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Gustavo Bueno
Volumen 1
(2002-2004)
1
Índice
2002
Noetología y Gnoseología…………………………………………………………5
Etnocentrismo cultural, relativismo cultural y pluralismo cultural……………...9
Mundialización y Globalización………………………….………………………17
Espiritualismo y materialismo en filosofía de la cultura. Ciencia de la cultura y
filosofía de la cultura…………………………………………………………………29
Función social de la Universidad Popular………………………………………49
La Huelga General del 20J: un proyecto confuso……………………………..64
¿Qué es un aventurero?................................................................................72
Nota sobre las seis vías de constitución de una disciplina doctrinal………...83
La canonización de Marilyn Monroe…………………………………………….90
El concepto de creencia y la Idea de creencia……………………………….105
2003
Sobre el concepto de «memoria histórica común»…………………………..120
El Manifiesto de la Alianza de Intelectuales y el «No a la guerra» de los
Premios Goya……………………………………………………………………….125
Las manifestaciones «Por la paz», «No a la Guerra», del 15 de febrero de
2003………………………………………………………………………………….131
SPF, Síndrome de Pacifismo Fundamentalista………………………………141
Filosofía y Locura………………………………………………………………..164
«En nombre de la Ética»………………………………………………………..184
Los «ingenios» de Mingote……………………………………………………..210
Campoamor y Ortega……………………………………………………………242
Peña 21…………………………………………………………………………...248
El español como «lengua de pensamiento»………………………………….252
La Idea de la Fama………………………………………………………………271
Santiago González Noriega, los «profesionales de la cultura» y los «hombres
de izquierdas»………………………………………………………………………290
2
2004
El Proyecto Symploké…………………………………………………………..296
Propuesta de clasificación de las disciplinas filosóficas…………………….326
Sobre el aforismo «Hablando se entiende la gente»………………………...340
Ante la reforma de la Constitución española de 1978……………………….363
Proyecto para una trituración de la Idea general de Solidaridad…………...378
Sobre la obligatoriedad de la asignatura «Religión»………………………...435
Vías muertas hacia la democracia participativa……………………………...469
«Estamos motivados»…………………………………………………………..474
La base de la firmeza……………………………………………………………477
Octubre de 1934…………………………………………………………………479
La viscosa ideología pacifista de la farándula socialdemócrata……………486
¿Qué es el idealismo trascendental?...........................................................498
3
2002
4
Noetología y Gnoseología
(haciendo memoria de unas palabras)
Gustavo Bueno
5
categoría noemática en la teoría de la ciencia psicológica» (Theoria, núm. 9,
1955, págs. 33-52).
6
en El papel de la filosofía "quedó varada en el preciso instante en que sus
materiales básicos ingresaron en el círculo más potente de la Gnoseología". Sin
embargo, el proyecto de una Noetología sigue desbordando el proyecto
gnoseológico (como proyecto de una teoría general de la ciencia), puesto que
aquél buscaba englobar tanto a las formas de proceder de la razón científica
como a las formas de proceder de la razón filosófica. El análisis de los
procedimientos más generales de la razón dialéctica (de sus desarrollos
constructivos, de sus contradicciones internas, de sus metábasis) es una tarea
que, sin perjuicio de su ambigüedad, la consideramos todavía abierta a la
filosofía.»
7
la teoría gnoseológica del cierre categorial que estaba «cristalizando» en
aquellos años (ver páginas 315-319, &c.).
22 de febrero de 2002
Gustavo Bueno
8
Etnocentrismo cultural,
relativismo cultural y pluralismo cultural
Gustavo Bueno
Se constata en las discusiones del presente la efectividad de un trilema entre cuyas opciones
sería preciso elegir (quien impugna el relativismo cultural habrá de ser clasificado como
etnocentrista o como pluralista, &c.), se denuncia cual pueda ser la fuente de este trilema, y se
propone una cuarta vía a través de la cual podamos liberarnos del sistema de disyuntivas
constatado.
9
parecía ligada a los métodos comparatistas característicos de la nueva
disciplina.
Lo más grave del asunto es que estas tres actitudes o filosofías de la cultura
que designamos como monismo cultural («etnocentrismo», para sus
adversarios), relativismo y pluralismo cultural, no se presentan como meras
alternativas, sino como disyuntivas entre las cuales hay que elegir. ¿De donde
deriva la disposición disyuntiva de estos tres modos de entender las relaciones
que entre sí pueden mantener supuestamente las esferas culturales?
10
paradigma del concepto de «esfera cultural», en este sentido, cabría considerar
a cada uno de esos «superorganismos» que Oswald Spengler llamó
precisamente «culturas».
Sin embargo, acaso el mejor modo de mostrar hasta qué punto el esquema
de las esferas culturales está vivo y actuante en nuestros días, incluso entre
gentes que ni siquiera emplean esta denominación, es analizar la expresión
«señas de identidad», tantas y tantas veces utilizada por políticos, periodistas,
intelectuales o radiofonistas, para referirse a lo que ellos consideran «su cultura
propia». Porque la inocente fórmula –«señas de identidad»– en realidad sólo
tiene sentido en función de una esfera cultural presupuesta, es decir, de una
esfera cuya identidad (de índole sustancial) se presupone, y de la que resultaría
ser un mero indicio la «seña de identidad» considerada. Así, la sardana sería
una seña de identidad de una supuesta cultura o esfera cultural catalana, y el
aurresku sería una seña de identidad de una supuesta cultura o esfera cultural
vasca. Lo que equivale a decir que la importancia, el significado, el alcance, &c.,
de la sardana (o el del aurresku) no puede captarse por sí misma, ni siquiera por
las semejanzas que pueda mantener con instituciones de otras esferas
culturales, sino por lo que tiene de revelación, indicio o seña de una identidad
presupuesta, que se aplica precisamente a la cultura de referencia, y no a la
seña de identidad en sí misma, en su suposición material.
(1) O bien afirmamos que, entre las diversas esferas culturales del todo
distributivo de culturas, sólo una esfera cultural puede considerarse como
soporte de valores auténticos; es decir, que solamente existe una esfera cultural
que merezca ser considerada como cultura auténtica o verdadera (las demás
esferas culturales serían reflejos, de-generaciones, o meras apariencias o
fenómenos de la «cultura verdadera»).
(2) O bien afirmamos que todas las esferas culturales valen igual, en cuanto
culturas que encuentran su sentido precisamente en la concavidad de su propia
esfera: «Todas las culturas son iguales», leemos en una enorme placa instalada
en el Museo Nacional de Antropología de la ciudad de México.
11
(2A) «Todas las culturas son iguales», pero en régimen de disyunción, de
separación, incluso de inconmensurabilidad «megárica» (que puede alcanzar la
situación de la incompatibilidad). Es evidente que la fórmula de esta opción
equivale a la fórmula opuesta: «Todas las culturas son desiguales», sin que
quepa hablar por ello de contradicción lógica, porque la igualdad postulada se
refiere en unos casos a igualdad en dignidad, en derechos, &c., de las esferas
que, sin embargo, se consideran desiguales en contenidos o en identidad
numérica o sustancial.
(2B) «Todas las culturas son iguales», pero sin necesidad de presuponer
entre ellas un régimen de separación; por el contrario, postulando la posibilidad
y conveniencia de una convivencia o yuxtaposición de los hombres
pertenecientes a las diversas culturas (este era el esquema que Américo Castro
utilizó para describir la supuesta convivencia, bajo Fernando III el Santo, de las
tres religiones –judíos, moros y cristianos– que hoy se acostumbra a traducir
como la convivencia entre «las tres culturas»).
La opción (1) es la del monismo cultural (que desde las otras opciones se
percibirá como etnocentrismo); la opción (2A) es la del relativismo cultural; y la
opción (2B) es la del pluralismo cultural o multiculturalismo. Entre estas tres
opciones sería preciso, al parecer, elegir.
12
La segunda no duda reivindicar el monismo cultural, incluso el
etnocentrismo, pero en nombre, no ya de realidades que acaso sólo están
demostradas por una ciencia ficción, sino en nombre de unos valores, no ya
pretéritos sino futuros, que se imponen desde una esfera cultural dada a quien
se identifica con ella. Para Pericles o para Platón los valores de la «paideia» (o
cultura griega) eran los únicos valores que podían oponerse a los pueblos
bárbaros; para los españoles que entraron en América los valores cristianos (que
no solamente eran valores religiosos, sino también morales, éticos,
ceremoniales, políticos, artísticos), solían ser vistos como los únicos valores que
debían prevalecer sobre los dioses bárbaros, inspirados por el diablo; para la
mayor parte de los científicos e ingenieros occidentales (y no sólo los de la época
positivista), los valores de la «cultura occidental» (que comprende tanto los
valores científicos como los valores democráticos) serán los únicos valores que
pueden ser aceptados y que deben ser ofrecidos a los demás pueblos; dentro de
esta misma perspectiva Richard Rorty ha defendido recientemente la necesidad
de asumir la posición «etnocentrista» en todo cuanto concierne a los valores de
verdad y a otros criterios propios de nuestra cultura.
Pero, ¿cómo podríamos rechazar cada una de las tres opciones del trilema
(monismo, relativismo, pluralismo) sin rechazar el trilema mismo? Porque es
evidente que una vez aceptado el trilema (en nuestro caso, el dilema bifurcado),
no tendríamos más remedio que acogernos a alguna de sus opciones. Es
13
evidente que, una vez aceptado el trilema por algún crítico, si éste descarta que
el autor por él criticado es relativista o pluralista, tendrá que lanzar contra él la
temible acusación de etnocentrista.
Se trata, por tanto, por mi parte, de regresar más atrás del trilema, es decir,
se trata de denunciar el supuesto sobre el cual el trilema está funcionando a toda
máquina en nuestros días, sin que periodistas, intelectuales, políticos y
radiofonistas, pero también historiadores, sociólogos y antropólogos, se den
cuenta de ello.
Lo que nos permitirá añadir una cuarta opción al sistema de las tres
opciones, (1) (2A) (2B), que hemos establecido a partir del supuesto de las
esferas culturales: que no ya una o todas las esferas culturales pueden tomarse
como sujetos o soportes de valor, sino ninguna.
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5. Reducción de las esferas culturales sustantivas a esferas culturales
fenoménicas
15
que la incorporación de un elemento o rasgo procedente de una esfera cultural
dada a otra, no sea siempre «limpia», puesto que arrastrará casi siempre otros
elementos, astillas o rasgos de la esfera cultural de origen.
16
Mundialización y Globalización
Gustavo Bueno
Se intenta determinar un criterio objetivo que permita establecer una diferencia entre los
términos, usualmente confundidos, de Mundialización y Globalización.
Tendría por ello poco sentido que, por mi parte, aprovechase esta solemne
ocasión para exponer mis propias opiniones sobre el particular, como si los
ilustres miembros de un auditorio tan distinguido como el presente, que ya tiene
sus propias opiniones formadas al respecto, necesitasen conocer con urgencia
una opinión más; una opinión que, ni ellos ni yo, podríamos en ningún caso
considerar como sabiduría llovida del cielo, cuya importancia o novedad
justificase o exigiese su inmediata revelación.
2. Entonces ¿por qué he aceptado una tarea tan comprometida, por qué me
he decidido a enfrentarme, en general, con las ideas de mundialización y
de globalización? Sencillamente porque yo no voy a hablar propiamente de la
globalización, ni voy a hablar de la mundialización, en sí mismas consideradas.
No se alarmen. No voy, por ello a «salirme» del tema anunciado: voy a hablar de
las relaciones entre estas dos Ideas.
17
Es evidente que para hablar de las relaciones entre los términos de un modo
que no sea estrictamente algebraico es necesario tener en cuenta la materia,
significado o contenido de estos términos. Sin embargo, cuando nos
mantenemos estrictamente en la consideración de sus relaciones, la materia,
significado o contenido de los términos globalización y mundialización, aunque
no pueda ser eliminada, si puede ser «desviada» en nuestro tratamiento de su
posición frontal, de suerte que en lugar de ofrecérsenos como materia directa se
nos ofrezca como materia oblicua. No es lo mismo tratar en directo del punto y
de la recta como elementos de la Geometría de Euclides que tratar de sus
relaciones, de suerte que puedan quedar desviados, en perspectiva oblicua (y
acaso definitiva, según el formalismo de Hilbert) sus supuestos contenidos
absolutos.
5. Nos atendremos, por tanto, a las teorías (u opiniones) del grupo segundo,
que comprende a todas aquellas que sostengan la diferencia esencial entre
globalización y mundialización. Ahora bien, los criterios para establecer y valorar
estas diferencias pueden ser de muy distinto orden. Tendremos pues, ante todo,
que clasificar estos diferentes «órdenes».
Acaso el criterio más profundo para establecer las diferencias entre estos
órdenes sea el que distinga los fundamentos que se atienen, o bien, (A) a
(supuestas) diferencias de orden material (categorial podríamos decir), o bien
(B) las que se atienen a diferencias de orden estructural, es decir, que tengan
que ver con ideas tan generales como las de todo y parte (lo que será pertinente,
en principio teniendo en cuenta que la globalización implica operaciones de
totalización).
19
vinculados a las neotecnologías, principalmente a las que implican la energía
eléctrica (telégrafo, teléfono, automóvil, avión, televisión, Internet...).
Esta distinción, que nos es propuesta de vez en cuando, tiene sin duda un
fundamento cuanto a los conceptos asignados a cada término. Lo que carece ya
de todo fundamento es la asignación a los términos de tales conceptos. Por la
misma razón podríamos mudar esta asignación, llamando globalización a la
mundialización o recíprocamente.
20
única manera que cabe la justificación en este terreno: en la propia historia
etimológica de los términos, pero en tanto que esta historia envuelve un proceso
de desarrollo («noetológico», en algún sentido) de ideas holóticas, en este caso,
y que suponemos obrando en dicho proceso. No se trata de apoyarnos
simplemente en argumentos etimológico-históricos a fin de justificar, por así
decir, la distinción por la etimología. No somos gramáticos y más bien al revés
tratamos de justificar (o reinterpretar) la etimología y la historia de los términos
por la distinción establecida en el terreno pertinente: aquel en el cual actuase (en
los decursos empíricos de la historia de los conceptos) una lógica capaz de
mantener «noetológicamente» el curso de ciertas relaciones vinculadas a
determinadas estructuras (aquí las holóticas). La situación podría compararse
con aquella en la cual el historiador de la Aritmética, va constatando los primeros
y sucesivos conatos de simbolización numérica pero no como meros datos
«empíricos», sino en la medida en la que la sucesión de los diversos intentos
puede ser interpretada, al menos, parcialmente, como resultado de la «lógica
interna» en virtud de la cual pueda decirse que es la estructura de la teoría de
los números la que está guiando de algún modo, por razones objetivas, el curso
empírico de los «ensayos» de simbolización numérica.
21
cooperantes). Y es una operación de totalización cuyo resultado es la
construcción de un «globo». Presuponemos, en esta caracterización, que las
operaciones de las que hablamos son manuales («quirúrgicas») y, por tanto, se
aplican a cuerpos, sin olvidar que los símbolos algebraicos o los mapas
geográficos son también cuerpos que referimos a otros cuerpos; por
consiguiente, que una totalización, en cuanto es resultado de operaciones
«quirúrgicas» (manuales), ha de entenderse como construcción o configuración
de un cuerpo a partir de partes suyas o de términos que una vez constituido el
todo, puedan figurar retrospectivamente como partes.
Por este motivo, una esfera de radio infinito ya no será un globo, sino un
concepto geométrico límite, que no puede ser localizado en ninguna región del
mundo «porque su centro estaría en todas las partes y su circunferencia en
ninguna».
22
En realidad, las relaciones posibles que cabría establecer entre las esferas
o globos son las consabidas relaciones que en la Lógica de clases se conocen
como relaciones de disyunción, de intersección (parcial) o de inclusión;
relaciones que Euler representó precisamente por medio de círculos o esferas
(sin perjuicio de que las clases lógicas fuesen principalmente totalidades
distributivas y los círculos o esferas de Euler fuesen totalidades atributivas).
23
Porque el Mundo es una pluralidad que propiamente, no tiene contorno ni,
por tanto, entorno. La Idea de Mundo puede utilizarse en plural, pero con la
condición de que esos mundos (otras veces llamados «universos») no queden
«englobados» en los demás, porque entonces se reducirían a un único Mundo.
Ni siquiera deben intersectarse: cada mundo «se vuelve sobre sí mismo» y
precisamente entonces empieza a constituirse como tal, como un universo. No
existe «comisario de exposición» de pintura, organizada en torno a Picasso,
Antonio López o a Saura que no hable del «universo de Picasso», del «universo
de Antonio López» o del «universo de Saura»; lo que quiere decir el señor
comisario con ello es probablemente que fuera del conjunto de cuadros que él
controla, los demás cuadros existentes no le interesan, que el conjunto de
cuadros que él controla ha de considerarse por sí mismo, en el recinto de la
exposición, y en el cual los visitantes deberían olvidarse de cualquier otra cosa
y, si fuera posible, no salir jamás del recinto. Un Mundo, cabría decir, no tiene
(como si fuese una mónada lebiniziana) «ventanas al exterior». Cuando Popper
habla de «los tres Mundos», también estaba subrayando su presunta
incomunicación; y cuando se habla de «pequeños mundos», «microcosmos», o
en general de los «mundos económicos» se está aludiendo a las supuestas leyes
autónomas que regirían para cada uno de ellos. El mundo es por tanto «autista»,
único, porque aun cuando reconozcamos algo fuera de él, no lo consideramos.
«Cada persona es un mundo», se dice en este mismo sentido. Pero con el globo
no ocurre esto, porque, como hemos dicho, los globos pueden estar encajados
unos en otros, como en una caja china.
El autismo que es, según esto, constitutivo de la Idea de Mundo, cabe sin
embargo considerarlo como resultado de una operación meramente intencional,
puesto que no existe nada parecido a un «universo Picasso». La «mundialización
local», si cabe hablar así, es, por ello mismo una operación que puede llegar a
tener un signo opuesto a la operación globalización. Pues la globalización, en
cuanto englobante, dice incremento o ampliación de materiales «exteriores» al
conjunto inicial; pero la mundialización, si es local, dice restricción, abstracción
de materiales externos. Solamente habría una posibilidad de que una
mundialización no fuese realmente restrictiva, a saber, cuando el mundo sea
único, dotado de unicidad. Y este es el caso del Mundo por antonomasia, el
Mundo en cuanto término de la tríada de la metafísica tradicional: Mundo, Alma,
Dios; el Mundo, como decía Mauthner, no admite plural, «por lo que sería una
insolencia hablar de mundos, como si existiera más de uno».
24
el cofre de la novia, todavía hoy llamamos mundo al baúl. Las joyas y otros útiles
heterogéneos, que constituían el ajuar de la novia, se guardaban en un mundo,
en un receptáculo, cerrado en el entorno, acaso vacío. La metáfora que
suponemos pudo dispararse a partir de esta operación fue la siguiente: ampliar
el mundo, el cofre, a extremos infinitos; considerar al espacio vacío, al
receptáculo como un lugar en el que Dios fue depositando su obra de los seis
días, a la manera como la novia depositó sus joyas en el cofre o el emigrante
sus enseres en el baúl. Y con todo esto queremos decir que el Mundo sólo
alcanza su sentido como totalidad «a través de Dios»; pero esta totalidad es
imaginaria, porque el Mundo no tiene límites. Ni siquiera en el caso en el que él
se suponga finito: como es sabido Einstein recogió estas ideas estableciendo
que el Mundo es finito pero ilimitado. Y en tanto que los globos o esferas pueden
englobar a otras esferas, como ocurría con las esferas homocéntricas de
Eudoxio que, con el centro en el globo terráqueo iban envolviéndose unas a otras
y eran envueltas por la última esfera englobante o cielo de las estrellas fijas,
formaban el Mundo, el cosmos, un sólo Mundo; porque si un Mundo mayor
envolviese al Mundo efectivo, lo refundiría en él formando un único Mundo. No
cabe hablar pues de mundo de mundos como tampoco cabe hablar de nación
de naciones.
25
Lovelock y Margulis, han considerado como un todo orgánico autoregulado) y a
los hombres que viven en ella constituyen hoy por hoy la globalización límite
(englobante y no englobada) si dejamos de lado cualquier «contacto en la tercera
fase». Una globalización que ha de verse como resultado de procesos de
globalización ampliativa sucesiva, procesos cuyo límite sólo tiene sentido
positivo si van referidos a la esfericidad de la Tierra, que puede ser compartida
con otras globalizaciones de su ámbito. Como esquema prototipo de
globalización político geográfica de la Humanidad terrestre podríamos citar el
esquema que ofreció Kelsen: un globo terráqueo cuya superficie esférica esté
dividida en círculos (proporcionales a las dimensiones territoriales de cada
Estado) y en círculos que no sean sino las bases de otros tantos conos cuyos
vértices confluyan en el centro de la Tierra.
26
políticas globalizadas (de «globos políticos autónomos»: antes de la
«globalización» de la que hoy hablamos había 80 estados en la ONU; en
nuestros días el número asciende a 184). Todavía más: aun suponiendo que
la globalización de un campo material dado llegase a borrar a otras posibles
líneas de globalización, y actuase como globalización única, no por ello el
campo total quedaría «agotado» en el circuito de la globalización de referencia,
porque (en virtud del principio de symploké) muchas partes permanecerían
«deslocalizadas» de ese supuesto circuito globalizador y totalizador.
11. Concluiremos diciendo que una globalización, que tiene como radio un
círculo máximo, por mucha capacidad englobante de otras que posea, siempre
podrá ser englobada o intersectada por otras globalizaciones. Es decir, jamás
podemos considerar que, tras una globalización máxima, habremos conseguido
agotar la realidad y dar «fin a la historia». Cualquier globalización podrá quedar
siempre desbordada por otras globalizaciones o por otros procesos que ni
siquiera lo son: cualquier globalización quedará siempre desbordada
precisamente por la realidad misma del Mundo.
27
Intervención en el acto de recepción del premio Paul Harris,
concedido al autor por el Rotary Club de Oviedo,
ceremonia celebrada en el Auditorio de Oviedo
el sábado 6 de abril de 2002.
28
Espiritualismo y materialismo
en filosofía de la cultura.
Ciencia de la cultura y filosofía de la cultura
Gustavo Bueno
Sección primera Ciencia de la cultura y filosofía de la cultura. La Tabla I como tabla gnoseológica.
Sección segunda Espiritualismo y materialismo en filosofía de la cultura. La Tabla II como tabla
ontológica.
Presentación
Introducción
29
existen diferentes «filosofías de la cultura» (entre ellas, y como más importantes,
consideraremos aquí al «espiritualismo» y al «materialismo» de la Cultura).
30
2. Dos son las «retículas» que nos proponemos arrojar sobre el «campo de
la cultura» (en su sentido más amplio, el que opone sin mayores averiguaciones
el «campo de la Cultura» a los «campos de la Naturaleza o de las Matemáticas»).
Pero también otra retícula, que designaremos como retícula II, mediante la
cual pretendemos establecer criterios pertinentes para determinar las diferencias
entre las concepciones ontológicas que podamos reconocer como alternativas
doctrinales filosóficas.
31
vista materialista, con todo cuanto pueda caer bajo la rúbrica de la Ontología
general, en cuanto doctrina de la materia en su sentido ontológico-general).
Sección I
Ciencia de la cultura y filosofía de la cultura
La Tabla I como tabla gnoseológica.
32
estos criterios, que implican la tesis de la «libertad de valoración», en el sentido
de Max Weber, que sería propia de las ciencias positivas, en general, puesto que
partimos del supuesto de que no sólo las ciencias culturales –que, de acuerdo
con la tesis de Rickert, dicen referencia a valores– sino tampoco las ciencias
naturales o matemáticas pueden considerarse como disciplinas absolutamente
«libres de valoración»; y en lugar de tales criterios utilizaríamos otros que
la teoría del cierre categorial establece entre las disciplinas, naturales o
culturales, que logran alcanzar un estado alfa-operatorio y las disciplinas,
naturales o culturales, que no pueden rebasar el estado de construcción beta-
operatorio).
33
positiva (la Lingüística, la «Ciencia de la religiones comparadas», la Historia del
arte, o la Antropología política) y las «disciplinas culturales» o «humanísticas»
que mantienen una orientación filosófica (la Filosofía del Lenguaje, La Filosofía
de la Religión, la Filosofía del Arte, la Filosofía Política...). Y este reconocimiento
es, en principio, independiente del alcance y valoración que se otorgue a las
disciplinas de las diferentes clases (es frecuente, por parte de muchos
investigadores científico-positivos de la cultura, considerar a las disciplinas
filosóficas como mera retórica o, a lo sumo, como ciencia en estado infantil), y al
alcance y valoración de sus relaciones (¿las disciplinas científico-positivas
tienen, respecto de las correspondientes disciplinas filosóficas, una
independencia mayor, incluso absoluta, de la que puedan tener las disciplinas
filosóficas respecto de las ciencias positivas? ¿hasta que punto hay que tener en
cuenta la enorme influencia de hecho que sobre las investigaciones realizadas
en el campo de las ciencias culturales han ejercido o siguen ejerciendo escuelas
filosóficas tales como la Fenomenología de Husserl, el Materialismo histórico
marxista o el «Existencialismo»?).
35
Las Ideas proceden, en suma, de conceptuaciones previas; de
conceptuaciones tecnológicas o científicas. Si nos atenemos a las tres Ideas por
antonomasia de la tradición escolástica vigente aún en Kant (es decir, a la Idea
de Mundo, la Idea de Hombre y la Idea de Dios), podemos ensayar esta tesis: la
Idea de Mundo no sería una suerte de «secreción» de la razón pura funcionando
por silogismos hipotéticos, sino una construcción límite procedente acaso de un
objeto técnico, el «cofre de la novia» (o mundus) ampliado a dimensiones tales
que lo hagan capaz de contener a todas las «joyas» que Dios creador haya
podido ir introduciendo en su interior. Ni la Idea de Dios procedería de lo alto, ni
de la razón subjetiva pura ejercitando los silogismos disyuntivos, sino de las
experiencias técnicas o políticas con animales numinosos de muy distintas
especies y géneros. Tampoco la Idea de Alma, humana o animal, procede de
vivencias internas dadas en la conciencia, sino de sensaciones «propioceptivas»
compuestas con representaciones de otros hombres o animales que se mueven
o se transforman en cadáveres. Y en cualquier caso, el número de Ideas, que la
historia ha ido acumulando rebasa ampliamente las tres ideas tradicionales.
36
aquella a la que pertenecen los términos culturales que expresan conceptos
culturales y aquella otra en la que puedan incluirse los términos que expresan
Ideas vinculadas a la cultura o a los componentes de la cultura. Los términos o
significantes que están afectados por el «coeficiente cultural» expresarán
muchas veces acepciones del propio significante «cultura»; otras veces serán
términos que expresan conceptos o Ideas que forman parte del entramado de
algún campo cultural, y no, por ejemplo, del entramado de algún campo natural:
«vaso campaniforme» es un significante que nos remite a un campo
cultural; termes lucifugus es un significante que nos remite a un campo natural.
37
campos culturales considerados en su propia inmanencia. Estas ideas se
organizarían preferentemente en el momento en el cual los conceptos culturales,
en lugar de mantenerse en su contextos diaméricos propios, se considerasen
según las conexiones que ellos puedan mantener con otros términos
«exteriores» a las partes constitutivas del campo cultural.
38
6. El segundo criterio para clasificar los términos culturales, (tanto si nos
remiten a significados que tienen forma de conceptos como si nos remiten a
significados que tengan forma de Ideas) se apoya en la oposición entre lo que
es particular o específico (hablaremos de «términos culturales determinados») y
lo que es universal o genérico (respecto del «todo complejo» constituido por los
campos culturales, para seguir la fórmula de Tylor).
39
referencia a la cultura objetual, como tampoco hay posibilidad de admitir una
cultura objetual que no diga referencia, al menos oblicua, a una cultura subjetual.
40
Tabla I
Conceptos de Cultura e Ideas de Cultura
(gnoseológica)
culturales
(cabezas
jíbaras)
3a 4a 7a 8a
Educación, paideia... Instituciones Espiritualismo Espiritualismo
de las sociedades culturales de humanista sobrehumanista Perspectiva
en general casa sociedad, emic
«culturas
circunscritas»
Cultura
Indeterminada 3b 4b 7b 8b
Totalizaciones fenoménicas Naturalismo Materialismo
(subjetivas y objetivas) de esferas y anticultural o cultural
Perspectiva
componentes en el sentido de Tylor infracultural Espiritualismo etic
organicista
(Frobenius,
Spengler)
Cultura desde
Criterio 2 Cultura desde Cultura desde Cultura desde Criterio 4
perspectiva
Criterio 3 perspectiva subjetual perspectiva objetual perspectiva objetual Criterio 3
subjetual
Sección II
Espiritualismo y materialismo en filosofía de la cultura
La Tabla II como tabla ontológica.
41
coordinable con la Idea Teológica). En los Ensayos materialistas del autor
(Taurus, Madrid 1972) y en el opúsculo Materia (Oviedo, Pentalfa 1990, que
corresponde al artículo encargado por la Europäische Enzyklopädie zur
Philosophie und Wissenschaften que dirige el profesor Hans Jörg Sandkühler)
puede encontrarse una exposición más detallada de estas cuestiones.
La concepción filosófica del espíritu (aunque tiene que ver sin duda con los
«conceptos etnológicos»), es más abstracta. Espíritu, desde el punto de vista del
sistema hilemórfico de los antiguos, es una Idea límite; en el sistema hilemórfico,
toda entidad real, finita y corpórea ha de considerarse como compuesta de un
principio pasivo llamado materia (hyle) y de uno activo llamado
forma (morfé).Ahora bien, del compuesto hilemórfico derivarían, por abstracción
y paso al límite, por un lado la Idea de una «Materia amorfa» (separada de toda
forma), que algunos identificarán con una «materia prima» común y aún previa
a todas las entidades existentes, y, por otro lado, la Idea de una «Formas
separadas» (de la materia) pero conservando el principio de su actividad y, por
tanto, su «inteligencia», que culminará en la Forma Suprema, entendida como
Acto Puro en la tradición aristotélica. Las entidades espirituales, en cuanto
42
formas activas separadas, en tanto siguen constituyendo parte del Mundo natural
o cósmico serán identificadas una veces con la almas espirituales actuantes en
los hombres (según la tradición agustiniana, renovada en la época moderna por
Gómez Pereira –en su doctrina del automatismo de las bestias– y por Descartes)
o bien con las formas separadas activas identificadas con los ángeles entendidos
como Inteligencias Separadas (Suárez, Disputación XXXV).
43
Y cuando aplicamos estas definiciones del espiritualismo y del materialismo
al campo de la cultura tendremos que considerar como espiritualistas a todas
aquellas concepciones que atribuyan la génesis y estructura de las formas
culturales a un proceso creador o «poietico», que «emerge» acaso de algún
sustrato humano, de algunos o de todos los pueblos y que se despliega orientado
por un destino propio independiente de la materia corpórea a la que acaso utiliza
instrumentalmente. Hablaremos de materialismo cultural cuando reconozcamos
la necesidad de descubrir en cualquier proceso de «creación» o «producción
cultural» la influencia determinante de otras formas o energías corpóreas,
orgánicas (humanas o protohumanas), inicialmente pre-culturales; influencia a
través de la cual el desarrollo de las formas culturales habría de quedar
«intercalado» en procesos cósmicos «envolventes» y muy especialmente
vinculado con los procesos de formación y desarrollo de las llamadas «culturas
animales».
(a) una alternativa humanista que tiende a identificar la Idea de Hombre con
la Idea de Cultura. La habitual definición del hombre como «animal cultural»
realiza plenamente esta alternativa, tanto si la definición se interpreta en la línea
del espiritualismo, como si se interpreta en la línea del materialismo cultural.
44
mantendrá en sus propios ritmos antropológicos característicos, que no tienen
mucho que ver con los ritmos propios del desarrollo histórico de las culturas.
45
del Berkeley como materialismo de la cultura (a la que nos obliga la concepción
expuesta del materialismo cultural) coincide plenamente con la interpretación
que Fichte hizo, desde su idealismo absoluto, del propio idealismo de Berkeley.
(A) La alternativa ateológica tendría que ser recorrida por toda ontología de
la cultura que considere necesario desvincularse de la idea teológica e incluso
oponerse a esta idea (como pudiera ser el caso del «ateismo postulatorio» que
suele relacionarse con Nietzsche, Scheler, o N. Hartmann).
Tabla II
Concepciones ontológicas de la Cultura
(ontológica)
Criterio 2
Cultura / Idea
a b
antropológica c
Identificación Separación
(M2) Identificación parcial Criterio 0
Cultura-Hombre Cultura-Hombre
Criterio 1 (praeterhumanismo)
(Humanismo) (sobre, infra Humanismo)
Cultura / Idea
cósmica (M1)
Aa Cassirer Ab Ac N.
Perspectiva
Herder Ortega Romanticismo Hartmann subjetual
A Fichte
Espiritualismo Scheler Hegel
Perspectiva
Frobenius objetual
Spengler
Ba Bb Etologismo Bc Freud
Perspectiva
Berkeley Wilson subjetual
B Moris
Materialismo
Teilhard Morgan Culturas Marx
Perspectiva
de Tylor extraterrestres objetual
Chardin Stewart
Criterio 3
Cultura / Idea T A T A T A Criterio 0
teológica (M3)
46
Final
1. El primero tiene que ver con la relación entre las tablas I (Gnoseológica)
y II (Ontológica). Las retículas 1 y 2 sobre las que están construidas las tablas
respectivas, no son «conmensurables» o «coordinables» punto a punto. Ni
siquiera cabe considerar a la Tabla II como una ampliación o «detalle» del
cuadrante constituido por los cuadros (7a, 7b, 8a, 8b) de la Tabla I. Aún cuando
efectivamente la Tabla II pueda coordinarse globalmente con el cuadrante citado
de la Tabla I, no será posible una coordinación punto a punto, debido a que los
criterios utilizados en estas tablas no son siempre los mismos. La Tabla II no
contiene el criterio 3 (que distingue la perspectiva subjetual de la objetual) de la
Tabla I; por su parte, la Tabla I no contiene ni el criterio 1 (que distingue el
espiritualismo del materialismo) ni el criterio 2 (humanismo, ahumanismo,
praeterhumanismo) de la Tabla II.
2. El segundo punto tiene relación con la tabla II. Si asignamos a las ciencias
positivas los conceptos categoriales (que, suponemos no agotan la realidad de
sus campos respectivos) y asignamos a la Filosofía las Ideas (que, según hemos
dicho, no proceden del cielo ni de una conciencia a priori sino de los propios
materiales conceptualizados a través de la técnicas y de las ciencias), podríamos
arriesgarnos a concluir:
(1) que no cabe hablar de una «Ciencia Universal de la Cultura» que fuera
capaz de abarcar, no solamente la culturas animales, sino también a las culturas
humanas. Ni siquiera la «Antropología Cultural», definida como «ciencia de la
cultura humana», será algo más que un proyecto utópico, un «fantasma
gnoseológico».
47
dejar de lado el dualismo dicotómico Naturaleza / Cultura, en nombre del cual
muchos dan por descontado que una disciplina científica que no pueda ser
considerada como ciencia natural habrá de ser necesariamente clasificada como
ciencia cultural.
Según esto será preciso concluir que los conflictos entre las diferentes
filosofías de la Cultura no podrán dirimirse en un supuesto ámbito autónomo de
la Filosofía de la Cultura. Será preciso remontarse a otros principios dados, fuera
de la Filosofía de la Cultura y aun de la Cultura misma. No cabe «apoyarse en la
cultura» al menos desde una perspectiva materialista para, desde ella, tratar de
dibujar una determinada concepción del Mundo capaz de resolver las cuestiones
relativas a Dios, al espíritu, a la libertad o a otras cuestiones semejantes. Es la
«concepción del Mundo» la que determina una Filosofía de la Cultura.
48
Función social de la Universidad Popular
Gustavo Bueno
Introducción
2. Decimos esto porque si la vida individual se mide por años y la vida social
o histórica de las instituciones se mide por siglos o por generaciones, la
Universidad Popular de Gijón ya ha traspasado las medidas de una vida
individual y ya puede considerarse como una institución consolidada.
49
años; confieso que dedicaba su primera parte a criticar el título que se me había
propuesto.
a) Que la Universidad Popular, como institución, tiene una función social que
la «justifica» y la «exige» es una tautología; puesto que toda institución es social
y sólo por serlo nace, vive y hasta muere, según el ritmo propio de las
instituciones.
50
Unión Soviética) y las democracias actuales, vinculadas formal y explícitamente
a la sociedad de mercado. Sociedad en la cual los ciudadanos se constituyen
ante todo como usuarios o consumidores de los bienes o productos que la
«sociedad» les ofrece. Incluso en las instituciones hospitalarias el enfermo sale
fuera de la relación tradicional médico/enfermo (relación llamada «paternalista»),
sustituida por la relación dispensador de servicios o bienes/usuario o consumidor
(usuario de quirófano, de bisturí, o consumidor de medicamentos).
En nuestro caso:
a) Ante todo, la propia Universidad tradicional. Este es, sin duda ninguna, el
término fundamental de comparación de la Universidad popular respecto de la
Universidad tradicional. ¿En qué se diferencian? ¿En qué se asemejan?
ii. Los Partidos políticos y sus instituciones «formativas» o docentes, por ejemplo,
sobre todo, las Casas del Pueblo.
iii. Las iniciativas privadas de la llamada «sociedad civil», como pudieron serlo
en su tiempo las Sociedades de Amigos del País, impulsadas por
Campomanes, más tarde los Ateneos, y en nuestros días los Clubs o
Asociaciones Culturales.
51
iv. Por supuesto, todas las instituciones relacionadas con los Museos, los
Teleclubs, y numerosos programas (llamados «culturales», «científicos» o
«educativos») de radio y televisión.
La Iglesia es una institución real que está envuelta por una nematología
definida por ella misma: es una institución divina; e indirectamente dependen de
esta institución divina las Universidades pontificas. Pero de hecho, la Iglesia
Católica, incluso la Iglesia Católica medieval, desempeñaba otras funciones
estrictamente positivas (funciones de banca, de refugio de peregrinos, de sala
de espera, de promoción de gentes humildes, &c.). Hasta las drogas, como
52
institución, o las Selmanas Celtas, tienen su nematología: Aldous Huxley, o
Timothy Leary, formularon la ideología de las drogas; la nebulosa ideológica de
las Selmanas Celtas necesita una gran actividad (puesto que, desde luego, no
son celtas); sus funciones positivas son sin embargo otras: asociaciones,
reivindicaciones autonómicas, nacionalistas o racistas, &c.
1. La institución universitaria tiene ya casi diez siglos, y esto sin contar sus
precedentes clásicos, que fueron, por cierto, instituciones privadas: la casa de
Calias –descrita en el Protágoras–, la Academia platónica y el Liceo de
Aristóteles. Sólo una hijuela del Liceo, la Escuela de Alejandría, el Museo,
comenzó a ser lo más parecido a una universidad de nuestros días.
2. Se comprende, por tanto, que las nematologías vayan evolucionando y
cambiando. Es preciso por tanto clasificarlas. Y nos parece que la clasificación
más importante, no solamente por sus fundamentos teóricos, sino por su alcance
práctico, sería la que establece estos dos grupos de nematologías:
las unitaristasy las pluralistas. Podría decirse que las nematologías unitaristas
subrayan el Unusde la Universitas, en tanto que las nematologías pluralistas
subrayan el alia de la etimología convencional (Unus versus alia). En un caso se
presupone que lo que es uno en principio se refracta en diversas partes; en el
otro caso se presupone que «las cosas múltiples» en su origen, se mueven hacia
una unidad, que acaso es sólo externa o superestructural.
3. Ideologías unitaristas. Las ideologías unitaristas las clasificaremos a su
vez en tres tipos, que podríamos poner en correspondencia, prescindiendo del
orden, con las tres edades que Comte asignó al desarrollo de la Humanidad.
53
b. Ideologías positivas. Estas ideologías aparecen sin duda a raíz de la
revolución científica industrial. La Universidad se redefinirá ahora como
institución que tiene por objeto el cultivo de la ciencia, y sólo desde ella, de
sus aplicaciones técnicas e industriales (lo que diferencia a la Universidad,
según esto, de las llamadas Escuelas especiales, Escuelas de artes y oficios,
&c., es su perspectiva científica). La ideología de la ciencia unitaria favorecerá
la concepción de la Universidad en sentido unitarista. Es muy importante tener
en cuenta que la ideología positiva segrega de la Universidad propiamente
dicha a las Facultades de Teología, al menos en los países católicos, que en
España quedan incluidas en las Universidades pontificias.
54
europea, lo primero que tendrá que advertir sería esta falta de unidad,
interpretando la pluralidad real como un des-pedazamiento. Sólo que en lugar de
aceptar, como un hecho, esta pluralidad irreducible de la Universidad, como
consustancial de la institución universitaria, se percibirá como un problema. Un
problema, por tanto, que se le plantea a la Universidad en la medida en que se
suponga que ella tiene una misión propia, a la que corresponde, entre otras
cosas, dirigir su voz propia a las instancias supremas de la política nacional o
internacional.
