidad de las fuerzas
democráticas, perdiendo su condición de socio privilegiado del PSOE; y, en el
mejor caso, el PP no suscribiría la moción, y, por ello, quedaría segregado del
cardumen, y desprestigiado como antidemócrata. Para completar este
«pensamiento» era necesario que el CIS (Centro de Investigaciones
Sociológicas) demostrase perentoriamente, mediante una encuesta ad hoc, que
la inmensa mayoría de los españoles considerasen el comportamiento de ZP en
la sesión del Parlamento muy por encima del comportamiento de Rajoy.
124
Desde el preámbulo, debidamente interpretado, podemos releer los puntos
de la moción.
125
habría que hablar de trampa, de felonía y de traición. Pero no hace falta llegar a
tanto. Escojamos la interpretación más suave de la hipótesis («si se producen
las condiciones...»), porque esta interpretación es, según lo que venimos
diciendo, suficiente para explicar las motivaciones prácticas de semejante
moción de aspecto académico: la segregación del PP del Pacto Antiterrorista,
simultáneamente a la sustitución de este pacto por un «Acuerdo contra el
terrorismo de todas las fuerzas democráticas». Y esto explica por qué ese
acuerdo no se tomó anteriormente al Pacto Antiterrorista entre el PSOE y el PP:
porque los dos grandes partidos nacionales suscribieron el Pacto
Antiterrorista desde la plataforma de la Nación española. Pero ahora la moción
de ZP invita a suscribir una condenación del terrorismo, desde la plataforma de
la moral y de la democracia (en la que ya podrán estar representadas la nación
catalana, la nación vasca y la nación gallega).
126
precisamente por su perspectiva eticista-krausista-dialogante, a las víctimas de
ETA con las víctimas del islamismo. La intención antiespañola de los asesinos
islámicos no recae sobre sus víctimas de la misma manera que la intención
antiespañola de los asesinos etarras recae sobre la suya.
127
contorsiones de Laoconte y de sus hijos si les retirásemos las serpientes. Pero
cuando introducimos las serpientes los gestos de Laoconte y de sus hijos dejan
de ser gratuitos. ¿Cuales son las serpientes de la resolución 80?
Para el partido en el gobierno son los millones de votos que todavía apoyan
al PP. Pero para quien está en el poder, y todavía subraya la E en las siglas del
PSOE, la serpiente son los partidos separatistas con los cuales los gobiernos
socialistas en el poder (Zapatero, Maragall...) han pactado: están envolviendo y
apretando al socialismo español, obligándole a contorsionarse por esta moción
democrática.
128
El truco del juego de los partidos democráticos en la Cámara permitía a ZP
estrechar los lazos de la trampa de la que quien aceptaba el juego (el PP) no
podía librarse. Porque no es lo mismo decir NO, pero permaneciendo en la
Cámara (y aceptando con esta permanencia la presencia de Ibarreche, o de
Rovira), que decir NO retirándose de la cámara, es decir, demostrando, por la
vía del ejercicio, que la presencia en esa Cámara, en la que los representantes
de los secesionistas, o incluso de los terroristas, figuran con los mismos
«derechos democráticos» que tienen los representantes de la democracia
española, es incompatible con la propia democracia española. Y tener que dar
por supuesto, mediante un adecuado dispositivo, que es necesario quedarse en
la Cámara, aunque sea para decir NO, es uno de los más peligrosos trucos de
los que dispone la democracia.
129
Secretos, misterios y enigmas
Gustavo Bueno
130
la clase vacía. Y sin que con ello pretendamos insinuar, siguiendo a Critias, que
los misterios de la religión son sólo secretos conocidos por algunos hombres
sabios (sacerdotes, políticos) que inventaron esos misterios para poder gobernar
más fácilmente a sus súbditos. Napoleón diría más tarde: un cura me ahorra cien
gendarmes.
Los secretos positivos habrán de ser referidos por tanto a materias que se
suponen ya conocidas por algunos hombres, precisamente aquellos que se
supone «están en el secreto». Hace medio siglo corría esta anécdota: el
embajador de España en el Vaticano, señor Ruiz Jiménez, cuya piedad era
notoria, estaba arrodillado en San Pedro de Roma; algunos cardenales, desde
lo alto, se sorprendieron al ver la actitud del orante y el largo periodo de tiempo
que la mantenía. Muy pronto le identificaron, y uno de los cardenales decidió,
movido por gran curiosidad, acercarse al embajador para preguntarle: «Perdone
usted, señor embajador de España, algunos cardenales me han encargado que
le formule esta pregunta: ¿se arrodilla realmente vuestra excelencia movido por
la piedad, o está en el secreto?»
3. Ahora bien: los secretos positivos –es decir, no los secretos metafísicos
o teológicos, los misterios– pueden constituirse por dos motivos muy distintos: o
bien porque quien conoce la materia ha tomado las disposiciones necesarias
para ocultarla a los demás, es decir, para hacerla inaccesible a otras personas
(y ello aunque la «materia secreta» sea trivial y fácilmente inteligible por
cualquiera), o bien porque la materia secreta (que hay que suponer conocida por
alguien), aunque en algunos casos en sí misma carezca de complicación
excesiva, necesita sin embargo, para llegar a manifestarse, atravesar algún
medio que la refracta y la oculta (como el agua limpia de un vaso transparente
refracta la rectitud secreta de una barra sumergida en ella, ocultándola tras la
apariencia de su imagen quebrada); pero en otros casos, porque la materia
secreta es ya por sí misma lo suficientemente enrevesada para que su
«intríngulis» (tricae o triculae, significan en latín, «embrollos», «enredos»)
resulte ser difícilmente accesible por cualquiera. El secreto mejor guardado es el
contenido de un libro escrito en chino y depositado en el vestíbulo de un edificio
público de una ciudad en la que nadie hable chino. Y no hace falta que un libro
haya de estar escrito en chino para resultar secreto a muchos ciudadanos: un
131
libro de álgebra superior escrito en español sigue siendo un secreto objetivo –
pero no un enigma ni un misterio– para todo aquel que no sepa nada de
matemáticas.
132
El campo de los secretos estructurales (u objetivos) es también muy amplio.
Todas aquellas materias de contenido complejo, sobre todo, las que al
proyectarse en su entorno están acompañadas de una suerte de «mecanismo
automático» de recubrimiento, pueden considerarse como secretos objetivos, al
menos, por quien pretende haber descubierto su intríngulis. No solamente
pueden constituir secretos estructurales u objetivos multitud de contenidos
estudiados por las «ciencias de la naturaleza» (astronómicas, físicas, biológicas,
etológicas o psicológicas) sino también multitud de contenidos estudiados por
las ciencias culturales (la antropología, la economía, la lingüística o la historia
del arte).
133
el funcionario pudiera desarrollar su proba contribución al orfanato era necesario
el «mito» de su altruismo, de su generosidad, de su solidaridad.
134
«creyendo estar en el secreto» trata de revelarle la estructura secreta positiva de
su misterio. Lo mismo se diga de los misterios de la democracia, de la cultura,
de la izquierda, de la paz o de la república.
135
Sobre las «Ruedas dentadas»
de Iván Vélez
Gustavo Bueno
Dejamos de lado este sentido distributivo, que, aunque sea el más simple,
considerado desde una perspectiva lógico abstracta, no es el sentido primario;
como tampoco el «conjunto vacío», que es el conjunto más simple en la serie
ordinal de los conjuntos, no es el conjunto primero, si lo suponemos resultante
de operaciones con otros más complejos. Pues este sentido distributivo de la
expresión «ruedas dentadas» nos remite, desde luego, a unas ruedas dentadas
solitarias, como elementos del conjunto.
Pero, ¿qué sentido podría tener una rueda dentada solitaria, salvo el que
pueda corresponderle en el plano geométrico, en el que propiamente no existen
ruedas, sino proyecciones planas de ruedas reales? También es cierto, cabría
pensar en ruedas reales dentadas solitarias, como efecto de un accidente,
producido, por ejemplo, por la carcoma en una rueda maciza de madera, o
sencillamente, como resultado de una operación similar a aquella que transformó
los arcos romanos de medio punto en arcos lobulados «musulmanes» (cuando
estos los percibimos como arcos romanos «roídos» desde su concavidad o
intradós por mordiscos rítmicos), sólo que procediendo en la lobulación en el lado
convexo del arco. Pero, ¿por qué llamar «dientes» a estos lóbulos apreciados en
la convexidad de la rueda? «Diente» dice «morder», agarrar, engranar. Los
dientes de una rueda dentada están, suponemos, originariamente engranados
con los dientes, en particular, con los dientes de otras ruedas (aunque también
136
podrían estar engranados con los dientes de una barra). Al menos a esta
disposición se refieren las primeras descripciones de ruedas dentadas que se
nos han transmitido desde los griegos (Aristóteles o Ctesibio), aunque parece
que las ruedas dentadas fueron utilizadas anteriormente por los chinos.
Una rueda dentada solidaria es, pues, una rueda que está siempre
engranada con otros mecanismos. Sin embargo, es evidente que el plural
«ruedas dentadas», aunque implique siempre solidaridad, no implica la
conexividad de esta solidaridad. Cabe hablar siempre de un conjunto de
sistemas de ruedas dentadas solidarias que, sin embargo, no sean solidarias
entre sí, al menos de un modo directo. Podrían ser solidarias indirectamente,
respecto de un tercero, como pudiera serlo el motor de todas ellas.
¿En qué sentido Iván Vélez llama «ruedas dentadas» a los veinte relatos
que componen su colección?
137
Sin embargo, y sin perjuicio de que atribuyamos a cada relato «un conjunto
de ruedas dentadas« capaz de sostenerlo y mantener la tensión del lector, no
excluimos la posibilidad de interpretar los veinte relatos como un conjunto
«solidariamente engranado», si no ya directamente (atributivamente) –puesto
que cada relato es independiente de los otros– sí indirectamente, a través de
una estructura semejante, cuyo motor fuera precisamente el autor, Iván Vélez.
El primero tomado del primer relato, Lunar. Tres niños (a quienes puede
calculárseles la edad de ocho a diez años, a juzgar por su capacidad de
organizase como grupo) conciben el proyecto de cazar la Luna, metiéndola en
un saco que llevan al efecto. El proyecto es absurdo, no sólo en el terreno físico
(la Luna no puede ser cazada desde la Tierra y metida en un saco), sino también
en el terreno psicológico, al menos si a estos niños se les supone un desarrollo
normal; sólo si fueran retrasados mentales podrían unos niños de nuestros días
–se llaman Alfonso, Víctor y Marcelo, y se supone que han ido a la escuela–
concebir e intentar poner en práctica un proyecto semejante de tal estupidez.
¿En dónde reside entonces el interés de este relato? Precisamente en su
estructura formal, la constituida por tres niños que, ya sean retrasados mentales,
ya sean supervivientes simbólicos de alguna tribu primitiva, logran coordinar sus
impulsos aventureros individuales en un proyecto solidario, y capaz de
reproducirse cada vez que los cazadores fracasados pasan a otro valle. El
proyecto es imposible y aún ridículo; pero la solidaridad entre quienes engranan,
como ruedas dentadas, con objeto de realizarlo, puede verse ya como
un hecho real, y no como un imposible.
En el relato número dos, 14. Vertical, Ángel Ruiz, que trabaja en una oficina,
termina un día su tarea antes de la hora fin de jornada, a las seis de la tarde, y
decide invertir el tiempo disponible resolviendo el crucigrama del periódico del
día. En 14. Vertical aparece la propuesta «fallecimiento», cuya solución intuye
instantáneamente Ángel, pero, antes de escribir la palabra-solución, se ve
arrastrado por una secuencia de asociaciones sugeridas por la palabra
propuesta, y recorre un bucle que, suponemos, podríamos considerar como
producido por los dientes de unas ruedas que ponen en movimiento unos
recuerdos familiares tras otros; movimientos que ocupan, al parecer, el intervalo
de tiempo del que dispone antes de la hora que da fin oficialmente a su trabajo.
El encadenamiento de recuerdos subjetivos engrana a su vez con el
encadenamiento de las ruedas del reloj real de Ángel. Segundos antes de dar
las seis, el bucle de los recuerdos concluye, y Ángel tiene el tiempo suficiente
para inscribir la palabra óbito, plegar el periódico, tirarlo a la papelera de la
138
oficina y salir de ella, una vez cumplido su trabajo. También aquí, si no me
equivoco, lo que confiere interés al relato es la forma del engranaje cuasi
mecánico de las ruedas dentadas de un sistema constituido por «dientes
mentales» y por «dientes laborales».
Gustavo Bueno
14 de abril de 2004
139
Sobre la verdad de las religiones
y asuntos involucrados
Gustavo Bueno
El autor de El animal divino expone aquí su juicio tras dos años de debate sobre la verdad de
las religiones primarias y otros asuntos involucrados en ella
Introducción. El debate
II. El debate «explicado y justificado» desde las limitaciones de El animal divino como
ejercicio de un proyecto de filosofía materialista de la religión
(1) Cuestiones relacionadas con el dialelo del espacio antropológico
(2) Cuestiones relacionadas con la inversión antropológica
(3) Cuestiones relativas a la «encarnación» del eje angular en los animales linneanos
(4) Cuestiones relacionadas con la verdad de las religiones
(5) Cuestiones relativas a la koinonia de los númenes con otros valores de lo sagrado
Introducción
El debate
140
Entre las intervenciones relacionadas con la filosofía de la religión destacó
por su brillantez la de David Alvargonzález; su ponencia se centró en torno a «El
problema de la verdad en las religiones del Paleolítico», sistematizando puntos
de vista que ya venía exponiendo desde hacía años en sus clases:
141
Robles estaba pensada con independencia de la de Alvargonzález, aunque,
según se dice en nota, conocía de oídas algo de su orientación.) También suscitó
un gran interés la ponencia de Felicísimo Valbuena de la Fuente («El concepto
de persona en varias herejías y su interferencia en la política de los siglos XX y
XXI») que ofrece valiosas reflexiones para perfilar el alcance de la Idea de
persona en cuanto Idea que desborda el campo antropológico.
4. Podría decirse, por tanto, que el debate que sobre El animal divino ha
suscitado, dentro de coordenadas materialistas, en sentido amplio, la ponencia
de David Alvargonzález en el Congreso de Murcia de 2003 gira sobre el mismo
asunto que el debate que sobre la misma obra se suscitó al publicarse el libro de
Gonzalo Puente Ojea en 1995 (decimos desde coordenadas materialistas para
143
no referirnos aquí a las críticas que El animal divino suscitó desde coordenadas
no materialistas).
Sin embargo, las diferencias son muy notables. La principal sería esta: que
mientras que Puente Ojea, en su crítica a El animal divino, daba los primeros
pasos para distanciarse del materialismo filosófico (con el que años antes había
mantenido un estrecho contacto) –y, de hecho, su crítica a la tesis sobre los
númenes animales iba acompañada de una tesis psicologista explícita, que él
contraponía como única alternativa a la tesis de El animal divino, la tesis del
animismo de Tylor–, sin embargo la crítica de Alvargonzález no busca
distanciarse del materialismo filosófico sino que, por el contrario, quiere
mantenerse en sus coordenadas, a fin de desplegar y desarrollar, con un mayor
análisis, sus potencialidades.
Otra cosa es que alguien pueda señalar alguna estrecha semejanza entre
las posiciones de Puente Ojea y las de Alvargonzález, al menos en lo que
concierne a su concepción de la relación animales/númenes, tanto en la época
paleolítica como en la presente. Al menos, una semejanza negativa, un acuerdo
en la negación: el recelo ante cualquier reconocimiento de algo divino o
misterioso en los animales; por tanto, el rechazo absoluto de cualquier
reconocimiento de algún tipo de numinosidad, o misterio, o enigma en los
animales, si bien Puente Ojea parecía apoyar este recelo más bien en una
plataforma mecanicista (se diría, «pre etológica») mientras que Alvargonzález lo
hace desde la plataforma de la Etología, considerándola como una «ciencia del
presente» que, en cuanto tal, no toleraría la menor concesión a la tesis de la
numinosidad animal (una concepción de la ciencia etológica del presente, por
cierto, que podría considerarse más cerca en la práctica del mecanicismo que
del etologismo ético, en la línea del Proyecto Gran Simio, por ejemplo).
En modo alguno trato de dirimir el debate tomando partido por alguno de sus
protagonistas, apoyándome en mi propia interpretación que, en el día de hoy (y
aunque fuera retrospectivamente) pudiera dar de El animal divino.
144
Mi intervención en este debate sólo puede tener el sentido que pueda
dársele a cualquier otra intervención: el análisis del sistema mismo, en este caso,
la filosofía materialista de la religión, en coherencia interna, por otra parte, con el
materialismo filosófico. Si mantenemos la tesis de que un sistema filosófico no
es un sistema clausurado, ni menos aún cerrado, al modo de las ciencias
categoriales, se comprenderá que las posibilidades de variaciones,
modulaciones, incluso bifurcaciones, sean mucho mayores en el materialismo
filosófico que en cualquier otro sistema. Porque el sistema del materialismo
filosófico ni siquiera puede aducir la «concatenación de cada una de sus partes
con todas las demás»; también en su ámbito rige el principio de symploké.
III. En tercer lugar una suerte de reanudación, tras el debate, del proyecto
originario de El animal divino.
145
En un Final tocaremos algunos puntos de gran importancia para la filosofía
materialista, y que sólo de pasada fueron tratados en el Congreso de Murcia o
en el debate posterior.
(A) Sobre la génesis del proyecto de El animal divino como modelo de una
filosofía materialista de la religión
¿Qué podrá significar la religión –todo lo que se engloba bajo este nombre–
en esta ontología materialista pluralista?
146
De aquí la importancia que, desde un punto de vista histórico-sistemático,
cobraba la tesis acerca de la incompatibilidad del Acto puro aristotélico con la
religión. Las religiones positivas (las llamadas «superiores», que en El animal
divino se denominarían «terciarias») invocaban a Dios; pero esa invocación,
desde una perspectiva materialista, sólo podría entenderse como una invocación
vacía, cuando se tomaba como fundamento de una filosofía de la religión,
desarrollada en la forma de «doctrina de la religión natural» (ya fuera en la
versión de Santo Tomás, ya fuera en la versión de Voltaire).
Algunos podrían pensar (lo han pensado de hecho) que las dificultades
serían de índole gremial. La «filosofía de la religión», como disciplina, apareció
en un ámbito protestante (aunque fuera católico, un jesuita, Segismundo von
Storchenau, el primero, al parecer, que utilizó la expresión, en 1784; después la
expresión fue utilizada por un kantiano, Ludwig Heinrich von Jakob, en 1797;
pero, sobre todo, fue Hegel quien en 1832 «consagró» la expresión «filosofía de
la religión» como parte de un sistema filosófico).
147
Por tanto, si la «Filosofía de la religión» se declaraba vacía y se reducía a
«ciencia de la religión» (que ya no se interesaba por su verdad: Wilhelm Schmidt,
Evans-Pritchard, &c.), el «cuadro de las disciplinas filosóficas» quedaría
mermado, a todos los efectos (incluyendo al mismo cuerpo de profesores). Pero
evidentemente, aunque estas consecuencias tienen su importancia sociológica
(e indirectamente, filosófica), no eran las principales.
148
que, sin ellos, la propia realidad humana resultaría inexplicable. La cuestión de
la verdad de la religión implicaba por tanto la cuestión de la realidad de los
númenes y de su involucración trascendental con los hombres.
149
el Hombre, el Espíritu es la Cultura (Herder, Fichte, Hegel... incluso Marx). Dicho
de otro modo: el humanismo moderno trabaja con un espacio antropológico
«plano», con dos ejes: aquel en torno al cual gira el Hombre, como Espíritu (o
como «Cultura»), y aquel en torno al cual gira la «Naturaleza». El Hombre del
humanismo moderno quedaba, por tanto, enfrentado a la Naturaleza impersonal.
150
corporeidad asuma características especiales (según Apuleyo: «los demonios
son animales, pasivos en el ánimo, racionales en el entendimiento, aéreos en el
cuerpo, eternos en el tiempo»). [Los demonios de Apuleyo serán considerados
en la segunda edición de El animal divino como una especie, género o
subgénero más, al lado del Reino Animal de Linneo, a saber, como el «Subreino»
de los «animales no linneanos».]
151
linneanos. Porque «persona», en general (humana o no humana), comenzaba a
equivaler ya a «sujeto operatorio» dotado de vis cognoscitiva (y no solo de
«facultades sensibles», sino también «intelectuales») y de vis appetitiva (y no
solo de tropismos, sino de conducta teleológica, de deseos o de voliciones).
152
publicación de esa filosofía materialista de la religión (nota 39) ya con el nombre
de El animal divino.
La idea central del espacio antropológico contenía una visión del hombre no
como «Reino independiente» del «Reino animal» (el «Reino del Espíritu», el
«Reino hominal»), sino como una pluralidad de sujetos animales grupales (que
se especificarían, en el curso de la historia, como personas humanas), que
estaban involucrados con entidades naturales «impersonales» pero también con
entidades naturales «personales» (con personas no humanas), por tanto, con
animales (no linneanos o linneanos) que cabría disponer en un eje «angular».
153
de los Apolos y de los Ovnis, tomaban la forma de extraterrestres, en los años
50 y 60 del pasado siglo.
El «eje angular», por tanto, no había sido introducido ad hoc para incorporar
a los animales (a algunos, incluso a los animales numinosos) al espacio
antropológico, lo que hubiera constituido una suerte de petición de principio o de
círculo vicioso («el eje angular se apoya en los animales numinosos y los
animales comienzan a ser numinosos al ser incluidos en un eje angular que se
reduce a ellos»). La introducción del eje angular no se basaba tanto en principios
supuestamente empíricos (los «animales numinosos»), cuanto en el resultado
de una construcción lógica, de un logos (como ya se advierte en la primera
edición de El animal divino, pág. 190, y figuraba también en el artículo sobre el
concepto de espacio antropológico, antes citado).
Pero la realidad era que el eje angular resultaba de una construcción lógica,
a saber, el cruce de dos clasificaciones dicotómicas P y H que conducían a
cuatro cuadros, uno de ellos vacío:
154
La importancia de esta aclaración (que el eje angular del espacio
antropológico no procede de una «incorporación empírica» y ad hoc de los
animales numinosos a este espacio, sino de una construcción lógica) se hace
ver, principalmente, en la reinterpretación de la religión primaria. Pues la idea de
una «religión primaria» que ya no habrá que identificar, al menos en definición,
con las religiones paleolíticas, puesto que puede también servirnos, en principio,
para asumir, en la filosofía materialista de la religión, a cuanto tiene que ver con
la realidad de los extraterrestres, en sus contactos reales o posibles con los
hombres, como ya se hacía constar en los párrafos finales de El animal
divino (primera edición, pág. 305; segunda edición, pág. 317). Posibilidad que
allí era ya presentada no como un corolario oblicuo e irrelevante, sino como un
paso central en la dialéctica del desarrollo de las religiones positivas, como un
paso gracias al cual podrían ser reinterpretados los abundantes materiales
ideológico-religiosos de nuestra época. Materiales sobre los cuales, pese a su
importancia, nada tienen que decir otras filosofías de la religión.
155
de las religiones positivas (Evehmero: «los dioses son hombres sobresalientes
de otros tiempos a quienes los mismos hombres han exaltado en apoteosis»;
Feuerbach: «los hombres hicieron a los dioses a su imagen y semejanza»).
Pero los hechos religiosos, los datos de las religiones positivas, no nos
autorizan para poner, como referencias de sus actos intencionales de culto, a los
hombres, sino a entidades que precisamente son diferentes de los hombres, ya
sea porque se muestran como superiores, en dignidad o en poder, ya sea porque
se muestran inferiores en dignidad (aunque no en malignidad), es decir, ya sean
dioses benéficos, ya sean dioses maléficos. Sin duda, hay religiones positivas
entre cuyas referencias se encuentran figuras humanas, desde las religiones
olímpicas hasta el cristianismo, que gira en torno a un Dios hecho hombre, Cristo.
Pero los dioses olímpicos, aunque tienen figura humana (que, en ocasiones se
transforma en animal: Zeus aparece como toro blanco, o como águila ante
Europa, la hija de Agenor), no son hombres, sino seres inmortales y con cuerpos
celestes; y Cristo, aunque tiene naturaleza humana (en cuanto hijo de María),
tiene, sobre todo, la naturaleza divina de la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad.
Ahora bien: las referencias de las religiones positivas han de ser, sin
perjuicio de su condición angular, reales y verdaderas, es decir, entidades reales
de naturaleza personal no humana, y capaces de actuar efectivamente ante los
156
hombres. Es decir, han de ser entidades reales no reducibles a la condición de
alucinaciones, ensueños o proyecciones mentales de los propios hombres; ni
siquiera reducibles a la condición de meras posibilidades lógicas.
157
una sorpresa para la filosofía materialista de la religión) éste no tomase
inmediatamente fuerzas al andar. Hasta el punto de creerse autorizado, por la
fuerza de los hechos positivos (al llegar a las religiones secundarias, todas ellas
pobladas de animales linneanos más o menos deformados), a cuestionar el
planteamiento habitual del asunto. Pues no se trataba ya tanto de tener que
«justificar» una teoría zoológica de la religión; lo que había «que explicar» y aún
«justificar» era cómo podían darse teorías no zoológicas de la religión, que
estuviesen internamente ajustadas a los hechos.
158
«hombre primitivo») ya está situado en un espacio antropológico y, por tanto,
inmerso en un eje angular, juntamente con los obligados ejes circular y radial?
En el caso del espacio antropológico tampoco hay que presuponer que sus
contenidos sean uniformes; aunque carezcan de «ejes representados», éstos
proceden de sus mismos contenidos, que podemos comparar a una masa
heterogénea y confusa, como un fondo envolvente, en el que se diferencian
conjuntos humanos distribuidos en aquella masa envolvente, junto con otras
corrientes distintas no humanas, pero diferenciadas como cuerpos que se cruzan
con los perfiles humanos, se enfrentan con ellos o huyen. A partir de este espacio
tripolarizado dibujaremos unos ejes que aunque tratados desde nuestro
presente, nos sirven para analizar la masa heterogénea y confusa en la que las
regiones correspondientes están ya diferenciadas en el mismo ejercicio de sus
movimientos o enfrentamientos. Al asumir intencionalmente y
159
retrospectivamente la perspectiva de nuestros antepasados paleolíticos, no
podemos atribuirles las representaciones diferenciadas de un espacio
tridimensional. Pero sí el ejercicio de acciones y operaciones, unas veces
dirigidas a los contactos mutuos entre ellos; otras veces dirigidas a responder a
otras incitaciones de elementos animales que, como sujetos operatorios, se
cruzan con ellos; y unas terceras veces a enfrentarse con una masa heterogénea
que resiste y ofrece peligros pero que, a la larga, no acecha ni persigue a las
figuras humanas (y esto sin perjuicio de que muchas veces nuestros
antepasados hayan podido interpretar equivocadamente un peñasco que rueda
monte abajo con un animal que les acomete). El dialelo del espacio
antropológico, se da por supuesto, se lleva a cabo de modo etic, pero no emic.
Y no porque las representaciones emic sean puestas entre paréntesis:
simplemente son analizadas críticamente, clasificándolas, por ejemplo, como
erróneas o como verdaderas. Tanto la piedra que voltea cuesta abajo, como el
buitre que se lanza en picado a cazar un conejo, pueden ser vistos emic como
animales; pero etic la diferencia es objetiva y hemos de esperar que su
significado diferencial aparezca, al menos, decantado a largo plazo.
160
numinosidad del eje angular, si éste era concebido, en principio, como
un logos, como una construcción lógica, que se hace carne al tratar de llenarla
con contenidos zoológicos? «El Verbo (el Logos) se hizo carne»: Cristo es el
punto de partida del cristianismo paulino, pero, ¿podría haberlo sido si
previamente no hubiera estado dispuesta la doctrina del Logos, de la Segunda
Persona de la Santísima Trinidad? Es decir, el paso del eje angular abstracto
(lógico) a los animales, y de éstos a los animales numinosos guarda un
paralelismo asombroso con la cuestión de la «Encarnación», de la teología
dogmática católica. ¿Cómo se pasa de la Segunda Persona, del Logos, a la
figura de Cristo? ¿Cómo se pasa de la construcción lógica denominada «eje
angular» a la figura de los animales linneanos y, más aún, a la de los animales
numinosos?
La quinta fuente de las limitaciones procede del objetivo mismo del proyecto
de El animal divino, en cuanto restringido a la filosofía de la religión en su
relación con lo divino o con lo numinoso, en general (por tanto, con el eje angular
del espacio antropológico).
161
antropológico? Y la cuestión de los paralelos o analogías, ¿no estaría vinculada
a determinadas interacciones entre ellos?
II
162
correspondencia con «el Hombre» o «lo humano» ya constituido, habría de ser
también aplicada al análisis del proceso mismo de constitución de ese «hombre»
(por ejemplo, a los llamados «hombres primitivos», homínidos o protohombres,
o en términos más positivos: a los hombres del Paleolítico inferior).
163
poniendo en cuestión la propia realidad de cada eje, vaciándolo por tanto de
contenidos específicos?
Así, por ejemplo, cuanto David Alvargonzález niega (aunque también por
otras razones) que los «animales numinosos» puedan ser considerados como
contenidos prístinos específicos de un eje angular (susceptibles de ser
transformados ulteriormente) y los presenta como resultado de una confluencia
(con eventuales catábasis) de determinados contenidos circulares y radiales –el
teriántropo, tal como él lo interpreta– pone en peligro la especificación del eje
angular, como si de un eje superfluo se tratase. (Joaquín Robles ha insistido con
claridad en este punto.) En cambio, cuando se insiste en que la especificación
del eje angular hay que ponerla en el carácter numinoso del eje en cuanto tal
(como hace Alfonso Tresguerres), nos ponemos muy cerca de los que objetan
dialelo antropológico ad hoc (el eje angular está especificado por los animales
numinosos, y éstos son los que determinan el eje angular).
164
El dialelo nos lleva a retrotraer estructuras del presente (por ejemplo, la
estructura del espacio antropológico) hacia el pasado del origen del hombre (en
la medida en que este pasado sólo puede ser considerado «desde la plataforma»
de las estructuras del presente); pero el dialelo presupone ya su propia crítica
(contenida en la misma idea del dialelo), es decir, la discriminación entre las
estructuras del presente retrotraídas y el material mismo que, sin ser el del
presente, recibe tales estructuras (en nuestro caso, el material paleolítico). El
dialelo implica, por tanto, la determinación, en el pretérito, de materiales
prehistóricos protohumanos o, para decirlo con el término habitual, del hombre
primitivo; por ejemplo, la determinación en los «númenes paleolíticos» de
animales linneanos (tigres, serpientes, bisontes) similares a otros animales que
existían independientemente de los hombres paleolíticos, incluso de especies
anteriores a la época de la aparición del hombre. Es frecuente que en las
representaciones parietales las figuras de animales vayan acompañadas de
figuras o de rasgos humanos, aunque también hay casos (el más notorio,
últimamente, en la cuevas de Chauvet) en que no hay rastros de figuras
humanas, pese a su antigüedad, cifrada en 37.000 años.
165
(en el nº 175 de Mundo científico, 1997): los achuar de la América ecuatorial,
«dicen que la mayor parte de plantas y de animales poseen un alma (wakan)
similar a la del ser humano, facultad que los alinea entre las personas (aents) en
tanto que les confiere conciencia reflexiva e intencionalidad». El análisis de
Descola es emic; desde nuestro presente tenemos que rechazar etic, desde
luego, la percepción de las plantas como aents (personas), ¿tendríamos que
hacer lo mismo con sus animales? Un mecanicista (al estilo de Gómez Pereira o
Descartes) respondería afirmativamente; pero también un antropólogo radical
(es decir, quien presuponga una distancia insalvable, megárica, entre la
conducta animal y la humana) se resistirá a reconocer la condición personal de
los animales de los achuar, y es muy probable que tienda a interpretar la
situación como una proyección antropomórfica del eje circular sobre el animal
angular; tendencia que se encontrará al constatar que este mismo proceso de
proyección antropomórfica se lleva a cabo también con las plantas. ¿Por qué, si
emic, se confunden plantas y animales con las personas (humanas) habrá que
separar unas de otras en el mismo proceso «reconocido» del antropomorfismo?
Dicho de otro modo: el eje circular sólo se constituye como tal cuando
aparece «a distancia» respecto del eje angular; utilizando etimológicamente el
término ex-sistencia, el hombre comienza a existir en el eje circular cuando se
enfrenta –sistere– a los animales, y se segrega de ellos. Esta distancia podría
haberse establecido (siempre por la mediación de figuras radiales) precisamente
a través de la percepción de los animales como «animales extraños»,
«numinosos», lo que ya implicaría un eje circular como plataforma.
166
En cualquier caso, la inversión antropológica no tendría por qué verse como
un proceso instantáneo, de cristalización repentina o emergente que nos hace
pasar, siguiendo la ley del todo o nada, del estado prehumano al estado humano.
La inversión se cumpliría también como un paso de lo confuso y amorfo
(confusión de los tres ejes) a lo diferenciado y opuesto entre sí, es decir, como
un proceso de anamórfosis mediante el cual fueran siendo sustituidas unas
partes por otras, que se propagarían después en el todo. Los achuar, o los
hombres paleolíticos, cuando se consideran en este estado primitivo
(indiferenciado, amorfo) no son personas humanas, aunque sean jurídicamente
considerados como tales por los gobiernos de las repúblicas correspondientes.
La gran dificultad que el proceso de inversión encuentra es este: supuesto que
el eje circular por antonomasia es aquel en el que se configuran las personas
humanas, en cuanto instituciones, ¿cómo sería posible atribuir también a los
animales numinosos la condición de personas (aents, dice Descola) salvo por
proyección antropomórfica?
Para quien pueda pensar que estas cuestiones son enteramente extrañas a
los terrenos que tradicionalmente ocupa la filosofía de la religión, en general, y
que sólo se formulan en el contexto de la misma filosofía de la religión
desarrollada en El animal divino, conviene insistir en las correspondencias, sin
duda llenas de interés, que ya hemos mencionado, entre las cuestiones
suscitadas en este grupo (3) y las cuestiones tradicionales de la Teología
fundamental católica o de su filosofía de la religión.
167
Por lo que concierne a la Teología fundamental: cabría referirse a las
cuestiones que tienen que ver con las relaciones entre la Teología natural
(Preambula fidei) y la Teología positiva (en torno a estas relaciones gira el
Escolio 1 de la segunda edición de El animal divino).
168
El animal divino entendía, como contenido ineludible de una filosofía de la
religión, el reconocimiento «racional» (es decir, no fundado simplemente en la
«revelación» de la propia autoridad revelante que se presentaba como
verdadera) de la verdad de la religión, entendiendo por verdad, ante todo, la
fundamentación de los contenidos positivos de las religiones, en la medida en la
cual ellos nos ponían, directa o indirectamente, delante de la realidad de los
númenes personales.
Sin embargo sería injusto imputarle una total ausencia de rigor en este
punto, confundiendo la indeterminación, o la indistinción, con la oscuridad o falta
total de claridad. Porque la Idea de verdad que él necesitaba en el proceso de
construcción de su modelo tenía un alcance muy claro, aunque fuera negativo:
«Verdad» de la religión equivalía a negación de las teorías alucinatorias o
subjetivas, animistas (en el sentido del Tylor de Puente Ojea) de los númenes
(los dioses no existen, son alucinaciones, o meras vivencias subjetivas o
proyecciones de animas, o alegoría de seres impersonales tales como el Sol o
el volcán). La verdad que El animal divino postulaba era la implicación en la
realidad extrasubjetiva, extrahumana, de los númenes (frente a las pretensiones
de las teorías animistas, del psicologismo o del babilonismo). Y ponía esta
realidad en los animales numinosos.
Sin duda, la verdad que pudiera serles reconocida a estas otras formas de
religión habría de derivar de la verdad originaria (lo que a su vez implicaba un
curso de transformaciones de unas formas de religiosidad en otras). De hecho, El
animal divino reconocía también otras modulaciones de la Idea de verdad,
partiendo del supuesto de una verdad originaria: por ejemplo, una verdad
negativa, en sentido dialéctico, como negación de un error o de una falsa
conciencia previa. Incluso una verdad perceptual (fenomenológica) o una verdad
pragmática.
169
comillas, refiriéndose a los animales? ¿No estábamos practicando un simple
proceso de antropomorfización de los animales linneanos y, por tanto, un
proceso de proyección sobre ellos del eje circular? ¿Cómo es posible afirmar
que existen «númenes animales» ahí fuera (fuera del círculo de los hombres)?
En la fórmula, muy explícita, de Alfonso Tresguerres: ¿los animales, son
númenes reales y, por ello, al mismo tiempo, los animales son realmente
númenes?
170
Dicho de otro modo, en los términos del espacio antropológico: el fetichismo
no sería un fenómeno irradiado de las figuras angulares, sino un fenómeno
radial.
Una cuestión ontológica que podía formularse de este modo: ¿qué tienen
de común los númenes, los santos y los fetiches? ¿Qué tipo de «koinonia» los
relaciona? ¿Mantienen relaciones pacíficas o polémicas? Todos ellos puede
acogerse a la categoría de lo sagrado (según se intenta justificar en el ensayo
citado). Pero la cuestión abierta es si lo sagrado, que no es un unívoco (respecto
de sus especies: fetiches, santos y númenes) sino un análogo, es un análogo de
proporcionalidad (y en este caso, ¿cómo estos valores se formaron en cada eje?)
o bien si es un análogo de atribución. Y en este caso, ¿qué tipo de valores han
de ser elegidos como analogados principales? ¿Deberían todos los valores de lo
sagrado reducirse a los valores irradiados de los númenes, o a los que irradian
de los fetiches, o a los que irradian de los santos?
171
filosofía de la religión materialista atribuye a los númenes, orden que justificaría
la denominación de filosofía de lo sagrado?
III
En esta sección III nos proponemos indicar las líneas de desarrollo más
importantes que el propio debate habría ya, en general, iniciado, sometiéndose
siempre a ulteriores confrontaciones y rectificaciones. El hecho de que en esta
sección III figuren precisamente confrontaciones y rectificaciones de algunas
líneas que a lo largo del debate parecían orientarse a imprimir «un cambio de
rumbo» al proyecto originario de El animal divino no significa que las
«rectificaciones de las rectificaciones» no reconozcan que ellas sólo han sido
posibles gracias a las primeras rectificaciones, que siempre podrían
considerarse como un «experimento» que habría de verse siempre como
reproducible, aún a título de «ensayo dialéctico», aunque fuera para ser, a su
vez, rectificado.
1. Señalaremos solo un punto del debate, si bien central: ¿cómo traducir las
rectificaciones propuestas por David Alvargonzález a términos del dialelo, al
menos cuando los referimos al eje angular?
172
beneficio de un espacio plano, con dos ejes: circular y radial. Al eje circular se
adscribirían ahora las relaciones e interacciones entre individuos, grupos,
personas humanas; al eje radial se adscribirían las relaciones e interacciones de
los animales «desde una perspectiva etológica», es decir, al margen de su
aparición como animales numinosos.
Por ello insiste una y otra vez en la antigüedad de los teriántropos: no trata
sólo de constatar su presencia en las religiones primarias –lo que ya había sido
constatado en El animal divino a propósito de la figura de Trois-Frères– sino que
trata de reivindicar los teriántropos como las más antiguas reliquias del arte
parietal, juntamente con la defensa de la existencia de una cultura compleja
anterior al Paleolítico superior (lanzas de madera de Schöningen, 400.000 años
antes de Cristo, &c.). La insistencia en la defensa de la antigüedad de estos
173
contenidos culturales tiene seguramente por objeto reforzar la idea de una
sociedad prepaleolítica ya organizada (eje circular y radial) y, por tanto, capaz
de desplegar una actividad mitológica de proyección o composición de
componentes circulares en «animales etológicos» (radiales): «Los númenes son
reales en cuanto que construcciones de la cultura objetiva». Quedaría así muy
debilitado el supuesto (que no es, por cierto, el de El animal divino) de un eje
angular originario, insinuado en la «religión natural» prepaleolítica.
174
que «en sí mismos» los animales no fuesen númenes; añadiendo de paso la
crítica al sustancialismo de la «existencia en sí» («animales en sí mismos»,
«cosas rojas en sí mismas»), en nombre de la concepción de la existencia como
coexistencia (los animales –ciertos animales– en su coexistencia con los
hombres primitivos, son realmente númenes precisamente porque son númenes
reales: la disyuntiva entre los animales realmente numinosos y los númenes
animales reales puede considerarse como una disyuntiva aparente, cuando
introducimos la idea de la coexistencia). Y en cualquier caso, la analogía entre
el color rojo y la numinosidad se detiene ahí, pero «a favor», cuanto a su realidad,
de la numinosidad; porque mientras que el color rojo permanece como tal
«pasivamente», diríamos, en el objeto apotético, la numinosidad la suponemos
asociada a un sujeto que nos acecha, nos ataca y pone en peligro nuestra vida.
Ahora bien, un eje no tiene por qué concebirse como separable de los
demás, como si la separabilidad fuese condición de su realidad. La realidad de
cada eje siempre está necesariamente vinculada a la de los demás ejes, aunque
sea disociable de ellos, por la composición sinecoide de las figuras de algunos
con figuras diversas de los demás. Por ello, el eje angular presupone siempre
codeterminación (en alguna de sus figuras, en nuestro caso, las religiosas) con
el eje circular, así como recíprocamente. Y, por ello, la condición de persona
humana (como diremos después) implica la «neutralización» del eje angular (no
su abolición).
175
si alguien dice que Dios habla con él, está esquizofrénico». Quien cree que los
animales-númenes del Paleolítico «hablaban» con los hombres está
esquizofrénico o, por lo menos, estará atribuyendo a los hombres primitivos, si
no la condición de esquizofrénico, sí la condición de una falsa conciencia:
«Especialmente, Bueno no tendría en cuenta que los númenes paleolíticos
tienen componentes ineludibles de falsa conciencia (componentes míticos,
confusiones y oscuridades, cuando se evalúan desde el presente»
(Alvargonzález, pág. 32 del texto original de su conferencia; fragmento que no
aparece en la edición impresa de las Actas).
Ahora bien, según esto, dado que los animales no pueden ser númenes
personales (como debieran serlo si se les considerase como núcleo angular de
la religión), la atribución a ciertos animales de «características propias de los
númenes personales» (Alvargonzález, pág. 8 del original, pág. 217 de las Actas)
sólo podrían ser el resultado de alguna construcción o teoría mitológica (que
implica lenguaje fonético doblemente articulado) y que tendrían al menos alguno
de los siguientes componentes, según Alvargonzález:
5. Por último, en los casos en los que aparece una combinación fantástica
de caracteres morfológicos de varios animales no humanos (los
teriomorfos) o de animales no humanos y humanos (los teriántropos), esta
combinación de rasgos también podría interpretarse como un
componente mítico del núcleo de las religiones del Paleolítico.»
(Alvargonzález, págs. 217-218 de las Actas)
176
Paleolítico. El animal divino se refiere (1ª ed., 1985, pág. 101; 2ª ed., 1996, pág.
105) al «teriántropo dualista» de El Juyo, y en su pág. 113 (en la 2ª ed., pág.
117) al teriántropo, acaso un hechicero, de la cueva de Trois-Frères. Pero la
constatación de estas construcciones o teorías mitológicas no tiene nada que ver
con la tesis que niega la numinosidad real de los animales paleolíticos
involucrados en la religiosidad primaria.
177
se les juzga desde el presente, es decir, desde la Etología actual. Como si la
Etología del presente rechazase de plano características de esta índole a los
animales, y no sólo a ciertos animales.
178
los hombres, de «medir las fuerzas de los hombres», de interpretar muchos de
sus movimientos gestuales o no gestuales (e incluso interpretar gestos humanos
de humillación o de apaciguamiento): todo esto es incompatible con la pretendida
representación que se nos quiere ofrecer de los animales paleolíticos como una
especie de organismos movidos por automatismos reflejos, incapaces de
interpretar la conducta global de los hombres cuya evolución se iba produciendo
en su entorno, y codeterminadamente con ellos. Por la misma razón se reconocía
a los hombres capacidad para interpretar (sin perjuicio de eventuales errores)
conductas de otros animales.
Más aún, también cabe atribuir a los animales, a ciertos animales, una
«personalidad» precisa e individual, susceptible de recibir nombres propios
(Bucéfalo, Laika, Sara, Washoe) –y esto sin necesidad de tener que admitir las
pretensiones de los últimos etólogos firmantes del «Proyecto Gran Simio», ni
menos aún, las de los firmantes de la «Declaración Universal de los Derechos
de los Animales»–.
179
antropológico; un eje angular interespecífico que mantendría intactas sus
diferencias con el eje angular del espacio antropológico, un eje angular etológico,
en el cual, desde luego, no podrían figurar contenidos religiosos, puesto que este
presupone la «plataforma» de un eje circular especificado por su materia. Los
ejes del espacio antropológico no se diferencian, en principio, de los posibles
ejes de un espacio etológico (atribuidos a cada especie zoológica) en cuanto
ejes de un «espacio formal tridimensional», sino por los contenidos materiales
específicos característicos de cada eje; contenidos que no excluyen momentos
genéricos comunes a las diferentes especies.
180
Las cuestiones filosóficas que la persona envuelve tienen que ver
precisamente con la cuestión de la coordinación biunívoca entre el conjunto de
las personas humanas y el conjunto de los individuos humanos (conjunto que
contiene subconjuntos muy anteriores al paleolítico). La persona humana, en
cuanto institución cultural histórica, tiene sus propias características. Si se
quiere, es una convención, una ficción jurídica, considerar a un subnormal
profundo de nacimiento la condición jurídica de persona humana; lo que no
quiere decirse con esto que se hayan resuelto los problemas filosóficos de su
condición de persona. La consideración de persona ha de entenderse, ante todo,
como una norma práctica, porque ofrece criterios prudenciales para tratar esos
casos límite, pero no por ello excepcionales. Y, por supuesto, no cabe, sin
prosopopeya, adjudicar la personalidad a individuos vivientes no humanos, sean
dioses, demonios o animales, sean acaso muchos de nuestros
«contemporáneos primitivos» (a los cuales las normas internacionales,
inspiradas en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, les concede
personalidad a la manera como se la concede, como hemos dicho, a los
subnormales profundos congénitos).
Suponemos, por nuestra parte, que el eje angular del espacio antropológico
es un eje etológico, pero especificado ya como humano (la condición etológica
de un eje no implica que este eje haya de requerir ser pensado siempre como
«momento genérico» zoológico). El eje angular es un eje que está definido para
ser reconocido en un presente histórico. No es un eje prehistórico (en el sentido
estricto) que el desarrollo histórico del hombre hubiera logrado borrar. Todavía
existen hoy animales con los cuales los hombres se comunican como si fueran
personas no humanas. Y una gran porción de la conducta humana del presente
está orientada por las expectativas de mantener comunicación lingüística –no
telepática– con sujetos personales o personiformes no humanos, con animales
no linneanos, extraterrestres, que implican, desde luego, un espacio práctico
dado en el eje angular (y esto sin tener en consideración a las prácticas humanas
181
animistas, el culto a los dioses, a los ángeles o a los demonios, muy vigentes en
el presente).