55
4. Ideologías pluralistas. Para el pluralismo, por ejemplo, para el
materialismo filosófico, la Universidad es ante todo un conjunto plural de
instituciones a las que no se les puede asignar una misión propia unitaria. En
general, las disciplinas científicas cultivadas en la Universidad tienen, cada una
de ellas, su propio ritmo, su propio «destino», sin perjuicio de la
interdisciplinariedad. Pero, sobre todo, en la institución universitaria se integran
también «disciplinas» que poco tienen que ver con las disciplinas científicas
estrictas, por ejemplo, las disciplinas artísticas, las literarias, o las jurídicas. Y,
por supuesto, las disciplinas filosóficas. Es cierto que el profesor de filosofía
puede considerarse una y otra vez equiparado, en cuanto profesor, al profesor
de Química o al profesor de Mecánica, por sus cursos, horarios de trabajos,
relación con los alumnos, exámenes, calendarios, derechos y deberes laborales.
Pero esto no hace que la Filosofía pueda quedar anegada por las características
derivadas de la condición genérica de los profesores. Más aún, estas
condiciones genéricas contribuyen a una orientación de la filosofía hacia
direcciones que le son ajenas, sin perjuicio de que con ello se constituya una
nueva especialidad, la filosofía filológica o doxográfica, la «filosofía de profesores
para profesores».
57
2. Pero también otras funciones no científicas, principalmente las de ofrecer
altas titulaciones que permitan el ejercicio de determinadas profesiones.
58
a estas clases que no han accedido a la Universidad facultativa, y se dirige a
ellas precisamente para cultivarlas, y para cultivar en adelante actividades que
quedan de hecho marginadas de la Universidad tradicional. La llamada
«extensión universitaria» fue asignada como una responsabilidad propia de la
Universidad facultativa.
59
inspiró a Lenin la edificación del Metro de Moscú o, en otro orden, a Girón (desde
el Ministerio de Trabajo, no desde el Ministerio de Educación Nacional –que
atendía a las Universidades facultativas–), la Universidad Laboral de Gijón,
creada como alternativa a una Universidad burguesa de Oviedo, que por cierto
había sido quemada por el pueblo, durante la Revolución de 1934.
En China la Revolución Cultural de Mao (1960), que entre otras cosas envió
a los profesores de las Universidades chinas a reeducarse segando campos o
realizando actividades paralelas.
B. Funciones positivas
60
grupos, cocina, entorno personal, &c.; el área tercera comprende la formación
cultural y para el ocio (museos, guitarra, &c.).
Final
61
La Universidad Popular procede en cambio de un modo eminentemente
pragmático, prefiriendo aplicaciones prácticas antes que «doctrinas» o «teorías»
–de hecho hay poca Matemática o poca Filosofía; a lo sumo hay en ellas más
bien divulgación biológica o científica, más próxima a esos esquemas que Ortega
asignaba a la Facultad de Cultura.
62
abstracto, cuando es verdadero, no nos aleja de la realidad, sino que nos acerca
a ella.»
63
La Huelga General del 20J:
un proyecto confuso
Gustavo Bueno
64
de ellos, que posteriormente afirmarían haber estado en huelga, no firmaron ese
documento, por lo que su huelga fue a lo sumo pasiva y vergonzante, y por tanto
no computable como huelga).
(1) Que la Huelga General no estaba convocada por los partidos políticos
de oposición, sino por las centrales sindicales; y, en todo caso, que estaba
65
planeada en el marco más estricto de la legalidad constitucional vigente en
nuestra democracia (Artículo 28.2 de la Constitución de 1978): «Se reconoce el
derecho a la huelga de los trabajadores para la defensa de sus intereses.» Por
consiguiente los Sindicatos convocantes, al afirmar que la Huelga General no
era una huelga política podían querer estar diciendo, o estaban diciendo, que la
Huelga era plenamente democrática, que ellos no convocaban una Huelga
General Revolucionaria, es decir, una Huelga General orientada a arruinar la
propia Constitución democrática coronada, a fin de sentar las bases, por ejemplo,
de una auténtica Constitución Socialista (¿quién se atrevería a hablar a estas
alturas de una Dictadura del Proletariado?). Como lo fue la Huelga de 1905
impulsada por Lenin; como lo fue la proyectada Huelga General Pacífica durante
los años cincuenta, mediante la cual se pretendía, con ingenuidad encantadora,
derribar al régimen de Franco una vez que el PCE, desde 1947, desistiera de «la
vía armada», por sugerencia del propio Stalin –según cuenta Santiago Carrillo
en sus Memorias–, y retirara las guerrillas (maquis) que operaban
principalmente en Levante y en el Pirineo, a fin de practicar el entrismo del cual
surgió Comisiones Obreras como una pseudomórfosis de los Sindicatos
Verticales (que, por cierto, tenían tanto de inspiración soviética como de
inspiración fascista italiana: la autoconcepción de los Sindicatos Verticales como
órganos de carácter público pasó integramente a las centrales sindicales de la
democracia, como pasaron a los sindicatos democráticos los mismos edificios
sindicales construidos durante el franquismo y las legítimas aspiraciones de los
trabajadores a transformarse en una especie de funcionarios del Estado, como
si se estuviera viviendo en una sociedad comunista y no en una sociedad
democrática de libre mercado).
66
económica, entre los múltiples días de elección posible para celebrar la Huelga.
Probaba que esta Huelga iba dirigida contra el presidente Aznar, y buscaba
deslucir a toda costa («que no se fuera de rositas») en su final la Presidencia
europea. Pero en todo caso los partidos políticos de oposición, y muy
especialmente los gobiernos socialistas de las comunidades autónomas,
apoyaron en todo momento y entusiásticamente la huelga convocada por lo
sindicatos («Párale los pies a la derecha», decía Izquierda Unida). Por tanto, aún
concedido que la Huelga no hubiera tenido en su origen una intencionalidad
político-partidista, es indiscutible que cobró esta intencionalidad no sólo en el
proceso de la convocatoria, sino en su ejecución.
Para que una Huelga sea democrática, debe ser ejercitada individualmente,
por cada uno de los trabajadores (como ocurre con el voto en las urnas), y no
colectivamente. Es cierto que el artículo 37.2 de la Constitución reconoce la
posibilidad de conflictos colectivos; pero con este reconocimiento, si se extiende
al ejercicio de la Huelga, la Constitución padecería lo que los fundamentalistas
llamarían un «déficit democrático», como lo padece la Constitución de 1978 en
su Título II, al establecer que la Jefatura del Estado ha de recaer en un miembro
67
de la familia Borbón. El derecho de Huelga, en democracia pura, es un derecho
de cada trabajador; y, por ello, este derecho no puede entrar en colisión con el
derecho de los trabajadores que deseen acudir a su puesto de trabajo. Pero la
acción de los piquetes, que sólo por ficción vergonzante (por ficción que no se
atreve a considerarse revolucionaria) eran «informativos» –no disminuye en
nada el significado de esas acciones la referencia a los metafóricos «piquetes
empresariales» actuando principalmente sobre trabajadores con empleo
precario–, descalificó la naturaleza democrática de la Huelga, pese a los buenos
y confusos deseos de los dirigentes de la cúpula sindical. Una Huelga General
democrática no puede parar la Nación, ni causarle daños tan graves; los
derechos de una parte de la sociedad política no pueden atentar a la sociedad
política misma, y por ello «la ley que regule el ejercicio de este derecho [de
Huelga], sin perjuicio de las limitaciones que pueda establecer, incluirá las
garantías precisas para asegurar el funcionamiento de los servicios esenciales
de la comunidad». Los Sindicatos consideraron, en un ejercicio de subjetivismo
inconcebible y ad hoc, los decretos que regulan los servicios mínimos como
inconstitucionales, como si fueran ellos los que podían calificarlos. La intención
de los piquetes no era otra sino la de llevar a cabo un sabotaje a estos servicios
esenciales para la comunidad democrática (como había ocurrido días antes en
la huelga de autobuses de Barcelona). Unos días antes de la Huelga unos
desconocidos perpretaron la destrucción de parte de la red de fibra óptica de
Telefónica, provocando un colapso de comunicaciones en todo España de varias
horas. Los Sindicatos naturalmente negaron su participación en este sabotaje;
pero tendrían que demostrar que el sabotaje fue llevado a cabo por el Gobierno.
A esto hay que añadir otros indicios inequívocos: ¿Cómo interpretar los
petardos estruendosos que se arrojaban por algunos de los piquetes y en
algunas manifestaciones? ¿Cómo interpretar la quema de contenedores de
basura y agresiones directas a trabajadores que pretendían ocupar su puesto de
trabajo? Quienes arrojaban esos petardos, y según el modo como los arrojaban,
quienes quemaban los contenedores, quienes ejercían coacción física, tenían
sin duda en su cabeza confusa la idea de una Huelga General Revolucionaria; y
no les reprocho tanto esta idea, cuanto su creencia de estar representando la
condición del ciudadano demócrata que lucha legítimamente por sus derechos
«expropiados» y se justifica invocando la acción previa de los piquetes
empresariales (contra los cuales habría que ejercitar en democracia la
correspondiente acción judicial, pero no los petardos, la quema de contenedores
o las bofetadas).
68
destinada a derribar al «gobierno de la derecha, defensor de los intereses
capitalistas» (¿a qué otros intereses podría defender el Partido Socialista o
Izquierda Unida en una democracia de mercado?). ¿Cómo, si no, interpretar
esas acusaciones –que se mantienen a la misma escala en la que se movía
Carrero Blanco cuando hablaba del contubernio «ruso-judeo-masónico»– según
las cuales «la reforma de los subsidios de paro es un escalón más en la frenética
carrera del PP para eliminar todas las conquistas sociales posibles»? Sólo unos
militantes sometidos a un estado de guerra rayano en la imbecilidad profunda
pueden ver de ese modo las intenciones de su adversario (a quien de ninguna
manera puede interesar eliminar las conquistas sociales posibles), y su error de
diagnóstico los conducirá inevitablemente al fracaso. ¿Cómo afirmar que desde
el momento en que los inmigrantes sin papeles, explotados, realizan las
principales tareas del campo, ya no es necesario el subsidio agrario? ¿Cómo
callar el hecho de que se hayan suscrito tantos contratos legales con inmigrantes
de países del Este o hispanoamericanos, que los desempleados españoles han
despreciado? ¿Cómo suponer que el «decretazo» conduce «lo que hasta ahora
constituía un derecho subjetivo del trabajador, a convertirse en una concesión
administrativa», dejando de lado el hecho de que el derecho subjetivo del
trabajador, en una sociedad democrática, está en función de un contrato de
trabajo? ¿Cómo atreverse a presentar, como argumento de incitación a la
Huelga, la cifras de los seiscientos mil millones de pesetas de ganancias de la
banca, durante el año 2000, frente a los salarios de los trabajadores inferiores a
dos millones de pesetas? ¿Acaso esos seiscientos mil millones de ganancias
iban a ser repartidos entre los consejeros de la administración de los bancos o
entre sus accionistas? ¿Acaso la mayor parte de esas ganancias no van
destinadas, dentro del orden capitalista, a la inversión y, a su través, a la creación
de puestos de trabajo, y esto sin perjuicio de las suculentas gratificaciones a los
grupos selectos de consejeros? Sólo para quienes tienen en su cabeza, de un
modo más o menos confuso, el objetivo de una Huelga General Revolucionaria,
pueden tener sentido esas desaforadas confrontaciones.
Y, sobre todo, cuando se insiste una y otra vez en la precariedad del empleo,
acusando a los empresarios de canibalismo laboral, ¿olvidan que si los
empresarios (y sobre todo los pequeños empresarios autónomos, los que más
puestos de trabajo ofrecen, aunque son muy pocos los trabajadores por cada
empresa, en la que ellos mismos trabajan también sin poder estar sindicados
como trabajadores) no ofrecen empleos permanentes es porque no pueden?
¿Olvidan que es absurdo pretender que los pequeños empresarios paguen al
trabajador que se ponga de baja durante meses y meses, hasta arruinarlo?
¿Olvidan que si los empresarios se arruinan los empresarios quedarían también
sin empleo? ¿Es que pueden existir, en una sociedad de mercado libre,
trabajadores sin empresarios? La ironía profunda de la realidad de la sociedad
democrática de mercado se nos muestra en el momento en el cual el trabajador
tiene que reconocer que si quiere mantener su empleo ha de procurar «ayudar
69
a su explotador», al empresario, porque si lo destruye, sin destruir «al sistema»,
se destruye también a sí mismo y a su familia. Y no se destruye lo que se quiere,
sino lo que se puede destruir.
Artefacto casero contra la cafetería Europa, que abrió el 20-J. La Policía investiga imágenes
del 20-J para aclarar un atentado en una cafetería de Gijón. Los autores colocaron
explosivos y panfletos con el lema «¡Jódete, esquirol!»
El propietario de la cafetería Europa, en la plaza del mismo nombre, donde ayer hizo
explosión un artefacto casero que destrozó la puerta principal, dice que volverá a «abrir en la
próxima huelga». Cerca del local, que estuvo abierto el 20-J, aparecieron pasquines que acusaban
a su dueño de esquirol, como el que el afectado muestra en la imagen. La Policía investiga la
autoría del atentado.
La Policía investiga documentación gráfica de la huelga general del pasado 20 de junio para
dar con los autores de un atentado en Gijón. Los hechos sucedieron a las dos y media de la
madrugada del viernes, momento en que explotó un artefacto casero en una cafetería, que abrió
el 20-J. El local amaneció rodeado de pasquines con el lema «¡Jódete, esquirol!».
A las tres menos cuarto de la madrugada del viernes el propietario de la cafetería Europa,
Manuel Ampudia, recibía la llamada de un sereno. El mensaje fue sorprendente: alrededor de las
dos y media, había explosionado un artefacto de fabricación casera en su cafetería, situada en la
plaza de Europa. Al llegar al local, se encontró la puerta principal reventada y decenas de
pasquines desperdigados por el suelo. El lema, escrito en asturiano, advertía que «la nuestra
miseria ye'l tu beneficiu. El que la fai la paga. ¡Jódete, esquirol!».
70
Los agentes analizan ahora el explosivo y los pasquines por si pudiesen aparecer huellas u
otras pruebas que puedan determinar la autoría de los hechos. El Cuerpo Nacional de Policía ha
abierto diligencias judiciales para aclarar el suceso y estudia documentos gráficos del 20-J para
descubrir si entre los piquetes se encontraban elementos radicales. Se admite que dar con los
culpables va a ser «difícil» y que los autores no tienen por qué estar entre el grupo que acudió a
la cafetería el día de huelga.
Eso sí, tanto el propietario de la cafetería como las fuerzas de seguridad vinculan la explosión
con el paro. El 20 de junio, Manuel Ampudia abrió su local a las seis de la madrugada, como suele
hacerlo todos los días. Alrededor de las siete horas tuvo «más que palabras» con algunos
piquetes, que le recriminaron su actitud. Los enfrentamientos verbales y forcejeos con miembros
de piquetes se reflejaron en los medios de comunicación. Al final, el establecimiento estuvo abierto
al público durante toda la jornada, para lo que precisó la colaboración de agentes antidisturbios,
que vigilaron para evitar que se produjesen nuevos incidentes. Ayer, Ampudia se personó
alrededor de las cinco de la madrugada en Comisaría para declarar sobre los hechos. Durante el
día, la cafetería Europa funcionó toda con normalidad, tan sólo alterada por la curiosidad de
numerosos clientes que se acercaron al establecimiento para interesarse por el suceso. El
propietario del local recibió, además, las llamadas de varios medios de comunicación de ámbito
regional y nacional.
Gijón: Un artefacto destroza la puerta de una cafería que no cerró en la huelga general. El
hostelero, tras la explosión de varios petardos y «sprays», recogió papeles con amenazas
personales por haber abierto el 20 de junio
Algunos piquetes le habían advertido que, por no cerrar el 20-J, se iba a enterar. Ayer se
enteró. «Durante 10 años estuve viviendo en distintos países de Latinoamérica, y precisamente
fue por este tipo de cosas por las que volví, buscando tranquilidad. Es increíble que en pleno siglo
XXI y en el supuesto Primer Mundo pasen cosas como éstas». Con estas palabras de indignación
valoraba Manuel Ampudia, propietario de la cafetería Europa, situada en la céntrica plaza del
mismo nombre, la explosión de un artefacto casero en la puerta de su establecimiento.
El explosivo, colocado en entre las dos hojas de la puerta, detonó a las 2.30 horas de ayer,
destrozando la puerta del local. Alertados por vecinos, agentes del Cuerpo Nacional de Policía se
personaron instantes después en el lugar de los hechos, encontrando, además de la destrozada
puerta, varias decenas de pasquines con la frase: «La nuestra miseria ye el tu beneficio, el que la
fai, la paga. ¡Jódete esquirol!». Después de tomar testimonios, los agentes del Cuerpo Nacional
de Policía alertaron al Grupo de Desactivación de Explosivos de la Jefatura de Oviedo, que, junto
con agentes de la Policía Científica de la Comisaría de Gijón, examinaron el lugar de los hechos.
La primera conclusión de sus investigaciones, pendientes todavía de ulteriores análisis, es que el
artefacto que hizo explosión estaba hecho con petardos pirotécnicos y con botes de «sprays».
71
¿Qué es un aventurero?
Gustavo Bueno
El aventurero es la contrafigura del viajero, pero tampoco es el prototipo del ciudadano libre. El
valor del aventurero habrá que medirlo por el valor del destino al que sus aventuras hayan
podido llevarle
Ignacio Gracia Noriega, que nos contó hace unos quince años un «viaje con
aventuras y aventureros» –El viaje del obispo de Abisinia a los santuarios de la
cristiandad, que obtuvo el premio Tigre Juan de 1986– nos ofrece ahora en este
libro una serie muy nutrida de relatos de aventuras, o de aventureros sin viaje
propiamente dicho (según el concepto que más adelante expondré). El viaje de
Juan Gondár, el Obispo de Abisinia, acompañado de su fámulo Isboseth, de su
mono Don Babuino o Don Balbino y de su Biblia árabe, era un viaje imaginario
y, en todo caso, el viaje de alguien que no siendo asturiano quiso pasar por
Asturias, como lo fue el viaje, esta vez real, de otro portador de biblias, George
Borrow, «Don Jorgito el inglés», sobre el cual también ha escrito Gracia Noriega.
Pero en este libro nos encontramos con aventuras de asturianos fuera de
Asturias; asturianos que fueron de carne y hueso y cuya realidad no ofrece mayor
resistencia a la transparencia, elegancia y amenidad características del narrador
de la que podrían ofrecer unas aventuras imaginarias moldeadas a su medida.
72
balleneros, los marinos mercantes, los raqueros, los cazadores de osos, los
arrieros...
73
sobre todo, porque los parámetros de la semejanza irán cambiando de forma tal
que la enumeración no nos llevaría ni siquiera a la determinación de los
elementos de una clase borrosa. Pero también es cierto que el modo como
suelen establecerse las enumeraciones de los elementos de una clase dada (por
ejemplo, la enumeración de los aventureros asturianos que figuran en este libro)
es un modo que tiene mucho de inductivo; y este modo puede ser certero cuando
el que hace la enumeración tiene «buen juicio», es decir, sabe mantener los
parámetros pertinentes, como le ocurre a un buen catador, en materia de vinos.
Tal es el caso sin duda de Ignacio Gracia Noriega, que, en consecuencia, podría
responder a un supuesto crítico pedante que argumentase desde las posiciones
propias de un profesor de lógica inductiva, lo que el gran orador Antifón
respondió a un dramático pedante que le objetaba algo así como lo siguiente:
«¿Cómo te atreves a hablar en público sin saber definir la metonimia?» Antifón
le había respondido: «No sé definirla, pero escucha mi discurso y encontrarás
muchas.» Gracia podría responder: «No puedo definir el concepto de aventurero,
pero lee mi libro y encontrarás muchos; y muchos más de los que tú podrías
encontrar partiendo de una definición ya fuera inductiva, ya fuera deductiva,
porque, aunque partieses de ella, el poco talento que demuestras tener al
formular esta objeción no te permitiría aplicarla con buen juicio.»
74
concepto distinto, es renunciar a la definición positiva y recurrir a la clasificación,
una vez perfilada su definición negativa. Definición negativa que, a su vez, sólo
tiene sentido en función de algún concepto positivo previamente establecido.
El camino es pues la norma del viaje; por lo que el viajero es, con propiedad,
quien recorre algún camino, algún itinerario ya establecido y reglado. Un
itinerario que no tiene por qué ser, salvo por abstracción, estrictamente espacial-
geográfico. Un itinerario es, así, alguna línea del espacio, pero del espacio
antropológico, que incluye siempre la temporalidad, la duración. Ningún camino,
ni el geográfico, puede recorrerse en un instante, fuera del tiempo. El itinerario
es siempre una «línea en el tiempo de una vida», ya sea ésta una vida terrena,
inmanente, aunque incierta (quia vitae sectabor iter?), sea de una vida espiritual,
trascendente, el Itinerarium mentis in Deo, que San Buenaventura pretendió
reglar, jalonar y graduar.
75
espacio social y humano (aunque fuera tan reducido como lo era el «viaje a
Citerea» practicado por algunos miembros de la clase ociosa francesa del
Antiguo Régimen) o bien por el espacio praeterhumano en el que habitan los
dioses o los númenes (y que algunas personas quieren recorrer transportados
en ciertos vehículos místicos, grandes o pequeños, ya tengan la forma de
pastillas redondeadas que nos transportan a los viajes psicodélicos, ya tengan
la forma de las meditaciones trascendentales).
76
7. Podemos establecer, en virtud de lo que llevamos dicho, un primer criterio
de clasificación general de las aventuras y de los aventureros en dos tipos: el
tipo de las aventuras (o aventureros) de itinerario («aventuras sin viaje») y el tipo
de las aventuras (o aventureros) de suceso («viajes con aventuras»).
8. Los aventureros del primer tipo, los que se enfrentan con itinerarios
nuevos o imprevistos, podrían clasificarse en tres categorías, según el eje del
espacio antropológico al que más se aproxime la línea de su itinerario.
Distinguiremos así:
77
al lugar más alejado, hasta entonces, al que pudo haber llegado
cualquier navegante; sin embargo este itinerario había sido
milimétricamente programado, como previstas estaban también las
circunstancias de su destino, la Luna. En este sentido habría que
desaprobar la equiparación, como itinerario de aventuras, del
itinerario de Armstrong y el itinerario de Colón. Colón fue un
aventurero, pero Armstrong no lo fue en absoluto, estaba mucho
más «teledirigido» por la NASA de lo que Colón pudo estar
«teledirigido» por los Reyes Católicos. Y, por cierto, también Colón
estuvo teledirigido, en una medida mucho más grande de lo que
suele reconocerse, por los planes de los Reyes Católicos: sería
hora ya de rebajar un poco la gloria de Colón como aventurero,
subrayando precisamente sus semejanzas con un astronauta de
nuestros días.
78
(3) En tercer y último lugar he de referirme, por razones
sistemáticas, a los aventureros de itinerarios praeterhumanos (ni
geográficos, ni humanos) como son, por antonomasia, los
itinerarios religiosos. Estos itinerarios desbordan unas veces el
círculo de la propia religión y conducen al aventurero a religiones
relativamente extrañas, que implican abjurar de la propia. Un
célebre aventurero holandés, que llegó a tener la confianza de
Felipe V, Juan Guillermo, barón de Riperdá, había ya abjurado, en
sus primeros tiempos de Holanda, del catolicismo; volvió a
convertirse a esta religión cuando vio las posibilidades de medrar
en España; al cabo de los años, vuelto a Holanda, abjuró de nuevo
en 1730 del catolicismo y, tras una serie de avatares, acabó en
Marruecos haciéndose musulmán, con el nombre de Osmán Bajá.
79
Sin duda, las aventuras de suceso pueden tener lugar en itinerarios exóticos,
pero no necesariamente. El itinerario de los astronautas, a los que nos hemos
referido, que pusieron por primera vez el pie en la Luna fue, hasta la fecha, el
itinerario más exótico recorrido en realidad, y no sólo en la imaginación; pero el
único suceso extraordinario que los astronautas del Apolo XI pudieron constatar,
fue precisamente la ausencia de los sucesos extraordinarios que eran esperados
por mucha gente y que algunos, sin duda, para no defraudar las expectativas,
supusieron se habían producido (se habló de contactos entre Armstrong y los
extraterrestres, que las autoridades habrían mantenido en el más riguroso
secreto).
80
Gonzalo Díaz de Pineda, Pedro Menéndez de Avilés o Amado Osorio fueron
antes aventureros de itinerario geográfico que aventureros de itinerario social; y
si el Virrey Abascal o Íñigo de Noriega fueron antes aventureros de itinerarios
sociales que aventureros de itinerarios geográficos (a pesar de que corrieran sus
aventuras lejos de España; en rigor no tan lejos, puesto que se movieron dentro
del Reino). También tendrá que decidir el lector si Fray Melchor García
Sampedro fue aventurero por haber andado «por los caminos del Extremo
Oriente» o más bien por haberse internado en un itinerario espiritual que le llevó
al martirio. ¿Y Fray Francisco Menéndez? ¿Y Fray Servando Teresa de Mier
Noriega?
81
sigue que la libertad, por sí misma, no merece el respeto que tantas
constituciones democráticas le conceden. El respeto hay que concedérselo a los
resultados de la acción libre, a los resultados de la libertad, y no a la libertad
misma.
En conclusión habrá que decir que el aventurero, no por no ser hombre libre,
en sentido civil, carece de valor. Su valor está en otra parte, en
su destino, cuando éste sea valioso. El valor del aventurero habrá que medirlo,
en efecto, no tanto por sus aventuras cuanto por el valor del destino al que estas
aventuras hayan podido llevarle.
10 de junio de 2002
82
Nota sobre las seis vías de constitución de una disciplina
doctrinal en función de campos previamente establecidos
Gustavo Bueno
Carlos Iglesias y Alberto Hidalgo me piden que haga explícitos los criterios
de la enumeración de las seis vías de constitución de una disciplina que figuran
en ¿Qué es la Bioética? (Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2001, págs. 33-
46), supuesto que esta enumeración no fuera meramente empírica:
83
segrega del conjunto; pero aunque sigan englobadas en la categoría
común, sin embargo pueden constituirse en especialidades que requieran
terminología, métodos, aparatos característicos, es decir, que requieran
constituirse como nuevas disciplinas (subalternadas, sin duda, a la
disciplina general). Los motivos por los cuales una categoría dada se
desarrolla por alguno de sus sectores o de sus partes distributivas no son
necesariamente internos a la categoría (aun cuando los contextos
determinantes y sus desarrollos hayan de serlo) sino que pueden ser
ocasionales (motivos económicos, de coyuntura, tecnológicos, &c.). Esto
significa que el desarrollo interno de una ciencia genérica, no por ser
interno ha de entenderse como un proceso homogéneo, armónico, sino
más bien como un proceso aleatorio, desde el punto de vista sistemático.
Una categoría, en su desarrollo, se parece de hecho más a un monstruo
que a un organismo bien proporcionado.
En principio las nuevas disciplinas se mantienen en el ámbito de las líneas
generales de la categoría; sin embargo no por ello cabe decir que las
disciplinas segregadas sean una simple «deducción», o reproducción
subgenérica de las líneas genéricas, porque bastarían las diferencias de
métodos para dar lugar a diferentes disciplinas dotadas de gran
autonomía en sus desarrollos. Podríamos poner como ejemplo
la segregación de la Mecánica de Newton, que comportaba la traslación
de sus leyes (formuladas por referencia a los astros) a los corpúsculos de
las nuevas teorías mecánicas, a partir de Laplace: la simple diferencia
de escalas implicaba adaptaciones de constantes, parámetros, nuevos
dispositivos experimentales, &c.
84
la Geometría en le Geometría Analítica, o la confluencia de la Química
clásica y la Física en la Química Física. La intersección puede dar lugar a
términos nuevos, por ecualización de los campos intersectados. Sin
embargo, las situaciones cubiertas más propiamente por esta tercera
alternativa son las llamadas «disciplinas interdisciplinares» (tipo
«Ciencias del Mar», en la que confluyen categorías tan diversas como la
Geología, la Biología, la Química, la Economía Política, la Geografía, &c.).
Estas disciplinas, constituidas en torno a un sujeto de atribución, no son
desde luego una ciencia categorial, pero sí pueden dar lugar a disciplinas
dotadas de una unidad práctica, aunque externa, que le confieren una
estructura que no es suficiente para disimular su naturaleza
enciclopédica.
85
descubrimiento, por ejemplo, se mantienen o son reformulables en el
ámbito de las categorías de referencia) como si fuese un repliegue
producido en ella merced a las estructuras que se habrían determinado
por procesos extrínsecos pero que son, en el regressus, «devueltas» a la
categoría. Cabría ilustrar este procedimiento con la Electroforesis, como
disciplina de investigación biológica (las estructuras dadas en tejidos,
células, &c., proyectadas en un campo electromagnético, determinan
comportamientos propios de los tejidos vivientes, con un significado
biológico característico, pero que no podría haber sido «deducido» del
campo estricto de la Biología).» (Gustavo Bueno, ¿Qué es la
Bioética?, Biblioteca Filosofía en español, Oviedo 2001, págs. 33-35.)
Ante todo, conviene subrayar que las disciplinas doctrinales de las que
hablamos no hay que entenderlas exclusivamente como ciencias categoriales
estrictas (de algún modo, como «categorías»), sino también como géneros
subcategoriales (como pudiera serlo la Geometría Proyectiva respecto de la
Geometría en general) o como disciplinas no estrictamente científicas, en su
sentido más riguroso (como pudiera serlo la Sociología o la Filosofía de la
Religión). Pero los campos de las disciplinas de las que hablamos, aún cuando
no sean estrictamente campos categoriales, pueden ser considerados por
analogía, como si lo fueran.
86
2
Esto supuesto habría que tener en cuenta, según un primer criterio, dos
modos diferentes de surgimiento de una disciplina nueva a partir de un sistema
de disciplinas establecidas:
87
4
Cruzando los dos criterios anteriores resultan las seis vías de constitución
de disciplinas o ciencias de las que venimos hablando:
88
precursoras. Tal sería el caso de la Bioética, respecto de la Ética o respecto
de la Medicina.
89
La canonización
de Marilyn Monroe
Gustavo Bueno
Intervención en la presentación del libro Marilyn, de André de Dienes, publicado por Taschen
(Colonia 2002), celebrada en el Club Cultura de FNAC Parque Principado, el viernes 25 de
octubre de 2002
Introducción
En una fosa ad hoc, practicada en el fondo del gran estuche (que tiene el
aspecto de una caja de materiales fotográficos Kodak), está depositado el
volumen más pequeño, que es un facsímil de un bloque de cuartillas
mecanografiadas y corregidas a mano, que forman parte (págs. 157 a las 344;
con un apéndice de 97 páginas de fotografías de Marilyn Monroe en blanco y
negro) de la Autobiografía en inglés de André de Dienes (1913-1985), el
fotógrafo húngaro que en 1946 «descubrió» a Norma Jeane, y fue amigo y aún
mentor suyo hasta su muerte.
90
El volumen grande cubre al pequeño, y en él se despliega una espléndida
colección de fotografías en color realizadas por Dienes, junto con una traducción
al español de la mayor parte del texto inglés.
Como autor del libro figura en las portadas el mismo André de Dienes. Como
editores del libro figuran Steve Crist y Shirley T. Ellis de Dienes. Al final del gran
volumen aparecen sendos textos de Steve Crist y de Shirley T. Ellis. Crist cuenta
cómo a finales de 1999 descubrió, a través de un documental cinematográfico,
unas fotografías de un fotógrafo casi olvidado, André de Dienes. Con «paciencia
y mucha suerte» localizó a su viuda. Después de laboriosas conversaciones y
dándose confluencia de intereses con Benedikt y Angelika Taschen y todo el
equipo de Taschen, se decidió montar y publicar esta edición internacional y
monumental con veinte mil ejemplares de tirada (impresa y encuadernada en
Italia en junio de 2002, en cuatro versiones: en español, en inglés, en francés y
en alemán).
2. Planteamiento de la cuestión
91
por Elia Kazan; obra que fue traducida y adaptada al español por Adolfo
Marsillach: Después de la caída.
92
Por consiguiente, el icono no representó a la Norma Jeane real,
cuya identidad personal habría sido destruida y fragmentada incluso en el propio
ámbito de su icono. Algunos ven, en el montaje serigrafiado de la fotografía de
Marilyn realizada por Andy Warhol, la prueba de esa deconstrucción o
fragmentación de la misma identidad de la persona y del icono de la actriz, que
cabría constatar desde las coordenadas de los críticos posmodernos.
Desde esta perspectiva cabría preverse que el libro que presentamos nos
ofrecería los datos más íntimos de la verdadera personalidad de Norma
Jeane. La autobiografía inédita de su descubridor, André de Dienes, nos
permitiría redescubrir a Norma Jeane detrás del icono Marilyn Monroe.
Para una cierta clase de críticos de la cultura, periodistas, &c., «icono» viene
a ser un término relativamente exótico en español; un término procedente
inmediatamente del francés; y los analistas franceses «de la cultura», con la
cursilería y gratuidad que caracteriza a muchos de sus intérpretes (en la línea
93
Deleuze, Baudrillard o Lyotard), pueden haber dado a algunos españoles la
impresión de que bastaba utilizar el término «icono» para decirlo todo, como si
se tratase de un término técnico de diagnóstico. Cuando se añade: el icono MM
es «ofrecido al mercado internacional como objeto de deseo autoreferente, como
objeto erótico», parece que se ha agotado el asunto, con la precisión propia de
un experto. En realidad no se ha dicho nada, sino una reiteración tautológica y
abstracta de los presupuestos de un psicoanálisis vulgar.
Un icono es una imagen; pero no una imagen natural, como lo son las
imágenes que en la superficie del lago reflejan los árboles de la orilla; estas son
las imágenes, eikasia, a las que Platón se refiere en el libro VI de La
República,exponiendo el mito de la caverna.
Los iconos son imágenes, sin duda, imágenes corpóreas (no son imágenes
«mentales», ni alucinaciones, ni pseudopercepciones), pero imágenes
artificiales, fabricadas por algún «demiurgo». Los iconos son cuadros pintados,
o esculturas, es decir, figuras que representan «superficialmente» (es decir, en
una superficie plana o curvada) algo distinto de sí mismas. No son
autoreferentes, son alotéticas, y, por tanto, no pueden ser normalmente «objetos
de deseo», salvo para los enfermos que las conviertan en fetiches, en el sentido,
ahora sí, freudiano. Y sólo por analogía podríamos decir que un icono es tratado
como fetiche cuando su valor icónico de uso queda subordinado a su valor de
cambio y a su precio en el mercado: es la «fetichización», en el sentido de Marx,
que, por supuesto, sólo muy lejanamente tiene que ver con el fenómeno Marilyn
Monroe.
94
Los iconos idiográficos serán aquellos cuya referencia es individual: son los
retratos, iconos que son interpretados como representación de individuos reales,
y por supuesto corpóreos. Icono incluye representación semejante (en el sentido
pictórico); al menos el concepto (de Peirce) de los «signos icónicos» recoge esta
relación alotética de semejanza figurativa, que no cumplen los signos no
icónicos. Otra cosa es que la semejanza esté mejor o peor conseguida; o que,
faltando la referencia del icono idiográfico, no sea posible probarla; o que se
declare a esa relación, en muchos casos, como absurda, cuando los iconos
pretenden tener referencia individual, dotada de unicidad, pero a la que se le
atribuye naturaleza espiritual o infinita. El iconoclasmo que estalló en Bizancio
en la época de León III arremetió contra todas las pretendidas imágenes icónicas
de los ángeles o de Dios, que eran adoradas en los templos. El iconoclasmo
bizantino acaso fue incitado por la iconoclastia propia de los musulmanes que
rodeaban al imperio de Oriente y que, a su vez, tenía sus precedentes en la
religión judía: Moisés destruyendo el becerro de oro, y dando a beber el resultado
de su fundición a los idólatras, es el primer gran iconoclasta conocido, si es que
el becerro de oro tenía algo que ver con el buey Apis. Los artistas plásticos
(pintores, escultores) que vivían en Constantinopla tuvieron que huir con sus
iconos, o con el arte para fabricarlos, a Occidente; acaso algunos de los que
huyeron son los que fabricaron en la Corte de Alfonso II la Cruz de los Ángeles.
Otros huyeron a Ucrania, o a Rusia, en donde el término icono pasó a su lengua:
la teología cristiana, desde Arnobio a San Agustín, había defendido la legitimidad
de los iconos, dentro de la ortodoxia. En cualquier caso, el icono por antonomasia
que se popularizó en España fue el icono de la Virgen del Perpetuo Socorro: un
icono idiográfico, sin duda, aunque su referencia y semejanza con la madre de
Cristo haya que darla por supuesta.
95
Los iconos canónicos son, además de modelos, modelos normativos,
arquetípicos, distribuibles, que más que representar una realidad individual,
como retratos, se ofrecen como esquemas a los que se ajustan o deben
ajustarse otras realidades individuales, bien sea de manera isológica (como
paradigmas), bien sea de manera heterológica (como cánones). El ejemplo por
antonomasia de canon icónico nos lo ofrece el Doríforo, llamado «canon de
Policleto». La «canonización» del Doríforo, formulada por los críticos
decimonónicos del arte griego, pero ejercitada en la misma historia de la
escultura clásica y moderna, no consistió tanto en erigirlo en un paradigma que
sirviese para construir esculturas clónicas suyas; se trataba más bien de un
canon que contenía las proporciones de las partes del cuerpo –cabeza, tronco,
extremidades– pero susceptible de ser modulado y variado según formas muy
diferentes (heterológicas).
96
que ocurre con la arquitectura. La arquitectura no es sólo tridimensional (como
también lo es la escultura): consiste también en cuerpos con exterior y con
interior, con cuerpos en los que podemos entrar o salir. Pero la escultura no tiene
interior, no tiene nada dentro de ella («tu cabeza es hermosa, pero sin seso»); ni
tampoco lo tiene la pintura: no puedo «levantar las faldas» a La maja
vestida para ver lo que hay debajo de ellas (puedo aplicar rayos X por si se trata
de un palimpsesto).
Por ello, los iconos y, por tanto, los iconos canónicos, son alotéticos: lo que
tienen más allá de su superficie, lo más «profundo» de ellos, está fuera de ellos
y no en su interior.
97
Norma Jeane fue una mujer real, de carne y hueso, que nació en 1926.
Nadie duda que Norma Jeane fue una mujer real, no un ente de ficción. Parecen
bien demostrados muchos datos de su biografía: la condición de hija de padre
desconocido, los trabajos de su niñez, sus ocupaciones en la adolescencia como
modelo de fotógrafos, el divorcio en 1946 de un matrimonio que duró muy poco,
su entrada en Hollywood, sus relaciones con importantes directores, ejecutivos
y empresarios de cine, su matrimonio con Arthur Miller, sus relaciones con el
presidente Kennedy; algunas cadenas de televisión han divulgado las relaciones
que con Marilyn tuvieron los investigadores del FBI, que dirigido por J. Edgar
Hoover, decidieron controlar los movimientos de MM (aunque también investigó
el FBI, y existen los expedientes, a Marlene Dietrich como sospechosa de espía
nazi; a Frank Sinatra, a John Lenon, &c.). Lo que podría resultar paradójico es
que en la época en que las fotografías de Norma Jeane aparecían en portadas
de revistas, pero sin ser aún un icono, lo hacían de forma anónima, y cuando
tuvieron nombre, éste fue un pseudónimo, formado por el apellido de su madre
y el nombre de un actriz ya desaparecida, Marilyn Miller (1898-1936).
Por tanto puede decirse que las fotografías de Marilyn tienen como
referencia a una mujer real, y por consiguiente, y aparte los nombres, si
hablamos de iconos, el icono de Marilyn es ante todo un icono idiográfico.
No cabe confundir por tanto, la canonización del icono con una «pérdida de
su identidad»; lo que algunos llaman «naufragio de esa identidad» era
precisamente la elevación de una identidad sustancial a una identidad esencial,
a su condición de personalidad pública. Menos aún cabe decir que fue la
identidad del icono universal la que nació desmoronándose: al revés, la
consistencia del icono canónico, la «consistencia icónica», se mantuvo
asombrosamente idéntica a sí misma, acaso porque el tiempo de su despliegue
en vida fue muy breve (unos trece años).
98
metarelatos hipotéticos, triviales por lo demás, o conceptos extraídos del
repertorio semiótico, aquello que habría que tener en cuenta sería
principalmente, a nuestro juicio:
(3) Los iconos con los que habría que confrontar al icono de Marilyn son
múltiples. Entre los coetáneos habría que confrontar sin duda el de Marlene
Dietrich, el de Greta Garbo, la Divina, y el de Ingrid Bergman. Todos ellos iconos
de mujeres de la raza o fenotipo blanco nórdico.
99
He aquí la interpretación del canon MM que sugiero (una interpretación que
procura ceñirse, casi como si fuera un sombreado, al campo de los hechos): la
canonización o transformación del icono anónimo en un icono con nombre de
batalla, MM, se produjo inmediatamente después de la victoria de Estados
Unidos, una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, y fue desplegándose en
el proceso mismo en el cual Estados Unidos tomaba conciencia, no sólo de haber
ganado la Guerra, sino de haberse convertido de hecho en titular de un nuevo
Imperio universal, frente al Japón, a quien acababa de destrozar, frente a China,
frente a la Unión Soviética; un Imperio que estaba además comenzando a
impulsar la creación de Europa, con el Plan Marshall.
100
Comparemos el canon Marilyn con el canon Leda, de Leonardo, al que nos
hemos referido antes. La Marlene, la Greta o la Bergman podrían aproximarse
más a este canon, aunque no excesivamente. Pero la distancia de Marilyn al
canon de Leda leonardesco es diametral. Y esto es tanto más significativo
porque, como ya lo hemos indicado, André de Dienes nos dice que mostró a
Norma la Leda de Leonardo (que reproduce en la página 258 de su
autobiografía) a fin de inspirarla en sus posturas. Pero las actitudes de Marilyn
(a la que hay que suponer un gran talento para ofrecer lo que a sus compatriotas
iba a interesar, puesto que logró el éxito y el triunfo total) no pueden ser más
opuestas. Nada de ojos cerrados, de sonrisa vinciana. Comparemos esta
fotografía que figura en la página 117 del «megalibro»: aquí está Marilyn con
ojos cerrados, pero la expresión de los músculos de su mandíbula no nos orienta
hacia ninguna profundidad divina, sino que expresan la preocupación pragmática
de la protagonista en función de un proyecto preciso, de algo que tiene que
hacer, no de algo que está recibiendo. Marilyn no es un icono que exprese la
disposición a recibir algún cisne divino. Y si en algunas fotografías Marilyn cierra
los ojos lo hace juntamente con la boca entreabierta, una boca que sugiere que
otros hombres ya han poseído o están dispuestos a poseer a otras mujeres
normadas por el canon. Es ella la que se ofrece como canon; mientras que Leda
no se ofrece, acepta a Zeus, en forma de cisne, como un destino sobrenatural.
101
II. El alcance de la obra que presentamos en función de la interpretación
propuesta del canon MM
102
canónico. Todo lo demás era irrelevante para ella, a pesar de los pesares. Y si
no lo era para ella tampoco ha de serlo para nosotros. André le presenta a un
compañero, y se sorprende de que MM le da cita. A los pocos días, en Nueva
York, en pleno compromiso matrimonial con André, éste encuentra que en su
apartamento ha dormido otro hombre. Es un poderoso hombre de Hollywood.
Porque Marilyn ha ido seleccionando y eligiendo todos aquellos que podían
contribuir a su canonización. Integramente se consagra a lograr su fama, como
explícitamente confiesa ella una y otra vez. No busca la inmortalidad más allá de
la vida, ni las riquezas, ni la felicidad: ella busca la fama. No es precisamente
ambición, ni algo describible en términos meramente psicológicos. Más bien se
diría, utilizando las palabras de Shakespeare, que ella se ocupará en adelante,
«en ser lo que aparece». Y sin duda, al ir escalando niveles sociales cada vez
más altos, advertirá que su icono, al relacionarse con personas concretas, tendrá
que llenarse de contenidos también concretos. Pero ya es tarde. Ella está muy
poco cultivada. Lee algunas páginas de Dostoiewski y de Proust. ¿Qué más da?
¿Qué podría entender ella de todos esos cuentos? Pues la cuestión no es leer,
sino disponer de las categorías pertinentes para interpretar lo leído. Más le
interesan las lecciones de arte escénico de Lee Strasberg. Esto es lo suyo.
103
104
El concepto de creencia
y la Idea de creencia
Gustavo Bueno
I
Los dos momentos de la creencia:
epistemológico y ontológico
105
distributiva, que contiene en su extensión múltiples especies de creencias, y a
su vez, a través de estas especies, o directamente, múltiples
creencias individualizadas, individualizadas por su contenido (sin perjuicio de
que, a su vez, estas singularidades individuales puedan multiplicarse
oblicuamente al modo de «universales noéticos», en función de los sujetos
individuales que las mantengan: el Escorial es sin duda un edificio singular, pero
su silueta se multiplica, «noéticamente», en todas las retinas oculares o
corticales que lo perciben). La creencia en los dioses olímpicos es una creencia
individualizada que pertenece a la especie de las creencias religiosas
secundarias; esa creencia individualizada, que constituye un contenido de la
cultura objetiva griega, se encontrará «multiplicada» en los diversos ciudadanos
que «participaban» de ella.
106
3. Sin embargo, el tipo de las relaciones duales, utilizado en geometría, no
es del todo adecuado para recoger el tipo de conexión que media entre los dos
conceptos que suponemos actúan en la constitución de la Idea de creencia. La
dualidad no supera la discontinuidad (o ruptura) entre los términos duales, por
ejemplo, entre los puntos y rectas: hay que partir de la recta para obtener los
puntos, por intersección con otras rectas; y hay que partir de múltiples puntos
alineados (es decir, de rectas intersectadas) para llegar a la recta, es decir, hay
que cortar abruptamente una recta dada por otras rectas, para obtener los
puntos.
Más cerca de la conexión que media entre los dos momentos de la creencia,
en cuanto éstos son inseparables (aunque sean disociables), está la conexión
que media entre el anverso y el reverso de un objeto (una moneda, un billete)
cuando el anverso y el reverso puedan darse en continuidad, como ocurre en
una cinta de Möbius. Desde esta perspectiva entenderíamos la conexión que la
idea de creencia podría llegar a establecer entre los dos momentos o conceptos
que hemos distinguido de la creencia, en tanto ellos son disociables pero
inseparables.
107
ayer (y no un Sol nuevo, procedente de un «poblado del Sol», como creían los
byraka).
No deja de ser paradójico, constatar que en los años sesenta del pasado
siglo, sociólogos e historiadores «marxistas», pero interesados por recuperar,
contra los economicistas, la importancia histórica de las «superestructuras»,
fundaron una nueva disciplina histórica a la que denominaron «Historia de las
mentalidades».
108
mental, y ha añadido después el ramplón mecanismo de la proyección, atribuido
al creyente).
109
trasparentes», es decir, consistan en des-aparecer para que el Sol pueda
aparecer a la percepción o a la creencia.
10. Otra conclusión que podríamos extraer de las premisas señaladas: que
las llamadas creencias subjetivas, o psicológicas, no son verdaderas
creencias,sino pseudocreencias o falsas creencias, apariencias de creencias. No
son creencias sino delirios o alucinaciones; o bien acaso, reducciones artificiosas
o delirios metódicos que pretenden haber partido de la subjetividad y haber
llegado a poner el pie en creencias objetivas.
110
menos tan grande, como ver a los demás como autómatas? La duda cartesiana
en la realidad de los cuerpos exteriores no plantea tanto una cuestión metafísica,
cuanto una cuestión de óptica relativa a la salud de nuestros ojos.
11. Corolario de la tesis precedente: que todo aquello que sea concebido
como «contenido psicológico puro» no podrá ser llamado creencia, sino por
abuso de las palabras. Más bien habría que llamarlo opinión, fe, confianza,
sospecha, suposición, esperanza, hipótesis teórica o mito; porque todos estos
contenidos se dan ya como «criticados». (Ortega, víctima de la oposición
metamérica entre S y O, contraponía las Ideas, como contenidos subjetivos «que
están en mí», a las creencias, en las que el creyente «estaría». Pero esta
denominación no puede suscribirla quien entiende a las ideas como ideas
objetivas.)
12. El mito, como tal, no será, por tanto, una creencia, si aparece como un
relato dramático que precisamente no requiere el asenso del que lo escucha
como relato del narrador (a quien prestará una mayor o menor confianza). Otra
cosa es que podamos hablar de creencias míticas.
13. Podemos ahora establecer la tesis según la cual los dos momentos de
la creencia no son simétricos en cuanto a su «intervención» en la constitución de
la Idea de creencia, porque el momento originario o primitivo a partir del cual se
construye la Idea de creencia, es el momento ontológico.
La Idea de creencia es, según esto, una idea ontológica, antes que una idea
psicológica o incluso que una idea epistemológica. Pues estas ideas
(psicológicas, epistemológicas) sólo podrán concebirse como subordinadas a la
Idea ontológica, incluso como subproductos suyos.
111
14. Luego si todas las verdaderas creencias son ontológicas o constitutivas
de la realidad, ¿quiere decirse que todas las creencias habrán de ser
verdaderas?
112
podría ser representada ante otros individuos, lo que no excluye que algunos
puedan también imitarla. Sólo cuando las conductas supersticiosas, en el sentido
etológico, están incorporadas a conductas lingüísticas socializadas, podremos
aludir a la estructura pseudo causal (en modo alguno causal, como pretenden
tantos psicólogos) que caracteriza a la superstición, por ejemplo, a las conductas
de la llamada, por Frazer, magia homeopática, que ya pueden ser llamadas
creencias. Pero atribuir pseudocausalidad, incluso causalidad, a las conductas
«supersticiosas» procedentes del «refuerzo», a las palomas, es
antropomorfismo. La paloma, que da vueltas sobre sí misma, antes de ir al
dispensador de la bola de alimento, no lo hace porque atribuya a sus vueltas una
eficacia causal sobre el dispensador de las bolas: esta atribución se la hace
Skinner. Las vueltas que la paloma da antes de dirigirse al dispensador, más que
como orientadas causalmente hacia él, habrá que interpretarlas como dirigidas
a la consolidación del control del animal sobre sus propias anamnesis.
Toda filosofía es, de algún modo, una ideología, aún cuando no toda
ideología sea filosófica. Le falta la crítica y la confrontación con otras ideologías.
Se trata de una diferencia estilística, si se quiere, pero de importancia central.
113
En otros lugares hemos llamado «nebulosas ideológicas» a los sistemas de
creencias interesadas en el sostenimiento, reivindicación, defensa o análisis
frente a otros grupos sociales, de alguna institución «en marcha» (como puedan
serlo las drogas, la televisión, la democracia o la Biblia).
18. Los fulcros sobre los cuales se apoyan las creencias (o las ideologías)
son de dos tipos:
• O bien son fulcros constituidos por los otros sujetos que comparten la
creencia
• O bien son fulcros constituidos por objetos
114
II
Clasificación de las creencias
A. Creencias circulares
B. Creencias angulares
115
C. Creencias radiales
III
Las creencias en el conjunto de la cultura humana
1. Creencia y conciencia
116
Nos remitimos a la obra citada (Cuestiones cuodlibetales), en donde hemos
procurado llamar la atención acerca de la inanidad de las más frecuentes
definiciones de la conciencia («autopresencia del alma ante sí misma»,
«presencia de la realidad, del objeto, ante el sujeto», &c.). La conciencia
procedería de las creencias, cuando estas funcionan como ortogramas
normativos. La conciencia aparecería en el choque de creencias en conflicto.
Esto nos permitiría también definir la falsa conciencia en los términos que en la
citada obra han sido expuestos.
2. Creencia y razón
3. Creencia y ciencia
Tampoco cabe establecer una disyuntiva entre las creencias y las ciencias.
Una ciencia presupone siempre una creencia, lo cual no implica ningún absurdo,
cuando se ha empezado por advertir que toda creencia es racional. Por esta
117
misma razón, también, las ciencias pueden instaurar nuevas creencias, cuando
son verdaderas y se socializan, como ha sido el caso del heliocentrismo.
Final
Como hemos intentado probar, hay creencias mitológicas que son tan
racionales como puedan serlo las creencias científicas o inspiradas por las
ciencias: el mito de la caverna es una creencia cuya racionalidad es acaso
mucho mayor de lo que pueda serlo la creencia en el big bang. Hay creencias
filosóficas y creencias científicas (con fulcros científicos), y hay creencias
metafísicas (propias de la falsa conciencia) y hay también creencias
anticientíficas. Cada especie de creencias y, sobre todo, cada creencia individual
y concreta (como pueda serlo la creencia en Zeus, dentro de la especie de
creencias religiosas secundarias), necesita un análisis pormenorizado y
particular.
118
2003
119
Sobre el concepto de
«memoria histórica común»
Gustavo Bueno
120
de las víctimas de la Guardia Civil que por defender los valores republicanos
fueron asesinados y enterrados sin identificar en fosas comunes».
121
La Historia, sencillamente, no es memoria, ni se constituye por la memoria.
Es esta una metáfora muy vieja, sin duda, canonizada por el canciller Bacon de
Verulamio, cuando clasificó a las ciencias en función de las «facultades
intelectuales» que él consideró esenciales: Memoria, Imaginación, Razón. Así,
la Historia sería el producto de la Memoria; la Poesía de la Imaginación y la
Filosofía, junto con las Matemáticas, de la Razón.
Nadie puede tener memoria, por lo tanto, de algo que anteceda a su vida
propia. Y por ello la Historia no se reduce a la memoria. Nadie puede «recordar»
la historia de Amenophis IV, el faraón descubierto por los egiptólogos, a partir de
las reliquias (templos, estatuas, jeroglíficos) que siguen existiendo en el
presente. Sólo un impostor o una impostora (acaso un demente) puede decir que
tiene memoria histórica del faraón Amenophis IV, porque dice recordar, tras un
ejercicio de «regresión hipnótica», haber sido una de sus concubinas.
122
La memoria individual tiene como materiales propios los recuerdos de la
vida privada, familiar o biológica; la vida que está fuera de la historia, la vida que
estudia el psicólogo.
123
Por tanto, las reivindicaciones de las memorias personales, contra todo tipo
de amnesia y de amnistía, no debe hacerse en nombre de la memoria histórica
común, sino en nombre o bien de la memoria individual o familiar, o bien en
nombre de planes y programas políticos o científicos. Esto explica por qué la
llamada «memoria histórica» no es propiamente memoria, sino selección
partidista; por qué se eclipsa de modo funcional, y por qué la «memoria
histórica», paradójicamente, derriba las estatuas de Lenin o de Franco. Dicho de
otro modo, la memoria histórica sólo puede aproximarse a la imparcialidad
cuando deje de ser memoria y se convierta simplemente en historia.
Las memorias de José María Laso, en torno a las cuales estamos todos
reunidos aquí hoy, son por tanto unas verdaderas memorias históricas. Y esto
es debido a que las memorias de Laso son auténticas memorias personales y no
meramente memorias individuales. En las memorias de José María Laso figuran
tanto los episodios de sus detenciones como los incidentes de la batalla de
Kursk; porque la batalla de Kursk, por ejemplo, sin perjuicio de que haya sido
objeto ulterior de las investigaciones históricas del propio Laso, constituyó no
sólo un acontecimiento histórico fundamental del final de la Segunda Guerra
Mundial, sino un acontecimiento que ya figuraba en la biografía de José María
Laso, en los años de su formación personal y política. Estas memorias de Laso,
como memorias auténticamente personales, tienen por ello un interés general,
por así decir, público y no solamente privado. Una vez más podemos ver a
propósito de José María Laso, un estoico de pies a cabeza de nuestros días,
como lo más valioso de su vida privada o íntima es al mismo tiempo lo que ella
tiene de vida pública, histórica.
124
El Manifiesto de la Alianza de Intelectuales
y el «No a la guerra» de los Premios Goya
Gustavo Bueno
Quienes hablan de la Paz, en general, y dicen «No a la guerra», en abstracto, deberían meditar
en los argumentos que el materialismo histórico ofrece frente el idealismo histórico. Y deberían
también tener en cuenta que el idealismo no es simplemente una actitud inofensiva, «de buena
voluntad», sino que encubre la mala fe de quien quiere atribuir a la maldad de los demás lo que
deriva de la misma concatenación histórica y social de los hechos; y de quienes con esto se
consideran ya disculpados de toda responsabilidad
125
mínima teoría sobre la razón, sobre los intelectuales, sobre el pensamiento o
sobre la cultura? Produce sonrojo ver como los abajo firmantes ponen estas
palabras en su bandera, como si ellos fueran sus abanderados. Yo conozco a
algunos de ellos, y algunos de los más ilustres: me consta que carecen de
capacidad para dar una idea de Razón que pueda dar más de dos pasos, o una
idea de Cultura o de Pensamiento o incluso de «Intelectuales» que pueda
considerarse un poco alejada de los «lugares comunes». Y aunque pudieran
ofrecernos algunos esbozos, ¿quiénes son ellos para levantarlos como bandera?
Dicen los abajo firmantes: «Los intelectuales (en el sentido más amplio y
menos elitista del término) en función del privilegio que supone el acceso al
conocimiento... tienen una responsabilidad tan específica como grave: la crítica
radical y continua de los argumentos esgrimidos por el poder...» Se nos
presentan por tanto unos individuos bajo el título de intelectuales, «pero en el
sentido más amplio y no elitista del término». Ahora bien: el único modo de
ampliar el sentido, de modo no elitista, y ampliarlo en el sentido más ancho, será
considerar intelectuales a todos los hombres, puesto que todos los hombres
tienen entendimiento o inteligencia, es decir, facultades intelectuales. Más aún,
el mecánico electricista que le arregla el motor del automóvil a un individuo de
la Alianza Antiimperialista tiene probablemente más inteligencia de la que él
pueda tener. Y si todos los hombres son intelectuales, o bien los abajo firmantes
quieren decir que se manifiestan en nombre de todos los hombres, lo que es sin
duda excesivo, o bien quieren decir, al utilizar el término «intelectuales», que se
refieren a un subconjunto del conjunto total de los hombres. Pero no definen en
qué consista tal subconjunto, y no será su condición intelectual la que los defina.
Dirán: «nuestra condición se define porque hemos accedido al conocimiento.»
¿A qué conocimiento? ¿Será algún conocimiento compartido por pintores,
cineastas, profesores de derecho o de literatura? ¿Y cual puede ser este
conocimiento que, además, no sea compartido por otros muchos hombres?
126
acechará también a cada intelectual o a cada artista, al relacionarse con los otros
artistas o con otros intelectuales. Concluirán: «nosotros luchamos contra el poder
ligado al imperialismo de USA.» Otra vez les preguntamos, ¿con cuantas
divisiones contáis para acometer esta empresa? Responderán: «No contamos
con la fuerza o con el dinero, contamos con la Razón.»
Eso sí, hablan del «imaginario colectivo» (sin haberse parado «a pensar»
de donde viene semejante expresión), y no olvidan de ponerse al día, «en
cuestión de género», conminando (¿quienes son ellos para conminar a nadie?)
a escritores/as, profesores/as, científicos/as, investigadores/as, pero
discriminando injustificadamente al género masculino, al incluir en su
enumeración sólo a los artistas (¿por qué no incluyen también a los artistos?).
127
verse obligado a recurrir al guión para su discurso y, como condensando una
supuesta argumentación muy compleja, para la que se requería la lectura, sacó
un papel y leyó la pegatina: «No a la guerra.» Es decir, hizo lo del vasco del
sermón, cuando resumía la argumentación teológica del predicador sobre el
pecado diciendo: «No es partidario.»
128
Ahora bien, es puro infantilismo suponer que los Estados Unidos y sus
aliados quieren la guerra por motivos generales, es decir, impulsados por un afán
satánico o demente, o incluso por un mero espíritu de codicia capitalista (el
petróleo). Esos «artistas e intelectuales» debieran analizar las circunstancias
que determinan en concreto una guerra, o incluso el afán del control del petróleo.
Si, por ejemplo, se tratase de una guerra defensiva (contra ataques inminentes
o ya en curso, como los ataques del 11S, los ataques a los kurdos), ¿quién podría
arriesgarse a tirar las armas, en nombre del pacifismo? Esas armas las tomaría
inmediatamente el enemigo. Hablar de paz, de diálogo y de desarme en general,
en estas circunstancias (que habría que analizar en cada caso, desde luego)
sería suicida.
Y si la guerra fuera preventiva, por ejemplo, del posible control del petróleo
de Irak por los terroristas islámicos, o acaso por los chinos, ¿cabría también decir
en general «No a la guerra»? Habría por lo menos que descender incluso al
análisis de los títulos por los cuales pueden considerarse los irakies dueños «por
derecho natural» de un territorio dado y de los recursos que él contiene (el
petróleo, por ejemplo), supuesto que hayan sido los primeros ocupantes, incluso
con cientos de años de ocupación. Pues si, por ejemplo, alguien defiende que la
tierra es de todos, es decir, si defiende la tesis de que el derecho de propiedad
privada no es un derecho natural (como lo defendió la tradición española que,
por boca de Vitoria o de Vives, negó que el derecho de propiedad fuera un
derecho natural), tampoco a un Estado podrá atribuírsele «por derecho natural»
la propiedad de los recursos petrolíferos de su territorio, si es que estos recursos
o su control resultan ser imprescindibles para la sostenibilidad en el futuro
inmediato de la propia sociedad política en la que se vive. Y entonces la única
razón del «propietario» para no ser expropiado, no será el derecho natural a su
propiedad, sino la fuerza de que pueda disponer para resistir la expropiación. Y
esto es lo que ocurre de hecho: lo demás es metafísica idealista.
Sin duda todas estas cuestiones son muy complejas, difíciles y caben
muchos puntos de vista. Por ello es intolerable que unos autodenominados
«intelectuales y artistas» digan, «en nombre de la izquierda», No a la guerra, a
la manera como lo dicen las autoridades religiosas (el Papa, o el Dalai Lama) o
el vasco del sermón; o a la manera ingenua de los partidos de oposición (el
PSOE, en este caso, por boca de su secretario general) cuando, aprovechando
la coyuntura creada por una encuesta en la que un 70% de españoles dicen «No
a la guerra», se apresura a «ponerse delante de la procesión», de forma que la
falsa disyuntiva implícita («Sí a la guerra») sea atribuida explícitamente al
Gobierno y a su partido.
No a la guerra, no al chapapote y al galipote. Los intelectuales y artistas han
creído tener asegurado con estas proclamas la trascendencia, urbi et orbe, más
allá de sus banales ceremonias estéticas. Recuerdan a aquel alcalde de la época
129
del cantonalismo del siglo XIX español, que no sabía argumentar en público, y
que cuando comenzaba su discurso y se trabucaba, resolvía la situación,
asegurándose además los aplausos del público, exclamando: «¡Viva
Cartagena!». Los intelectuales y artistas creían tener asegurada la trascendencia
y la impunidad de sus declaraciones inofensivas; pero si hubieran tenido algún
reparo se hubieran escondido inmediatamente, como hacen los caracoles
cuando les tocan los cuernos. De otro modo, ¿por qué no han dicho en otras
ceremonias similares estos artistas e intelectuales: «No a la ETA»? ¿Acaso
porque estaban muy cerca de San Sebastián?
130
Las manifestaciones «Por la paz»,
«No a la Guerra», del 15 de febrero de 2003
Gustavo Bueno
Las manifestaciones han sido, sin duda, masivas. Las evaluaciones, para
España, varían mucho, como siempre, oscilando, en algunas ciudades, desde
los dos millones (evaluación de los organizadores) hasta poco más de medio
millón (evaluación de la policía, en autonomías no precisamente afectas al PP).
Pero aún cuando aceptásemos las evaluaciones más generosas, la «masa»
131
constituida por los tres millones hipotéticos de manifestantes españoles sigue
siendo muy inferior a la «masa» del cuerpo electoral español, y a la parte de él
que apoyó en las urnas, hace tres años, al partido en el gobierno.
132
aún, los más grandes desarrollos tecnológicos y científicos –para referirnos a los
últimos: la energía nuclear, la cibernética, los vuelos espaciales...– han sido
estimulados por las guerras mundiales del siglo XX. Es totalmente erróneo
suponer que las guerras han frenado el desarrollo de las ciencias y de las
tecnologías propias de los países más civilizados. Ha podido llegar a decirse que
la guerra, desde un punto de vista histórico, ha sido la «locomotora del
progreso». De esta afirmación algunos pretenden sacar argumentos para la
apología de la guerra, como «comadrona» del progreso, en contra de quienes
(últimamente, Juan Zerzan)sacan de los mismos hechos argumentos para atacar
al propio «progreso» y a la «civilización».
Mi tesis es esta: detrás de las fórmulas que expresan emic los objetivos de
los manifestantes del 15 de febrero –«Por la Paz», «No a la Guerra»– actúan
otros intereses verdaderamente motivos, no por ello siempre ilegítimos.
Simplemente enmascarados, o encubiertos, por las fórmulas explícitas: «Por la
Paz», «No a la Guerra».
Más aún: estos motivos efectivos son muy heterogéneos, incluso casi
siempre enfrentados entre sí. Y si esto es así, habrá que conceder que la unidad
de objetivos explícitos de los manifestantes del 15 de febrero es tan sólo una
unidad de confluencia coyuntural en un rótulo que cubre múltiples corrientes que
marchan en direcciones propias. Dicho de otro modo: el rótulo, sobre todo en su
forma positiva, «Por la Paz», será interpretado por cada corriente de
manifestantes de modos muy diversos y casi siempre incompatibles entre sí.
Hasta tal punto que no reconocerlo así es tanto como meter la cabeza debajo
del ala, es tanto como querer dejarse cegar por la luz que desprende la palabra
Paz.
133
Y esto es lo que hace que el término Paz sea confuso, puramente ideológico.
Porque unos entenderán la paz como Pax Romana –la paz mantenida por un
Imperio, por medio de sus legiones, del que hoy se sienten herederos muchos
ciudadanos norteamericanos que se proponen como objetivo mantener el orden
mundial, la Pax Norteamericana–. Otros entienden la paz como Paz Cristiana, la
paz de la Ciudad de Dios, muy lejos de la Ciudad terrena. Por su parte, la paz y
la libertad de Euskalerría, que reclaman el PNV, EA y ETA de consuno, es
incompatible con la paz hispánica de la Constitución de 1978. Muchos
sobreentienden la paz como la paz propia del estado de Bienestar vinculado al
orden capitalista; y habrá quienes sólo entienden la paz como la paz propia de
una sociedad comunista, que abomina de aquellas palabras de Goethe cuando
decía: «Prefiero la injusticia al desorden (a la guerra)».
134
sociedad de consumo. Son dos tipos muy diferentes, aunque todos ellos odian
la guerra y buscan la paz.
Y sin embargo, hay que tener presente, que además de las normas éticas
existen y actúan las normas morales y las políticas, que van orientadas a
promover la vida de los grupos sociales, de las bandas, de las familias, de los
sindicatos, de los partidos políticos, de los Estados. Y aunque muchas veces las
normas éticas y las normas morales o políticas son compatibles, otras muchas
veces entran en conflicto objetivo, que en vano se intentará disimular. Desde un
punto de vista ético es necesario dar acogida a cualquier inmigrante, legal o
ilegal, que llegue a nuestras costas; pero desde el punto de vista económico
político, el incremento del volumen de inmigrantes que, a golpe de ética, llegase
a sobrepasar ciertos límites –dos o tres millones para España, por ejemplo–
arruinaría la economía nacional, y obligaría a dejar en suspenso el ejercicio de
las normas éticas. «La guerra es inmoral» (sobreentendiendo: no es ética), dicen
los manifestantes más teóricos. Desde luego, pero un político que condena la
guerra apelando a su conciencia ética deja automáticamente de actuar como
político, pues ha puesto aparte la prudencia política.
Pero nadie podría afirmar que todos los manifestantes apolíticos del 15 de
febrero estaban movidos por motivos éticos. Muchos de ellos aborrecen la
guerra, el servicio de armas (fueron o son objetores de conciencia, insumisos,
&c.), no precisamente por motivos éticos sino por simple voluntad de «disfrutar
de la vida». A veces son llamados «vitalistas»: haz el amor y no la guerra. Es
una actitud bien reflejada en la reciente película de Emilio Martínez-Lázaro, Al
otro lado de la cama.
135
pacifismo, encontrábamos a clérigos postconciliares católicos, pero también a
evangelistas, a mujeres juristas Themis, a transexuales, a jueces para la
democracia, a ONGs de variado cromatismo, y por supuesto a artistas e
intelectuales; y simplemente a ciudadanos no organizados en asociaciones que
sólo buscan «vivir y dejar vivir» a los demás.
136
del mismo modo que la paz, para Estados Unidos (y no sólo para su gobierno y
para los petroleros tejanos) incluye, entre otras muchas cosas, ese mismo control
del petróleo iraquí, y, por tanto, la evitación de que el control pase a manos iraquí-
musulmanas o chinas. Cada Estado tiene sus propios intereses y, por tanto, su
definición propia de paz. Y cada Estado europeo, más que Europa, porque los
intereses de España no están identificados con los de Francia o con los de
Alemania, como pretenden hacernos creer quienes dan por supuesto que el
Gobierno de España «está rompiendo la unidad de Europa» por su desacuerdo
con Francia, Alemania y Bélgica (como si Europa fuera la Europa de
Carlomagno).
137
las corrientes de los apolíticos (éticos, vitalistas, antiglobalización...) y las
corrientes de los políticos, no solamente contra el gobierno en ejercicio (PSOE e
IU principalmente), sino también contra el gobierno de España en general
(nacionalistas radicales catalanes, vascos, &c.). Y por supuesto las corrientes
antiyanquis y antiotan, y las corrientes amigas de esa Europa central que los
manifestantes interesados empiezan a identificar ahora con la verdadera Europa.
Respuestas a un cuestionario
solicitado por el diario El País
138
Ningún individuo, aunque se llame Gengis Khan o Hitler o Bush puede poner
en peligro la paz del Mundo. «Si el teniente Bonaparte hubiera muerto en Tolon
otro oficial hubiera llegado a ser primer cónsul». Un jefe político consolidado
forma parte de un grupo y de un sistema social, y es este grupo o sistema el que
puede poner en peligro el status quo de ese orden mundial que llamamos paz,
incluso cuando es injusto. La peligrosidad de Sadam Husein está en función de
sus conexiones con otras sociedades, principalmente la islámica y la china. El
orden mundial, en cuanto incluye el estado de bienestar de las democracias
homologadas, podría estar en peligro cuando se confronta con esos otros
sistemas en un escenario de dentro de 50 años: la distinción entre guerra
defensiva y preventiva es puramente escolar.
139
«Gobierno» impone unas orientaciones y responsabilidades (como se las impuso
hace 10 años al «Gobierno de González») de las cuales la oposición puede
creerse más aliviada. A mi juicio, la política de Aznar, alineándose con la «Europa
peninsular e insular», es tan prudente, en función de los intereses de España,
como pueda serlo la política de alineación en la «Europa continental». Sólo
retrospectivamente cabrá evaluar este juicio; lo que me parece absurdo es una
descalificación a priori, impulsada por motivos éticos –sino ya electoralistas– más
que políticos.
140
SPF
Síndrome de Pacifismo Fundamentalista
Gustavo Bueno
Una interpretación de las actitudes pacifistas desencadenadas por la guerra del Irak como un
fenómeno social de carácter ético y no político, sin perjuicio de sus eventuales consecuencias
políticas de menor cuantía
Hay también otras formas de expresar este clamor, otros síntomas del
mismo síndrome, tales como pancartas, velas encendidas, sentadas, chapas,
discursos, huelgas, pequeñas acampadas, ayunos. Pero el síntoma principal del
clamor es el procesional-vociferante (muy pocas veces la procesión es
silenciosa).
141
El síndrome que tratamos de describir no lo entendemos como una reacción
generalizada, suscitada por motivos etológicos que habrían de afectar a todos
los vertebrados (como ocurre con el SGA, o «Síndrome General de Adaptación»
de Hans Selye). Ni siquiera afecta a todos los hombres; tampoco a todos los
hombres de las sociedades civilizadas. Como la civilización está siempre
asociada a la Guerra, con todos los dolores y tragedias que ella comporta, se
comprende que en casi todas las civilizaciones podamos encontrar un lugar en
el que se da culto a la Paz. En Atenas se erigió un Templo a la Paz, Eirene, tras
la victoria de Cimón sobre Artajerjes, en el año 466 ane. El Senado romano
instituyó, trece años antes de Cristo, el Ara Pacis Augustae, un altar elevado
dentro de un recinto rectangular en el que cada año vestales y sacerdotes
celebraban sacrificios votivos (en el célebre bajorrelieve que se conserva en los
Uffizi de Florencia, vemos por cierto en procesión a Octavio Augusto –la Pax
Octaviana– con escolta armada).
No sólo se ha celebrado y exaltado la Paz, alguna paz en concreto; incluso
se ha interpretado con frecuencia alguna paz concreta como si fuera la paz
perpetua, aunque no fuera universal. Por ejemplo, con el nombre de Paz
perpetua,acordaron en 1516 los Cantones suizos una alianza con el Rey de
Francia, Francisco I, que acabó en tiempos de la Gran Revolución.
Movilizaciones públicas en favor de la Paz han tenido lugar durante el siglo
XX, ya en los años de la Primera Guerra Mundial (¡Abajo las armas!, de Carlos
Liebknecht y Rosa de Luxemburgo, fusilados después por el gobierno
socialdemócrata de Ebert y Noske), pero eran movilizaciones promovidas por
grupos políticos muy definidos. Otra cosa fueron las movilizaciones por la Paz
suscitadas a raíz de la Guerra del Vietnam (la Segunda Guerra Mundial,
consecutiva al ataque nazi a Polonia, no desencadenó en cambio
manifestaciones por la Paz). Manifestaciones que, sin perjuicio del espíritu hippy
o afines, se prolongaron en los movimientos de 1968, en el mayo francés, en
México, en Praga, en Estados Unidos: «Haz el Amor y no la Guerra», y durante
la Guerra Fría, con un marcado carácter antinorteamericano y antiotan. Después,
desde 1999, los movimientos antiglobalización en Seattle, Barcelona, Génova,
Porto Alegre, &c., también mantenían el leitmotiv de la Paz.
142
guerra de Irak, que ha hecho reaccionar a trabajadores sindicados y a sus
líderes, a profesores universitarios y a los estudiantes, a monjitas, profesores de
segunda enseñanza y colegiales, a una gran parte del clero, a concejales y al
pueblo llano, a militantes o simpatizantes socialistas, comunistas y anarquistas,
a amas de casa y a probos funcionarios, a periodistas, intelectuales y artistas.
La secuencia de las manifestaciones del Síndrome obedecen a un automatismo
característico, aunque no es específico de estas manifestaciones. Es el
automatismo que caracteriza a ciertas reacciones sociales en las que intervienen
periodistas e intelectuales, y que está muy bien captado y simbolizado en la
película de Rob Marshall, Chicago:las consignas humanistas del «gran
abogado» (que busca, por supuesto, su propio provecho) funcionan como las
cuerdas a través de las cuales se mueven los periodistas como títeres que
actúan en nombre de la buena causa en un gran guiñol, transmitiendo al pueblo
ingenuo los mensajes más simplistas que ellos han hecho suyos, y que han sido
calculados por el «gran abogado».
143
ideologías, &c. que tienen que ver con la «conciencia» de los individuos,
considerados libres, y, por tanto, con la incorporación «de buena fe» de estos
individuos al proceso social. Pues aún cuando entre las causas del síndrome
haya que hacer figurar muchas veces a agentes organizados muy definidos
(comités de preparación y seguimiento de las manifestaciones, gabinetes de
agitación y propaganda por internet, establecimiento de horarios y calendarios y
su articulación internacional: nada de movimientos espontáneos) sin embargo el
síndrome no se produciría sin esa «incorporación libre» de los individuos, y es
aquí donde reside el síndrome y su misma «espontaneidad». De manera que
aún cuando pueda afirmarse que los manifestantes han sido instigados como
individuos a incorporarse a las manifestaciones sociales, sin embargo son
totalmente responsables de su incorporación, y así lo proclaman ellos mismos
cuando declaran enérgicamente, en las encuestas, que su participación en las
manifestaciones se debe a una decisión íntima, tomada reflexivamente y «en
conciencia». Los mismos instigadores, organizadores o ideólogos que puedan
considerarse como factores causales del síndrome, apelan a la conciencia de los
manifestantes. Y, en efecto, esta conciencia, aunque haya sido estimulada, por
contagio o imitación (en el sentido de Gabriel Tarde), es conciencia individual
propia y responsable: en esto reside su naturaleza fenoménica, su carácter
ilusorio.
Pero sabemos, o damos por supuesto, que una conciencia práctica, por
intensos que sean sus requerimientos, puede ser una falsa conciencia. La
paradoja de la falsa conciencia es esta: que cuanto más intensamente brille en
ella la evidencia o la certeza práctica, más abstracta o errónea es, más falsa
conciencia. Y esto incluso en los casos en los cuales el «consenso de las
conciencias» sea prácticamente universal. Durante siglos y siglos los hombres
tuvieron la evidencia de que ocupaban el centro del Mundo, y de que el Sol giraba
en torno a la Tierra; pero esta evidencia era errónea, abstracta. Todavía en
nuestros días la mayor parte de las «conciencias» sigue creyendo en su
inmortalidad; la gente sigue hablando con sus muertos y les ofrece flores y
oraciones en sus tumbas. Pero esta conciencia es ilusoria, y tan intensa, que
cualquier argumento contra ella resbalará como resbala el agua de la lluvia ante
una superficie impermeable. Y esto dicho sin perjuicio de reconocer el
funcionalismo social y psicológico del culto a los muertos. Lo que se afirma es
que este funcionalismo pasa por la ejercitación de una falsa conciencia, y que
esta falsedad no queda suprimida por su funcionalismo, que es precisamente el
que la entre-tiene.
144
cuestión de la diferencia en el modo de creer en esta inmortalidad por parte de
quienes, en situación de guerra, se reconocen en la vecindad de la muerte. La
diferencia tiene que ver con la distancia entre cristianos (o judíos) y musulmanes.
Cristianos o judíos tratan siempre, cuando emprenden una acción peligrosa para
su vida, de preservar esta vida, no ya tanto evitando el peligro de muerte (puesto
que ello conduciría a la cobarde inhibición o deserción) sino no utilizando a ella
misma como instrumento, preservándola en lo posible precisamente para poder
seguir actuando personalmente. Por ello, un individuo cristiano, aunque sea el
terrorista que pone una bomba, prepara la coartada respecto de los efectos que
para su cuerpo esa bomba pueda tener: en ningún caso utilizará su propio cuerpo
viviente como instrumento, inmolándolo, al estilo de los musulmanes palestinos
o iraquíes (que, a la hora de la verdad, se inmolaron mucho menos de lo que se
preveía). ¿Cómo no poner en relación estas diferencias de conducta con las
respectivos creencias en la inmortalidad del alma? Los cristianos creen en la
inmortalidad del alma vinculada al cuerpo (creen en la resurrección de la carne)
y por ello vinculan su conciencia individual a su propia corporeidad. En cambio,
en la tradición musulmana, la conciencia individual puede vivirse como si
estuviese subsumida en la conciencia de algún principio superior, angélico o
divino. Es bien sabido que en la tradición del pensamiento musulmán –Alkindi,
Alfarabi, Avicena, todos ellos vivieron además en las proximidades del Éufrates–
el Entendimiento Agente, principio del conocimiento racional humano, se
identificaba con Dios o, al menos, con alguna de las Inteligencias que mueven
las esferas celestes. Alfarabi, que vivió en Bagdad hace poco más de mil años,
reinterpretó al Arcángel Gabriel, el que reveló a Mahoma el Alcorán, con el
Entendimiento Agente. Contra este modo de entender el «mecanismo» de la
razón (dentro de los planteamientos de Aristóteles), Santo Tomás defendió,
contra los «averroístas», la naturaleza individual del Entendimiento Agente (otra
cuestión es la de si Averroes mantuvo efectivamente la tesis tradicional
musulmana; lo que puede decirse, con Renan, es que las expresiones que utiliza
en su comentario Sobre el alma de Aristóteles, incluso las que se contienen en
el párrafo 125, no son todo lo claras que sería de desear). Y no es que la tradición
cristiana se mantenga al margen de la creencia en los ángeles; es que, para los
cristianos, el hombre, a través de la Encarnación de la Segunda persona de la
Trinidad, queda elevado, en la jerarquía universal, incluso por encima del primer
coro angélico, y aún dispone de ángeles para su servicio (el más popular es el
Ángel de la Guarda individual). ¿Quién se atrevería a subestimar el alcance de
estas diferencias teológicas como índices de las diferencias sociales e históricas
irreductibles entre las sociedades empapadas de cristianismo y las que están
empapadas de islamismo?