182
catástasis (tomando este término en general, más que en su especificación
puramente dialéctica) de contenidos «personalistas» procedentes del eje
personal por antonomasia, a saber, del eje circular del espacio antropológico,
con contenidos zoológico-etológicos que todavía no se consideran adscritos a
un eje angular, sino a un eje radial. Los contenidos de este eje circular (o
contenidos circulares) se compondrán por catástasis con los animales
etológicos, y de esta composición resultarían los númenes animales y, con ellos,
un eje angular («viciado», desde el principio, por una «falsa conciencia»). En
palabras de Alvargonzález: «...para que ciertos individuos animales (que son
animales de la Zoología) se conviertan (emic) en númenes personales hace
falta la composición de elementos 'angulares' con elementos 'circulares', hace
falta que los aspectos 'angulares' (etológicos y ecológicos), sin dejar de
actuar, se reorganicen de un modo sui generis al componerse con contenidos
'circulares'» (pág. 16 del original, pág. 224 de las Actas, en las que el resaltado
de los términos en negrita ha desaparecido).
183
oxígeno se componen, para dar lugar al dióxido de carbono, no decimos que el
carbono, por ejemplo, se «proyecte» sobre el oxígeno).
Sin embargo, sí que habría que decir que los componentes personales del
numen animal proceden del eje circular antes que de los propios animales no
humanos. Lo que nos devuelve a una posición muy próxima a la que podría
resultar de una proyección «humanista o psicologista». Joaquín Robles ha visto
con claridad esta conclusión:
184
problema de la incorporación (en una fase de la anamórfosis) al eje angular
etológico humano de los contenidos numinosos.
185
Guinea pudieron integrarse «en la civilización») sino también actualmente, pero
a título incipiente, de acuerdo con los criterios de hominización que utilicemos
(como puedan serlo las relaciones de parentesco elemental o la fabricación de
armas).
186
En cualquier caso, el proceso de inversión antropológica no tiene por qué
ser entendido como un proceso lineal («monogenista»), incluso en el supuesto
de que nos acojamos a la llamada «hipótesis del arca de Noé», defendida en
1993 por Christopher Stringer. La hipótesis poligenista ofrece múltiples variantes
de inversión antropológica (incluso en el supuesto de que todas estas variantes
procedan a su vez de un tronco común) que permitirán interpretar de otro modo
la diversidad de lenguas, costumbres, pero también de contenidos del eje
angular (no en todas las regiones de la Tierra habitan los osos, las serpientes o
los tigres de diente de sable).
187
dicotomía, como proponía Marvin Harris– puesto que la perspectiva etic puede
englobar también en sí a la emic) entonces el análisis del género radical, del eje
angular en este caso, tendrá que ir por otro lado. A saber: separando o
descomponiendo en el eje angular humano etológico los componentes no
numinosos y los componentes numinosos.
188
Estas impresiones son alotéticas, tanto si son físicas (las huellas de la
dentellada) como si son emocionales, y todas ellas nos remiten a los colmillos
del lobo. Pero la «impresión numinosa» causada por el animal no se reduce a
sus efectos en la subjetividad física o emocional del hombre que la recibe. Es
alotética y va referida, como a su causa, con la que mantiene una relación
trascendental (el efecto es ahora inseparable de su causa), al propio animal que
la produce, a sus percepciones y a sus apetitos, a su «personalidad anantrópica»
no humana.
189
conservar su vida y su metódica duda? Acorralado, lo más probable es
que el mismo Descartes reaccionase de modo similar a como reacciona
el cazador acorralado de la película El oso arrodillándose ante Youk, el
oso tremendo, rogándole, pidiéndole perdón e incluso consiguiéndolo.»
(págs. 409-410 de la segunda edición.)
190
al que la Teología dogmática cristiana analizó como identificación (o
«encarnación», mediante la unión hipostática) entre la naturaleza humana
(animal, corpórea) del Hijo de María y el Logos divino (la Segunda Persona de la
Santísima Trinidad), es decir, el dogma teológico del Verbo Encarnado.
3. Cabría decir que Alfonso Tresguerres (en cuanto supone, con El animal
divino, que la religión comienza en la relación con los númenes animales) ha
seguido una vía paralela a la «vía pascaliana», en la interpretación práctica de
las relaciones del eje angular con la numinosidad: «El espacio antropológico no
es tridimensional por sí mismo, sino que comienza a serlo al tiempo que el
hombre comienza a ser un animal religioso» (El Catoblepas, nº 37:14) [supuesta
la tesis de que la condición de animal religioso la adquiere el animal humano en
su enfrentamiento con los númenes animales].
191
Ahora bien, esta interpretación de Tresguerres concuerda, desde luego, con
la tesis de El animal divino cuando se considera desde la perspectiva ontológica
del dialelo, es decir, desde la inversión teológica (que está presente en la
segunda parte de El animal divino). Pero, ¿puede decirse lo mismo cuando se
considera desde la perspectiva gnoseológica del dialelo (presente sobre todo en
la primera parte del libro), es decir, desde la perspectiva de la «encarnación»
que estamos asumiendo ahora?
192
etnólogos, los antropólogos o los filólogos (Ferguson, Lubbock, Murray, Tarde,
Wilamowitz, Reinach, &c.) no hubieran reparado en la «abundante fauna»
presente en las religiones de los hombres primitivos o de los paganos; pero sí
quiere decir que sus constataciones no constituían propiamente una filosofía
materialista de la religión. Más bien, en algunos casos muy raros, una mera
constatación científico positiva (etnográfica, filológica), o bien, en la mayoría de
los casos, una constatación llevada a cabo desde una filosofía espiritualista de
la religión, vinculada con la Teología de las religiones terciarias o con el deísmo
(Motolinia constataba las figuras animales «espantables» de los indios, pero las
interpretaba como efectos de una inspiración diabólica; la interpretación de la
zoolatría como «superstición» propia de salvajes o de hombres primitivos que
«todavía no han logrado elevarse a una idea de Dios más racional» es habitual
entre los antropólogos o filólogos ilustrados, como Robertson Smith, Lubbock o
Murray). Pero las distinciones entre filosofía materialista de la religión y filosofía
espiritualista de la religión, vinculada con frecuencia a la ciencia positiva
(etnológica o filológica) resultaban demasiado sutiles para las entendederas de
tantos críticos que recibieron muy amablemente la publicación de El animal
divino como una simple reexposición, en algunos casos como un plagio, de las
antiguas teorías del zoolatrismo o del totemismo (a pesar de que la cuestión está
ya planteada en el libro, pág. 182 y siguientes).
193
Pero tampoco este reconocimiento (interpretado a la luz de la filosofía
materialista) implica establecer una oposición irreversible a la «vía pascaliana»
de la que acabamos de hablar. En efecto, el proceso de la encarnación sólo a
medias (es decir, «empezando el Credo por Poncio Pilatos») podría entenderse
como el proceso extrínseco reducible a mera proyección de los númenes
secundarios (incorporados también a las religiones terciarias) a los animales
linneanos del Paleolítico; puesto que si los númenes secundarios y terciarios se
suponían a su vez derivados de los animales numinosos primarios, la «vía no
pascaliana» de la encarnación podría comenzar a aparecer como un «segmento
semicircular» de la vía pascaliana que avanzaba por el semicírculo de sentido
opuesto.
Todo lo cual equivale a decir que si no hubiera sido por las «experiencias de
lo sagrado» recogidas por la filosofía en las religiones positivas secundarias y
terciarias, no podríamos haber recuperado la numinosidad de los animales
primarios (y por tanto, que sería absurdo tratar de imaginar su aparición
construyendo un escenario en tercera persona en el que unos supuestos
hombres primitivos se encuentran con unos animales puramente zoológicos o
etológicos, en todo caso no numinosos). Porque una tal numinosidad, en la
«época de la filosofía», solamente podría conservarse en las religiones positivas
(secundarias y terciarias), por ejemplo, en la forma de animales divinos
presentes aún en las religiones: Leviatán, el Becerro de oro, los Angeles alados,
incluso los mismos númenes antropomorfos (para citar los más corrientes:
Cibeles como «señora de los animales», Orfeo como «amansador de las fieras»,
Dios como Dragón que se le aparece a Lutero, Satán en la figura del macho
cabrío).
194
esqueletos, una capacidad de aterrorizar a los hombres del temple de Gonzalo
Fernández de Oviedo o de Fray Toribio de Benavente, Motolinia: «Tenían
asimismo [los indios de la Nueva España] unas casas o templos del demonio,
redondos, unos grandes y otros menores, según eran los pueblos, la boca, hecha
como de infierno, y en ella pintada la boca de una temerosa sierpe [Quetzalcoatl]
con terribles colmillos y dientes y en algunos de estos los colmillos eran de bulto,
que verlo y entrar dentro ponía gran temor y grima; en especial, el infierno que
estaba en México, que parecía trasladado del verdadero infierno.» (cita tomada
de El animal divino, segunda edición, pág. 259.)
195
saberes científicos y etológicos del presente, no precisamente ofreciendo «otros
saberes positivos sobreañadidos», sino el «saber negativo» de que la «Etología
del presente» no agota su campo y que, por tanto, los animales, además de ser
contenidos del campo categorial etológico, son también contenidos de un mundo
que desborda ese campo categorial, un mundo que a su vez es desbordado por
la Materia ontológico general.
Esto llevaba a determinar, ante todo, en qué tipo, etapa o clase de religiones
habría que poner el primer analogado de la verdad. Las filosofías espiritualistas
de la religión se inclinaban a tomar, como primer analogado de las religiones, a
algún modelo de religiones terciarias, considerando a las primarias y secundarias
como religiones aún en evolución, erróneas o falsas: así Lubbock o Robertson
Smith; y también Wilhelm Schmidt, defendiendo la verdad de las religiones
primitivas en el supuesto de que ellas habrían ya desarrollado la misma Idea de
Dios que Santo Tomás alcanzó mediante sus cinco vías; sólo que las religiones
primitivas de Schmidt y su escuela no eran otra cosa sino construcciones
etnológicas «con asterisco».
196
El animal divino se orientó, en el momento de determinar el lugar del «primer
analogado» de la verdad religiosa, hacia las religiones primarias, hacia las
religiones de los animales numinosos. La verdad de estas religiones primarias
debería comunicarse, por atribución, a las religiones secundarias y terciarias, lo
que implicaría modulaciones diversas de la propia idea de verdad. Hay que
agradecer a David Alvargonzález el que haya movilizado diversos modelos de
verdad que no habían sido aún delimitados en El animal divino pero sí publicados
en el libro Televisión: apariencia y verdad, que apareció cuatro años después de
la segunda edición de aquel; asimismo hay que agradecerle que «movilizase»
una distinción que figuraba en La metafísica presocrática, la distinción entre
perspectivas metalépticas y analépticas, advirtiendo las implicaciones que esta
distinción encerraba en orden al análisis de la verdad de las religiones.
2. La verdad primer analogado que ofrece El animal divino tiene una claridad
que es, como hemos dicho, propiamente negativa: los animales numinosos son
verdaderos (reales) en el sentido principal de que ellos no son alucinaciones o
ilusiones subjetivas. Pero la claridad negativa de este sentido de la verdad sigue
siendo indeterminado. Por de pronto puede interpretarse como una verdad de
carácter histórico, analéptico, como pudiera serlo la verdad de otras instituciones
culturales, tales como la magia, «instituciones culturales que no podrían ser
despachadas, sin más, como simples alucinaciones psicológicas o
farmacológicas» (pág. 233 de las Actas). Es también una verdad emic, reconoce
Alvargonzález: «los grupos humanos del Paleolítico saben que los animales
reales no son alucinaciones y se representan algunos de ellos como númenes
personales» (pág. 234), aunque añadiendo en un paréntesis el siguiente
comentario: «que tienen capacidad verbal, que son portadores de valores
morales y de rasgos de personalidad humanos, &c.». Comentario que, por lo
demás, ya no tiene nada que ver con las tesis de El animal divino, que reconocía
una conducta lingüística pero no verbal a los animales, a quienes tampoco
atribuía valores morales (normativos), ni menos aún rasgos de personalidad
antrópica: los rasgos personiformes que se atribuían a los animales implicaban
la tesis previa de la posibilidad de personas anantrópicas. Además, El animal
divino, como dijimos arriba, no solamente reconocía un sentido emic a la verdad
primaria, sino un sentido etic. En efecto, además de esta modulación emic de la
verdadera religión primaria requería la modulación etic que, en este caso, se
ofrece como involucrada en la modulación emic en virtud de un peculiar
argumento ontológico ya consabido; lo que ha sido visto con claridad por Joaquín
Robles:
197
terciaria no es originaria ni verdadera no quiere decir que carezca de
validez para aplicarse a la verdadera religión primaria originaria. Porque
ambas cosas están conectadas: la falsedad de la idea de un dios terciario
infinito no está demostrada aquí por Bueno mediante argumentaciones
sobre las contradicciones internas de las partes formales de la Idea misma
(perspectiva teológica) sino por relación a la necesidad de contar con un
fulcro de verdad realmente existente y no imaginario (ni tampoco infinito)
que permita hablar de verdadera religión (perspectiva de la antropología
filosófica materialista).» (Robles, El Catoblepas, nº 41:13.)
198
Pero si cabe hablar de filosofía de la religión es porque su involucración con
el despliegue del hombre en el universo, y en el mismo hombre del presente,
tiene mucha mayor profundidad de la que corresponde a una simple «cantidad
despreciable». Y esta profundidad sólo puede ser reconocida, en el
materialismo, si se admite la realidad pretérita, pero también presente, de
entidades personales o personiformes no humanas que pueden rodear a los
hombres en el universo, ya sea en forma de animales linneanos reales, ya sea
en la forma de animales no linneanos posibles. Sólo si se admite la realidad de
entidades personales o personiformes que rodean al hombre y que impiden a
este concluir (con los cartesianos radicales) que «el hombre está sólo en el
Universo» (precisamente la situación que aterraba a Pascal: «me aterran los
cielos despoblados por completo de espíritus») la religión deja de ser una
cantidad despreciable y comienza a constituir una «dimensión trascendental» de
la humanidad, materia de la reflexión filosófica, y no propiamente de la reflexión
científica, psicológica, fisiológica o sociológica. No debe confundirse la posición
del materialismo filosófico rechazando sin concesiones la posibilidad misma de
un Dios monoteísta con la posición del materialismo filosófico admitiendo la
posibilidad de entidades finitas personales no humanas. En esta confusión se
movían continuamente las posiciones de Gonzalo Puente Ojea, cuando atribuía
al materialismo filosófico la condición de una ontoteología.
199
El fundamento de esta identidad real habrá que ponerlo en el hecho de que
es el animal numinoso, como tal, aquello que existe –coexiste– enfrentado a los
hombres (a los que «mide», acecha, estudia y reduce a la condición de objetivo
fundamental de su conducta); a los hombres que los resisten y aprecian su
numinosidad, no sólo a título de sentimiento o pasión subjetiva (producida por él
en el ánimo de los hombres) sino a título de acción del propio animal real y de
reacción sui generis (de humillación-enfrentamiento) de los hombres. Un animal
que, en esa su coexistencia con unos hombres capaces de percibirlo como
terrible, de adularlo humillándose ante él, ejercita su realidad de dominador;
incluso de fascinador efectivo de unos hombres a los que él mismo puede
reconocer, por vía de ejercicio, como «presas». De este modo éstos animales
dejarán de ser «númenes ilusorios» ante los animales humanos. No serán
animales percibidos en tercera persona (etológicamente) que reciben de los
hombres predicados «personales» emanados de los propios hombres, y
compuestos con los rasgos animales percibidos en tercera persona, o
proyectados sobre ellos. Serán los propios animales quienes proyectan sobre los
hombres esos predicados característicos de una personalidad movida por fines
que envuelve a los mismos hombres que tratan de resistirla «en primera
persona». Es en esta relación real práctica en la que los animales pueden
comenzar también a ser númenes reales.
Aquello que los hombres pueden captar en los animales que les aparecen
extraños (exteriores a su «concavidad», con extrañeza fascinante o terrible que
de ninguna manera podemos reducir a la condición de una impresión subjetiva
emic), es precisamente su presencia alotética como «voluntad» envolvente. La
voluntad de atraparles, de devorarles, como si fueran personas, pero
enteramente distintas de ellos. Una voluntad necesariamente exterior, asignada
a animal (Descartes, como hemos dicho, no podría reducir a la condición de un
«contenido de su cogito» al oso real que se le hubiera aparecido en actitud
amenazante): esa voluntad en pleno ejercicio es la fuente de su numinosidad.
Que obviamente, aunque sólo pueda conformarse cuando es percibida desde
una «concavidad» humana en proceso de cristalización en un eje circular,
200
precisamente no pertenece a ese eje circular, sino al animal que se hace
presente ante él. La numinosidad percibida en el animal implica esa concavidad
del «nosotros». Pero no serán los «contenidos cóncavos personales» los que se
proyectan o se componen con ciertos animales exteriores, sino que
precisamente los contenidos no humanos personiformes percibidos, desde la
semejanza genérica de fondo, situación que precisamente estaría representada
en las figuras teriantrópicas. Un teriántropo no tiene por qué interpretarse como
un hombre originario, percibido junto con la figura de un animal, porque también
puede interpretarse como una figura animal percibida como participante ella
misma de los rasgos personales comunes con los hombres.
Serían entonces estas figuras teriantrópicas las que corroborarían –en lugar
de dificultarla– la tesis de la verdad objetiva del núcleo angular (siempre dado en
función del eje circular). Cuando la relación objetiva de dependencia o de
dominio cese, la numinosidad se eclipsará o desaparecerá, como va
desapareciendo el color rojo de una manzana a medida que se amortigua la luz
que la ilumina; sin olvidar que la luz puede reaparecer.
201
imaginarios de las religiones egipcias, chinas, aztecas, &c., no serían meras
«creaciones mitopoiéticas» segregadas por la fantasía humana, o morfologías
alucinatorias producidas por drogas; sino que estarán inspiradas en animales
primarios reales, «experimentados» retrospectivamente por los «creyentes
secundarios». La verdad de las religiones secundarias no habrá que cifrarla,
según esto, en aquello que éstas «niegan» a las primarias (la realidad de los
animales numinosos) sino en aquello que conservan de las primarias: las
«figuras espantables» o «misteriosas» de ciertos animales.
202
Ante todo, remitimos a la ponencia citada del congreso de León («Los
valores de lo sagrado: númenes, fetiches y santos») para justificar la utilización
del término «sagrado» con un alcance que desbordando los estrictos valores o
contenidos religiosos centrados en torno a los númenes, se hace capaz de cubrir
a los fetiches y a los santos.
203
Final
Sobre el desbordamiento
de la inmanencia del Espacio antropológico
Tan solo me permitiría insistir en una idea que ya ha sido expuesta en las
páginas anteriores (y que seguramente está obrando en la ponencia de Patricio
Peñalver): que la consideración de lo sagrado, en general, y de lo numinoso, en
especial, no parece excluir, desde una perspectiva materialista, su capacidad de
desbordamiento de la inmanencia mundana del espacio antropológico y, en
particular, de las ciencias etológicas o antropológicas. Por mi parte añadiendo
siempre que este desbordamiento se interprete antes en la línea de la crítica
materialista a las pretensiones de «inmanencia cerrada autoexplicativa» de las
204
técnicas y las ciencias mundanas, que en la línea de las expectativas de
revelaciones procedentes de «realidades trascendentes».
205
Las ideologías armonistas del presente (1)
Gustavo Bueno
206
decadentes y poco competitivas industrias textiles de los países
burgueses están llamadas a reconvertirse o desaparecer, una vez que la
libertad del mercado determina que los consumidores prefieran los
productos chinos, mejores y más baratos, aunque no estén elaborados
por trabajadores aburguesados que ya no son compatibles con la realidad
económica mundial. Fuertes presiones desde los países capitalistas, que
no dudan en invadir China con sus fábricas y productos, pero que quieren
a la vez proteger sus industrias, determinaron el 20 de mayo de 2005 el
anuncio de China de frenar su exportación textil mediante la subida de
hasta el 400% en las tarifas a la exportación de 74 categorías de
productos textiles a partir del 1 de junio. Pero sólo diez días después
China rectificó esa medida vergonzante, y retiró los impuestos a la
exportación de 81 tipos de textiles. Y la 'invasión' del textil chino sólo es
uno de los sectores donde la República Popular China es más
competitiva...»
Más bien parece, dada la magnitud del potencial industrial y comercial chino,
no sólo durante estos años sino en las próximas décadas, que este «desajuste
episódico» puede también interpretarse como indicio de desajustes estructurales
y no sólo episódicos (o coyunturales) de mucho más fondo.
Lo que es tanto como decir que los episodios comerciales que están
teniendo lugar en este año 2005 (por ejemplo, últimamente, los 6 millones de
prendas chinas exportadas y ya pagadas, pero bloqueadas en agosto en algunos
puertos españoles, y los 75 millones de prendas chinas bloqueadas en otros
puertos de la UE; las acusaciones en 29 de agosto pasado del ministro español
Montilla a los importadores, grandes cadenas de distribución, que obrando de
mala fe intentarían adelantarse a las restricciones de Bruselas orientadas a
207
implantar un sistema de cuotas a fin de frenar «la invasión textil china») requieren
un análisis muy diversificado y prolijo.
208
mundial, aún dentro de los principios del armonismo, derivada de su confianza
en la superior potencialidad de China y de su componente comunista en el
Mundo. En este caso, las declaraciones de Jiang Zemin ya no serían tanto una
revelación imprudente de supuestos proyectos de mala fe, sino sencillamente
pura ingenuidad (por difícil que sea reconocer ingenuidad en un dirigente chino).
209
Las ideologías armonistas del presente (y 2)
Gustavo Bueno
Parece justificado esperar que del análisis de los argumentos utilizados por
las partes enfrentadas en el diálogo democrático entre los socios de la OMC, y
particularmente entre los orientales (coreanos, hindúes, japoneses, pero sobre
todo chinos) y los occidentales (europeos y estadounidenses), así como entre
los occidentales católicos y protestantes entre sí, pueden obtenerse importantes
precisiones sobre el funcionamiento de la ideología armonista, así como también
sobre el papel y alcance del diálogo democrático inmerso él mismo en esta
ideología o filosofía armonista.
211
Tendría un gran interés comparar en detalle el comportamiento diferencial
de la ideología (o filosofía) armonista con las llamadas izquierdas y con la
derecha. Y aunque en nuestros días las diferencias son en la práctica casi nulas,
sin embargo son algunas corrientes de la «izquierda transformadora», que han
asumido los principios del capitalismo en su forma de socialdemocracia, las que
más se distinguen por la reivindicación del armonismo, y del optimismo, que
oponen al «pesimismo» catastrofista que atribuyen a la derecha.
212
El segundo es un grupo de principios prácticos que giran en torno a un
postulado sobre una esencia del Género humano, como final o telos en el que
habrán de confluir «solidariamente» las políticas reales de todos los pueblos de
la Tierra, unos pueblos unidos, federados o confederados, o acaso ni siquiera
con fronteras (como cantaba no ya un poeta, sino el Secretario General de la
organización de todos los países con fronteras), en la Paz perpetua y en la
Amistad universal. Desde la supuesta perspectiva de este postulado práctico los
fines particulares de cada pueblo (China, Alemania, Francia... España; o bien
Cataluña, Galicia, Portugal) habrán de quedar anegados en el «océano de la
Humanidad». Pi y Margall, el padre del federalismo español, expresó esta
filosofía en una frase lapidaria: «Somos y seguiremos siendo, antes que
españoles, hombres.»
Y como toda frase lapidaria, los contenidos que la frase de Pi Margall niega
eran tan importantes como los contenidos que afirmaba; y, en todo caso, eran
los contenidos negados los que conferían novedad y «dramatismo» a los, por sí
mismos insulsos o metafísicos contenidos afirmados. En la fórmula de Pi Margall
lo que se negaba era, en el fondo, la primacía de España frente a Cataluña.
Dicho al modo de Ranke, cuando hablemos de Cataluña estaremos «tan cerca
de la Humanidad» (de Dios, decía Ranke) como cuando hablemos de España o
de Castilla. Y, sin embargo, el sentido de los contenidos negativos de la fórmula
lapidaria –que pueden tener algún sentido desde una perspectiva ética– se
pierde por completo desde la perspectiva histórica y política de este Género
humano. Puesto que, en la Historia universal, que es Historia política sobre todo,
ya no puede pretender tener el mismo significado Cataluña, el Bierzo, el País
Vasco, que España. Porque si Cataluña, el Bierzo o el País Vasco tienen
presencia, no ya en la antropología, sino en la Historia universal y política, es
sólo a través de España. Desde esta perspectiva histórico universal habría que
sustituir la frase lapidaria de Pi Margall por esta otra: «Somos y seguiremos
siendo antes que catalanes, vascos o bercianos, españoles.»
213
9
Ahora bien, ¿qué tiene que ver el ser humano –el Género humano– con los
problemas del libre cambio? Por de pronto, lo que tiene que ver el módulo del
producto con un término particular: la invocación al Género humano, al ser
humano, tiene aquí como efecto la evidencia de que hay que volver a la política
real de España, o de la Comunidad Valenciana, es decir, a las relaciones
comerciales entre España (y dentro de ella la Comunidad Valenciana) y la
República Popular China, en cuanto magnitudes de gran alcance («mega-
cosas», dice el alto funcionario) dadas en la globalidad, que pueden poner en
peligro las instituciones particulares, pero reales. Es evidente que si nos
214
mantuviésemos en el Género humano como una multiplicidad de personas
iguales, comercialmente hablando, el concepto de librecambio desaparecería,
puesto que desaparecería también el mismo concepto de cambio. Como decía
Marx: nadie cambia chaquetas por chaquetas.
215
(ahora China) a la unidad modular capaz de reproducir la misma particularidad
de referencia.
216
cosa sino aliviar su agonía, a la vez que encuentran en esta su loable misión
humanitaria la fuente de recursos imprescindibles para su propia subsistencia.
Pero todas las ONGs del mundo no podrían sacar a flote, mediante distribuciones
regulares y constantes de bienes de primera necesidad, a las sociedades
subdesarrolladas. Ya lo dijo el Presidente Mao: «Hay que enseñarles a pescar,
no darles el pez.»
217
10
218
los contenidos fundamentales de la teoría de Deng Xiaoping como base de la
política china del siglo XXI comprenden: persistir en la línea ideológica de buscar
la verdad en los hechos y el principio de independencia y autodecisión, la
conclusión científica de la etapa primera del socialismo, afirmar que la reforma
es una revolución y que la apertura forma parte de las condiciones
indispensables para la reforma y la construcción. La relación entre la «estrategia
del desarrollo en tres pasos», el enriquecimiento de algunos primeramente y una
vida holgada común en la política de un país con dos sistemas « promueve la
grandiosa obra de la reunificación de la Patria».
219
Sí, en tanto que los nuevos planteamientos ya no se harán «desde el Género
humano», todavía inexistente como sujeto político, como se hacían,
ideológicamente al menos, en la doctrina leninista de la revolución universal («si
la Revolución rusa de octubre fracasa en Alemania, en Hungría, &c., la
revolución comunista habrá fracasado también»). Los planteamientos
revolucionarios se harán no desde el «Género humano», sino «desde la
República Popular China», ya bien consolidada. Diríamos: el producto del
Genero humano por la República Popular China es la República Popular China.
El destino del Género humano pasa por el destino de China. Esto es lo que
algunos analistas occidentales perciben como «sustitución del comunismo por el
nacionalismo chino» (una Nación en la que los chinos de la etnia Han
representan más del 90%).
220
En efecto, el pensamiento de la Triple Representación encierra la novedad
de añadir a la tradición de la doble representación de obreros y campesinos, en
el Comité Central del PCH, la representación de los grandes capitalistas
millonarios que han surgido en la República Popular China durante las últimas
décadas.
Sin embargo, el frustrado intento chino podría interpretarse más que desde
una perspectiva de «expansión exterior», desde la perspectiva de la acumulación
interior de reservas estratégicas de petróleo, orientada a lo que Jiang, en 2005,
llama «estrategia del desarrollo integral de China con la dirección del programa
de modernización de China» y con el tipo de China que está emergiendo como
potencia mundial y, en última instancia, para que China pueda ser un líder
responsable del medio ambiente mundial. Lo cierto es que China, desde que en
1993 pasó a ser importador neto de petróleo (en el año 2000, 1'9 mbd, ha llegado
en 2004 a alcanzar importaciones brutas de petróleo –crudo y productos
petrolíferos– que ascendieron a 3'4 mbd; se prevén 4 mbd para 2005, 7 mbd
para 2020, y 11 mbd para 2030).
221
Ahora bien: los proyectos chinos de importación de petróleo, ¿están
concebidos desde la perspectiva del incremento de reservas estratégicas o
sencillamente están calculados en función de las necesidades perentorias
derivadas de los programas de expansión interna china (presa de las Tres
Gargantas –comenzada en 1994, y que pretende acabarse en 2015–,
incremento del parque de automóviles, de 20 millones de unidades en 2004 a
130 millones en 2020)?
Por ello tampoco puede decirse, nos parece, que los planes de China estén
orientados a mantener al pueblo chino encerrado en sus murallas y,
principalmente, en la muralla de su idioma. La perspectiva del género humano
sigue presente; pero en la forma modular de un imperialismo chino sui
generis,que no tendrá ya un signo centrífugo (como lo tuvo el imperio soviético,
y antes aún el imperio hispánico) sino un signo centrípeto, como lo tuvo ya el
imperio romano, hasta Constantino.
222
el centro de un torbellino global, en torno al cual se verían obligados a girar todos
los demás pueblos del mundo (aquellos pueblos que los romanos llamaban
«bárbaros»).
223
«Pensamiento Alicia»
(sobre la «Alianza de las Civilizaciones»)
Gustavo Bueno
Se intenta en este rasguño identificar, antes por su forma que por su contenido, un tipo de
pensamiento (centrado en torno a las relaciones humanas),
que denominamos «pensamiento Alicia» (en recuerdo del personaje
de Lewis Carroll) y una de cuyas realizaciones sería el proyecto
de una «Alianza de las Civilizaciones»
224
por ejemplo la reflexión puede versar sobre las consecuencias que tendrán para
el abastecimiento del pescado las huelgas de transportes.
225
por procedimientos literarios «inmanentes» (una utopía no contiene
informaciones sobre los caminos o medios que hay que seguir para alcanzar la
sociedad descrita por ella). El autor o el lector de utopías podrá creer o no creer
en la posibilidad o en la existencia de esas sociedades futuras, generalmente
pacíficas y felices; pero sabe que estas «sociedades» no son de este mundo, y
en todo momento conoce las distancias que separan a la utopía de su realidad.
226
credos de los otros. «Esta es la casa de todos, sin diferencias, de los ricos y de
los pobres, de los países con historia y de los que apenas tienen, de los que
creen en Dios, o en varios dioses, y de los que no creen. Fue en esta sala –dice
el Pensador (Rodríguez Zapatero)– donde tuve la certeza de lo necesario que
resulta la Alianza de las Civilizaciones.» De este modo cristalizó, según informe
de su autor a la citada revista femenina, lo que ahora llamamos «Pensamiento
Zapatero».
Pero la Alianza de las Civilizaciones está ahí al lado. Bastará que una
Asamblea de las Naciones Unidas –cuyo Secretario General, como hemos dicho,
ha aceptado el Pensamiento Zapatero– decida reflexionar sobre el asunto para
que los caminos hacia la Alianza de las Civilizaciones queden despejados. De
hecho la ONU ya ha creado el GAN (Grupo de Alto Nivel) con quince miembros
de dieciséis países, y del cual forman parte los pensadores que ya hemos citado
y muy principalmente: el ex director general de la Unesco y actual presidente de
la Fundación Cultura de Paz, Sr. Mayor Zaragoza, cuyos pensamientos sobre la
Cultura y sobre la Paz Perpetua demostraron ya, desde hace años, su gran
disposición para cultivar el tipo de Pensamiento Alicia.
227
mundo en el que vive su autor. Por ejemplo, porque se supone que el mundo
imaginado es el mismo mundo real, su otra cara ya existente y accesible
mediante adecuados actos de voluntad.
228
con los Dioses, como el Ser de Parménides era incompatible con la multiplicidad
de los entes (y, por ello, Meliso de Samos dedujo que el Ser único de Parménides
debía ser también infinito). Es importante constatar, en relación con este punto,
que el Pensamiento Zapatero, tal como se expresaba en la revista Marie
Claire antes citada, no advierte a efectos prácticos, la menor diferencia entre
Dios, en singular y dioses en plural: «Esta es la casa de todos, sin diferencias...
de los que creen en Dios, o en varios dioses, y de los que no creen.» Y el
pensamiento Zapatero no se da cuenta de que esta equiparación no puede
hacerse «desde fuera» de la enumeración (monoteístas, politeístas, ateos), y
que sólo desde el ateísmo cabe borrar las diferencias, desde determinada
perspectiva, entre politeísmo y monoteísmo. Pero tales diferencias no pueden
considerarse borradas en una sociedad en la que el noventa por ciento de la
población se confiesa teísta; menos aún en una sociedad monoteísta que
considera blasfemo al politeísmo, como lo consideraron los musulmanes que
entraron en la Península Ibérica en el siglo VIII, por no hablar de los que siguen
entrando en el siglo XXI. Es bien sabido que los musulmanes han considerado
tradicionalmente blasfemos a los cristianos que creen en el Dogma de la
Santísima Trinidad, que ellos ven como una creencia descaradamente politeísta.
Según esto, suponer que es «indiferente», para conseguir la concordia universal,
ser monoteísta, politeísta o ateo, es pedir el principio, es suponer que a los
creyentes cuando se sumergen en el océano del Género humano les da lo
mismo una cosa u otra, lo que equivale a suponer que no creen: pero esto es lo
que se trata de demostrar. Y no entramos en la paradoja del «monoteísmo
pluralista», en la paradoja del monoteísmo que se manifiesta a propósito de las
tres religiones monoteístas en torno a la cual gira el drama (Nathan el Sabio), de
Lessing (cuya lectura recomendamos al Sr. Zapatero, así como al señor Kofi
Annan, al Sr. Moratinos y al Sr. Mayor Zaragoza). Pero el irenismo de Lessing,
en cuanto racionalista, implicaba la demolición de cada una de las tres religiones
positivas, de sus dogmas, sacramentos, sacerdotes, imanes o rabinos, incluso
de los templos; es decir, desde un punto de vista práctico, reproducía e
intensificaba los conflictos sociales y eclesiásticos entre las tres religiones del
Libro, en lugar de atenuarlos.
229
decían los antropólogos clásicos (Morgan, Tylor, Lubbock), un salvaje o un
bárbaro.
230
Y aquí es en donde otra vez podemos ver en acción al Pensamiento Alicia.
¿No han advertido los pensadores de la Alianza de las Civilizaciones que cuando
civilización se utiliza en plural (civilizaciones) entonces la idea alcanza un
significado enteramente diferente, sobre todo desde el punto de vista práctico,
que cuando se utiliza en singular? ¿No se han dado cuenta estos «pensadores
Alicia» de que se trata de otra idea?
Ahora habrá que dejar de lado conceptos tales como el del «hombre adulto
y civilizado», que durante décadas fue utilizado por antropólogos y psicólogos,
en la época en la que se razonaba desde la idea de una civilización universal (en
esta línea los historiadores escribían obras como la que escribió Don Emilio
Castelar, titulada La civilización en los cinco primeros siglos del cristianismo). Al
reconocer civilizaciones o culturas múltiples, y todas en pie de igualdad («todas
las culturas o civilizaciones son iguales en dignidad» y «salvaje es el que llama
a otro salvaje») el concepto de «hombre adulto y civilizado» pierde su significado,
si no se especifica la civilización o la cultura con respecto a la cual es adulto y
civilizado (por ejemplo, el «hombre adulto y civilizado» en la civilización árabe,
de la que se ocupaba el libro de Levy Provenzal, La civilización árabe en
España). Y ocurre que acaso el «adulto civilizado» de la Civilización Árabe
resulta ser muy semejante al adolescente analfabeto de la Civilización
Occidental.
231
Pero la «Alianza de Civilizaciones» es un pensamiento disparatado (un
«pensamento Alicia») si las civilizaciones se suponen múltiples. Porque las
civilizaciones de esta multiplicidad, al menos muchas de ellas, aunque no sean
de hecho cosmopolitas, estarán sometidas al ortograma de la idea de civilización
única, cosmopolita. Y tenderán a ser únicas precisamente si las concebimos
como civilizaciones. Esto se debe a que la idea de una civilización universal o
cosmopolita no se agota en su condición de idea especulativa, sin existencia
real. Es una Idea fuerza que actúa como un ortograma en el seno mismo de
algunas culturas particulares, precisamente de aquellas que llamamos
civilizaciones.
232
8
¿Y cómo entender una alianza entre civilizaciones, una de las cuales esté
organizada según el modelo de las democracias parlamentarias, y otra según el
modelo de la dictadura del proletariado? Tampoco tiene sentido una alianza entre
una civilización cristiana (cuyo consustancial proselitismo le obligará, por amor a
los demás hombres, a extender su doctrina y sus sacramentos) y una civilización
islámica (cuyo consustancial proselitismo le obligará a extender la valoración del
dogma de la divinidad de Cristo como una blasfemia). Solo cuando ambas
civilizaciones hubieran perdido la fe proselitista salvadora de sus dogmas y
sacramentos, es decir, cuando hubieran dejado de ser cristiana o musulmana, la
Alianza sería posible; pero ya no sería una alianza entre tales civilizaciones, sino
entre sus cadáveres.
233
de pactar. Pero, ¿quién puede asumir con títulos fundados la representación de
una «civilización» en el momento de tratar de establecer una alianza con otras?
Tiene algún sentido, aunque sea metafórico, suponer con Huntington que
las civilizaciones pueden chocar, pueden entrar en conflicto, a la manera como
pueden chocar dos galaxias. Pero no tiene ningún sentido, salvo en el
Pensamiento Alicia, suponer que las galaxias pueden aliarse mediante una
negociación. Si la idea de una Alianza de Civilizaciones surgió, como parece, ya
fuera en la sede de la ONU, ya fuera paseando por los jardines de la Moncloa,
como contrafigura de la idea del conflicto de civilizaciones, habrá que decir que
esta idea de la «Alianza de las civilizaciones» es una mera ecolalia vacía, un
simple plagio –«decir todo lo contrario de lo que ha dicho un autor es una forma
de plagiarle»–; pero además un plagio de la peor estofa, porque se mantiene en
un puro nivel sintáctico, cuasi infantil, sin el menor apoyo semántico.
10
234
o del carro y los caminos que los incas o los aztecas habían trazado previamente.
Así también la institución del carro de transporte dejó sin función a la institución
de los grupos de porteadores incas o aztecas. Pero nada de esto da pie para
hablar de choque o de alianza de civilizaciones.
11
12
Pero hay algo más. No se trata sólo de un proyecto inocuo y de buena fe,
de un libre ejercicio de «Pensamiento Alicia». Lo que en el terreno literario puede
dar lugar a resultados agradables e inofensivos, el Pensamiento Alicia aplicado
a asuntos de política y economía reales puede ser sumamente peligroso y
ofensivo.
235
a una escala –civilizaciones– inasible por cualquier hombre práctico; encubre,
bajo las fantasiosas ideas de las «civilizaciones», los problemas reales e impide
centrarlos en sus quicios propios. Lo que el Pensamiento Alicia puede tener de
interesante en el terreno literario lo tiene de vergonzoso cuando se aplica a la
política y a la cultura como lo hace el Pensamiento Zapatero.
236
Sobre el análisis filosófico del Quijote
Gustavo Bueno
237
de consideraciones sociológicas, históricas o psicológicas, que pueden ser
interesantes, sin duda, pero que difícilmente pueden considerarse como
filosóficas?
Tiene siempre algún sentido preguntar: «¿Qué dice, o qué puede decir, la
Medicina sobre Don Quijote?» O bien: «¿Qué dice, o qué puede decir, la
Psicología sobre el Quijote? O bien: «¿Qué dice, o qué puede decir, la Historia
sobre el Quijote?»
Pero no tiene ningún sentido preguntar: «¿Qué dice (o qué puede decir) la
Filosofía sobre el Quijote? Porque la Filosofía no puede ser adscrita a alguna
categoría cerrada; ni siquiera cabe referirse a «la Filosofía» como si se tratase
de un sistema sobreentendido de ideas, aunque no circunscrito a alguna
categoría. Y no porque no exista en absoluto un tal «sistema», sino porque
existen muchos y contrapuestos entre sí. Por ello, cuando se habla de «la
Filosofía» es necesario apellidarla: podemos hablar de la filosofía epicúrea, o
estoica, o idealista, o espiritualista, o materialista. Y cuando se dice de alguien
que es «filósofo», será preciso apellidarlo: epicúreo, estoico, idealista,
espiritualista, materialista (si no queremos utilizar el término en un sentido
meramente psicológico, en el sentido que cobra el término «pensador» cuando
se le ha segregado todo contenido positivo, como le ocurre a la estatua de Rodin,
«cuya cabeza es hermosa pero sin seso»).
238
2
Pero, ¿acaso no hay algo común a todas estas filosofías, a todos estos
filósofos? Sin duda, cabe reconocer alguna unidad, al menos polémica: que
todos ellos se ocupan de Ideas, pero organizadas más o menos en sistemas
contrapuestos entre sí; porque si las Ideas a las que «el pensador» atiende están
de tal modo desorganizadas que no rebasan el estadio de un caos, tampoco
podríamos hablar de filosofía, ni siquiera de pensamiento.
239
decreta, por ejemplo, que «todo es Química» o que «todo es Física» o que «todo
es Psicología» o que «todo es Sociología». En realidad, el análisis de los
conceptos y de la reflexión objetiva sobre ellos (reflexión como confrontación con
conceptos de otras categorías) está siempre abierto, y no se agota en el recinto
de cada gremio. De esta reflexión objetiva derivan las Ideas, y, por tanto, la
filosofía.
No cabe, por tanto, distinguir (en una sociedad dada a un determinado nivel
de desarrollo) entre filósofos y no filósofos. Esta distinción habrá de ser
sustituida por la distinción entre filósofos malos o burdos y filósofos menos
malos, entre filosofía (ideología) grosera o mal organizada («mundana») y
filosofía más refinada, entre otras cosas porque tiene en cuenta, dialécticamente,
las organizaciones o sistemas alternativos de la filosofía (académica), en sentido
platónico del término (pero no en el sentido administrativo –universitario– en que
la tomó Kant).
240
—Desde la perspectiva de los artistas, de los científicos, de los políticos,
que filosofan («espontáneamente», se dice a veces) pero tratando a sus ideas
como si fueran conceptos, sin advertir las diferencias de niveles (es lo que ocurre
cuando un Premio Nobel en Química afirma con seguridad que «todo es
Química», incluso el mismo libro de Química).
241
referencia a Wittgenstein o a Foucault, como nombres-contraseña, destinados a
desempeñar la función de marcas gremiales.
Hablar del Quijote desde una perspectiva filosófica es verlo desde alguna
Idea, desde algún sistema de Ideas más o menos definido. Sistemas que podrían
clasificarse, aunque sea de un modo muy convencional, según se organicen en
torno a alguna de las tres Ideas que en la tradición se designaron como Dios,
Mundo y Hombre. Lo más probable es que cuando nos referimos al Quijote, lo
que interesen sean los sistemas filosóficos que se organizan en torno a la Idea
de Hombre, es decir, a las Ideas que hacemos girar en torno a la Idea de Hombre.
242
La «metafísica humanista» suele ser considerada como un fruto de la Edad
Moderna. No podemos entrar aquí en la cuestión; tan sólo diremos que esta
metafísica, aunque tiene raíces más antiguas, cristaliza en forma armonista e
idealista en el humanismo kantiano de la Paz Perpetua, en los ideales
filantrópicos y progresistas de la Ilustración, incluso en la primera Declaración de
los Derechos del Hombre. La metafísica humanista, en su versión armonista, al
menos cuando mira hacia el futuro de la humanidad, inspira a Nathan el Sabio,
cuando dirigiéndose al templario (en la escena cuarta del acto segundo del
drama de Lessing) le dice: «¿Acaso el cristiano y el judío son cristianos y judíos
antes que hombres? ¡Ah, si hubiera encontrado yo en vos a uno de esos
hombres a quienes basta con llamarles hombres!»
243
Ahora bien: una de las consecuencias más importantes de los principios del
humanismo metafísico, sobre todo en su versión panfilista, es la sistemática
«devaluación» de cualquiera de las especificaciones históricas o culturales de
este supuesto Género humano. Todo lo que es humano habrá de ser reducido
siempre al canon presupuesto de la Humanidad: «Nada de lo humano nos es
ajeno», dirá el humanista metafísico, en nombre de la tolerancia, sin molestarse
siquiera a atender al significado original de esta sentencia.
Pero esta reducción de todas las cosas al Hombre (como antes se reducían
todas las cosas a Dios) puede ser muy peligrosa, por cuanto ella puede
comportar la tendencia corrosiva (característica del monismo eleático o del
neoplatónico plotiniano), a disolver cualquier naturaleza propia en el seno
amorfo de la Naturaleza, o, para decirlo en terminología lógica, a «anegar las
especies en el océano del género», a confundir todas las diferencias en una
unidad pánfila, beata y metafísica, que llega a ser incompatible con todo discurso
racional, por cuanto niega todos los términos medios en torno a los cuales
discurren los silogismos.
244
inspiró en la metafísica del humanismo, que buscaba disolver el «término medio»
–España– a través del cual precisamente algunos pueblos o naciones étnicas
(vascos, catalanes, gallegos o bercianos) habían alcanzado históricamente un
puesto en la historia universal del Género humano (¿cómo hubieran podido
elevarse los vascos, por encima de las categorías antropológicas, a fin de
alcanzar su puesto en la historia universal, si no hubiera sido por la mediación
de España, más aún, del Imperio hispánico?).
245
españoles, sino a lo sumo por su condición (compartida con franceses, ingleses,
italianos, belgas o alemanes) de «cafres», de «infieles», de gentes integradas en
un país infiel que Al Qaeda reivindica para el Islam, y que no sólo es Al Andalus,
sino Al Andalus juntamente con otros países europeos. La calificación de los
crímenes de ETA como crímenes contra la Humanidad, propia del humanismo
metafísico, al que se adhiere gustosamente gran parte de la Iglesia Católica,
resulta tener así un marcado signo antipatriótico, y es una coartada de los
secesionistas vascos (que muchas veces son también humanistas cristianos).
Pero, ¿en qué queda esta abstracción filosófica que propone el humanismo
metafísico? ¿En subrayar la generosidad de Don Quijote, o su firmeza? Virtudes
éticas, sin duda, pero que consideradas en abstracto resultan ser meramente
psicológicas o, si se quiere, puramente etológicas, porque también los perros o
las ratas son generosas y esforzadas con sus congéneres. Poner a Don Quijote
como símbolo de estas virtudes es mera vacuidad, si se tiene en cuenta que las
virtudes éticas (dirigidas a la conservación del cuerpo) sólo alcanzan su valor
humano específico cuando están involucradas con las virtudes morales y las
políticas. La ética pura, exenta, se diferencia muy poco de la Etología.
246
(los derechos de los hombres sin raza, sin religión, sin sexo, sin lengua) son los
derechos de los primates. Los Derechos Humanos no van más allá (y no es poco)
que los Derechos de los Animales; no tiene nada de extraño que la Declaración
Universal de los Derechos Humanos fuera complementada, años después por la
Declaración Universal de los Derechos de los Animales.
247
Pero también, una universalidad etnológica, según la cual, proclamar algo
patrimonio de la Humanidad no implica el reconocimiento de su valor canónico
universal, sino a lo sumo su rareza, incluso su condición de contravalor vitando.
Así, los esqueletos de siameses que se conservan en el Museo de Filadelfia (por
cierto, un verdadero símbolo de la solidaridad entre dos personas) difícilmente
pudieran ser presentados como un canon universal; ni tampoco el disco labial
botocudo, ni el vudú; menos aún Hitler o Gengis Khan; con dudas, a juzgar por
recientes manifestaciones, en Francia y Estados Unidos, Napoleón o Alejandro.