145
Precisamente por atención a estas diferencias tenemos que comenzar
circunscribiendo el SPF a las sociedades «occidentales», a las manifestaciones
de España, Italia, Francia, Alemania, Portugal, Argentina, Australia y aún
Estados Unidos. Puesto que es evidente que las manifestaciones masivas ¡Por
la Paz! y ¡No a la Guerra! de Palestina, Irán, Pakistán, Egipto, Jordania o del
propio Irak no son propiamente manifestaciones pacifistas, sino precisamente
todo lo contrario: proclaman la Yihad, la Guerra Santa; no van dirigidas contra la
Guerra, sino contra esta guerra que el imperialismo anglonorteamericano ha
emprendido contra su pueblo. Es evidente que a pesar de la semejanza
«fenotípica», debida en gran parte al contagio de algunos rasgos, la génesis de
las manifestaciones islámicas no tiene que ver con la génesis del SPF de los
pueblos occidentales. Diremos más: las manifestaciones islámicas contra esta
guerra, que algunos estiman dirigida contra sus propias creencias, no plantean
ningún enigma. ¿Qué otra cosa podría hacer un pueblo invadido y que, lejos de
practicar el pacifismo hindú (al estilo de Gandhi), cree en el Arcángel San
Gabriel, en Mahoma, en la Guerra Santa y está dispuesto, no sólo «a sufrir por
sus creencias», sino también a inmolarse por ellas?
146
la manera axiomática, tautogórica, dogmática, de vivirlo. Son estas
características las que necesitan explicación, puesto que aparecen en
sociedades de tradición secular belicista: todas ellas tienen ejércitos
permanentes, una gran parte de ellas disponen de bombas atómicas, y la
mayoría están integradas en organizaciones militares internacionales tipo OTAN.
Y en sociedades de una profunda tradición crítica contra todo tipo de evidencias
axiomáticas o de revelaciones arcangélicas.
147
información en el Parlamento. Son estas sesiones las pruebas más
contundentes contra la teoría habermasiana del diálogo. Tras cuatro o seis horas
de debates intensos, las posiciones al final se mantienen sin moverse un
milímetro. Pero las posiciones del fundamentalismo más intolerante son propias
de los partidos de la oposición, sobre todo IU y PSOE, que comienzan
descalificando por completo al gobierno del PP, sin entrar siquiera en sus
argumentos, porque proceden iluminados por la evidencia de que todo aquel que
simplemente tolera la guerra (tolera, de tollere) para evitar males mayores está
ya militando en las filas del mal o de la demencia. No merece siquiera la pena
ser rebatido. Sólo ser derribado.
Pero algo puede hacerse cuando nos distanciamos un poco, aunque sea
mirando desde el balcón de una gran ciudad a la procesión cuyos aullidos
seguimos sin embargo escuchando y a la policromía de las corrientes de
procesionarios que la componen.
148
vinculados con los grupos que asaltan las sedes del PP, con bombas caseras,
pintadas o rotura de cristales. Hay que suponer que estos grupos, si no están
compuestos de dementes exaltados próximos a las manadas de monos
aulladores, no actúan afectados al SPF en nombre de la Paz, sino que se
orientan por motivos de lucha que acaso tienen mucho que ver con la antigua
acción directa de los anarquistas del XIX y principios del XX, o con el terrorismo
secesionista gallego, vasco o catalán del presente.
Las corrientes que tienen que ver con la Iglesia católica, con su Papa en
vanguardia, hablarán en nombre del amor y de la fraternidad de todos los
hombres (aunque con frecuencia, el término «solidaridad» vaya sustituyendo,
entre los cristianos afectos al SPF, al término «caridad» –que suele ser
rechazado enérgicamente– o «fraternidad» –acaso por influencia de la izquierda
extravagante constituida por las ONGs cristianas y socialistas a la vez–).
149
las salas de exposiciones, los auditorios, los estudios de cine y de televisión, los
museos y aún los mismos caballetes de los pintores.
150
pancartas por la paz portadas por gentes de izquierda llevaban inscrita una
imagen del Che Guevara.
«En segundo lugar, digo que cuando es necesario para el fin de la victoria
matar a los inocentes es lícito hacerlo, como el bombardear una ciudad
para tomarla, aunque ello cause la muerte de inocentes, ya que estas
muertes se siguen sin intento o per accidens [hoy decimos: como efectos
colaterales]. De esto no puede dudarse, lo mismo que si se expugnara un
castillo.»
«Es lícito a los españoles comerciar con ellos [con los bárbaros, con los
indios], pero sin perjuicio de su patria, importándoles los productos de que
carecen y extrayendo de allí oro o plata, u otras cosas en que ellos
abundan [Vitoria no conocía el petróleo].»
«Si tentados todos los modos, los españoles no pueden conseguir su
seguridad entre los bárbaros si no ocupando sus ciudades y
sometiéndolas, pueden lícitamente hacerlo.»
151
(Ninguno de estos textos aparece por cierto citado por un «Grupo de
dominicos de Salamanca» que en marzo de 2003, invocando a su hermano de
orden, manifiestan su Rechazo contra la Guerra –sin duda estos dominicos
querían decir «rechazo a la guerra», pero su apasionamiento les hizo olvidar la
ley de la doble negación–. En las mismas páginas de internet de los padres
dominicos, Fray Bernardo Cuesta O.P. subraya, como si quisiera señalar la
diferencia de nuestras guerras con las de la época del padre Vitoria, que «la
capacidad destructora del moderno armamento, realizada a distancia, hace
imposible cualquier tipo de discriminación entre combatientes y población civil».
El padre Cuesta se ha olvidado de que el moderno armamento que precisamente
opera a distancia de miles de kilómetros, ha conseguido objetivos selectivos
mucho más precisos que el que conseguían a menos distancia los cañones del
siglo XVI, lo que explica que el número de muertos de la guerra del Irak, previsto
por los pacifistas en torno al millón de personas, no haya superado la cifra de los
miles.)
152
puede más bien ponerla en duda. No es la condición de artista la más apropiada
para adoptar juicios políticos prudentes. Los deseos o los sentimientos,
canalizados por el arte, no constituyen ninguna garantía en la formación de
opiniones fundadas sobre la paz o sobre la guerra. Y en todo caso, ¿cómo
pueden olvidar los artistas que la exaltación de la guerra y de los valores
guerreros proceden sobre todo de la escultura o de la pintura, de la música, o de
la poesía épica? Los museos de pintura o de escultura, los conservatorios de
música o las bibliotecas quedarían diezmados si la «cultura pacifista» de algún
gobierno democrático se decidiera a expurgarlos de las obras de arte que exaltan
las virtudes bélicas (muchas editoriales ya han iniciado esta tarea, al menos en
el terreno de los cuentos infantiles, expulsando de sus páginas al lobo feroz, a la
madrastra, al ogro y a otras muchas figuras de la «cultura popular tradicional»).
153
tradiciones que han utilizado ampliamente el recurso a la violencia (desde las
Cruzadas a la Inquisición, desde el Padre Vitoria hasta las pastorales del
Cardenal Gomá o de Pla y Deniel). Quienes condenan la guerra en nombre de
la estupidez humana no hacen sino refugiarse en la petición de principio (son
estúpidos quienes emprenden una guerra, en lugar de seguir las vías de la
negociación pacífica y del diálogo, como si estas condujesen siempre a algún
puerto) y no explican la guerra. Y al considerarla, por estúpida, inútil e irracional,
se obligan a considerar estúpida e irracional prácticamente toda la historia de la
humanidad. Prefieren despreciar a entender.
154
caridad»), sea por el Género Humano que se reveló en la Declaración de
Derechos Humanos de la ONU.
155
La conciencia ética que se expresa en el SPF, aunque esté alimentada por
intereses que tienen poco que ver con la ética, no tiene sin embargo por qué
entenderse como una máscara hipócrita destinada a encubrir esos intereses. Es,
si cabe, algo peor. Pues la conciencia ética tiene consistencia por sí misma, y
por así decirlo, los objetivos de esta conciencia ética purifican la probable
miseria, subjetivismo o suciedad, o simplemente particularismo, de los intereses
que la mueven, como ocurre siempre que cabe disociar los fines operis de
los fines operantis.
156
Unión Soviética llevó a la Asamblea General de las Naciones Unidas a formar la
«ilusión democrática» expresada en la Carta. Pero, ¿cómo la ONU puede ser la
plataforma de un orden internacional? ¿Acaso su fuerza procede de alguna
fuente distinta de las aportaciones de sus socios? ¿Acaso estos socios no
continúan actuando en ella por cuenta propia, como Estados o como coaliciones
de Estados, siguiendo intereses particulares, y a los que sólo la fuerza de los
demás podría poner límites? Afirmar que los Estados Unidos, junto con Blair y
Aznar, han subvertido el orden internacional y el derecho internacional, al decidir
la intervención, sin contar con el Consejo de Seguridad de la ONU, es suponer
que ese orden internacional representa el orden del derecho y de la justicia. Pero
una tal suposición es errónea. ¿Acaso no forma parte de ese derecho
internacional la facultad de veto que tienen los cinco grandes? Si Estados Unidos
o Inglaterra hubieran expresado explícitamente su derecho de veto contra una
mayoría del Consejo contraria a la Guerra, se hubieran mantenido dentro del
derecho internacional. Si un socio de la ONU siente amenazada su seguridad y
decide proceder contra los causantes de esa inseguridad (otra cosa es que
acierte o se equivoque en su identificación) comenzará buscando adhesiones de
otros Estados; pero si no las encuentra y puede prescindir de ellas, a nadie tiene
que pedir permiso, según el derecho internacional, para obrar por su cuenta. Los
otros socios invocarán el orden internacional y el consenso. Pero la cuestión es
esta: ¿quién manda en el mundo en cada época? Es decir: ¿tienen más poder
contra los Estados Unidos y sus aliados todos los demás países de la ONU
juntos? El 11 de septiembre de 2001 determinó que los Estados Unidos,
golpeados gravemente por un terrorismo bien organizado, y ante la debilidad de
reacción de otros socios, experimentase la necesidad de poner sobre la mesa
(en la ONU y fuera de ella) la cuestión: ¿quién manda en el mundo? Y sobre
todo: ¿quién va a mandar en el mundo a lo largo del siglo que comienza, cuando
otras grandes potencias (como China, Rusia o Japón) o algunas coaliciones de
pequeñas potencias (como Irak, Irán, Libia) puedan poner en peligro ese orden
que habrá de mantenerse, desde luego, a la medida de quien tiene capacidad
para sostenerlo?
Ese orden será injusto, desde el punto de vista del «derecho natural», pero
quien se mantiene en él dirá siempre que prefiere la injusticia al desorden. En
todo caso la cuestión no está en elegir entre Orden y Justicia, sino entre un Orden
y otro Orden. Y desde esta perspectiva la distinción entre guerras justas e
injustas se reduce al terreno de la mera legalidad formal; y la distinción entre
guerras defensivas y guerras preventivas comienza a aproximarse a la condición
de una distinción oligofrénica. Cuando se invoca la necesidad de guardar el
orden internacional y las normas del derecho internacional, se procede como si
el orden internacional fuese idéntico a la justicia. Pero lo que llamamos orden
internacional o derecho internacional tiene muy poco que ver con la justicia
absoluta; tiene que ver con la situación de equilibrio factual alcanzado en las
épocas precedentes por las potencias en conflicto. Se trata de un orden que
157
cualquier potencia podría «denunciar» en cualquier momento siempre que
tuviera fuerza para ello, es decir, siempre que tuviera seguridad de no meterse
en un camino de aventuras condenado, con toda probabilidad, al fracaso. Dentro
de la República romana, o del Imperio, la justicia –«dar a cada uno lo suyo»– se
orientaba al mantenimiento del orden esclavista, a dar al terrateniente lo que era
suyo y al esclavo sus cadenas. Esta misma idea de justicia es la que se utiliza
en nuestros días bajo la fórmula del orden internacional.
158
vez, que ha de prepararse para la guerra, y no limitarse a pedir la paz en los
escenarios o en las calles. Deben saber los pacifistas españoles, herederos de
los objetores de conciencia o de los insumisos, que quienes buscaron la
debilitación del ejército y quienes rechazaron la posesión de la bomba atómica,
podrían haber conducido a España a una situación de inferioridad irreversible en
un orden internacional en el que otras naciones europeas (como Francia)
disponen de la bomba atómica y del derecho a veto en el Consejo de Seguridad.
Cabe también señalar otro componente del SPF que tiene que ver con la
falsa conciencia, y aún con la mala fe (en el sentido sartriano del que hemos
hablado). Me refiero a quienes ofrecen su recomendación ética de la paz como
si fuese un remedio suficiente para evitar las reglas y mantener el orden
internacional, poniéndose por tanto ellos mismos al margen de toda
responsabilidad, puesto que «ya advirtieron a tiempo del peligro». Pero, ¿es que
acaso una guerra se produce por el simple hecho de no obedecer al interés
ético?
10
Entre las múltiples cuestiones interesantes que el análisis del SPF suscita
destaca la del significado que pueda tener la afectación por el síndrome de las
corrientes de izquierda definida más relevantes, como son en España IU y PSOE
(y mucho de este significado habría que extenderlo a las izquierdas de otros
países).
159
Consejo de Seguridad). Pero todo ha cambiado desde la consolidación de la
democracia de 1978 y desde el derrumbamiento de la Unión Soviética. La
derecha del Antiguo Régimen ha desaparecido como tal, como un fenotipo; y la
cooperación de los Estados democráticos del bienestar ha hecho confluir a la
derecha democrática con las izquierdas democráticas. La igualdad, la libertad y
la justicia están garantizadas por la Constitución. La seguridad social, el
incremento de los salarios o atención a los ancianos interesa tanto casi o más al
centro derecha que a las izquierdas, en una democracia, tanto para que las
empresas puedan disponer de un mercado efectivo, como para que los políticos
del gobierno puedan ser reelegidos. Algunas izquierdas se mantienen
rígidamente fieles a las antiguas fórmulas («la derecha depredadora, que no
atiende a la seguridad social, que atenta contra los salarios, &c.»). La oposición
entre la derecha y la izquierda tiene que buscar nuevos criterios para definirse.
En España se viene intentando explorar, como criterio de las izquierdas, el
federalismo, incluso la autodeterminación de algunas «nacionalidades»; sin
embargo este criterio ha sido también alimentado y lo sigue siendo por la derecha
o por el centro (como se decía en la terminología clásica, «por las capas de la
pequeña burguesía catalana, o vasca, o gallega, &c.»).
160
un Tribunal Internacional de Justicia que abriría una nueva época para la
humanidad, la de la paz perpetua. ¿No están con todo esto las izquierdas
evolucionando hacia las posiciones de una izquierda fundamentalista, de tal
manera que el SPF pudiera considerarse como el anuncio de un parto
inminente?
11
161
como impulsado por la voluntad (inconsciente, utópica) de reducir la política a la
ética. Por este motivo las manifestaciones del invierno-primavera de 2003,
consideradas desde una perspectiva política, representan una reacción
«humanística» desencadenada como un síndrome (efímero, aunque cíclico) en
los más diversos organismos políticos que constituyen el Estado de bienestar.
12
El SPF es un fenómeno social, como hemos dicho, que sin embargo se nutre
de sentimientos éticos individuales, y su carácter de síndrome lo adquiere no
tanto en función de los sentimientos individuales, sino de la confluencia de estos
sentimientos. El SPF se ha manifestado en la forma de un clamor universal, a
cuyos protagonistas puede haber parecido el signo de un paso decisivo en la
evolución de la humanidad hacia la paz y la racionalidad. Pero se trata de una
ilusión, que se mantiene en los límites de la simple ideología, del sentimiento y
de la emoción. Sin perjuicio de este clamor o griterío, y en medio de él, las tropas
anglonorteamericanas seguían avanzando por el desierto y conquistando
Bagdad, Basora, Mosul o Tikrit. De hecho han desmantelado «el orden de
Sadam». Ni siquiera puede decirse que el imperialismo norteamericano tenga
hoy por hoy un signo depredador. Los orígenes y el desarrollo del imperialismo
norteamericano son muy distintos de los orígenes y el desarrollo del imperialismo
inglés. Lo más probable es que los Estados Unidos intenten llevar al Irak hacia
la situación propia de una democracia de mercado, capaz de ampliar la demanda
internacional. Los gobiernos títeres que imponga al principio dejarán de serlo a
medida que se incremente precisamente el estado de bienestar, pues el objetivo
de Estados Unidos no es la depredación del Irak, sino el envolvimiento sucesivo,
en círculos concéntricos, de China. De hecho, muchos de quienes fueron
afectados por el SPF comienzan ya, tras la victoria inminente, a recoger velas.
Es muy difícil que los más exaltados de los voceros de la paz, por vía ética,
adviertan que los instrumentos de su protesta no funcionan sin petróleo: un
petróleo que no se produce, refina y distribuye con consignas éticas, sino con
recursos técnicos y políticos.
162
decir, su paz. Y nadie debe olvidar que nuestra paz sólo puede alcanzarse
mediante la guerra. El cristianismo, que comenzó a ascender como un poderoso
movimiento internacional de signo ético religioso y pacífico, ¿hubiera conseguido
por sí mismo efectos políticos de importancia si no hubiera pactado con el
Imperio de Constantino, de Teodosio, de Justiniano, de Carlomagno o de Carlos
I?
163
Filosofía y Locura
Gustavo Bueno
I
Cuestiones metodológicas
164
(1) F ∩ L = K (para k ≠ )
(2) F ∩ L = K (para k = )
(3) F ∩ L = F, es decir: (F L)
(4) F ∩ L = L, es decir: (L F)
«La Locura es ella misma una forma, entre otras, de Filosofía. No todas
las formas de la Locura tienen que ver con la Filosofía; pero la Locura es,
por sí misma, una forma de Filosofía.»
165
como si «Filosofía y Locura» expresase directamente una conexión de dos Ideas
capaz de congregar en su entorno cuestiones filosóficas precisas.
166
«antropológica» encierra además una consecuencia muy importante, extraída en
la línea del relativismo cultural, según la cual habría que considerar como simple
efecto del etnocentrismo helénico (o europeo) la asignación de un lugar
privilegiado, incluso por antonomasia, a la filosofía del «área de difusión
helénica». La filosofía de tradición griega (prácticamente: la filosofía de tradición
platónica, académica, incluyendo a Aristóteles) sería sencillamente la filosofía
característica de una determinada sociedad mediterránea, que no es más
filosofía que la filosofía dogon, la filosofía esquimal, la filosofía maya o la filosofía
azteca, y otras filosofías que pretenden ser «liberadas» de Europa por los
autodenominados «filósofos de la liberación», con Enrique Dussel a la cabeza.
169
confluencia de monólogos yuxtapuestos, con enfrentamientos o convergencias
puramente externas, por una más profunda confluencia o divergencia interna de
Ideas que sean capaces, en su caso, de asimilaciones, transformaciones o,
eventualmente, de destrucciones mutuas.
Caben muchos criterios para llevar a cabo esta división. El criterio que
estimamos más pertinente para nuestros propósitos, después de desechados
otros, es el que se atiene, no ya tanto a caracteres absolutos (doctrinales) –por
ejemplo, a la característica de ser materialista, o a la de ser espiritualista, o
idealista– sino a características relativas o funcionales que puedan considerarse
propias de las filosofías de referencia. Concretamente, a la relación que una
filosofía dada, en cuanto saber de segundo grado, mantiene respecto de los
saberes de referencia (de primer grado) constitutivos del sentido común de la
sociedad o época histórica en la que una filosofía se desenvuelve
necesariamente (rechazamos enteramente la posibilidad de una filosofía
«gnósticamente implantada»).
170
ortodoxas, convergentes o conciliadoras) y el de las filosofías discordantes (o
disonantes, heterodoxas, divergentes o disidentes) respecto del sistema de
sentido común de referencia.
171
3. La fractura del término Locura en dos géneros
172
sociedad determinada, no pueda serlo también por relación al sistema de
referencia etic (el materialismo filosófico, en nuestro caso). Así, cuando San
Pablo (I Corintios, 23) reconoce que su predicación de Cristo es «escándalo para
los judíos y locura (stultitia) para los gentiles», utiliza «locura» en un sentido
relativista (para los gentiles), sin que ello excluya que lo sea también para un
sistema materialista que no reconoce la posibilidad de la salvación de la
humanidad derivada de la vida de Jesús crucificado, muerto y sepultado
milagrosamente. En cambio, la locura subjetual ofrecería criterios etic más
directos, precisamente por afectar al sujeto corpóreo. La locura del licenciado
Vidriera no es descrita etic por Cervantes, puesto que él nos habla de
comportamientos subjetuales (tales como envolverse con vendas para evitar
quebrarse).
173
más graves, como puedan serlo los éxtasis farmacológicos o un «síndrome de
La Tourette». También puede llegar a la destrucción total de la personalidad
(psicosis esquizofrénicas, locura senil, &c.). Es evidente que las locuras objetivas
pueden haber sido promovidas por sujetos normales (no afectados por locuras
subjetuales); recíprocamente (a pesar de que es frecuente dar por supuesto que
sólo en un estado de desequilibrio es posible «crear» obras originales:
Baudelaire renunciaba a las terapias ordinarias para no caer en la vulgaridad)
sujetos desequilibrados pueden crear obras vulgares y perfectamente
equilibradas: como dijo Kretschmer, «la psicopatía no es un billete para el
Parnaso». La mayor parte de los versos o dibujos de los enfermos sometidos a
terapias de conducta en casas de salud son vulgaridades propias de individuos
conrrientes e indoctos.
4. Genio y Locura
II
Cuestiones sobre taxonomía de las relaciones emic que una Filosofía (ya sea
concordante, ya sea discordante) podría mantener respecto de la Locura
174
Hemos creído poder distinguir cinco especies, en principio bien delimitadas,
de relaciones; de las cuales la primera se caracterizaría por su actitud
eminentemente teórica o especulativa, mientras que las cuatro siguientes se
caracterizan por su orientación práctica.
175
(puede verse el reciente libro de Juan Valdes-Stauber, Antropología y
epistemología psiquiátricas, Oviedo 2002).
El caso del ciudadano de Argos nos recuerda a Don Quijote, que «entregó
su alma a Dios» («quiero decir, que se murió», aclara Cervantes) tan pronto
como los bachilleres, curas y barberos lograron curarle de su ingeniosa locura
(se ha sostenido que el adjetivo ingenioso, que acompaña al «hidalgo»
cervantino, tiene que ver con una cierta destemplanza que Covarrubias y otros
atribuyen al «ingenio», y que ronda con la locura). Lo cierto es que la
«justificación» de la locura del ciudadano de Argos que Erasmo propone está
176
muy próxima a las «justificaciones» ordinarias de las drogas euforizantes,
psicodélicas o excitantes de la creatividad que sacan también a los hombres de
la vulgaridad de su vida cotidiana, y les llevan a las proximidades de la
locura: Philosophia Perennis de Aldous Huxley, Psilocybin Project de Timothy
Leary, Corriente Alterna de Octavio Paz, &c.
177
III
Cuestiones sobre la taxonomía de las relaciones etic entre la Filosofía y la
Locura
Esta primera especie acoge a todas aquellas filosofías que de algún modo
tienden a poner en conexión la orientación concordante de una filosofía con la
locura subjetual de sus defensores, incluso en el caso en que estos sean sus
«creadores». Como ejemplos muy conocidos de una situación semejante cabría
poner a los últimos días de Emmanuel Kant (el Kant demente senil, al que se
refiere la obra de Tomás de Quincey, y su adaptación española de Alfonso
Sastre) y a las «crisis de locura» de Augusto Comte.
178
«9. Ser reputado un ignorante por sabio, o un sabio por loco, no es cosa
que no haya sucedido en algunos pueblos. Y en orden a esto, es gracioso
el suceso de los Abderitas con su compatriota Demócrito. Este Filósofo,
después de una larga meditación sobre las vanidades, y ridiculeces de los
hombres, dio en el extremo de reírse siempre que cualquiera suceso le
traía este asunto a la memoria. Viendo esto los Abderitas, que antes le
tenían por sapientísimo, no dudaban en que se había vuelto loco. Y a
Hipócrates, que florecía en aquel tiempo, escribieron, pidiéndole
encarecidamente que fuese a curarle. Sospechó el buen viejo lo que era;
que la enfermedad no estaba en Demócrito, sino en el pueblo, el cual a
fuer de muy necio, juzgaba en el Filósofo locura, lo que era una excelente
sabiduría. Así le escribe a su amigo Dionisio, dándole noticia de este
llamamiento de los Abderitas y relación que le habían hecho de la locura
de Demócrito: Ego vero neque morbum ipsum esse puto, sed immodicam
doctrinam, quae revera non est immodica, sed ab idiotis putatur. Y
escribiendo a Filopemenes, dice: Cum non insaniam, sed quandam
excellentem mentis sanitatem vir ille declaret. Fue, en fin, Hipócrates a ver
a Demócrito, y en una larga conferencia, que tuvo con él, halló el
fundamento de su risa en una moralidad discreta, y sólida, de que quedó
convencido, y admirado. Da puntual noticia Hipócrates de esta
conferencia en carta escrita a Damageto, donde se leen estos elogios de
Demócrito. Entre otras cosas le dice: Mi conjetura, Damageto, salió cierta.
No está loco Demócrito; antes es el hombre más sabio que he visto. A mí
con su conversación me hizo más sabio, y por mí a todos los demás
hombres: Hoc erat illud, Damagete, quod conjectabamus. Non insanit
Democritus, sed super omnia sapit, & nos sapientiores effecit, & per nos
omnes homines.» Benito Jerónimo Feijoo, «Voz del Pueblo», Teatro
crítico universal, tomo primero (1726), discurso primero, §. III.
179
de Nietzsche; en cambio, en París, en días grises, le leo con deleite. Es un
filósofo de invierno [todavía faltaban 30 años para al advenimiento de los nazis],
para leído en momentos de mal humor, de misantropía, bajo un cielo brumoso.
Aunque predica la fuerza y combate la piedad, no puede menos de inspirar una
gran tristeza. ¡Pobre! En sus últimos días exclamaba: ¡Mutter ich bin
dumm! (¡madre, estoy idiota!).»
La tercera especie recoge las situaciones en las cuales una filosofía, sin
perjuicio de su orientación concordante (y de su concordancia efectiva con la
realidad ambiente, considerada como intrínsecamente racional, como es el caso
de las «concordancias acomodaticias» de Santo Tomás o de Hegel), sin
embargo ha de relacionarse con una locura objetiva (medida, como hemos dicho,
desde nuestras propias coordenadas), como pudiera serlo, si nos referimos a
Santo Tomás, su defensa de la transustanciación eucarística, que no por la
profunda explicación teológica que de ella ofrece, podrá dejar de ser
considerada, para utilizar otra vez la frase de San Pablo, «locura para los
griegos», y por tanto, también para nosotros.
180
IV
Cuestiones relacionadas con el análisis de las relaciones (de semejanza o de
contraste) entre ideas filosóficas («filosofemas») e ideas constitutivas de
estados de locura («deliremas»)
181
3. El demonio de Sócrates ha sido puesto en conexión, por Dodds, con
ciertas tradiciones chamánicas. Pero no sería necesario recurrir a semejanzas
etnológicas; sería suficiente alegar semejanzas psiquiátricas, y concretamente
el llamado «síndrome de la heautoscopia delirante» (o visión, por el sujeto, del
doble o sosias de sí mismo) en cuanto contradistinta del llamado «síndrome de
Capgras» (el sujeto ve el doble de otra persona conocida: una enferma se
negaba a tener relaciones sexuales con su marido porque «nunca está claro si
es él mismo o su hermano gemelo»).
182
5. La idea del Gran Mediodía de Nietzsche (vinculada a su doctrina del
eterno retorno) no es independiente de ciertos modos de experimentar el tiempo
propios de enfermos afectados de éxtasis psicopatológicos (esquizofrénicos,
epilépticos: véase Juan José López Ibor, Lecciones de Psicología
médica, Diana, Madrid 1957). La idea de la duree reelle de Bergson recuerda el
«síndrome de la presentificación» descrito por Pierre Janet (Les obsessions et la
psychasthénie, Alcan, París 1903), o captación unitaria de conglomerados de
estados psíquicos y percepciones fenoménicas.
183
«En nombre de la Ética»
Gustavo Bueno
Muchos de los problemas políticos, económicos y sociales de nuestro presente suelen recibir,
por parte de personas interesadas, un diagnóstico ético.
Se intenta demostrar que este diagnóstico no es siempre inocente
§1
184
consecuencia es obviamente inadmisible, y sólo la confusión de ideas,
alimentada por los intereses partidistas, puede haber movido la boca del señor
Caldera. Que el Partido Popular obtiene un beneficio político del escándalo
socialista es evidente, pero su causa propia y directa no es otra sino el mismo
descalabro del PSOE, en cuanto partido de la oposición. Que el portavoz de un
partido político recurra a la Ética para convencer a sus rivales políticos de la
conveniencia o necesidad de favorecerle, ¿no tiene mucho de apelación a un
«pacto entre caballeros» (como propuso el señor Llamazares, de Izquierda
Unida)? Pero los «pactos entre caballeros» tienen que ver más con la moral que
con la ética.
La apelación a la ética tiene aquí todo el aspecto del recurso a una cortina
que, con un nombre sublime, lo que busca es ocultar problemas políticos de
fondo. Principalmente estos dos:
185
Partido Socialista y de Izquierda Unida ha consistido en presentar al Partido
Popular, en todo caso, como el incitador y responsable de la crisis institucional.
Y, posteriormente, se llegaría a acusar de perjuros a los diputados rebeldes,
cuando tomaron posesión de sus escaños (el 23 de junio), como si el hecho de
haber sido elegidos por «el pueblo» implicase un juramento de fidelidad al
Partido que los presentó (incluso cuando éste partido introducía novedades
sustanciales en su programa de pactos); pero de este modo, al declarar perjuros
a los militantes expulsados, los diputados socialistas podían rasgarse las
vestiduras en la cámara saliéndose de ella, y acusando de cómplices con los
llamados perjuros, y de indignidad, a quienes se quedaban en ella (los diputados
del PP). Una maniobra de enmascaramiento digna de sicofantes atenienses que
«no se paran en barras» con tal de disimular sus propias verguenzas y destruir
al adversario a cualquier precio. La importancia de esta crisis, aunque sea
«puntual» en la apariencia, puede medirse si tenemos en cuenta que, a través
de ella, se tambalea toda la doctrina de la democracia partitocrática y de la
representación popular, en virtud de aquel mecanismo que Spencer llamó el
«asesinato de la teoría por un hecho».
Ahora bien: durante el primer semestre del año 2003 en curso han tenido
lugar, además de este gravísimo incidente desencadenado en el seno del PSOE,
importantes acontecimientos políticos, tanto a escala internacional (la Guerra del
Irak) como a escala nacional (las Elecciones municipales y autonómicas del 25
de mayo). En el curso de estos acontecimientos se ha recurrido una y otra vez,
por parte precisamente de las izquierdas, a las descalificaciones éticas, ya sea
de los políticos de centro (considerados, desde luego, como políticos de
derechas, más aún, como herederos del franquismo), ya sea de los políticos que
militan en alguno de los partidos de izquierdas. Las denuncias que las izquierdas
formularon en torno a la supuesta ausencia de «conducta ética» por parte de los
políticos de centro (o de derecha), servía para pedir (exigir) la dimisión de estos
políticos, o bien apoyo para un voto de censura. Y cuando la presunta falta de
ética denunciada recaía sobre militantes ellos mismos de izquierdas, solía ir
acompañada de la expulsión fulminante del Partido, sin proceso interno previo:
este era el mejor modo que el Partido tenía a su disposición para
«desentenderse» de los problemas políticos implicados en el
desencadenamiento de la deserción, para zanjar simplemente el problema en
nombre de la Ética (sólo quince días después de la expulsión la cúpula del PSOE
se vió obligada, por el escándalo, a anunciar que estaban dispuestos a abrir una
investigación interna). Por último, dirigentes de Izquierda Unida, y también del
PSOE, han acusado con frecuencia, durante estos meses, al presidente Aznar
de falta de Ética, al apoyar en las Azores a los Estados Unidos e Inglaterra en
su decisión de intervenir militarmente en el Irak; dirigentes o militantes de
Izquierda Unida, o del Partido Socialista, han llamado públicamente asesino al
presidente, y han «exigido» una y otra vez su dimisión.
186
En conclusión: no sólo se recurre a las acusaciones de «falta de Ética» del
gobierno popular durante la guerra del Irak; los dirigentes del PSOE y de IU han
vuelto a apelar a la Ética para condenar la conducta de los diputados desertores
de los que ya hemos hablado (decía en el Congreso el secretario general de los
socialistas, Rodríguez Zapatero, para justificar la expulsión del Partido: «No
actuaron en sus convicciones con un mínimum de Ética»).
§2
Nos parecen muy sospechosas las apelaciones a la Ética por parte de los
ideólogos y dirigentes de los partidos de izquierdas en el momento de
enfrentarse al diagnóstico de problemas cuya naturaleza es específicamente
política. ¿No apelaba también de hecho a la ética el propio diputado socialista
desertor, señor Tamayo, al manifestar que su indisciplina era debida a una
«cuestión de conciencia», que le obligaba a evitar el pacto de los socialistas con
los comunistas?
¿Qué alcance tiene por tanto esta apelación a la Ética por parte de los
políticos de izquierdas? A nuestro entender hay que partir desde luego de una
grave confusión y oscuridad de los conceptos; pues una falta grave de ética
podría también serles imputada a quienes llamaron «asesino» al presidente
Aznar, tratando con ello de destruirle, no ya sólo como político, sino como
persona. Tampoco es nada evidente la acusación de falta de ética a unos
diputados electos que no cumplen la disciplina del Partido (las presuntas
corrupciones inmobiliarias que a estos desertores pudieran ulteriormente
imputárseles no fueron invocadas en el decreto de su expulsión del PSOE). El
incumplimiento de unas normas de disciplina del Partido, teniendo en cuenta,
además, que la doctrina constitucional hace propietarios a los diputados de sus
actas, una vez elegidos por el pueblo (y por el pueblo en general, no ya por los
partidos que en él actuaron en el momento de la consulta electoral, lo que hace
que los diputados ya no puedan ser considerados tanto representantes de sus
votantes como de todo el pueblo), no podía calificarse en principio de «falta de
ética» (incluso ese incumplimiento podría haber estado inspirado, como hemos
dicho, por motivos éticos) sino de falta política (en todo caso moral, y no ética).
Pero la cúpula del PSOE, en bloque, prefirió adoptar la estrategia del
«linchamiento ético» de los diputados rebeldes, a fin de evitar la posibilidad de
considerarlos como rebeldes, puesto que eran soberanos, y acusándolos en
cambio de corrupción económica (sin pruebas, sin presunción de inocencia), es
decir, acusándoles de un delito ético precisamente porque no podían acusarles
de un delito político.
187
§3
188
Para decirlo de un modo directo: la apelación a la Ética es sospechosa, en
muchos casos, de mala fe.
§4
189
uso ordinario del término tampoco es fundamento suficiente para determinar
filosóficamente una idea, porque, con mucha frecuencia, las acepciones léxicas
populares de los términos adolecen de oscuridad y confusión (el uso ordinario,
en el español de nuestros días, conduce a llamar «cristalero» a quien vende o
produce vidrios, que, en general, no son cristales sino cuerpos amorfos).
§5
(2) La Ética es el tratado del Bien, o de «lo Mejor». Se sobreentiende, del Bien o
de lo Mejor «para el hombre», y, según algunas teorías «más adelantadas»,
también para los animales y para los vivientes en general.
(3) Ética es todo aquello que tiene que ver con la promoción o realización de la
Libertad o de la Justicia. Estas definiciones suelen considerarse como
especificaciones de (2).
(5) Ética como conjunto de normas que afectan a individuos que, a su vez,
forman parte de sociedades cristianas, o musulmanas, o simplemente
«civilizadas».
190
(6) Ética como forma de conducta ajustada a Valores.
(7) Ética como conjunto de normas que una sociedad humana ha de establecer
por consenso (por ejemplo, el que condujo a la Declaración Universal de los
Derechos Humanos de 1948) para hacer posible la convivencia.
§6
191
circunferencia no se identifica definicionalmente con el redondel, ni éste es un
simple ejemplo de circunferencia (la «circunferencia» se identifica con el
«redondel» a partir de un proceso que, hace ya más de cincuenta años,
describimos como proceso picnológico –ver «Los procesos picnológicos»,
en Theoría, Madrid 1952, nº 1, págs. 22-24 y nº 2, págs. 83-86.–).
192
2. Segundo epígrafe: los requisitos relacionados con la universalidad de la
definición
193
propiedad o predicado «primos», aplicada a los pares del conjunto de los
números primos, es universal a todos los números primos y conexa.
§7
Crítica a las definiciones (1) (2) (3) de Ética desde criterios comprendidos en el
primer epígrafe
194
trata de una impugnación meramente voluntarista, aunque fuera legítima
(«postulo una definición ontológica de ética con el mismo derecho que otros
postulan la definición gnoseológica»), porque al confrontar ambas definiciones
(y dejando aparte razones etimológicas, muy importantes sin duda) podemos
concluir que la definición gnoseológica presupone lógicamente a la definición
ontológica, y puede derivarse de ésta por metonimia, sin que sea posible
recíprocamente defender que la definición ontológica de ética es una metonimia
de la gnoseológica y, por tanto, derivable de ella. Es en virtud de este argumento,
y no en virtud de una primacía meramente léxica (filológica), por lo que
afirmamos la prioridad de la definición ontológica de la ética e impugnamos en
consecuencia la prioridad de la acepción gnoseológica.
195
Ahora bien (y refiriéndonos a la ética en su dimensión ontológico-humana):
es evidente que los comportamientos éticos –antiéticos también, por tanto– de
los hombres habrán de ser inmediatamente contrastados, comparados y
analizados. Y las re-presentaciones, o reflexiones en torno a estos
comportamientos comparados (de los hombres entre sí y con los animales, por
tanto, comparaciones éticas y etológicas), cuando alcancen un mínimum de
sistematismo podrán dar lugar a una disciplina o tratado que recibirá también,
por metonimia, el nombre de «Ética». De este modo, el término ética cobrará un
significado o dimensión gnoseológica en el momento en el cual con él
designemos antes a un libro, como pueda serlo la Ética a Nicómaco de
Aristóteles, o la Ethica more geometrico demonstrata de Espinosa, que algún
tipo de conducta. Ahora Ética, en sentido gnoseológico, irá referida antes a libros
o teorías que a los comportamientos virtuosos o viciosos a los que esos libros o
esas teorías se refieran. Y nos parece evidente que si un libro, un tratado o una
teoría recibe la denominación de Ética, es por metonimia de los comportamientos
éticos reales, a la manera como el templo recibe la denominación de iglesia por
metonimia de la asamblea de los fieles que en el templo se reúnen. La metonimia
podría ir en sentido inverso, en otros casos, es decir, desde un sentido
gnoseológico primario hasta el sentido ontológico derivado, como es el caso del
término «Geografía» aplicado al terreno («la torturada geografía de Cuenca»).
Pero este sentido inverso, que presupone la prioridad de la dimensión
gnoseológica, está fundado, en el ejemplo considerado, en la misma estructura
del término geo-grafía, que alude directamente al proceso gnoseológico de
descripción; lo que no ocurre con el término ética, que únicamente podría
alcanzar el significado gnoseológico a partir de un previo significado ontológico
(«etológico»), como significado primario. Otra cosa es que la acepción
gnoseológica, secundaria, del término ética se consolide léxicamente muy
pronto, en cuanto se hayan puesto en circulación los «Tratados sobre Ética».
Con todo, la metonimia de la Ética-tratado no tiene, en principio, más alcance
que el propio de una abreviatura o síncopa escolar del sintagma «filosofía ética»
(en la traducción latina: «filosofía moral»), contrapuesto, en las escuelas
antiguas, a la «filosofía natural» (o filosofía de la Naturaleza). Así aparece en
el Tesoro de Covarrubias: «Ética es una parte de la filosofía que, por otro
nombre, se llama filosofía moral.» Por lo que habrá que decir que Covarrubias
está coordenando ética con filosofía moral antes que con moral.
196
ontológico, antes que gnoseológico. Es decir, los mores son costumbres que,
aunque puedan tener una referencia a los individuos, se predican de ellos en
cuanto los individuos son miembros de una gens, de una nación. Son
costumbres en sentido etnológico. Y entonces nos encontramos con el
término mores como término que desborda el ámbito de las conductas
individuales (en el que se mantienen los hábitos, virtudes o vicios, considerados
por la Ética), puesto que va referido principalmente a los grupos (gentes,
naciones, etnias) o a los individuos en tanto son miembros del grupo; lo que nos
induce a no perder la distinción entre Ética y Moral, es decir, a no confundir las
normas éticas con las normas morales.
(2) Ética como el tratado del Bien, o de lo Mejor: una definición que puede
impugnarse desde la perspectiva de diversos epígrafes, pero será suficiente
atenernos al primero. Porque el término Bien (o Mejor) no se ajusta a todo y a
sólo lo definido. Ante todo, porque en el campo de la ética también han de figurar
los vicios, que no son bienes. Y porque el bien, o lo mejor, se aplica también a
campos que no sólo son distintos de los campos que contienen las conductas
éticas, sino que son incompatibles con ellos, como corresponde con el bien o lo
mejor en el sentido político o moral. Hay bienes, en sentido político (por ejemplo,
una guerra) que, sin embargo, desbordan y se contraponen al bien en el sentido
ético. Sin duda hay que constatar una tenaz resistencia a reconocer como bien
a todo aquello que sea incompatible con el bien en sentido ético, lo que
conduciría a considerar como males (Das sogenante Böse, 1963, de Konrad
Lorenz) a supuestos bienes políticos o morales. Pero la resistencia a reconocer
la contradicción dialéctica objetiva entre los bienes o valores éticos y los bienes
o valores políticos o morales no puede ocultar la realidad de que las categorías
políticas contienen, como bienes característicos, auténticas «monstruosidades»
éticas. Por lo que sólo en el supuesto de una destrucción de las categorías
197
morales o políticas estaríamos legitimados para no reconocer bienes o valores
políticos o morales que estén en contradicción con bienes o valores éticos.