Y, sin embargo, todas estas figuras, junto con sus reliquias (sus tesoros, sus
herencias) serán declarados patrimonio universal de la Humanidad, en sentido
etnológico: ninguna historia de la Humanidad dejará de citarlos.
248
Pero de lo que se trata es de ver al Quijote desde ideas filosóficas, y no sólo
globalmente, sino en sus más diversos detalles.
249
O bien, por ejemplo, cuando referimos el Quijote a España, fundados en el
dato inmanente suministrado por el propio Bachiller Carrasco, cuando define a
Don Quijote como «espejo de la nación española». Porque España no es un
«término menor», que desde la Humanidad (tomada como término mayor
absorbente) pudiera no «merecer la atención del filósofo», que sólo tiene tiempo
para volverse hacia «el Hombre». Sólo cuando se advierte el vacío de este
género de filosofía metafísica, podrá advertirse que España puede ser asunto
filosófico central.
250
por boca de un presidente del Consejo de Ministros democráticamente elegido,
que, obligadamente, tiene que asumir una perspectiva filosófica en el momento
de trazar su programa de Gobierno; pero la perspectiva que se asume en este
caso es la perspectiva de la filosofía metafísica del humanismo que tiene a
rebajar a España del rango que ocupa como término medio del «silogismo
histórico del Género humano», a la condición de un término menor más (una
lengua y una cultura más entre las lenguas y las culturas de España, es decir,
de la Península Ibérica); y esto porque ni siquiera Don Quijote es considerado,
en cuanto universal, «una aventura española, sino humana»:
251
2006
252
Parábola sobre el General Mena
Gustavo Bueno
253
la analogía platónica, cuando la aplicamos a un barco de Teseo, nos pone
delante de la distinción fundamental entre el Pueblo y la Nación. También la
Nación política, como el barco de Teseo, tiene que ir sustituyendo continuamente
a los ciudadanos mortales que la componen, y cuando el recambio sea total, en
cada siglo, la Nación política, aunque distinta de la Nación del siglo anterior
(porque el Pueblo ya será distinto) mantendrá sin embargo su unidad y su
identidad en relación con las otras Naciones de la Tierra.
Pero, ¿qué ocurre cuando sea el Gobierno mismo, a juicio de las Fuerzas
Armadas (o de una representación significativa de ellas) quien pone en peligro
la eutaxia del barco, imprimiéndole rumbos erráticos, redistribuyendo
«asimétricamente» de modo imprudente las cargas internas de la nave?
254
(salvo que considere al Gobierno, al modo hegeliano, como dotado de una
inerrancia e infalibilidad casi divina) que un Gobierno, incluso una Asamblea, no
puedan ser afectados en algún momento dado por un grave eclipse de
sindéresis.
Y es aquí donde nos sale al paso la cuestión central: la del nexo interno que
media entre las Fuerzas Armadas (cuyo finis operis se define en función de la
defensa de la integridad territorial y de la Constitución) y el mecanismo legal, el
decreto del Gobierno, a través del cual debe poder comenzar el ejercicio de su
finalidad esencial.
¿O acaso habrá que decir que el mecanismo legal para desencadenar el fin
objetivo de las Fuerzas Armadas es tan esencial como este mismo fin objetivo?
255
legalitas, pereat mundus, y se rasgará las vestiduras cuando escuche un lejano
ruido de sables, en el momento en el que cruje el barco. El materialista, que no
cree en el fin de la historia, lleva la razón histórica y patriótica cuando se atiene
a su principio: Fiat mundus, pereat legalitas.
256
Sobre el «respeto» a Mahoma y al Islamismo,
y sobre la «condena moral» de las caricaturas
Gustavo Bueno
257
inmensa mayoría de los manifestantes no vieron ni podrían haber visto estas
caricaturas, y no solo porque su religión se lo prohíbe, sino porque los medios
de comunicación no dan para más entre analfabetos. Han tenido que esperar a
que otros correligionarios, o acaso aliados, informasen a los cuatro meses de su
publicación en el Jyllands-Posten de Copenhague.
258
Pero, ¿por qué tendrían los musulmanes que sentirse ofendidos al
contemplar a un supuesto dibujo de Mahoma, a cuyo turbante va amarrada una
bomba? ¿Por qué tendrían que sentirse ofendidos por una caricatura, pensada
desde un sincretismo extravagante, en la que una especie de San Pedro detiene
la entrada al edén musulmán a unos mujaidines que acaban de inmolarse
diciéndoles algo así como esto: «no sigáis viniendo porque ya han entrado tantos
compañeros vuestros que no quedan disponibles vírgenes huríes»? ¿Acaso los
musulmanes fundamentalistas no consideran un acto glorioso el hacer estallar,
en nombre de Mahoma, una bomba en medio de una embajada? ¿Acaso,
cuando van a poner la bomba, no van acompañados de la esperanza segura de
acercarse de inmediato a las vírgenes que les esperan en el Cielo? Teniendo en
cuenta estos presupuestos, la cosa no sería para ponerse así. Tampoco un
cristiano se ofende cuando ve una viñeta en la que aparece en encantadora
escena doméstica la sagrada familia –San José cepillando con su garlopa un
tablón; el niño Jesús jugando con las virutas; la Virgen María bordando una tela
en un bastidor– junto con una paloma que acaba de posarse en el alfeizar de la
ventana. La viñeta ofrecía un «globo» que salía de la boca de San José, que, sin
dejar de cepillar, tranquilamente, decía: «María, apártate de la ventana que no
quiero más disgustos.» Esta viñeta, para un cristiano no constituía propiamente
una blasfemia (de hecho era tema de conversación entre algunos sacerdotes
católicos); a lo sumo era una irónica manera de suscitar al cristiano una
meditación sobre los símbolos por los que se expresa el Dogma de la
Encarnación. Podría ser una viñeta piarum aurum offensiva, sobre todo en
algunas épocas históricas (en las décadas españolas de los cuarenta y cincuenta
no hubiera podido ser publicada en España, pero sí podía circular entre muchos
católicos practicantes y entre muchos sacerdotes, como hemos dicho).
Esto da pie a pensar que las reacciones tan violentas de febrero corriente
no representan sólo a los fundamentalistas (cuya fe les impediría incluso ver los
componentes ofensivos de las viñetas), sino también a los islamistas no
fundamentalistas, acaso excesivamente inertes o interesados sólo por su
enfrentamiento contra Israel o EEUU, pero no tanto contra Europa, objetivo de
Al Qaeda (11 de marzo de 2003 en Madrid, 7 de julio de 2005 en Londres). Al
informarles a su modo sobre las viñetas, acaso los imanes buscaban «ampliar el
horizonte», descorriendo el velo que les impide ver más allá de unas narices,
que sólo huelen a Israel o a Estados Unidos, haciéndoles ver que también
Dinamarca, Noruega, Alemania, Francia, Inglaterra o España son «objetos
imprescindibles de odio» desde la perspectiva de la expansión islámica. En
resumen, las reacciones desproporcionadas –según tantos analistas– de los
pueblos musulmanes con la disculpa de las viñetas de Mahoma no irían dirigidas
directamente por el Islam o por la Umma contra Occidente, sino que irían
dirigidas desde una parte del Islam (la parte fundamentalista) hasta la otra parte
del Islam menos activa, a fin de excitarla adecuadamente (si nos atenemos a las
estimaciones de Gustavo de Arístegui, cabría cuantificar de este modo la
259
situación: irían dirigidas, desde los 400 millones de musulmanes comprometidos
con la Yihad, a los 800 millones de musulmanes tibios o pacifistas).
Ante todo, hay que tener en cuenta que las viñetas no fueron una simple
ocurrencia de unos dibujantes: fue la dirección de un periódico danés de gran
tirada quien las promovió. ¿Cual fue el motor que impulsó al periódico a invitar a
varios artistas a ensayar dibujos sobre Mahoma? Desde luego no cabe pensar
que se tratase de una invitación gratuita, destinada a manifestar el ingenio de los
artistas. Tampoco hay por qué pensar en un ataque directo contra los
fundamentalistas, pues todos tenían que saber que tales ensayos, o no serían
vistos como agresivos o no les convencerían. Acaso era un test para medir la
sensibilidad de los inmigrantes, por tanto, su grado de integración en Dinamarca;
un test dirigido a los inmigrantes musulmanes más tibios, y a la vez colaborar a
la reflexión (caricaturas similares habían aparecido en Alemania años antes, y
no provocaron tales reacciones entre los países musulmanes). Tampoco hay que
pensar que los autores de las viñetas actuaron «en nombre de la libertad de
expresión»; en el nombre de esta libertad habrán actuado, a lo sumo, ciertas
revistas europeas que reprodujeron las viñetas o crearon otras nuevas.
260
de Oviedo (algunas veces hemos pensado si acaso los ángeles que figuran en
la Cruz de Oviedo fueron en realidad traídos por unos orfebres que, confundidos
con ángeles, venían huyendo hacia Occidente de la inquisición iconoclasta
bizantina).
Ahora bien: si Mahoma existió realmente como hombre, debe poder ser
representado, y el tabú de su representación es mero oscurantismo, inadmisible
de todo punto. No defenderíamos por tanto a quienes han publicado dibujos de
Mahoma acogiéndonos a una libertad genérica de expresión, bajo cuyo manto
estuviese protegida la decisión de publicar dibujos sobre Mahoma; defendemos
la justificación de los dibujos de Mahoma pensando precisamente en el propio
Mahoma. Los iconoclastas que mantienen el tabú de su representación han de
considerarse como incompatibles con nuestra civilización racionalista, que
necesita dibujar de un modo más o menos aproximado lo que existe para
entenderlo y para juzgarlo. Y aquí no caben cuestiones de respeto, menos aún
261
de veneración o de cualquier otra cosa. Sencillamente quien se niega a que sean
representadas las figuras en las que él dice creer, habrá de ser visto como un
peligroso oscurantista que hace imposible su integración en la única civilización
existente.
Sin duda, la libertad-de quien nos impide algo (aún sin entrar en los
contenidos) es en principio muy importante, porque mide la autoridad y poder de
quien pretende impedírnosla: no se trata del huevo sino del fuero, y es lo que se
dice en muchas ocasiones. Si el tabú de la imagen de Mahoma procede de los
musulmanes, ¿por qué tenemos que someternos a ellos para obedecer a
semejante tabú? Sería una sumisión absurda, cualquiera que fuera el contenido
de esa libertad o el alcance de tal representación. En cualquier caso insistimos
en que no nos parece conveniente tratar de hacer ver que los artistas dibujaron
las viñetas como un modo de manifestar su «libertad de creación». La «creación
de los contenidos», desde el punto de vista del materialismo, es absurda, en
cuanto creación ex nihilo. Esta «creación» ha de nutrirse de conceptos e ideas
262
sobre Mahoma, sobre el profeta y sobre el Islam, y en rigor, quienes defienden,
sin límite alguno la libertad de expresión, es porque están defendiendo la
libertad-de, una libertad puramente formal, y en sí misma insuficiente e
indefendible como exclusiva.
Nos interesa más las reacciones que en Occidente se han producido ante
las viñetas y ante las reacciones ante las viñetas en función de sus contenidos,
es decir, en función de la libertad material, o la libertad-para, y no en función de
la libertad formal, o libertad-de.
263
de hombres poseedores de determinados argumentos y tradiciones contra
quienes mantenían o siguen manteniendo el oscurantismo y la superstición.
264
b) Sin embargo las reacciones más frecuentes son las que tienen un
carácter político-moral, son aquellas que apelan al respeto, a los valores de las
otras culturas o civilizaciones, y a la condena moral y no solo política de toda
acción que pueda dañar la convivencia armónica prevista en el proyecto de la
«alianza de las civilizaciones».
265
Cuando Zapatero, o Teresa de la Vega, invocan el deber moral, están utilizando
una fórmula que unos interpretarán como deber moral hacia un grupo o hacia su
enemigo; cuando invocan el respeto están utilizando una fórmula que unos
podrán leer como veneración y otros como miedo o temor. Del mismo modo que
cuando invocan el término 'nación' están unas veces (cuando se dirigen a los
nacionalistas) interpretando a la 'nación' como Nación política (pero circunscrita
al preámbulo) y a la vez, cuando se refieren a los españoles no nacionalistas,
como nación cultural o étnica, en el sentido de las 'nacionalidades' del articulado.
De este modo los nacionalistas leerán la 'nacionalidad' del articulado desde la
'nación' del preámbulo, y los no nacionalistas leerán la 'nación' del preámbulo
desde la 'nacionalidad' del articulado. Se trata de un modo de pensar, no ya
flexible, sino tan blando y amorfo como pueda serlo un queso de Burgos.
Quienes utilizan este modo de pensar, propio del pensamiento Alicia, dirán,
sonriendo ante los contendientes, y en la convicción de haber resuelto el
conflicto, lo que le decía aquel ciudadano a sus dos vecinos que veía jugando al
ajedrez en el Casino de la villa: «¡Todos ganando, eh, todos ganando!» Un paso
más hacia la «alianza de las civilizaciones», a cuyo proyecto ya se ha adherido
el señor Moratinos y el señor Koffi Anam y últimamente el señor Putin y hasta el
señor Bush II por boca de Condoleza Rice.
266
La obsesión de la Yihad
Gustavo Bueno
Sobre el libro de Gustavo de Arístegui, La Yihad en España. La obsesión por reconquistar Al-
Ándalus, La Esfera, Madrid 2005, 431 págs.
Nos encontramos ante un libro insoslayable para cualquier español que viva
en la primera década del siglo XXI y, acaso también, en la segunda, en la tercera
o en sucesivas décadas. El autor enuncia el objetivo de su obra en sus primeras
páginas: «Mi intención es tratar de escribir una guía que permita entender las
razones que mueven al islamismo radical y al yihadismo a atacar a nuestro país»
(pág. 16).
La Yihad en España ofrece a los españoles (una vez alertados, acaso con
ocasión de este mismo libro) una «guía práctica» sobre el islamismo radical. Es
decir, no se trata tanto de ofrecernos una exposición literaria neutral, inspirada
por el pacifismo, y llevada acaso desde la «perspectiva de la Humanidad», como
si el autor se sintiese por encima de la melé (como ocurre con el Munich de
Spielberg). El autor no trata de ofrecernos una «exposición académica», una
historia erudita, neutral y distanciada, mediante el recurso de acudir a
antecedentes tan lejanos que se pierden «en la noche de los tiempos», o
sencillamente en los siglos de la alta Edad Media. Tampoco es que el libro se
despreocupe del rigor que procura la erudición, o de la necesidad de rebasar el
horizonte histórico inmediato. El libro de Gustavo de Arístegui es muy erudito y
muy informativo desde un punto de vista histórico. Pero es un libro
267
comprometido; escrito por quien se siente formar parte de uno de los frentes de
la batalla. Por ello selecciona su erudición sobre el presente, como selecciona
los antecedentes históricos, precisamente porque parece mantener constante la
finalidad práctica propia de una Guía necesaria para todo aquel que, alertado ya
de que el islamismo es una amenaza real para los españoles, y no una mera
fantasía apocalíptica, y sin sentirse en modo alguno neutralizado o víctima de los
más vulgares síndromes de Estocolmo, busca proveerse de la información
pertinente para sus intereses y los de su patria. Y porque tiene presente que el
recurso a la historia no puede considerarse como una «huída» hacía el pasado,
aunque no sea más que porque esa historia está detrás de los planes y proyectos
de la Yihad del presente y, en particular, detrás de los proyectos y planes de Bin
Laden. Si diésemos la espalda a la historia, para atenernos únicamente a los
hechos policíacos o políticos del presente, perderíamos la perspectiva emic que
inspira a la propia Yihad de nuestro presente inmediato y futuro.
268
¿Y cuando comienza a volver a resplandecer, con renovado impulso, una
doctrina, la Yihad, cuya tradición en el islamismo es tan antigua como su Profeta?
El autor presenta, como «primer movimiento de corte islamista» a las invasiones
beréberes de la España medieval, la invasión de los Almorávides (1056-1147) y
la de los Almohades (1130-1269), cuya decadencia estaba ya cantada en 1212,
a raíz de la Batalla de las Navas de Tolosa.
Entre las múltiples pistas que ofrece Gustavo de Arístegui señalamos las
siguientes. La primera se abriría tras la Primera Guerra Mundial, como voluntad
de restaurar el califato radical, como el que fue abolido en la Turquía del Imperio
otomano por Mustafa Kemal Ataturk, el 3 de marzo de 1924 (Hassan al-Bannah
fundó en Egipto en 1928, y como reacción a la empresa de Ataturk, la
organización «Hermanos Musulmanes», que se disolvió en 1948). La segunda
pista que nos ofrece es la de la Revolución islámica iraní, liderada por el ayatolá
Ruhollah Jomeini, en 1979, que instauró una teocracia islámica que daba ciento
y raya a la de los almohades de los siglos XI y XII. La tercera (siguiendo a Ayman
Al-Zawahiri, en su libro Los caballeros bajo el estandarte del Profeta) tras la
caída de la Unión Soviética, que habría abierto, según la ideología de la Yihad,
una nueva etapa en la historia del mundo. «Al-Qaeda hace un paralelismo entre
la derrota del Imperio sasánida en las batallas de Qadisiya y Nahawand en 637,
una de las primeras potencias de su tiempo, y la derrota de los soviéticos en
Afganistán tras diez años de lucha contra los muyahidin» (pág. 77).
269
Y España de hoy es objetivo prioritario de esta Yihad criminal de un Islam
que tiene «obsesión por reconquistar Al-Ándalus», como dice el subtítulo de la
obra que comentamos. Su autor explica en detalle los «mecanismos» que la
Yihad despliega al servicio de esta obsesión. No cree, sin embargo, que, a la
larga, la Yihad pueda alcanzar sus objetivos, aunque «entre tanto hará un daño
inmenso» (pág. 400). Y, con muy buen juicio, a nuestro entender, Gustavo de
Arístegui nos previene de las explicaciones más vulgares que tienden a
presentar la Yihad como la respuesta de unos pueblos atacados (por Bush II),
humillados y «sumergidos en un océano de injusta pobreza». Defienden algunos
«pensadores», que comulgan con el Pensamiento Alicia, y con los ojos en el
ideal y las manos en el cajón del pan, la Alianza de las Civilizaciones:
«procuremos instaurar el bienestar democrático en estos pueblos explotados por
'Occidente' y su terrorismo cesará de inmediato, porque todos los pueblos
quieren la Paz.»
270
El estatuto catalán y la tregua de ETA
Gustavo Bueno
¿Son importantes los debates sobre el Estatuto de Cataluña considerados desde el punto de
vista «de los problemas que conciernen a la Humanidad»?
Muchos creen que existe una conexión objetiva –al margen de que hubiera
sido o no planeada– entre la aprobación del Estatuto y el anuncio por parte de la
banda terrorista ETA de una «tregua permanente» en su actividad criminal que
busca aterrorizar al País Vasco bajo el pretexto de una guerra de liberación,
pretexto que resulta ser reconocido por el propio gobierno español al aceptar la
propia terminología de los asesinos, hablando de «pacificación». Pues es
evidente que sólo cabe hablar de paz cuando existe previamente una guerra;
supuesto inaceptable por un gobierno que teóricamente no reconoce el Estado
Vasco, ni a la ETA como Ejército de Liberación Nacional, y no utiliza el Ejército,
sino la Policía y los Tribunales de Justicia para combatir el terror.
271
separatistas catalanes, los separatistas vascos y los separatistas gallegos, entre
otros.
272
consiguiente, la reforma del Estatuto catalán y la tregua de ETA son asuntos
«que conciernen a la Humanidad».
b) Por otra parte las razones que alegan los secesionistas, de Galeusca,
brevemente, para celebrar, como paz de la victoria, tanto el Estatuto como la
tregua de ETA, no es otra sino la interpretación de este armisticio como señal de
la próxima segregación de Cataluña, País Vasco y Galicia respecto de esa
nación de naciones «superestructural» que se llama España, y su transformación
en Estados independientes, separados de la pretendida Nación española por su
cultura y su lengua, eso sí, dentro de Europa; una segregación que no excluye
la posibilidad de que Cataluña, País Vasco o Galicia mantengan relaciones de
amistad con Castilla-León, con Castilla-La Mancha, con Aragón o con Andalucía,
como puedan mantenerlas con Bretaña o con Baviera. Cada cual hablando su
lengua, es cierto, en su casa; pero hablando inglés en la casa de todos.
273
Por qué es absurdo «otorgar» a los simios
la consideración de sujetos de derecho
Gustavo Bueno
Los simios (y otros animales) son considerados «personas», o algo parecido, en muchas
sociedades de los llamados «primitivos actuales», como jainistas en la India o dayak de Borneo
(«los orangutanes [hombres del bosque] no hablan para que no les hagamos trabajar»). El
Grupo Socialista acaba de tramitar en el Parlamento español una proposición no de ley
pidiendo el reconocimiento de los simios como sujetos de derechos humanos, es decir, como
personas. Se pretende, en este rasguño, no ya tanto pedir que se retire esta proposición
socialista, alegando, lo que ya sería bastante, su incompatibilidad con las premisas de nuestra
civilización, y por tanto, su imprudencia política, cuanto buscar las razones del rechazo a la
propuesta socialista, por absurda, desde las coordenadas del materialismo filosófico
274
A nuestro juicio, la regocijada chirigota ante el nuevo proyecto del PSOE
está justificada, pues la sindéresis o buen juicio de muchos verá que tal proyecto
no se limita a expresar inofensivas especulaciones emanadas del caletre de
algunos etólogos, sociobiólogos y filósofos morales australianos, en un
manifiesto como el del Proyecto Gran Simio, sino a llevar tales especulaciones
a una sede parlamentaria, sin tener en cuenta las ridículas consecuencias que
podrían derivarse de su aplicación (concesión a los simios de un estatuto jurídico
análogo al de los menores o discapacitados humanos, pero con posibilidad de
trabajar en tareas proporcionadas a sus «mermadas» facultades; lo que llevaría
a tener que inscribir a estos simios en la Seguridad Social, a darles derecho de
sindicación y a percibir pensiones de jubilación; más aún, y en concordancia con
la ley socialista de matrimonios homosexuales, que rompe la norma del
matrimonio tradicional entre hombres y mujeres, cabría también, en una etapa
más avanzada, conceder a los simios un derecho de matrimonio con los
humanos, y aún un derecho a la adopción, cría y educación de infantes humanos
o simios).
275
primitivas o locales, o de algunos de nuestros contemporáneos primitivos.» Pero
este principio valdría muy poco, no sólo para un «relativista cultural», sino
también simplemente para un partidario de la «Alianza de las Civilizaciones»
propugnada por el Secretario General del Partido Socialista Obrero Español,
señor Rodríguez Zapatero. ¿Cómo podríamos dejar fuera de esa Alianza de
Civilizaciones a nuestros «contemporáneos primitivos», testimonios vivientes de
las civilizaciones más antiguas?
277
de derecho, sin perjuicio de que se les reconozca una racionalidad tecnológica
muy similar a la humana, y una capacidad de aparecerse ante los hombres, en
su momento, como entidades numinosas).
Pero, ¿por qué suponer que los simios pertenecen al eje angular? Esto es
justamente –podría decirse– lo que impugnan quienes propugnan el
reconocimiento de los derechos de los simios. Comenzar suponiendo, sin duda
por razones muy sólidas, que los simios no son términos del eje angular,
equivaldría, en el debate, a una petición de principio. En consecuencia, lo que
se trata de demostrar, desde la perspectiva del espacio antropológico, es que los
simios no son personas humanas, y por tanto no pertenecen al eje circular (o, si
se prefiere, a la sección del eje circular que contiene a las personas humanas).
En lo que sigue se ofrece un bosquejo de las razones que buscamos para excluir
a los simios de la consideración de elementos de la clase de las personas
humanas, más allá de la taxonomía, aunque partiendo obviamente de ella,
desarrollando algunas de las cuestiones implicadas en los puntos de intersección
o de relación entre el eje circular y el eje angular del espacio antropológico.
278
Y lo primero que es obligado establecer con carácter absolutamente general
(algo que ni los autores del Proyecto Gran Simio ni los diputados socialistas
españoles se han molestado en considerar) es esto: que la igualdad entre dos
términos cualesquiera (los hombres, las personas humanas y los simios, en
nuestro caso) es una relación que jamás puede considerarse como si estuviera
«agotando» a los términos entre los cuales se establece, o, si se prefiere,
apoyándose en fundamentos inscritos en tales términos de modo que ellos
incorporasen a la totalidad de esos términos; porque, en este caso, las relaciones
de igualdad serían del tipo de las que tradicionalmente se llamaban «relaciones
trascendentales». Pero precisamente estas relaciones no son relaciones, sino
sólo «según el modo de decir» (secundum dici). Dicho de otro modo, las
relaciones de igualdad que nos ocupan, al no incorporar la integridad de los
términos que relacionan (hombres, personas y simios) requieren que estos
términos contengan partes o aspectos mutuamente desiguales. Las relaciones
de igualdad entre dos o más términos presuponen necesariamente, en suma,
relaciones de desigualdad entre tales términos. Si los términos igualados fueran
iguales en todas sus partes, ya no podrían llamarse iguales, sino
sustancialmente idénticos (y no tiene más alcance el llamado «principio de los
indiscernibles»).
280
habrán de ir referidas a algún parámetro o módulo k que forme parte del
constitutivo de tales términos, pero salvando siempre las diferencias o
desigualdades entre los términos de referencia: simios, hombres y personas
humanas.
Ahora bien. Que los simios y los hombres son diferentes especies, linneanas
o mendelianas (según otros, diferentes géneros o, por lo menos, diferentes
variedades o razas de una misma especie, como pretende Jared Diamond, con
su propuesta de considerar al hombre como «tercer chimpancé»), es
un hecho sobre el que se apoya la doctrina de la evolución. Las relaciones de
desigualdad entre simios y hombres, sin duda muy variadas, se dan por
supuestas. Por tanto son las relaciones de igualdad entre esas especies o
variedades, simios y hombres, las que deberán ser determinadas, según sus
parámetros o módulos k, a partir precisamente de las relaciones de desigualdad,
pero nunca darlas por supuestas. (Que es, precisamente, lo que hacen quienes
propugnan los «derechos de los animales», empezando por la Declaración
universal de los derechos del animal,aprobada por la ONU, de 23 de septiembre
de 1977.)
281
reconocérsele una personalidad, derivada de su alma espiritual). Sin embargo
hay que reconocer también que esta teoría metafísica de la persona, que la
considera como resultante de una composición sustancial entre el alma espiritual
y el cuerpo orgánico, tuvo que aflojar muy pronto su rigidez. Por ejemplo, en la
situación de plantear la cuestión del momento de la unión del alma con el cuerpo,
cuya importancia práctica en la vida religiosa y civil –en relación con las
instituciones del bautizo, o de la herencia, en las sociedades que las poseen, o
en la evaluación penal del aborto, o del infanticidio– es evidente. En la Teología
cristológica, la cuestión dogmática fundamental de la distinción en Cristo entre el
hombre (la naturaleza humana) y su Persona (en cuanto Segunda Persona de la
Santísima Trinidad) ocupó también el centro de los debates de Concilios
ecuménicos tales como el de Nicea o el de Éfeso. Y los moralistas escolásticos
no dejaban de distinguir también entre los actos humanos (actos personales
imputables moral y jurídicamente a la persona) y actos del hombre (actos no
personales derivados de «automatismos» animales que no son propiamente
libres).
Sin duda caben múltiples criterios: unos hablarán, con Teilhard de Chardin,
de un «salto a la reflexión»; criterio que, además de ser metafísico e inverificable,
sólo puede ser defendido alegando pruebas o indicios del tipo de los que solían
aducir los teilardianos (en España, por ejemplo, Miguel Crusafont Pairó) para
justificar ese «salto a la reflexión». En el Neandertal, me decía hace muchos
años el propio Crusafont, el indicio más seguro del salto a la reflexión era la
institución del enterramiento de los cadáveres, institución que él relacionaba con
282
la «reflexión sobre la muerte». Sin embargo, los enterramientos más antiguos
que se conocen, los de las cuevas de Drachenloch, son de osos y no de
hombres; y, en todo caso, la institución del enterramiento podría tener que ver
tanto con la reflexión sobre la muerte como con el mal olor de un cadáver que
atrae a los buitres o a los carroñeros, o con el temor animista a que el alma
supuestamente viva del muerto se escape del cadáver.
Distinguiremos, del modo más sencillo que nos sea posible, dos tipos o
formatos de conceptos clase, que denominaremos conceptos
autotéticos y conceptos alotéticos (respecto de los elementos de una clase
autotética dada).
283
representar características constitutivas de cada término enclasado en sí mismo
(autos) considerado, sin perjuicio de que estas características autotéticas
puedan ser compartidas por otros términos de la clase de referencia (es decir,
sin perjuicio de que las características autotéticas puedan ser nomotéticas y no
idiográficas, en el sentido de Windelband-Rickert). Por lo demás, las clases
autotéticas pueden ser uniádicas (cuando sus términos son individuos), diádicas
(cuando los términos son pares de individuos o parejas, por ejemplo, «la clase
de los matrimonios monógamos» o la «clase de los hermanos siameses
inseparables») o n-ádicas. Los predicados o características autotéticas
distributivas de una clase se resuelven en los individuos (en el caso de las clases
uniádicas) como si fueran propiedades suyas que ellos poseen, reciben o
mantienen «en sí mismos», como si fueran sustancias aristotélicas. Así, cuando
predicamos de una célula promedio el tener un diámetro de treinta micras,
queremos decir que cada uno de los individuos de la clase célula –considerados
como esférulas vivientes, en el sentido de Rashevsky– tiene como característica
o atributo autotético un diámetro del orden de treinta micras, sin perjuicio de que
este diámetro de cada célula sea «igual» estadísticamente al diámetro de otras
células de la clase. Según esto, los atributos autotéticos se nos presentan como
constitutivos de cada individuo de la clase, sobre todo si la predicación es
esencial (es decir, si dejamos de lado los predicados según el quinto predicable).
284
otros términos de la misma clase de referencia (por ejemplo, a una especie) o a
otras clases o especies colindantes. Los términos (individuos, en su caso) de las
clases alotéticas se nos darán por tanto a través de los predicados alotéticos
como orientados constitutivamente hacia otros individuos de la clase autotética
de referencia o de otras clases colindantes. Y en la medida en la cual esta
orientación sea predicable universalmente («nomotéticamente») de una
multiplicidad de términos (individuos en su caso), podremos hablar de clases
alotéticas de términos o individuos. Clases que cabrá considerar como
transformaciones de otras clases previas autotéticas (aun cuando también cabría
ensayar la transformación recíproca).
285
pretenden) una categoría taxonómica más (es decir, autotética), «intermedia»
entre la clase y el reino de Linneo; porque era una categoría intermedia, sin duda,
pero a la vez con un formato lógico diferente, el formato alotético; del mismo
modo que familia,que también introdujo Haeckel, era una categoría intermedia
entre el género y el orden, pero no sólo intermedia (como si fuera una categoría
linneana más) sino intermedia con formato diferente, es decir, con formato
alotético y no autotético.
286
llamamos autotéticos: cada individuo humano, al menos aquellos individuos que
tienen supuestamente un atributo autotético llamado alma racional (creada por
Dios nominatim en cada cigoto humano) o un cerebro de determinado nivel de
«complejidad», en el sentido de Tipler.
287
(el «hablar consigo mismo») como una situación límite, una situación que supone
una metábasis a otro género (el de la «persona mental» o psicológica, próxima
además a la esquizofrenia paranoide de quien oye las voces que su «otro yo» le
envía a su «yo»).
288
entre hombres y personas humanas) sólo se tendrá el camino, para llegar a la
igualdad, de la selección de atributos negativos (no alotéticos) aunque se
ofrezcan disfrazados de atributos positivos.
Ahora bien, que entre las personas humanas, los hombres y los simios,
existen diferencias, es un hecho antropológico indubitable, puesto que
indubitables son las relaciones de desigualdad entre estas clases lógicas, tanto
si se consideran desde una perspectiva autotética como si se consideran desde
una perspectiva alotética. La cuestión no es, por tanto (como parecen insinuar
algunos defensores de la igualdad), la de demostrar el hecho de las diferencias,
en nombre de la igualdad, sino por el contrario demostrar la igualdad a partir del
hecho de las diferencias. El «hecho» no tenemos que demostrarlo, puesto que
hay que partir de él, y no se puede partir de la igualdad, que es lo que hace del
modo más simplista, dándola por supuesta, el «pensamiento Alicia» aplicado a
esta cuestión.
289
Tomamos como referencia, como es obligado desde un punto de vista
dialéctico, la doctrina espiritualista tradicional incorporada a la dogmática
cristiana y al cartesianismo que interpretaba (explicaba) el hecho diferencial
como una dicotomía: las personas humanas y los animales (los simios y el
hombre, en lo que tiene de animal) nos remiten a dos «reinos» separados por
una línea divisoria infranqueable por cualquier tipo de transformación evolutiva:
el «reino animal» comprende a los animales no dotados de alma espiritual (es
decir, según la mayoría, a los animales irracionales, si la racionalidad se
entendía como derivada de esta alma espiritual), mientras que el «reino hominal»
comprende a los animales dotados además de alma espiritual y, por tanto, de
racionalidad, a los animales racionales. Esta dicotomía, que establecía la barrera
infranqueable de la que hemos hablado (el reino hominal no podía derivarse por
evolución, sino por creación) suscitaba la fundamental cuestión basada en la
constatación empírica de múltiples e impresionantes semejanzas, de la
«racionalidad de los brutos», que cada escuela intentaba resolver como podía.
290
Ahora bien, conviene precisar (limitativamente) el alcance que la
«degradación» inherente a la revolución darwiniana tuvo, y sigue teniendo, en
muchas interpretaciones del evolucionismo transformista. La limitación de este
alcance estaría determinada tanto en el momento de fijar el límite terminal, aún
a partir del límite inicial, de esta cadena evolutiva.
291
comparativamente, si subrayásemos los rasgos diferenciales desde la
perspectiva del «progreso global».
Pero otra cosa estaba llamada a ocurrir cuando, a lo largo del siglo XX, se
perfeccionaron los métodos de la Etología primero, y de la Genómica después.
Porque estos métodos permitirían al darwinismo (tras las consabidas etapas
turbulentas) desplegarse por vías diferentes a las del «darwinismo
paleontológico», siguiendo, sobre todo la Genómica, los métodos mendelianos
que ya desde el principio se interpretaban como limitativos de la evolución
progresista, asociada originariamente al darwinismo paleontológico.
292
aprisionados por el dogma antirracista. La distancia genotípica puede disminuir
hasta aproximarse a cero sin que la distancia fenotípica disminuya en la misma
proporción; incluso aumenta.
293
En consecuencia cabe concluir que «si la Genética no permite reconocer las
razas humanas», peor para la Genética; es decir, cabe concluir que la Genética
tiene límites estrictos, y que no puede considerarse como la ciencia integral
desde la cual hubiesen de poder explicarse todas las diferencias entre individuos
de una misma clase, de suerte que en lugar de reconocer sus límites, se nieguen
las diferencias, en nombre de la igualdad.
10
Pero cuando nos referimos a las diferencias entre los simios, los hombres y
las personas humanas, limitando las pretensiones de quienes quieren establecer
«científicamente» las relaciones de igualdad entre ellos (sin molestarse siquiera
en determinar el parámetro k de esa igualdad) no lo hacemos en nombre de la
distinción biológica entre el plano genotípico y el plano fenotípico (que
comprende al etológico). Ambos pueden considerarse como «planos secantes»
de los individuos miembros de clases autotípicas (tanto si se tienen en cuenta
atributos genotípicos como atributos fenotípicos, con sentido autotípico).
294
humanas). Una perspectiva que permita rasgar las analogías entre las especies,
que disimulan la desigualdad constitutiva que suponen dada entre esas clases.
11
295
aún cuando los individuos xi del grupo Xq no dominen siempre a los individuos yi
del grupo Yq (Napoleón decía haber observado que un mameluco puede más
[domina, en lucha directa] que un francés, que diez mamelucos pueden lo mismo
que diez franceses, pero que cien franceses dominan a cien mamelucos).
Bastaría interpretar los términos de la matriz cuadrada D como grupos de
individuos.
296
incidencia en el sujeto corpóreo humano a través de sus células o de sus tejidos
(infecciones, erosiones, comensalismo...).
297
originales; significa que estos medicamentos, remedios o maniobras podrán ser
incorporados en el sistema occidental, pero no viceversa.
12
La gran ventaja que las ideas de dominación o control tienen sobre otras
ideas o conceptos, no ya autotéticos, sino alotéticos, es que no se circunscriben,
de modo intraespecífico, a una especie mendeliana, o a un grupo social humano,
sino que pueden vincular, mediante interacciones positivas (es decir, no
solamente mediante analogías o relaciones puramente lógicas), a individuos
pertenecientes a diferentes especies mendelianas o a diferentes grupos
sociales. Las relaciones de dominación señor/vasallo del reino A pueden ser
análogas (en el sentido puramente lógico) a las de un reino B que no mantiene
contactos con el reino A. Es decir, sin que medie interacción o dominación alguna
entre el reino A y el reino B; pero también puede haber relaciones de dominación
entre el reino A y el reino B, o incluso entre un par señor/vasallo del reino A y un
par señor/vasallo de B. Asimismo, la relación de dominación o control no se
circunscribirá únicamente a las interacciones de un individuo humano sobre otro,
sino que también se aplicará a las interacciones de un individuo humano con un
animal (un perro, un caballo, un oso, o un simio).
298
Las relaciones etológicas (uniunívocas) de poder son, en principio, lineales,
de índole asimétrica y jerárquica, aunque generalmente ramificadas; pero los
grupos o sistemas sociales no están constituidos por una línea de dominio,
aunque sea ramificada, sino por un entretejimiento de diferentes líneas que
parten de puntos o centros de poder diferentes. Estas líneas pueden además
entrecruzarse, haciendo que los individuos incorporados a ellas, al menos
algunos de estos individuos, puedan intersectarse (aún cuando las asimetrías de
las líneas estén orientadas en sentidos opuestos). En las sociedades europeas
del Antiguo Régimen las líneas jerárquicas (lineales o ramificadas) del poder
político (en consecuencia, los centros del poder político) estaban «dobladas» por
líneas jerárquicas del poder eclesiástico, que intersectaban con las primeras,
algunas veces corroborando la orientación de las asimetrías, otras veces
neutralizándolas, y otras veces remontándolas en sentido inverso.
13
299
ordenador capaz de superar el criterio de Turing» (La física de la
inmortalidad, 1994, trad. española, Alianza, Madrid 1996, capítulo 4). Pues
absurdo es admitir una definición de persona que establece la posibilidad de
confundir un programa de ordenador, por complejo que sea, con una persona
humana; y si Tipler cree haberlo logrado, es porque ha personificado, al modo
del animismo, al programa de ordenador (el propio «criterio de Turing» ya es
alotético).
300
personas humanas»), sino por confrontaciones positivas reales, como pueda
serlo la confrontación, para tomar el ejemplo anterior, del control que la paloma,
en la caja de Skinner, tiene sobre la caja y sobre el individuo humano que la
manipula, y el control que este individuo tiene sobre la paloma y sobre la caja
que él mismo fabricó.
301
Los atributos personales del individuo humano son atributos que, en cuanto
alotéticos, pueden adquirirse o perderse de un modo más fácil de lo que pueden
hacerlo los atributos autotéticos de ese individuo humano. El individuo humano,
como el individuo simio, no puede perder sus atributos humanos o simiescos sin
perder al miso tiempo su existencia.
14
He aquí un esbozo de lo que podrían ser las líneas generales del proceso
transformación del individuo humano en persona humana. A efectos de este
esbozo tenemos que prescindir aquí de los detalles, que son por otra parte
inexcusables para el desarrollo de la teoría.
El proceso a partir del cual las bandas formadas por estos seres humanos,
cada vez más dispersas (no cabe hablar de una «humanidad originaria», en
sentido compacto susceptible de ser entendida desde el «ideal de la humanidad»
de los krausistas) sólo podrían emprender el camino hacia una especie
transgenérica cuando comiencen a transformarse sus relaciones o atributos
alotéticos respecto de otras especies (y no ya cuando comiencen a
transformarse atributos suyos autotéticos, como suele admitirse ordinariamente,
por ejemplo, atribuyendo el «paso a la humanidad» a un determinado incremento
del volumen cerebral, es decir, confundiendo lo que puede ser una diferencia
distintiva con una diferencia constitutiva).
Y es preciso reconocer que en los primeros pasos, que tuvieron que ser
dados a lo largo de una dilatada etapa de decenas de miles de años, los seres
humanos mantuvieron relaciones de dependencia, según múltiples parámetros,
respecto de otras muchas especies de animales. No podemos decir, por tanto,
que las controlaban o las dominaban, salvo en algunos aspectos relacionados
con la caza (de la «caza menor», si es que eran carroñeros de caza mayor).
302
Aspectos que tenían su correlato en aquellos otros según los cuales los animales
controlaban a los hombres y, en este sentido, los dominaban.
303
comienzan a abandonar la «costumbre» de considerarse a sí mismos como una
especie más entre las especies animales, venciendo la resistencia del
«relativismo zoológico originario». Todavía Platón, en El Político, pone en boca
del Extranjero una doctrina zoológico relativista radical, que parece llegar a
persuadir a Sócrates (puntualicemos, como lo hace Platón: al joven Sócrates):
«Te pregunto cómo convendrá conducir la educación de los rebaños [entre ellos
los rebaños humanos; poco después, el Extranjero clasificará a los rebaños en
dos grandes grupos: rebaños de animales con cuernos y rebaños de animales
sin cuernos; de suerte que las sociedades humanas habrán de ser consideradas
como rebaños de animales sin cuernos y el político como un tipo de pastor propio
de este tipo de rebaños]. Y me dijiste, en tu precipitado ardor, que había dos
especies de seres animados, una que comprende a los hombres y otra que
abarca a todos los animales restantes.»
Sócrates joven admite que así lo ha hecho, utilizando sólo dos nombres:
«Hombre» (para la especie de los hombres) y «animales» (para todas las demás
especies), y no advierte por qué haya de arrepentirse. Y es entonces cuando el
Extranjero le replica: «Obraste como hubiera obrado cualquier animal dotado de
razón [humana, sobreentenderemos], la grulla, por ejemplo, si distribuyendo los
nombres según su procedimiento tuviera a las grullas por una especie distinta [y
enfrentable] de la multitud de animales y se hiciera honor a sí misma, mientras
confundiendo a todos los demás seres, incluso a los hombres, en una misma
categoría, les aplicara indistintamente el nombre de animales.»
304
por el cual los hombres pueden comenzar a ser personas, y por qué no lo pueden
ser las grullas (añadimos, ni los simios): porque no tienen capacidad para
enfrentarse, dominar y controlar a todos los demás animales (añadamos:
linneanos y no linneanos), para constituirse como reyes del reino animal.
305
15
Esto quiere decir que las morfologías de la persona humana que se irán
formando en el proceso de evolución de la especie humana no serán uniformes:
que el tipo de persona humana que haya podido formarse en el Egipto faraónico
de las primeras dinastías tendrá una morfología muy distinta de la que pueda
corresponder al tipo de persona propio de la Grecia clásica de los tiempos de
Sócrates. Tampoco cada persona individual, dentro de cada morfología, tendrá
por qué ser igual (precisamente en cuanto a su personalidad, no ya en cuanto a
sus dotes, coeficiente mental, inteligencia, gustos, &c.) a las demás.
Sin embargo, y sin perjuicio de las diferencias, la analogía entre los diversos
tipos de personas en las diferentes sociedades humanas nos llevaría a reconocer
la realidad de unos procedimientos, también análogos, de conformación de los
306
individuos humanos de esas sociedades como personas. Estos procedimientos
no podrían dejar de tener que ver, desde luego, con las instituciones normativas,
jurídicas principalmente, pero también sociales y religiosas, orientadas a atribuir
unas obligaciones (o «deberes») a los individuos humanos identificados ya con
un nombre propio (ceremonias de natalicio, de adolescencia, &c.). Y, a partir de
esas obligaciones asignadas, los individuos podrán conquistar la condición de
sujetos de derecho (con ayuda, desde luego, de otros individuos que mantengan
con ellos relaciones de parentesco, de amistad o de magisterio), cuando ellos
sean capaces de satisfacer sus obligaciones.
307
pretensiones de dominación recíproca que pueden hacer mutuamente
incompatibles a estas sociedades hasta el extremo de llevarles a la guerra.
16
Concluimos: las líneas generales que hemos trazado para esbozar una
teoría histórico institucional de la persona humana, nos conducen a una
concepción de la persona humana como institución que se desarrolla a lo largo
de una evolución antropológica e histórica resultante del entretejimiento de dos
dialécticas que, en algún tramo del proceso evolutivo aparecen confundidas,
separadas en otros y casi siempre disociadas: la dialéctica de la dominación
humana intraespecífica («circular») y la dialéctica de la dominación humana
interespecífica («angular»).
308
En cualquier caso, la persona humana, desde las coordenadas del
materialismo filosófico, no podría considerarse como el «rey del universo», como
el sujeto o sociedad de sujetos capaz de controlar y dominar (si esta relación
tuviera sentido cuando la referimos a entidades inanimadas) la integridad de los
contenidos de la Naturaleza, e incluso (como algunos biólogos evolucionistas,
como Haldane, enardecido por una filosofía fundamentalista de la ciencia, han
sugerido alguna vez) «llegar a controlar la propia evolución». La realidad es muy
otra. La persona humana, la «humanidad», si se prefiere, no sólo no posee el
control de las fuerzas desencadenadas en la Tierra, o sobre la Tierra, por
terremotos, tsunamis, tornados, meteoritos, glaciaciones; mucho menos tiene el
control sobre el curso de los astros y sobre el destino de las galaxias, sobre la
evolución del Sol hacia su estado de enana roja, o sobre la evolución de las
estrellas o sobre el big crunch, supuesto que este sea el destino de nuestro
universo. El hombre, en cuanto persona, incorporado a una sociedad de
personas, tiene el control y el dominio, eso sí, de los animales linneanos, que
tienen la condición de sujetos operatorios, y este control es un componente
esencial para seguir ocupando el puesto que le corresponde en el Universo como
persona.
309
Final
Ahora bien, para otorgar derechos humanos a los simios habría que
comenzar por exigirles obligaciones muy concretas: por ejemplo, la obligación
de trabajar, de cumplir una función social que justificase la retribución que
recibirían de la sociedad humana, en la medida en que fueran recibidos como
personas integrantes de esa sociedad. Sólo de este modo podrían reclamar sus
derechos.
310
Pero lo más importante es esto: que en el caso de que esto ocurriera, en un
momento dado, les sería necesario a los hombres, no ya otorgarles cualquier
tipo de derechos, sino negárselos de plano. Porque, si se presentase una
situación semejante, los simios se nos revelarían como sujetos potencialmente
peligrosos e incompatibles con nuestra misma condición de personas soberanas.
Tendríamos que temer la posibilidad de que estos simios, transformados en
personas simiescas (nunca humanas, por supuesto) pretendieran dominar y
controlar a los hombres. Posibilidad que ha sido explorada varias veces en obras
literarias o cinematográficas que giran en torno al tema del Planeta de los simios.
Tema que no hay que confundir, como es frecuente, con el tema de los
extraterrestres, como animales no linneanos: los simios del Planeta de los
simios se sobreentienden, desde luego, como animales linneanos.
311
todo misterio, en busca de un trabajo gratificante, acaso de un trabajo orientado
a escribir una tesis doctoral.