(3) La definición de la Ética por la Libertad («la Ética no es otra cosa sino la
preparación para la Libertad, o la realización de la Libertad») tampoco satisface
los requisitos contenidos en el epígrafe primero, y sólo puede mantenerse
incurriendo en círculo vicioso. En efecto: la definición no se aplica a todo y sólo
lo definido, y, por ello, la Ética no puede definirse por la Libertad. Hay libertades
políticas, colectivas, que poco tienen que ver con la ética: la libertad política de
un pueblo (por ejemplo, la política de un Frente de Liberación Nacional) implica
ordinariamente la transgresión de las normas éticas más elementales, la guerra
a muerte contra los invasores. Pero no sólo esto: incluso cuando nos referimos
a la libertad individual tampoco es imposible subordinar la libertad individual de
una persona a su comportamiento ético. El criminal (asesino, torturador) puede
serlo precisamente en virtud de su libertad, como es el caso del crimen gratuito
propio del «imbécil ético» que busca realizar el crimen como una forma de arte
bella. Y sólo porque es libre es también responsable. Por tanto, solamente
cuando, por definición circular, presuponemos que únicamente hay libertad
cuando hay conducta ética, parecería que hemos definido la ética por la libertad;
pero con este círculo vicioso arruinaríamos toda la teoría de la responsabilidad,
y nos obligaríamos a tratar a cualquier «criminal ético» como un autómata, por
ejemplo, como un enfermo. Los únicos delitos que cabría reconocer serían los
delitos políticos y morales; lo que implicaría la tesis (gratuita) que se trata de
demostrar, a saber, la tesis de que todo hombre es éticamente bueno, si es libre.
198
§8
Crítica a las definiciones (4) (5) (6) de Ética desde criterios comprendidos en el
segundo epígrafe
Las definiciones (4) (5) y (6) serán aquí impugnadas por dejar
indeterminadas las dimensiones lógico materiales al margen de las cuales
(suponemos) es imposible reconstruir la estructura ética de la conducta humana.
199
La cuestión de la universalidad distributiva del predicado «Ética» renueva la
cuestión misma de los límites del campo humano, en su eje circular. La dificultad
principal, para establecer estos límites, estriba en la imposibilidad de superponer
el campo humano, dado en el espacio antropológico, a la especie humana (o al
Género humano, homo sapiens). ¿Cabe en efecto analizar, desde el punto de
vista de la ética, a los australopitecos o a los neandertales? ¿Cabe considerar
ética, por analogía, a la conducta de la paloma o del águila cuando alimenta o
protege a sus crías? ¿Y no sería suficiente esta analogía para considerar como
materia de la ética humana, antrópica, a «nuestros hermanos» (o primos) los
póngidos?
Desde nuestro punto de vista habría que concluir que, sin perjuicio de la
universalidad distributiva reconocida en la predefinición a la ética, no es posible
definir el campo humano, en el eje circular, por la ética, salvo que estemos
dispuestos a excluir del campo antropológico a la moral, a la política, a la
economía e incluso a la religión (y, ante todo, a las religiones primarias). El
«círculo» que delimita el campo al que pertenecen los sujetos corpóreos
vinculados por relaciones y operaciones éticas es, desde luego, un círculo
constituido por sujetos humanos (no meramente animales). Pero no cabe hablar
de sujetos humanos a partir de unas ciertas características zoológicas de
naturaleza genética. Es preciso partir de características culturales o históricas
(sociales, políticas, lingüísticas, religiosas). Lo que significa que si consideramos
«humano» a un sujeto corpóreo, no será tanto por sus características zoológicas,
anatómicas o morfológicas abstractas, sino por la posibilidad (y sin necesidad de
dotarle de un alma espiritual) de incorporar estas características anatómicas o
morfológicas, ya desde su estado de embrión, a un «círculo humano». Según
esto, el campo de la ética no tiene capacidad para delimitar el círculo de lo
humano, sino que, al revés, es el círculo de lo humano (un círculo, por lo demás,
de «geometría variable» a lo largo del desarrollo antropológico e histórico) el que
determina el campo de la ética. Lo que no significa que aquéllos sujetos
corpóreos que en un momento dado quedan fuera del círculo humano sólo
merezcan el tratamiento propio de «cosas». Por de pronto, ciertos animales han
merecido un tratamiento específico (en cuanto númenes o dioses) que no es
precisamente ético, pero sí antiético, a través del sacrificio ceremonial. Por lo
general, los animales no reciben un tratamiento ético en cuanto materia de caza,
de matadero, &c., lo que no excluye, en la medida de lo posible, que haya que
200
dar un trato «bioético», o sencillamente afectuoso, a gatos o perros domésticos;
un trato que sólo podría ser llamado ético por analogía.
Por análogas razones recusaremos también las definiciones (6). Los valores
a los que se apela no son, por sí mismos, universales: en nuestra sociedad
globalizada los únicos valores universales son los valores de la Bolsa; al menos
ellos logran la universalidad propia de la transformación equivalente de unos en
201
otros a través del mercado. Las tablas de valores no son universales y, con
frecuencia, los valores más altos en la jerarquía de una tabla no suelen ser
valores éticos, sino vitales (valentía, riesgo), políticos o religiosos (más allá de la
ética: el sacrificio de Isaac). Cuando se habla hoy de la «educación en valores»
lo primero que habría que hacer es responder a la pregunta: ¿en qué valores
vamos a educar?
§9
Crítica a las definiciones (7) (8) (9) de Ética desde criterios comprendidos en el
tercer epígrafe
202
originario, sino a lo sumo como el término de un regressus, que tiene mucho de
convenio o ficción jurídica, llevado a cabo a partir de diferencias profundas (que
se constataron vivamente a raíz de la segunda guerra mundial), que se buscaba
atenuar: el impulso procedente de la necesidad pragmática de establecer un
sistema mínimo de normas internacionales que, además, no estuviesen
subordinadas a dogmáticas religiosas propias de cada cultura o sociedad. Por
ello se recurrió al «hombre universal» y al comercio internacional entre los
hombres, dos ideas que aparecen ya como hechos una vez acabada la segunda
guerra mundial.
Las definiciones (8), aún cuando van referidas confusamente a las normas
éticas y morales, asumen sin duda la forma de la universalidad, al concebir a las
normas éticas o morales como un tipo especial de aquellas normas que todas
las sociedades humanas necesitan para regular su convivencia. Pero esta
universalidad no tiene en cuenta la condición de conexividad. Las normas éticas
o morales, sean inventadas, creadas o imitadas, así definidas, pueden ser
universales sin necesidad de ser conexas: todos los grupos sociales se ajustarán
sin duda a determinadas normas éticas o morales, pero que no por ello estas
normas son intercambiables o conexas. Las normas morales son relativas al
grupo social y con frecuencia son diferentes e incompatibles (basta pensar en
las normas morales relativas a la regulación de la familia, que en unas
sociedades establecen la norma monogámica, en otras la poliándrica y en otras
la poligámica, sin contar la diferencia entre normas permanentes o variables). La
universalidad conexa que atribuimos a las normas éticas no puede ser derivada,
por tanto, del carácter universal vinculado a la necesidad de los sistemas de
normas a los que toda sociedad está sometida.
203
Pero al no determinar los contenidos materiales de estos imperativos
universales, la conexividad de las normas éticas queda sin garantizar. Como
contenidos de estos imperativos éticos podríamos poner tanto las letanías del
hechicero dobuano («corta, corta / desgarra y abre / desde la nariz / desde las
sienes / desde la garganta / desde la raíz de la lengua / desde el ombligo... /
desgarra y abre...») como la norma eugenésica de arrojar a los niños
defectuosos por el Taigeto.
§10
Crítica a las definiciones (10) (11) y (12) de Ética desde criterios comprendidos
en el cuarto epígrafe
204
ejemplo, el deber de acudir a filas en caso de guerra, el deber de disparar o
arrojar bombas contra el enemigo. Y no entramos aquí en la cuestión misma de
la distinción entre el ser (el ser humano, su naturaleza, sus instintos, su curso
histórico) y el deber ser. Pues sólo cabe oponer el ser y del deber ser, en el
sentido consabido, cuando se da por supuesto que el ser que determina
histórica, social, política o religiosamente a los hombres, no es ya, él mismo, un
deber ser. De donde resultará que la oposición entre el ser y el deber ser es una
mera distinción escolar, que ha pasado a formar parte, como un dogma, de la
sabiduría de la «comunidad ética», pero que no es otra cosa sino un modo
encubierto de oponer un deber ser a otro deber ser (por ejemplo, un deber ser
ético a un deber ser moral o político). ¿Acaso el deber ser que impulsaba al
Enrique VII de Hume a continuar seguir siendo rey de Inglaterra no brotaba del
hecho de la misma realidad de rey en ejercicio, una realidad conquistada por la
fuerza? Dicho de otro modo: la realidad del reinado de un rey es, en general, un
hecho que hace derecho. ¿O es que sólo puede derivarse un deber ser de la
legalidad (siempre contingente, o tan contingente como cualquier otro título
socialmente arraigado) de una herencia o de una elección? ¿Cuántos reyes,
cuántas dinastías que ya fueron, no debieran haber sido?
§11
205
por ejemplo, mediante la medicina, definida ella misma como una profesión de
naturaleza ética. Pues aquello que es universal a todos los hombres, y que
establece relaciones de conexividad entre ellos, es precisamente el cuerpo
humano. Y al vincular las normas éticas a la salvaguarda de la vida corpórea de
los sujetos humanos, desvinculamos el campo de la ética del campo de la
conciencia. Por ejemplo, si la infidelidad de un cónyuge respecto de su pareja es
éticamente reprobable, lo será en la medida en que esa infidelidad, hecha
pública, produzca deterioro en la firmeza del otro; pero si esta infidelidad, o el
adulterio correspondiente, se mantienen ocultos, la desviación de la
norma moral de la fidelidad conyugal no constituirá un atentado a la ética. (Para
una exposición general de este asunto puede verse El sentido de la vida, lectura
1, 6.)
Es, por otra parte, evidente que la definición material (materialista) de ética
presupone ya delimitado, como hemos dicho anteriormente, el círculo de los
individuos humanos, entre los cuales tendrá lugar la distributividad de las normas
éticas. Una delimitación que no puede llevarse a cabo en nombre de la ética,
salvo que la ética se tome como signo distintivo, antes que como signo
constitutivo (serían humanos aquéllos sujetos corpóreos respecto de los cuales
mantengo una conducta ética, pero sin que esto implicase que deje de ser
humano lo que no es objetivo de una tal conducta).
Pero también las normas éticas materiales están sometidas a una dialéctica
interna, desencadenada entre ellas mismas, es decir, en la contraposición de las
propias normas éticas. El caso más obvio es el de las norma ética que autoriza
a matar a quien pretende matarme, es decir, la norma de la defensa propia. Esta
norma pone en conflicto la norma ética de la salvaguarda de la vida del asesino
con la norma ética de la salvaguarda de mi propia vida. También se produce un
conflicto entre normas éticas estrictas en situaciones ofrecidas por «la
Naturaleza» en el proceso mismo preciso de la individuación de los sujetos
corpóreos. Situaciones como las de los hermanos siameses, cuya separación
suponga la muerte de uno de ellos, enfrentará a la norma ética de mejorar
(incluso salvar) la vida de uno de ellos, aún contraviniendo la norma ética de
salvar al otro. También en las situaciones en las que hay que elegir entre la vida
de la madre y la vida del feto tiene lugar un conflicto, tradicionalmente reconocido
entre normas éticas.
206
Sin embargo, la operatoriedad de la definición material de ética se hace
patente, principalmente, en los casos en los cuales las transgresiones a la moral
o a la política se presenten enmascaradas como si fueran transgresiones a la
ética, es decir, cuando «en nombre de la ética» se pretenden ocultar, o se ocultan
de hecho, problemas que tienen propiamente un planteamiento político propio,
como son los problemas suscitados por la rebeldía de los dos diputados
socialistas de la Comunidad de Madrid a los que ya nos hemos referido. Al
discriminar, en estas situaciones, la dimensión ética de la dimensión política, no
estamos meramente hablando de nombres, sino de realidades diversas, de
conceptos distintos, y de responsabilidades diferentes.
207
Pero ni la caballerosidad, ni el honor, ni siquiera la lealtad o la honradez son
por sí mismas virtudes éticas, sino virtudes morales, deontológicas, ciudadanas
o políticas, incluso virtudes propias de una banda de cuarenta ladrones. En
ocasiones estas virtudes se enfrentan incluso con la propia ética: el duelo a
pistola entre caballeros contiene la posibilidad de la muerte del otro, o de la
muerte propia. El Médico de su honra se ve llevado incluso a inducir un
asesinato, en nombre de su honor. La traición o la deslealtad no son formalmente
un crimen ético, sino moral o político. Por ello, suele ser implícitamente admitido,
que el traidor o el espía pueda estar movido precisamente por requerimientos
éticos, tales como la salvación de su vida o de su hacienda, o el cumplimiento
de objetivos humanísticos o religiosos, que se dibujan más allá de los límites de
un grupo, de una nación o de una confesión religiosa. Ni el desertor del campo
de batalla (ni siquiera el tránsfuga al ejército enemigo), el traidor, atenta
directamente contra la ética (aunque pueda hacerlo indirectamente, como «daño
colateral», si su deserción contribuye a desmoronar la firmeza del camarada de
trinchera).
209
Los «ingenios» de Mingote
Gustavo Bueno
El problema
«Los chistes de Mingote nos hacen meditar, después de sonreír.» Sin duda,
pero meditar ¿en qué? Cada cual puede meditar sobre asuntos muy diversos
que el dibujo pueda sugerir «por asociación libre»; pero lo que nos importa es
determinar si son las escenas de Mingote las que conducen internamente a
ciertas «meditaciones» más que a otras. Si esto fuera así, habría que admitir que
las escenas de Mingote no son «completas», «clausuradas», sino que, por el
contrario, han de verse como escenas «abiertas» que piden ser desbordadas,
pero no aleatoriamente, sino determinadamente, orientándose en algunas
direcciones más que en otras.
Por referencia al autor: uno de los adjetivos que con más frecuencia se
repiten para caracterizar las obras de Mingote es el de «ingeniosas»; casi todo
el mundo encarece su ingenio y, más aún, su genio. Pero un ingenio considerado
desde una perspectiva psicológica. Un ingenio entendido como posesión
eminente de ciertas facultades intelectuales (por ejemplo, la capacidad de tener
ocurrencias). A fin de cuentas esta fue la perspectiva principal desde la cual
analizó el ingenio Huarte de San Juan en su Examen de ingenios, 1575 («ingenio
deriva de in genere, engendrar dentro de sí, producir con el entendimiento»).
Pero Huarte de San Juan añade la observación de que difícilmente se encuentra
«hombre de muy subido ingenio que no pique algo en manía, que es una
destemplanza caliente y seca del cerebro». Algunos, como H. Weinrch, han
creído ver en esta observación de Huarte de San Juan el origen del adjetivo que
Cervantes aplicó a su héroe, al «ingenioso hidalgo». Y otros, con Martín de
Riquer, llevan esta interpretación aunque, tímidamente, hasta la posibilidad de
una interpretación tal como la del «desequilibrado Hidalgo». Ocurrencia que nos
parece disparatada, incluso como sugerencia. ¿Por qué no se acuerdan también
los eruditos, en el momento de tratar de entender el adjetivo titular que Cervantes
dio a Don Quijote, de otros usos tradicionales del adjetivo, relacionados con el
oficio de un caballero que busca defender «el castillo interior» de su honra? En
el Fuero juzgo, Ley 14, Título 18, Partida 2ª, leemos: «ingenioso debe ser el
211
Alcayde, porque es cosa que se le toma en gran provecho para guardar de su
castillo». En este sentido, «ingenioso» tiene que ver con una facultad de
repentizar, de combinar recursos disponibles, de urdir atajos para coger al
enemigo en una encerrona. El ingenio militar tiene que ver con todo esto: el
«ingenioso dispositivo» que Anibal dio a su ejército en Cannas.
213
Por referencia al intérprete de las obras de Mingote: diremos, ante todo, que,
al margen del intérprete, el ingenio objetivo permanecería en un estado
meramente virtual, porque el ingenio irónico, como lo vemos incluye al intérprete
en su propia estructura. No es que el ingenio irónico tenga en sí una ironía o
humor interno que ulteriormente pudiera ser o no ser entendido por el intérprete.
La ironía, el humor y el ingenio es un juego que requiere la cooperación o
complicidad del intérprete, a la manera en como el juego del ajedrez requiere
dos jugadores, porque nadie puede jugar al ajedrez consigo mismo.
215
unos se encogieron de hombres, el del ramo articuló una disculpa algo torpe y
otro empezó a decir: "Como usted sabe, excelencia"... Franco los interrumpió a
todos con un ademán enérgico. "Nada, nada. Que se termine esa dichosa obra".
Y con un gesto teatral echó sobre la mesa el recorte de periódico. Los ministros,
aterrorizados, se levantaron a medias de sus asientos y miraron aquel papelito
que en la inmensa mesa de caoba parecía un diminuto barco a la deriva. Era,
naturalmente, el chiste de Mingote.»
Estas informaciones sobre los efectos que puedan tener los ingenios de
Mingote, así como los fines psicológicos de su autor, tienen, sin duda, mucho
interés, pero solamente de un modo indirecto nos conducen hacia el análisis de
la estructura interna de la obra misma. El verdadero alcance de esta obra habrá
de atenerse a los contenidos internos de la obra según su finis operis, que, sin
embargo, no está desvinculado de los propios intérpretes.
I
La estructura general de los ingenios de Mingote
216
Las figuras gráficas de Mingote se ofrecerían como símbolos que piden una
interpretación por parte del intérprete. Dicho en las palabras que Maimónides
utiliza en su Guía de perplejos: «existe una gran diferencia entre el conocimiento
que el que produce una cosa posee con respecto a ella [diremos aquí: el
conocimiento emic de Mingote, en cuanto autor de sus dibujos] y el conocimiento
que poseen otras personas con respecto a la misma cosa. Supongamos que una
cosa sea producida de acuerdo con el conocimiento del productor; en este caso
el productor estaría guiado por su conocimiento en el acto de producir la cosa.
Sin embargo, otras personas que examinan esta obra y adquieren un
conocimiento de la totalidad de ella para este conocimiento, dependerá de la
obra misma. Por ejemplo, un artesano hace una caja de la cual las pesas son
movidas por la corriente de agua e indican de este modo cuántas horas han
pasado... Su conocimiento no es el resultado de observar los movimientos tal y
como en realidad se desarrollan, sino que por el contrario, esos movimientos se
producen de acuerdo con su conocimiento. Pero otra persona que mire ese
instrumento, recibirá conocimiento fresco en cada momento que perciba.
«Cuanto más observa, más conocimientos adquiere, hasta que comprende la
maquinaria por completo.» Las obras de Mingote, tal como las entendemos, son
conjuntos complejos de rayas y puntos, maquinados, y puestos en escena, para
ser «descifrados» por sus intérpretes, y calculados para que el público
reconstruya las relaciones que vinculan las partes formales de la escena
ofrecida. Aunque los dibujos ofrecen simultáneamente todas las partes formales,
sin embargo, con frecuencia, el intérprete debe introducir una sucesión de
operaciones, recorrer un tiempo, un «discurso». El curso del tiempo se impone
al intérprete porque también las partes formales del ingenio suelen ser
temporales, es decir, están dadas en un tiempo u orden de sucesión de
movimientos. Un hombre riega un arbolito del que pende una soga de ahorcar:
será preciso recorrer intencionalmente el intervalo tiempo que ha que transcurrir
desde que el hombre riega el árbol joven, hasta el momento en que pueda crecer
y ser apto para que el hombre pueda colgarse de él.
217
Podríamos comparar, según esto, los dibujos de Mingote con las cajas
enigma, artificiosamente dispuestas, como un conjunto de piezas dispuestas
para ser abiertas o «puestas en escena»: el enigma no reside propiamente en el
mensaje que eventualmente podría haberse depositado previamente en el
interior de la caja, sino en el mismo desciframiento de las relaciones entre las
piezas ofrecidas y de lo que se contiene tras ella. No se busca, según esto, tanto
la sorpresa y el descubrimiento que la caja pueda encerrar, cuanto el
desciframiento de las relaciones entre las partes que aparecen envueltas en el
fenómeno global.
218
No cabe afirmar por tanto que el ingenio es de por sí un ingenio irónico,
salvo que «todo ingenio» comience siendo sobrentendido como «todo ingenio
irónico», que es lo que acaso presuponía Bergson en La risa: «una frase
ingeniosa nos hace sonreír cuando menos, y, por lo tanto, para completar el
estudio de la risa es preciso internarnos en la naturaleza de lo ingenioso, hay
que esclarecer su idea fundamental.» Bergson, circunscrito al ingenio irónico o
humorístico cree poder caracterizarlo como una «cierta dramática manera de
pensar y, más en concreto, a una cierta disposición que tiende a esbozar como
de pasada, unas escenas de comedia, pero tan discreta, tan ligera y tan
rápidamente que todo haya concluido cuando lo empezamos a advertir». Se diría
que Bergson se limita en este análisis a definir «lo mismo por lo mismo», o si se
prefiere, «lo mismo genérico por una especie suya»; no analiza el ingenio irónico,
en general, sino subrogándola al ingenio de la comedia. Y si hay algo importante
a nuestro entender en el análisis bergsoniano de los ingenios irónicos es la
219
indicación del ingrediente operatorio que consideramos como esencial a estos
ingenios.
Pero hay ingenios que no son irónicos o humorísticos, como sería el caso
de las adivinanzas fang a las que ya nos hemos referido. Otra cosa es que a un
ingenio neutro, incluso automático, como podría serlo la rueda de agua del
Guadalquivir, pueda acompañar «oblicuamente» una sonrisa suscitada en el
momento en el que reconocemos en tal ingenio lo que tiene de burla que el
ingeniero (Juanelo, por ejemplo) hace al curso espontáneo del río, a una
Naturaleza dramatizada, o, más sencillamente, a nuestras propias ideas
subjetivas implícitas sobre la imposibilidad de que las aguas de un río puedan ir
hacia arriba aprovechando su mismo impulso hacia abajo, «agarrándose de sus
propios cabellos»; ideas que el propio ingenio es el que obliga a rectificar (la
sorpresa que pueda derivarse de esa rectificación es la que puede expresarse
no como causa sino como efecto, en la sonrisa). El ingenio automático más
primitivo ideado por nuestros antepasados es acaso el cepo; un ingenio que, por
sí mismo, no tiene nada de ingenio orientado a producir risa o sonrisa. Cuando,
sin embargo, el animal «cae en la trampa» es muy probable que el cazador
sonría, precisamente porque está experimentando la rectificación o crítica del
curso de concatenaciones naturales que siguen su propia ley, en beneficio suyo,
y que se vuelven contra él. Esto se ve muy claramente en el llamado cepo
etológico, mediante el cual el chimpancé que ha metido la mano en una calabaza
de cuello estrecho llena de cacahuetes, no puede sacar el puño que aprieta y
queda atrapado por su mismo instinto pero utilizado al servicio del cazador, en
funciones de «genio maligno» del primate. Sin duda el cazador, al contemplar a
su presa sonreirá, aunque su ingenio no estaba orientado a la sonrisa. Pero hay
sin embargo una especie de ironía objetiva, ligada a la técnica humana, en la
medida en que esta técnica «burla o engaña a la Naturaleza», porque puede
variar sus cursos en virtud de una dialéctica interna que deriva de la confluencia
de cursos diferentes en los que ha intervenido la conducta operatoria.
220
No todo ingenio es, según lo que venimos diciendo, directamente irónico o
humorístico. En cambio, nos parece que hay que afirmar que toda ironía o todo
humor ha de ser ingenioso en diverso grado y, por tanto, debe ser artificioso,
preparado o puesto en escena para el efecto. Dicho de otro modo, no sería
posible comenzar intentando determinar la naturaleza de la ironía o del humor,
tratando de situaciones que estuviesen al margen de los ingenios
correspondientes. No se podría pasar a la especificación de la ironía o del humor
como si fuera ingeniosa, sino que más bien habría que comenzar por el ingenio
para poder ulteriormente especificar la naturaleza de los ingenios irónicos o de
los ingenios humorísticos, supuesto que ambos tipos de ingenio no se reduzcan,
a lo mismo.
221
el deber ser se oculta bajo el disfraz del ser: «el humorista sería un moralista que
se encubre bajo el disfraz del sabio»). Pero el criterio propuesto por Bergson es
muy débil, porque dentro de sus propias coordenadas elude otras dos
situaciones obligadas en su combinatoria: «fingir un deber ser por otro deber
ser» o «fingir un ser por otro ser». Además sobreentiende gratuitamente que las
normas que parecen desviadas por el ingenio irónico son normas morales,
cuando puede ocurrir también que esas normas en realidad sean simplemente
leyes naturales. Y, por ello, obligan a una conclusión errónea al atribuir al
humorista la condición de moralista, como si el humor pretendiese
necesariamente «ser edificante», corregir o rectificar costumbres y no
simplemente constatar el «carácter paradójico de la realidad».
222
Ahora bien: la ironía implica de algún modo que, con algunas palabras
dadas, se esté queriendo decir la significación contraria (antífrasis, &c.); pero es
necesario añadir que las palabras dadas se referirán a situaciones en las cuales
los sujetos operatorios siguiendo el curso de esas operaciones (significadas por
las palabras) llegan internamente a resultados que contradicen, rectifican (o
«ponen en ridículo»), las mismas normas de las que se partió; una ironía que
podríamos llamar apagógica. Así, la ironía bíblica, tantas veces analizada, de
Elías (III Reyes, XVIII 26, 27). Elías se encara con los sacerdotes de Baal, que
habían estado llamando a su Dios desde la mañana al mediodía. Elías les dice:
«llamadle a grandes gritos, porque como es Dios, quizá esté pensando en algo;
podrá ser que está ocupado o de viaje, quizá esté durmiendo, y vuestros gritos
le despertarán.»
223
de las operaciones de los adultos, que se mueven en un mundo de intereses
pragmáticos o vulgares (en los que juega un papel principal el jabón o el fútbol),
–curso al que hay que reconocer un funcionalismo familiar, social o cultural
indiscutible– y la lógica del curso de las operaciones de la más alta tecnología
de nuestro siglo, «encarnada» aquí en un niño. Sin duda, también un adulto
podría seguir la lógica de la alta tecnología; pero la mayoría de los adultos de
una sociedad seguirá la lógica de la sociedad de consumo; sólo el que se
mantiene al margen de esa sociedad puede seguir el curso verdaderamente
asombroso de la televisión desde el punto de vista técnico. En todo caso la ironía
de este ingenio no tiene por qué interpretarse de un modo edificante, y no tiene
por qué ir dirigida a lograr que los adultos se liberen de su vulgaridad y se
circunscriban a la tecnología científica. En cualquier caso, esta «moraleja» es
ajena a la ironía que tiene lugar precisamente, si no lo entendemos mal, no en el
momento de una eventual recuperación, sino en el momento de la caída o
desviación (degradación, dirán algunos) interna del genial invento en
aplicaciones comparativamente tan vulgares, y aun estúpidas que,
paradójicamente, van asociadas a la genialidad de los creadores de la televisión.
La ironía nos conduce aquí a la constatación de cómo es posible, o muy probable
que las creaciones humanas más sublimes en el terreno de la tecnología
terminan siendo un instrumento para el consumo de los bienes más vulgares o
triviales, que sin embargo, permiten que aquellos grandes inventos sublimes
puedan tener realidad. Parece evidente que si el curso de la lógica técnica
invadiese las propias pantallas de televisión, la televisión desaparecería como
instrumento social general y se convertiría simplemente en un instrumento de
laboratorio de Física.
224
(2) El humor, en cambio, tendrá lugar en el momento en el cual los sujetos
operatorios, sin perjuicio de ajustar sus conductas a normas determinadas se
ven constreñidos, por las circunstancias exteriores, a comportarse como
autómatas, y de forma tal que sus propias normas les conducirán a situaciones
que les llevarán a acogerse a las normas opuestas. He aquí una situación de
humor preparada en el ingenio número 15 de la colección de obras de Mingote
antes citada: subrayamos ante todo que esta situación no necesita texto, porque
los dibujos hablan ahora por sí mismos: un náufrago, agarrado a una balsa
mínima (se supone que ha sido armada por él, o en todo caso utilizada por la
norma de «salvar la vida») advierte que el viento, la inercia, o alguna corriente
de alta mar, le lleva irremisiblemente a un islote tan pequeño como la balsa, y en
el cual está montada una horca con su soga correspondiente ya preparada (es
decir, está montado un artilugio, presidido por la norma: «matar la vida por
ahorcamiento»). El humor, negro en este caso, de la situación tiene lugar cuando
el intérprete continúa las secuencias iniciales ofrecidas por el ingenio (ingenio
que tiene ya por tanto «calculadas» estas continuaciones) o cuando advierte que
el náufrago, gobernado por la norma de su salvación, es arrastrado «por encima
de su voluntad» a un islote en el que el «instrumento para matar» va a tener que
ser utilizado como único recurso disponible, a mano, como un destino al que,
casi como un autómata, habrá de acogerse si no quiere someterse a los
sufrimientos más horribles (el ingenio de Mingote no excluye la posibilidad de
que la horca hubiera sido dispuesta por algún individuo benevolente que
ofreciera, a un náufrago eventual, la posibilidad de una eutanasia relativa). Sin
duda, el náufrago que llega al islote podría acaso, en virtud de su libertad,
rehusar a la solución eutanásica, esperar a que pasase un barco y lo salvase de
verdad; pero si se diera este curso, la «gracia» del humor de esta situación se
evaporaría íntegramente. Luego el humor sólo permanece, al parecer, cuando
se desencadenan los automatismos que gobiernan a las normas por encima de
la voluntad de los sujetos que se dirigen por ellas.
Concluimos: tanto la ironía como el humor así entendidos, implican el
desarrollo interno de procesos de los cuales se deriva internamente (y no por
apariencia artificiosa o por un exabrupto extrínseco) la rectificación dialéctica, o
incluso la crítica, si no a la situación sí a las representaciones metafísicas o
ingenuas que de ella puedan ser mantenidas. Las escaleras de Escher son
paradojas que no pueden ser llamadas irónicas o humorísticas, porque son
contradicciones topológicas y no permiten una dialéctica operatoria efectiva (son
meras ilusiones ópticas); pero no hace falta apelar a las contradicciones
topológicas; son suficientes los contrasentidos gráficos, arquitectónicos o
escultóricos dispuestos ad hoc para mostrar ejemplos de ingenios que no son
irónicos ni humorísticos por sí mismos, puesto que no derivan internamente de
cursos operatorios efectivos; aunque, si pueden ser utilizados en contextos
irónicos o humorísticos, no es tanto en función de ellos mismos, sino de las
representaciones de quienes los contemplan (es el caso de los «objetos
imposibles» de Jacques Carelman: una sierra de arco con los dientes orientados
225
hacia dentro; dos bicicletas frente a frente, pero con la rueda delantera común;
permítaseme decir, de pasada, que la denominación «objetos imposibles» nos
parece de todo punto inadecuada, y aun metafísica –o patafísica, como acaso
querría Carelman– porque esos objetos son realizables tanto en dos
dimensiones como en tres; la denominación más ajustada sería la de «objetos
contrasentido», siempre que admitamos que los «contrasentidos» no se
circunscriben, como algunos «filósofos analíticos» pretenden, a la esfera del
lenguaje).
226
casos, considerados excepcionales, e imprevistos para aquellas normas, de tal
suerte que es la ideología global en la que tales normas se inspiraban (las
normas del individualismo ético), la que es puesta en peligro de derrumbamiento,
así como su solemnidad dogmática, urbi et orbe, resulta puesta en ridículo.
(3) Una última clasificación de los ingenios irónicos o humorísticos que sería
conveniente indicar para dar por terminado el «diagnóstico taxonómico» de los
ingenios de Mingote, es una clasificación que toma como fundamento la
distinción entre conceptos e Ideas, tal como la venimos utilizando, con objeto de
trazar la línea divisoria entre las ciencias o tecnologías (categoriales) y la filosofía
(mundana o académica). Aplicada esta distinción a nuestro caso, podríamos
construir en primer lugar la clase de los «ingenios irónicos conceptuales»
(científicos o tecnológicos); y, en segundo lugar, la «clase de los ingenios
irónicos filosóficos». También es cierto que hay casos que permanecen en la
intersección de ambas clases: el cepo etológico, que ya hemos mencionado,
podría considerarse como un ingenio irónico, pero que a la vez tiene una
estructura conceptual-técnica, y compromete ideas muy importantes que tienen
que ver con la naturarela del instinto y con la libertad.
227
se reducirá, acaso, a sus contornos conceptuales, perdiendo su perfume irónico
(tal sería el caso del argumento «Aquiles» reducido por un estudiante de primero
de Matemáticas a los términos de un problema de cálculo con ecuaciones
diferenciales). Y tal sería también el caso de la «paradoja del bibliotecario», el
famoso ingenio o «argumento» presentado por Bertrand Russell como
argumento filosófico de naturaleza irónica, al ejemplificar una cuestión de teoría
de conjuntos con un problema de bibliotecarios. Y no es nada fácil determinar la
naturaleza irónica de este famoso ingenio de Russell. Quienes lo interpreten
como una pseudo paradoja semántica (porque entienden que el concepto de
«catálogo de los catálogos» carece de sentido, alegando que un catálogo es un
catálogo de libros, y que un catálogo no es un libro, salvo desde el punto de vista
de su encuadernación), la ironía del ingenio russelliano quedaría «desactivada»;
pero para quien entienda la paradoja como fundada en una situación real, la
ironía del ingenio podrá incrementarse sobre todo si, como única solución de la
aporía, se introduce la figura de un bibliotecario encargado, a tiempo completo,
de las operaciones de citar y borrar sucesiva e indefinidamente el registro
problemático asentado en el catálogo de los catálogos que no se citan a sí
mismos.
Desde esta perspectiva cabe interpretar una tesis que el propio Mingote
sostuvo en su Discurso de ingreso a la Real Academia Española, en el momento
de diferenciar los ingenios ofrecidos por la revista Madrid Cómico y los ofrecidos
por la revista La Codorniz, de cuya ironía o humor él se declara heredero:
«en Madrid Cómico se burlaban de las gentes singulares que no se ajustaban a
las normas. La Codorniz se burlaba de las normas.» ¿No cabría poner en
correspondencia la ironía o el humor dirigido a las gentes singulares «que no se
ajustan a las normas» con una ironía o humor conceptual (circunscrito al terreno
de las normas vigentes) y a la ironía o al humor que se enfrenta con las normas
mismas, «regresando» más atrás de ellas con una ironía filosófica que nos pone
delante de las Ideas?
228
Pero, en cualquier caso, nuestro diagnóstico taxonómico no lo apoyaríamos
propiamente en estas declaraciones emic del autor (aunque su importancia para
nuestro propósito nadie puede discutir), sino en el análisis etic de los contenidos
de sus «ingenios». Y resulta que, sin perjuicio de arrancar siempre y
necesariamente de conceptuaciones más o menos precisas, Mingote se enfrenta
inmediatamente con Ideas dadas a la escala de la tradición filosófica académica,
ideas tales como Naturaleza/Arte, artes mecánicas/artes liberales,
Hombre/Naturaleza, Hombre/Dios, animales/hombres, &c. Queremos decir,
precisamente esto: que la ironía o el humor de Mingote está ya a escala de estas
Ideas. Y lo cierto es que los ingenios de Mingote nos conducen una y otra vez
irónicamente o con humor, casi siempre negro, hacia la crítica de los fenómenos,
a través de los cuales se desarrolla nuestro Mundo y nosotros los hombres con
él.
II
Ingenios que se mueven preferentemente en un solo eje
230
Es probable que el libro de Mingote, Hombre solo, esté concebido emic
desde la perspectiva de la soledad metafísica que una tradición neoplatónica
(«Solo con el Sólo») mantiene como característica más profunda y primaria del
ser humano. Lo que, por nuestra parte, ponemos en duda es que desde esta
perspectiva fuera posible organizar un «ingenio irónico» consistente; por tanto,
lo que queremos decir es que la ironía o el humor desarrollados en situaciones
de soledad, a la que van referidos importantes conjuntos de ingenios de Mingote,
habrían de ser analizados desde la perspectiva etic que comienza reconociendo
la presencia de dialogismos previos, generalmente implícitos. Por ejemplo, el
ingenio número 13 de Hombre solo nos presenta, es cierto, la figura de un
hombre solo, vestido de torero, con la espada y la muleta dispuesta, y parado al
borde de un camino en el que una señal de peligro de tráfico anuncia toros: el
hombre se nos presenta haciendo autostop. Es evidente, por tanto, que el gesto
de su dedo va referido a otro individuo o individuos que se supone están
aproximándose en un automóvil o un tractor y, aunque no están representados
en la figura, están ejercitados por ella (si el torero hiciera el gesto en el vacío, en
un lugar intransitable, la ironía se volatilizaría, puesto que esta ironía cuenta con
el miedo de otros individuos a los toros sueltos, y con que el torero, con su
espada dispuesta, podría actuar como motivo suficiente para detener el coche).
231
espalda y con las armas dispuestas (número 101 de Hombre solo). La norma del
duelo a pistola entre caballeros se supone que prescribe que, una vez situados
espalda contra espalda, habrán de dar un número contado de pasos (ocho, diez,
doce...) y que una vez dados estos pasos habrán de volverse rápidamente cada
cual para disparar sobre el otro. Se trata por tanto de una norma pura, fundada
en el honor, y se refiere al «cuerpo a cuerpo» de dos hombres que se han
enfrentado a muerte. Pero es evidente que las normas del duelo entre caballeros
no excluyen explícitamente que los pasos hayan de ser dados descendiendo los
travesaños de una escalera positiva de dos hojas. El ingenio sitúa a los
caballeros en el momento de iniciarse el proceso, de espaldas, pero subidos al
último palo de la escalera. No es pertinente preguntar por qué se encuentran en
situación tan estrambótica, tan extraña: basta que ello sea posible (podrían haber
discutido, haberse enfurecido, haber decidido iniciar el duelo inmediatamente).
La aplicación de la norma del duelo entre caballeros les obliga a dar ocho o
quince pasos adelante, antes de volverse y disparar; pero, o bien el paso
adelante lo dan ambos horizontalmente en el vacío (con lo que la norma resulta
ridícula) o bien se deciden a bajar de espaldas cada escalón (y entonces la
norma caballeresca pone en peligro la estabilidad de los dos). En cualquiera de
las dos alternativas la «norma de los caballeros» queda puesta en ridículo por
una simple variación de la disposición del espacio que no está ni prohibida ni
contemplada por la norma; lo que demuestra que la norma caballeresca tiene
que contar además con presupuestos tan prosaicos, triviales y artificiosos como
los que se refieren a la declaración de un terreno horizontal.
232
escribe su carta con letras de molde indiscernibles de las que hubiera producido
la máquina. También aquí confluyen cursos de ortogramas diferentes pero
intersectados.
El ingenio número 106 de Hombre solo nos presenta una situación inversa
a la del número 13. Aquí, una figura única resultaba estar interactuando con
otras; pero en el número 106, aparecen varias figuras de individuos, cada uno
de los cuales (aun cuando se supone que ya entregó una carta al señor juez) se
disponen a realizar un acto sobre sí mismos (en concreto buscan suicidarse,
arrojándose al vacío desde una atalaya muy elevada). Lo que aquí ocurre es que
hay muchos individuos solitarios que parecen dispuestos a llevar a cabo
similares operaciones, y todos ellos se juntan en la única escalera mecánica que
les conduce a la atalaya. La ironía no consiste en el autologismo suicida de cada
sujeto, sino en la yuxtaposición de autologismos, que no implican, sin embargo,
dialogismos, aunque cabría prever que esta yuxtaposición de solitarios (la de los
monjes de Nitria) pudiera dar lugar a una relación circular individual, es decir, a
un convento, en este caso, a un convento de suicidas. La ironía filosófica de este
ingenio la pondríamos, precisamente, en la crítica que ella contiene del principio
de la metafísica autológica expresada en el principio «Solo con el Solo». La
soledad emic resulta estar enclasada, y además mecánicamente, lo que da lugar
a la reducción de los sujetos más íntimos y libres, a la condición de automatismos
ideales, que dejan en ridículo su soledad.