Más aún. Aún asumiendo, desde luego, la norma del «buen trato», e incluso
la posibilidad de su regulación legal (supuesto que ella fuera necesaria en una
sociedad «desmandada», es decir, supuesto que la regulación no obedeciera
simplemente a los impulsos burocráticos de un intervencionismo propio de
defensores de un Estado centralista).
Quedan sin explicar, desde el punto de vista político, los motivos que
podríamos llamar «de agenda», que han llevado al grupo socialista a anteponer
lo que objetivamente sólo puede ser una proposición de buen trato a los simios
y a los animales en general, a las proposiciones orientadas a regular el «buen
312
trato» a los niños o adultos hambrientos o sin techo de África, de Asia, de
Europa... o de España.
***
Inane, porque debieran saber que es imposible dar nada (por ejemplo, unos
derechos) a quien no tiene capacidad de recibir, teniendo por evidente lo que no
lo es, sin mayor análisis.
Redundante, porque con ese «otorgamiento» de derechos se pretende
atribuir algo que ya poseen en la normativa de las sociedades contemporáneas,
a saber, la normativa del buen trato a los animales.
313
razonamientos propios del pensamiento Alicia, cuando además esta proposición
es inane y redundante.
314
El debate democrático sobre el «proceso»
(de pacificación del País Vasco)
Gustavo Bueno
Un análisis sobre los dos tipos de argumentación que se enfrentan en la España de junio de
2006 en torno al «proceso» por antonomasia, el «proceso de pacificación» del País Vasco
Pero ocurre que el partido de la oposición (el PP y sus aliados) rechaza por
completo la canalización que el gobierno socialista y aliados quieren dar al
«proceso», así como la perspectiva política y filosófica asociada a tal
canalización.
315
¿No cabe sospechar, por tanto, que la «abreviatura» («el proceso»),
además de su función «económica», tienen también una función «evasiva» en
cuanto, por su ambigüedad, confunde los puntos de vista de ETA y de España,
y confunde también la canalización y perspectiva del Gobierno y la canalización
y perspectiva de la oposición, y todo esto lo hace sin excluir ninguna de las
alternativas, dejando libertad a quien la utilice para entenderla según la
canalización y filosofía que mejor le parezca?
316
dialéctica procedente de un portavoz del PP sea respondida de un modo
elocuente (pero puramente retórico) para que se den por buenos los argumentos
retóricos frente a los dialécticos, y las encuestas proclamen la victoria
parlamentaria del partido del gobierno frente al partido de la oposición.
317
hablando, acumulando sucesivamente unos discursos a otros. Estos diálogos
pueden conducir al consenso, pero no garantizan los acuerdos.
318
la solidaridad como obligación, en un sentido político, y sin las connotaciones
éticas o morales consabidas que oscurecen el asunto).
319
leninista). Según esto, todos los actos de violencia sangrienta (asesinatos,
bombas, &c.) o incruenta (extorsiones, secuestros, calumnias, &c.) serán
interpretados por sus efectos como episodios de una guerra de liberación
declarada al Estado español. Sabemos que la perspectiva emic de ETA fue
reconocida ampliamente, «comprendida», incluso apoyada, por otros Estados
democráticos europeos (Bélgica, por ejemplo), americanos (Cuba, por ejemplo),
africanos o islámicos. A todos estos Estados, decimos por nuestra cuenta,
España tendría que considerarlos como enemigos suyos.
(2) La perspectiva política etic de quienes reciben los ataques de ETA, pero
quieren ser definidos en función de los planes y programas emic de ETA: estos
«quienes» son precisamente españoles. Son españoles, porque los ataques de
ETA son actos criminales de terrorismo contra España (contra jueces españoles,
ciudadanos españoles, concejales españoles, policías españoles, militantes de
partidos políticos españoles, casi siempre con sus nombres y apellidos
españoles); crímenes que han de juzgarse, ante todo, desde el Estado
constitucional español.
(3) La perspectiva humanística (también etic), pero más bien de índole moral
o ética que política: es la perspectiva de quienes interpretan los ataques de ETA
en cuanto dirigidos, no ya contra los españoles, sino contra los hombres. Las
víctimas de ETA resultan ser ahora víctimas de la violación de derechos
humanos; tanto da sean españoles como bosquimanos. Los ataques terroristas
de ETA, desde esta tercera perspectiva, se considerarán como un caso más de
crímenes contra la Humanidad, hasta el punto de que resultará irrelevante
hacerlos consistir en ataques contra España. Porque no son los españoles, sino
las personas humanas, las que son atacadas por la banda terrorista ETA. Por
consiguiente, la lucha contra ETA habrá de ser planeada «desde la Humanidad»;
y si para lograr el alto el fuego hay que hacer concesiones políticas importantes
–incluso el reconocimiento del País Vasco como un Estado independiente, junto
con Navarra y tres provincias francesas– no habría en principio inconveniente en
hacerlas. Lo importante es lograr el fin de la violencia, la pacificación del País
Vasco como un eslabón más de esa armonía humanista de las personas que
viven en «Euskalherría» con el resto de las personas de otros pueblos.
Por tanto, aunque en estos casos son inseparables las perspectivas (2) y
(3), sin embargo son disociables; y las consecuencias de esta disociabilidad
tienen largo alcance, en cuanto concierne a la preparación de los planes y
programas de lucha contra ETA.
320
En cualquier caso, las perspectivas (1) (2) y (3) no son compatibles entre sí.
Son mutuamente incompatibles, dos a dos: (1) es incompatible con (2), (1) es
incompatible con (3), pero también (2) es incompatible con (3).
321
Desde España no cabe hacer ninguna concesión, en absoluto, ni tomarse
en serio, a efectos de una negociación con la banda terrorista ETA, la perspectiva
desde la cual ETA se presenta a sí misma y al pueblo vasco. Por consiguiente,
y esto es lo más importante, no cabe hablar de «guerra» entre ETA y España.
ETA no es el ejército de un pueblo que lucha por su liberación nacional. Es un
grupo terrorista, contra el cual se envía a la policía, y no al ejército español. No
cabe ninguna «negociación» entre el Estado español y ETA, si no se despeja
totalmente toda sombra relativa a este punto; y sin embargo estas sombras son
proyectadas por la simple práctica de unas negociaciones orientadas a la
pacificación del pueblo vasco. Porque si no hay guerra tampoco puede hablarse
de «proceso de pacificación», ni cabe aceptar negociaciones para un «tratado
de paz», sino, a lo sumo, conversaciones sobre las condiciones de entrega de
las armas. Tan solo caben conversaciones colaterales relativas a los presos
etarras y a los etarras en activo, a las condiciones de la entrega de las armas,
dentro siempre del marco del Código Penal vigente.
322
4
RZ, con un «discurso humanista» puro (el discurso más próximo imaginable
al del humanismo Alicia), llega al Gobierno de España tras la oportuna masacre
del 11-M, encumbrado por la ola pacifista que había desatado la guerra del Irak.
Su pacifismo le permitirá presentar al Gobierno de Aznar como cómplice del
pacto de las Azores, como un títere del imperialismo anglosajón, que
merecidamente (por desproporcionados que fueran los métodos) habría recibido
la respuesta musulmana. Retirada inmediata de las tropas españolas del Irak,
para obtener su pacificación; para obtener la pacificación del País Vasco,
principio inmediato de negociaciones con la banda terrorista o con su brazo
político, Batasuna.
323
permitió el gobierno del partido socialista catalán de Maragall, desplazando a los
nacionalistas moderados, CIU, y al PP. Este gobierno tripartito redactó un
Estatuto que, en principio, definía a Cataluña como un nuevo Estado soberano;
rectificado en las Cortes en las cosas de mayor bulto, fue aprobado en el
Parlamento, listo para el Referéndum final. Más aún, el Estatuto de Andalucía, al
redefinir Andalucía como «realidad nacional», corrobora la pertinencia del
Estatuto de Cataluña, y aún puede legítimamente pensarse que fue redactado
para lograr esta corroboración en beneficio del Partido Socialista blando de RZ.
324
ETA lleva a la negociación los principios de autodeterminación,
incorporación de Navarra, amnistía de los «presos políticos» o etarras en activo.
Es decir, el Gobierno socialista trata a ETA, y a su representante político
Batasuna, como si fuese una potencia con la que se discuten las cuestiones de
la paz. Las víctimas del terrorismo (casi todas, salvo las «humanistas») no
aceptan que los verdugos asesinos impongan sus condiciones. Aunque, hay que
decirlo todo, las víctimas del terrorismo quieren desmarcarse, muchas veces, de
sus compromisos políticos, sintiéndose simplemente víctimas desde una
perspectiva humanística que se acoge a sus derechos humanos, al margen de
sus obligaciones como españoles.
Pero lo que en esta ocasión queremos destacar es esto. Que los debates,
aunque desplieguen un diálogo intensamente político entre los partidos (en
realidad, entre las coaliciones gubernamentales y el PP), no son propiamente
diálogos dialécticos, mantenidos en el mismo plano de la confrontación. Son
diálogos mantenidos en planos distintos: uno, el plano dialógico y dialéctico que
argumenta en el terreno constitucional específico de referencia; el otro es el
diálogo retórico que argumenta en un terreno indefinidamente genérico, bañado
por la luz del humanismo, y que busca no ya refutar al antagonista dialéctico,
sino producir la impresión en el electorado de que «sabe responder» y responde,
hasta tal punto, de obtener la victoria dialógica (a juicio de analistas políticos o
encuestas) ante gran parte del electorado («las encuestas dan a RZ como
ganador del debate parlamentario, a Rajoy sólo lo considera tal un 33% de los
encuestados»).
Puede constatarse que todas las respuestas del PSOE están cortadas por
el mismo patrón: dar por supuesto que los argumentos del PP contra la
negociación con los terroristas son evidentemente absurdos, y por tanto que hay
que descalificarlos sin entrar en su estructura argumental. Se procede por tanto
a «encapsularlos», dando por supuesto, desde luego, que la pacificación es el
objetivo prioritario, y que, por tanto, todo lo que se oponga a este objetivo,
equivaldrá a poner dificultades a la paz, y descubrirá un deseo de los oponentes
a la continuación de la guerra, del terrorismo. Es decir, sobre las argumentos del
PP encapsulados, se proyectarán, desde un plano oblicuo (principalmente de
naturaleza psicológica), juicios de intenciones atribuidas al PP; y de este modo
se pasará del plano en el que se discuten los argumentos objetivos, al plano
psicológico de quienes están enfrentados en el debate por razones distintas de
las que se contienen en la «cápsula».
Debate del 5 de junio de 2006 entre Blanco (portavoz del PSOE) y Rajoy,
jefe de la oposición.
326
Blanco (llamado «Pepiño») actúa como un sicofante metido a psicólogo. En
lugar de replicar dialécticamente a los argumentos de Rajoy, en el terreno
específico en el que se plantea la cuestión, en lugar de desmontar, como
aparentes, las contradicciones señaladas por Rajoy, se desliza al plano de las
intenciones psicológicas de Rajoy: «Rajoy no quiere la pacificación, Rajoy busca
con sus argumentos romper el acuerdo por motivos partidistas, para evitar que
el proceso de pacificación, si llega a tener éxito, redunde en beneficio del
PSOE.»
327
la negociación del PSOE ya no se mantiene en el terreno constitucional de la
lucha policíaca y jurídica, sino en el terreno de la negociación con la banda
secesionista y anexionista. La brocha gorda de Teresa de la Vega pone entre
paréntesis («encapsula») los argumentos del PP y se limita a calificar
psicológicamente de actitud «desleal», de cambio de actitud, lo que es otra cosa
totalmente distinta.
Una y otra vez el gobierno español, que controla la mayoría de los medios
de comunicación de masas, que cuenta con sus aliados analistas (una gran parte
328
de tertulianos y periodistas participa del pacifismo armonista), repetirá que Rajoy
boicotea el proceso de pacificación, que «en democracia» (es decir, en el
Parlamento controlado por él) todos lo excluyen, que le invita, «una vez
desahogado», a reintegrarse al pacto como a un hijo pródigo.
Y con esto dará ocasión a que los retóricos y sicofantes vuelvan a considerar
al PP como saboteador de la pacificación, como antidemócrata, incluso como
fascista.
329
como entidad realmente existente, y a su indivisibilidad. Una traición que además
constituye un atentado con la Constitución de 1978.
Pero si la mala fe de los sicofantes tiene sus efectos deseados sobre «el
pueblo», habría que resignarse a reconocer la conocida sentencia: cada pueblo
tiene el Gobierno que se merece.
330
Notas sobre el concepto de populismo
Gustavo Bueno
El término 'populismo' se emplea con un marcado sentido ideológico, sobre todo cuando se le
utiliza, no como un término descriptivo teórico, neutro, sino como un término axiológico,
valorativo, y de signo especialmente despectivo o negativo
No deja de tener interés este desajuste entre los materiales del banco de
datos de la Academia y la definición canónica de los términos del español que
ofrece el Diccionario. No nos atrevemos a pensar que este desajuste sea debido,
no ya a la ignorancia que los académicos definidores tienen de su propio banco
de datos, sino más bien a las dificultades para definir un término tan ambiguo y
tan comprometido desde el punto de vista político.
331
(también podríamos llamarlo «populismo descalificativo») y el «populismo
positivo».
332
La tiranía de Pisístrato (que utilizaba el pueblo frente a la aristocracia) tiene
cierto paralelo con las democracias presidencialistas llamadas populistas,
precisamente porque se dice que utilizan al pueblo frente a las oligocracias
constituidas por los partidos políticos y por la clase política presente en el
parlamento.
333
parlamento y que por consiguiente es el parlamento el único lugar en donde el
pueblo debe manifestarse democráticamente.
La diferencia entre estas formas de democracia, que sin duda existen, habrá
que ponerlas en otro lado: y no precisamente en aquel en el que se debaten los
criterios de la democracia en sentido teórico.
334
«nación étnica» o cultural. El pueblo es el conjunto de los ciudadanos vivos, en
el presente, que intervienen en la vida «pública»; la Nación política incluye
además a los antepasados (a los muertos) y a los descendientes, a los padres
(a la Patria pretérita) y a los hijos y descendientes (a la Patria futura). La Nación
política es un concepto histórico, la nación étnica o cultural es un concepto
antropológico.
335
Notas sobre la socialización y el socialismo
Gustavo Bueno
Se intenta en esta nota sistematizar las muy diversas modulaciones –no siempre fáciles de
concordar– que asume el término «socialismo», principalmente en su relación con el
racionalismo y con la filosofía (materialista) en obras del autor tales como El papel de la
Filosofía en el conjunto del saber, Ensayos Materialistas, Ensayos sobre la categorías de la
Economía Política, ¿Qué es la Filosofía?, &c.
336
el socialismo», aun cuando estas teorías o ideas carezcan de referentes
históricos (socialismo teórico).
337
La idea de socialismo genérico se delimita por oposición a formas de
organización histórica o teórica que no son socialistas; la idea de socialismo
específico se delimita por oposición al socialismo genérico y envuelve la
oposición (diamérica) entre cada especificación del socialismo genérico y otras
especificaciones definidas (desde el punto de vista económico-político, la
socialización por antonomasia, durante un siglo, significaba la «socialización de
los medios de producción», vinculada a los planes y programas políticos de la
Unión Soviética). En consecuencia, puede afirmarse que el socialismo genérico
habría que entenderlo como un socialismo perfectamente definido respecto a
aquello que no es socialismo. O dicho de otro modo: el socialismo filosófico (o
genérico, en este caso) no es un socialismo indefinido «a escala de género»,
aunque lo sea «a escala de especie».
338
Citaremos aquí las dos acaso más importantes, a saber, los que tienen lugar en
la «región» de las religiones positivas y los que tienen lugar en la «región» de la
Idea de Cultura.
Las religiones positivas se han entendido (desde las «religiones del libro»,
sobre todo) en el sentido específico postulado por cada religión histórica
(judaísmo, cristianismo, islamismo). El cristianismo, en la tradición patrística y
escolástica, iba referido a la religión positiva por antonomasia, concebida como
la religión verdadera y aun como la verdadera religión (las «religiones paganas»
–por ejemplo, las religiones indígenas americanas– eran interpretadas como
supersticiones; y las religiones judía o musulmana eran interpretadas o bien
como una «preparación evangélica», en frase que Eusebio de Cesárea aplicó al
Imperio romano, hacia la verdadera religión, o como desviación o herejía de la
religión cristiana, en expresión de San Juan Damasceno). Podemos constatar,
por tanto, en la tradición (muy desdibujada en nuestros días por el irenismo y el
ecumenismo) la presencia de una religión circunscrita al cristianismo (por su
parte, al islamismo...) o, para decirlo con más vigor, podemos hablar de una idea
de religión secuestrada por una religión o iglesia determinada.
Otro tanto ocurre hoy (más que en la tradición) con la Idea de Cultura. La
idea de cultura que hoy se utiliza ordinariamente (en el lenguaje popular, en el
lenguaje político, &c.) no es la idea de cultura genérica que utiliza la Antropología
cultural (el «todo complejo» de Tylor), sino una idea de «cultura circunscrita» a
determinadas áreas culturales (literarias, musicales, folclóricas...) con exclusión
de otras. Los Ministerios de Cultura (o las Consejerías de Cultura, o las
Concejalías de Cultura...) sobreentienden el término «cultura» circunscrito a los
contenidos muy limitados que tienen encomendado administrar, y dejan a cargo
de otros ministerios (o consejerías o concejalías) partes tan esenciales de la
cultura genérica, en cuanto idea antropológica, como puedan serlo la Agricultura
–reservada a un Ministerio, Consejería, &c., de agricultura– o la Industria –
reservada a un Ministerio de Fomento– o el Ejército –reservado a un Ministerio
de Defensa (como si los ejércitos o sus armamentos no fueran partes integrantes
del «todo complejo»)–.
339
una parte de la sociedad humana (de cada sociedad distributivamente tomada,
o de la sociedad universal en sentido atributivo, cuando a este sentido pueda
corresponderle un correlato histórico y no sólo teórico) en representación única
de lo humano, en general, con segregación (histórica o teórica) de todas las
demás «pretendidas partes».
La tesis que mantenemos en torno a las cuestiones que tienen que ver con
la génesis de la filosofía (y en especial con el racionalismo filosófico materialista,
entendido como una «disposición» históricamente cristalizada en la Grecia
clásica y cuyo alcance político, como perspectiva general, se supone
imprescindible en el tratamiento de los planes y programas de una sociedad
compleja) se enfrenta, ante todo, con las tesis que defiende la génesis subjetiva
de la filosofía considerándola como la «reacción espontánea» que cualquier
individuo dotado de conciencia reflexiva produce ante las «cuestiones
existenciales» más fundamentales (¿quién soy yo? ¿quién me hizo? ¿a dónde
voy? ¿cuál es mi destino? ¿quién hizo el Sol?...). La versión más relevante del
subjetivismo individualista es, ante todo, la que hemos denominado
«gnosticismo» (reduciendo ad hoc, a efectos de su redefinición filosófica, a la
escala subjetivo individual, las posiciones más bien grupales que en el siglo II
estuvieron representadas por las denominadas «sectas gnósticas»).
340
Con el término gnosticismo, en sentido filosófico, sin embargo, venimos
designando, ante todo, a posiciones muy relevantes de la tradición filosófica que
defienden la génesis radicalmente subjetivo-individual de la reflexión filosófica.
La filosofía, según esta tradición, brota de los sujetos individuales (generalmente
de ciertos sujetos individuales), que acaso han debido «madurar» en
determinadas épocas históricas y sociales, pero que sólo cuando se han «vuelto
hacia si mismos», desprendiéndose de todo vínculo grupal, social, podrían haber
abierto un nuevo tipo de reflexión, la reflexión «subjetiva», filosófica, considerada
como la única vía para una reflexión «libre» (libre de «toda atadura» o prejuicio
familiar, religioso, político, profesional...).
341
sociedades políticas serían, en cierto modo, «superestructuras» creadas por
individuos previamente dados que pactan las condiciones de una convivencia
compatible con su libertad.
343
la confrontación de un grupo dado con otros grupos afines o heterogéneos,
amigos o enemigos.
344
La introducción por Augusto Comte de la Sociología y de la perspectiva
sociológica, aunque influyó decisivamente en la ideología de algunos
socialismos específicos, se mantuvo en el horizonte del socialismo genérico;
porque el «sociologismo» de Comte no sólo afectaba a las sociedades del
«primer estadio», sino también a las del segundo y, sobre todo, a las del tercer
estadio. Ahora el socialismo se especificará como socialismo político (la
condición genérica del socialismo político se prueba por cuanto él tiende a
enfrentarse con el subjetivismo individualista que Comte ve representado por la
Psicología, la disciplina que precisamente Comte intentó borrar del cuadro de las
ciencias de su enciclopedia).
345
llevada a cabo en un Estado minúsculo (como pudiera ser el Estado cubano
actual: la importancia histórico universal del experimento socialista cubano
residió en la potencialidad que se le atribuía como punto de germinación de un
proceso de extensión del socialismo al resto de Hispanoamérica; por si mismo,
un experimento reducido a diez millones de habitantes, supuesto que pudiera
cumplir sus objetivos, no tendría mucho más alcance histórico universal que el
que pudo tener el experimento comunista de las reducciones de los jesuitas en
el Paraguay).
Dicho de otro modo: la filosofía racionalista «no tuvo que esperar» a que se
conformase la igualdad y la libertad propugnada por determinados socialismos
específicos de signo socialdemócrata o comunista. Ni tampoco tiene que esperar
la filosofía al «estado final de después de la Revolución» en el cual, habiendo
desaparecido la lucha de clases, la filosofía quedaría liberada de sus ataduras y
podría manifestarse de un modo tan libre que propiamente equivaldría a su
autodesaparición.
10
346
a otras sociedades) que estos socialismos particulares pudieran tener. Y, en la
medida en que no podamos demostrar esos componentes universales, habrá
que concluir que las sociedades específicas de referencia se circunscriben como
particulares y cristalizan como sociedades específicas no universales.
347
de la tierra y forzó a las unidades agrícolas de producción a buscar fuentes de
ingreso no agrícolas. También fomentó la interdependencia del mercado, y las
rutas de transporte que ignoraban lo que el siglo XX piensa de los límite
nacionales. Así fue posible que el comercio colonial español fuera un aspecto de
la expansión económica de Europa sin que tuviera mucho impacto directo sobre
la economía interior de España misma». Tampoco puede olvidarse que una gran
parte de los métodos capitalistas inspiraron la propia política de la Unión
Soviética.
348
11
349
parámetros: igualdad ante la ley (y esto sin entrar en los contenidos de las leyes),
igualdad en los procesos de redistribución social (educación –inseparable por
cierto de los contenidos de esta educación–, seguridad social, &c.).
12
Pero lo decisivo para la cuestión que tenemos entre manos (los vínculos
entre el socialismo y la filosofía materialista) es la constatación de las diferencias
entre el universalismo procesual, que suponemos implicado, en mayor o menor
grado, en las sociedades históricas no enteramente cristalizadas (en las
depredadoras, por ejemplo) y los límites que cada proceso universalizador
encuentra de hecho en el curso de su ejercicio. Los límites los impone la realidad
histórica (casi siempre impredecible) como se los impone al esclavismo, al
liberalismo primitivo, al capitalismo decimonónico o al comunismo soviético o
chino de la «triple representación» («un país, dos sistemas»).
350
El socialismo genérico no puede (ni siquiera en su versión esclavista) poner
entre paréntesis a los sujetos operatorios, a sus ritmos y a sus leyes. Tiene que
contar con ellos si quiere hacer política filosófica y no meramente moldeamiento
skinneriano, necesariamente efímero o neutralizable por otro condicionamiento
skinneriano de la misma dirección y sentido contrario.
351
El milagro de Santa Clara
y la Idea de «Televisión Formal»
Gustavo Bueno
Se ofrecen algunos escolios sobre asuntos tratados en el libro del autor Televisión: Apariencia
y Verdad, publicado por Gedisa, Barcelona 2000, así como, finalmente, un análisis del «milagro
de Santa Clara» utilizado como piedra de toque para precisar la distinción entre Televisión
formal y Televisión material
«Memoria histórica»
El libro fue bien recibido por la crítica y por el público, en general; incluso el
autor mereció su nombramiento como Miembro de Honor de la Academia de las
Ciencias y las Artes de Televisión. Sin embargo, un sector de este público –
constituido sobre todo por profesores universitarios de filosofía, algunos de los
cuales ocuparon posteriormente altos cargos como «sabios» o expertos
encuadrados en comisiones gubernamentales de la radiotelevisión española– se
mostró impermeable a la teoría de la televisión expuesta en ese libro. Sospecho
que tal impermeabilidad podría explicarse a partir del autismo gremial que
constriñe a la gran mayoría de los profesores españoles universitarios de
filosofía. Acostumbrados y apoyados, por un lado, por la «teoría crítica», a
352
despreciar o a subestimar a la televisión en general, como un mero subproducto
del cinematógrafo, utilizado por «el poder», como «caja tonta» orientada a
controlar a la sociedad de mercado y, por otro lado, acostumbrados a interpretar,
de acuerdo con sus tradiciones gremiales, el mito de la caverna de Platón como
una prefiguración del cine; durante décadas, todos los profesores de filosofía que
vivieron en el siglo XX, al hablar del mito de la caverna, se veían obligados a
recordar al cine, mostrando de paso a los alumnos y a los lectores la
«actualidad» de la filosofía clásica (por su cercanía con el cinematógrafo). El
cinematógrafo, en cambio, había sido recibido por los filósofos, desde el
principio, con el mayor interés, e incluso con sobreestimación: ¿qué profesor de
filosofía no se sirvió de Bergson para explicar a sus alumnos el «mecanismo
cinematográfico» de la inteligencia? En suma, los profesores universitarios
españoles de filosofía debieron experimentar una cierta incomodidad ante una
teoría de la televisión «que les sacaba de sus casillas», es decir, de su autismo
gremial.
¿Cómo corregir, de un día para otro, la baja estimación que, como hombres
de la élite intelectual, debía merecerles algo tan vulgar como la caja tonta?
¿Cómo deshacer el vínculo de hierro establecido entre el mito de la caverna
platónica y el cinematógrafo, cuyos comentarios tantos rendimientos les
proporcionaban en sus clases y sus publicaciones? ¿Cómo desdecirse y, sobre
todo, por qué romper un guión para sus clases o publicaciones, que tan
cómodamente tenían a mano? Recuerdo mi sorpresa al leer artículos publicados
en aquellos años en la «prensa distinguida», diaria o semanal, y firmados por
colegas universitarios (incluso amigos míos), que sin duda tenían noticias de la
teoría de la televisión como clarividencia, y de la impugnación de la utilización
del mito de la caverna como modelo interpretativo del cinematógrafo; pero fingían
ignorar todo esto, y se mantenían en sus trece, hablando de cine cuando tenían
que referirse al mito de la caverna (con ocasión, por ejemplo, de los comentarios
a la novela La Caverna,que Saramago publicó por aquellos años), o hablando
del mito de la caverna cuando tenían que hablar de cine (con ocasión, por
ejemplo, de los Premios Goya).
353
precisamente en aquello que la define esencialmente: la clarividencia. La
televisión destruye los cuerpos opacos que se interponen entre los ojos y los
objetos de visión. Pero esto jamás lo ha podido hacer el ojo humano, y este
hecho, por sí mismo, constituye ya una crítica a las concepciones de la
tecnología como ortopedia o prolongación de ciertas partes del organismo
humano». Las fórmulas que acabamos de citar se encuentran en el artículo de
un profesor libre de filosofía, Rufino Salguero Rodríguez, en su corrosiva
crítica, «Desactivar el vacío», a otro artículo de Ignacio Castro Rey, «Desactivar
la cercanía», en el que se desenvuelven consecuencias extremas de la «teoría
crítica» de la televisión (el artículo de Rufino Salguero apareció en el nº 7 de El
Catoblepas, septiembre 2002). En el artículo de Rufino Salguero he encontrado
también la mejor exposición del alcance y las consecuencias implicadas en la
consideración de la estructura del cine como contrapuesta a la estructura misma
de la televisión.
354
un análisis imprescindible, y de irrenunciable actualidad, de la estructura misma
de la «producción» (o «creación») tecnológica y artística; un análisis que cabe
ya atribuir, al menos en ejercicio, a los hombres que comenzaban a fundir y
refundir el cobre, el estaño o el hierro, en plena edad de los metales. (Otra cosa
serían los usos metafísicos de este análisis al ser aplicados a los organismos
vivientes o a las facultades del alma.)
(2) Que la distinción entre televisión formal y televisión material tenía muy
poco que ver directamente con el hilemorfismo; y tiene mucho que ver, en
cambio, con la distinción tradicional escolástica (pero mantenida en filosofías
posteriores, por ejemplo, en la kantiana, o en la contraposición de Scheler de la
ética material frente a la ética formal) principalmente cuando ésta ponía en
correspondencia (en un terreno lógico más que ontológico) la distinción
formal/material con la distinción específico/genérico.
355
«inmerso en la misma especie humana») no envuelve la formal, aunque sin
embargo puede estar presente en el interior de la especie o de la entidad
especificada, y no sólo en la exterioridad constituida por otras especies del
género.
356
Modelos de las Tipos de
concepciones de la Televisión Teorías de la Ciencia
(P ⊂ M) = 1 & (M ⊂ P) = 0 (Materia = 1) & (Forma = 0)
I
Modelos positivos Descripcionismo
(P ⊂ M) = 0 & (M ⊂ P) = 1 (Materia = 0) & (Forma = 1)
II
Modelos poéticos Teoreticismo
(P ⊂ M) = 1 & (M ⊂ P) = 1 (Materia = 1) & (Forma = 1)
III
Modelos miméticos Adecuacionismo
(P ⊂ M) = O & (M ⊂ P) = 0 (Materia = 0) & (Forma = 0)
IV
Modelos circularistas Materialismo gnoseológico
Otra de las situaciones a las que conduce la distinción entre materia y forma
en televisión es el «efecto anegación» (o función encubridora que, por lo demás,
no afecta sólo a la televisión, sino a otras muchas instituciones) de las formas
(de las especies, o de los conceptos específicos) llevado a cabo por la materia
(por el género o por los conceptos genéricos). La parte V.§1 del libro, a
continuación de su punto 1 (página 173), agradecería, por tanto, un escolio como
el siguiente:
357
psicológicas que ello pueda comportar) anega las diferencias ontológicas
esenciales entre el cine y la televisión, y oscurece la naturaleza específica de
ésta.
358
verdadero o falso. Aunque se defina la fe como «creer lo que no vemos», sin
embargo, dice un adagio español (citado, por cierto, por Leibniz, en su Discurso
sobre la armonía entre la fe y la razón) que «no hay que creer todo lo que se
ve».
359
visión. Las funciones biológicas del «órgano de la visión» no pueden reducirse a
la condición de funciones orientadas al mero «conocimiento especulativo» (algo
así como un primer esbozo de «teoría pura», al modo aristotélico) sino que son
funciones orientadas prácticamente hacia la exploración del mundo, hacia el
ataque o la defensa de otros animales dotados también de visión. Por ello el ojo,
al mirar algo, es activo, implica la activación del «tono muscular», y no sólo de
los músculos que, como respuesta a los estímulos que lo hieren, lo enfocan y
acomodan, sino también de otros varios músculos de su organismo; por ello, ni
siquiera el theorein de los espectadores sentados ante la escena en el anfiteatro,
o la mirada de los espectadores de la telepantalla, son meramente
contemplativos o especulativos; en el momento en el que el tono muscular vaya
decayendo, el espectador irá dejando de serlo, porque irá quedándose dormido.
Los cuerpos opacos constituyen nuestra «coraza óptica», así como también
la capacidad de poder presentar a los demás la imagen interesada de nosotros
mismos que nos permita disimular nuestra verdadera realidad (en el camuflaje,
por ejemplo), o reforzarla. Lo que se recubre con el término «intimidad» se
constituye, en una biocenosis con animales oculados, precisamente mediante la
opacidad. Mi intimidad, mi fuero íntimo, viene a ser así sólo un trasunto de mi
cueva, de mi choza, de mi casa o de mi castillo, cuando, desposeído de cuevas,
chozas, casas o castillos, sólo me queda mi cuerpo. Y aún éste cuerpo lo ocultaré
(presentando sólo lo que me interese mostrar) mediante la indumentaria, la
máscara (per-sonare) y el maquillaje, todo aquello que los aristotélicos incluían
en la categoría del habitus. Si el hombre puede definirse como el «mono vestido»
(la definición que Desmond Morris propuso con gran éxito –el «mono desnudo»–
es sólo una definición poética e incorrecta, que se funda en la metáfora
retrospectiva que consiste en tomar el vello de los primates como un habitus) es
debido a la opacidad de los indumentos o las máscaras, cuyas transparencias
son sólo casos límite.
360
Hermano,pusieron el grito en el cielo por la obscenidad implicada en un proyecto
que quería hacernos penetrar con las cámaras en la cotidiana vida privada o
íntima de unas personas que habitaban precisamente una casa («la casa») con
paredes opacas, acertaron plenamente, al margen de su juicio ético o estético
adverso; porque «obscenidad» es palabra que tiene que ver probablemente
con scena, es decir, con «poner en la escena pública» lo que se considera
privado o íntimo.
Por último hubo alguna pregunta orientada a delimitar las diferencias entre
la televisión formal y la televisión en vivo o en directo; al parecer, de la exposición
que figura en el libro, se desprende más bien una equivalencia, en la práctica,
entre lo que comúnmente es designado como televisión en directo (o en vivo) –
361
no en falso directo– y la televisión formal. Sin embargo, la idea de la televisión
formal no se deja reducir a la idea de televisión en directo.
362
8
Sin embargo, hace unas semanas el autor fue informado, por un muy
próximo allegado suyo, sobre el contenido del «milagro de Santa Clara». Y
resultaba que este milagro estaba mucho más directamente relacionado con la
televisión de lo que pudiera estarlo San Cristóbal con los taxistas, o Santo
Domingo de la Calzada con los administradores de fincas.
363
bienes y de profundas desgracias, por la atracción que ejerce en los espíritus,
en el interior mismo de la casa familiar).
Por otro lado, el Papa relata en su breve el milagro de Santa Clara en estos
términos: «En Asís, una noche de Navidad [la de 1252], Clara, atada a su
convento por la enfermedad, escuchó los cantos fervorosos que acompañaban
a la sagrada ceremonia –que se celebraba en una iglesia franciscana, situada a
cierta distancia del convento– y vio el pesebre del divino niño como si ella
estuviera en persona en la iglesia franciscana.» En resolución: Pío XII sugiere la
asombrosa analogía estructural entre la televisión como instrumento maravilloso
para ver y escuchar a distancia y en tiempo real los acontecimientos televisados
y el milagro de Santa Clara, cuando vio y escucho reflejados al parecer (según
algunos intérpretes) en el mismo muro de su celda las ceremonias que tenían
lugar en la iglesia franciscana situada a unos dos kilómetros de distancia del
convento. En consecuencia el Papa, consultada la Sagrada Congregación de
Ritos, y tras madura reflexión, proclama, «en virtud del Poder Apostólico, por
esta Carta y para siempre, a Santa Clara, Virgen de Asís, Celestial Patrona,
cerca de Dios, de la Televisión». Y añade: «Anunciamos, establecemos y
ordenamos que la presente Carta sea firme y válida, y que surta todos los efectos
en su integridad, &c.».
En general, las fuentes más antiguas del milagro (los testimonios de las
compañeras de Santa Clara –sor Felipa, sor Balbina, &c.– que depusieron en el
proceso de canonización que comenzó poco después de su muerte) no pudieron
364
relacionarlo obviamente con la televisión, porque este ingenio no existía
entonces, aunque sí pudieron relacionarlo con la clarividencia, entendida como
facultad extraordinaria (reivindicada por magos e impostores), incomprensible y
aún contradictoria: «la facultad de ver a través de cuerpos opacos»; por tanto,
de cuerpos que deberían dejar de ser opacos desde el momento en que alguien
«pudiera ver a través de ellos».
365
Desde luego, los relatos más antiguos del milagro no hacen referencia al
muro pantalla de la celda de Clara, sino que más bien sugieren que estamos o
bien ante un milagro de bilocación, o bien ante una milagrosa revelación interior
que Clara habría recibido (y que le permitió ver y oír la ceremonia que tenía lugar
en un recinto distante y envuelto en piedra). Es evidente que la bilocación aleja
el milagro de Santa Clara de todo lo que tiene que ver con la televisión, porque
quien vio a Armstrong en televisión descender del Apolo XI y pisar la Luna, no
estaba pisando la Luna.
366
receptor de televisión, en el mismo momento en el que tenía lugar el ataque. No
por ello podría concluirse que quien veía la película o el vídeo estaba viendo el
choque de los aviones contra las Torres Gemelas, y su espectacular
derrumbamiento.
367
Individual, idiográfico
Gustavo Bueno
Últimamente el autor ha sido requerido, a veces en son de reproche, a precisar las relaciones
entre lo individual y lo idiográfico, relaciones que al parecer resultan mantener una ambigüedad
excesiva en algunos de sus escritos
368
jamás universalmente, y por ello quedaba excluido, en cuanto tal individuo, de
las ciencias positivas.
369
4
Y dadas las intersecciones entre las ideas de identidad y totalidad (y, por
supuesto, las intersecciones de las ideas de unidad y multiplicidad con las de
todo y parte) advertiremos de inmediato las intersecciones de la idea de identidad
con la idea de individuo. Las modulaciones de la idea de individuo se
corresponden a modulaciones de las ideas de identidad y de unidad (en nuestro
artículo «Predicables de la Identidad», El Basilisco, nº 25, págs. 24-28, hemos
analizado diversas modulaciones de la identidad en su intersección con las ideas
de parte y todo).
370
mismo tipo que la identidad numérica de los organismos vivientes, cuyo
metabolismo implica un recambio total de sus partes materiales en determinados
intervalos de tiempo).
371
En cualquier caso, y sin perjuicio de que la doctrina de la ciencia de
Windelband-Rickert contradiga a la doctrina aristotélica, presupone su distinción
fundamental entre lo individual y lo universal, y aún depende de ella.
372
meras comparsas que ejecutasen papeles de un drama preescrito. Aquí habría
que distinguir (tal como se hizo en «Sobre la imparcialidad del historiador…», El
Catoblepas, nº 35, pág. 2) dos situaciones bien diferenciadas:
(1) La situación en la cual los sujetos operatorios son sustituibles por otros
equivalentes dentro de un contexto-k dado, a una escala histórica
determinada (por ejemplo una batalla, un ejército, un Estado). El oficial,
muerto en una trinchera, acaso es perfectamente sustituible por otro
oficial de condiciones análogas: en situaciones de sustituibilidad el
esquema de reducción es posible.
373
(el Cosmos) puede tomar, y tales que en ellos el sistema total deja de
comportarse nomotéticamente, adquiriendo caracteres singulares que llegan a
comprometer, no sólo la continuidad de su proceder (Penrose: «se dice que un
espacio tiempo contiene una singularidad cuando existen observadores que
tienen un final repentino o un comienzo espontáneo», vd. La nueva mente del
emperador,Mondadori 1991, págs. 420-424, &c.), sino el proceso mismo (big-
bang, big-crunch, agujeros negros). Carlos Schwarzschild encontró, en 1916,
una singularidad en la solución de las ecuaciones de la relatividad general, para
un cuerpo aislado, estático, de masa total M, y con simetría esférica, en r = 0;
pero sobre todo encontró otra zona singular en r = rs = 2 GM/c² (radio de
Schwarzschild; vid. J. M. Senovilla, «Singularidades en Relatividad
general», Investigación y Ciencia, febrero 1991).
374
importante de esta historia teológica (dejando de lado la singularidad
representada por la formación del hombre para los cosmólogos que asumen la
versión fuerte del «principio antrópico» tiene un nombre propio, Cristo Jesús,
mediador entre Dios y los hombres (libro IX, capítulo 15), plenitud de los tiempos
históricos y año central (año cero) de la Historia de la humanidad que, en función
de esta singularidad sistemática, se dividirá en dos mitades: antes y después de
Jesucristo.
375
Sobre un futurible en forma de prólogo
Gustavo Bueno
Este rasguño ofrece algunas consideraciones sobre los efectos que la ausencia de Prólogo
(como causa deficiente) pudo haber tenido en algunos críticos del libro Zapatero y el
Pensamiento Alicia, Madrid 2006, y esboza algunas líneas que podrían haber figurado en este
prólogo futurible
376
espera recibir de algunos lectores o de todos; si se prefiere, procede a ponerse
la venda antes de recibir la herida. En el Prólogo-antílogo (generalmente no
escrito por el autor) el prologuista refuta algunas tesis contrarias al libro que
prologa, casi siempre desde coordenadas diferentes a aquellas que asume el
autor.
Ahora bien: las reacciones (críticas, comentarios, análisis) que este libro ha
merecido hasta la fecha no se reducen, por supuesto, a la condición de críticas
o comentarios al autor. Hay también críticas abundantes y comentarios a la obra.
Y es preciso subrayar que estos comentarios a la obra (y no al autor) no sólo han
sido también muy abundantes, sino en general muy favorables a sus
planteamientos; muchos de ellos han profundizado en ellos mucho más de lo
377
que el libro habría hecho (por ejemplo, me refiero al análisis de Marcelino Suárez
Ardura, «Análisis de un pensamiento febril», El Catoblepas, nº 56:17, sobre las
«perspectivas de izquierda» que cabe reconocer en el libro).
378
que hablamos? ¿Qué juez puede dar una sentencia condenatoria contra un
«crítico literario» que en lugar de la crítica a la obra hace crítica al autor,
independientemente de que la crítica al autor sea o no tipificable en el Código
Penal? La judicialización no puede por tanto considerarse como un mecanismo
capaz de resolver el desajuste que se produce en nuestra «sociedad
democrática». En nuestro caso, cuando la práctica de sustituir las críticas a una
obra por las críticas a su autor está suficientemente arraigada, podemos
asegurar que nos encontramos ante una «democracia ficción», porque en ella
viven impunemente unos ciudadanos que se manifiestan dispuestos a no
escuchar lo que dice otro ciudadano, pero sí están dispuestos a conjurar con
insultos, más o menos graves, sus palabras, a fin de que ellas no vayan muy
lejos «del cerco de sus dientes».
A. Las que demuestran que la obra puede ser entendida críticamente (es
decir, clasificada, diagnosticada con precisión) sin necesidad de Prólogo.
379
4
Entre los comentarios críticos que tengo a mano y que sin duda habría que
poner bajo la primera rúbrica citaré, a título de prueba de existencia, orientada a
demostrar –ante un numeroso conjunto de ciudadanos que «no quiere saber
nada» porque se atiene, a lo sumo, al resonido de los críticos B– que ésta rúbrica
A no es la clase vacía, las siguientes, a sabiendas de que quedan otra por citar.
380
5
381
6
La rúbrica B engloba, como decimos, a las críticas al autor del libro; por tanto
a críticos que suelen confundirse con críticos a la obra, confusión que padece,
como acabamos de decir, no sólo un gran sector del público, sino también
algunos directores de periódico o de programas de radio o de televisión. Pero las
críticas y comentarios incluidos dentro de esta rúbrica B son también muy
heterogéneos. Distinguiremos dos grupos:
382
la argumentación de una obra dada que juzgan peligrosa o contraria a sus
principios, porque los prejuicios sobre el autor y el interés les llevará a inventar
una biografía adecuada a su propósito, que creerán suficiente para desviar
cualquier tipo de curiosidad sobre los argumentos y temas que este autor mueve
en su libro.
383
masiva) o lo que llama «pensamiento Capitán Trueno, en lucha sin tregua contra
el infiel», o el «Pensamiento Donald (Duck o Rumsfeld)» y termina proponiendo
un diagnóstico distinto del mío cuanto al Pensamiento Zapatero: «Sería mejor
hablar de Pensamiento Caperucita, incluido su final: ser comido por el lobo…»
384
Annan, o Mayor Zaragoza, o un secretario local de la UGT o de Comisiones
Obreras.
Ahora bien: que «todo el mundo» sea filósofo no quiere decir que la filosofía
que tiene todo el mundo (y que es reconocida como tal, como constatamos ante
la frecuencia de frases tales como «filosofía de la Selección nacional de Fútbol»
o «filosofía de la Organización Nacional de Ciegos») sea siempre «presentable».
Todo el mundo es filósofo, pero unos con una filosofía rudimentaria, embrionaria,
ingenua y deleznable, y otros con una filosofía menos ingenua, menos
rudimentaria y no tan deleznable. De la misma manera que todo el mundo es
músico, pero la música de unos es embrionaria, ingenua y deleznable, y la de
otros es menos primeriza, menos vulgar y menos deleznable.
385
sin que por ello este rasgo implique una filosofía (¿o es que acaso Zapatero no
miente o disimula constantemente?).
386
en su vejez. Con ello su crítica está prejuzgando que el libro Zapatero y el
Pensamiento Alicia, que no han leído (que no tuvieron tiempo ni posibilidad de
leer cuando emitieron su crítica), no es un libro de filosofía genuina, sino
degenerada; y con ello dan por encapsulados sus contenidos, tratando de
conjurar los peligros que la lectura de este libro podría implicar para su Partido,
y dan por terminada la cuestión. Pero este proceder encierra una gran dosis de
mala fe. Si los autores se hubieran enfrentado con los capítulos del libro,
hubieran constatado que su filosofía es tan «roja» –y no «rosa»– como podría
serlo la filosofía del autor veinte o treinta años antes.
387
Faustino F. Álvarez dice que ha leído el libro «un poco a saltos» y que ha
encontrado en él un «espejo de las fobias que el analista transfiere teatralmente
al analizado». Pero con esto el crítico viene a confesar paladinamente que ha
hecho una lectura psicológica del libro, advirtiendo en él fobias transferidas
teatralmente, y no argumentos. Estamos ante un diagnóstico hueco e insidioso.
¿Qué quiere decir que hay «una transferencia teatral»? Da la impresión que el
crítico ha interpretado una argumentación filosófica (que ha leído a saltos, es
decir, que no ha leído, ni se ha enterado) como un montaje teatral. Pero si esto
es lo que vió en el libro, ¿por qué no se esforzó en ocupar las restantes líneas
de su artículo en demostrarlo? Sencillamente porque estas líneas estaban
ocupadas por una crítica al autor, que se resuelve en insultos, ironías vulgares e
intentos de desprestigiar al autor, gratuitamente, en un libelo escrito por un
habitual comentarista de formas generalmente melifluas, y sobre contenidos no
muy alejados de los tópicos vigentes. De un individuo que vive en una cofradía
vernácula de la que se realimenta, cofradía muy vinculada, por cierto, a través
de su director, Graciano García, a la Fundación Príncipe de Asturias. Lo más
curioso es que también Graciano García, como Faustino F. Álvarez, fueron
siempre tenidos por mí como amigos, y el propio Faustino alude en su artículo a
«una vieja cordialidad», sin darse cuenta que con esta alusión la está
traicionando con su desenfrenada crítica al autor. Sólo puedo explicar esta
traición por algo así como la presión que sobre Faustino F. Álvarez ha ejercido
su grupo vernáculo, enfrentándose al «salón abarrotado de público» del Club de
Prensa Asturiana el día de la presentación del libro en Oviedo, y con el trato
que La Nueva España dio a este acto (con amplia fotografía en color en la
primera página y abundante información interior).
389
radio, que está descubriendo sus vergüenzas ante él? ¿Olvida que yo conozco
los puntos que él calza? Yo sé que no resistiría una conversación frente a frente
y ante el público sobre cualquiera de los asuntos que en el libro trato, a pesar de
que él ha emitido opiniones tópicas sobre estos asuntos: sobre la solidaridad,
sobre el humanismo, sobre la paz, sobre el franquismo (que él conoce muy bien),
sobre la cultura, sobre la felicidad...