233
de «ensoñación» que hace que cada sujeto aislado esté en rigor vinculándose
con otros sujetos recordados o fantaseados. Así, el viejo profesor de
Matemáticas, abstraído en el desarrollo de unos cálculos complicadísimos ante
la pizarra, está en rigor ligado («ligando») con una suculenta muchacha desnuda
(número 94); o el buen niño que está escribiendo en soledad «nunca más leeré
libros inmundos» pero que está ligado («ligando») con su imaginación con una
matrona opulenta (número 12).
Los autologismos más puros son también presentados de manera que ellos
nos conducen, desde la sublimidad a la cual un solitario ha regresado, al
miserable o ridículo contenido, en el progressus, de esa soledad: «pienso, luego
existo», escrito debajo de un mendigo miserable, sentado en un carrito, con
piernas y brazos mutilados (número 61).
234
aquí advertimos una crítica a los autologismos por cuanto el sujeto necesita
«des-doblarse» (número 72); o el autologismo imposible del caballero que
somete su conducta a la obediencia puntual a las normas y cuando éstas le
reiteran la prohibición de pisar la hierba en un campo inmenso, su autologismo
normativo tendría que llevarle (Kant lo había dicho: «puedo porque debo») a
remontar el vuelo, como única vía para no seguir desobedeciendo la norma
(número 10). La ironía se produce aquí del mismo modo a como se produce la
metábasis en Matemáticas hacia los número transfinitos o en Física hacia
el perpetuum mobile. No existen (en el campo de la intuición) los números
transfinitos, ni existen en la realidad los móviles perpetuos; sin embargo, éstos
han de ser necesariamente construidos como idealidades contradictorias que,
revertidas a las series reales, establecen sus límites. En el ingenio que nos
ocupa, «remontar el vuelo» es el único camino que puede seguir un sujeto,
riguroso con el cumplimiento de su deber, para satisfacer a la norma que él ha
acatado plenamente: volar es una consecuencia lógica del curso del
autologismo; esta consecuencia se enfrenta con la lógica de la gravedad. El
ingenio estriba en representar el curso ideal autológico con figuras llenas (como
las que representan los pasos reales) para así, de este modo, mostrar que la
compulsión emic de la norma ejercida debería mantener su misma fuerza, así en
la tierra como en el cielo. El ridículo de esa disciplina imposible, etic, es lo que el
lector constata. Sin duda, como hemos dicho, este ingenio podría considerarse
como una crítica certera e irónica contra el «puedo porque debo» del imperativo
categórico kantiano.
235
Los autologismos de los ahorcados (números 45, 46 y 47) abundan también
en esta crítica irónica consistente en subrayar la dependencia y subordinación
del autologismo suicida a la leyes naturales imprevistas por el sujeto operatorio.
Unas veces, porque la rama del árbol de la que se había colgado el individuo se
ha roto con su peso y vemos al individuo teniendo que arrastrarla en virtud de su
autologismo frustrado (número 45). Otras veces, el autologismo suicida se hace
depender del crecimiento de un arbolito plantado ad hoc (número 46); otras
veces porque comienza a caer la lluvia, y el suicida tiene que refugiarse en una
alcantarilla, esperando a que escampe, para ahorcarse.
236
dibujo) que un objeto de la edad del acero, parece estar presente en la edad de
piedra. En cierto modo la ironía es aquí autodestructiva del propio ingenio: si
supusiéramos que el muelle ha caído de un platillo volante, la ironía desaparece
y el ingenio se convierte en simple descripción del asombro ante un contraste
semejante.
237
Los ingenios 21, 22 y 23 están construidos en función del contraste entre el
Arte (como mimesis) y la Naturaleza. En el 21, un labrador, que tiene un
ventilador eléctrico en su casa, intenta conectar el molino de viento a la red para
lograr que mueva las aspas (se supone, en época de calma): la ironía aparece
aquí en la confluencia desproporcionada de estos dos cursos lógicos; en el 22 el
arte imita al arte: de la ventana de un molino de viento sale un molinillo de papel
que «dobla» al primero; en el 59, un sujeto al borde de una gigantesca catarata,
produce una pequeña catarata con un cubo de agua para bañarse. En el 88, un
campesino observa asombrado cómo el ramaje de un árbol configura una silla
de paja.
239
corpóreas angulares, al menos intencionalmente. Muy interesantes son las
situaciones en las cuales el hombre aparece como «envuelto» por alguna entidad
invisible, meta-física, que se manifiesta por algún efecto sorprendente o
peligroso: no hay morfología explícita, pero hay que suponer dado un eje angular
(numinoso, teológico, extraterrestre).
III
Ingenios situados en más de un eje
240
ingenio nos ofrece antes las relaciones que se establecen entre el toro y el
hombre, que las relaciones que se establecen entre el hombre y el toro. Desde
luego, las frases atribuidas al toro, con las banderitas puestas y el estoque
clavado, serían consideradas totalmente absurdas («antropomorfas») hace 50
años, cuando la etología aún no había dado sus pasos decisivos. Es decir, hace
50 años, el intérprete «racionalista mecanicista» se vería obligado a reducir
inmediatamente la dimensión angular a la radial. Pero en nuestros días la
situación es otra: un toro no formula frases semejante pero sí «expresa» algo
que tiene que ver con ello. No dice: «Y luego dirán los críticos que este ha sido
un espectáculo banal, aburrido, monótono»; pero sí habrá reaccionado con ira o
con terror ante los ataques de la cuadrilla inexperta. La ironía del ingenio se
desencadena haciendo ver que la perspectiva humana (capaz de ver el
espectáculo como banal y absurdo) es superficial y frívola porque sólo se atiene
a los aspectos formales del arte de torear, pero deja fuera el principal contenido
de la tragedia: la muerte del toro. Y la limitación se extiende sobre todo a quienes,
embebidos en el arte del toreo, han perdido por completo el sentido del
significado numinoso del toro. La ironía de Mingote consiste aquí en poner en
boca del toro, frases que deberían estar en la boca de los hombres.
Por último, las escenas con sirenas, en sus relaciones con los hombres, son
seguramente las mejores ejemplificaciones de ingenios dispuestos en tres ejes
(por ejemplo los números 128 y 129 de la colección «Temas de hoy»). La
dimensión angular está aquí representada por las propias sirenas, dado su
componente animal que, al estar unido «hipostáticamente» a un cuerpo de mujer,
cobra inmediatamente un significado extraño, numinoso. La ironía se dirige aquí
precisamente a neutralizar este contenido numinoso reduciéndolo a su condición
«radial» de alimento: el en número 128 un sujeto, acaso un náufrago que abraza
a una sirena y acaricia las escamas de su cola, dice: «pues verás, para hacer el
bacalao al pil-pil, se empieza...»
Final
Los análisis tendrían que ser mucho más minuciosos y prolijos; pero sobre
este punto lo más prudente es acogerse a aquella observación de Voltaire: «la
mejor manera de resultar odioso es decirlo todo.»
Gustavo Bueno
29 de enero de 2003
241
Campoamor y Ortega
Gustavo Bueno
242
la de tradición académica, en su sentido público, envuelve también un modo
peculiar de tratamiento de las ideas que haríamos consistir, fundamentalmente,
en el reconocimiento y discusión dialéctica con las ideas opuestas, para lo cual
será preciso disponer de un repertorio suficientemente rico, que se nos ofrece
precisamente en la historia de las ideas. Se supone que un filósofo público ha de
«estar al tanto» de las ideas de su presente, y de la genealogía histórica de tales
ideas, por lo menos en sus líneas más generales; tal fue al menos la tradición
propia de la filosofía académica, la tradición platónica, que, de un modo más o
menos degenerado, subsiste en la filosofía universitaria, llamada a veces
«académica» por discutible antonomasia.
243
a sus alumnos de enseñanza media la clave del «giro copernicano» de Kant: «En
este mundo... nada es verdad ni es mentira, todo se ve del color del cristal con
que se mira.» Y Ortega no estaba muy lejos, con su perspectivismo (que no
quiere ser ni idealista ni realista) de este «kantismo positivizado» que prefiere
referir las formas a priori no ya aun sujeto metafísico o metahistórico, sino a un
sujeto etológico, psicológico, social o histórico, capaz de seleccionar (o cribar)
los estímulos procedentes de la realidad mediante las cambiantes
conformaciones de su propia subjetividad vital.
244
3
245
formalizados acatólicamente»); también estuvo casado con una dama católica
no española y también transigió con su deseo de casarse por la Iglesia,
suscribiendo, eso sí (sin duda para «formalizar acatólicamente» el detalle
privado de su casamiento católico), un documento en el que hacía constar de
algún modo que su matrimonio sacramental era debido, no a propia convicción,
sino a una «cortesía» para con su esposa. Pero ambos «racionalistas», o
«raciovitalistas», tanto Campoamor como Ortega, se mantuvieron tan lejos de la
derecha integrista como de las nuevas izquierdas revolucionarias, anarquistas o
comunistas. Campoamor y Ortega eran liberales; y los liberales españoles solían
ocupar una posición no bien definida, la posición de un «centro », capaz de
oscilar unas veces hacia la izquierda y otras veces hacia la derecha.
Campoamor, una vez acabado el sexenio revolucionario, se hace del Partido
Conservador, y desempeña el oficio de Consejero de Estado; pero, ¿cuántas
veces no ha sido visto Ortega, una vez acabada la Guerra Civil, como un burgués
reaccionario que, entre otras cosas, saluda con alegría (carta a Marañón) la
victoria de Franco en 1939?
246
La diferencia principal entre la filosofía de Campoamor y la de Ortega la
pondríamos, en reslución, no tanto en el plano de las diferencias doctrinales
entre sus «sistemas respectivos», cuando en la maquinaria o carpintería de
construcción de esos sistemas. Sin duda, la «maquinaria» de Ortega es mucho
más potente que la de Campoamor; pero, lo que queremos subrayar, es que la
diferencia entre las maquinarias respectivas de las que hablamos se dibuja antes
en el terreno social o cultural que en el terreno de la filosofía estricta. Ortega fue
desplegando su sistema a la par que fortalecía sus «músculos dialécticos» en la
dirección que el público le exigía (Husserl, Mommsen, Von Uexkull, Leibniz,
Cassirer, Einstein...) –descuidando también aquello que su público no le requería
(y de aquí deriva en parte su antidarwinismo y su antimarxismo). Campoamor,
desde un liberalismo mucho más escéptico, y con una celebridad ya colmada
como escritor, no sintió tanto esa necesidad de fortalecer sus músculos
dialécticos.
247
Peña 21
Gustavo Bueno
Pero, ¿por qué, supuesto que exista ya la institución de los toros en una
ciudad, existen, o conviene que existan las peñas taurinas? Y, muy
especialmente, una peña taurina como la Peña 21.
No es fácil responder a esta pregunta. Sabemos que una peña taurina es,
por de pronto, una peña, o «tertulia o reunión regular de amigos», se dice. Pero
no todas las tertulias o reuniones regulares de amigos son «peñas». ¿Por qué
se llaman peñas a algunas tertulias o reuniones de amigos y no a todas?
Tampoco es fácil responder. El término «peña» tiene en español antiguo,
además del significado geológico de «piedra grande», el significado de
«fortaleza» o el de «castillo» (como generalización, acaso, del
latín penna, «almena»); pero también la palabra latina penna (que significa
«pluma», de donde piel, abrigo, amparo) acabó desembocando en el término
castellano «peña». Una confluencia similar se dio en la palabra «real», del
español, en la que terminaron desembocando las palabras rex-regis, y res-rei, lo
que dio lugar a la ridícula intervención de aquel diputado republicano que pedía
suprimir, en un debate parlamentario sobre tributos, los «derechos reales»,
248
creyendo que ellos habían sido instituidos por la monarquía, por el rey, e
ignorando que los derechos reales son una institución ya romana que tiene que
ver con las cosas (res) y no con el rey (rex).
Pero las corridas de toros son cultura, y cultura muy desarrollada y refinada.
Podrá irse contra los toros, como podrá irse contra la guerra nuclear o contra la
silla eléctrica, pero no en nombre de «la Cultura», es decir, incurriendo en la
estupidez más indocta propia de quienes, desconociendo los rudimentos de la
antropología cultural, creen decir algo afirmando que los toros, la guerra nuclear
249
o la silla eléctrica, «no son cultura». Serán formas de cultura opuestas a otras
formas de cultura, pero en ningún caso son «Naturaleza». Y esto sin perjuicio de
que quienes buscan acabar con las corridas de toros, tengan razones, dentro de
nuestra «cultura», para pretenderlo.
En cualquier caso, las peñas, que también son, desde luego, instituciones
culturales, se definen por sus contenidos, por tanto, por sus contenidos
culturales. No es lo mismo una peña de mus que una peña de fútbol. El contenido
(cultural) de las peñas taurinas son los toros de lidia y los toreros. Toros y toreros
son inseparables en la corrida; pero son disociables: se disociaron hace ya
cuarenta años cuando el doctor Delgado «toreó a distancia», con un telemando,
a un toro al que previamente le había implantado unos electrodos en el cerebro.
250
«Oh, Toro Él, Padre Mío
Oh Tú, que haces las criaturas.»
251
El español como «lengua de pensamiento»
Gustavo Bueno
I
Planteamiento del problema
252
de segundo orden, es decir, las «lenguas de pensamiento». (Lo que no quiere
decir que toda frase escrita en español haya de considerarse como un fragmento
de lenguaje de pensamiento).
2. Tal objetivo parece traslucir, ante todo, un cierto sello reivindicativo. Pues
¿a quién se le ocurriría disponerse a dar razones para clasificar el español como
lengua de pensamiento si no fuera porque alguien lo ha puesto en duda o incluso
lo ha negado? Parece que quien no duda o no ha dudado jamás que el español
sea una lengua de pensamiento sólo puede ponerse a la tarea de «buscar
razones», cuando alguien ha puesto en duda lo que él ni siquiera advierte, por
evidente. Pero hay quienes, en los últimos años, han dudado de la capacidad del
español como lengua de pensamiento.
Ante todo, han dudado algunos autores alemanes. El más célebre en este
contexto, M. Heidegger, quien, según testimonio de Victor Farías habría dicho
que sólo en alemán es posible «pensar» (Heidegger y el nazismo, Barcelona
1989, págs. 366-403, &c.) Farías nos informa además de la preocupación de
Heidegger por «limpiar» el alemán de contaminaciones latinas. Por cierto, en
esta preocupación le habría antecedido Krause, que tanta influencia tuvo en
España, por obra de J. Sanz del Río y sus discípulos, que, por cierto, se limitaron
a parafrasear a Krause, como Enrique M. Ureña ha demostrado (véase, por
ejemplo, «Más sobre el fraude de Sanz del Río: las dos versiones del «Ideal de
la humanidad» (1851, 1860) y su original alemán», El Basilisco, núm. 12, verano
1992); incluso el «Ideal de la humanidad» de Sanz del Río, que en tiempo fue
considerado como la obra cumbre del fundador del krausismo español fue un
plagio literal de un artículo, más o menos olvidado, del maestro.
253
pronto, que las afirmaciones sobre la incapacidad del español para «pensar» no
sólo son gratuitas sino ridículas. Y si esto es así será preciso explicar tales
opiniones gratuitas y ridículas a partir no ya de cualquier motivo objetivo, sino de
motivos subjetivos, psicológicos o sociales, como puedan serlo en el caso de
Heidegger, un chovinismo estrechamente ligado a lo que Rosenberg denominó
«el mito del siglo XX». En el caso de los publicistas españoles, habría que acudir
a algún mecanismo de autoexculpación característico de quienes, conscientes
de su propia inanidad filosófica, hacen responsable de ella al español que utilizan
y no a sus propias facultades personales.
4. ¿Por qué entonces seguir con este asunto? La respuesta es bien clara:
porque el enunciado titular «el español como lengua de pensamiento» sólo
comienza a alcanzar su verdadero interés, no ya cuando partimos de la duda
(¿realmente es el español una lengua de pensamiento?), sino cuando partimos
de la certeza de que el español es una lengua de pensamiento. Pues es entonces
cuando podremos formular la cuestión fundamental: ¿acaso cabe reconocer
algún idioma que no sea una lengua de pensamiento?
254
5. Pero la clase «lenguas de pensamiento» no tiene por qué ser unívoca, o
unitaria. Caben variedades, especies diferentes y, por tanto, el análisis del
enunciado titular nos llevará internamente a plantear la cuestión de la variedad,
especie o tipo al cual pertenece el español como lengua de pensamiento. Y,
sobre todo, a plantear la cuestión de la relación entre el español como lengua de
pensamiento y las demás lenguas de pensamiento reconocidas como tales.
II
La lengua española como lengua de pensamiento
255
Montesquieu o Voltaire) es bien conocida: no podría hablarse propiamente de
pensamiento español (tampoco de ciencia española); no existió tan
pensamiento, ni tal ciencia. Los escolásticos españoles del siglo XVI y XVII son
sólo una reliquia de la barbarie medieval.
«...los [españoles] que han peregrinado por varias tierras, o sin salir de la
suya comerciado con extranjeros, si son pícaros tanto cuanto de la
vanidad de espíritus amenos, inclinados a lenguas, y noticias, todas las
cosas de otras naciones miran con admiración; las de la nuestra con
desdén. Sólo en Francia, pongo por ejemplo, reinan según su dictamen,
la delicadeza, la policía, el buen gusto. Acá todo es rudez, y barbarie. Es
cosa graciosa ver a algunos de estos Nacionalistas (que tomo por lo
mismo de Antinacionales) hacer violencia a todos sus miembros, para
imitar a los extranjeros en gestos, movimientos y acciones, poniendo
especial estudio en andar como ellos andan, sentarse como se sientan,
reírse como se ríen, hacer la cortesía como ellos la hacen y así de todo lo
demás. Hacen lo posible por desnaturalizarse y yo me holgaría que lo
lograsen enteramente porque nuestra Nación descartase tales figuras.
Entre éstos, y aun fuera de éstos, sobresalen algunos apasionados
amantes de la lengua francesa que prefiriéndola con gran desventaja
frente a la lengua española, ponderan sus hechizos, exaltan sus primores;
y no pudiendo sufrir ni una breve ausencia de su adorado idioma, con
algunas voces que usurpan de él, salpican la conversación, aun cuando
hablan en Castellano. Esto en parte puede decirse que ya se hizo moda;
pues los que hablan Castellano puro, casi son mirados como hombres del
tiempo de los godos.»
256
misma capacidad, así demostrada, la que probaría que el español, como lengua,
no es un instrumento apto para «pensar» (b).
257
el pensamiento francés, el alemán, o en general, el pensamiento europeo;
considerando, por ejemplo, a Erasmo como la gran luminaria del siglo XVI,
gracias a la cual, y desde lejos (non placet Hispania) España pudo, en alguna
medida, rasgar las tinieblas en las que vivía. Pero sólo si rebajamos esa
sobrestimación de Erasmo como «gran pensador» (¿acaso sus «pensamientos»
desbordaron alguna vez el terreno más pedestre de la crítica a las devociones,
supersticiones o instituciones, en un terreno en el que las críticas no constituían
en España ninguna novedad?) podremos reducir a sus justas proporciones esa
erasmomanía que suscitó Bataillon. (Hemos tratado este asunto en España
Frente a Europa, págs. 63 y sigs.). Y lo que decimos de Erasmo habría que
decirlo también de Descartes (como pensador, no ya como geómetra), incluso
de Kant. También aquí tendría aplicación la sentencia de Mirabeau: «Los
grandes son grandes porque los miramos de rodillas».
Pero ¿por qué no ver también en esta tenacidad en la defensa del dogma
de la transustanciación eucarística, por parte de hombres que eran cualquier
cosa menos ingenuos o ignorantes (Regalado ha demostrado, con análisis
magistrales, cómo Calderón estaba, por lo menos, a la altura de Leibniz), la
manera que el «Pensamiento español» encontró para defenderse del torbellino
mecanicista-nominalista, mediante una concepción firme de la unidad ontológica
de los cuerpos físicos (la unidad del «pan eucarístico», por ejemplo) o la de los
cuerpos políticos (la unidad, tan ligada a la del Imperio, de la «Iglesia
eucarística», por ejemplo) que fuese capaz de resistir su disolución en las aguas
del atomismo o en las del individualismo?
258
2. Lo más notable de esta construcción de la historia del pensamiento
español se nos presenta en el momento en el cual quienes, no sólo se han
tragado la leyenda negra, sino incluso quienes la han asimilado, se encuentran,
al recorrer la historia del pensamiento español, con muchas Ideas que no
«desmerecen» del pensamiento más avanzado europeo coetáneo; e incluso lo
preceden.
259
Influencia que tuvo muchas veces la forma de una reacción en contra –en
modo alguno se trataba siempre de ignorancia– y no de imitación. Feijoo no
ignora el Discurso sobre las artes de Rousseau; da cuenta de él a los tres años
de su publicación, pero para impugnarlo. Ni Oviedo, ni Juan de Santo Tomás
ignoraban a los copernicanos o a los atomistas: sencillamente los sometían a
crítica sutil y, a la sazón, enteramente justificada.
Y ello habría sido debido, como es lógico, no a alguna virtud mágica interna,
sino a las propias circunstancias históricas en las que la lengua española se
desarrolló en la Edad Media, entre judíos y moros. En diversos puntos de
España, señaladamente en el valle del Ebro, en Huesca, en Tarazona (el Obispo
Michael), en Barcelona (Abrahan Barhiyya y Plato Tiburtinus), pero, sobre todo,
en Toledo, después de su conquista por Alfonso VI (1086), las corrientes del
pensamiento griego y arábigo o judío pasaron al latín europeo pero a través del
romance castellano. Pedro Hispano (un judío), por ejemplo, traducía del árabe al
romance castellano y Domingo Gundisalvo traducía este romance castellano al
latín.
Este proceso que había comenzado en el siglo XII (y que Valentin Rose, en
1874, acuñó con el concepto historiográfico de la «Escuela de Toledo») se
continuó en el siglo XIII, en el reinado de Alfonso X y no acabó aquí. Ello, y, por
supuesto, la historia social y política posterior (en la que el castellano se convirtió
en lengua internacional, el español) explica la riqueza de «obras de
pensamiento» en castellano y luego en español, desde las Partidas de Alfonso
X hasta el Lucidario de Sancho IV, desde el Discurso de la dignidad del
hombre de Pérez de Oliva hasta el Menosprecio de Guevara o el Examen de
ingenios de Huarte; y después Cervantes, Quevedo, Calderón, Gracián...
Precisamente algunos de estos escritores fueron los más apreciados
posteriormente en Alemania (en su artículo ya citado, N. Holzenthal subraya
cómo no suele hablarse de que Lessing hizo su tesis doctoral sobre Huarte de
SanJuan; o que Schopenhauer hiciera la suya sobre Baltasar Gracián, a quien
tradujo). Gran mérito de Antonio Regalado es haber presentado a Calderón como
260
uno de los grandes pensadores españoles a la altura de Pascal o de Hobbes y
haber mostrado el reconocimiento que él tuvo entre los filósofos alemanes,
desde los Schlegel hasta Nietzsche (Calderón. Los orígenes de la modernidad
en la España del Siglo de Oro, Destino, Barcelona 1995)
261
para expresar totalidades distributivas, como lo son las palabras en su forma
plural, por ejemplo, «peces», «hombres», «cerezas»).
Estos límites le vienen impuestos, ante todo, por su misma historia. Esta es
la que determina las referencias, los modelos de construcción sintáctica, la
262
estructura de la gramática (orden de la frase con el verbo central y no terminal a
la manera del alemán) el sistema de tiempos y modos verbales, &c).
Dos son los principales métodos para ensanchar el español como lengua de
pensamiento: la traducción (asimilación, calcos lingüísticos, &c.) de ideas
ofrecidas por otras lenguas, y la creación de neologismos correspondientes a
ideas estrictamente definidas (y que acaso ni siquiera se encuentran expresadas
en otros idiomas).
263
Esto nos lleva a tener que admitir que el desarrollo del pensamiento en
español no tiene por qué ajustarse siempre a las formas armónicas o «pacíficas».
El desarrollo requiere también las formas dialécticas y polémicas. El
«pensamiento» sólo puede desarrollarse enfrentándose a otros pensamientos a
propósito de las «cosas» del Mundo («si no hubiera existido Cleantes, yo no sería
Carnéades»). Dicho de otro modo: no cabe esperar que el «manso discurrir» del
pensamiento islámico, alemán, azteca o gallego, pueda desembocar en un
pensamiento integrador o globalizado susceptible de ser traducido al español, y
reflejado cuidadosamente en sucesivas ediciones del diccionario de la Real
Academia de la Lengua Española. Es esta misma integración o globalización la
que suscitará enfrentamientos, roces y hasta incompatibilidades irreductibles.
Las dos posiciones más radicales ante esta cuestión serían las siguientes:
264
relativismo cultural desarrollado en el terreno del pensamiento, en cuanto está
asociado al lenguaje. A esta posición se aproxima noblemente B.L. Whorf (en su
libro Language, Thought and Reality. Selected Wrintings, Ed. John Carroll,
Nueva York 1956), cuando defiende la tesis de que la lenguas hopi, o la nootka
(isla de Vancouver) tienen una estructura gramatical irreducible a las lenguas
indoeuropeas (sus oraciones no tienen sujeto ni predicado); en la lengua hopi no
hay ni pasado, ni presente, ni futuro.
2. Desbordaría los límites del presente Ensayo esbozar siquiera una mínima
exposición y discusión de estas posiciones extremas ante la cuestión de la
equipotencia de los lenguajes. Sólo podemos tratar de fijar nuestra posición, en
función de las posiciones extremas que acabamos de definir.
265
internas o cuasi-sustanciales u orgánicas, son unidades o identidades míticas
(sustantivaciones de multitudes de rasgos culturales descomponibles); por lo que
la tantas veces invocada disyuntiva entre el etnocentrismo cultural, el relativismo
y el pluralismo cultural no es tal disyuntiva (sólo podría haber pluralismo cultural
si hubiese culturas idénticas y cerradas en sí mismas incompatibles entre sí).
Ahora bien, según venimos suponiendo, las diferentes lenguas (unas cuatro
mil en los comienzos del tercer milenio) no son lenguas originarias ni resultados
de una evolución lineal, sino ramificada, y no tienen por qué encontrarse en el
mismo nivel de evolución. Habrá que afirmar que, incluso las lenguas de segundo
orden, no tienen por qué encontrarse siempre en un nivel análogo de desarrollo.
266
una lengua cuanto mayor cantidad de «barbarismos» pueda asimilar– sino
también la demolición de aquellos bloques de otras lenguas que se consideren
en sí mismos intraducibles. Dicho de otro modo: una lengua de pensamiento, de
rango superior no puede admitir otras lenguas que sea superiores a ella misma;
a lo sumo podrá admitir su equipotencia. En cualquier caso la demolición implica
descomposición o análisis de los contenidos de la lengua asimilada y de las
formas culturales asociadas a ella; lo que habrá de dar lugar a reacciones,
muchas veces violentas, por parte de quienes se consideraban ser los
propietarios de tales ideas.
(1) La línea que pasa por la doctrina de las propiedades trascendentales del
ser; trascendentales porque desbordan las categorías; una acepción que se
estabilizó en el siglo XII en la obra Summa de bono (Edición M. Wicki, Berna
1985) de Felipe el Canciller.
268
análogo, pero de atribución; un análogo cuyo primer analogado es Dios, mientras
que las criaturas sólo son en virtud de la relación de efecto a causa que
mantienen constantemente con Dios, en cuanto Causa primera (sobre esta
analogía primaria de atribución, o de proporción simple, se fundará ulteriormente
una analogía secundaria de proporcionalidad o proporción opuesta).
Y esto es tanto como decir que Dios, en cuanto causa creadora de las
categorías, es el término o condición trascendental de la existencia y de la
esencia de la criaturas que constituyen el Mundo. De suerte que podríamos decir
que el propio Mundo es de algún modo una manifestación de Dios. El espacio y
el tiempo infinitos serán una manifestación de la inmensidad divina; y será el
propio Newton quien llegue a decir (en la Cuestión 31 de su Óptica) que el
espacio es el «sensorio de Dios».
269
suprime es la visión de la filosofía trascendental como una creación ex-nihilo del
pensamiento alemán expresado en lengua alemana.
Nota
270
La Idea de la Fama
Gustavo Bueno
Hay diversos conceptos de Fama, a los que corresponden casi siempre, en lengua española,
acepciones adecuadas del término. Algunos de estos conceptos son claros y distintos, en su
campo; otros no lo son tanto; en todo caso los conceptos de la Fama nos remiten a una Idea
que los atraviesa, y que es la que en este ensayo tratamos de determinar
«Fama» es un término del español, de origen latino, que nos remite a una
serie de conceptos que se organizan en el marco de las categorías antrópicas
(es decir, no de las categorías etológicas ni de las cósmicas, ni de las teológicas,
salvo para quien crea en la Gloria de Dios respecto de las jerarquías angélicas).
Pero también los animales, los caballos, por ejemplo, pueden ser famosos
(Bucéfalo, Incitatus, Babieca, Rocinante); también pueden ser famosas las cosas
inanimadas, naturales o culturales (las «famosas Cataratas del Niágara», el
«famoso Faro de Alejandría» o el «Ebro famoso»).
271
3
272
originaria, a entender el término fama en sentido peyorativo: Ennio distinguía
la fama mala de la gloria; y Varrón (VI,55) sobreentiende el plural famosii como
«famosos de mala fama». Puede haber situaciones intermedias: la fama de un
sujeto numinoso, o la de un objeto repugnante, que a la vez suscita curiosidad o
atracción y horror o aversión. Y también famas neutras, desde el punto de vista
axiológico. Sin embargo, en la tradición escolástica prevaleció la connotación
meliorativa del término. Leemos en el Compendio de moral salmanticense (XXI,
2.1): «Según la definen los teólogos: [fama est] clara notitia, quam alii de nobis
habent. Esta noticia debe principalmente ser de una vida virtuosa y ordenada,
que es la materia de la verdadera fama; y secundario de las demás cosas, que
los hombres suelen estimar, como de sabiduría, ingenio, valor, y semejantes. La
fama es mayor bien que el honor, por ser la opinión y estimación interna, que
otros tienen de nosotros más preciosa, que el honor y reverencia externa, que
nos hacen muchas veces con falacia y fingimiento.»
273
famosa tiene nombre propio, mientras que los sujetos humanos que constituyen
el espacio de resonancia, son, en general, anónimos, en el contexto.
Así pues, mientras que la fama habitual es propia de los sujetos humanos
(todos los hombres tienen una fama habitual y pueden considerarse por ello
afamados; de otro modo, no hay sujetos humanos anónimos), en cambio la fama
de notoriedad sólo afecta a algunos sujetos humanos cuya singularidad ha sido
distinguida por las razones que sean.
La fama habitual, que tiene que ver directamente con la ética, con la moral
y con el derecho, viene a ser la representación y valoración (estimación, positiva
o negativa) que un grupo se forma respecto de cada uno de los sujetos que lo
integran. El sujeto, envuelto en su fama habitual, resulta diferenciado o
distinguido, para bien o para mal, en el grupo (sin duda existen casos extremos
de individuos tan neutros y anodinos que nadie podría darnos de ellos, no ya su
nombre, pero ni siquiera una descripción propia). Esta fama habitual (la fama en
el sentido jurídico, que tiene que ver con el honor o con la honra) podría
compararse con el reflejo o imagen que cada sujeto produce de sí mismo, según
su morfología y conducta, en el grupo con el cual ha ido conviviendo, o en el
promedio de los miembros de ese grupo; reflejo que constituye una suerte de
caparazón de cada sujeto (a veces útil, a veces perjudicial), una envoltura
habitual que en el terreno social-grupal es tan propia de él (a veces se considera
una propiedad suya) como pudiera serlo su epidermis. Cabría introducir una
«variación» en la fórmula de Ortega («yo soy yo y mi circunstancia»),
sustituyendo «circunstancia» por «fama»: «yo soy yo y mi fama»; advirtiendo que
mientras que la circunstancia me es dada como un «mundo entorno» (Um-Welt)
en el cual el yo individual debe insertarse para constituirse como un yo personal,
en cambio la fama es la reacción que los demás me devuelven ante mis acciones
como individuo o como persona.
274
Llamamos «habitual» a este primer tipo de fama porque el sujeto personal
puede, hasta cierto punto, utilizar diferentes trajes o máscaras, es decir, una
doble vida y por tanto tener más de una fama, si es que logra formar parte de
grupos diferentes. En todo caso la fama habitual se corresponde con el concepto
de reputación, que puede ser buena o mala; y el honor puede considerarse como
una modulación de esta fama habitual. A la fama habitual va referido sin duda el
refrán «coge buena fama y échate a dormir». Por cierto, acaso convenga resaltar
que la fama habitual, aunque muchas veces es de índole global («fulano tiene
fama de buena persona»), otras veces es de índole más específica, fijada en
algún rasgo distintivo simplificado, ya tenga signo positivo («tiene fama de
ocurrente» o «tiene fama de buen cirujano») o tenga signo negativo («tiene fama
de borrachín», «tiene fama de mujeriego»).
Esta fama habitual es la que tiene sin duda paralelos etológicos, a la manera
como el lenguaje verbal humano tiene paralelos en la comunicación no verbal o
interjeccional, o en la representación no verbal de los animales sociales. Es
sabido que en los grupos de chimpancés o de otros animales grupales cada
individuo ocupa una posición singular, y es representado «idiográficamente» por
los demás, ante los cuales él revalida su posición mediante alardes o rutinas de
rango: va adquiriendo, a lo largo de su vida, una «fama habitual», aunque no
verbal, en su grupo; pero obviamente esta «fama» etológica no es propiamente
fama habitual, en el sentido estricto. Decimos habitual porque acompaña a todos
los sujetos humanos en cuanto animales grupales, como si fuese un vestido que
el grupo le impone.
La fama habitual, que recae sobre cada individuo, como hemos dicho, al
modo de un traje invisible con el cual le visten quienes le rodean en la familia, en
el trabajo, &c., es la fama sobre la cual se tejen las connotaciones jurídicas del
concepto. Por ejemplo, la fama será entendida ahora como estimación suficiente
–aestimatio de los glosadores– que un individuo había de tener para poder
actuar como testigo en un juicio. La fama, en este sentido jurídico, goza de
protección legal, sobre todo cuando se considera buena. Viene a ser como un
bien patrimonial, otorgado por los demás, ya sea en forma de rumor, ya sea en
forma de «informe confidencial», y que puede ser justo o injusto. Lo importante
es que esta fama habitual forma parte de la persona, una parte que puede ser
menoscabada o enaltecida o exaltada. Cada cual tiene, por tanto, el derecho a
defender su (buena) fama, y a recuperarla en el caso de que le fuera
menoscabada o deteriorada por las difamaciones, las calumnias o las injurias. El
artículo 7.7 de la Ley Orgánica 1/1982, de 5 de mayo, de protección del Derecho
al honor, a la intimidad personal y familiar y a la propia imagen, modificado por
la Ley Orgánica 10/1995, de 23 de noviembre, de Código Penal vigente, en su
cuarta disposición final derogatoria considera como ilícitos: «La imputación de
hechos o la manifestación de juicios de valor a través de acciones o expresiones
275
que de cualquier modo lesionen la dignidad de otra persona, menoscabando su
fama o atentando contra su propia estimación...»
276
En cualquier caso, mientras que la fama habitual puede ser justa o injusta
(si la fama habitual es una «dimensión» ética, moral o jurídica) en cambio la fama
de notoriedad es un hecho social que está «más allá del bien y del mal ético».
La fama de notoriedad es una resultante, una «resultancia», que se produce en
la caja social de resonancia por encima de la voluntad (o del esfuerzo) que el
famoso haya mantenido, en pro o en contra, respecto de ella. Quien busca la
fama de notoriedad, casi nunca la encuentra; quien se encuentra con ella, acaso
no la había buscado.
277
10
278
efecto puede hacer de algún modo presente a la persona autora de la obra
famosa). Es en todo caso una fama de tipo II (fama cultural) pero no una fama
de tipo I (fama icónica).
Cabría por ello suscitar la cuestión de si la fama objetiva, la fama como autor
de una obra de cultura objetiva extrasomática, es realmente fama en un sentido
unívoco al que tiene la fama subjetual, o bien si la fama objetual deja de ser
automáticamente fama, porque la conexión de la obra con el autor deja de ser
relevante. El Teorema 47 del Libro I de Euclides segrega por completo a
Pitágoras, como supuesto autor o descubridor del teorema; si el teorema es
famoso, preclaro, en el ámbito matemático, esto será debido no a Pitágoras, sino
a su papel distinguido como teorema básico de la Geometría. No fue Courtois
quien descubrió el iodo, sino el iodo a Courtois.
279
III. Singularidades intermedias, no disociables enteramente del cuerpo del
famoso. La mejor ilustración de este tercer tipo de fama sería la que es propia
de un cantante. Una grabación segrega sin duda su figura, pero la voz sigue
ligada, «viviendo», en cuanto causada por el cuerpo del sujeto. Tampoco la fama
del santo permite disociar bien su vida y su obra; ni la fama de un médico es
enteramente disociable de su trato directo con los enfermos; y, a veces, si sigue
el consejo de Platón, la fama del médico podría considerarse como una mezcla
de fama de técnico científico y de músico: «La administración de un
medicamento –dice Platón al médico– debe ir acompañada de un bello
discurso.»
La disociación entre los tipos I, II y III no significa, como hemos dicho, que
ellos no puedan ir unidos en una materia singular de fama; ni menos aún significa
que la unión de estos tipos no refuerce la fama de un tipo con la de los otros.
Hay directores de orquesta famosos tanto por su labor directora como por su
figura escénica, en la cual su papel como músico se confunde muchas veces con
su papel como actor teatral; hay pintores o escultores que se ocupan
celosamente de transmitir su cuerpo a través de autorretratos. La fama de Dalí
es el prototipo de una confluencia entre fama cultural como pintor y fama
escénica como actor.
11
280
tener en la mano una lista de personas que no tienen fama de notoriedad,
aunque han tenido la mayor fama profesional imaginable en nuestros días, basta
consultar la lista de los Premios Nobel a lo largo de todo el siglo XX (y nos
referimos no solamente a los Premios Nobel en Química o en Medicina, sino
también en Literatura o en Economía). En muchas ocasiones el desbordamiento
de la especialidad originaria es tal que el famoso o su nombre se mantiene
incluso con el olvido de la especialidad que canalizó originariamente su fama.
Muchas veces la gente sabe que alguien es famoso pero sin saber por qué (es
decir, desde qué especialidad).
281
12
Pero cualesquiera que sean las inscripciones de la fama, casi todas las
clasificaciones axiológicas distinguen valores y contravalores, aunque los
parámetros sean distintos e incompatibles. En todas las tablas habrá una fama
blanca y una fama negra, o bien una fama noble o aristocrática y una fama pop,
kitsch o plebeya.
282
Es cierto que la mera condición social de «famoso de notoriedad» suele
conferir ya una especie de dignidad o valor al famoso, por el hecho de serlo y
por encima de la polarización axiológica; lo que de algún modo anula la distinción
entre «fama gloriosa» o noble y «fama plebeya» o vulgar (al menos cuanto a la
presencia en los medios, caché, &c., casi siempre a favor de la fama vulgar).
Pero quien mantenga la distinción insistirá en el hecho de que una fama vulgar,
según la tabla de valores de referencia, a medida que es más grande o intensa
en cantidad, hace aún más vulgar al famoso.
283
Cabría intentar definir, sin embargo, como tipo formal de fama de notoriedad
que, en principio, se mantuviera, al menos en la definición, al margen de todo
juicio de valor, el que denominaremos «fama vulgar»; tipo que, en principio, no
tendría por qué arrastrar ninguna connotación axiológica, pero que sin embargo
podría servir en el análisis de los criterios de rango de las diferentes
especialidades a través de las cuales puedan originarse las notoriedades
famosas. En efecto, el tipo de fama de notoriedad que designamos como fama
vulgar quiere mantenerse, en principio, en el terreno de la misma formalidad de
la idea de fama de notoriedad, tal como lo hemos entendido, sin connotaciones
axiológicas.
284
(musicales, teatrales, dramáticos, &c.) dados en la «prosa de la vida», es decir,
de hecho en la propia subjetividad. «Yo quiero manifestar a los demás lo que yo
soy en mí mismo, quiero ser yo mismo, tengo confianza en que mostrando con
toda sinceridad y libertad lo que soy, deberé alcanzar la fama y la gloria.»
285
Es obvio que los contenidos vulgares que encarna la singularidad del
famoso vulgar son muy heterogéneos, y su valor, según la tabla de valores
vigente, puede ser muy diverso también. A veces, los contenidos vulgares
pertenecen a las vidas privadas, por ejemplo, a la vida doméstica, que no tiene
por qué ser delictiva. En estos casos suele decirse que el famoso «vende su
intimidad», en lugar de decir simplemente que es «obsceno» (venda o regale).
Otras veces, los contenidos ofrecidos rondan con la chabacanería (la que en
tiempos se atribuyó a los tagalos), incluso con la degradación deliberada, la
zafiedad o incluso con la difamación escandalosa, por no decir con la calumnia.