¿Qué podría argumentar este pobre diablo insolente sobre cualquiera de las
tesis que figuran en el libro que él dice comentar? Nada, y por eso su táctica
consiste en arrojar sus vómitos verdes de odio, envidia y resentimiento sobre un
libro, tratando de satisfacer además a los amigos de su pequeño círculo
vernáculo, de conjurar y detener nuestra obra (cuando dice que toda la escuela
cabe en un coche, ¿está significando que no ha consultado siquiera El
Catoblepas, o los diccionarios de filosofía internacionales, o las listas de tesis
doctorales de diferentes universidades españolas, o es que quiere engañar a los
indoctos?).
10
390
«país de Sophía» y ve en mi persona una perversión surgida en tal país, es
porque se siente ciudadano de derecho del país de Sophía, y ve con alarma que
otro individuo parezca estar pisando a sus anchas en él, con reconocimiento y
aplauso de mucha más gente de la que cabe en el aula de su centro.
11
12
391
comentarios contengan una yuxtaposición de los tipos A y B, porque en este
caso la rúbrica C debería repartirse entre la A y la B, acumulándose a ellas, sino
porque efectivamente el tipo C de críticas que contemplamos es a la vez crítica
del autor y crítica de la obra, y precisamente en aquellos puntos en los cuales el
autor y la obra comparten algunos componentes significativos que justificaría
englobar conjuntamente como críticas a la totalidad al autor y a su obra. La crítica
al autor se circunscribe ahora al autor en cuanto autor de la obra, y la crítica a la
obra se circunscribirá a la crítica a la obra, a su género literario o artístico, en
cuanto producto de un autor definido como cultivador de tal género.
Tengo ante mi dos joyas críticas que ilustran muy bien el tipo C de
comentarios críticos del que estoy hablando. La primera joya es una larga carta
de un tal José Viñas García, titulada «¿Filósofo o filosofastro?», y que por su
redacción y referencias parece haber sido escrita por un hombre sencillo, votante
del PSOE, y que expone honradamente su opinión. Leyéndolo recuerdo aquella
canción de la transición: «Habla, pueblo, habla.» La segunda joya es un alegato
(«Erga Gustavum Bonum») de un tal Juan Hernández, que al parecer pasó ya
hace años por los llamados cursos comunes de una facultad de filosofía y letras
y sabe algo o mucho de latín.
Me parece evidente que esta voz ingenua del pueblo, que se expresa a
través de José Viñas, primero, no ha leído mi argumentación sobre la Alianza de
las Civilizaciones. ¿Cómo suponer, en caso contrario, «que yo se mejor que
nadie que es algo factible»? Segundo, no se ha enterado de que yo no atribuyo
ninguna utopía a Zapatero, y que precisamente defino el Pensamiento Alicia
como la contrafigura del pensamiento utópico. Viñas debía, a lo sumo, haber
impugnado esta distinción, pero no puede confundir los términos y atribuírsela al
autor de la obra o a la obra misma.
392
Y tercero, tiene una idea de filosofía que se ajusta precisamente a la del
Pensamiento Alicia, y simplemente le molesta que sea denominada de este
modo (¿por qué, si no, supone que es rebajar la inteligencia pensar como
Alicia?), y, desde luego, esta voz del pueblo, a la cual la democracia le ha dado
–según cree él– legitimidad de opinión sobre la naturaleza de la filosofía, no se
ha enterado de que precisamente el objetivo y método de mi libro no era otro
sino el de complicar las cuestiones que el Pensamiento Alicia ofrece como
simples, es decir, mostrar que las cosas son mucho más complicadas de lo que
el pueblo sencillo puede llegar a creer.
393
Es evidente que Juan Hernández no quiere entretenerse en lo que la
filosofía pueda significar, ni tampoco ha penetrado en la argumentación
escolástica del libro, que sin duda aborrece, tanto como otros filólogos
anarquistas que yo conozco. Pero con esto la crítica al libro sigue quedándose
en blanco.
13
Sin duda, lo primero que habría que haber expuesto en tal Prólogo debiera
haber sido la declaración de sus intenciones o propósitos: delimitar el «sistema
filosófico» implicado como cuestión de hecho en el pensamiento del presidente
Zapatero y de su equipo y tratar de establecer sus afinidades con otros sistemas
filosóficos del presente, así como sus antecedentes más próximos en la historia
del socialismo. Antecedentes krausistas y masónicos –según nuestras
averiguaciones– que no han de interpretarse como «fuentes bibliográficas» de
Zapatero, que probablemente no haya leído siquiera El Ideal de la Humanidad de
Julián Sanz de Río, como ya hemos dicho antes. Lectura que, por lo demás, no
le hacía falta para impregnarse de una ideología que acompaña como una
nebulosa a toda una tradición de la socialdemocracia española. En
sus Conversaciones con Goethe, Eckermann cuenta que un día le preguntó al
maestro: «¿Quién es hoy el mejor filósofo de Alemania?» Y Goethe, tras una
pausa, respondió: «Sin duda, Kant; pero no es preciso que usted lo lea, porque
sus ideas están ya disueltas por toda Alemania.»
394
pudieran considerarse como aplicaciones de su filosofía, las críticas de esta
filosofía recaerían también sobre la política del gobierno Zapatero, pero no sobre
«toda su política», porque es obvio, y el propio libro lo dice, que muchas medidas
políticas reales están impuestas al gobierno por la Realpolitik, aún cuando vayan
en contra de su ideología panfilista. Y así, por ejemplo, sin perjuicio de las
declaraciones irenistas sobre la «¡Paz, Paz, Paz, No a la Guerra !» y de la
retirada de las tropas del Irak («para cumplir una promesa electoral», como si
esta fuera razón suficiente, como si no hubiera que preguntar por qué se hicieron
tantas promesas electorales que luego no podían o debían haberse cumplido),
lo cierto es que, durante el gobierno Zapatero, España ha enviado más tropas
hacia oriente –Líbano, Afganistán, Iraq– que las que envió el gobierno Aznar.
Que se diga que estas tropas van en misión de paz es pura retórica. También el
gobierno Aznar consideraba a sus tropas como fuerzas de pacificación. Lo que
cuenta es que las tropas españolas que van al Líbano, a Afganistán o a Irak, van
armadas con fusiles ametralladores, con misiles o con tanques. Buscan la paz,
pero por medio de la guerra, como ha pasado siempre.
En tercer lugar el Prólogo podría haber dicho que el libro no sigue las
directrices de algún partido político de implantación nacional, y concretamente
que no tiene nada que ver ni con el PP ni con la FAES. Lo que no quiere decir
que no intersecte con estas directrices en puntos importantes, que tienen que
ver sobre todo con la «Defensa de la Nación española». Pero esto no autoriza a
considerar al libro como producto de una perspectiva de derechas, identificada
gratuitamente con el PP, salvo que se sobreentienda que la «política de
progreso» (que propugna, por ejemplo, el nuevo gobierno tripartito catalán, o de
Entesa), es por sí misma una política de izquierdas. ¿A qué progreso se refiere
esta política común a los partidos del tripartito y a otros? ¿Acaso su común
denominador no es otro sino el progreso hacia la autonomía soberana de
Cataluña, hacia la transformación de España en un conjunto de países
confederados, en el mejor caso? ¿Y desde cuando este «progreso» tiene que
ver con la izquierda, y no más bien con una derecha del Antiguo Régimen,
presente ya en el franquismo, que provocó los nacionalismos y el cultivo de las
lenguas vernáculas, precisamente para detener, tras la muerte de Franco, la
cristalización de una lucha de clases en el sentido marxista? (no debe olvidarse
que el Decreto de incorporación de las lenguas nativas a los programas
educativos va firmado por el propio Francisco Franco, el los últimos meses de su
mandato).
¿Y quién puede decir que el capítulo 4 del libro, el capítulo sobre Franco y
el franquismo, el más comprometido sin duda en el momento de «calificar la
obra» de partidaria o no partidaria de la izquierda o de la derecha, está escrito
«desde la derecha»? Es un capítulo, eso sí, pensado acudiendo a categorías
que no sean segundorepublicanas, pero tampoco franquistas. Sus premisas son
materialistas; por tanto, califique el lector como quiera a esas premisas, a partir
395
de conceptos tan vagos en nuestros días como puedan serlo los de izquierdas y
el de derecha.
14
Quede pues por tanto este Prólogo posible en el reino de los futuros
contingentes, en el reino de los futuribles.
396
Filosofía de las piedras
Gustavo Bueno
Introducción
Sobre la posibilidad de «Ideas lapidarias», es decir,
de Ideas emanadas de las piedras y sostenidas por ellas
De las Ideas que se abren camino a través de los conceptos, sin reducirse
a ellos, precisamente porque los conceptos científicos, como ya hemos dicho, no
agotan la realidad de sus campos. «Triángulo» es un concepto geométrico; pero
no se agota en la Geometría, y no es cierto que «todo lo que pueda decirse sobre
los triángulos corresponde a la Geometría», como afirmaba Moritz Schlick.
Además de los triángulos geométricos hay triángulos algebraicos (un caso
particular de los simplejos), hay triángulos teológicos (trinidades de dioses o de
personas divinas) y hay triángulos sociológicos, como el que formaron Don
Quijote, Dulcinea y Sancho. La Idea de triángulo desborda, por tanto, al concepto
de «triángulo geométrico».
4. Pero las Ideas no bajan del cielo (como enseñaba San Agustín,
interpretando a su modo a Platón) ni emanan de la conciencia (como enseñó
Kant). Las Ideas proceden de los conceptos (tallados) por las técnicas, por las
ciencias y por las tecnologías. Las Ideas proceden de la tierra. En consecuencia
las expresión «Ideas lapidarias» no se toma aquí en el sentido metonímico de
esas «ideas que han sido grabadas en las piedras», es decir, de esas ideas que
por su aspecto inmortal merecieron ser grabadas en el mármol (Senatus
Populusque Romanus). La expresión «Ideas lapidarias» que aquí utilizamos deja
de lado las intenciones metonímicas (o metafóricas) desde las cuales pueda
interpretarse y asume una intención interna a aquellas ideas que, no sólo
genética, sino también estructuralmente, suponemos que están constituidas en
función de las piedras, dependiendo por tanto de ellas.
398
6. Según esto la «Filosofía de las piedras» –es decir, los conjuntos de ideas
que proceden de las piedras, y que si así fuera, podrían denominarse como
«Ideas lapidarias»– se distinguirá de las ciencias y de las técnicas que se ocupan
de las piedras. Ciencias que llevan los nombres de Petrología, de Mineralogía,
de Cristalografía, de Geología. Y técnicas que llevan nombres tales como
Paleolítico, o de la piedra antigua, preparada o tallada; o bien como el de
Neolítico, de la piedra nueva, pulimentada. Paleolítico y Neolítico que
permanecen, sin embargo, después de que nuevos materiales –y sobre todo los
metálicos– hayan sido incorporados a la época de la Civilización.
I
Sobre el significado del término «Piedra»
(petra, lapis) en los «lenguajes naturales»
399
de «más o menos dura»?). Ni siquiera se ha tenido en cuenta –y con un buen
criterio– la franja de la escala de Mohs en la que podrían marcarse la diferencia
entre el más y el menos de dureza; pero no puede olvidarse que quienes
acuñaron el concepto de piedra en español lo hicieron mucho antes de la
existencia de la escala de Mohs, y por tanto sería impertinente tener en cuenta
esta escala para definir el significado en español del término piedra.
Y tampoco nos ofrece un concepto claro, sino más bien oscuro (¿qué
significa que la piedra «no es terrosa ni de aspecto metálico»? ¿acaso una masa
terrosa de limonita –hidróxido de hierro, Fe4O3nH2O– no puede pasar como una
piedra?).
Pero este tercer reino de los minerales engloba también al agua (la
expresión «agua mineral» sería una redundancia, justificable si se tiene en
cuenta que ésta agua –que no es ni animal ni vegetal–, sustancia mineral por sí
misma, contiene otros minerales específicos: el «agua mineral» sería
propiamente un «agua plurimineral»). Pero el agua no es una piedra, puesto que
la piedra ha de presentarse en estado sólido (y por eso el agua, sólo cuando está
en forma de granizo, recibía el nombre de piedra o de pedrisco, por analogía,
analogía que no tiene en cuenta su relación con el fuego). Pero entonces, ¿por
qué excluir de la clase de las piedras a los sólidos de aspecto metálico, por
ejemplo, a una barra de oro? Estas preguntas deben poder ser contestadas
satisfactoriamente desde un análisis más profundo del significado de piedra (por
400
nuestra parte intentaremos dar una respuesta en la segunda parte de este
ensayo, al hablar de la idea de sustancia).
4. Las piedras son sólidas, es decir, son cuerpos en estado sólido, lo que
significa que solamente adquieren realidad en una franja relativamente amplia
de temperatura. Las piedras son sólidas, es decir, no son líquidos, ni gases ni
plasmas. No hay piedras líquidas, ni piedras gaseosas, ni piedras plasmáticas:
en el estado de magma las piedras aún no existían. Si nos atenemos a la doctrina
de los cuatro elementos, que imperó desde Empédocles hasta Lavoisier,
podríamos concluir: primero, que esta doctrina (que reconocía cuatro elementos
básicos en la naturaleza, a saber, la tierra, el agua, el aire y el fuego) puede
haberse fundamentado no ya en una grosera enumeración de distintos
elementos químicos, sino en los estados de los cuerpos (dejando aparte el quinto
estado, el estado condensado, descubierto no hace mucho más de una década).
Porque la tierra corresponde al estado sólido, el agua de Tales al estado líquido,
el aire de Anaxímenes al estado gaseoso y el fuego de Heráclito al estado de
plasma.
En esta taxonomía clásica las piedras son, ante todo, tierra. Pero no toda la
tierra, todos los cuerpos en estado sólido, son piedras. No lo son los metales
401
(según la definición del DRAE) ni lo son las formaciones terrosas, no compactas
(como pueda serlo la tierra de labor, labrada en surcos, o la tierra batida de un
campo de tenis).
402
Algunos pensaron que las piedras procedían del reino animal, acaso por la
experiencia de las piedras de los riñones, o del bezoar, piedras encontradas en
el estómago de una cierta variedad de cabras que se tenían como antídoto de
cualquier veneno. Habría que agregar las calcitas de los erizos o los arrecifes de
coral.
Otros pensaron que las piedras procedían del reino vegetal, por la
experiencia del ámbar, del ónice, o del «carbón de piedra». Por fin otros
sugirieron que las piedras venían del cielo, como las «lenguas de piedra»
(glossopetras) o los meteoritos, principalmente cuando son percibidos como
sagrados (como la piedra negra de la Kaaba). Aristóteles recuerda la
observación de un escritor griego que advertía que las piedras solamente son
admiradas cuando están en los altares (las aras), porque en general las piedras
son utilizadas para pisar sobre ellas.
403
Componentes que o bien se nos dan como especies (por ejemplo, silicio) o bien
como individuos de estas especies, por ejemplo esta porción constituida por
millones de moléculas de silicio. Desde la perspectiva geoquímica los minerales
se nos muestran como constituidos por oxígeno (en un 46,46%), por silicio (en
un 24,61%), por carbono (en un 0,09%), por aluminio (0,08&), &c. Las piedras
están constituidas o bien por el acumulo de elementos simples individuados, o
bien por acúmulos de elementos compuestos con otros, de individuos
compuestos con otros individuos en las rocas: el 59,7% de las rocas están
compuestas de SiO2, anhídrido silícico, o cuarzo.
Lo que hay también que tener en cuenta es que los conceptos geoquímicos,
a la vez que ofrecen un análisis conceptual de las piedras, no sólo las «liquidan»
o «pulverizan», sino que en todo caso no agotan su realidad, porque las piedras
son más que acúmulos de elementos químicos. Son acúmulos dados y
mantenidos en ciertos límites, que están en función de variables, como la
temperatura y como la presión, que afectan también a las coordenadas
antrópicas y zoológicas. Y esto queda reconocido por los propios geólogos
cuando, sin darle mayor importancia aparente, se refieren en sus exposiciones
a las «propiedades organolépticas» de los minerales, a las propiedades de los
minerales por respecto a la vista, el olor o el tacto (como si estas propiedades se
diesen en el mismo plano que las propiedades cristalinas, las de acidez o las
propiedades electromágnéticas).
II
Sobre las Ideas emanadas de las piedras
1. El proyecto de explorar las relaciones que puedan mediar entre las Ideas
y las piedras (distinguiendo, a efectos catárticos, las Ideas «adventicias» a las
piedras y las Ideas «internas» emanadas de las piedras, aisladas o
concatenadas) apareció ya en el ensayo «Arquitectura y Filosofía» presentado
en la sesión última del Congreso sobre Filosofía y Cuerpo, celebrado en Murcia
en septiembre de 2003 (las actas fueron publicadas por Ediciones Libertarias,
Madrid 2005).
404
Obviamente el proyecto expuesto en el presente ensayo desborda los
límites de la Arquitectura, y pide un tratamiento mucho más general, como el que
estamos esbozando ahora.
405
gracias a una experiencia religiosa, el modo específico de existencia de
la piedra revela al hombre lo que es una existencia absoluta, más allá del
tiempo, invulnerable al devenir.» (Mircea Eliade, Lo sagrado y lo
profano, Guadarrama, Madrid 1967, pág. 153.)
Según esto, si hay ideas que emanan de las piedras es porque las piedras,
a su vez, en cuanto a su significado fenoménico, ya presuponen determinadas
ideas, que son las que pretendemos determinar.
406
polarización, o bien en torno al primer género de materialidad (M 1), o bien de
ideas ontológicas de origen lapidario adscribibles (antes asertiva que
exclusivamente) al segundo género de materialidad (M2), y asimismo a ideas
petrales que adscribiremos al tercer género de materialidad (M3).
407
sustancial entre el Sol de hoy y el de ayer puedo establecer la astronomía
ptolemaica; y sólo a partir de esta astronomía pudo Copérnico sentar la
Astronomía heliocéntrica que, en consecuencia, presupone también la identidad
sustancial del Sol que nace y muere cada día.
No se trata por tanto de afirmar que las piedras puedan considerarse como
los primeros «modelos» ordo cognoscendi de la idea de Sustancia, que luego
podrían ir referidos a otras realidades de naturaleza totalmente diferente a la de
las sustancias pétreas. Se trata de afirmar que las piedras son los primeros
modelos, ordo essendi, de la sustancia. Por tanto, que cuando hablamos de
408
«sustancia» refiriéndola a otras entidades que no tengan que ver directamente
con las piedras, estamos en realidad percibiendo o conceptuando a tales
entidades desde el modelo de las piedras. Por ejemplo, si los «soles» de cada
día son identificados como posiciones que ocupa una misma sustancia que
desarrolla el curso de su movimiento en torno a la Tierra, es porque esos soles
son interpretados desde el modelo de una piedra que gira, por ejemplo,
impulsada por una honda. Anaxágoras fue acusado en Atenas de haber
enseñado que el Sol era un «peñasco incandescente» –una concepción
materialista que se opone a las mitologías apolíneas, aunque fuera ella misma
errónea–; porque el Sol no es un peñasco incandescente, es decir, no es fuego,
porque en él no hay combustión, que implica oxígeno, sino procesos nucleares.
Y lo que decimos del agua lo diremos con mayor razón del aire (del estado
gaseoso) y del fuego (del estado de plasma). La sustancia requiere una
referencia al estado sólido de la materia, y fuera de este estado sólido,
«sustancia» no significa mucho más que el «caldo de gallina», que es lo que
significaba para Fray Gerundio de Campazas, según decía el Padre Isla.
Esto es lo que nos mueve a afirmar que la idea de sustancia toma su origen
en las piedras; y esto no por otro motivo sino porque la misma idea fenoménica
de piedra (por ejemplo, los guijarros exentos) se configuran precisamente
ejercitando la idea de sustancia, que únicamente de un modo oblicuo y
cuasimetafísico puede ejercitarse en otros estados de la materia, líquidos,
gaseosos o plasmáticos.
Las piedras –las piedras que pudieron ver y tocar los hombres que acuñaron
el concepto borroso de piedra (concepto borroso que es precisamente la
estructura de ese concepto)– eran sin duda las piedras sustanciales que
409
mantenían su identidad nuclear sólida durante un tiempo indefinido, sin
disolverse en el agua, sin derretirse en el fuego, sin sublimarse en el aire;
aquellas que subsistían por tanto, en medio de estas variaciones, y que podían
sin duda calentarse, romperse, rodarse, afilarse, pero manteniendo siempre su
«núcleo lapidario». ¿Cabría deducir de aquí un indicio que nos aproximaría a la
razón por la cual el significado de piedra excluye (según la definición de la
Academia) el «aspecto metálico»? ¿Bastaría atenerse a la circunstancia de que
la piedra, a diferencia del metal, no puede laminarse o extenderse «con los
golpes del martillo»? ¿Tendría que ver esta exclusión del metal en el concepto
de piedra con las experiencias adquiridas en la edad de los metales, experiencias
que ponían a nuestros antepasados delante de unas «piedras aparentes»,
porque sometidas a un fuego cada vez más intenso (el que permite obtener el
cobre, luego el bronce y luego el hierro) perdían su identidad sustancial, como si
hubieran regresado a su estado de magma, y «segregaban» un fluido que al
enfriarse se transformaba en un lingote metálico que a su vez, y a diferencia de
las piedras, ya no era invariante, por no decir eterno, y menos aún podría
volverse incluso a fundir tomando otras formas? Si las cosas hubieran sucedido
así, la acuñación del concepto borroso «piedra» debería haber tenido lugar
después del periodo neolítico.
411
Tanto la Firmeza como la Fortaleza son ideas que proceden de las piedras,
en particular de las «piedras ciclópeas». ¿De qué otro lugar podrían haber
emanado? Suponer que las ideas (no ya sus nombres) de estas virtudes
proceden de las vivencias de las virtudes mismas (por ejemplo, de los «hombres
fuertes», los que poseen la andreia) es tanto como suponer que al opio le
corresponde la virtud o poder de hacer dormir porque tiene virtud dormitiva.
Más aún: esta fortaleza, formada por piedras, este castillo, es un vacío (un
kenós), un interior que no tendría por qué considerarse como una «proyección
del interior espiritual del alma humana» (según hemos sostenido en el ensayo
citado sobre la Arquitectura, página 453), sino recíprocamente, como resultado
él mismo de la «proyección» de ese interior arquitectónico vacío e inexpugnable
(en donde se guardan los secreta cordis) constituido por la fortaleza o por el
castillo, el «castillo interior» de Bernardino de Laredo o de Santa Teresa de
Jesús.
412
piedras preciosas, está simplemente adorándose a sí mismo, fascinado ante la
dureza, junto con el brillo del diamante que contempla.
¿Qué es pensar racionalmente? Es, ante todo, calcular. Ahora bien, Lévi-
Strauss, en sus estudios sobre el totemismo, acuñó una brillante y célebre
sentencia: «El tótem no es bueno para comer, pero es bueno para pensar.» Y es
bueno para pensar porque su función (según una hipótesis debida a Bergson,
más que a Lévi-Strauss) consistiría en clasificar las cosas que pueblan el mundo
entorno. Sin clasificar estas cosas, sin la taxonomía del mundo entorno, el mundo
se convertiría en un caos, y el pensamiento en delirio onírico. Los tótems o los
fetiches también pueden ser piedras, y no solamente animales. Pero las piedras
tampoco son buenas para comer, ni siquiera cuando se mezclan con cebada,
según advierte el refrán («No hay que dar la cebada con piedras»). Pero no son
buenas para comer, no por imposición del grupo, sino por su propia dureza e
indigestibilidad.
Sin embargo son buenas para pensar, para calcular. Y se calcula –se pesa,
se sopesa, se pondera– con cálculos, es decir, con piedrecitas, no
necesariamente renales. La racionalidad sólo puede desarrollarse, decía
Poincaré, en el estado sólido. Porque sólo así puede ser vinculado de un modo
estable a los conjuntos de transformaciones corpóreas que forman los grupos de
transformaciones, para lo cual es imprescindible que las transformaciones
directas vayan acompañadas de transformaciones inversas, y por tanto de
transformaciones idénticas. Y esto se evidencia, sobre todo, en la racionalidad
matemática, que procede por operaciones heteroformantes. La racionalidad de
la aritmética no hubiera podido desplegarse con los líquidos, en cuyo ámbito,
sabemos que una gota de agua más una gota de agua sigue siendo una gota de
agua (aunque sea mayor que los sumandos). En el líquido uno más uno no es
igual a dos. Pero con las piedras de calcular, con los cálculos, uno más uno es
igual a dos. Y sólo con las piedras (con los sólidos) cabe establecer
transformaciones idénticas, por ejemplo, desplazamientos circulares de una
piedra que tras un intervalo dado de tiempo vuelve al punto de partida, aunque
sea a través de un medio adverso.
413
Hay otra «familia» de ideas, de naturaleza lógico gnoseológica, que, con
mucha mayor evidencia, reclaman una estirpe lapidaria. Son las ideas
de Fundamento, de Base y de Sistema (y en particular de sistema
arquitectónico, que permite incorporar la idea de Dios a la familia de las ideas
lapidarias, al menos al Dios que denominamos Gran Arquitecto, arquitecto del
Mundo).
Pero los fundamentos son fundamentos porque sostienen a lo que por ellos
es fundamentado. Aquí ya no hay resto alguno de sustancialismo de los
fundamentos, porque el actualismo también penetra en la relación del
fundamento y lo fundamentado. No cabe distinguir la base y la superestructura
como si aquella fuese autónoma e independiente de ésta; la base es base
gracias a la superestructura, y cuando la superestructura se arruina, la base
también acaba desmoronándose y pierde su función de tal.
Y, sin embargo, el fundamento es base, porque sin base (sin basa) el pie
derecho (la columna primitiva) se hundiría en el suelo si éste no tuviese un lecho
rocoso, pétreo.
414
También la idea de sistema, o la idea de arquitectónica del mundo –que
Leibniz, Lambert o Kant utilizaron explícitamente– tienen relaciones
inexcusables con las piedras. Pero de esto ya hemos hablado más por extenso
en el ensayo sobre la Arquitectura y la Filosofía.
415
las ciencias de la tierra. El cierre categorial de la Geología (Pentalfa, Oviedo
2004), al que remitimos.
Pero las piedras falsas no son falsas piedras, algo así como si fueran de
cartón piedra. Son verdaderas piedras, y además con propiedades
arquitectónicas, de magnitud, dureza y resistencia superiores a las que puedan
atribuirse a las piedras verdaderas.
Final
Las piedras son los huesos del Mundo
Pero si estas ideas son ideas lapidarias, ideas emanadas de las piedras y
realimentadas por ellas, cabe concluir que las piedras minerales son
constitutivas de la estructura de nuestro mundo.
Si la evolución del magma que hace cuatro mil quinientos millones de años
dio lugar a la Tierra, según dicen nuestros cosmólogos, no hubiera llegado a
producir las rocas y las piedras, pongamos por caso, la «Piedra Génesis» que
trajo el Apolo XIV; o bien, si los organismos vivientes no hubieran podido
liberarse de la fase líquida primigenia, el mundo del hombre hubiera sido
totalmente distinto. Nuestro mundo presupone estructuras que aparecen en
franjas térmicas muy estrechas. El álgebra, y con ella la lógica y la matemática,
desaparecerían en las proximidades del Sol, porque los símbolos alfanuméricos
se fundirían allí, y si podemos aplicar las leyes de la lógica y de las matemáticas
al análisis del Sol y del magma es porque nos situamos en la perspectiva de la
lógica y de las matemáticas de las piedras, por ejemplo, en la lógica y en las
matemáticas de las piedras, cálculos o corpúsculos presentes en la teoría
corpuscular de la luz de Newton, o en las teorías corpusculares de los átomos
de la Química de Dalton o de Mendeleiev. Y sólo desde esta lógica y matemática
corpuscular pueden tener lugar los desarrollos de las teorías ondulatorias de la
luz y de los átomos desde Huygens hasta Bohr.
416
En resolución, el mundo del hombre presupone las tierras secas, sembradas
de piedras y de rocas, entre las cuales ha de correr el agua y el aire, y ha de
poder prenderse el fuego, pero siempre que esté asegurada la subsistencia de
las piedras y de las rocas.
De este modo concluiremos este ensayo diciendo que las piedras son algo
más que los «huesos de la Tierra», como llegó a saber Deucalión, cuando
comprendió que Gea es la madre tierra de todos, y las piedras son sus huesos.
Ovidio lo contó de este modo en su Metamorfosis (puestas en español por
Antonio Ruiz de Elvira):
Pero las piedras son mucho más que «los huesos de la Tierra», que los
huesos de Gea. Las piedras son los huesos de nuestro Mundo, los huesos que
componen la arquitectura de nuestro Mundo. De un Mundo cuya estructura, lejos
de existir absolutamente, en sí misma, sólo alcanza su realidad objetiva (y no
meramente relativa al sujeto) a la escala de las piedras, a la escala en la cual las
417
piedras existieron y siguen existiendo, y mientras sigan existiendo. Nuestro
Mundo seguirá existiendo mientras existan las piedras.
418
2007
419
Adiciones al «Prólogo futurible»
Gustavo Bueno
Este rasguño ofrece algunas adiciones al «Prólogo futurible» contenido en el rasguño del
mes de noviembre, referido al libro Zapatero y el pensamiento Alicia (Temas de Hoy,
Madrid 2006)
420
Algunos de estos comentarios críticos están concebidos desde la
perspectiva del primer género. Son comentarios al libro, a sus ideas y
argumentaciones, y además, curiosamente, son comentarios muy favorables y
elogiosos, procedentes además de críticos muy reconocidos y solventes, como
es el caso del comentario que publicó Martín Prieto en El Mundo, y que
agradezco de veras. Sigo constatando, como hecho no fácilmente explicable,
que los comentarios adversos no pertenecen al género primero, como podría
ocurrir si los intelectuales orgánicos de la banda zapateril tuviesen algunos
contra argumentos que ofrecer. Estos comentarios adversos pertenecen al
género segundo, es decir, son críticas al autor, que pretenden pasar como
críticas a los contenidos del libro.
Y entre las críticas de este segundo género me ha parecido que hay una, la
de Lorenzo Cordero («Lectura de Gustavo Bueno» I y II, La Voz de Asturias, 13
y 20 de diciembre de 2006), que merece ser analizada, porque manifiesta
admirablemente la confusión inconsciente entre estos dos géneros de
comentarios que venimos distinguiendo. Se ve que el autor de estos dos artículos
–también viejo conocido mío, y advertido probablemente de las desmesuras de
su amigo y colega de periódico Faustino F. Álvarez– quiere, desde el primer
momento, hacer ver que su propósito es hacer crítica del libro, de sus ideas, y
por ello, sin duda, titula sus comentarios como «Lectura de Gustavo Bueno».
Pero la «lectura» que hace Cordero tomando, parece, la palabra lectura en el
sentido muy frecuente de «interpretación» o «hermenéutica», es una lectura
psicológica, con «armónicos» políticos (aunque en reducción psicológica). No es
una lectura lógica. Cordero resbala sobre la trama filosófica argumental, y se ve
lanzado a una trama biográfica que él mismo fabrica. Es decir, su lectura es
lectura no de la obra, sino del autor. Y acaso ese deslizamiento desde el plano
lógico al plano psicológico es debido a que, para decirlo con la célebre frase del
Correggio, «no pinta el que quiere, sino el que puede». Probablemente Cordero
quiso hacer una crítica filosófica, lógica y política a mi libro; pero su resuello no
le dio para tanto, y tuvo que contentarse con una crítica psicológica, y más aún,
de psicología ficción.
Quien utiliza este canon crítico (la fidelidad de un autor a un grupo, por tanto,
quien resalta la condición de partidario o de no partidario de un autor respecto
de un grupo determinado) podría verse condenado a tener que elegir entre dos
direcciones totalmente opuestas entre sí, según que se enfrente con un autor
que, aún habiendo cambiado totalmente de ideas, sin embargo se mantiene hoy
como «correligionario» de la secta (un autor que en su juventud fue nacional
católico y falangista, beneficiario del régimen de Franco; en su madurez, durante
los últimos años del franquismo, evolucionó hacia posiciones próximas al Partido
Comunista, y en la actualidad mantiene su lealtad al grupo de Izquierda Unida),
y con otro autor que, al margen de que haya o no evolucionado en ideas, sí que
ha cambiado, si no de grupo o secta, sí de su posición y relaciones con los
diversos sectarios.
Si esto es así, ¿a qué «vuelta del calcetín» está refiriéndose Cordero para
describir mi evolución? Marx es quien utilizó esta expresión (Umstülpung) en el
momento de interpretar a Hegel, advirtiendo que lejos de considerarle ya como
un perro muerto, bastaría darle la vuelta del revés para que bajo la corteza mítica
reapareciese su «semilla racional». Cordero recuerda que hace veinticinco años
422
yo propuse ya el Umstülpung del marxismo soviético y español. Y hace ya treinta
y cinco años, Ensayos materialistas fue publicado en 1972 precisamente como
alternativa al marxismo monista del Diamat, y por ello recibió reproches muy
agrios de los «marxistas ortodoxos de toda la vida».
Esta vuelta del revés del marxismo recibiría una justificación retrospectiva
cuando décadas después se derrumbaba la Unión Soviética, y con ella el Diamat
y los Partidos Comunistas europeos (empezando por el francés, y siguiendo por
el italiano y el español, que quedaron reducidos a la condición de grupos
testimoniales, con función de apéndices bisagras de la socialdemocracia frente
a su oposición).
Ahora bien, las ideas políticas, la filosofía política, tal como la concibe el
materialismo filosófico, no puede concebirse como un sistema de ideas eternas,
susceptibles de mantenerse iguales a sí mismas como dogmas inconmovibles
(«no nos moverán») por el curso mismo de la historia política real. Una filosofía
políticamente implantada, es decir, una filosofía política no utópica ni dogmática
(por no hablar de una filosofía política Alicia), no puede permanecer de espaldas
al curso mismo de las sociedades políticas, mediante el expediente
de condenaraquellas sociedades o individuos que no se ajustan a sus principios,
explicando simplemente los hechos como efectos de deslealtad o traición.
423
Si la Unión Soviética, o la Segunda República Española, se derrumbaron,
no cabe acudir a explicaciones psicológicas (traición, deslealtad) y menos aún a
la perfidia de sus enemigos (a la maldad del capitalismo). Hay que revisar los
mismos principios desde los cuales se establecía que la transición de una
sociedad capitalista a una sociedad comunista era irreversible. Y esta atención
a los «hechos», propia de una filosofía política implantada –es decir, de una
filosofía que no se mantiene en las nubes de un dogmatismo intemporal, o en la
nostalgia de un paraíso perdido, sea cristiano, sea anarquista, sea comunista–
es enteramente paralela a la atención que las ciencias físicas han de prestar al
curso de los hechos físicos y tecnológicos. Los principios de la Física clásica no
pueden permanecer imperturbables ante el experimento de Michelson-Morley o
ante el descubrimiento de la radiación de fondo de Penzias-Wilson. Los
principios de la Economía Política clásica no pudieron permanecer
imperturbables ante la «Gran Depresión».
¿No se le ocurre a Cordero tener en cuenta que si esto ocurrió, que si las
cosas dejaron de hecho a las ideas, es porque esas cosas habían dejado de lado
424
a ciertas ideas, pero en beneficio de otras ideas diferentes? ¿O es que cree que
las ideas pueden estar separadas de las cosas, viviendo sólo en la mente de
Dios o en la mente de los hombres?
Esto es puro idealismo utópico; un idealismo que sólo puede percibir, por
tanto, la evolución de las ideas determinada por las cosas como cambios
subjetivos de acomodación o de interés de las personas. «A mí me parece –dice
Cordero– que el autor del cierre categorial siempre ha dejado abierta la puerta
de su talento para que sus compromisos políticos entren y salgan cuando sientan
la necesidad o la conveniencia de hacerlo [lo que Cordero no precisa es si esta
«conveniencia o necesidad» es de orden lógico, o bien de orden meramente
psicológico o «interesado»]. Es ésta una decisión objetivamente intelectual y
quizá subjetivamente interesada. En este aspecto el filósofo no está solo. Hay
un montón de gente que en política tiene sus puertas abiertas de par en par
siempre» [se diría que a Cordero le parece mal esta disposición, pero este
parecer sólo se explica desde las posiciones de un fundamentalismo dogmático
e idealista].
Advertimos con claridad cómo Cordero, y otros como él, sólo perciben los
compromisos políticos, de una filosofía políticamente implantada, en su
reducción subjetiva, según la necesidad o la conveniencia subjetivas de hacerlo.
Pero, ¿por qué ésta necesidad y conveniencia no puede estar determinada por
las cosas mismas, y no por los intereses subjetivos más prosaicos? ¿Acaso, en
mi caso, que es el que Cordero considera, no me hubiera sido más «rentable»
adherirme a la socialdemocracia, al PSOE o al OPUS, que permanecer
independiente respecto de los diferentes partidos o sectas? Lo que no significa
permanecer neutral ante ellos. No se trata, por mi parte, de apoyar al PP como
partido; si lo apoyo es en la medida en que él defiende a la Nación española con
unos planteamientos más afines a los propios que los de otros partidos que han
optado por el confederalismo, o incluso por el apoyo a las políticas secesionistas.
Pero también, por mi parte, he reprochado al PP, entre otras cosas, el haber
apoyado, por razones tácticas, la reforma del Estatuto de Andalucía, a tragarse
su preámbulo ridículo y bochornoso, en el que Andalucía se presenta como una
entidad milenaria, que ya existiría desde los tiempos de Tartessos –reivindicando
como actual el libro ya arcaico de Schulten– y reconociendo la figura de un
ideólogo como Blas Infante, que dicho sea de paso, se hizo musulmán y
seleccionó como bandera de Andalucía una procedente de un país islámico.
425
también por poco tiempo…). Ese cambio de agujas del pensador provocó en su
entorno un enorme revuelo: por una parte quienes le habían considerado, hasta
entonces, su ídolo preferido, empezaron a rechazarlo; mientras por el otro, los
que antes le detestaban por su ostensible izquierdismo, iniciaron su caluroso
aplauso que todavía dura. Mas, este cambio de papeles en la opinión pública
que se mueve a su alrededor, nunca le afectó lo más mínimo.»
¿Por qué no tiene presente Cordero que «esos mineros asturianos que
conservaban el ideal histórico del movimiento obrero» fueron los primeros en
desaparecer, no sólo como grupo político, sino físicamente: de sesenta mil
obreros en las plantillas mineras se pasó, a través de su transformación en
prejubilados o jubilados, es decir, en rentistas, a una plantilla de unos pocos
cientos de mineros, sin el menor poder de reivindicación revolucionaria: el
«estado de cosas» ha convertido a estos antiguos héroes en nostálgicos de los
tiempos pasados, y en la mayor parte de los casos, en gentes que buscan una
alternativa a su duro trabajo, para ellos y para sus hijos. Las ideas políticas han
desaparecido por completo, hace ya muchos años, de las cuencas mineras
asturianas. ¿Qué puede significar entonces la lealtad con grupos que ya no
existen, sino la voluntad de fijación a una memoria histórica puramente
subjetiva?
426
patológicamente de su recuerdo, prisioneros de una «memoria histórica» ella
misma sectaria.
Sugiere aquí Cordero que yo estoy resentido contra Habermas por no haber
recibido un premio Príncipe de Asturias; pero con esta psicología barata lo único
que hacer Cordero es demostrar su pertenencia al clan vernáculo del que ya
hemos hablado otras veces. El error psicológico de quien cree que en mí reside
algún afecto por los premios Príncipe de Asturias.
427
Un musulmán va a ser reconocido en referéndum como
«Padre de la Patria andaluza»
Gustavo Bueno
«En los veinticinco años que median desde que Andalucía comenzó a
organizarse como comunidad autónoma hasta el presente, Andalucía ha
vivido el proceso de cambio más intenso de nuestra historia, y se ha
acercado al ideal de la Andalucía libre y solidaria por la que luchase
incansablemente Blas Infante.» (Del Preámbulo de Estatuto de 2006.)
429
Blas Infante en Agmhat, peregrino
a la tumba de Motamid, conoció a
Omar Dukali, descendiente del
último Rey de Sevilla y testigo de
su Shahada, ceremonia pública de
su reconocimiento como
musulmán, el 15 de septiembre de
1924, ante dos testigos que le
regalaron una chilaba y una daga
bereber, que conservó durante
toda su vida.
430
llegaban incluso a negar el hecho de que Blas Infante se hubiera convertido al
islamismo (incluso algunos subrayaban «el hecho» de que no estaba casado,
como si la expresión «su mujer» sólo pudiera referirse a su esposa; por lo demás
sabemos que Blas Infante contrajo matrimonio con Angustias García, «rica
heredera de Peñaflor», el día 19 de febrero de 1919, y convivió con ella hasta el
día de julio de 1936 en el que Infante fue sacado de su casa de Coria del Río,
«Villa Alegría», cerca de Sevilla, para ser fusilado por quienes se alzaron contra
el gobierno de la República el 18 de julio de 1936). «Villa Alegría» ha sido
transformada en los últimos años en Casa Museo de Blas Infante. «El inmueble
conserva los símbolos originales que Blas Infante diseñara y que hoy en día
identifican a la Comunidad Andaluza: el escudo, la bandera y el piano, donde por
primera vez se interpretó el himno andaluz.»
431
1920), La verdad sobre el complot de Tablada y el Estado libre de
Andalucía (Sevilla 1931) o el Manifiesto a todos los andaluces (1936) [nos
permitimos subrayar que en este Manifiestotodavía no estaba incorporada la
costumbre estilística, propia del Estatuto que ahora se somete a referéndum, y
según la cual Blas Infante debiera haber escrito: Manifiesto a todos los andaluces
y a todas las andaluzas; por cierto, una expresión que establece de hecho una
división inmediata, a modo de abismo, de la sociedad andaluza en varones y
mujeres, como si esta oposición fuese pertinente en la mayor parte de los
contextos políticos, económicos o religiosos.]
Pero lo que no es tan fácil es que esta interpretación pueda ser asumida por
aquellos andaluces, sean hombres o mujeres, rubios o morenos, altos o bajos,
jóvenes o viejos, que han abrazado la religión musulmana, o por aquellos
inmigrantes que, siendo mahometanos, se han integrado en la sociedad
andaluza como ciudadanos de pleno derecho («Artículo 22. Los poderes
públicos de la Comunidad tendrán en cuenta las creencias religiosas de la
confesión católica y de las restantes confesiones existentes en la sociedad
432
andaluza.») Para éstos –y cualquiera que sea su tasa de presencia en el PA,
que ha rechazado apoyar el Estatuto, por insuficiente– el hecho primero sólo
alcanzará su sentido cuando se le contemple desde el segundo. Sencillamente,
el proyecto de una Andalucía libre iría vinculada al proyecto de su islamización,
y no sólo en el sentido de la recuperación de las mezquitas, sino de la fe
musulmana de los andaluces y de la reconquista de Al-Andalus, es decir, de
España íntegra, restaurando la «cultura» –que es mucho más que una
Comunidad autónoma o incluso que una Nación– del glorioso Califato de
Córdoba.
Por ello se comprende que los mismos autores de este informe adviertan que:
«Incluso, en 1931, las Juntas Liberalistas [de las que Infante fue un líder]
inician una campaña a favor de la construcción de una mezquita en Sevilla
'no con ánimo de hacer profesión o confesión de una religión determinada,
sino con el objeto de afirmar la libertad y pluralidad religiosas, elementos
de síntesis de la Historia de Andalucía'.»
433
(C) Por último, desde una tercera interpretación, también cabe entender el
segundo hecho (la conversión al Islam de Blas Infante) desde el primero (su
elevación al puesto de «Padre de la Patria andaluza»).
434
Y es muy probable que no vean nada más, ni quieran verlo. Para entender
las líneas maestras del Preámbulo del Estatuto, les bastarán las coordenadas
convencionales al uso, la confusa apelación a la «cultura andaluza», y a su
nacionalidad histórica, como entidad milenaria. Que no podrá estar definida, por
tanto, en función del Islam, pero que sí remueve connotaciones, comunes en las
gentes más semicultas, que tienen que ver con Cartago, con Roma o con
Tartessos.
435
expandirse hacia Europa y hacia el Mundo, pero conservando siempre su
identidad propia:
Sigamos leyendo:
Y terminamos la lectura con este párrafo, en el cual los redactores del Estatuto
ofrecieron, urbi et orbe, la expresión más clara de su ecumenismo (por cierto, de
un ecumenismo completamente extemporáneo en un documento jurídico como
pueda serlo el Estatuto de una Comunidad autónoma insertada en la
Constitución Española de 1978):
436
Nada habría que objetar –dirá el coro– a quien afirme que Averroes era
andaluz, puesto que Averroes y el Islam tienen mucho que ver con Al-Andalus.
Sin embargo, esa afirmación sigue arrastrando una ambigüedad fatal: una cosa
es llamar «andaluz» a Averroes en cuanto fue un individuo que vivió hace siglos
en una demarcación geográfica de la península ibérica, y otra cosa es llamarle
«andaluz» en el sentido de «paisano de los andaluces actuales». Una cosa es
llamar burgalés a un hombre de Atapuerca (porque su esqueleto está enterrado
en la demarcación de Burgos) y otra cosa es considerar al hombre de Atapuerca
como burgalés de hoy, o del tiempo de aquellos burgaleses que se ocultaron
ante el Cid cuando iba camino del destierro, años antes de Averroes.
437
después de la Segunda Guerra, y sobre todo a partir del 11-S, del 11-M, del 6-J,
&c.
438
que la crítica a una idea imaginaria tiene que ver con «mi incapacidad de soportar
que Andalucía [la Andalucía real] haya salido del subdesarrollo al que le sometió
la derecha centralista». Difícilmente podría justificarse un diagnóstico tan
desorientado, inspirado por asociaciones ideológicas vulgares e incontroladas
(«la derecha centralista»). Siempre me he distinguido por mi afecto a Andalucía,
y siempre he experimentado alegría al comprobar sus progresos, los cuales, por
cierto, ya se advertían en la época de esa derecha centralista que Pizarro ataca,
sin duda, porque ese ataque está incluido en su sueldo. ¿De donde saca que yo
desconozco el Estatuto de Andalucía? ¿Qué sabe este señor lo que yo se de él?
Nada tengo que rectificar, aunque por cierto, ni siquiera pide que rectifique mis
afirmaciones sobre el islamismo de Blas Infante. Probablemente, dadas las
entendederas de este secretario socialista de organización, ni siquiera ha
«procesado» la información sobre el «Padre de la Patria andaluza» que yo daba.
Sin embargo, la frase atribuida a Blas Infante podría tener otro sentido, si la
leemos desde el punto de vista del Islam: lo que Blas Infante podría haber
querido decir, con sentido aunque crípticamente, sería esto: «Mi nacionalismo
no se queda en el Al-Andalus prosaico, casi zoológico, sino en el Al-Andalus
divino, que es el que permite esperar que Al-Andalus real se convierta en la
cabeza de un Islam espiritual, universal, ecuménico y verdaderamente humano.»