La fama vulgar, sin embargo, puede tener una función social tan importante
como la fama refinada, sencillamente porque el público (lo diversos públicos)
pueden ver en el famoso un arquetipo con el que identificarse o al que aborrecer.
En todo caso dispone con ellos de referencias en sus tareas cotidianas de
enjuiciamiento del mundo en el que vive. Un repertorio de famosos vulgares
puede constituir así para el vulgo una suerte de muestrario o catálogo empírico
cuya utilidad es similar a la que, para otros efectos, pueda tener un muestrario o
catálogo de colores. Además, el seguimiento de los famosos vulgares, a través
de televisión o de las «revistas del corazón», puede ser de gran utilidad,
confundida muchas veces con el entretenimiento, para la salud del público, que
encuentra representadas en los famosos vulgares formas de conductas,
orientaciones, transformaciones, &c., que pueden servirle de terapia e incluso
resolver problemas personales del propio espectador; los famosos de vulgaridad
entrarán aquí en competencia con los psiquiatras y con los psicólogos, de modo
parecido a como los curanderos hacen la competencia a los médicos.
286
La singularidad efectiva del famoso vulgar habría que ponerla, sin embargo,
en su misma habilidad, que le hace capaz de mantenerse como uno más de los
que integran el vulgo; sólo que esta habilidad no debe ser percibida por el vulgo,
y por tanto no constituye un contenido específico de su fama.
13
La fama habitual, la reputación, la fama jurídica, tiene una función social muy
clara, en principio: la de asignar a cada individuo una determinada estimación
promedio, buena o mala, sobre la cual el grupo podrá apoyar sus expectativas
en el individuo. No entramos en el análisis de las difíciles cuestiones que suscita
la naturaleza de un «accidente» que, como la fama habitual, aún recogido desde
el entorno exterior al individuo, sin embargo llega a afectarle como un atributo
individual-patrimonial, que puede tener para el individuo el significado de un bien
salvador, o el de una maldición.
14
No podría faltar quien defienda esta tesis. Descartando, por metafísicas, las
teorías que tienden a identificar este instinto de fama de notoriedad con un
supuesto «instinto de inmortalidad», nos encontramos ante todo con una
explicación más sobria, a saber, la que apela al «instinto del reconocimiento». El
deseo de ser reconocido sería el motor de la vida humana en general.
287
«Hablar del origen de la conciencia de sí mismo es necesariamente hablar
de un combate a muerte por el reconocimiento,» decía A. Kojève, leyendo a
Hegel. Y F. Fukuyama, resbalando por la pendiente del psicologismo (disimulada
con el recuerdo del thymos platónico), habla de una megalotymia (que distingue
de la megalopsiquia o magnanimidad de Aristóteles) como génesis del deseo de
gloria. Y cita a Maquiavelo como uno de los primeros en comprender que la
megalotymia, en su forma de deseo de gloria, «era el impulso psicológico
fundamental de la ambición de los príncipes». Sin embargo, al reducir la
megalotymia a la condición de un impulso psicológico, en principio común a
todos los hombres, en cuanto dotados de thymos, recae en el modo de
explicación por la virtus dormitiva: el deseo de la fama de notoriedad está en la
virtud megalotymica que actúa en todos los hombres.
288
Lo cierto es que empíricamente hay muchas personas que no quieren ser
famosas ni envidian a los famosos. Recordemos que la huida de la notoriedad,
de la fama de notoriedad, fue la divisa de los epicúreos: bene vixit qui bene latuit,
bien vivió quien bien se ocultó.
289
Santiago González Noriega, los «profesionales de la cultura»
y los «hombres de izquierdas»
Gustavo Bueno
290
Tratándose de un amigo, y de un amigo definitivamente ausente, me pareció
que lo más adecuado era responder con palabras parecidas a las que él mismo
habría utilizado. Es decir, responder desde la perspectiva que los antropólogos
vienen denominando «perspectiva emic». La dificultad es que Santiago no ha
utilizado palabras para definirse; pero sí ha definido su contrafigura. Y esto nos
hace posible reconstruir la suya como un vaciado. Otra cosa es si él mismo fue
algo distinto de su contrafigura, es decir, si la contrafigura fue antes lo que él no
quería ser que lo que él no era de hecho. Pero estas cuestiones psicológicas
sobre el ego y el super ego se las dejamos a los psicólogos.
291
bajo la rúbrica de «cultura superior». Pero esto no viene al caso, al menos de un
modo directo.
292
Y es ahora cuando se nos desvelará la naturaleza del intelectual
contemporáneo, del intelectual progresista, si damos por buena la certera
observación o constatación de Santiago González Noriega: el intelectual
progresista en su denuncia y horror ante la violencia se refiere ordinariamente a
la violencia lejana, a los actos de violencia que tienen lugar en los campos de
exterminio, nazis o soviéticos, a la violencia ejecutada en la guerra del Vietnam
(Apocalipsis Now) o en Alabama. El intelectual progresista denuncia situaciones
horrorosas de violencia, concretas, con coordenadas de lugar y tiempo definidas,
pero tales que, por su lejanía, se transforman en abstractas. «Suceden en un
aquí y un ahora, en un puente de Stanleyville y a una hora determinada del
meridiano de Greenwich o Nueva York, y es aquí [dice, utilizando el análisis de
Hegel del aquí y el ahora] donde el objeto que se pretende más concreto, es
donde es precisamente más abstracto».
293
17 de noviembre de 2003
294
2004
295
El Proyecto Symploké
Gustavo Bueno
296
3
En parte sí –en todo aquello en lo que el manual difiere del libro de texto y,
por consiguiente, puede ponerse a salvo de los inconvenientes que a estos se
les atribuyen–. Pero en parte no, y, concretamente, en nuestro caso, en todo
aquello que el manual pretenda ser un «manual de filosofía», que se enfrenta
con la concepción de la filosofía como filosofar.
297
también ser atendidas por el profesor, en un terreno mucho menos «subjetivo»
o «autista» que aquel en el cual el profesor se ve obligado a encerrarse cuando
únicamente dispone, como medio objetivo de comunicación entre él y sus
alumnos, de los «apuntes» que los propios alumnos han tomado de él.
Es evidente que, en todo caso, las ventajas que el manual puede tener, en
principio, sólo comenzarán a notarse si los contenidos del manual son buenos.
Pues no es el manual, en general, el que es bueno; es este manual concreto, en
comparación con otros, y según diversos grados de bondad.
Pero, ¿qué es lo que se quiere decir con esta distinción entre «filosofar» y
«filosofía», utilizada con frecuencia como arma arrojadiza contra todo aquello
que no sea interrogación, debate, contradebate, es decir, contra todo lo que no
sea aquello que algunos llaman «filosofar»?
Ante todo tenemos que advertir de grave error a quienes pretendan insinuar
que con esta distinción estamos penetrando en alguna peculiaridad de la
Filosofía (que sólo pueda enseñarse «filosofando»); porque otro tanto puede
decirse de la Geometría o de otras disciplinas. También cabría decir: «No
podemos enseñar Geometría, si no es geometrizando.» Quien se aprende de
memoria un teorema de Euclides no aprende geometría; para entenderlo tiene
que geometrizar. De hecho Euclides, además, parece que le dijo a Tolomeo,
cuando este le manifestó que eran demasiado difíciles los Elementos que él
había escrito por indicación suya: «Majestad, no hay caminos reales para
aprender Geometría.»
Por ello, y con muy buen juicio, suele disolverse esta supuesta disyuntiva (o
filosofar o filosofía) aduciendo la posibilidad de filosofar mientras se enseña
filosofía, o de enseñar filosofía mientras se filosofa.
298
se contrapone el filosofar a la filosofía, lo que se está haciendo es oponer el
«libre torrente del pensamiento» (el filosofar como pensar, como acción y efecto
propio de «el pensador») a la filosofía como sistema doctrinal. Y muchos de
quienes dudan de los manuales de filosofía (o los aborrecen) es porque de lo
que dudan (o lo que aborrecen) es del sistema filosófico, que contraponen al
«ejercicio crítico» propio del filosofar.
Con esto piden el principio, porque dan por supuesto que es posible un
«ejercicio de filosofar crítico» al margen de toda doctrina sistemática. Sin duda,
porque confunden el significado psicológico subjetivo de un «filosofar prístino»
(un cavilar que muchos aprecian ya en el niño de cuatro años, cuando entra en
la fase del ¿por qué?) con el significado histórico y social. Acaso porque
presuponen que el filosofar («interpretado como amor al saber», como si ese
amor al saber no se diera, y aún más intensamente, cuando va referido al saber
entomológico o al saber filatélico) es una exigencia subjetiva originaria, vinculada
a la curiosidad y temen que el sistema, o la doctrina, mate esa curiosidad. Habría
que tener en cuenta, sin embargo, que la pregunta filosófica tiene poco que ver
con la curiosidad, o con el «por qué» infantil (que muchas veces es un mero
estereotipo); la curiosidad aparece en los niños y en los chimpancés, a quien
nadie en su sano juicio puede atribuirles una actitud filosófica.
299
cabe imaginar, desde el momento en que un sistema filosófico sólo puede
establecerse en el proceso de enfrentamiento dialéctico con otros sistemas. Este
enfrentamiento implica sin duda un filosofar, y un filosofar continuado, porque
continuas son las presiones que sobre un sistema ejercen los demás.
300
«reflexión radical» debería tomarse al menos la molestia de decirnos a qué
raíces se refiere.
301
culminado con Kant, cuando dijo que la Ilustración era la emancipación del
hombre, mediante la razón, de su culpable incapacidad. Pero una gran mayoría
de los profesores de filosofía, incluso de aquellos que logran asumir
responsabilidades directivas en la organización de los planes de estudios,
consideran que Descartes y Kant siguen siendo los héroes y los modelos de la
«filosofía radical y crítica»; lo que explica a su vez la consideración que alcanzan
estos héroes en sus argumentaciones sobre la pedagogía de la filosofía y, por
supuesto, el puesto principal que se les concede en la Historia de la Filosofía.
«¿Qué era la filosofía antes de Descartes? Una ciencia de statu quo, una
abstracción de clasificaciones impertinentes, una ciencia de palabras. El
Parlamento había prohibido enseñar máximas contra los autores antiguos
y disputar contra los aprobados por los doctores y por la facultad de
Teología. El escolasticismo había olvidado la sana filosofía de San
Agustín, que enseñaba: "Que hay dos vías para conducir a las almas,
la autoridad y la razón: que si la autoridad es la última en el orden de
excelencia, es la primera en el orden del tiempo" &c. &c. La autoridad por
tanto se había extralimitado, y cuando con ella arguyen a Descartes,
responde: ¡¡autoridades a mí, que dudo hasta si hay hombres!!»
(Nicomedes Martín Mateos, Breves consideraciones sobre la reforma de
la Filosofía, Salamanca 1853, página 7.)
302
autopropagandística? ¿Es que antes de ellos no había habido crítica continuada,
aún cuando psicológicamente esta tomase la forma del comentario que
interpreta o aclara, transformándolas, las doctrinas heredadas? ¿Acaso Santo
Tomás no fue más crítico del hilemorfismo de Aristóteles, interpretándole a su
modo, en su teoría de la transubstanciación, mientras se declaraba aristotélico,
que Descartes, al declarar contra Aristóteles que la cantidad del pan sagrado era
su misma sustancia? ¿Tuvo en cuenta don Nicomedes que Descartes, cuando
dudaba incluso de la existencia de otros hombres, lejos de estar reivindicando la
razón de su cogito, contra la autoridad, estaba reduciendo su propio cogito a una
apariencia similar a las que sentía el licenciado Vidriera, si es que tomamos en
serio la afirmación de que mi ego no puede ser conformado al margen de los
demás hombres, de los cuales, por tanto, no cabe dudar sin dudar de mí mismo?
¿Y cómo podría la filosofía, en cuanto «reflexión radical y crítica», someter a
crítica radical a un teorema geométrico bien establecido? ¿Acaso este teorema
no lleva incorporada ya la crítica, pero la crítica geométrica, no la filosófica?
¿Acaso puede darse por axiomático que la filosofía surge de la duda, antes que
de saberes previos bien establecidos, pero acaso incompatibles con otros,
también bien establecidos?
(1) Las Ideas (con mayúscula) están presentes en toda la tradición filosófica
y en los más diversos sistemas filosóficos encontramos Ideas o elementos, si no
idénticos, sí afines y susceptibles de ser puestos en correspondencia, a través
de fenómenos comunes. Así por ejemplo la Idea de Causa, la Idea de Dios, la
Idea de Sustancia, la Idea de Cantidad, la Idea de Materia, la Idea de Espíritu, la
Idea de Tiempo, la Idea de Justicia, &c.
(3) Las Ideas no proceden de una mente divina, ni de una mente humana
(no son «secreciones» de la «razón pura» cuando silogiza en forma categórica,
hipotética o disyuntiva); proceden de Conceptos tecnológicos o científicos,
vinculados a fenómenos operatorios, y precisamente como una reflexión
objetiva, primero entre los conceptos de diferentes categorías, después entre
Conceptos e Ideas, y por último entre las Ideas mismas. Las Ideas aparecen ya,
sin duda, muchas veces, antes de ser «institucionalizadas» como ideas
filosóficas, en la vida social ordinaria, en la filosofía mundana o vulgar. Los
304
lenguajes de las sociedades que han alcanzado un determinado desarrollo (en
la «civilización») constituyen el mejor reflejo de la presencia de Ideas, sin que
por ello pueda concluirse que las Ideas son meros contenidos lingüísticos.
(4) Las Ideas nunca actúan como entidades solitarias, sino en «sociedad»
con otras Ideas. Los sistemas filosóficos intentan reconstruir esas «sociedades
de Ideas» según líneas características.
(5) La diferencia principal entre una filosofía mundana o vulgar y una filosofía
académica (de tradición platónica, y no precisamente universitaria) podría
exponerse diciendo que la filosofía mundana contiene múltiples Ideas, pero
cuyas conexiones sistemáticas se llevan a cabo impulsadas por intereses
ideológicos o tradiciones dogmáticas conscientes o inconscientes.
Generalmente las conexiones, en la filosofía mundana o vulgar, se establecen
por pares (Espacio/Tiempo, Reposo/Movimiento, Materia/Espíritu,
Izquierda/Derecha) o por tríos (Pasado/Presente/Futuro, Poder legislativo/Poder
ejecutivo/Poder judicial) pero sin profundizar en la razón de estos agrupamientos
ni en los vínculos entre los pares, las ternas o las cuaternas entre sí.
305
En cambio, si en la respuesta dice algo semejante a esto: «Me ocupo en el
análisis de ciertas ideas tales como la idea de Causa, de Principio, de Raíz, de
Reflexión, de Realidad, y de la concatenación entre ellas», quien pregunta puede
recibir una información positiva sobre la ocupación de su vecino más precisa y
similar a la que recibiría alguien que preguntando a un matemático de qué se
ocupa escuchase como respuesta: «Me ocupo del concepto de conjunto, de los
números enteros y fraccionarios, de las tangentes y cotangentes» (en lugar de
escuchar: «Me ocupo de la esencia de la cantidad que constituye la sustancia
del universo»; una respuesta también similar a la de un gramático que ante la
pregunta en qué te ocupas respondiera: «Me ocupo de los verbos activos o
pasivos, de los morfemas de género y de número, de las concordancias y de
asonancias», en lugar de decir: «Me ocupo de la forma de expresión más
profunda del espíritu humano»).
306
I1 I2 I3 I4 I5 I6 I7 ... In
S1
S2
...
Sk
Por este motivo tampoco la Historia de los Sistemas es neutral, también aquí
hay que tomar partido. Es evidente que la vía histórica, en cuanto es historia
filosófica, para no recaer en la mera doxografía (por otra parte necesaria, desde
un punto de vista filológico), tiene que hablar desde un sistema, de la misma
manera que la confrontación sistemática (para no recaer en la lexicografía) tiene
que hacerlo desde la parte de un sistema. Esto excluye, en general, toda
307
perspectiva de eclecticismo y de confusión entre la importancia (o trascendencia)
histórico cultural de unas ideas o sistemas y su significado filosófico desde el
sistema tomado como referencia canónica. Nadie puede negar, como cuestión
de hecho histórico, la importancia histórica de Descartes o de Kant; pero desde
el materialismo filosófico no cabe reducirnos a estos criterios, según los cuales
Espinosa, o Santo Tomás, habrían de quedar reducidos a un rango inferior.
El Proyecto Symploké que presentamos ahora tiene sin duda bastante que
ver con otra empresa que hace ya más de quince años, al amparo de la nueva
situación creada por los gobiernos de la nueva democracia, llevamos a efecto
Carlos Iglesias Fueyo, Alberto Hidalgo Tuñón y el que esto escribe, Gustavo
Bueno Martínez. Aquel Symploké, sin embargo, más que un manual de filosofía
estaba concebido como un libro de texto, en papel, que pretendía ofrecer a los
estudiantes y a los profesores un conjunto de lecciones ajustadas puntualmente
a los planes de estudios presentados a la sazón por el gobierno socialista. Sin
embargo la perspectiva desde la cual fue escrito ese libro era también la
perspectiva del materialismo filosófico, en el estado de desarrollo que había
alcanzado en aquellos años. Para nuestra sorpresa, esta obra fue puesta en
entredicho por funcionarios del gobierno socialista, cuya desorientación era tan
308
grande que llegaron a tachar al libro de «prosoviético». El escándalo que esa
censura desencadenó en la prensa nacional, dado que obligaba a replantear la
cuestión de la libertad de cátedra en la nueva democracia, fue muy notable. Todo
se arregló, sin embargo, con ventaja para el libro, gracias a un programa de
televisión (Fernando García Tola me invitó al programa que él dirigía, Querido
Pirulí; yo le pedí, tras agradecer su invitación a un programa de gran audiencia
–quince millones de espectadores–, el plantear el problema de la libertad de
cátedra que se había suscitado a propósito de Symploké; en los anuncios que la
prensa dio de este programa figuraba mi intervención; cuando llegué al programa
–23 de marzo de 1988– Tola me enseñó un oficio del Ministerio, que acababa de
recibir, en el que se notificaba que Symploké estaba autorizado como libro de
texto), y el libro pudo beneficiarse, en varias ediciones, de la propaganda gratuita
que el escándalo le proporcionaba.
Por último, los manuales de filosofía objeto del Proyecto Symploké no están
dirigidos, por supuesto, en exclusiva a los estudiantes: su público virtual es
mucho más amplio. Este público potencial no lo es tanto en calidad de
estudiantes que tienen que examinarse (menos aún en calidad de estudiantes
de «clases acomodadas», a las que se refiere el Plan general de Instrucción
Pública del Duque de Rivas, de 4 de agosto de 1836), sino en calidad de
ciudadanos que han tenido acceso a una instrucción pública o privada, pero
como podría tenerlo cualquier otro ciudadano. Es decir, los manuales que
proyectamos van dirigidos a toda la Nación de los ciudadanos. La razón es que
presuponemos que la filosofía sistemática interesa principalmente, no tanto a los
individuos subjetivos (porque para intentar resolver los «problemas filosóficos»
de un individuo subjetivo existen ya psiquiatras, psicólogos, masajistas y también
309
grupos de licenciados en filosofía decididos a «practicar la filosofía» en su
función tradicional de «medicina del alma», que ya asumieron los epicúreos o los
estoicos) cuanto al ciudadano que tiene que formarse juicio (filosófico) en cuanto
miembro de una sociedad política.
310
medir los cuestionarios oficiales vigentes que se han sucedido, con las
coordenadas de un sistema filosófico, como pueda serlo el materialismo.
311
referencia, y que por el contrario, es un simple espejismo que sufren quienes
interpretan como «filosofía» determinados contenidos que efectivamente están
presentes en esos planes.
Ahora bien, lo que quiero decir es que estas disciplinas no están introducidas
a título de disciplinas filosóficas, orientadas a poner a disposición de los
estudiantes de Segunda Enseñanza instrumentos para una «reflexión radical y
crítica», o simplemente las líneas maestras de algún sistema filosófico completo
tomado como canon. Estas disciplinas (Psicología, Ideología y Lógica) parecen
calculadas más bien como disciplinas positivas, orientadas a suministrar una
información práctica, de cultura general y preparatoria (el equivalente de las
antiguas Summulae) a los estudiantes sobre algunas cuestiones muy
elementales de Psicología y de Lógica, con algo de Ideología (una disciplina
entonces de moda, comparable con la actual Psicología evolutiva, y que muy
pronto desaparecerá por completo del horizonte académico).
312
En el Plan de Bravo Murillo (14 de agosto de 1849), en una segunda
enseñanza de cinco años, se establece, para el quinto año, junto con la «Física»
y la «Historia Natural», la «Psicología y Lógica» y la «Religión y Moral». El Plan
de Claudio Moyano, que había logrado la enseñanza primaria obligatoria y
gratuita, de 23 de septiembre de 1857, establece una enseñanza media de seis
años; en el último año se cursarán unos «Elementos de Psicología y Lógica»
(que un Real Decreto de 26 de abril de 1858 modifica así: «Elementos de
Psicología, Lógica y Ética»). En la reforma del 21 de octubre de 1868, y en el
Decreto de 25 de octubre de 1868, Ruiz Zorrilla (que fue Gran Maestre de la
Masonería española) mantiene para el «bachillerato en artes» el nombre de
«Psicología, Lógica y Filosofía moral» (aparece por primera vez la
«Antropología», junto con la «Lógica» y «Biología y Ética», en el Bachillerato
superior).
313
En la «Exposición» del Real Decreto de 13 de septiembre de 1898 (ministro
Germán Gamazo) se subraya la importancia de la asignatura de «Religión»,
porque «su desaparición dejaría sin base los estudios filosóficos y morales». Y
se apoya en el ejemplo de países de «ilustración superior» tales como Austria,
Alemania, Suecia, Noruega, Rusia, Suiza e Inglaterra (por cierto, países no
católicos en su mayoría). La «Exposición» habla de ciencias históricas, de
ciencias naturales, de ciencias físico químicas, pero también de «ciencias
filosóficas» (entre ellas enumera la Religión, la Psicología, la Lógica y la Ética) y
de «ciencias estéticas» (la Literatura preceptiva y la Teoría e historia del arte).
El Real Decreto establece una segunda enseñanza de seis años. En el quinto
figuran la «Psicología y Lógica»; en el sexto la «Ética y Derecho usual con
Economía política».
314
es por tanto el plan que menos peso dio a las asignaturas que comúnmente
asociamos a la filosofía.
315
Catolicismo –leemos en el preámbulo de la Ley– es la médula de la Historia de
España. Por eso es imprescindible una sólida instrucción religiosa que
comprenda desde el Catecismo, el Evangelio y la Moral, hasta la Liturgia, la
Historia de la Iglesia y una adecuada Apologética, completándose esta formación
espiritual con nociones de Filosofía e Historia de la Filosofía.»
316
estructurado enteramente en función del hombre, es decir, se presentaba como
una suerte de Antropología filosófica, una perspectiva humanística que obligaba
a forzar muchas veces la materia para someterla a este objetivo (por ejemplo, el
Cálculo lógico, la Lógica de Proposiciones, la Lógica de Clases o la Metodología
del saber científico se presentaban en el capítulo «Dimensión lógico racional del
hombre»); como si la lógica de clases y la teoría de conjuntos fuesen una
«dimensión» humana: el hombre servía aquí simplemente como leit motiv, a
falta de otro, para unificar la materia total; pero la unificación era aparente,
porque obligaba a interpretar a todas las partes del sistema como «dimensiones»
del hombre. La «dimensión psicobiológica del hombre» (para recoger los temas
de psicología del cuestionario oficial), la «dimensión lógico racional del hombre»
(para recoger los temas de lógica, gnoseología y epistemología), la «dimensión
socio estatal del hombre» (sociología, política y derecho) y la «dimensión
trascendental del hombre» (ética y moral, libertad, persona humana y el
problema religioso).
10
317
En esta época, adquiere un gran impulso una asignatura encomendada
muchas veces a los profesores de filosofía, denominada Ciencia, Tecnología y
Sociedad. Es una disciplina importada de Estados Unidos e Inglaterra que
ofrecía la ventaja, frente a los libros de filosofía convencional, de suscitar temas
de máxima actualidad, relacionando la ciencia con la tecnología moderna y con
los problemas sociales. Nada habría que objetar a los cursos de CTS en sí
mismos considerados; pero al ser presentados casi siempre como la más
auténtica forma de llevar adelante la «reflexión radical y crítica» y dada la
orientación que, en general, se daba al tratamiento de sus temas, se saca la
impresión retrospectiva de que los CTS servían a la socialdemocracia española
para ofrecer un sustituto al materialismo histórico, de estirpe marxista.
11
Las reformas de los planes de filosofía durante la etapa del gobierno del
Partido Popular, desde 1996, toman una orientación notablemente diferente de
la que había asumido en la etapa socialista, sin perjuicio de semejanzas
interesantes. Por ejemplo, en el Real Decreto de 3 de agosto de 2001 (ministra
Pilar del Castillo Vera), al definir la Filosofía se mantiene la referencia al sintagma
«reflexión radical y crítica», pero curiosamente, se transcribe este sintagma entre
comillas, como distanciándose de él, a la vez que marca una continuidad con los
planes anteriores (al fin y al cabo mientras que la LOGSE de 1990 establecía
318
una ruptura con la etapa anterior derogando la LGE de 1970, la de Villar Palasí,
la LOCE de 2002 se presenta como una adaptación de la LOGSE de los
socialistas). Y, por nuestra parte, creemos ver en esas comillas una voluntad de
despegarse del psicologismo y del subjetivismo en el que se mantiene el
sintagma de marras, haciendo constar explícitamente que la filosofía, como
«reflexión radical y crítica», se ha ocupado a lo largo de la historia de unos
problemas específicos referidos a la totalidad de la experiencia humana.
319
los demás; porque de este modo recuperaríamos la unidad de la disciplina,
aunque fuese en la forma de una unidad polémica.
Señalaremos, por último, como una diferencia importante entre los planes
de la etapa del PSOE y de la etapa del PP, el hecho de la «sustitución» de la
disciplina Ciencia, Tecnología y Sociedad (CTS) por otra disciplina
denominada Sociedad, Cultura y Religión (SCR). Mientras CTS se encuentra en
franca retirada, tras unos años de auge, la asignatura SCR comienza su periodo
de expansión. Es una disciplina que tiene también un gran juego «estratégico»,
puesto que permitiría, en principio, introducir el estudio de la Religión desde una
perspectiva confesional (pero plural: católica, evangélica, judía, islámica) para
quien lo desee y neutra para quien lo prefiera. Pero en todo caso, la Religión
queda «inmersa» entre la Sociedad y la Cultura. Dicho de otro modo, se le
imprime un «giro antropológico» a la Religión, difícil de recusar, porque también
puede ser asumido este giro desde una perspectiva confesional («la Religión es
la forma superior de la Cultura»).
12
320
unidades fuera de las categorías. Pero sí cabe reconocer la multiplicidad de
«corrientes» diversas en el proceso de concatenación de las ideas; a estas
diversas corrientes (que no tienen por qué ser interpretadas como meros
artefactos pedagógicos, puesto que tampoco en la realidad «todo está en todo»)
podrán corresponder, si no ciencias, sí determinadas «disciplinas» filosóficas. El
sistematismo filosófico no se hará consistir, por tanto, en una suerte de retícula
en la que todos sus puntos estuviesen interconectados con todos los demás, en
función de un principio único, sino más bien en una multiplicidad (indefinida) de
«líneas de concatenación de ideas» que en lugar de mantenerse sueltas o
aisladas se cruzan una y otra vez. En consecuencia, la cuestión de la
«constitución» del sistema de las disciplinas filosóficas, se plantea en realidad
en el materialismo filosófico como el problema de la clasificación de estas líneas
de concatenación, de las que habrá que partir.
321
dentro del sistema; así, la Teología, que es una parte del sistema aristotélico,
desaparecerá como tal disciplina en el sistema del positivismo, que la reducirá a
Sociología; la Teodicea sólo tendrá sentido como disciplina en el sistema de
Leibniz.
322
que tendríamos que hacer sería aquella que partiendo de las ideas, como
unidades institucionales, y de su concatenación siempre imprescindible,
establezca dos tipos de agrupamiento:
323
Podrá haber disciplinas centradas en torno a dos Ideas referenciales
correlativas: Izquierda/Derecha, Espacio/Tiempo, &c.; a tres: Ciudad/Campo/
Estado, Ciencia/Tecnología/Sociedad, Sociedad/Cultura/Religión, &c.
Es evidente que las filosofías centradas tienen una unidad muy precaria (en
nada se parece a la unidad de un cierre categorial), dada la concatenación de
cada «centro» con otras Ideas. Por ejemplo, la Guerra se concatena con el
Estado, y recíprocamente, por lo que la Filosofía de la Guerra y la Filosofía del
Estado son en realidad inseparables, aunque no se resuelvan la una en la otra.
Pero esto no constituye ningún inconveniente para organizar disciplinas
filosóficas centradas muy diversas, siempre que esas concatenaciones
convergentes mantengan un determinado interés práctico.
Por su parte, las Filosofías humanas (culturales, del espíritu, &c.), centradas
en torno a fenómenos dados en el espacio antropológico, pueden clasificarse
según los tres ejes que reconocemos en este espacio.
Ante todo los «centros» que puedan ir referidos al eje circular (tales como
«Sociedad Política», «Empresas mercantiles», «Persona humana», «Libertad»,
&c.). Ahora las disciplinas convergentes en este eje se corresponden más bien
324
a la rúbrica de «Filosofía social y política». También a este eje circular se refieren
las disciplinas normativas tales como la Ética, la Moral y el Derecho.
Y las que se refieren a centros polarizados en torno al eje radial (que no hay
que confundir con el espacio cosmológico: el eje radial es un eje antrópico,
mientras que el espacio cosmológico prescinde de esta connotación, por
segregación del sujeto) puede englobarse en las disciplinas especiales que
suelen denominarse Filosofía de la Tecnología, Filosofía del Arte, Arquitectura,
Música, &c.
Además está instituida una disciplina que engloba a todos los contenidos
del espacio antropológico, y que comprende tanto a la Antropología filosófica
como a la Filosofía de la Historia.
http://www.symploke.net
325
Propuesta de clasificación
de las disciplinas filosóficas
Gustavo Bueno
13
326
Según esto, hablar de la «división de la filosofía» equivaldría de algún modo
a presuponer que la filosofía, en su sentido objetivo, se nos ofrece dada como
un todo, como un «sistema compacto o cerrado» –vinculado, de un modo u otro
al monismo metafísico, al modo del sistema hegeliano, cuando se interpretan sus
partes como entretejidas, según una estructura matricial, entre la Lógica, la
Filosofía de la Naturaleza y la Filosofía del Espíritu– que, sin embargo, conviene
descomponer, por vía «descendente», sin perjuicio del artificio de esta
descomposición en las «disciplinas» constitutivas de la «Enciclopedia de las
ciencias filosóficas».
327
Dejamos de lado la cuestión de la determinación de la «clase de
clasificación» en la que habría que incluir la clasificación de clasificaciones
representadas por la tabla. Habría razones para considerar como tipos de
clasificación a cada uno de sus cuadros –tipo α, tipo β, tipo γ, tipo δ– como se
hace en Symploké, en cuyo caso estaríamos interpretando la tabla como una
tipología; habría también razones para interpretar esta clasificación de
clasificaciones como una taxonomía, si atribuimos a la idea de clasificación,
como modus sciendi, la condición de un «todo genérico» que dividimos en sus
especies. En todo caso, esta cuestión está vinculada a la discusión acerca de si
las oposiciones entre las especies de clasificación son disyuntas o no lo son.
328
totalidad distributiva (el conjunto N de los números enteros n se dividiría
taxonómicamente en dos subconjuntos, el de los números pares 2n y el de los
impares 2(n+1)); y también como una totalidad atributiva, la constituida por el
conjunto N considerado como una serie infinita de números susceptibles de ser
agrupados en otros dos subconjuntos infinitos, el de los pares y el de los impares
(si postulásemos que pueden coordinarse biunívocamente con el todo, nos
encontraríamos con la llamada «paradoja de Galileo», que compromete el
«principio de desigualdad», según el cual el todo es mayor que la parte).
329
3. Tal como venimos entendiendo el alcance de una clasificación de las
«disciplinas filosóficas», a saber, como clasificación de la multiplicidad
de agrupamientos de las Ideas que presuponemos van apareciendo en el
proceso de confrontación de los conceptos tecnológicos o científicos
(categoriales) –por tanto, sin perder jamás la referencia a los fenómenos– y de
las propias ideas entre sí, es evidente que esta clasificación habrá de estar
orientada necesariamente en función de criterios que tengan que ver con las
mismas ideas concatenadas por los diferentes «sistemas de concatenación» (en
nuestro caso, por el materialismo filosófico).
330
En el materialismo filosófico, la Teología temática deja de ser filosofía
primera; pero puede ser reconocida como disciplina temática, al lado, por
ejemplo, de la Cosmología pura (como filosofía del espacio-tiempo absoluto), o
al lado de la Pneumatología pura (como filosofía de las formas separadas); y no
porque estas «disciplinas temáticas puras» sólo puedan recibir una justificación
histórica o doxográfica, como disciplinas centradas en torno a ideas
«residuales», porque también podrían entenderse como análisis de los
«mecanismos» de su posible reconstrucción, como Ideas, en el presente.
Se sitúa en una perspectiva sintáctica. Desde ella las Ideas, aun supuestas
siempre «en sociedad» podrán considerarse desde las concatenaciones o series
identificables de Ideas (cuyos términos son las Ideas), o bien desde las Ideas en
torno a las cuales se establecen aquellas concatenaciones (el equivalente de
esta distinción en Geometría plana puede ser la oposición entre rectas,
constituidas por puntos, y puntos que determinan rectas).
331
Tiempo») o incluso de tres ideas definidas («Ciencia / Tecnología / Sociedad»).
Las disciplinas temáticas engloban a las que se incluyen en los títulos primero,
segundo y tercero; las temáticas, en el título cuarto.
Las filosofías especiales son, ante todo, las temáticas; pero también son
especiales las filosofías sistemáticas especiales. Las filosofías generales son
siempre sistemáticas (es decir, no temáticas).
Este criterio se aplica sobre todo a las disciplinas generales, que son
aquellas que se ocupan de Ideas o concatenaciones de Ideas trascendentales
que suponemos representadas principalmente por la Idea de Realidad y por la
Idea de Verdad.
332
son separables, sino únicamente disociables. No cabe hablar de una filosofía
antropológica que se atenga a un eje puro (la filosofía de la religión, por ejemplo,
no solamente va referida al eje angular, sino también al eje circular y al radial).
Por consiguiente, las clasificaciones semánticas, según los ejes del espacio
antropológico, habrán de entenderse en el sentido del eje predominante, o
considerado tal, en el momento de concatenación de las Ideas respectivas.
333
perspectiva lisológica es, sin duda, insuficiente, pero no por ello es menos
necesaria. Sin ella, el tratamiento morfológico del campo, aun técnicamente
superior, podría resultar desorientado en relación con otros campos de
conceptos o de Ideas. En este sentido, la oposición entre la perspectiva lisológica
y la morfológica podría ponerse en correspondencia (correspondencia no es
identidad) con la oposición tradicional entre la distinción y la claridad de los
conceptos o de las Ideas. Un concepto o Idea es «distinto» (en diverso grado)
cuando sus componentes internos o de dintorno están bien diferenciados, lo que
permite establecer sus interacciones; un concepto o Idea distinto se opone, por
tanto, a un concepto o Idea confuso. En cambio, una Idea o concepto es «claro»
cuando aparece bien diferenciado de su entorno (ya posea o no un contorno
mejor o peor definido); es «oscuro» cuando las diferencias con su entorno no
están bien definidas, como ocurre con los llamados «conceptos borrosos». Una
Idea o concepto dado a escala morfológica puede ser distinta pero oscura; una
Idea dada a escala lisológica, puede ser confusa, pero en cambio ser clara. Las
llamadas «cajas negras» (en el terreno gnoseológico) podrían redefinirse, en
cuanto lisológicas, como conceptos confusos (morfológicamente); y, sin
embargo, claros. Un automóvil, un receptor de televisión, el organismo de un
molusco, un Parlamento democrático son «cajas negras» para quien no sea
experto en mecánica, en electromagnetismo, en anatomía o en politología; sin
embargo, caben conceptos lisológicos (no morfológicos) claros y aún operatorios
para quienes no son expertos pero si usuarios de un automóvil, de un receptor
de televisión, de un molusco o de un Parlamento. Recíprocamente, con
frecuencia un experto en morfología de automóviles es acaso peor conductor, o
ni siquiera sabe conducir la máquina. Y otro tanto se dirá de un gastrónomo que
diferencia especies de moluscos, por sus caracteres organolépticos, sin saber
fisiología.
334
La oposición entre la escala lisológica y la morfológica es de contrariedad,
puesto que encontramos escalas intermedias y, por tanto, grados diversos en la
morfología y en la lisología.
335
una historia filosófica de la filosofía concebida desde una plataforma que no sea
ella misma filosófica. Lo que quiere decir que la historia filosófica de la filosofía
es siempre una historia reinterpretada desde un sistema de referencia
(Aristóteles dio la pauta al reinterpretar a las escuelas presocráticas desde su
doctrina de las cuatro causas).
14
Propuesta de clasificación
de las disciplinas filosóficas
Título primero:
Disciplinas filosóficas (sistemáticas) especiales («centradas»)
336
conceptos de las ciencias biológicas y etológicas. De orientación
ontológica: biogénesis, vida extraterrestre, teoría de la evolución,
&c.
A''. Rúbrica segunda: disciplinas filosóficas centradas en torno al espacio
antropológico
Línea 1: Disciplinas alineadas en el eje circular.
Grupo V. Disciplinas lisológicas: Antropología filosófica
Indicación de contenidos: Espacio antropológico, el mito de la
cultura, instituciones culturales, individuo, persona, libertad, ética y
moral, estructuras sociales (familias, grupos, naciones), filosofía
política (Estados, Imperios, derecho internacional), guerra y paz, la
idea de Progreso, &c.
Grupo VI. Disciplinas morfológicas
Indicación de contenidos: Filosofía de la historia, categorías
historiológicas (edades, periodos, ...), &c.
Línea 2: Disciplinas alineadas en el eje angular
Grupo VII. Disciplinas lisológicas: Filosofía de la religión
Indicación de contenidos: Parte gnoseológica y parte ontológica.
Los valores de lo sagrado.
Grupo VIII. Disciplinas morfológicas
Indicación de contenidos: Filosofía de la historia de las religiones.
Religiones primarias, secundarias y terciarias. La cuestión de la
verdad de las religiones.
Línea 3: Disciplinas alineadas en el eje radial.
Grupo IX. Disciplinas lisológicas
Indicación de contenidos: Tecnología, arte, economía, valores
tecnológicos, estéticos, &c.
Grupo X. Disciplinas morfológicas
Indicación de contenidos: Historia y sistema de las técnicas y
tecnologías. Filosofía del arte y sistema de las artes.
Título segundo:
Disciplinas filosóficas (temáticas) generales («trascendentales»)
337
Grupo XIII. Disciplinas lisológicas. Gnoseología general
Indicación de contenidos: Teoría general de la ciencia. Teoría de la
dialéctica, teoría de la verdad científica.
Grupo XIV. Disciplinas morfológicas
Indicación de contenidos: gnoseologías especiales (de la
matemática, de la Física, de la Biología, de las ciencias humanas).
Historia filosófica de las ciencias.
Título tercero:
Disciplinas filosóficas proemiales
Título cuarto:
Disciplinas filosóficas temáticas
338
Indicación de contenidos: Filosofía de los números, Intuición y razonamiento, &c.
H. Rúbrica novena: de temática histórica.
Indicación de contenidos: La Física de Aristóteles, la doctrina de las inteligencias
separadas en Suárez, el automatismo de las bestias en Gómez Pereira y
Descartes, la Idea de Roma en Ortega, &c.
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339
Sobre el aforismo
«Hablando se entiende la gente»
Gustavo Bueno
340
todos los medios de comunicación y, salvo escasísimas excepciones, fue
alabada y exaltada por lo que tenía de «reconocimiento en democracia» de la
necesidad del diálogo con los disidentes y de la libre expresión. Sobre todo se
encareció la oportunidad de la frase real, por muchas personas que se
consideran representantes de la izquierda «culta», «intelectual» y «progresista»,
«pacifista» (¡No a la Guerra!) y dialogante en la mejor disposición habermasiana.