El artículo «Andalucía e Islam» del señor Antonio Galeote, director ahora del
catalán Diario Ibérico, está escrito también en tonalidad agresiva: «Gustavo
Bueno ha realizado unas declaraciones impresentables en las que empieza
atacando legítimamente el proyecto de Estatuto de Andalucía, y acaba
intentando ofender a Andalucía.» La cabeza del señor Galeote debe ser muy
confusa, puesto que en mis declaraciones no hay nada que pueda interpretarse
en el sentido de una ofensa a Andalucía. Sospecho que en el artículo «Andalucía
e Islam» hay gato encerrado (no me atrevo a decir «musulmán encerrado»). En
440
efecto, el autor del artículo dice que «para criticar a Andalucía, se le reprocha [es
decir, yo le reprocho] las influencias musulmanas que ha recibido.» Y, según
Galeote, mis reproches se contienen en esta frase: «Olvidamos que Al-Andalus
es una denominación medieval que tiene que ver con los vándalos y con el
Islam.» O sea (comenta) que lo que tiene que ver con el Islam es
connaturalmente negativo y perverso. Y de los «vándalos» mejor es no hablar.
El escozor que a Galeote parece haberle producido que yo recuerde que Al-
Andalus tiene que ver con el Islam medieval y con los vándalos, denuncia una
sensibilidad muy afinada para percibir al Islam como algo actual –no medieval–
y como un cúmulo de valores positivos, y no negativos. Pero si yo hablé de la
connotación medieval de Al Andalus era para evitar el anacronismo de
considerar a Séneca, un romano, como andaluz; o a San Isidoro, un cristiano
visigodo, como un andaluz, aunque lo fuese «en potencia». Ni siquiera, como ya
he dicho, Averroes podría llamarse hoy andaluz, cuando este adjetivo lo
utilizamos en el sentido que tiene en el lenguaje español actual. Y no era
necesario entrar en la cuestión de las comparaciones entre el islam y el
catolicismo, ni en valoraciones negativas o positivas.
441
También la iconoclastia (de consecuencias inmediatas y populares bien
visibles) está implicada con el dogma de la Encarnación. En el veto a representar
lo divino con rasgos antropomórficos se justifica el estilo de decoración
musulmana llamado «geométrico» (no se sabe muy bien por qué: ¿acaso las
curvas de una estatua barroca no tienen también su ecuación geométrica?). Y
precisamente como afirmación de ese antropomorfismo, real y verdadero
(puesto que Cristo, en contra de lo que pensaban los docetas, era realmente
hombre), se desplegó, sobre todo en Andalucía, y en gran medida, como
procedimiento pedagógico inexcusable para compensar la abstracción
geométrica musulmana, la presencia de imágenes de hombres y mujeres
sagrados, las ceremonias de la Semana Santa, las procesiones públicas con las
tallas antropomórficas de Cristo y de su madre, la Virgen María.
Desde este punto de vista, recordar en las vísperas del referéndum, que Al-
Andalus es una denominación medieval, equivale a señalar que el momento en
el cual Al-Andalus se toma como un valor del presente, y no del pasado
arqueológico, entraña una contradicción insalvable. Porque si las procesiones de
Semana Santa de Sevilla, de Córdoba, de Málaga, de Granada, pueden
celebrarse hace siglos es precisamente porque Al-Andalus musulmán había
dejado de existir. En Al-Andalus jamás habrían existido catedrales o templos
cristianos, ni hubieran sido llevadas en procesión las imágenes de la Virgen
Santísima o la de Cristo yacente en Viernes santo. No digo, por tanto, como
quiere que diga Galeote, «que lo que tiene que ver con el Islam es
connaturalmente negativo y perverso», en sí mismo considerado. Pero sí podría
decir que es connaturalmente negativo y perverso considerado en su
contraposición con los dogmas y ceremonias cristianas, y muy particularmente
con las ceremonias propias de la «tierra de María Santísima».
442
En efecto, quienes sin ser musulmanes ni frívolos, lleguen a constatar que
el «Padre de la Patria andaluza» se hizo musulmán, tendrán que advertir que se
enfrentan a una situación difícil de analizar. Pues esto plantea la cuestión de las
conexiones que han de mediar entre las experiencias religiosas del prócer y su
figura política. Sólo diciendo frívolamente que no tiene nada que ver podrán
mantener intacto el reconocimiento del prócer como Padre de la Patria,
declarando la inoportunidad de traer al escenario político las informaciones
acerca de la vida privada que el protagonista pudo haber realizado fuera del
escenario.
443
¿Y por qué no hablar de los asuntos cotidianos relativos al convivium? ¿No
resultaría paradójico que pudiera verse al Padre de la Patria andaluza torciendo
el gesto, o volviendo la cabeza, cuando y constantemente los andaluces se
dedican a preparar y a consumir uno de sus productos más preciados, el jamón
de Jabugo, o los derivados del cerdo en general? ¿Quién, de esta inmensa
mayoría, podría invitar a comer a su casa al Padre de la Patria, o a sus
correligionarios, sin cuidarse de cambiar sus platos y manteles? Y todos aquellos
que actúan en las cofradías de Semana Santa, o en la romería del Rocío, ¿cómo
podrían no advertir que sus ceremonias estarán siendo severamente juzgadas
por el Padre de su Patria, que, según la creencia de una gran mayoría, les mirará,
en el mejor caso, desde un Cielo cristiano?
444
¿Cómo podría reconocerse la Andalucía que busca hoy organizarse a través
de un Estatuto en esa Andalucía medieval (aunque se la llame Al-Andalus,
aludiendo a una época de esplendor más o menos mítica) propuesta por el Padre
de la Patria andaluza? La Andalucía de hoy es cristiana, religiosa y
culturalmente. Pero el Padre de la Patria le pide, desde su experiencia íntima,
que deje de serlo, y no en nombre de un racionalismo europeísta, o de un
laicismo similar al que la Segunda República predicó, y a la que Infante se adhirió
desde el primer momento, sino en nombre del islamismo. Blas Infante dejó dicho:
«El Profeta de nuestros antepasados, de Al-Andalus... como todos los profetas,
será nuestro Profeta.»
445
«comunidad autónoma andaluza» es un concepto definido en el tablero jurídico
político constitucional español, en el cual las comunidades tienen asignados
cauces de relaciones con otras comunidades del Estado: las comunidades
autónomas no tendrán por qué asumir responsabilidades que competen al marco
del Estado. Las relaciones internacionales o las «misiones universales» que una
comunidad autónoma pueda reivindicar tendrían que ser dejadas de lado, porque
lo contrario equivaldría a invadir las funciones del Estado, al intento de
constituirse como un Estado independiente (acaso confederado con los otros
eventuales Estados peninsulares). En suma, las relaciones internacionales o las
misiones universales, si afectaran eventualmente a una comunidad autónoma,
habrían en todo caso de llevarse a cabo a través de los cauces del Estado. La
«misión universal» de Andalucía, o sus relaciones internacionales, si existen,
habrían en todo caso de ser asumidas por España. Si una región de España
proclama su misión universal, incluso si esta misión es de índole cultural,
independientemente de España y por cuenta propia, es porque considera a
España como una realidad subordinada a su misión (y esto sin necesidad de
romper su unidad con ella).
«Estos rasgos [se refiere a los geopolíticos], entre otros, no son sólo
sedimentos de la tradición, sino que constituyen una vía de expansión de
la cultura andaluza en España y el mundo y una aportación
contemporánea a las culturas globales.»
446
Estatuto, tras pequeños ajustes en la redacción). Pero lo decisivo es el supuesto
implícito, que también España es parte esencial de Andalucía. ¿Y por qué?
Porque Andalucía, como cultura que intenta resucitar el esplendor de Al-Andalus,
no es separatista; ella no desea que el resto de España le de la espalda, ni da la
espalda al resto de España, porque quiere incorporarla a su cultura, es decir, al
Islam.
Así pues, la visión a largo plazo que Blas Infante pudo tener del proceso
andaluz le permitiría incorporar estratégicamente a su proyecto las categorías
políticas ordinarias, dadas a escala «doméstica», desde su punto de vista
(autonomía, federalismo, unionismo, &c.), aunque interpretadas desde su
perspectiva que, sin embargo, no quedaba traicionada. A lo sumo, quienes se
adhiriesen a este lenguaje de doble sentido permanente podrían pecar de
ingenuos, desde el punto de vista del Padre de la Patria; pero también los
ingenuos. moviéndose en su terreno doméstico, podrían considerar como
ingenuo al Sabio que les hablaba desde un lenguaje sublime, pero que sólo
podría lograr operatividad traduciéndolo al lenguaje de las prácticas cotidianas,
y por tanto, desvirtuando su estrategia a largísimo plazo.
447
una misma onda populista, fisiocrático-georgiana (de Henry George),
simpatizante con el anarquismo bakuninista, republicano, universalista... pero
siempre historicista. Era la perspectiva histórica aquella que ofrecía a Blas
Infante –como también se la ofreció a Comte, a Bakunin, o a Marx– el criterio
más firme para huir de las abstracciones metafísicas y tomar contacto, aún
dentro de su plan estratégico de largo alcance, con los modelos realmente
prácticos de la acción política.
448
Blas Infante no se paró en barras: las invasiones árabes no impusieron la
cultura islámica a los andaluces, por la sencilla razón de que no hubo tales
invasiones. Habrían sido los propios pueblos sometidos a los godos –viene a
decir Infante– quienes admirados de la amabilidad, elegancia y espiritualidad de
las escasas avanzadillas que habían desembarcado en la costa, acudieron a
ellos como aliados capaces de ayudarles para liberarse de la barbarie goda (que,
a su vez, era cristiana). No hubo pues conquista, ni imposición violenta del Islam,
sino difusión de una cultura oriental superior. Ninguna dependencia tuvo el
califato de Córdoba respecto del califato de Bagdad. Al-Andalus es una creación
propia y genuina de los andaluces, y el Islam es su propia religión.
Si es cierto que los reyes bárbaros –los reyes godos y sus sucesores del
norte– fueron conquistando (no reconquistando), poco a poco, Al-Andalus,
expoliando a sus propietarios para formar los enormes latifundios que todavía
hoy existen, el mejor plan concebible no sería otro sino el de volver al Islam, a
reconstruir Al-Andalus, pero con la prudencia necesaria para no crear obstáculos
invencibles. Hablemos pues de recuperación de tierras, de autarquía, de
impuesto único, de autonomía, de federalismo. Es el lenguaje exotérico de quien
sabe, desde su doctrina críptica, esotérica, que sus planes son a largo plazo,
pero que no se puede perder, en el corto plazo, ningún eslabón del camino que
conduce al final. En el fondo la ideología andalucista de Blas Infante coincide con
la ideología más radical de la izquierda vasca abertzale: para ambas ideologías
la presencia de los españoles en sus territorios representa la presencia de unos
intrusos, y sus ejércitos respectivos no son sino tropas de ocupación.
Lo que no habrá impedido que roto ese círculo en sus dos arcos, algunos
sigan explorando las posibilidades de utilización de tales arcos para muy
diversos fines. El arco inicial (la islamización de Al-Andalus como proceso casi
espiritual y no resultado de una invasión violenta), aun sin pretensión de
continuarse hacia el anillo terminal, tiende siempre hacia él (hacia la construcción
de un «segundo arco» que permita pasar de la Andalucía actual a su verdadera
fuente, Al-Andalus).
449
Ignacio Olagüe, en diversos libros, ofreció algunos desarrollos del primer
arco. Por ejemplo, en su obra La decadencia española (Mayfe, Madrid 1950,
tomo II, pág. 204):
450
expresiones ocultaban la tesis antitrinitaria de la teoría alcoránica» (Olagüe,
tomo 2, pág. 206).
En cuanto al segundo arco del anillo, el que une la Andalucía de hoy con Al-
Andalus, Blas Infante sigue siendo explorado tenazmente por parte del Islam
militante, tanto en formas más próximas a las de la Yihad, como en formas más
suaves, «culturales», estéticas, literarias, folklóricas o nostálgicas.
———
451
2007 a la pregunta: «¿Aprueba el Proyecto de Estatuto de Autonomía para
Andalucía?» Una inmensa mayoría de esos ciudadanos –3.852.063, el 63,72%–
se abstuvieron de ir a votar, y sólo 2.193.497 acudieron a las urnas –36,28%–,
para depositar 2.172.531 votos válidos (pues 20.966 fueron anulados por
diferentes razones). De manera que sólo menos de uno de cada tres ciudadanos
convocados a esta consulta respondieron afirmativamente a la pregunta –
1.899.860 votos, 87,45% de los votos emitidos–, manifestando su negativa
206.001 votantes –9,48%– y votando en blanco 66.670 ciudadanos (el 3,07% de
los votos emitidos).
452
Los peligros del «humanismo de la izquierda híbrida» como
ideología política del presente
Gustavo Bueno
Texto base para la intervención del autor en el «Foro de la Nueva Sociedad», organizado
por Nueva Economía Fórum, en el Hotel Ritz de Madrid,
en la mañana del martes 13 de marzo de 2007
Introducción
453
El embrión en España de esta variedad ideológica del humanismo acaso se
encuentra en la obra, publicada en 1860, El ideal de la Humanidad de Julián
Sanz del Río, alrededor de quien se organizó, como es bien sabido, en los años
de la fundación de la Universidad de Madrid, el llamado krausismo español, del
cual salieron los hombres de la primera República (Pi y Margall o Salmerón), los
de la Institución Libre de Enseñanza (Giner de los Ríos o Gumersindo de
Azcárate) y también algunos políticos que hoy dirigen el gobierno de España.
Parte I
(1)
Pero lo que interesa subrayar aquí es el modo según el cual fue presentado
este proyecto, que no fue el modo técnico propio de un asunto que concierne al
Ministerio de Fomento, sino un modo que parece tener que ver explícitamente
con un proyecto de signo humanista: «El progreso en el desarrollo de las
comunicaciones ferroviarias de alta velocidad es el mejor método para conseguir
454
la unidad entre los hombres que viven en España y también en Europa y en el
Mundo.»
(2)
455
técnico-jurídico propio de legistas que abstrae el contenido de las leyes (la
República romana en el siglo I antes de Cristo era un Estado de Derecho, con
leyes esclavistas; por no hablar del concepto mismo de Estado de derecho que
asumieron íntegramente y desarrollaron los juristas de la Alemania nazi). Lo que
está en el fondo es una legislación penal española que ha establecido penas tan
suaves, tomando como criterio de dureza máxima la llamada pena de muerte o
la prisión perpetua.
Pero la frase «la vida es el supremo valor», con la cual Zapatero pretendió
solemnemente justificar la excarcelación, es una frase retórica que contiene
sentidos contradictorios. Por de pronto, no se determina a qué vida se hace
referencia: podría ser la vida divina, podría ser la vida animal o la vida humana.
Supondremos que, para un humanista, será la vida humana. Pero la vida
humana puede significar a veces una vida individual o bien una vida comunitaria
(familiar, nacional, &c.). Muchas veces la vida colectiva asume valores más altos
que la vida del individuo: Dulce et decorum est pro Patria mori, dice Horacio
(Odas, III, 2, 13). Además la vida individual, ¿se refiere a la vida orgánica o a la
vida personal, vinculada a los valores personales?
Pero la vida orgánica no es la fuente de los valores personales, sino que son
esos valores los que dan este valor a la vida. Y esto lo supieron ya personas
distinguidas en la reciente historia de España, que militaban tanto en la derecha
como en la izquierda: «Más vale morir con honra que vivir con vilipendio», dijo
José Calvo Sotelo; o bien: «Más vale morir de pie que vivir de rodillas», dijo
Dolores Ibárruri. Ninguno de estos cabezas de fila consideraban sin más a la
vida individual como valor supremo.
456
aborto y la eutanasia). Por esto la frase del presidente «la vida es el supremo
valor» es hueca e hinchada, y pronunciada con solemnidad y con los ojos
mirando al cielo sólo puede ir destinada a confundir a su público indocto o
sencillamente a salir del paso.
(3)
(4)
(5)
457
primeros padres», quienes hablan de nuestros antecesores, en el sentido de la
paleontología del presente, se ven obligados a extender el humanismo de la
fraternidad a los primates y a los grandes simios que comparten con nosotros el
99% del genoma. El Proyecto Gran Simio contempla la «puesta en valor»
humano de nuestros primos hermanos los chimpancés, los gorilas, los
orangutanes o los bonobos.
(6)
458
públicas, y considerar a las religiones superiores como cuestión privada es una
pura ficción, como lo es la sustitución de la educación religiosa por la educación
ciudadana.
(7)
***
459
industriales o políticos, aunque estos se amparen en este principio del
humanismo: «Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno.»
Parte II
(1)
460
Y el primer efecto ideológico del progresismo de izquierda es, como hemos
dicho, la definición de los «adversarios de la derecha» como conservadores, con
la connotación peyorativa de retrógrados, arcaicos, o, en terminología de la II
República, «cavernícolas». Ahora bien, ¿realmente el progresismo puede
tomarse como un cauce capaz de canalizar los proyecto del humanismo?
Y cualquiera que sean las posiciones filosóficas desde las cuales nos
enfrentamos con las ideas progresistas, lo que parece indiscutible es que estas
ideas carecen de sentido si no se señalan los parámetros de la función
«progreso». Cabe hablar de progreso refiriéndonos a la velocidad en los
transportes, a tecnologías médicas, al desarrollo de las ciencias físicas o
matemáticas, incluso al incremento, aunque tenga la forma de una plaga, de la
demografía humana. Más difícil, si no imposible, es aplicar la idea de progreso a
la evolución de los organismo vivientes o a la historia de la artes humanas: las
sinfonías de Mozart no pueden considerarse en un nivel de progreso más bajo
que las obras de Schömberg.
(2)
461
El componente libertario del humanismo, propio de las izquierdas híbridas,
conduce directamente a una política de atenuación de las penas llevado a cabo
en nombre de «la comprensión del Otro» (el «Otro que yo» que diría Salmerón),
de su libertad, de la vida en libertad, de la posibilidad perpetua de su reinserción
social cuando «el otro que yo» haya delinquido. Política ideológica cuyo efecto
inmediato no es sino la definición de quienes mantienen la necesidad del
endurecimiento del Código penal, y, en particular, de quienes mantienen la
necesidad de la institución de la llamada pena de muerte como genuinos
representantes de la derecha más cruel, medieval o arcaica que alimenta su sed
de venganza recurriendo incluso a la ley del Talión. (El abolicionismo de la pena
capital lo fundará esta izquierda híbrida precisamente en los derechos
humanos,lo que implica la acusación a los Estados que reconocen la pena de
muerte de no respetar los derechos humanos.)
(3)
Pero hay una diferencia natural entre los individuos del género humano (sin
perjuicio de sus ramificaciones culturales) que ni la política de isonomía propia
de las revoluciones burguesas, ni las políticas de redistribución de la riqueza
propias de las revoluciones anarquistas o comunistas pueden borrar: son las
diferencias llamadas de «género» (desoyendo el Informe correspondiente de la
Academia de la Lengua). ¿Cómo borrar estas diferencias de género en la vida
social y política? Equiparando a los varones y a las mujeres (cuando no se quiere
entrar en procedimientos quirúrgicos y hormonales) no sólo en las situaciones
en las cuales las diferencias de género son constitutivas y pertinentes (en las
parejas homosexuales reconocidas como matrimonios no se hablará de padre o
madre, ni siquiera de marido y marida , sino de progenitor A y progenitor B). Y
en aquellas situaciones en las cuales las diferencias de género no son
pertinentes se intentará la equiparación por extensión numérica antes que por
463
connotación. De este modo se creerá alcanzar el borrar las fronteras implicadas
en la separación escolar entre colegios o institutos masculinos o femeninos
mediante la creación de colegios o institutos mixtos exigiendo en cada aula la
igualdad de número entre alumnos y alumnas.
(4)
(5)
464
La fraternidad parece en cambio un criterio más objetivo. La fraternidad
alude a la condición de hermanos, o de primos hermanos, en función de unos
mismos padres, y todo esto sin tener en cuenta que la fraternidad como virtud
debe olvidarse de Caín y Abel y de Rómulo y Remo. Cuando Adán, el primer
hombre, sin perjuicio de su pecado original, era considerado como padre común,
la fraternidad servía de medida de la «especie humana»; pero cuando Adán es
sustituido por el hombre Antecessor o por el Australopiteco, la fraternidad ente
los hombres actuales comenzará a percibirse como demasiado restringida.
Habría que ampliarla a los simios. De este modo el humanismo híbrido
inspirará una ley presentada en 2006 por el grupo socialista defendiendo el
Proyecto Gran Simio en nombre de la fraternidad humanística («nuestros primos
los chimpancés», de Fouts). Aquí, el humanismo fraterno salta por encima de las
dificultades de la equiparación entre los hombres y otros géneros y especies de
primates. Pero al hacer personas a lo simios, se corre el peligro de hacer simios
a las personas.
(6)
465
El humanismo de izquierda, desarrollando el principio de igualdad entre los
hombres y las mujeres, tenderá a ignorar políticamente las diferencias derivadas
de las religiones o de las supersticiones. ¿Cómo? Tolerándolas, pero
declarándolas asuntos privados. El humanismo se mantendría neutral ante ellas,
y de aquí derivará el planteamiento de la enseñanza laica neutral, apoyada en
una supuesta ciudadanía universal, pero sin especificar si ésta es española o
catalana o andaluza o iraquí o finlandesa.
Pues las religiones son públicas. Luego el Estado no puede ser neutral laico,
como si viviese en la estratosfera. O se hace confesional, o se enfrenta a todas
las confesiones en nombre de un humanismo racionalista y ateo, el cual ya
podría establecer jerarquías sociales y políticas no neutrales entre las propias
religiones positivas.
(7)
466
producto de un proceso histórico se considera a sí mismo como expresión de la
humanidad misma racional «capaz de darse sus propias leyes».
Parte III
467
(1)
(2)
468
unidad originaria que desbordaba de hecho el círculo de los hombres, a saber,
la idea de una comunidad, unión o solidaridad mística de los hombres, si no ya
con los antiguos dioses o con los animales, sí con lo habitantes de un reino de
los espíritus, como reino envolvente del reino de los hombres. Lo que, dicho sea
de paso, aproximaba el humanismo libertario y socialista al espiritismo (en las
ultimas palabras que el propio Julián Sanz del Río pronunció al morir cabe
advertir algún vestigio espiritista: «Que mi espíritu pase a reunirse con los demás
espíritus finitos»).
(3)
(4)
469
(5)
470
La idea de Hombre como unidad práctica unitaria no existió ni pudo existir
en el principio. Lo que existió en el principio fueron bandas, pueblos, naciones
étnicas, círculos culturales, que, sin perjuicio de sus préstamos mutuos, ni
siquiera podían alcanzar una idea de Hombre como un todo capaz de integrar a
las demás partes, precisamente porque cada una de estas partes tenía, por así
decir, su propio «modelo de hombre», y por ello confundían en su terminología
las denominaciones de «hombre» con las de su propia tribu.
471
Las Naciones políticas, la economía política, los Estados siguen siendo hoy
las unidades reales que actúan como fundamentos de las infraestructuras de la
globalización. Y, cuando una sociedad política pretende quitar importancia a su
condición de tal, fingiendo estar hablando en nombre de la Humanidad, es
porque o bien está tratando (si es una gran Potencia) de disimular proyectos de
hegemonía, o bien porque está aceptando, sin advertirlo demasiado, un proceso
de subordinación y aun de disolución de su realidad, no ya en la Humanidad,
sino en el seno de otras sociedades políticas más potentes.
472
Sobre la educación
para la ciudadanía democrática
Gustavo Bueno
Se esboza un análisis de los componentes ideológicos del proyecto europeo (16 de octubre
de 2002) y español (7 de diciembre de 2006 y 4 de enero de 2007) de una educación de la
ciudadanía democrática
Introducción
473
demás actividades de la Organización, a defender los valores y principios de la
libertad, el pluralismo, los derechos humanos y el imperio de la ley, que son los
fundamentos de la democracia.»
Aclara, por así decir, el Decreto mencionado, que «la Educación para la
Ciudadanía tiene como objetivo favorecer el desarrollo de personas libres e
íntegras a través de la consolidación de la autoestima, la dignidad personal y la
responsabilidad y la formación de futuros ciudadanos con criterio propio,
respetuosos, participativos y solidarios, que conozcan sus derechos, asuman
sus deberes y desarrollen hábitos cívicos para que puedan ejercer la ciudadanía
de forma eficaz y responsable».
474
La educación ético cívica de cuarto curso se organizará en seis bloques. El
primero con contenidos comunes relativos a los derechos humanos «desde la
perspectiva ética y moral» [no sabemos cómo entiende el legislados esta
distinción], con especial interés por la igualdad entre hombres y mujeres. El
bloque segundo se refiere a la identidad y la alteridad, educación afectivo
emocional. El bloque 3 se destina a las teorías éticas. El bloque 4, ética y política,
la democracia. El bloque 5 problemas sociales del mundo actual. El bloque 6 la
igualdad entre el hombre y la mujer.
1. Principios y metodologías
475
ideológico de la raza aria, mayor era su falsa conciencia, en tanto que ésta se
alimentaba, no de la evidencia de los principios, sino de la decisión práctica de
segregar a su nación respecto de otras naciones no arias, y de segregar del seno
de su propia nación a los grupos no arios que en ella pudieran a su juicio existir
(tales como judíos o gitanos). La «falsa conciencia» del racismo nazi podría
definirse por la identificación de la claridad y distinción prácticas que su política
buscaba establecer en las relaciones entre los arios y los no arios (y que permitía
establecer con claridad y distinción «logísticas» series de objetivos muy precisos,
tales como identificar judíos, expropiarles sus bienes, transportarles a los
campos de exterminio, &c.), con la claridad y distinción científica de la idea
antropológica de raza aria, respecto de las ideas por las que se definían otras
razas inferiores.
Entre los principios del sistema ideológico que a nuestro juicio inspira la
disciplina Educación para la Ciudadanía Democrática, creada por las
autoridades de la UE y asumida y aumentada retóricamente por el Gobierno
socialista de España, podrían citarse los siguientes (en general, la estructura de
estos principios es de índole funcional, por cuanto tales principios asumen la
forma de enunciados de funciones que establecen relaciones aplicativas entre
variables independientes –sujetos individuales, grupos sociales, Estados…– y
476
variables dependientes, pero sin determinación de los parámetros que en cada
caso implica necesariamente la aplicación de las funciones):
(1) El principio del Humanismo laico, que intenta ver al Hombre desde el
Hombre (y no desde Dios o desde la Naturaleza). El Hombre, la Humanidad, el
Género humano, es, para este humanismo laico, «la medida de todas las cosas».
(El principio del Humanismo laico se nos presenta así como un principio propio
del idealismo subjetivo, sin perjuicio de que esta subjetividad esté socializada.)
(2) El principio del Humanismo ético, que atribuye a los sujetos humanos
individuales la condición de entidades supremas, libres, fuentes de todos los
derechos y valores («la vida de la persona humana es el valor supremo»). De
este humanismo se deduce, como axioma penal, el principio de la reinserción
social de los delincuentes, y por tanto la abolición absoluta de la llamada pena
de muerte.
3. Sobre metodologías
478
alcanzar la libertad, es decir, sin tener en cuenta que el refrán citado se formula
en el proceso de transformación del sistema feudal en el sistema constituido por
las ciudades burguesas de la baja edad media.
IV. La idea de formar a las «personas libres e íntegras», pero sin dar los
parámetros de esa libertad y de esa integridad (nos parece evidente que hablar
de libertad y de integridad sin detallar en qué consiste esa libertad y esa
integridad es pura retórica burocrática).
479
repetición del ejercicio de actos correspondientes) sin incluir los contenidos de
estas competencias. Competencias que, por tanto, se nos muestran como
«potencias», «capacidades» o «virtudes» de un sujeto para ejercer
determinadas acciones u operaciones.
480
X. La Paz como un «¡No a la Guerra!», sin parámetros, es también una idea
vacía, porque la Paz es el fin de la Guerra, y la Guerra supone la conculcación
de un orden, que la Paz re-establece. Por ello la Paz supone, en general, la
Victoria del vencedor, y por ello carece de sentido poner a la Paz como un ideal
abstracto, sin indicar cuál es el orden victorioso y cuál es el orden vencido. Sin
embargo, desde este ideal pacifista educativo se consigue eludir los problemas
derivados de la educación militar o premilitar, o del entrenamiento de los
ciudadanos en otras muchas competencias (por ejemplo la competencia en el
conocimiento crítico de la Historia de España) que ellos pueden necesitar cuando
la Nación lo exija.
XI. Las valoraciones, y las puestas en valor de algo sin parámetros, son
también ideales vacíos, que dejan de lado la estructura interna de los valores
(valores que se oponen siempre a otros valores o contravalores), y al propio
conflicto de los valores entre sí.
481
(circunscrito a la falsa conciencia del egocentrismo individual o de grupo). Tanto
desde la religión positiva, como desde la Nación política positiva, cabe afirmar
que «los ciudadanos que no están conmigo están contra mí». Los ciudadanos,
en su realidad objetiva (y no meramente en su subjetividad egocéntrica), no son
neutrales; la ética no les confiere neutralidad alguna con respecto a la política o
a la religión.
482
Declaración universal de los derechos humanos, contra el principio de la
tolerancia hacia determinadas religiones positivas, o contra la concepción de las
penas como meros instrumentos de reinserción social.
483
como estrictamente racionales y, por consiguiente, como filosóficas (constituyen,
se dice, la «filosofía» de las leyes, decretos o recomendaciones de referencia).
En realidad se trata de sucedáneos dogmáticos (no dialécticos) de la disciplina
filosófica, y no tanto siempre por el contenido de los dogmas (diríamos, «por el
huevo»), sino por el modo de ofrecerlos y argumentarlos («por el fuero»).
Me atendré, en todo caso, tan solo al núcleo en torno al cual gira el presente
rasguño: la idea misma de ciudadanía, analizándola, por supuesto, desde las
coordenadas no ya de «la filosofía» (otra expresión funcional sin parámetros),
sino desde las coordenadas del materialismo filosófico.
Desde estas coordenadas no cabe dar por evidente que la ciudadanía sea
una idea equivalente a la idea de hombre, equivalencia por la cual se justificaría
la conexión asumida por el programa entre la ciudadanía y los derechos
humanos. Una equivalencia que inspira la mayor parte de los programas de la
educación para la ciudadanía democrática, si tenemos en cuenta que, según
hemos sostenido en otros lugares, el contenido de los treinta artículos de la
Declaración de los derechos humanos es fundamentalmente ético, y no político
o moral. Tampoco puede darse por evidente la compatibilidad de las normas
éticas (incluidas las contenidas en la Declaración de los Derechos Humanos) con
las normas morales y con las normas políticas (los países musulmanes sólo han
suscrito la Declaración de los Derechos Humanos agregando la condición de que
éstos se acomoden a las normas de la Saría, lo que equivale muchas veces a
neutralizar muchos de los artículos de esa Declaración).
484
civilización «desde la invención de un alfabeto fonético y el empleo de la
escritura, hasta el tiempo presente» no figura lo que más tarde, con Gordon
Childe y otros se conocerá como la «revolución urbana», lo cierto es que la
ciudad es también reconocida por Morgan (al tratar en el capítulo 10 de las
instituciones de la sociedad política griega) como criterio propio de la civilización.
En realidad cabría decir que antes aún de las ideologías emanadas por
determinadas ciudades frente a otras es la idea de ciudad, la de Aristóteles, por
ejemplo (por no decir también la de Platón, y por supuesto, la idea de Morgan
(en tanto asocia la ciudad al progreso del género humano), la que ella misma es
ideológica y no neutra. Y esto en la medida en la cual esta idea se utiliza para
expresar la cristalización en un sistema de ideas, la nueva condición, como
animales políticos, de los hombres que comienzan a vivir en ciudades. Las ideas
que estos hombres se han forjado de sí mismos como ciudadanos, frente a
quienes o bien vivieron en las selvas o bien siguen viviendo como nómadas fuera
de los ciudades, en los campos, continuando la forma de vida bárbara o salvaje
(los romanos cristianos llamarían paganos a aquéllos hombres que seguían
viviendo en alquerías o en aldeas sin ser ciudadanos, es decir, sin participar de
la vida de las grandes ciudades ya cristianizadas).
Los bárbaros –pero también los que se han incorporado a la ciudad como
esclavos, o simplemente como siervos o desheredados– verán a la ciudad con
el rencor suficiente para alimentar una suerte de «nostalgia ideológica de la
barbarie»; por su parte, los ciudadanos verán a la ciudad con el orgullo propio de
los vencedores, que a través de su victoria han logrado elevarse a formas de
vida mucho más ricas y complejas de aquellas a las que tienen acceso los
bárbaros. En nuestros días se ha llegado a equiparar ideológicamente la relación
entre «el campo» (considerado como una herencia del salvajismo o de la
barbarie) y «la ciudad» (como centro de la civilización) con la relación que media
entre la Naturaleza y la Cultura humana. O. Spengler, en su Decadencia de
Occidente,sostenía que las grandes culturas son culturas «urbanas» –el aldeano
se hace planta– y Ortega y Gasset llega a decir, en La rebelión de las masas, que
«el hombre campesino es todavía vegetal», y que (en El Espectador) «en la
ciudad la lluvia es repugnante, porque es una injustificada invasión del cosmos,
485
de la naturaleza primitiva, en un recinto como el urbano, hecho precisamente
para alejar lo cósmico y primario».
486
ciudadana no han sido abandonados (ni podrían serlo) por los Estados
sucesores. Lo único que han hecho estos Estados es descargar a los llamados
«ciudadanos» de las atenciones hacia estos objetivos (y más en el papel que en
la práctica), encomendándoselos a cuerpos profesionales de mercenarios o de
funcionarios.
Es ahora cuando aparece un cuerpo visible del cual podrá salir la idea de
una sociedad civil, enfrentada a la sociedad política real, que comenzará a
considerarse, ideológicamente también, como una ciudad terrena, incluso como
una ciudad del diablo. La nueva sociedad civil se concebirá como una sociedad
universal, católica, enfrentada a la sociedad política, en principio, por sus fines
sobrenaturales y métodos pacíficos (aunque muy pronto la institución de miles
Christi desmentirá en la práctica esa vocación pacifista, que nunca desaparecerá
en la teoría). En el terreno ideológico esta sociedad civil, como correlato
dialéctico de la sociedad política (de los Reinos, de los Imperios), llegará a
sustantivarse como si efectivamente su realidad existente tuviera posibilidad de
subsistir al margen del Estado. En el periodo merovingio, por
ejemplo, ciudad (civitas, urbs) se definirá frente al castrum y oppidum, y
designará a una población municipal en la que hubiera obispo y catedral.
487
principios políticos del arrianismo), a romper con las teocracias tradicionales y a
mantener el principio de separación entre el Estado y la Iglesia (sin perjuicio de
las oscilaciones que esta separación estaba llamada a tener en la práctica
histórica).
488
hombre y de ciudadano) resultan incompatibles y, en todo caso, se admitirá la
posibilidad de ser hombre sin ser ciudadano, pero no la de ser ciudadano sin ser
hombre. Sin embargo lo cierto era que los hombres sólo llegaban a ser
ciudadanos no directamente, sino a través de su pertenencia a la Nación política,
una Nación en constante dialéctica con otras Naciones.
489
«ciudadano del Mundo», identificada con la misma condición humana («Antes
que español soy hombre», decía Pi Margall).
Consideraciones finales
490
(1) La idea de una «ciudadanía universal», cosmopolita, común a todos los
hombres, es sólo una idea universal negativa. Una universalidad abstracta,
obtenida por la abstracción negativa de todas sus especies no porfirianas, que
no se limitan, por tanto, a desarrollar un género porfiriano, más o menos remoto,
sino a determinarlo en formas contrapuestas entre sí. Tal universalidad negativa
llevará a ignorar por completo las «especies» internas de la ciudadanía, tales
como la especie «ciudadanía aristocrática», o la especie «ciudadanía
esclavista», o la especie «ciudadanía colonialista». Así mismo se seguirá
segregando o ignorando la involucración de las ciudades en diversos y
contrapuestos círculos nacionales-estatales, religiosos, culturales o de
civilización.
Habría que acudir al supuesto gratuito de que, sin perjuicio de sus fronteras,
los Estados, las Naciones políticas, las esferas culturales, las religiones o las
civilizaciones pueden dialogar entre sí, al estilo de aquellos diálogos de las
religiones (que escenificarían Bodin –Colloquium heptaplomeres– o el Lessing
de Nathan el Sabio) o del diálogo de las civilizaciones, en particular, del diálogo
de Oriente y Occidente (que Garaudy, en la Córdoba de 2005, propuso, cuando
ya era musulmán, desarrollando su propuesta de 1977), hasta llegar a la alianza
de las civilizaciones del presidente Zapatero. Pero todos estos diálogos o
alianzas son puras metáforas literarias o retóricas.
491
porque no puede asegurarse que ella exista siempre entre dos rectas
cualesquiera tomadas al azar). Y siendo la relación de conciudadano una
relación de equivalencia (de igualdad) el cociente de la clase universal de los
individuos por esta relación de equivalencia dará lugar a una partición de la clase
de los hombres en un conjunto de clases humanas disyuntas. Pero las líneas de
estas disyunciones pasan precisamente, hoy por hoy, por las fronteras de las
Naciones políticas canónicas, ignoradas por completo en los proyectos europeos
de la educación para la ciudadanía.
492
(3) Pero si nos mantenemos en el terreno medio de la educación para la
ciudadanía europea, las dificultades de principio son aún mayores. Porque
Europa no es una Nación política, ni siquiera una federación de Naciones. Es
una unión, monetaria y mercantil, envuelta por una superestructura de apariencia
política, pero en la cual los ciudadanos que eligen democráticamente a sus
representantes no forman parte de ningún cuerpo electoral europeo, porque
todos los diputados son elegidos a través de los cuerpos electorales de cada
Estado nacional asociado a la Unión. Por supuesto no existe un idioma común
para la Unión Europea, lo que implica necesariamente que la educación de la
ciudadanía europea, que deberá contener siempre la adquisición de la
competencia en un idioma común, tendrá que elegir, puesto que no hay «idioma
europeo», el idioma de alguna de las Naciones socias, en perjuicio de los idiomas
que queden postergados.
493
En torno a la distinción
«morfológico/lisológico»
Gustavo Bueno
Se ofrecen algunas precisiones sobre una distinción que ya ha sido utilizado de pasada en
exposiciones anteriores, orales o escritas, del autor
494
que tiene lugar la morfología de referencia (que también puede ser abstracta
respecto de otras referencias).
495
concreto/abstracto, se toma en un sentido relativo (correlativo), pero no cuando
lo concreto se toma en un sentido absoluto, lo que ocurre en expresiones tales
como «realidad concreta» –«análisis concreto de la realidad concreta»–,
«individual y concreto», «hombre concreto de carne y hueso» (mediante las
cuales se enfrentaba a quienes supuestamente se mantenían en el ámbito de
las «abstracciones inhumanas» promovidas por «la sociedad» o «el Estado»).
496
mucho que ver con la praecissio que los escolásticos reconocían en los
conceptos «precisivamente inmateriales».
Por otro lado, el propio cuarto predicable era una de las cuatro acepciones
(la cuarta) del término que enumeró Porfirio. «Lo propio», según una primera
acepción, se refería a un predicado que afecta a sólo el sujeto (específico-
individual) pero no a todos y siempre (como «gramático», predicado de hombre).
«Propio», según la acepción segunda, es un predicado que afecta a todo pero
497
no a sólo (como «bípedo», predicado de hombre); se trata de un predicado
genérico-propio. Según su tercera acepción, «propio» afecta a todo, sólo pero
no siempre (como «canoso», aunque el ejemplo escolástico es aquí muy malo,
predicado de hombre, pero en la vejez). Por último, «propio», según su cuarta
acepción, es el predicado que se aplica a todo, sólo y siempre (los ejemplos
convencionales eran la risibilidad, o la libertad, en cuanto propiedades de los
sujetos humanos).
499
que el sonograma desempeña la función de materia y la partitura la función de
forma: ambas son representaciones morfológicas de un discurso musical. Por
consiguiente, la relación del sonograma a la partitura no es la relación de la
materia a la forma, sino la relación de una morfología borrosa a una morfología
más clara y distinta.
***
500
En torno a la distinción
«morfológico/lisológico» (2)
Gustavo Bueno
Se ofrecen algunas precisiones sobre una distinción que ya ha sido utilizado de pasada en
exposiciones anteriores, orales o escritas, del autor
501
los laboratorios de bioquímica, en los que se utilizan centrifugadoras o
trituradoras, con objeto, por ejemplo, de transformar unas muestras de tejidos
orgánicos en un conjunto de moléculas homogéneas en apariencia. Al segundo
proceso, el que transforma un campo en estado lisológico en el mismo (supuesto
campo) en estado morfológico lo designaremos mediante el término conformado;
también, en la medida en que puede hacerse consistir en reunir o juntar partes
(compingere) podríamos llamarlo compactado, siempre que interpretemos el
sufijo participial –ado (lisado, conformado, compactado) desde los componentes
procesuales o durativos y aspectual perceptivos (que algunos gramáticos
atribuyen a los participios, como se advierte, por lo demás, claramente, en
algunos contextos tales como «nave de secado», «buen acabado», «proceso de
entintado» o «proceso de revelado» de una fotografía). Es una interpretación del
participio como «participio procesual» (participio según su «aspecto
sintagmático» de Holt, apud Emilio Alarcos, Gramática estructural del
español, §116, aspecto referido al término virtual o aureolar del proceso) que
contrasta con la interpretación aproximativa al pretérito perfecto que otros
gramáticos dan al participio como «participio flexional», referido al término real
del proceso.
1. Dos son los estados «básicos» del campo reconocido por la distinción
morfológico/lisológico. Ahora bien, cada uno de estos estados básicos puede ser
interpretado, como ya hemos dicho, ya sea desde una perspectiva
gnoseológicaya sea desde una perspectiva ontológica, lo que nos lleva a
establecer cuatro situaciones posibles. Y, si tenemos en cuenta además que
cada estado puede enfrentarse al otro, sea en el mismo plano (ontológico o
gnoseológico), sea en distintos planos (ontológico uno, gnoseológico otro, o
recíprocamente), podremos distinguir 4x2=8 situaciones que se representan en
la tabla siguiente:
Estado
Lisológico Morfológico
Plano
503
realidad que es resultado de una trituración o lisado del Cosmos (o realidad en
su estado morfológico). Ver nuestro libro La metafísica presocrática, Pentalfa,
Oviedo 1974, págs. 100-101.
504
Mundo visible, el Mundo real dado en el plano ontológico; su correlato lisológico
es el migma, en el que «todas las cosas están en todas» sin posibilidad de
distinción entre las unas y las otras («la nieve es negra»). Pero
este migma podría interpretarse como un «artefacto gnoseológico».
3. Las situaciones (5), (6), (7) y (8) son equivalentes, respectivamente, a las
(1), (2), (3) y (4), y si se diferencian es porque en éstas asumimos la perspectiva
lisológica (combinando su condición gnoseológica u ontológica con las
alternativas ontológica o gnoseológica de su estado morfológico correlativo)
mientras que en aquéllas asumimos la perspectiva morfológica.
505
racional y lo irracional, así como de la transformación del tiempo liso en tiempo
estriado y recíprocamente:
506
Tipos
Transformación Transformación
tipo lisado tipo conformado
Plano
507
plano cartográfico del terreno) hasta alcanzar al propio terreno dado en el plano
ontológico.
508
(7) Como ejemplo de conformación débil podría valer el mismo ejemplo del
atomismo antiguo, tal como probablemente lo concibieron Leucipo y Demócrito,
si el caos atómico inicial se interpreta como un estado lisológico real, que se
transforma en un mundo conformado pero según formas cuya realidad es
efímera o transitoria («con un ser honorario», como decía León Robin).
509
mínima, estable, es decir, en estado morfológico. La definición de evolución
(transformativa) que venía proponiendo Heriberto Spencer se ajusta plenamente
a este canon racionalista. En el Sumario de sus First Principles, que el propio
Spencer preparó para la American Cyclopaedia de Appleton, se dice:
***
511
En torno a la distinción
«morfológico/lisológico» (y 3)
Gustavo Bueno
Se ofrecen algunas precisiones sobre una distinción que ya ha sido utilizado de pasada en
exposiciones anteriores, orales o escritas, del autor
512
«racionalidad» de un campo, que podremos denominar «racionalismo circular
abierto» y «racionalismo circular cerrado» (o no abierto).
514
es la «estructuración anatómica» de la sociedad política o económica del
presente. El pensamiento utópico, como crítica de esta «sociedad empírica»,
organizada en estructuras que a su juicio son deformaciones («alienaciones»)
de una supuesta realidad, procede por la vía de un lisado ideológico de esas
partes empíricas intermedias, ya sean en el sentido de un lisado atomístico, ya
sea en el sentido de un lisado holístico que, sin embargo, tienen en común (al
pretender borrar todas las partes intermedias entre los individuos o átomos
políticos o económicos y el Estado) el dejar frente a frente al individuo real (no
utópico) frente al Estado real (no utópico).
515
cantan (apud Micklethwait & Wooldridge, La empresa, Mondadori, Barcelona
2003, pág. 16, traducción de Enrique Benito):
¡Todos aclamamos
el sorprendente hecho
todos aclamamos el nuevo invento
la Ley de Sociedades Anónimas
la ley del sesenta y dos!
516
globales o conspectivas no son propiamente «generalistas», al menos en el
sentido sentido de lo que es previo, introductorio, preambular, meramente
pedagógico o trivial, que suelen dar a este término los «especialistas». El bosque
aparece a escala lisológica y ésta desaparece desde la morfología de cada árbol,
es decir, del conjunto distributivo de todos los árboles del bosque: «El árbol no
deja ver al bosque.»
517
morfológico: son anisótropos (la acción que se ejerce sobre cualquier parte de
su masa ya no se propaga igualmente en cualquier dirección) y asumen también,
al solidificarse, morfologías poliédricas que «eligen» entre los seis sistemas
consabidos (regular, hexagonal, cuadrático, rómbico, monoclínico y triclínico).
518
reconocía, con nombres propios, planetas, órbitas planetarias o cometas) de
naturaleza morfológica y cuasi empírica. También aquí la ley de la gravitación
newtoniana (lisológica, porque se establece entre puntos o porciones abstractas
de masa) presuponía los resultados morfológicos de Kepler, aunque los rebasó
y logró no ya deducirlos, pero sí reducirlos a la condición de casos particulares
de los campos gravitarorios. El propio Newton, para poder aplicar sus leyes, tuvo
que apelar a unas «condiciones iniciales» –la existencia del Sol y de los planetas,
creados por Dios– de orden inequívocamente morfológico, que no hubiera
podido deducir de sus principios lisológicos. Lisológico es el universo vacío, de
curvatura nula, de Minkowski, redefinido como vacío cuántico (E. Gunzig y P.
Nardone, I. Prigogine…).
(f) Como ilustración del papel desempeñado en Citología por los estados
lisológicos y morfológicos nos limitaremos a citar la utilización por N. Rashevsky,
de ciertos conceptos lisológicos (tomados de las Matemáticas) para plantear y
resolver determinados problemas morfológicos, en su libro Progresos y
aplicaciones de la Biología matemática (Espasa Calpe, Buenos Aires, 1947).
Rashersky subrayaba cómo la consideración de ciertas uniformidades
[lisológicas] tratadas mediante sistemas de ecuaciones diferenciales, permite
llevar a cabo análisis más precisos que los que se inspiran en descripciones
morfológicas empíricas. Pero el principal mecanismo de transporte de sustancias
que tiene lugar en el metabolismo celular es la difusión (un concepto de
indudable cuño lisológico). La esfera se convierte de este modo en la única forma
para la cual las ecuaciones diferenciales generales de los procesos de difusión
pueden ser exactamente resueltas. Ahora bien, la estructura interna
[morfológica] de cada célula puede ser inhomogénea. «Omitimos esas
inhomogeneidades [es decir, nos replegamos al estado lisológico] que
diferencian en detalle una célula de otra. Los detalles de las variaciones de la
velocidad media de una sustancia producida dentro de tal célula constituyen a
su vez características individuales. Lo que medimos y observamos son sólo
valores medios [resultantes de una abstracción formal antes que de una
abstracción total] y sólo por ellos podremos encontrar algunas regularidades
generales.»
520
(i) Las ideas relativas a los derechos humanos, tal como quedaron fijadas
en la Declaración de la ONU de 1948, se mantiene a la escala lisológica propia
de la perspectiva ética; los conceptos que tejen el sistema de los códigos civiles,
penales o mercantiles de los diversos ordenamientos jurídicos que proclaman
sin embargo atenerse a los derechos humanos, están dados a escala
morfológica, pero no se deducen de aquellos.
521
estoica y epicúrea, el dualismo entre Naturaleza y el Hombre, puesto que tanto
la Lógica (o la Canónica) como la Ética están referidas a la praxis humana (Kant
asumió este dualismo sin perjuicio de su «aprobación» de la división estoica, en
su proyecto de división de la filosofía en Filosofía de la Naturaleza y Filosofía de
la Libertad).
522
como lo han hecho tanto teólogos «post-conciliares», siguiendo las huellas de
Rahner– como el punto de partida para la resurreción de un tomismo filosófico.
La tabla, que requiere amplios comentarios que no son de este lugar, quiere
representar de qué modo la Lógica de Hegel, lejos de la condición que algunos
le atribuyen de «prólogo en el cielo» a la obra de la creación de la Naturaleza y
del Espíritu (el «prólogo en el cielo» representado por la concepción de la Lógica
como conjunto de leyes «válidas para todo mundo posible», de Leibniz, Scholz
o Hasenjaeger) está enteramente vuelta a esta Naturaleza y a este Espíritu
(«inversión teológica»). Las correspondencias son tan puntuales (por ejemplo, la
correspondencia entre la última «celdilla» de la Filosofía de la Naturaleza,
«Naturaleza animal», y la última «celdilla» de la Filosofía del Espíritu, «Reino
animal del espíritu») que a veces nos sorprenden, si dejamos de lado el supuesto
523
de un Hegel que ya hubiera utilizado una tabla semejante, al formalizar su
sistema (principalmente en la Enciclopedia de las ciencias filosóficas), que luego
hubiera preferido destruir, como destruye los andamios el arquitecto una vez
terminada la obra. Sin embargo, y aún reconociendo estas correspondencias,
quedaría abierta esta cuestión: ¿cuál es entonces el estatuto de la Ciencia de la
Lógica de Hegel respecto de la Filosofía de la Naturaleza y de la Filosofía del
Espíritu? Es decir: ¿qué es lo que la Lógica puede decir, si la Naturaleza y el
Espíritu han «agotado» la realidad? (presuponemos que la Fenomenología del
Espíritu se mantiene en la inmanencia del mundo, como sugiere la diagonal
representada en la tabla).
524
objetiva moral (mos, moris = costumbre; Sitte = costumbre) del término
hegeliano.
Las respuestas que podrían darse a esta cuestión las encontramos acaso
precisamente en la distinción entre el estado lisológico y el estado morfológico,
que es el objeto de este rasguño. La Ciencia de la Lógica de Hegel se ocuparía
(como referencia) de aquello mismo de lo que se ocupan la Filosofía de la
Naturaleza y la Filosofía del Espíritu (cuyas referencias fenoménicas son ya
enteramente «normales»: sensibilidad… deseo… movimiento… organismo…).
La Ciencia de la Lógica de Hegel se mantiene, según esto (frente a la orientación
meta-física de Kant o de Schopenhauer), en la más estricta inmanencia
mundana, la inmanencia del «mundo haciéndose»: el Ser o Dios no tiene como
referencias entidades que pudieran encontrarse «más allá del mundo». Por ello
Hegel puede decir que Dios no existe, que es la Nada, pero la Nada que, en el
Devenir, se transforma en el Ser («todavía no existe Dios», dice Hegel, con
acentos sabelianos).
525
despliegue lisológico del todo (atributivo) que las envuelve: la Lógica como
Metafísica.
526
causas a las transformaciones naturales, como consecuencia de la
consolidación de la doctrina de las formas sustanciales (orgánicas o inorgánicas)
y de la consideración de la sustancia como categoría primera (para el
materialismo filosófico la sustancia no es una categoría separable de los
accidentes, sino un invariante de las transformaciones, en el sentido del
actualismo). La materia y la forma, interpretada desde la perspectiva de la
conjugación de los términos no se corresponde con la idea de «compuesto
sustancial» o sistema hilemórfico natural, resultante de la aplicación del
«esquema de fusión», en tanto éste pueda considerarse como uno de los
esquemas alternativos dados en la conjugación de conceptos (vd. Gustavo
Bueno, «Conceptos conjugados», El Basilisco, nº 1, 1978, págs. 88-92).
527
Profesores «cómplices» publican, cara al nuevo curso,
manuales de Educación para la Ciudadanía
Gustavo Bueno
Dos editoriales católicas y dos editoriales laicas han publicado manuales siguiendo las
directrices del gobierno socialista, aunque en algún caso sus contenidos se aparten del
pensamiento Alicia sin que pueda saberse muy bien qué rumbos proponen
528
(2) Educación para la ciudadanía ESO, de Santillana, Madrid 2007, obra
colectiva realizada por Carmen Pellicer Iborra y varios más.
(3) Educación para la ciudadanía ESO, de SM [Sociedad Marianista,
marianistas], Madrid 2007, escrita por José Antonio Marina.
(4) Educación para la ciudadanía, de Akal, Madrid 2007, escrita por Carlos
Fernández Liria, Pedro Fernández Liria y Luis Alegre Zahonero.
Ni que decir tiene que el libro de texto (4) nos resultará mucho más
interesante que los otros tres, ante todo porque mantiene una perspectiva
decididamente filosófica y muy trabajada (intencionalmente materialista, pero
efectivamente radicalmente idealista histórica, es decir, utópica). Los libros de
529
texto (1), (2) y (3) asumen sobre todo perspectivas éticas con fuertes tintes
«existenciales», psicológicos o pedagógicos, que les aproximan en ocasiones a
los llamados «libros de autoayuda». Las copiosas ilustraciones, fotografías,
croquis, &c., parecen elegidos de acuerdo con una estrategia similar a la que
utilizan los vendedores de perfumes, bombones, viajes turísticos, pisos con llave
en mano; estrategia de la presentación de los compradores como individuos
rebosantes de simpatía, intereses, sonrisas expectante. El rótulo «Convivencia»,
por ejemplo, se ilustra con la foto de un grupo de menores con sonrisas francas,
dialogantes, como si la convivencia no consistiese en su 50%, siendo optimistas,
en convivencia problemática, más aún, conflictiva o dramática: Castor y Pólux
conviven, pero luchando siempre entre sí. Los textos (1), (2) y (3) mantienen una
perspectiva muy similar a la de los Testigos de Jehová cuando ofrecen sus libros
con dibujos de escenas paradisíacas en las que conviven el lobo y el cordero;
muy similar también a la perspectiva de las fotografías de trabajadores
sonrientes, exultantes de las concentraciones sindicales que organizaba Girón
de Velasco (pero a las que asistían enormes masas de obreros posibilistas o
simplemente satisfechos), o a las películas soviéticas de los koljoses, o a las
fotografías chinas de los reclutas del Ejército Popular de Liberación en el ochenta
aniversario de su fundación. Se diría que los autores de estos libros 1, 2 y 3, al
asumir su responsabilidad como educadores para la ciudadanía, han adoptado
una actitud similar a los agentes de las compañías de viaje que quieren vender
a los favorecidos un feliz veraneo; es como si se tratase de vender la ciudadanía
(y seguramente, y es lo peor, porque los autores lo creen así) como el estado de
felicidad que alcanzarán los jóvenes (los clientes) de mayores, si cumplen las
instrucciones que ellos les dan, evitando toda sombra de violencia, miradas
hoscas o agresivas.
Los comentarios críticos que siguen quieren ser muy breves y no porque los
libros mencionados no merezcan una crítica más prolija, sino porque la crítica,
en este orden de cosas, la consideramos prácticamente inútil. Los autores o
simpatizantes, desde luego, si leyeran estas críticas, serían probablemente
impermeables a todas ellas, blindados como están en sus peticiones de principio;
las otras personas, que suponemos dotadas de buen juicio, sabrán analizar estos
libros con mucha mayor sutileza de la que aquí puedan encontrar.
530
Acerca del libro señalado con (1) comenzaremos aludiendo a la dudosa
fórmula «una imagen vale más que mil palabras» para referirnos a la imagen que
ilustra la «primera unidad», denominada «Soy persona». Porque efectivamente
esta imagen dice todo lo que el libro da de sí –aunque también es verdad, sólo
después de haber leído el libro, puede ser descifrada, en todo su valor
«sintético», la imagen–. Es una fotografía en la que una multitud de jóvenes
sonrientes, bien alimentados, exultantes, con los brazos alzados, y de la que
emerge en un primer plano una pareja eufórica, feliz, plenamente integrada en
la multitud. La fotografía, si la miramos como ilustración del rótulo que la
sobrevuela, «soy persona», parece querer representar a un conjunto de jóvenes
–eso sí, de raza blanca– entusiastas, que ríen sanos, limpios y felices, como si
estuvieran saludándose a sí mismos, tributándose un homenaje por el hecho de
haber descubierto o de haber tomado conciencia de «ser personas».
Probablemente la fotografía represente a jóvenes que están recibiendo la noticia
de que los Juegos Olímpicos van a celebrarse por fin en su «ciudad», o porque
el equipo local ha ganado la Copa de Europa, o esperando la llegada de un ídolo
musical o incluso del Papa; pero la fotografía lleva un complemento en su
esquina superior derecha, que es el canon del hombre de Leonardo. Ahora
resulta que no son las mil palabras, pero sí una imagen que está en juego con
otra imagen, la que está diciéndonos aquello que podemos entender después de
haber escuchado las mil palabras.
Poco después los autores de (1) ofrecen a los estudiantes las claves de la
satisfacción que sienten al advertir que son personas: el ser humano es una
persona porque es un ser único y distinto. ¿Y acaso no es único y distinto
(aunque sin necesidad de ser elitista) el árbol que forma parte de un bosque
integrado por árboles de la misma especie y edad, árboles acaso indiscernibles
a simple vista («no hay dos hojas iguales en el jardín»)? ¿Acaso cada árbol
individual, si está sano, no es una unidad orgánica, un «todo armónico», en el
que se concentra en integra la individualidad susodicha, más la apertura que le
lleva a relacionarse con los demás formando un bosque? Sin necesidad por ello
de «predisponerse a la búsqueda del sentido de la vida»: ¿acaso los millones y
millones de personas que viven en la tierra tienen tiempo, ganas o posibilidades
de ir a la búsqueda de algo que sólo ha podido ser formulado por los ociosos que
los observan? ¿O es que creen, en un exceso de pedantería, que la vida de la
persona sólo tiene sentido cuando alguien se ha hecho esta pregunta, de cuño
teológico, sobre el «sentido de su vida»? Es como si creyesen que una
determinada estancia de una casa sólo es el comedor si en su entrada pone el
rótulo «Comedor».
¿No será que los autores dan por supuesto que la vida tiene un sentido?
¿Pero nos dicen cuál es ese sentido? O bien, ¿no han advertido que una vida
puede tener sentido aunque el viviente no se haya preguntado por su sentido?
531
¿Acaso el orador necesita saber lo que es un quiasmo para decir una frase
quiasmática (precisamente es muy posible que si el orador supiera lo que es un
quiasmo gramatical no lo diría sin más que por el hecho de que se le ha ocurrido,
consciente de su vulgaridad)? Y en la mayoría de las ocasiones, ¿acaso no es
mejor que la gente no se plantee la cuestión del sentido de la vida que, después
de planteársela, encuentra el sentido de su vida en alguna respuesta
especialmente ridícula? Por ejemplo: «el sentido de mi vida está en mi lucha por
aprender a tocar el saxofón», o bien, «viajar y viajar, esto es lo que da sentido a
mi vida», o todavía peor: «el sentido de mi vida consiste en lograr que los indios
yanomanos aprendan a hablar euskera».
Poco más adelante los autores de (1) dicen que «el ser humano se completa
como persona en la medida en que es un ser que se reúne con otros en
sociedad». Pero, ¿acaso puede sin más admitirse que ya era persona, aunque
fuera incompleta, antes de reunirse con otras personas? ¿qué es eso de la
persona incompleta que luego puede completarse? ¿acaso la idea de persona
no aparece en la institución del teatro con la máscara que el actor se ponía para
hablar (per-sonare) a los demás? ¿acaso la idea filosófica y jurídica de persona
que hoy tenemos existió antes de las disputas cristológicas de los Concilios de
Nicea y de Efeso sobre la relación de la Segunda Persona de la Santísima
Trinidad y el hijo de María? ¿Y acaso en la Santísima Trinidad la persona del
Padre es anterior a la del Hijo o a la del Espíritu Santo, si es de fe que las Tres
Personas son eternas? ¿No cabe decir, por tanto, que es la persona, generada
socialmente, la que se completa con su individualidad?
532
televisión que ha tenido relaciones amorosas con un extraterrestre procedente
del planeta Ummo?
533
menos de lo justo). Pero la soberbia no es sobreestimación, porque esta se
refiere a un objeto exterior, y aquella se refiere al hombre mismo, aunque la
sobreestimación se trasforma con facilidad en soberbia
(Espinosa, Ética, IV, 59).
534
La unidad 1 del libro (1) se acoge al lema «Soy persona»; la unidad 2 al
lema «Vivo en sociedad»; la unidad 3 «Tengo derechos y deberes»; lemas todos
ellos que tienen una orientación ética, aunque redundante, porque todo aprendiz
de ciudadano, por el hecho de ser aprendiz, ya es persona, vive en sociedad y
tiene deberes que hacer o cumplir y derechos que reclamar. No decimos que no
sea conveniente analizar estos atributos; lo que decimos es que no pueden ser
presentados como atributos que estamos descubriendo al aprendiz de
ciudadano, a quien para educarle, lo que habrá que descubrirle no es que tiene
derechos, sino qué tipos de derechos concretos tiene; no es que tiene deberes,
sino qué deberes concretos tiene.
535
sostenibilidad ambiental», «fomentar una asociación mundial para el
desarrollo»...). ¿Cuál puede ser la finalidad de este recuerdo o información (sin
la menor crítica) que los autores de (1) proporcionan a los aprendices de
ciudadano? ¿Acaso esta información no está en la misma línea que las
promesas que hacen los vendedores de viajes de turismo a las Islas
afortunadas? ¿Pretenden difundir olores perfumados y optimistas a los
aprendices de ciudadanos para darles a entender que en los próximos siete años
(cuando estén acabando sus estudios y hayan aprobado la Educación para la
Ciudadanía) el «mundo global» habrá entrado ya en la vía del progreso global?
Esta sistemática actitud armonista y optimista de los educadores de la
ciudadanía, ¿no es en realidad una actitud escandalosamente mentirosa e
irresponsable, que sólo puede entenderse que fue tomada por imperativo o
convencimiento legal?
536
de combate estadounidenses en Irak (12 marzo 1999). Ni una fotografía, ni una
palabra sobre ETA (acaso fuera desagradable a la clientela vasca).
En cuanto al libro (3), el de José Antonio Marina, como autor encargado por
la Sociedad Marianista (por cierto, una institución católica, lo que nos da pie de
paso para observar cómo ciertas órdenes religiosas católicas, sin perjuicio de los
enfrentamientos de la Conferencia Episcopal con el Gobierno socialista,
practican el posibilismo ofreciendo libros de texto para educar a la ciudadanía)
sólo diremos, en primer lugar, que se mantiene también en la «plataforma
estratosférica» (ni una palabra sobre la kale borroka o el terrorismo etarra, al
hablar de la violencia ciudadana) y, en segundo lugar, que ni siquiera se advierte
el menor esfuerzo para remontar la vulgar perspectiva psicologista de los
planteamientos y la papilla humanista que desde esa perspectiva puede destilar.
Este subjetivismo psicologista queda consciente o inconscientemente
simbolizado en los planos de las ciudades ideales (que figuran en la portada y
contraportada, y en las guardas del libro, y que suponemos inspiradas por el
Padre Guillermo José Chaminade), planos cuyas calles y plazas («Plaza de la
Conciencia Cívica», «Plaza de la Ciudadanía», «Avenida de la Reponsabilidad»,
«Calle de la Fidelidad») aparecen integradas en el interior de dos cráneos
siameses unidos frente a frente, con posibilidad de diálogo, por la «Calle del
Respeto».
537
queremos que «la casa común se realice». Pero un proyecto común (si
queremos) que apela a la contingencia de la reunión de todos los 6.500 millones
de quereres de proyectos, no es un proyecto, sino una mera fórmula retórica que
pretende marcar una tarea infinita a los aprendices de ciudadanos, a fin de
mantenerles en un clima de esperanza vacía, denominada mentirosamente
como proyecto.
Página 98: «El buen ciudadano tiene como regla de oro: actúa con los
demás como te gustaría que los demás hicieran contigo.» Pero esta regla, que
es puramente formal (es decir, que no atiende a la materia reglada), sólo
demuestra la condición áurea cuando se presupone ya dada una materia que
efectivamente permita la existencia de buenos ciudadanos, según la definición
de los mismos que, además, habrá que dar previamente. Supongamos que a un
individuo lo que le gusta de verdad (incluso como sentido de su vida) es que le
erijan una estatua de bronce en su pueblo. Su regla de oro, como buen
ciudadano, le llevará a conseguir erigir estatuas de bronce a todos los demás
individuos de su pueblo, a todos sus conciudadanos; y este proyecto generoso
daría sobradamente sentido a su vida, aunque su fracaso estuviera asegurado,
porque su tarea jamás se acabaría. Con esto queremos decir que la dificultad de
una regla de oro no está en su forma, sino en su materia; y precisamente esta
es la crítica (que el autor debiera haber tenido en cuenta) a todos los principios
formales clásicos que han sido propuestos como normas de la acción. Por
ejemplo, el principio de la sindéresis («lo bueno ha de ser hecho, lo malo ha de
ser evitado») o el imperativo categórico («obra de tal modo que la máxima de tu
conducta pueda convertirse en ley universal»). Porque la cuestión es determinar
qué es lo bueno y qué es lo malo, cual es la máxima de tu conducta que pueda
convertirse en ley universal. No hay duda que la máxima de la conducta de Hitler
con relación a la raza aria pretendió convertirse en ley universal para los que se
creían arios. No hay duda de que la norma de sindéresis de Stalin era más o
menos esta: es bueno todo lo que favorece a la Unión Soviética, y es malo todo
lo que la perjudica.
538
Se diría que los autores proceden con los ojos puestos en los que, a su
juicio, pueden considerarse como modelos actuales de ciudadanos y de
ciudadanía que emiten algún destello que tenga que ver con la realidad de una
ciudad auténtica, efectiva y en marcha, o, como dicen ellos, con la «aventura de
la ciudadanía» (dando por supuesto que la ciudad y la ciudadanía no es algo ya
conquistado y acabado, sino algo que está «en marcha», y además, que
constituye una aventura).
539
(I) El momento de regressus desde el campo polarizado del presente a una
plataforma que nos arriesgaríamos a calificar como filosófico académica.
540
Pero no se trata solo de la portada del libro. El capítulo primero, «la aventura
de la ciudadanía», comienza recordando el tropiezo de Tales de Mileto (entre los
miles de tropiezos que podrían haberse contado), «con el que comienza la
historia de la filosofía», que los autores enlazan con otro «tropiezo», enigma e
ignominia, la condena a muerte de Sócrates, un anciano que no había hecho
más que preguntar, porque nada sabía que pudiera enseñar. «Pero, eso sí, no
paraba de preguntar qué es un zapato, qué es la virtud y cosas así.» Y a
continuación ofrecen los autores esta asombrosa (a los ojos de un materialista)
afirmación: «Pues bien, es con este enigma con el comenzó para la Humanidad
la aventura de la ciudadanía» (pág. 14).
Es desde esta plataforma académica desde donde los autores del libro que
comentamos parecen dispuestos a mirar, en su momento, hacia abajo, hacia el
mapamundi del presente, una vez delineado el sistema puro de sus ideas sobre
la ciudadanía.
541
Queremos decir que los autores tratan a las ideas citadas, o a otras análogas
que no es posible considerar aquí, como formas sustantivas –«ciudad»,
«capitalismo», «comunismo»...– que van encadenándose unas a otras al margen
de la materiaconstituida por los fenómenos empíricos, económicos,
demográficos, políticos, a través de los cuales la realidad histórica se mueve.
En resolución, el origen de la ciudad tiene tanto que ver con el espacio vacío
del ágora como el origen de la blástula tiene que ver con la invaginación o vacío
que se forma a raíz de la presión de la mórula sobre las paredes de cigoto. ¿Y
qué tiene que ver la idea de democracia que estos profesores de filosofía
542
académica dibujan como sociedad de hombres todos iguales que habitan en el
espacio vacío? ¿Qué tiene que ver la llamada democracia ateniense con esa
idea de democracia? No es que fuese una democracia con el déficit de llegar a
tener un 60% de esclavos. ¿Es que un tal déficit no es suficiente para que
dejemos de hablar de democracia ateniense, del mismo modo que un «déficit»
de 10º en los 180º que miden los ángulos de un triángulo es suficiente para dejar
de llamarlo triángulo. En todo caso, la igualdad de los ciudadanos es una relación
abstracta, formal (simetría, transitividad, reflexividad), que poco tiene que ver con
la democracia política, y algo más con la procedimental.
Ahora bien: según estos profesores esta democracia del espacio vacío, que
en realidad tampoco era democracia, sino en un sentido puramente formal,
habría sido secuestrada por el capitalismo, y degeneró por culpa de él. Pero,
¿qué es el capitalismo? He aquí la respuesta rabiosamente formalista (idealista)
que los profesores dan a la pregunta sobre la esencia del capitalismo (pág. 114)
–y que no es otra sino la respuesta de Wallenstein, cuando decía, porque
tampoco se había enterado de lo que era el capitalismo: «cuanto más vueltas le
doy más absurdo me parece»–: «El capitalismo es un sistema en el que se
produce más para producir más. Se acumula capital para acumular más capital.»
Pero, ¿qué tiene que ver esta idea formal de recurrencia acumulativa con el
capitalismo? Más bien parece que tiene que ver con una lectura escolar,
puramente algebraica o formal, de las fórmulas que utilizó Marx en la sección
primera, capítulo I del libro II de El Capital (El proceso de circulación del capital),
(D → M) → (M → D).
Porque estas fórmulas son tan solo una «cifra» algebraica (alotética) de las
transformaciones o intercambios con volúmenes de dinero (acaso metálico) y
mercancías, y la esencia del capitalismo estriba en esos ciclos de producción e
intercambio de mercancías, mediante el dinero, incluida la fuerza de trabajo del
capital variable. De otro modo, el capitalismo, considerado como un proceso
material real –y no como un proceso representado en fórmulas en un papel–
consiste ante todo en producir mercancías determinadas e intercambiables, y si
es posible producir de nuevo otras mercancías susceptibles de ser vendidas, y
con el riesgo de no venderlas; lo que supone conflictos, agotamiento de materias
primas, competencia a muerte entre productores, superproducción de
mercancías, luchas entre los trabajadores y los capitalistas, de los trabajadores
entre sí y de los capitalistas entre sí. En suma, el capitalismo no es un sistema
destinado a producir por producir de nuevo, como superficialmente pueden llegar
a pensar los profesores; es un sistema destinado ante todo a producir y a
producir obras (ferrocarriles, autopistas, rascacielos) que jamás habrían podido
históricamente ser construidas por otro sistema. Y si la reproducción recurrente
capitalista funciona es porque el proceso material de los ciclos funciona también.
Y si el incremento del ciclo ampliado es tan notable, es porque con el sistema
capitalista las poblaciones humanas han progresado (no decimos si para bien o
543
para mal) y han aumentado en dos siglos desde mil millones hasta casi siete mil
millones de individuos. El capitalismo, si es un sistema absurdo, será en todo
caso tan absurdo como el «sistema» del crecimiento demográfico «en plaga» de
la humanidad o de otras especies. El capitalismo es un sistema de producción
mucho más serio de lo que creen los profesores, y aún mucho más profundo de
lo que pensó el propio Marx, a pesar de que él ya lo analizó como una «fase
progresiva» del desarrollo humano.
544
gestionada por la dictadura imperialista de las grandes corporaciones
económicas.
En realidad, y entre otras cosas, diríamos que los autores presuponen una
confusión total del hombre y el ciudadano, porque parece que suponen un
proceso de transformación idéntica del hombre en ciudadano. Y decimos
545
transformación idéntica porque los autores no parecen haber advertido la
contradicción entre los hombres y los ciudadanos, es decir, la dialéctica entre las
realidades representadas por estos dos términos. O dicho en el terreno
gramatical. No se han dado cuenta de que la copulativa «y» utilizada por la
Asamblea Francesa en su Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano no expresaba en realidad un nexo conjuntivo, sino un nexo
disyuntivo:
Nos encontramos, sin duda alguna, ante una metafísica del ciudadano, una
metafísica vinculada al formalismo sustancialista de las ideas presentadas las
unas como generación de las otras, una metafísica que, como toda metafísica
(al menos así lo decía Augusto Comte) no es otra cosa sino una teología cuyas
prosopopeyas mitológicas son presentadas bajo la forma de ideas abstractas.
En este caso parece evidente que la metafísica de la ciudadanía que ofrecen en
su libro los tres profesores es un trasunto de la teología de la ciudadanía que
San Agustín ofreció en su Ciudad de Dios, porque sólo desde la teología
agustiniana cabe decir que los hombres somos ciudadanos porque «antes de
pertenecer a una cultura, a una nación...», es decir, antes de entrar en la historia
material real, somos ciudadanos de la ciudad de Dios, que ya funcionaba en la
era prehistórica de los Ángeles, en la que también estaban presentes los
hombres que Dios había ya conformado en su ciencia de visión, es decir, en la
eternidad (la metafísica de la ciudadanía de estos tres profesores es una
reexposición abstracta e inconsciente del libro XI de La Ciudad de Dios).
546
Humanidad celebraba la victoria definitiva de Zeus –la consolidación de un reino
de la ciudadanía– Cronos iniciaba su más potente y despiadado contraataque»
(pág. 113).
547
Conónimos
Gustavo Bueno
Se exponen en este rasguño los fundamentos del concepto de «palabras conónimas» que, sin
definir, fue utilizado por el autor en su libro El mito de la felicidad
«Así, en el conjunto [a1, a2, a3… an] formado por los homónimos,
sinónimos y conónimos (entre ellos los antónimos, los términos que
significan infelicidad, o dolor) del lenguaje A, el análisis buscará, ante
todo, las diferencias irreductibles que puedan ser encontradas.» (pág. 74)
548
«voces significativas» de gran importancia, utilizadas sin definir en el lenguaje
común (periodístico, por ejemplo), tales como «reduccionismo», «autocatálisis»,
«molar» (en su acepción filosófica), aunque a veces figuran voces confundidas,
como ocurre con «agible», que aparece confundida con «factible», prueba
inequívoca de que el redactor no poseía este concepto de tan larga tradición.
Tampoco el concepto que llamamos «conónimo» aparece en el diccionario a
través de alguna otra voz significativa: lo que falta, por tanto, no es la palabra
sino el concepto.
Dejamos fuera del campo de los conónimos al campo de los que hemos
denominado yuxtanónimos, entendiendo por tales a los «conjuntos empíricos»
de palabras asociadas por algunas relaciones, de cualquier tipo que sean –sean
relaciones fundadas en la suposición material de las palabras (como las
relaciones entre palabras rimadas: 'estrella'-'bella', 'cortejo'-'reflejo'; o entre
palabras trisílabas: 'almirez'-'reposo') sean relaciones fundadas en la suposición
formal ('felicidad'-'eudemonía', 'laetitia'-'Glücklichkeit')–, que vamos obteniendo
del cotejo de los diccionarios interlingua. Conjuntos de yuxtanónimos son, por
ejemplo, las palabras relacionadas por semas en juego de dominó; o las que
integran un soneto. Pero un conjunto yuxtanónimo no debe confundirse con una
constelación semántica, cuyos términos se supone que están dados ya en
relación a través de su significado; un conjunto de yuxtanónimos es por tanto un
conjunto «bruto» o empírico, resultante de la asociación de términos según
cualquier criterio de relación. El concepto de conjunto yuxtanónimo es
obviamente un concepto crítico, que ofrece modelos de conjuntos de palabras
que, presentándose como resultado de una selección según algún criterio
coherente, se resuelve en realidad en el resultado de la aplicación de un
agregado de criterios heterogéneos. Desde este punto de vista el concepto de
yuxtanónimos sería asimilable, por su función crítica, al concepto tradicional de
palabras equívocas (que es también un concepto crítico), que advierte de la
existencia de ciertas palabras a las que no corresponde un concepto, puesto que
ellas significan conceptos distintos y aún incompatibles o disparatados. Los
yuxtanónimos se comportarían, respecto de las constelaciones semánticas,
como los conceptos equívocos respecto de los unívocos o análogos.
549
inocua. Por el contrario, tal introducción podría alterar el sistema preexistente,
sobre todo si este implicase algún criterio sistemático (si, por ejemplo, fuese una
constelación semántica establecida por criterios claros, es decir, si no fuese él
mismo un simple conjunto de yuxtanónimos).
550
dejando de aplicarse a las cosas para ser aplicados a nombres, voces o
vocablos. De este asunto hablaremos más adelante.
Los lingüistas proceden casi siempre como si pisasen un terreno propio, libre
de cualquier tipo de prejuicio (ya fuera lógico, ya fuera, sobre todo, filosófico).
Sin embargo, lo cierto es que, de hecho, suelen estar ejercitando una ontología
implícita, más o menos confusa, que perturba su trabajo mucho más que si
reconocieran o lograran establecer cuáles son sus coordenadas efectivas.
551
no actúan siempre como miembros de una institución gremial definida, sino a
veces desde su condición de lógicos, de gramáticos o de traductores.
552
Las categorías son los géneros supremos; los predicamentos son la
colección de todos aquellos géneros, especies, diferencias, &c., que se colocan
en un predicamento, formando un árbol lógico, como el llamado «árbol de
Porfirio».
553
también de la introducción y notas al tomo I de los Tratados de Lógica
(Organon)de Aristóteles.
«Se llaman homónimas las cosas cuyo nombre es lo único que tienen en
común»
̀Ομώνυμα λέγεται ών όνομα μόνον κοινόν…
y lo mismo con los sinónimos («Se llaman sinónimas las cosas…») y con
los parónimos («Se llaman parónimas todas las cosas que reciben su
554
denominación a partir de algo, con una diferencia en la inflexión, v.g.: el
gramático a partir de la gramática, y el valiente a partir de la valentía»).
Pero hay más: Aristóteles distingue las cosas relacionadas por el nombre y
el logos a través del cual estas cosas aparecen designadas. Este logos es
el concepto de las mismas, y por tanto su definición (porque la definición
representa al concepto, que no es ni verdadero ni falso). Pero Candel
traduce logos por «enunciado» (aún reconociendo que logos puede traducirse
por «definición», por «enunciado» y por «razonamiento» –Candel reproduce
aquí, no sabemos si advirtiéndolo o no, la serie escolástica: concepto, juicio y
raciocinio–): «Pero preferimos la traducción, más neutra, de enunciado, que
tiene la 'ventaja' de poseer la misma ambigüedad que el correspondiente término
griego.» ¿Dónde está la ambigüedad del término «enunciado» para quien, desde
un punto de vista lógico, distingue la lógica de enunciados de la lógica de clases?
555
cosa por él aludida. Aristóteles, en conclusión, al definir los parónimos, está
refiriéndose a cosas que, a través de su conceptualización (expresada en la
denominación semántica) tienen ante sí «alguna conexión ontológica» (que es
precisamente aquello que requerirá clasificar a los parónimos como una
subclase de conónimos, según veremos).
556
coordenadas del análisis lingüístico semántico de los clasemas de la lengua
griega, ni tampoco la metodología del diálogo socrático puede comprenderse
desde la metodología skinneriana de las «máquinas de enseñar». Otra cosa es
que el lingüista pueda y deba aplicar sus conceptos al análisis de los textos
aristotélicos o platónicos, o que la tecnología skinneriana de la enseñanza pueda
aplicarse a la interpretación de los diálogos socráticos. Pero en ningún caso para
«señalar errores», en el sentido de los que han sido aludidos.
Otra cosa distinta a señalar supuestos errores de Aristóteles es, por tanto,
debatir sobre el alcance que puede tener la perspectiva de Aristóteles al enfocar
las relaciones entre cosas (sustancias o entidades) a través de nombres. Si los
nombres se consideran como enteramente extraños a las cosas, parece evidente
que no cabe hablar de un enfoque lingüístico-inmanente del libro de
las Categorías; pero otra cosa será si los nombres a través de los cuales se
establecen las relaciones de homonimia, sinonimia o paranomasia no son
extrínsecos a la cosa, sino que son nombres asumidos según suposición formal,
y, por tanto, según el concepto de las cosas significadas, sustancias o
entidades). Por ello no cabe considerar sino como una ligereza la sustitución
de zôion, animal,por 'vivo', como si fuera lo mismo la relación del hombre real y
el hombre pintado (en hombre) y de hombre y buey (en los sinónimos), como
vivo o como animal. Entre otras cosas porque 'vivo' incluye a las plantas, y
'animal' mantiene delimitado el campo genérico en el cual se relacionan 'hombre'
y 'retrato' en los hombres, y hombres y bueyes.
557
explicaciones, homónimospor equívocos, sinónimos por unívocos y parónimos
por denominativos:
558
6
559
delimitados y «controlados» técnicamente) y consisten en cierto modo en
relaciones entre símbolos (σi, σj), sin que por ello (como pretenden las
concepciones nominalistas de la ciencia: «una ciencia no es otra cosa sino un
lenguaje bien hecho») los términos de las ciencias se reduzcan a nombres,
precisamente porque estos nombres no se relacionan entre sí según su
suposición material, sino a través de los objetos (Ok) a los que ellos están
vinculados como tales símbolos, es decir, según su suposición formal.
Los referenciales de las ciencias son, ante todo, objetos (Oi, Oj), pero en
tanto están «delimitados conceptualmente» mediante símbolos (σ k).
Los dialogismos son relaciones entre sujetos (Si, Sj) pero establecidas, no
mentalmente (o «por telepatía») sino a través de objetos (Ok), entre los cuales
hay que contar a los cuerpos de los propios sujetos operatorios que dialogan.
560
La ambigüedad estará en la nebulosa «pregnante» de quien no dispone de
criterios para delimitar ese triple componente, por ejemplo, en quien no advierte
la posibilidad de interpretar el texto aristotélico de las Categorías desde una
perspectiva gnoseológica.
Parece innegable que el légesthai aristotélico –«de las cosas que se dicen»;
«digo que está con»– está involucrado con el eje pragmático, y más aún, con los
dialogismos y con los autologismos (que pueden ser no verbales).
561
de una lengua dada. Leemos en el Diccionario de términos filológicos de
Fernando Lázaro (Gredos, Madrid 1953, 3ª edición 1968, por la que citamos):
562
Por supuesto, no tenemos por qué entrar aquí en esta cuestión. Para
nuestro propósito es suficiente aludir a la reinterpretación materialista del texto
aristotélico: «las cosas» de las que habla Aristóteles no tendrán por qué
interpretarse como sustancias, en el sentido metafísico, pero sí podrán
interpretarse como sustancias en el sentido actualista, es decir, como sustancias
o invariantes sustanciales (no esenciales) referidas a las cosas «del mundo de
los fenómenos», ya conceptualizados (delimitados, ocupando un lugar en el
sistema de las cosas) por un sujeto operatorio que identifica y fija ese concepto
intersubjetivamente mediante un símbolo o nombre (σ). No es necesario ni
pertinente, por tanto, plantear aquí las cuestiones suscitadas por
el Cratilo platónico sobre la relación originaria del nombre y la cosa, porque
estamos ante la cuestión de la relación entre una cosa ya conceptualizada y su
concepto asociado al nombre, y, por tanto, a su puesto en el sistema de los
nombres, de los conceptos y de las cosas (todo lo cual implica el ejercicio de
autologismos y de normas). Por ello, la importancia o alcance que una
«clasificación de cosas» pueda tener en la interpretación del texto de Aristóteles,
deriva, no de las conexiones originarias, naturales o arbitrarias planteadas en
el Cratilo, entre palabras y cosas en general, sino de la conexión entre esta
cosa y esta palabra a través de la cual se conceptualiza. No se están clasificando
cosas absolutas a través de nombres extrínsecos y arbitrarios, sino«cosas
conceptualizadas» (mediante definiciones, implícitas o explícitas, por ejemplo,
las que figuran en el atlas lingüístico de una región geográfica dada) a través de
los nombres correspondientes a tales conceptualizaciones.
563
tienen en común son ciertos conceptos diferentes, que aparecen yuxtapuestos,
y no unidos por algún concepto, sino desvinculados hasta el punto de que su
yuxtaposición pudiera ser disparatada. Por ello el concepto de homonímia en
Aristóteles podría interpretarse como connotando un componente esencialmente
crítico.
Es decir, las cosas sinónimas no son meramente las que tienen por azar o
arbitrariamente un nombre común, sino las que tienen un concepto común
(animal) vinculado al nombre. Lo que quiere decir, que lo que Aristóteles llama
«cosas sinónimas» (hombre y buey: ningún lingüista las vería como sinónimas)
no están siendo unificadas sólo por el nombre, entendido como significante
extrínseco, sino por un nombre que expresa el concepto «antrópico» desde el
cual estas cosas se delimitan como sinónimos.
Otro tanto habrá que decir de las cosas parónimas: ahora las cosas están
vinculadas por conceptos (por conceptos vinculados entre sí), no desvinculados
como las homónimas, pero tampoco vinculados por algún concepto isológico,
como pueda serlo el género (en sentido distributivo). Están vinculadas por otro
tipo de conexión (que, sin duda, tiene que ver con la conexión que llamamos
sinalógica, y que implica totalidades atributivas), sin que sea, por tanto,
pertinente entrar en la cuestión de si esa conexión sinalógica entre las cosas
parónimas es diamérica (como lo sería si se derivasen las unas de las otras) o
si es metamérica (si se derivasen ambas de una tercera, como pudiera serlo el
lexema o cualquier otra entidad).
564
precisamente por conceptos desvinculados desde la perspectiva del campo que
estos conceptos delimitan; situación que tiene un alcance gnoseológico crítico
indudable, porque muestra como varias cosas (hombre vivo, hombre pintado),
lejos de estar relacionadas por un concepto común (animal) –no por cualquier
concepto– no lo están porque su nombre común encubre en rigor dos conceptos,
que entre sí pueden mantener nada menos la distancia que hay entre lo vivo y lo
pintado.
Homónimos Equívocos
565
recíprocas. En el supuesto de interpretar σk no ya como un nombre patrón, sino
como conjunto de menciones de ese nombre (σ'k , σ''k, …) podríamos reproducir
de este modo la reciprocidad:
Homónimos Equívocos
Sinónimos
(Aristóteles)
Unívocos
Sinónimos
(lingüísticos)
566
diferencia de perspectiva, dado que en ambos figuran varios símbolos (σ 1, σ2,
…) y varios objetos (O1, O2, …) admiten una transposición más fácil:
Parónimos Denominativos
10
568
que no sea preciso analizar las correspondencias e involucraciones de cada eje
con los demás (por ejemplo, la involucración de los términos del eje sintáctico
con los referenciales del eje semántico).
569
es distributiva, y procediendo como si la «inclusión material» (que es una
inserción atributiva) no fuese «conceptual».
11
A. Isónimos
1. Isónimos unitarios
Los isónimos unitarios son aquellos que constan de una sola voz (σ k). Los
isónimos unitarios constan por tanto de una sola voz significativa que designa
objetos diversos (O1, O2, O3) entre los cuales medie una relación isológica
expresada por el concepto o definición asociado a σk.
Los isónimos se clasifican en dos grupos según que las relaciones entre los
objetos sean simples o compuestas.
570
podría interpretarse en forma de relación reflexiva por Ok/Ok). Pero también se
corresponden con los llamados holónimos distributivos, equivalentes a veces
con los hiperónimos (cohipónimos son los hipónimos de un hiperónimo, como
'perro', 'gato', 'chacal'... son cohipónimos del hiperónimo 'animal').
Como caso especial de términos unívocos (1.1) que a la vez son análogos
(1.2) podemos citar los llamados, en una importante corriente escolástica,
análogos de desigualdad que (definidos semánticamente) son las cosas que
tienen un nombre común pero cuyo concepto, de acuerdo con el significado de
este nombre, es exactamente idéntico aunque desigualmente participado, como
ocurre con cuerpo predicado del Sol y de una roca, o de animal predicado de
hombre y de buey: para el lógico estos predicados son unívocos; para el filósofo
natural, que investiga las naturalezas, son análogos de desigualdad (véase la
exposición de Cayetano, en su Tratado de la analogía de los nombres, edición
citada, capítulo I, 5, página 47: «A estos análogos el lógico los llama 'unívocos'
y el filósofo 'equívocos', pues mientras aquél considera las intenciones de los
nombres, éste investiga las naturalezas»).
571
la transubstanciación, según la cual el Corpus Christi eucarístico divino es una
sustancia material, remota quantitate, incorruptible. Por otra parte, Ramírez,
coincidiendo con Suárez, aunque por motivos distintos, daba primacía a la
analogía de atribución, respecto de la analogía de proporcionalidad, pero
mientras Suárez tendía a aproximar esta analogía a la metafórica, Ramírez
acepta también la posibilidad de la analogía de proporcionalidad propia, aún
admitiendo también la posibilidad de la analogía de atribución interna (que a su
vez tendría dos modos: la «analogía según la intención y no según el ser» y la
«analogía según la intención y según el ser»). En la introducción al Tratado de
la analogía de los nombres de Cayetano, Hevia Echevarría ofrece una
exposición sinóptica muy clara de las posiciones de Cayetano, que defendió,
como también Lerma, la primacía de la analogía de proporcionalidad sobre la
analogía de atribución.
2. Isónimos plurales
Los isónimos plurales implican varias voces (σ1, σ2, σ3) cada una de las
cuales designa objetos con relaciones de igualdad, equivalencia, semejanza y
en el límite identidad. Este concepto de isónimo plural corresponde a los
sinónimos de los lingüistas (se discute, por los lingüistas y por los lógicos que
tratan de los llamados juicios analíticos, si existen realmente sinónimos en un
572
lenguaje dado, y si las palabras llamadas sinónimas no tienen siempre alguna
diferencia de matiz). En cualquier caso, habrá que distinguir entre los sinónimos
simple (diferentes nombres designando «teóricamente» a un mismo objeto:
'docena de docenas'-'gruesa') y los sinónimos compuestos ('telescopio'-
'catalejo', que designan objetos distintos pero tales que entre ellos media una
proporcionalidad estructural).
Sinónimos simples
Sinónimos estructurales
(y análogos de proporcionalidad metafórica)
B. Conónimos
573
«Denominativo» era en efecto el nombre que recibían los análogos de
atribución (σ) que se predicaban propiamente de un primer analogado (O1) y «por
denominación» de los analogados segundos (O1, O2, O3, …On) cuando éstos
mantenían entre sí relaciones de causa, efecto, signo, &c. Los análogos de
atribución no solían considerarse como conceptos simples sino como
«ensamblaje de conceptos», y de ahí que se les considerase a veces como
equívocos simpliciter. En realidad los denominativos son claramente un tipo de
conónimos: son conónimas las modulaciones del análogo de atribución (SkO1,
SkO2, SkO2…) –en el ejemplo habitual escolástico: sano dicho del animal es
conónimo de sanodicho de la orina o de sano dicho del alimento). Ahora bien,
los análogos de atribución eran considerados por algunos escolásticos
como denominaciones extrínsecas (así Cayetano) mientras que otros
comentaristas admitían la posibilidad de que los denominativos
fueran intrínsecos. Los que venimos llamando géneros
plotinianos (imprescindibles en el análisis de la lógica no porfiriana del
darwinismo) pueden asimilarse por este cauce a los análogos de atribución
intrínseca: 'reptiles' y 'aves', que en la lógica de Porfirio-Linneo eran especies del
género (lógico) unívoco 'vertebrado', podrán ser interpretados ahora como
conónimos por atribución interna sucesiva de vertebrado, como primer
analogado (amphioxus, peces, anfibios, reptiles, aves, mamíferos).
574
4.4. Relaciones de contigüidad ('adosado'-'conectado', 'enchufado'-'acoplado').
3. Conónimos unitarios
4. Conónimos plurales
Denominativos (análogos de
Heterónimos (parónimos de
atribución y géneros plotinianos-
Aristóteles, antónimos, &c.)
darwinianos)
575
«empírico» o «fenoménico», por tanto confuso (es decir, con criterios diversos
no bien distinguidos). Cuando una lista de conónimos sea reinterpretada como
una clasificación descendente, ese conjunto se transformará en una clasificación
sistemática, y por ello las clasificaciones ascendentes se muestran más próximas
a los conónimos que a las clasificaciones sistemáticas.
C. Homónimos
576
Los homónimos unitarios se corresponden puntualmente con los equívocos.
6. Homónimos plurales
577
12
2. Plurales • Sinónimos
5. Unitarios • Equívocos
578
Sobre las élites de periodistas
en la democracia coronada
Gustavo Bueno
579
esta su condición, a la que atribuyen un alcance deontológico y ético), y no sin
motivos.
Hay que tener en cuenta que la materia sobre la que trabajan estas élites es
universal, aunque circunscrita, generalmente, a la actualidad presente
constituida por «las noticias»: por ello la materia política (nacional o
internacional), pero también la económica, los sucesos sociales o militares, la
«cultura», la ciencia o la historia, forman parte de esta materia, pero siempre que
aparezcan con un determinado «coeficiente de novedad» o de noticia. Por
ejemplo, si se habla de Tutankamón no será tanto a título de episodio de la
historia sistemática del Egipto faraónico, sino porque una exposición en un
museo de Madrid o de Londres ha traído la novedad de la presencia de su
momia; si se habla en los medios del teorema de Fermat, no será desde la
perspectiva de la teoría de los números, sino porque Andrew Wiles recibió el
Wolfskehl Prize el 27 de junio de 1997.
580
La formación de estas élites no habría consistido, por tanto, únicamente en
un proceso gremial, en el cual un grupo de profesionales hubiera buscado cerrar
filas, bloqueándose endogámicamente, para defender su columna, su tribuna, o
su lugar en la tertulia, frente a los intrusos sin título, por eminentes que éstos
sean. Se trataría más bien de un proceso, sin duda gremial, pero que ha
desarrollado en el mismo curso de su gremialización unas metodologías
objetivas características, que excluyen de la élite a quien no las posea, y no tanto
por carecer de un título, sino precisamente por el hecho de no poseerlas y, por
tanto, de resultar incapaz de «engranar» con la escala de asuntos que
constituyen la materia sobre la que trabajan las nuevas élites.
581
neutral, libre de valoración (en el sentido de Max Weber), o incluso libre de
ideología.
No vamos a suscitar aquí la cuestión de las causas o razones por las cuales
se ha ido tejiendo esta nebulosa ideológica (con los contenidos que intentaremos
señalar, y no con otros), común a las élites periodísticas de las que hablamos.
Probablemente ello tiene que ver con motivos funcionales, relacionados no sólo
con lo que algunos denominan lo «políticamente correcto» (porque en rigor
habría que llamarlo «filosóficamente correcto»), sino sobre todo con el mismo
funcionamiento de las élites enfrentadas ideológicamente en primer grado, en
tanto que esta nebulosa constituye una «plataforma nematológica» común, en la
que se asentarían los miembros de estas élites para poder seguir manteniéndose
582
como tales en sus debates con las otras élites (diferenciadas de ellas en el primer
grado), dentro de un orden y subsistiendo como tales élites.
Tema 1. Humanismo
583
opiniones procedentes de investigadores científicos, incluso si son premios
Nóbel, de signo racista, como recientemente lo advertimos en la reacción contra
las opiniones de James Watson, sobre la supuesta inferioridad intelectual de los
negros respecto de los blancos. La élite no entrará en absoluto en el debate
científico que pueda existir en torno a esta cuestión; sencillamente considerará
estos debates como indecentes e incompatibles con el humanismo democrático
(a la manera como, en otros tiempos, se consideraba indecente cualquier
discusión sobre la divinidad de Cristo).
Tema 2. Pacifismo
584
Tema 3. Constitucionalismo democrático y Estado de Derecho
El adjetivo «democrático» será utilizado por las élites como prueba para
legitimar o justificar cualquier institución, decisión o acontecimiento histórico. Los
acuerdos de la ONU respecto del envío de tropas al Irak, o cualquier otra
decisión, se acatarán por ser democráticos (aunque la democracia de la
Asamblea General sea meramente procedimental); la Revolución de Octubre de
1934 se justificará hoy por «la izquierda» porque sus dirigentes (algunos
supervivientes, como Santiago Carrillo), aunque en su tiempo intentaron
instaurar, mediante un «golpe» contra el Gobierno de la II República burguesa,
una República bajo la dictadura (poco democrática, por tanto) del proletariado,
en los tiempos de la transición hacia la Constitución de 1978 apoyaron a la nueva
democracia y lavaron su pasado golpista, hasta tal punto que la memoria
histórica del presente habrá podido ya olvidar la naturaleza golpista de su
fracasada revolución (por supuesto, los nombres de los golpistas del 34, que
figuran como rótulos de calles, plazas o parques en nuestros días, no figuran en
las listas en las que figuran los nombres de los «golpistas del 36», sometidos,
por la Ley de Memoria Histórica, a la damnatio memoriae).
585
La distinción entre la derecha y la izquierda –distinción que cada vez más,
acaso por inercia negligente, se pone en correspondencia con la distinción entre
conservadores y progresistas– se considerará como un principio estructural casi
axiomático de nuestra sociedad, como consecuencia del apresamiento de la
nebulosa ideológica por el que hemos llamado El mito de la Izquierda.
Entre los valores que más brillo alcanzan en la nebulosa ideológica figuran
los valores éticos, sin necesidad de entrar, en ningún momento, en el análisis de
su naturaleza, de su diferencia y conflicto con los valores morales, políticos o
estéticos. Se darán por intangibles los valores de la solidaridad (también sin
definir), los valores de la tolerancia o los valores de la educación (también sin
diferenciar si se trata de una educación en ikastolas, en madrasas, o en centros
privados o públicos).
Tema 6. La Cultura
586
En la nebulosa ideológica que analizamos figura «la Cultura» como norma,
justificación y finalidad última de la sociedad humana. La nebulosa ideológica
acepta como justificación definitiva de cualquier empresa, contenido o realidad
todo aquella que tenga que ver con la Cultura, tomada en un sentido axiológico
totalmente confuso y circunscrito de hecho a ciertos valores convenidos (por los
Ministerios de Cultura, las Consejerías o las Concejalías de Cultura). La
nebulosa ideológica dispensará un trato de favor a todo aquello que tenga que
ver con la cultura, nacional o internacional, autonómica o regional. Los «valores
culturales» son de hecho los valores supremos, junto con los valores éticos. La
nebulosa ideológica se muestra también aquí prisionera de El mito de la Cultura.
Tema 7. La Felicidad
Tema 8. Cosmopolitismo
587
Central de Publicaciones del Gobierno Vasco, 2003, totalmente agotado pero
disponible en internet). Incluso miembros de la élite afines al PP considerarán
desde luego las recientes declaraciones de Mariano Rajoy que ponían en duda
la visión apocalíptica del cambio climático, como un «patinazo», dando por
supuesto que lo era, en lugar de tratar de justificar las razones objetivas que
podrían apoyar esta opinión. Las élites mediáticas se adhieren también
incondicionalmente a la cruzada antitabaco, a la cruzada antinuclear o a la
cruzada anti CO2.
Las élites de las que hablamos se mantienen en posición más bien agnóstica
ante las religiones positivas, y en modo alguno, en nombre de la tolerancia,
participan de campañas anticlericales o antirreligiosas.
Tienden por lo tanto a considerar las religiones como asunto privado, que
hay que respetar, al modo como se respetan las preferencias personales por la
cerveza o por el vino, dejando de lado la condición pública exigida por la
dogmática de toda religión proselitista que obliga a los creyentes (cristianos o
musulmanes) a dar testimonio público de su fe ante los demás.
588
El diálogo y el debate es percibido por la élite como la única forma
«civilizada» de plantear y resolver cualquier tipo de conflicto.
589
¿Por qué no te callas?
Gustavo Bueno
Se ensaya una interpretación no formalista del impromptu del rey Don Juan Carlos al
presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en la sesión previa a la de clausura de la XVII
Cumbre Iberoamericana celebrada en Santiago de Chile el 10 de noviembre de 2007
590
2
591
Ni la Constitución española de 1978 sabe nada de las Cumbres
iberoamericanas. Podría decirse, por tanto, que esta Constitución carece de
capacidad para «explicar» tanto las Cumbres iberoamericanas, como la
presencia en ellas de diversos mandatarios españoles. En consecuencia, quien
cree estar enjuiciando de la manera más neutra y objetiva, «libre de valoración»,
científica y rigurosamente jurídica, de acuerdo por tanto con el Derecho
internacional, el incidente que nos ocupa, está en realidad utilizando un
componente formal (con fundamento in re, desde luego), pero abultándolo y
desplazando su significado al servicio de un previo «juicio de valor» sobre la
conducta del Rey; un juicio de valor, por lo demás, vinculado probablemente al
republicanismo in pectore del opinante. Decimos in pectore porque la mayoría
de estos republicanos aceptan sin embargo la Constitución, y por tanto su título
segundo.
592
terciopelo), el diálogo tranquilo y sereno, aunque sea sofístico y traicionero. Pero
de hecho el propio Zapatero, viendo que las exageraciones formalistas de su
ministro Moratinos producían indignación en una gran mayoría de españoles, y
sobre todo de bolivarianos, a quienes su ministro quitaba importancia sin darse
cuenta, tuvo que humillarlo sometiéndole a la supervisión de la vicepresidenta
del Gobierno; un gesto puramente simbólico por otro lado, porque la
vicepresidenta no podía hacer otra cosa sino tratar de «pasar página», en
nombre del Estado de Derecho, sin que esta decisión aplacase a los
bolivarianos, que precisamente lo que no quieren es pasar la página.
593
como regla principal, el respeto a los turnos de intervención, el no interrumpir al
interlocutor que está en el uso de la palabra y la evitación de mímica agresiva, o
de palabras insultantes. Estas son las normas que fueron desbordadas en la
famosa sesión, ante todo por parte del bolivariano Chávez, y no las normas de
un protocolo inexistente.
Pero, ¿por qué no le dijo esto mismo en la sesión? Me parece evidente que
Hugo Chávez, al ver al día siguiente la reacción de sus gentes, quiso tapar lo
que su gesto tenía de gesto de sumisión. Una sumisión, su silencio, que
manifestaba que, cara a cara, frente al rey de España, él no mantenía de hecho
594
la relación ordinaria de un Jefe de Estado con otro Jefe de Estado, sino que más
bien resultaba ser víctima del «complejo» de quien sigue «sintiéndose un indio»
ante el rey de España, antes que un Jefe de Estado ante otro Jefe de Estado. Es
decir, Chávez demostró que, en la Cumbre, veía a don Juan Carlos no como a
un Jefe de Estado, homólogo a su propia condición, sino a la explosión de un
Rey de España ante las reivindicaciones de un indio idéntico a los de hace
quinientos años.
Y con todo esto Hugo Chávez lo que estaba demostrando es que funciona
con un mapa mundi anacrónico y deteriorado, al que llama bolivarismo,
confundiendo siglos y lugares; un mapa mundi en el cual él se atribuye el papel
del indio que mantiene el espíritu de rebeldía ante los depredadores españoles
representados por empresas tales como Repsol, Endesa, Telefónica, &c.,
comandadas, según él, por el Rey y por Aznar. Pero ocurre que ni Hugo Chávez
es indio (más bien tendría algo de zambo) ni menos aún lo era Simón Bolívar,
que era criollo, es decir, español; ni las empresas españolas son depredadoras
(o más depredadoras que las venezolanas), ni los quinientos años pueden
invocarse en nombre de Simón Bolívar, olvidando que hace ya casi doscientos
años Bolivia o Venezuela son Estados independientes, y que los lazos que tienen
con España son mucho más reales en el presente (comenzando por el idioma y
el mestizaje) que lo que sugieren las supuestas relaciones pretéritas de
depredación.
595
realidades de las que forma parte y que tienen un carácter supraindividual (la
política, la economía, la diplomacia, el protocolo).
596
materiales que lo constituyen, y que envuelven a todas las capas formalizadas
que, sin duda, también están involucradas en él.
Pero este regressus, para llevarse a cabo con cierta seguridad, necesita
despejar muchas cuestiones de hecho que suelen pasarse por alto, o que son
consideradas como poco relevantes y que, en realidad, no están hoy por hoy
totalmente despejadas, y no sólo por mero descuido, sino por motivos
interesados.
597
callado cuando Ortega interviene, Zapatero salvaba su condición de
republicano in pectore y podía seguir nadando y a la vez guardando una ropa
compartida con Chávez y la cofradía bolivariana.
598
El Rey está viendo, como todos lo vimos, que las palabras de Zapatero no
servían para cortar el discurso agresivo de Chávez, que reiteraba sus insultos,
interrumpiendo a Zapatero. Y es entonces cuando el Rey, al constatar que las
palabras de Zapatero carecen de hecho del vigor y autoridad suficiente para
acallar a Chávez, en lugar de hacer responsable a Zapatero de su debilidad,
hace responsable a Chávez de estar rompiendo las reglas del juego, y la
complicidad que él sabe mantiene con Zapatero, y por ello le dice: ¿por qué no
te callas? Es decir, ¿por qué no aceptas las razones de Zapatero para dejar de
insultar a Aznar? Es decir, ¿por que no adviertes que si sigues interrumpiendo,
si no aceptas las palabras de Zapatero, estás rompiendo las mismas relaciones
con el presidente del Gobierno español y estás abriendo una grieta de
consecuencias imprevisibles en el precario orden vigente en España entre la
Corona y su aliado Zapatero, y por tanto entre España y Venezuela? Y, en efecto,
el Rey pudo comprobar que Chávez se calló.
El futuro de las Cumbres sólo puede ser mirado desde la Cumbre recién
clausurada; de un presente del que forman parte las reacciones que las palabras
del Rey están suscitando entre los Gobiernos bolivarianos (a los que se agrega,
cada vez más intensamente, el Gobierno cubano). Es decir, de las reacciones
de gran parte de los electorados de las Repúblicas bolivarianas (Venezuela,
Bolivia, Ecuador, Nicaragua y el Gobierno cubano). Y si algo nos revelan estas
reacciones es el profundo resentimiento que guardan los bolivarianos
indigenistas contra España, y la ideología negra (de leyenda negra) que resurge
con todo el vigor en el momento de resucitar una memoria histórica. En realidad,
un mito que está por cierto reavivado en los años del Gobierno socialista español
(«antiimperialista», «pacifista», «internacionalista», «alianzocivilizacionista»), un
599
Gobierno aliado con las naciones gallegas, catalanas o vascas, entre otras, que
piden por lo menos el reconocimiento de la «deuda histórica» que con sus
«nacionalidades» tiene al parecer el Estado español. Y no solo desde la época
de Franco, sino desde la época de los Reyes Católicos (la misma deuda de hace
quinientos años de la que habla Chávez).
La idea de la España que desde hace quinientos años hace callar a los
indios, «cortándoles la garganta», enarbolada después de la XVII Cumbre
Iberoamericana por Chávez, por Fidel Castro o por Evo Morales (los principales
aliados iberoamericanos de la Alianza de las Civilizaciones de Zapatero) es la
misma idea que defendió un Premio Nacional de Literatura, Sánchez Ferlosio,
en La destrucción de las Indias, un premio concedido por un tribunal constituido
al amparo de un Ministerio también progresista, es decir, socialdemócrata. Evo,
Hugo y Fidel (el «macaquito», el «macaco» y el «macacón», en palabras del
propio Chávez) no tenían que inventarse esta «memoria histórica»: la podían
encontrar y apoyar en la obra premiada por un Ministerio socialista español, pero
también en la abundante doctrina de los republicanos de ERC, del PNV o del
Bloque gallego.
600
que rodea a la Corona» (tras el 28F, tras Ceuta y Melilla) está desvaneciéndose,
«porque ya ha dado todo lo que podía dar» (para decirlo con frases de Santos
Juliá que El País del pasado 17 de noviembre anunciaba en su primera página).
De hecho, si el Gobierno quiere pasar página es, ante todo, para no verse
obligado a forzar a Su Majestad a que rectifique de algún modo antes de marzo
de 2008.
601
Sobreactuación
Gustavo Bueno
602
palabras que no utilizarlas como armas arrojadizas»), pero la firmó
«sobreactuando» con su sonrisa optimista.
«Ignacio, como tiene los dientes blancos, ríe a todas horas. Si está junto
al banquillo de los acusados mientras el abogado excita el llanto, él ríe. Si
la gente gime junto a la pira fúnebre de un buen hijo, mientras la madre
desamparada llora a su hijo único, él ríe. Pase lo que pase, donde quiera
que esté, cualquier cosa que haga, ríe... No quisiera que estuvieras
riéndote continuamente, pues nada hay más necio que una necia risa...
Pero en tierra celtíbera, con lo que cada uno meó, suele fregarse por la
mañana los dientes y las encías hasta enrojecerlas. De modo que cuanto
más brillante está esa dentadura tuya más meados proclama que has
bebido.»
603
Don Quijote,
espejo de la nación española
Gustavo Bueno
604
fundamentalmente a través de la educación y la cultura», para contribuir al
«desarrollo social, cultural y económico de Castilla-La Mancha (...) a fin de
fomentar y difundir los valores universales de justicia, libertad y solidaridad que
el Quijote simboliza» (artículo 1).
Ahora bien, no tenemos por qué entrar aquí en el debate sobre el alcance
político que puedan tener los proyectos de justicia, paz perpetua, diálogo,
tolerancia y solidaridad de los gobiernos democráticos fundamentalistas que
conmemoran a Don Quijote y lo representan a su imagen y semejanza. Pero sí
nos parece necesario concluir que si pretenden seguir manteniendo su pacifismo
y solidaridad universal, tendrán que retirar la «devoción» a Don Quijote. Porque
Don Quijote no puede en modo alguno tomarse como símbolo de solidaridad,
paz y tolerancia. Que sigan con su política pacifista y antimilitarista, pero que no
utilicen el nombre de Don Quijote en vano y en falso.
605
significar el renacimiento hacia una nueva vida, en la que su barragana quedará
elevada a la condición de esposa, para Don Quijote, colgar las armas significa el
paso que le conduce inmediatamente a la muerte.
Los símbolos autogóricos son los que «se representan a sí mismos» y Don
Quijote ha sido representado, y aún sigue siéndolo muchas veces, aún sin
llamarlo así, como un símbolo autogórico de su propia figura imaginaria. Como
símbolo autogórico, o conjunto de símbolos autogóricos, interpretan el Quijote
quienes lo ven como una obra estrictamente literaria, «inmanente», sin más
referencias que sus propias figuras imaginarias. Figuras imaginarias que se
agotarían poblando un «imaginario» social. Pero ese «imaginario» no está
constituido por representaciones e «imágenes mentales» (que son los
contenidos de esas «mentalidades» estudiadas por los «historiadores
marxistas» que se acogieron hace unos años a la llamada Historia de las
mentalidades) sino por «imágenes reales», físicas, por ejemplo las que dibujaron
ya en los siglos XVII y XVIII, Antonio Carnicero, José del Castillo, Bernardo
Barranco, José Brunete, Gerónimo Gil, Gregorio Ferro; o en el XIX, José Moreno
Carbonero, Ramón Puiggarí, Gustavo Doré, Ricardo Balaca o Luis Pellicer; y en
el XX Daniel Urrabieta Vierge, Joaquín Vaquero, Dalí o Saura, por no contar
también a los innumerables dibujos de los Quijotes para adultos o para niños,
comics, películas, representaciones teatrales.
606
García que dice!», exclama el ventero, por cuya boca creen algunos que está
hablando el propio Cervantes.
607
XIX, que interpretó a Don Quijote como un modelo de «monomanía» –él fue el
inventor de este término– hasta el doctor Francisco Alonso-Fernández, que
acaba de publicar una interpretación de Don Quijote según la cual ésta obra
podría considerarse como una suerte de «historia clínica» de un sujeto afectado
de un síndrome que Cervantes habría logrado establecer, ajustándose
asombrosamente al síndrome que hoy es identificado como «autometamorfosis
delirante». Un síndrome emparentado con los síndromes delirantes de Capgras,
Frégoli y otros. En consecuencia, propone se considere como auténtico
protagonista de la novela, no tanto a Don Quijote, sino a Alonso Quijano. En
efecto (argumenta), fue Alonso Quijano quien padeció el síndrome delirante de
identificación con un imaginario Don Quijote, que sólo existió en su mente; es
Alonso Quijano quien logra curarse de su locura, gracias a las atenciones del
bachiller Carrasco, del cura y del barbero, y a «una calentura que le tuvo seis
días en la cama» (II, 74). Alonso-Fernández subraya cómo este incidente no
pasó desapercibido «al perspicaz ojo clínico del eximio doctor Miguel de
Cervantes Saavedra».
Pero, ¿quiere esto decir que Cervantes se propuso como objetivo literario la
«descripción clínica» de un tipo de delirio específico?
608
sangre derramada donde sólo hay vino, ¿no está intentando describir un género
de delirio similar al de quien, tras las palabras de la consagración, se dispone a
beber del cáliz un vino que se ha transformado en sangre?
Una cosa es que Don Quijote despliegue una serie de delirios que, lejos de
ser meramente literarios, tengan una consistencia clínica (lo que ya nos obligaría
a considerar a Don Quijote como una figura no autogórica, sino alotética) y otra
cosa es que Cervantes se hubiera propuesto hacer (finis operantis) y, sobre todo,
hubiera hecho (finis operis) la descripción anticipada de un síndrome delirante,
padecido por un tal Alonso Quijano. Porque, ¿acaso Alonso Quijano no es él
mismo una figura literaria? Sobre todo, ¿acaso no es el propio delirio
sistematizado de Don Quijote aquello que es utilizado por Cervantes como
símbolo de otras figuras reales, que precisamente no se consideraron víctimas
de síndromes de Capgras o de Frégoli? ¿Y acaso las propias calenturas de los
últimos días de Don Quijote, sin perjuicio de haber sido recogidas por el ojo
clínico de Cervantes, no pueden simbolizar también las calenturas de España en
unos años de profunda crisis?
Ahora bien, una figura humana, como sin duda lo es la figura de Don Quijote,
nunca existe en solitario: una persona implica siempre a otras personas que se
involucran las unas a las otras en coexistencia pacífica o bélica. De otro modo:
el individuo, en cuanto existente, es un sinsentido, es una entidad metafísica y,
por tanto, es ya simple metafísica el intento de interpretar a Don Quijote como
símbolo de algún individuo aislado, ya esté cuerdo, ya esté loco. Un individuo,
por sí mismo, no puede existir, porque existir es co-existir.
609
según el criterio aristotélico: o bien manda uno, o varios, o todos (o la
«mayoría»). Y esto por la sencilla razón de que «uno» no puede mandar, porque
no puede existir en cuanto tal «uno»: el Rey más absoluto no manda solo, sino
como cabeza de un grupo.
Ahora bien, hay razones muy serias para concluir que los esquemas
dualistas son sólo un fragmento de estructuras más complejas. Adán y Eva, por
ejemplo, es sólo un fragmento de la sociedad formada por ambos con sus hijos,
Abel, Caín y Set. Don Quijote y Sancho suelen ser concebidos en función de
oposiciones abstractas, tales como idealismo/realismo, o utópico/pragmático.
Pero estas oposiciones fracasan en seguida: pues suponen que el «idealismo»
es una suerte de disposición personal orientada a trascender el horizonte
inmediato de la prosa de la vida, impulsando a las personas hacia el altruismo o
la gloria, entonces Sancho no se opone a Don Quijote, porque también Sancho,
desde el principio (y no en la Segunda parte, como se dice) está quijotizado, y
acompaña a Don Quijote aventurándose en toda clase de peligros, y no sólo para
610
adquirir riquezas (lo que ya sería suficiente, puesto que quien quiere adquirir
riquezas poniendo su vida en peligro ya no es un idealista pragmático, en el
sentido convencional), sino para elevar a un rango social superior a su mujer
Teresa Cascajo. Sancho no es el tipo de villano que han concebido tantos
historiadores villanos que ponen, como única motivación de los españoles que
se alistaban a los tercios o a los galeones, la satisfacción del hambre
(recordemos la película de Antonio Landa, La marrana).
611
5
Las tríadas
612
litúrgica, calco de la cristiana: «En el nombre de Odín, de Thor y de Freya.» Pero
sí es cierto que la trinidad de Gaeta, o la trinidad de la Peña de Francia (en
Salamanca), a las que encomendaba Sancho a Don Quijote en el momento de
descender a la cueva de Montesinos (II, 22) son manifestaciones de la Trinidad
genuina del catolicismo (Padre, Hijo, Espíritu Santo).
613
con el Espíritu Santo, que Sabelio interpretaba como entidad femenina, como la
Madre Iglesia. En efecto, ¿cómo no reconocer que Dulcinea, como figura ideal,
procede a la vez del Padre (Don Quijote) y de su Hijo (Sancho)?
614
visto? En cualquier caso, la transfiguración de la figura de la labradora en
Dulcinea no puede atribuirse a un proceso endógeno psicológico propio de un
demente en pleno delirio alucinatorio. Don Quijote ve, no a Dulcinea, sino,
reforzado por Sancho, a una labradora ágil (también chata y carirredonda). No
padece, por tanto, en absoluto, alucinación alguna: ni siquiera esta labradora
podría evocarle la Aldonza de su juventud. Y «te hago saber, Sancho, que
cuando llegué a subir a Dulcinea sobre su hacanea, según tú dices, que a mí me
pareció borrica, me dio un olor de ajos crudos, que me encalabrinó y atosigó el
alma». Cervantes parece tener aquí buen cuidado en subrayar que si Don
Quijote relaciona a esta labradora con Dulcinea es por culpa de Sancho.
Dulcinea se nos muestra aquí como asunto de fe, no de alucinación; de fe en la
«autoridad revelante», que en este caso es Sancho, en cuya palabra Don Quijote
confía y cree, cuando al salir de la selva las tres aldeanas, anunciadas como
Dulcinea y sus doncellas, el caballero de la Triste Figura dijo:
—Yo no veo, Sancho -dijo Don Quijote-, sino a tres labradoras sobre tres
borricos.
Y Sancho replicó:
—¡Agora me libre Dios del diablo! -respondió Sancho-. ¿Y es posible que
tres hacaneas, o como se llaman, blancas como el ampo de la nieve, le
parezcan a vuesa merced borricos? ¡Vive el Señor que me pele estas
barbas si tal fuese verdad!
—Pues yo te digo, Sancho amigo -dijo don Quijote-, que es tan verdad
que son borricos, o borricas, como yo soy don Quijote y tú Sancho Panza;
a lo menos, a mí tales me parecen.
615
de Cristo invisible e intangible. ¿Y qué psiquiatra se atrevería a diagnosticar de
loco a Santo Tomás de Aquino?
616
La disciplina hermenéutica que impone este postulado estructural es bien
clara: evitar sistemáticamente el tratamiento de Don Quijote (o de cualquier otro
personaje), incluso en su soliloquios, como si se tratase de un personaje ab-
soluto, o incluso como si se tratase de un personaje ligado a su complementario,
aunque fuera al modo maniqueo (el que inspiró los famosos versos de Antonio
Machado –su caletre no daba para más– que «la izquierda española» tomó como
divisa durante décadas: «Españolito que vienes al mundo, salveos Dios: una de
las dos Españas ha de helarte el corazón»); estimular sistemáticamente la
investigación de las conexiones de los personajes del Quijote con otros
personajes de los que aparecen en el escenario de la novela, es decir, sin
necesidad de salirnos fuera de su inmanencia, buscando referencias
extraliterarias o extraescénicas (que, sin embargo, habrá que encontrar en el
momento oportuno).
617
tener o pretender tener apetitos, conocimientos y sentimientos), no son de
naturaleza humana (llamamos a estas referencias «angulares», y entre ellas
pondremos a ciertos animales numinosos, a demonios, ángeles, diablos...).
618
de los contenidos del mundo cósmico, geográfico o histórico. Y, por supuesto,
como referencias angulares, valdrían todas aquellas que, en todo lugar y tiempo,
reunieran las características adecuadas. Dicho de otro modo: las referencias de
Don Quijote serían universales o, lo que es lo mismo, los personajes y el
escenario de Don Quijote, tendría referencias, dicho de forma
positiva, pancrónicas y pantópicas, lo que equivaldría a decir, en forma negativa,
que es ucrónico y utópico, y que ahí reside la raíz de su universalidad.
En una palabra, nos parece (como también les parece a otros muchos
intérpretes) que el escenario del Quijote, en cuanto símbolo, nos remite a
referencias históricas y geográficas muy precisas. Referencias que podrán ser
puestas entre paréntesis, sin duda, si se pretenden mantener las
interpretaciones humanistas, éticas o psicológicas. Pero cuando reinterpretamos
las referencias históricas y geográficas, entonces se nos imponen, en primer
lugar, las interpretaciones políticas del Quijote, que han de girar, de un modo a
otro, en torno al significado del Imperio español, del «fecho del Imperio», si
utilizamos la fórmula de la que se sirvió cuatro siglos antes Alfonso X el Sabio.
619
«También creo que es importante nuestra proyección en el Mediterráneo. Si
muchos nos hemos negado a la barbaridad de esta guerra [la del Iraq], es porque
todavía sigue viva una vieja relación con el mundo árabe. Cervantes, sin ir más
lejos, estuvo en Argel, en Orán... Tenemos que estar atentos a nuestra historia
para saber quiénes somos.»)
620
Dicho de otro modo, la interpretación de Don Quijote, como figura universal,
en el sentido del Género humano (¿qué tienen que ver los llamados valores
del Quijote con los valores de los hombres musulmanes, en cuanto tales?), es
una meditación vacía que recae, de un modo u otro, en puro psicologismo.
Don Quijote, según palabras del bachiller (a través de quien muy bien podría
estar hablando Cervantes), tiene como referencia inequívoca a la «nación
española». Lo que tiene para nosotros un significado político del mayor alcance,
no sólo porque demuestra que la nación española está ya reconocida en el siglo
XVI, mucho antes de que fuera reconocida la nación inglesa o la nación francesa
–o, por supuesto, la nación catalana o la nación vasca– sino porque nos ofrece
explícitamente la referencia extraliteraria que Cervantes atribuía a la figura de
Don Quijote.
621
una nación histórica, cuya extensión se superpone con la extensión misma de la
Península Ibérica (cuando el bachiller Carrasco pronuncia su imprecación,
Portugal está integrado en esa nación española: el propio Cervantes intervino el
26 de julio de 1582 en el combate naval de la Isla de San Miguel de Azores,
contra mercenarios franceses que apoyaban las pretensiones de Don Antonio
por convertirse en Rey de Portugal). La unidad y consistencia de esta nación
española había podido ser captada desde fuera del Imperio entonces
hegemónico y visible, había podido ser captada desde Francia, desde Italia,
desde Inglaterra, desde América.
De algún modo sí, de un modo general, como también Sancho (tal como lo
hemos presentado) hay que referirlo a esa misma nación española que parece
ya consolidada o existente como tal nación histórica, sin perjuicio de la profunda
crisis que está padeciendo tras el desastre de la Invencible. Pero la circunstancia
de que la referencia de Don Quijote, de Sancho y de Dulcinea sea, en términos
generales, la misma, es decir, España, no significa que las perspectivas desde
las cuales cada uno de estos personajes de la trinidad se refiere a España no
sean distintas.
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personas del presente, que tomamos como referencia, moldeándolas casi por
completo; pero sin que quienes viven en el presente puedan influir en modo
alguno, profunda o superficialmente, sobre aquellas, porque ya han muerto. Este
es el círculo constitutivo de un pretérito histórico, el círculo de las personas
muertas, aquellas que «cada vez mandan más sobre las vivas».
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interpretaba a Don Quijote como símbolo de la transición de la época feudal a la
época moderna). Don Quijote recorre una península ya unificada, sin fronteras
interiores entre los reinos cristianos y, más aún, sin fronteras interiores con los
reinos moros: la España que Don Quijote recorre es posterior a la toma de
Granada en 1492, por los Reyes Católicos. Este es el «escenario literario» (no
un escenario histórico) del Quijote.
Sin embargo, como hemos dicho, Don Quijote y los suyos no se mueven en
una época medieval, sino moderna. Ya no hay en España reyes moros. Incluso
algunos de los moriscos que fueron expulsados vuelven a España, y se
encuentran con Sancho:
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si Cervantes hubiera querido iluminar las referencias que ve desde su escenario,
que no es anacrónico políticamente hablando, sino sencillamente abstracto,
como si estuviera siendo iluminado por una luz ultravioleta, capaz de desvelar
una sociedad civil que seguía existiendo y moviéndose a su propio ritmo en el
trasfondo de la sociedad política. Una sociedad civil con curas y barberos,
duques y titiriteros, caballeros andantes arcaicos pero aún reconocibles, pero
que aparecen, mediante los artificios de la iluminación, con un cierto aire
intemporal.
Así puestas las cosas, nos parece que cualquier intento de interpretación
directa del escenario quijotesco mediante la referencia inmediata a las figuras
históricas de su presente (como pudieran serlo Carlos I, Hernán Cortés, el Gran
Capitán o Diego García de Paredes) habría que considerarla como primaria o
ingenua («¡Dos higas para el Gran Capitán y para ese Diego García que dice!»,
replicó el ventero al cura).
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Américo Castro– su entrada triunfal en México les pareció un episodio del
Amadís o cosas de encantamiento», o ir a Inglaterra o a Flandes con una
escuadra tan arcaica e «invencible» como pudiera serlo la propia lanza de Don
Quijote, que se hizo añicos en el primer asalto.
Y si el bachiller Sansón Carrasco dijo a Don Quijote que era «el honor y
espejo de la nación española», es fácil entender lo que quería decir. Pues, ¿qué
es lo que reflejaba este espejo? Un caballero de esperpento, que acomete
empresas delirantes y ridículas de las cuales sale continuamente derrotado. ¿No
es este el reflejo de la nación española?
Más aún: esta interpretación derrotista a partir de Don Quijote, por tanto,
desde dentro del Imperio español, como obra de un delirio megalómano y cruel,
no sólo habría dado el marco, sino que habría alimentado la Leyenda Negra
promovida desde el exterior de las Potencias enemigas (Inglaterra, Francia,
Holanda), Imperios depredadores y piratas carroñeros que se alimentaban, en
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su infancia y durante su juventud, de los despojos que iban arrancando a
España. Y no falta quien sugiere (últimamente Javier Neira) que el mismo éxito
extraordinario que el Quijote alcanzó muy pronto en Europa pudo ser debido, en
gran medida, precisamente a su capacidad de servir de alimento para el odio y
el desprecio que sus enemigos querían dirigir contra España.
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armas de Don Quijote representan a las armas en general. Pero, ¿y si Don
Quijote estuviera insistiendo, mediante su peculiar modo críptico de hablar, en la
diferencia esencial entre las armas de fuego (con las cuales se obtuvo la victoria
de Lepanto) y las armas blancas de los caballeros antiguos? En este supuesto,
los fracasos de Don Quijote, con sus armas blancas, herrumbrosas, se
convertirían inmediatamente en la apología de las armas de fuego con las que
se abre la guerra moderna, a cuyas primeras batallas asistió Cervantes en varias
ocasiones (Lepanto, Navarino, Túnez, La Goleta, San Miguel de las Azores).
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En efecto, en el Quijote, podríamos ver, ante todo, la demoledora crítica
dirigida contra todos aquellos españoles que, tras haber participado en las
batallas más gloriosas, en aquellos hechos de armas a partir de los cuales se
forjó el Imperio español, habían vuelto a sus lugares o a la corte, como hidalgos
o caballeros satisfechos, dispuestos a vivir de sus rentas en un mundo
intemporal, y de sus recuerdos de los tiempos gloriosos. Y olvidándose de que
el Imperio, que protegía su bienestar –su felicidad–, es decir, su pacífica vida,
más o menos apacible, estaba, después de la Invencible, siendo atacado por los
cuatro costados, y comenzaba a presentar vías de agua alarmantes.
Esta masa de gentes satisfechas, tras el primer gran esfuerzo del Imperio,
que está comenzando a desmoronarse, tiene el peligro de ser un lugar de cuyo
seno podrá surgir el «quiero y no puedo» de algún caballero esforzado, a quien
solo le queda esperar el ridículo, si intenta valerse de las armas herrumbrosas
de sus bisabuelos, es decir, por ejemplo, de los barcos paralíticos de la Armada
Invencible.
Lo que Cervantes les estaría diciendo a sus compatriotas es que, con lanzas
y espadas oxidadas, con barcos paralíticos, o con aventuras solitarias, menos
aún, disfrazados de pastores bucólicos y pacíficos, los españoles estarían
destinados al fracaso, porque su Imperio, que les protegía y en el que vivían,
estaba seriamente amenazado por los Imperios vecinos. Cervantes estaría
viendo también, sin embargo, aunque con escepticismo, que sería posible
remontar la depresión, que afloraba sin duda en algunos de sus personajes, y
entre ellos Alonso Quijano transformado en Don Quijote. Y por eso Cervantes
parece querer subrayar en todo momento que sus personajes tienen
efectivamente esa energía, aunque ella tuviera que expresarse en forma de
locura.
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simplemente disfrutando de su «estado de bienestar» (como los españoles dirán
siglos más tarde).
Por eso Don Quijote, al mismo tiempo que sus locuras, estaría ofreciendo
algunos indicios de los caminos que sería preciso seguir. Ante todo recorrer y
explorar todo el solar de la nación española: Cervantes se ha preocupado que
Don Quijote de la Mancha salga de su lugar de los campos de Montiel, traspase
Sierra Morena; incluso se ha preocupado de hacerle llegar hasta la playa de
Barcelona (aquella misma, al parecer, en la que Cervantes vio cómo se hacía a
la mar, sin que él, en una última oportunidad, pudiera ya alcanzarlo, el barco que
llevaba a Italia a su protector, el Conde de Lemos).
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a la «nación española» sería letal; sólo podría entenderse como un mensaje
enviado a España por sus enemigos, esperando, una vez que España se hubiera
desarmado, entrar en ella para repartírsela.
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acompañaban en las cacerías o en los salones, ya fueran los de Madrid, ya los
de Valladolid, ya fueran los de Villanueva de los Infantes.
Alonso Quijano es un loco, pero Don Quijote canaliza su locura por cauces
que generalmente son violentos, pero al mismo tiempo llenos de firmeza y
generosidad. Además el héroe, un loco por sus hechos o hazañas, es héroe
discreto e ingenioso en sus discursos, impropios de un loco; pero puesto que
Cervantes piensa que los discursos son los que conforman y dan sentido a
los hechos (hasta el punto de que estos puedan ser borrados o transformados
por aquellos), Cervantes se habría visto obligado, por la fuerza objetiva del
personaje con quien se enfrenta, Don Quijote, así como de las personas
individuales involucradas en él, a ir atribuyendo los constantes fracasos de Don
Quijote, más que a su locura a los instrumentos de los cuales esta locura se
valía, tales como armas arcaicas, caballos famélicos, ridículos baciyelmos.
¿Por qué entonces resultan risibles, sobre todo la figura de Don Quijote? No
por su esfuerzo, fortaleza, firmeza o generosidad, sino porque utiliza
instrumentos o se propone objetivos risibles: lanzas quebradas, baciyelmos,
molinos de viento, rebaños de ovejas, incluso gobierno de una ínsula; pero
manteniendo siempre aquella energía esforzada, firme y generosa, heredada de
su estirpe.
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Sustituyamos lanzas quebradas por cañones, caballos famélicos por naves
artilladas y ligeras, caballeros andantes por compañías o batallones (la violencia
individual no sirve para «desfacer entuertos» sino para encadenar otros nuevos),
molinos de viento por gigantes ingleses o franceses que nos atacan;
sustituyamos al escudero Sancho por millones de labradores que salen de sus
lugares para acompañar a los caballeros en la lucha contra los enemigos reales,
y a Dulcinea por millares de mujeres que arrojan al mundo nuevos labradores y
soldados.
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En el momento de tratar de establecer esta línea divisoria habría que tener
en cuenta que la «parte sana» del discurso de Don Quijote tendría que ser
compartida por el propio Cervantes; o, dicho de otro modo, que Cervantes estaría
expresando su pensamiento a través del discurso sano de Don Quijote, y que un
discurso no se opone solo, en globo, a las acciones –a los hechos, en cuanto
acciones–, sino también al juicio sobre los hechos de experiencia, que no son
tanto acciones cuanto percepciones, sin perjuicio de que, a su vez, estas
percepciones estén «recortadas» por alguna acción previa o virtual, con tal de
que esté integrada en el discurso.
—No sé lo que te diga, hijo; sólo te sabré decir que le he visto hacer cosas
del mayor loco del mundo y decir razones tan discretas, que borran y
deshacen sus hechos. (II, 18; cursiva nuestra.)
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juicio preferiría el registro del lenguaje expresivo o apelativo, que se dirige a
personas en concreto.
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Porque también Don Quijote recurre al encantamiento de un Genio Maligno
para explicar la falta de ajuste entre las doctrinas sanas y los hechos de
experiencia. El propio Sancho llegaba a veces a «perder el juicio» como le
ocurrió en el episodio de los cueros de vino acuchillados por Don Quijote (I, 35),
que los tomó por gigantes, y al vino derramado por sangre. ¿Quién no asocia
este «encantamiento» de la transformación del vino en sangre con los debates
del siglo XVII, entre galileanos, gassendistas y cartesianos, a propósito de la
presencia real de Cristo en la Eucaristía, y de la transubstanciación eucarística?
Pero la doctrina de Santo Tomás, si la consideramos como un propotipo de
discurso teológico racional, casi perfecto, dentro de los principios del
hilemorfismo creacionista, ¿qué tiene que ver con esa locura de ver en el pan y
el vino el cuerpo y la sangre de Cristo?
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¿Y cual es la sustancia de este discurso perfecto de las armas y las letras?
Es decir, ¿contra quien se dirige?
Más aún, quienes, con Bataillon y tantos otros, ven a Cervantes como uno
más de los españoles impregnados por Erasmo (¿qué escritor del siglo de oro
español merecería ser citado por estos eruditos sectarios si no fuera porque en
aquel discurso ven reproducida alguna idea de Erasmo?), leerán el curioso
discurso de Don Quijote como una versión de la doctrina del pacifismo
evangélico erasmista.
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¿En qué se diferencia el hombre de los animales? En que el hombre, dice
Erasmo, a pesar de tener inteligencia, se comporta de un modo más bestial del
que las bestias acostumbran para relacionarse con las de su misma especie.
Pero Erasmo, inventándose la etología, y sobre todo la etología humana, dice:
«Entre las bestias más feroces encuentro yo más grata hospitalidad que entre
los hombres.» Los animales viven en concordia cuasi civil. A menudo los
elefantes se comportan entre sí como hermanos; los leones no se embravecen
ante los leones; la víbora no muerde a la víbora. Debería bastar el vocablo
«hombre» para establecer la avenencia entre los hombres. Y aunque la
naturaleza los hubiera derribado o hecho caer, ¿no les bastaba Cristo? Cristo es
el principio de la paz. A Cristo no le anuncian bélicas trompetas. ¿Por qué los
hombres mueven guerras permanentes, a pesar de su inteligencia? Acaso por
su pecado original. Pero Erasmo parece estar diciendo que si la inteligencia, o la
razón, no hubiera sido menoscabada en el hombre por el pecado, como decía
San Agustín, los hombres dejarían de cultivar las armas, precisamente en virtud
de su racionalidad.
Pero mientras que Erasmo afirmaba que los hombres deberían dejar de
cultivar las armas, precisamente en virtud de su racionalidad, Don Quijote
comienza reivindicando la condición racional de las armas. El hombre es animal
racional, luego también han de serlo las armas, inventadas por el hombre. Tanto
más importante es esta conclusión de Don Quijote cuando advertimos que sus
armas no son armas-máquina (armas de disparar, como flechas, bolas, armas
de fuego, granadas; menos aún armas automáticas, como cepos o misiles
inteligentes) sino armas-instrumento (armas de blandir, como espadas o lanzas).
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instinto de agresión», derivado de esta desconexión, cuyos primeros grados
aparecerían ya en chimpancés, u otros animales que lanzan piedras, aunque
propiamente no las disparan: la aceleración que experimenta la piedra lanzada
con la mano –dejamos de lado la aceleración de la piedra lanzada con honda o
la que es efecto de la gravedad– toma su fuerza de la mano que la lanza.
«Ahora no hay que dudar sino que esta arte y ejercicio [de las armas de la
andante caballería] excede a todas aquellas y aquellos que los hombres
inventaron, y tanto más se ha de tener en estima cuanto a más peligros está
sujeto. Quítenseme delante los que dijeren que las letras [las letras de los
letrados, de los legistas, del Estado de derecho] hacen ventaja a las armas, que
les diré, y sean quienes se fueren, que no saben lo que dicen. Porque la razón
que los tales suelen decir y a lo que ellos más se atienen es que los trabajos del
espíritu exceden a los del cuerpo y que las armas solo con el cuerpo se ejercitan,
como si fuese su ejercicio oficio de ganapanes, para el cual no es menester más
de buenas fuerzas, o como si en esto que llamamos armas los que las
profesamos no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para
ejecutarlos mucho entendimiento, o como si no trabajase el ánimo del guerrero
que tiene a su cargo un ejército o la defensa de una ciudad sitiada así con el
espíritu como con el cuerpo.»
Y todavía dirá más: las armas tienen un fin superior a las letras («y no hablo
ahora de las [letras] divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas
al cielo»), porque mientras las letras [las que giran en torno a las normas éticas,
morales, políticas o jurídicas] tienen como fin y paradero «entender y hacer que
las buenas leyes se guarden», este fin no es digno de tanta alabanza como la
que merece «aquel a que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin
la paz (...) Esta paz es el verdadero fin de la guerra, que lo mismo es decir armas
que guerra.»
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Ahora bien, esta famosa proposición («La paz es el fin de la guerra»)
procede, como es sabido, de Aristóteles (Política, 1334 a15). Pero hay dos
modos principales de interpretarla:
(1) La Paz, universal y perpetua, es el fin de todas y cada una de las guerras;
una paz que habría que entenderla, por tanto, como una reconciliación mutua
y sempiterna de los contendientes.
(2) La Paz no es un fin universal e indiferenciado de todas las guerras, sino el fin
particular y específico de cada guerra: quien está en guerra busca la Paz, pero
esta paz es la Paz de su victoria. Quien entra en la guerra colabora a un
desorden; y el fin de la guerra es restablecer el orden, pero tal como lo entiende
el que quiere vencer. Por ello, el fin de la guerra es la Paz, la Paz de la victoria,
del orden victorioso y estable que haya logrado establecer el vencedor.
Cuando, desde este supuesto, hablemos de paz, como fin de la guerra, nos
referiremos a la guerra real, a cada guerra en particular; y entonces hablar de
paz ya puede tener un sentido político e histórico, y no metafísico o
metahistórico. Hablar de la paz como fin de la guerra es hablar de una paz
política: bien sea de la Pax Romana, bien sea de la Pax Hispana, bien sea de la
Pax Británica o bien sea de la Pax Soviética (de la que Stalin se proclamó
abanderado en 1950). La paz es el fin al que aspira la guerra con el objetivo de
instaurar el orden inestable que la misma guerra ha comprometido,
reconstruyéndolo a medida del vencedor.
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Por eso la guerra, en cuanto actividad racional que tiene como fin la paz, o
el orden justo obtenido tras la victoria, implica también racionalidad de este orden
y de las operaciones que conducen a él. Por ello la guerra no puede tener como
fin la esclavización de los hombres que no lo merecen, y menos aún su
exterminio. La paz a la que aspira la guerra ha de tener como fin:
(a) O bien evitar ser esclavizados por otros: es el fin al que aspiran las guerras
defensivas.
(c) O bien la guerra tiene como fin gobernar a los que merecen ser gobernados,
incluso como esclavos. Vitoria, incluso Sepúlveda, asumirán este tercer fin de
la guerra como un título de guerra justa, si es que él se propone tutelar y educar
a los pueblos incapaces de gobernarse a sí mismos, hasta lograr que
desarrollen sus propias capacidades.
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pueda tener la recibe de las armas capaces de hacer cumplir las sentencias de
los jueces; así como también fueron las armas las que hicieron posible que el
orden representado por esas leyes prevaleciera sobre otros órdenes distintos,
contrapuestos o alternativos.
El orden representado en las leyes que pueda presidir a una Nación, tal
como la Nación española, sólo puede mantenerse por la fuerza de las armas,
que lo crearon y lo sostienen por debajo: las armas que lleva Don Quijote, pero
no en solitario, sino asistido por Sancho y por Dulcinea, de la cual podrán salir
los nuevos soldados y los nuevos legistas.
Una Nación desarmada o débil sólo podrá asumir el orden que le impongan
otras Naciones o Imperios mejor armados. Y, por ello, las armas deben ser
consideradas superiores y más racionales que las letras, que las leyes:
«Ahora no hay que dudar sino que esta arte y ejercicio [de las armas] excede
a todas aquellos y aquellos que los hombres inventaron, y tanto más se ha de
tener en estima cuanto a más peligros está sujeto. Quítenseme delante los que
dijeren que las letras [la leyes del Estado de Derecho] hacen ventaja a las armas,
que les diré, y sean quien se fueren, que no saben lo que dicen. Porque la razón
que los tales suelen decir y a lo que ellos más se atienen es que los trabajos del
espíritu exceden a los del cuerpo y que las armas solo con el cuerpo se ejercitan,
como si fuese su ejercicio oficio de ganapanes, para el cual no es menester más
de buenas fuerzas, o como si en esto que llamamos armas los que las
profesamos no se encerrasen los actos de la fortaleza, los cuales piden para
ejecutarlos mucho entendimiento, o como si no trabajase el ánimo del guerrero
que tiene a su cargo un ejército o la defensa de una ciudad sitiada así con el
espíritu como con el cuerpo.»
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Las armas, en resolución, tienen un fin superior a las letras («y no hablo
ahora de las letras divinas, que tienen por blanco llevar y encaminar las almas al
cielo»), porque mientras las letras tienen por fin y paradero entender y hacer que
las buenas leyes se guarden, este fin no es digno de tanta alabanza, como el
que merece aquel al que las armas atienden, las cuales tienen por objeto y fin la
paz. La paz es el verdadero fin de la guerra, puesto que lo mismo es decir armas
que guerra.
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