341
Y si podían, en efecto, seguir hablando juntos hasta la muerte es porque
esos marxistas y esos cristianos eran solidarios... frente a un tercero, como
pudiera serlo, en la ocasión, la Unión Soviética. Cuando la Unión Soviética cayó
(y en su caída tuvo alguna parte el mismo diálogo que habría de conducir el papa
Wojtyla), el diálogo entre marxistas y cristianos también se dio por acabado. ¿O
es que puede olvidarse que la solidaridad entre grupos, o bloques históricos
(como pudo serlo el bloque marxista-cristianos dialogantes) se establece
siempre contra terceros enemigos comunes? Los obreros españoles –se dice–
son solidarios frente a los patronos; y los patronos españoles son solidarios
frente a los obreros. También, obreros y patronos españoles pueden ser
solidarios contra los obreros y los patronos franceses. Pero, ¿cómo podrían ser
solidarios todos los hombres entre sí, salvo que tuvieran algún enemigo común,
pongamos por caso, los marcianos de la Guerra de Mundos, por ejemplo?
La solidaridad, invocada hoy una y otra vez, y no sin razón, como base del
diálogo fértil, no es la virtud prístina, origen de las demás virtudes sociales y
políticas. ¿Acaso una madre da de mamar a su hijo por solidaridad con él? En
todo caso la solidaridad que se despliega dentro de un grupo se enfrenta, en
general, con solidaridades que interfieren o se entrecruzan con aquélla. Un
ejemplo reciente nos lo suministra lo sucedido en Nueva York a raíz del 11-S,
con los bomberos solidarios, que, movidos por el más noble espíritu de
solidaridad con un considerable conjunto de viudas de bomberos fallecidos a raíz
del derrumbamiento de las Torres Gemelas, acudieron, por solidaridad con ellas,
a consolarlas, hasta el punto de que acabaron emparejándose o liándose con
ellas. Para ello tuvieron que romper los lazos de solidaridad matrimonial que
mantenían con sus propias esposas. Amargamente estas han tenido que ir
dándose cuenta de cuales son los límites que habría que poner a la solidaridad
inmoderada de sus maridos.
Queda por tanto abierta, aunque sea a título de sospecha, esta cuestión,
como generalización de la experiencia del diálogo entre marxistas y cristianos,
solidarios ante la Unión Soviética: ¿qué tiene que ver la frase «hablando se
entiende la gente» con la solidaridad de las gentes que hablan entre sí, en
general?
342
o procesos que ocurren, que son». Por ejemplo, la frase que nos ocupa, podría
interpretarse como representativa de hechos como el siguiente: dos individuos,
que no se conocen, llegan a la parada de un autobús de línea cuando éste acaba
de arrancar, perdiendo el autobús que iba a llevarles a otra ciudad próxima a la
suya. Deciden sobre la marcha alquilar entre los dos un taxi. Uno de ellos suscita
la cuestión sobre el modo de distribuir los gastos y de llevar a cabo los itinerarios
respectivos en la ciudad terminal de su viaje. Efectivamente, aparecen
dificultades, ventajas alternativas o desventajas, recelos mutuos; la discusión se
prolonga hasta el punto de que, en un momento dado el taxista se impacienta y
amenaza con dejar plantados a los viajeros frustrados. A punto de cesar la
conversación, y comprendiendo ambos que no les conviene tomar taxis por
separado, estos dos individuos deciden reanudar el trato, que ya tenían
avanzado, y, tras una corta deliberación, se ponen de acuerdo y alquilan el taxi.
«Hablando se entiende la gente.»
343
Estaríamos, por tanto, en un caso de reinterpretación de los hechos desde
las normas, más que en un caso de fundamentación de las normas en los
hechos. O, si se prefiere, se trataría de probar, a partir de determinados hechos
normativos, la conveniencia de aplicar a otros hechos la norma que tan buen
resultado dio en las situaciones empíricas aducidas.
344
«hablando se entiende la gente» equivale a determinar contra qué formas de
comportamientos va dirigida la norma que en este aforismo se expresa.
345
Por ello, la gente, en cuanto campo de las operaciones que caracterizan el
hablar, no ha de entenderse como una multitud compuesta de unidades
individuales; la gente capaz de hablar, conversar o coloquiar, no se resuelve en
unidades individuales, sino en pares (o parejas) de individuos, o en ternas, o en
cuaternas, o en septenas (como en el Colloquium heptalomeres, de Juan
Bodino, quien nos ofreció la conversación o simposium que, en torno a la religión,
mantuvieron, hace ya cuatro siglos, un católico, un calvinista, un luterano, un
judío, un mahometano, un tal Senamus y otro tal Torralba). La «gente», como
conjunto de grupos formados por personas capaces de hablar –incluso cuando
esos grupos son numerosos y coexisten, pero sin perder su estructura, en un
gran café «lleno de gente»– no está constituida por tanto por personas
individuales, sino por grupos de personas, capaces de conversar; por lo demás,
esos grupos de personas pueden ser de muy diversa condición. Pueden ser
«gentes de negocios», o bien puede ser «gente viajera»; puede ser «gente de
trueno» o bien puede ser «gente de cultura» (así se llaman hoy, algunas veces,
los «creadores», cineastas, artistas e intelectuales que conversan en diferentes
tertulias simultáneas de los cafés, y que se reúnen de vez en cuando para firmar,
por escrito, manifiestos contra la guerra y la telebasura); también hay «gente
menuda» y hay «gente gorda».
(2) Lo importante es que estas gentes –es decir, los individuos que forman
las gentes capaces de conversar– hablen entre sí, es decir, silabeen frases
sucesivamente, unas después de otras, en discursos o sermones a través de los
cuales ellos queden como anudados o cosidos unos a otros, y no meramente
yuxtapuestos en monólogos que se suceden (sobre esta imagen de la
conversación como hilo capaz de anudar a los hombres en una gente, sugirió
Varrón la conexión entre sermo y sarto: la palabra une a unos hombres con otros
en un grupo, como el sastre une a unos trozos de tela con otros en un traje).
Hablar no es, por tanto, únicamente dialogar. Más aún, casi nunca un diálogo
puede llegar a ser fértil. Por lo menos es preciso un trío –tria faciunt collegia–
,porque con tres interlocutores (a, b, c) ya se crean seis líneas simples de
conversación: (a, b) y (b, a), (a, c) y (c, a), (b, c) y (c, b), más coaliciones
significativas (y no sólo dos) como ocurre en una conversación o diálogo entre
dos personas. Las gentes capaces de hablar hablan entre sí, es decir, en su
propio grupo; sólo que este grupo puede tener elementos de intersección, a
través de los cuales podrá entablarse una comunicación entre ellos, es decir,
entre la gente, entendida no sólo como un conjunto distributivo de grupos, sino
como un conjunto de grupos intersectados boca a boca por el lenguaje.
Ahora bien, para que este lenguaje boca a boca pueda «entretejer» a la
gente que habla, es necesario que el lenguaje sea entendido por todos los
hablantes del grupo. Y si queremos extender el «entenderse» a otros grupos, el
lenguaje utilizado habrá de ser el lenguaje común, un román paladino. Y este
lenguaje, que es capaz de anudar a gentes muy diversas que hablan el mismo
346
idioma, es un lenguaje (y a ese lenguaje se refiere, sin duda, el aforismo) que si
tiene importancia política ha de ser un lenguaje especificado como lenguaje
nacional. Por mucho que me aproxime a un grupo de individuos que hablan en
chino, yo, que desconozco totalmente esta lengua, no podré entenderme con
ellos, hablando con ellos. La traducción que ERC ha hecho del aforismo real al
catalán, presentándolo como emblema de su campaña electoral, «Parlant la gent
s'entén», si no interrumpe la validez del aforismo aplicado a las relaciones entre
catalanes que hablen catalán e hispanohablantes, sí la dificultan notablemente;
pero esto es otra cuestión (cuando se han reunido gentes nacionalistas
catalanas, vascas y gallegas que hablando se entienden entre sí en catalán,
vasco o gallego, han tenido que recurrir al español –cuando no sabían inglés,
francés o alemán– para, hablando, entenderse entre sí).
Pero este lenguaje perfecto sólo sería útil para las gentes especializadas en
una materia definida. Si quisieran comunicar con otras gentes, deberían recurrir
al lenguaje ordinario. Además, ni siquiera cabría decir que el grupo de
especialistas se entendería hablando, puesto que ellos estaban escribiendo, con
sus cálamos, o con sus ordenadores, provistos de lenguajes lógico matemáticos.
347
gente especializada en él (que además ya no necesitaría hablar, sino escribir),
pero no «la gente» en general.
El aforismo, al proponer, como norma, las operaciones del hablar para que
la gente se entienda, interpreta sin duda ese entendimiento entre las personas
en el sentido más amplio, un entendimiento que acaso también puede lograrse
a través de la «comunicación no verbal» (como cuando se dice que dos personas
mudas «se entienden» en el terreno erótico más primario, a través de sus
miradas o de sus gestos). El aforismo parece referirse, por tanto, a aquellas
situaciones en las cuales el entendimiento de las personas, aún siendo del
mismo género que el entendimiento primario, es de alguna especie o disposición
348
más compleja, que requiere precisamente del lenguaje de palabras para
alcanzar el acuerdo.
349
aforismo que nos ocupa mediante la consideración de los aforismos opuestos y
de los fundamentos de estos aforismos.
350
Los aforismos I, III, IV y VII forman un grupo de transformaciones (mediante
las oposiciones de negación sencilla y doble), en el que se ha prescindido de la
oposición por reciprocidad:
351
VII (┐p → ┐q) «Si la gente no habla la gente no se entiende»
352
el de la medicina (en el sentido hipocrático: «si el diagnóstico fue correcto y la
medicación apropiada habrá que insistir en el tratamiento, aunque el enfermo
empeore»; porque como recordaba el padre Feijoo, en la carta 21 del tomo
quinto, citando a Sydenhan, «los enfermos se curan en los libros y mueren en
sus camas».
353
Acaso podría decirse que «tiene sus fundamentos», que no es enteramente
gratuito. Incluso que tiene tantos fundamentos como su contrario. Y esto no
plantearía dificultades de principio. Los aforismos contrarios pueden tener
validez a la vez; por tanto, el efecto de cada uno de ellos no será tanto la
«impugnación total» del otro, cuanto la limitación de su esfera de influencia. La
construcción aforística «callando se entiende la gente» (que tiene sin embargo
los mismos derechos que el aforismo titular que comentamos) puede apoyarse
en múltiples situaciones particulares en las cuales quepa advertir que el silencio
puede ser, en ocasiones, el procedimiento más prudente para evitar un mal
entendimiento entre las gentes, fundado en acuerdos situados a un nivel distinto
del nivel que habría que remover cuando la gente habla de ciertas cosas. Se dirá
(frente a quienes aseguran que nada debe ocultarse, y que callar equivale
siempre a cerrar las heridas en falso) que muchas «cuentas pendientes» sólo
cabe saldarlas poniéndolas entre paréntesis, incluso olvidándolas. Sólo así
puede mantenerse una convivencia o entendimiento que quedaría muy
comprometida si, al hablar de ellas, «abriésemos las heridas», y no porque
estuvieran cerradas en falso, sino simplemente porque podrían ser reabiertas.
Hablar, en determinadas condiciones, puede ser una imprudencia si se quiere
que la gente siga coexistiendo pacíficamente. «No hay que nombrar la soga en
casa del ahorcado.»
354
Rodríguez Pardo por otro, como un argumento a favor del aforismo «hablando
se entiende la gente».
355
político de ordenación de los recuerdos en una escala práctica dentro de un
proyecto para el porvenir.
356
III, «callando se entiende la gente»). Pero es evidente que, fuera de ese terreno,
seleccionado ad hoc, el aforismo IV es tan ambiguo y gratuito como lo es el
aforismo I de referencia («hablando se entiende la gente»). Pues es evidente
que hay muchas situaciones en las cuales «la gente» tiene que hablar para
entenderse, y otras en las cuales «la gente» tiene que callar en muchas cosas
para entenderse en otras.
357
que el hablar es preferible al callar, con lo que el aforismo adquiere un significado
enteramente tautológico, cuya ramplonería no hace sino desvirtuarlo por
completo. Dos ejemplos, el primero, la presentación del aforismo que Mariano
de Blas hace en su libro De paso por la vida (Editorial Contenidos de Formación
Integral):
358
interés. ¡No olvide que comunicándonos, aprendemos más! ¡Buena
suerte!»
En la vida civil, quien se guía por este aforismo puede dar lugar a situaciones
que seguramente él mismo no deseaba. Por ejemplo, nadie tiene derecho «en
nombre de la verdad» a descubrir, a lo largo de conversaciones íntimas, su
origen a un amigo que lleva toda su vida viviendo en una familia que le adoptó
de niño, y con la cual está identificado, si existen indicios de que esta revelación
puede desequilibrar las relaciones afectivas o jurídicas del amigo con esa familia.
¿Y cómo establecer estos indicios? ¿Qué tipo de «entendimiento con el amigo»
buscamos cuando nos decidimos a hablar con él de estos asuntos «enterrados»,
es decir, que se encuentran fuera de los intereses prácticos reales?
359
Tampoco me entenderé, si soy racionalista, hablando con alguien que me
diga que está endemoniado, o que tiene contactos íntimos con algún
extraterrestre. Si quiero mantener mi amistad con él, lo mejor será no hablar del
asunto.
360
7
¿Quiso decir don Juan Carlos que hablando con los republicanos
separatistas catalanes (que estaban preparando su entrevista con los asesinos
secesionistas etarras) podría llegar a un entendimiento, bien fuera porque, tras
las conversaciones, acaso los separatistas republicanos quedarían convencidos
de lo inconveniente de sus pretensiones (y, por tanto, de los errores políticos,
históricos, económicos, &c., que sus posiciones envuelven), acaso porque el
propio Rey quedaría convencido por ellos? Convencido y preparado para
entender que las entrevistas clandestinas de José Luis Pérez Carod con ETA
fuesen desde luego (dada la fuerza de los razonamientos republicanos y
separatistas) de tal calibre que le ponían en disposición de abdicar como Rey de
España, o por lo menos, como Rey de una Constitución centrada en torno al
principio de la indivisibilidad de España.
361
8
362
Ante la reforma
de la Constitución española de 1978
Gustavo Bueno
La sorpresa está fuera de lugar, porque también podría decirse que a una
Constitución que tiene ya un cuarto de siglo de vigencia (ninguna otra
Constitución española, desde la de 1812, duró tantos años), podrían convenirle
ciertas reformas. Sobre todo porque la propia Constitución las prevee, creando
al efecto su Título X («De la reforma constitucional»), en el que se establecen las
normas correspondientes.
363
2
364
Ahora bien, la analogía de una Constitución política con un sistema de reglas
de juego es una metáfora muy débil y vulgar; una metáfora de la misma clase de
otras, comúnmente utilizadas por los políticos, tales como «nos queda la
asignatura pendiente de la supresión del peaje en las autopistas», o bien, «mi
gobierno –autonómico, nacional– en lo que se refiere a su gestión o a la
articulación de sus proyectos de ley ya tiene hechos sus deberes». Estas
metáforas escolares, que en principio no tendrían mayor importancia, comienzan
a ser significativas de una gran estupidez política cuando se reiteran una y otra
vez: «el primero que comparó a una mujer con una flor fue un poeta; el segundo,
un imbécil.» Las metáforas escolares (asignatura pendiente, deberes hechos),
cuando se han transformado, como metáforas fósiles, en conceptos prácticos,
nos ponen delante de una silueta de político con mentalidad de funcionario,
delante de la silueta de un político funcionario que entiende la sabiduría política
como una práctica rutinaria susceptible de ser preparada como se preparan los
deberes de la escuela, o de ser valorada en función de un examen escolar. Pero
la metáfora de la Constitución política como sistema de reglas de juego es más
peligrosa.
365
3
366
«izquierda política». Las «capas de la población» llamadas «de izquierda»
sociológicamente, han dejado de ser políticamente de izquierdas, en el sentido
del socialismo o del comunismo históricos: los obreros defienden la propiedad
de sus automóviles, de sus apartamentos o de sus segundas residencias si las
tienen (y si no las tienen, quieren tenerlas: ¿quién si no juega a la lotería?). Lo
que reivindican, con todo derecho democrático, esas «capas de izquierda
virtual» es el aumento de los salarios, de su seguridad social, y la posibilidad de
que sus hijos vayan a la Universidad. Lo que quiere decir que los partidos «de
izquierda» que dicen representarlas lo que hacen es tratar de canalizar sus votos
para llevar a cabo una gestión política que en muy poco se diferencia de la que
pueden llevar a efecto los llamados partidos de centro o de derecha, que también
buscan el pleno empleo, el incremento de salarios y la ampliación de la población
universitaria.
Es muy probable que, cualquiera que sea el partido que resulte victorioso
en las elecciones parlamentarias del 14 de marzo de 2004, tenga que afrontar la
reforma de algunos artículos de la Constitución de 1978. Si la Constitución fuese
algo similar a un «sistema de reglas de juego» cabría pensar en la posibilidad de
reformar algunos de sus artículos, aun manteniendo su conjunto. Obviamente,
sería de agradecer que el conjunto de las reformas que se propongan, se ajusten
a algunas ideas directoras, es decir, no sean simplemente el resultado de una
acumulación de reformas políticas sin conexión interna.
367
comparsa). Y esto dicho, no sólo en la coyuntura de la campaña electoral, sino
en la coyuntura del ingreso en la UE de diversos Estados europeos.
368
5
369
con unas reconstrucciones históricas que confunden los conceptos de «Nación
étnica» o «cultural», con el concepto de «Nación política».
370
la identificación de las Comunidades Autónomas históricas con supuestas
nacionalidades o «Naciones». Obviamente, habría que suprimir también de raíz,
como meros arcaísmos medievales, todas las disposiciones que reconocen a las
Autonomías «derechos históricos» de carácter foral, o sistema de tributación
diferencial (cupos, conciertos...). Con esto no se atentaría en modo alguno a la
pluralidad de las regiones españolas. Una tal pluralidad histórica o etnográfica
no puede transformarse en un ventajismo para las Comunidades implicadas en
todo lo que se refiere a la igualdad en derechos políticos y económicos.
En esta misma línea sería necesario precisar el artículo 44.1, cuya actual
redacción es totalmente insuficiente si no se explicitan supuestos que el artículo
da, sin duda, por sobreentendidos: «los poderes públicos promoverán y tutelarán
el acceso a la cultura a la que todos tienen derecho». ¿Qué puede querer decir
«acceso a la cultura»? ¿a la cultura azteca o islámica? ¿a la cultura euskérica,
a la catalana o a la castellana? ¿acaso a una cultura cosmopolita? Bastaría
sustituir el término cultura por el término «educación»; aunque con ello tampoco
quedarían resueltas las dificultades en el momento de fijar los contenidos, pero,
por lo menos, neutralizaríamos la contaminación que el término «cultura» recibe
de la doctrina de las culturas nacionales y de los Estados de cultura que excogitó
Juan Teófilo Fichte. En cualquier caso parece evidente que los contenidos de
una educación a la que todos los españoles tienen derecho tendrá que ver con
los contenidos comunes, y no sólo con la lengua en la que se enseñan. Y entre
371
estos contenidos comunes habrá que contar, además de los contenidos tomados
de las «ciencias comunes a todos los pueblos» (Matemáticas, Física, Biología...),
los contenidos tomados de las «ciencias propias de cada pueblo». En nuestro
caso, la Historia común de España. Es imposible mantener la unidad indivisible
de España prevista por el artículo 2 sin una educación común en aquello que
afecta a una unidad histórica y social que existe antes de la proclamación de la
propia Constitución.
¿Qué quisieron dar a entender con esto los redactores del artículo? ¿Exigir
a los partidos democráticos comportamientos procedimentalmente democráticos
en cuanto al sistema de elección e sus dirigentes? ¿Acaso quedaría excluido por
ello un partido que decidiera elegir a sus dirigentes por sorteo? ¿Y qué criterios
habrán de aplicarse para considerar a un partido político como antidemocrático
y, en consecuencia, para deslegalizarlo?
372
Todo depende, como es obvio, de lo que cada cual entienda por democracia.
Si por democracia se entiende, tomando el término en su sentido sustantivado-
abstracto, que es el que adquiere en las taxonomías doctrinales, y cuyo principal
contenido es el de la «democracia procedimental» en la elección de los
representantes, cualquiera que sean los contenidos de los programas
respectivos, entonces el resultado será muy distinto a si la democracia se
entiende en concreto, como forma política de una sociedad de referencia
concreta y determinada, por ejemplo, España o Francia. Pero entonces,
«democracia» –como «República»– no es un sustantivo que pueda ser
desprendido de las sociedades concretas, salvo en los libros que establecen las
taxonomías abstractas de las formas de Gobierno o de Estado. No cabe hablar
de «democracia» o de «república», cuando hablamos de política real, como si
se tratase de un sustantivo abstracto; sólo podemos hablar de democracia
referida a sociedades concretas tales como «democracia ateniense»,
«democracia francesa» o «democracia española» (del mismo modo que cuando
hablamos de «república» en un sentido histórico concreto, y no meramente
abstracto y taxonómico, nos referimos a la «república francesa» o a la «república
italiana»). Para decirlo en una fórmula plástica: la democracia sustantivada-
abstracta, se enfrenta, en los libros de taxonomía política, a la aristocracia o a la
tiranía; pero la democracia, en su sentido concreto o existencial, se enfrenta
también a otras democracias. Consecuentemente establecemos una diferencia
inicial entre un individuo que se declara «republicano» en el terreno de la doctrina
abstracta taxonómica, pero sin determinar si pertenece a la república francesa o
italiana y que acaso resulta ser parlamentario o ministro de la monarquía
española o inglesa; y el individuo que se declara republicano en concreto porque
milita formalmente por el derrocamiento de la monarquía de su propio país. Otro
tanto ocurre con la democracia.
Por último nos parece también necesario reformar el artículo 15, mediante
la eliminación de la cláusula: «Queda abolida la pena de muerte», y esto aún a
sabiendas de que este esbozo de proyecto de reforma es todavía más inviable
que los esbozos que hemos presentado anteriormente, dada la ideología que se
ha ido creando, por inducción de la ideología alemana y de la Constitución de
Bonn. Sin embargo, esta reforma será considerada como ineludible por todos
aquellos que vean la imposibilidad de una sociedad democrática «en serio» (y
no efectos de darse unas «reglas del juego» más o menos convencionales) sin
la institución de la ejecución capital. Si una democracia va en serio, no podrá
permitir todo a los ciudadanos, ni menos aún los crímenes horrendos. Y sólo
374
mediante la ejecución capital es posible trazar un límite positivo de lo que está
permitido y de lo que no está permitido, de lo que es compatible con la sociedad
democrática y de lo que es inadmisible, porque inadmisible es reconocer siquiera
la posibilidad de que un miembro de esa sociedad pueda seguir siendo
considerado persona y rehabilitarse para su ulterior inserción social después de
haber cometido el crimen horrendo.
375
Y mientras tanto, ETA seguirá masacrando a los españoles, y nuestros
representantes parlamentarios, ignorantes de la diferencia entre democracia
abstracta-taxonómica y democracia concreta, seguirán reconociendo como
demócratas a los partidos secesionistas, bajo la suposición, primero, de que ellos
no son «violentos», ni tienen conexiones con el terrorismo (y, si la tienen, los
jueces, hasta ahora, no alcanzan a probarlas) y, segundo, que los atentados
terroristas de ETA son antes atentados contra los derechos humanos que contra
España.
Nota final
376
España, 11-M-2004
377
Proyecto para una trituración
de la Idea general de Solidaridad
Gustavo Bueno
§ 1.
El fenómeno
378
racha no se perdió: en 1923 se organizó, bajo el nombre de «Los solidarios», un
grupo de anarquistas (Ascaso, Durruti, García Oliver). Pero tuvo intermitencias,
junto con otros términos tales como «Cultura», «Libertad» o «Paz».
379
§ 2.
La idea de solidaridad, según esto, tiene mucho que ver con la idea de
unidad; pero con la unidad de tipo holótico, es decir, la unidad que suele ir
asociada al todo en el que se integran las partes múltiples. «La totalidad es una
unidad», dice Aristóteles (Metafísica ∆, 1024a). «Unum quod idem est cum
multis, dicitur Totum; ex adverso Multa quae simul sumpta idem sunt cum unum,
dicuntur partes», dice Christian Wolff (Ontología, §341).
380
solidaridad. ¿Y cómo un término que comenzamos reconociendo como unívoco
puede ser además considerado como equívoco (puesto que los análogos de
atribución eran equívocos)? No es fácil responder a esta pregunta desde las
coordenadas de la lógica escolástica; pero cabe responder con mucha sencillez
si nos acogemos al concepto de «función» (de conceptos funcionales, en el
sentido de Cassirer). Una función se define por una característica, que podemos
considerar unívoca; pero esa característica es puramente sincategoremática, es
decir, incompleta, abstracta (por sí misma) y, en consecuencia, pidiendo ser
determinada por la delimitación de un campo de variables y por parámetros. Es
entonces cuando la función puede ofrecernos sus valores. Y estos valores
podrán ser interpretados como acepciones conceptuales, o como ideas
propiamente definidas. Un conjunto de diversas acepciones, conceptos o ideas,
vinculables a una misma característica funcional, se corresponde con un
conjunto o constelación de conceptos o de ideas análogas.
381
mismo de construcción de la idea de solidaridad en cuanto idea funcional o
analógica. No buscamos, en todo caso, una enunciación empírica de acepciones
léxicas; buscamos acepciones que puedan considerarse enmarcadas
en criterios capaces de desarrollar la característica holótica que hemos atribuido
a la idea de solidaridad, a saber, la condición diamérica abstracta que envuelve
las relaciones y las interacciones entre las partes de un todo.
Cuatro son los tipos de criterios lógico materiales que tendremos en cuenta;
y suponemos que sería imperdonable no tenerlos en cuenta en una clasificación
a través de la cual pretendemos construir la misma idea de solidaridad.
En cuarto lugar, consideraremos los criterios que tengan que ver con la
naturaleza dialéctica de la idea funcional, es decir, sus componentes conflictivos
(polémicos) o armónicos, atribuibles a la idea de solidaridad.
Los tipos de criterios a los que nos estamos refiriendo no han de entenderse
como si fueran siempre separables: una determinación material no tiene lugar
con independencia de alguna determinación modal. Sencillamente, los criterios
pueden cruzarse, y esta es la razón suficiente para considerarlos como
disociables.
3. Nos ocuparemos ante todo de los criterios del primer tipo, los que se
vinculan a la intensión de la idea (y, a su través, a la extensión de su campo).
382
En nuestro caso, la intensión habrá de entenderse como la misma
determinación material de la característica formal de la función solidaridad, que
hemos hecho consistir en el «entretejimiento diamérico» de las partes de un todo.
Según esta intensión, las «partes solidarias en el todo» se determinarán, por
ejemplo, ya sea como contenidos de naturaleza biológica, ya sea como
contenidos de naturaleza antropológica, arquitectónica («solidaridad de las
basas, columnas y arquitrabes del edificio»). Las determinaciones intensionales
pueden ser de muy diversa índole, y a esta diversidad corresponderán diferentes
acepciones o valores de la idea de solidaridad.
383
política (la unidad entre las partes heterogéneas del todo social, la unidad de los
patricios y de los plebeyos, del famoso apólogo de Menenio Agripa).
384
Sin embargo, teniendo en cuenta que nuestro propósito de ahora es el de la
exposición de los valores o acepciones de la idea de solidaridad que están o han
estado en curso en las sociedades históricas contemporáneas (porque antes la
idea de solidaridad no fue utilizada en el vocabulario político, ético o moral),
preferimos renunciar al criterio de los ejes del espacio antropológico (al precio
de renunciar también a una escala de análisis más adecuada al caso) y
atenernos, por ejemplo, a las coordenadas más comunes, heredadas de la
organización ontoteológico del mundo medieval, en torno a las tres ideas
de Dios, Mundo, Hombre (de donde la «solidaridad de las criaturas» o la
«solidaridad de los hombres»). Y teniendo en cuenta que esta organización
ternaria ha tendido a ser transformada, en la época moderna y contemporánea
(en la época en la que aparece la idea de solidaridad, y precisamente
rechazando toda fundamentación teológica), en una organización binaria, en un
espacio antropológico bidimensional polarizado en torno a dos ejes: el Mundo o
Cosmos (pero en tanto en él se conserva la herencia del Dios tradicional, y a
veces, en los mismos creadores de la ideología contemporánea de la solidaridad,
en la forma explícita de un panteísmo) y el Hombre; preferimos clasificar las
determinaciones materiales en dos grandes rúbricas, a las que haremos
corresponder la tercera y la cuarta determinación de los valores de la solidaridad:
4. En relación con los criterios del segundo tipo –aquellos que tienen que
ver con la delimitación de la extensión del campo de la función– las
determinaciones más significativas podrán clasificarse en dos grupos: aquéllas
que convienen en el carácter categorial del campo de la solidaridad, y aquéllas
que no tengan este carácter, sino el de carecer de límites definidos y, por tanto,
ser trascendentales (bien entendido que este término lo tomamos en el sentido
positivo, y no en el sentido metafísico del idealismo kantiano).
385
V. Solidaridades en sentido categorial. Son aquellas solidaridades que tienen
lugar en terrenos definidos de índole tecnológica, institucional o jurídica.
5. Consideremos los criterios del tercer tipo, aquellos que tienen que ver con
la modalidad según la cual podría ser entendida la características de la «función
solidaria».
También podríamos citar la diferencia modal entre el ser y del deber ser, o
bien la diferencia modal entre los juicios de existencia y los juicios de valor. Pero
estas oposiciones no son tan claras y distintas como sus patrocinadores
pretenden. Por ejemplo, la oposición entre el ser (el hecho) y el deber ser (el
derecho, por ejemplo) queda neutralizada por el concepto, de tradición española,
tan importante en jurisprudencia o en política, de «los hechos que hacen
derecho», o, en general, por aquellas situaciones características de
las instituciones culturales, en las cuales su ser es constitutivamente un deber
ser o un ser normativo, lo que desvirtúa la llamada «falacia naturalista»
(Durkheim ya había hablado de los hechos normativos). Por parecidos motivos,
la oposición entre el ser y el valor (o entre bienes y valores) tampoco es clara,
puesto que hay «seres» que sólo comienzan a serlo en cuanto valores (por
ejemplo, los valores de la Bolsa), y hay valores que son indisociables de los
bienes.
386
Distinguiremos, por tanto, dos modalidades más, que consideramos muy
pertinentes y aún imprescindibles en el momento de establecer las
determinaciones de la característica de nuestra función solidaridad.
Hay que tener en cuenta que esta oposición, según el tercer criterio, entre
las solidaridades neutras y las solidaridades normativas, no se corresponde con
la oposición, según el criterio segundo, entre solidaridades categoriales y
solidaridades trascendentales. La solidaridad trascendental puede concebirse en
términos de una solidaridad normativa, sobre todo si se pone a un Dios
ordenador como fundamento de las trascendentalidad; pero puede concebirse
también en términos de una solidaridad neutra si se identifica este fundamento
como idéntico a una «interacción cósmica universal» (de todas las cosas con
todas) que nos llevaría a la posibilidad de reinterpretar la normatividad de las
solidaridades humanas como una imposición determinista del propio «ser
cósmico».
387
en los otros concretos. Ambos tipos de solidaridad se mantendrían en relación
de cooperación conflictual, más que en relación de coexistencia pacífica.
388
Partimos de la modulación polémica de la Idea de Solidaridad como
modulación original de la idea. Un punto de partida que concuerda con la
prioridad efectiva que corresponde al concepto jurídico de solidaridad –un
concepto genuinamente polémico, desde la época de Gayo y Justiniano–
respecto de la idea de solidaridad social o política que se acuñó en Francia en el
siglo XIX (de lo que hablaremos en el §3). Sin duda es posible obtener de la idea
de solidaridad polémica, por abstracción, su modulación armónica. Pero en esta
modulación la idea quedaría desvirtuada, como se desvirtuaría el significado de
la estatua de Laoconte si le quitásemos las serpientes. Laoconte, con sus hijos,
pero sin las serpientes, seguiría siendo desde luego una asombrosa escultura;
pero su significado habría cambiado por completo y desde luego sería imposible
explicar la extraña asociación [solidaria] entre las figuras de Laoconte y de sus
hijos. En todo caso sería una ingenuidad suponer que la «escultura armónica»
de Laoconte con sus hijos se esculpió en primer lugar, sin relación alguna con
las serpientes, que sólo se habrían agregado después.
389
bien un resultado inducido por la propia solidaridad. De aquí la conveniencia de
distinguir una solidaridad de antagonismos constitutivos y una solidaridad de
antagonismos inducidos, según tres tipos u órdenes de antagonismos:
a. Antagonismos de primer orden, que dan lugar a la solidaridad antagónica de
primer orden. Es la solidaridad de igualdad externa de los solidarios contra
terceros, constitutiva del concepto jurídico de solidaridad; por ejemplo, la
solidaridad definida en el artículo 1137 del Código Civil español es de primer
orden; como lo es también la solidaridad sindical proletaria contra los capitalistas
(«proletarios de todos los países, uníos»); este componente polémico y dialéctico
que habría de inspirar la «dictadura del proletariado», fundada en la solidaridad
proletaria, sería puesto entre paréntesis por la solidaridad armónica de la
socialdemocracia o afines, la solidaridad de las organizaciones patronales contra
las sindicales, o la solidaridad de los «bloques históricos» (en el sentido de
Gramsci) o la de los Frentes Populares (que reunían a anarquistas, comunistas
y socialistas, principalmente contra «la derecha»). O la solidaridad del sindicato
polaco llamado (no sin cierto autismo) «Solidaridad» de Lech Walesa contra la
Unión Soviética. También es solidaridad antagónica, de tipo político, la
solidaridad constitutiva de las ligas de Estados formadas contra terceros (la Liga
aquea, los «cinco reinos cristianos» de la España medieval contra el Islam, la
solidaridad de los países no alineados en Bandung, en la OTAN o en el «Pacto
de Varsovia», la solidaridad de los bloques de la Guerra Fría. En el Congreso de
Porto Alegre de 2002 sonó la divisa: «antiglobalización solidaria.»
390
solidaridad entre los ciudadanos de la democracia A y los de la democracia B no
implica la solidaridad de la democracia A y B entre sí. Estamos ante un caso
particular de las disyunciones inducidas por la partición de un conjunto U entre
cuyas partes se define una relación de igualdad (o de equivalencia) que es
universal (afecta a todos los elementos del conjunto), pero que no es conexa (no
afecta a cada par de individuos cualesquiera del conjunto). Esta relación de
igualdad determina una partición de este conjunto en clases disyuntas (habría
que decir: insolidarias). El lenguaje de palabras define una relación universal al
conjunto de todos los hombres; pero la relación no es conexa, porque no todos
los que hablan un idioma pueden hablar con los que hablan otro idioma: la torre
de Babel.
391
Criterio
1
I II
formal Criterio
Solidaridad Solidaridad
→ 3
isológica heterológica
material
↓
VII
Solidar
(1) (2) (3) (4) (17) (18) (19) (20)
idad
III
neutra
Solidarid
VIII
ad
Solidar
cósmica
(5) (6) (7) (8) (21) (22) (23) (24) idad
normat
iva
VII
Solidar
(9) (10) (11) (12) (25) (26) (27) (28)
IV idad
Solidarid neutra
ad VIII
antropol Solidar
ógica (13) (14) (15) (16) (29) (30) (31) (32) idad
normat
iva
IX X IX X IX X IX X
Solidar Solidar Solidar Solidar Solidar Solidar Solidar Solidar
Criterio Criterio
idad idad idad idad idad idad idad idad
4 4
armóni polémi armóni polémi armóni polémi armóni polémi
ca ca ca ca ca ca ca ca
V VI V VI
Criterio Criterio
Solidaridad Solidaridad Solidaridad Solidaridad
2 2
categorial trascendental categorial trascendental
392
polémicas y normativas (no neutras), y al menos en la esfera de la jurisdicción
del código civil vigente en España.
§ 3.
En todo caso este esbozo de Historia crítica se opone a una mera historia
empírica o meramente erudita. Una «Historia crítica» que, por serlo (y si
mantenemos la concepción de la crítica como clasificación) ha de presuponer
una sistemática, a la manera como la evolución de las especies vivientes sólo
puede ser expuesta una vez que se dispuso de una taxonomía de las especies,
que la misma teoría de la evolución estaría llamada a rectificar o matizar en
muchos de sus puntos. Los materiales historiográficos son, por supuesto,
imprescindibles; pero si no se dispone de criterios adecuados para su análisis,
la mera acumulación cronológica de tales materiales contribuirá a ocultar, más
que a desvelar, la verdadera historia de la idea de solidaridad.
393
desplegado una intensa acción ideológica (fue la voz del grupo de socialistas
utópicos llamados los «humanitarios») y política en la revoluciones de 1830 y
1848, en las que fue encarcelado junto con Blanqui y Raspail. Amigo de George
Sand (cuya novela Spiridion, de 1839, refleja la influencia de Leroux) polemizó
con el eclecticismo de Victor Cousin, con Proudhon... tras una vida llena de
penurias (entre otras cosas para sacar adelante a su ocho hijos) murió en París
en el año de la Comuna (1871); en 1838 publicó De l'egalité, en 1839 Réfutation
de l'eclecticisme, y en 1840 De l'Humanité, de son Principe, et de son Avenir.
394
obligación, sin perjuicio de las obligaciones concertadas para distribuir la
responsabilidades.
395
renuncia de todos los acreedores a todos los deudores produce novación cuanto
a la naturaleza del vínculo; si todos los acreedores renuncian a favor de uno sólo
de los deudores subsiste la obligación solidaria para los demás deudores, pero
reducida la parte correspondiente al deudor a quien se remitió la solidaridad, la
realizada por uno de los acreedores en obsequio de todos los deudores, produce
novación parcial.
Estas acepciones del término solidaridad (que pueden coexistir con las
acepciones «humanísticas») nos remiten siempre a la idea de una trabazón (a
veces artificial, y postiza, resultante de una soldadura que hace solidario, por
ejemplo, al cajón del carro y a sus varas) de las partes de un todo, en virtud de
la cual las partes comienzan a ser interdependientes, recíproca o
arrecíprocamente. Las «acepciones holóticas» del término solidaridad son
probablemente anteriores a las propias acepciones jurídicas que se basan en
ellas; las acepciones holótico-tecnológicas (las que van referidas a totalidades
artificiales, como pueda serlo el «carro de las cien piezas» del que habla
Hesíodo), son probablemente anteriores a las «acepciones cósmicas» derivadas
de la interpretación metafísica del mundo como un todo (por ejemplo como un
edificio), con sus partes mutuamente trabadas por designio de un Arquitecto
Supremo.
396
generada a partir del concepto de despliegue o desarrollo –evolutio– de un rollo
de papiro.
397
En ningún caso se trata, por tanto, de una transformación de un concepto
en una Idea metafórica, o de una mera generalización de un concepto jurídico a
campos que lo desbordan. En efecto:
Ahora bien: la decisión de poner a la caridad, y, por tanto a Dios (al Deus
est charitas del evangelio de San Juan) al margen de la solidaridad, ¿lleva
necesariamente a aproximar esta solidaridad, alejada de Dios, al hombre? Si
esto fuera así, la solidaridad de Leroux debería ponerse en línea, y aún
identificarse, con la idea de la fraternidad de la tríada revolucionaria («libertad,
igualdad, fraternidad») o con la idea de la filantropía. Una Idea que, en la época
moderna, se había ido construyendo como implicada en un humanismo que se
creía capaz de delimitar la idea de Hombre, no sólo ante Dios, sino también ante
el Mundo (ante el Cosmos). Se trata del humanismo absoluto que ha tendido a
poner la «dignidad del hombre» en el hombre mismo. Un humanismo, por cierto
398
y paradójicamente, de estirpe estrictamente cristiana, aunque llevado al límite;
porque el hombre en la tradición judeocristiana es la «obra del último día de la
Creación». Sobre todo, en el cristianismo, el hombre es Dios mismo gracias a la
unión hipostática en Cristo de la Segunda Persona de la Trinidad y del Hijo de
María, que hace que el hombre se sitúe, en la escala del Universo, incluso por
encima de los ángeles. En fórmula que Kant, heredero plenipotenciario de la
tradición cristiana, acuñó en su Crítica del Juicio teleológico: «el hombre es el fin
de la Naturaleza.» Es el humanismo absoluto (absoluto porque en él el hombre
queda disuelto de toda relación a Dios y el Mundo) que volverá a resurgir en las
posguerras del siglo XX: el humanismo absoluto de Gerhard Kränzlin, o el
humanismo vinculado al libertarismo existencial de Juan Pablo Sartre.
Pero ¿qué tiene que ver esta solidaridad cósmica con la solidaridad entre
los hombres, cuando a la palabra solidaridad no le damos simplemente el sentido
399
de interconexión (interconexión de todo con todo, interconexión prohibida, por
otra parte, por el principio de la symploké)? ¿Qué tiene que ver la solidaridad
genética, darwiniana (de los hombres con las fieras, con los estreptococos, con
los extraterrestres o con los espíritus), con la solidaridad como virtud moral, ética
o política? ¿Acaso nuestra solidaridad, en la biocenosis, con los estreptococos
no es precisamente el principio de una enfermedad grave, cuyo tratamiento
requiere precisamente destruir cuanto antes una solidaridad semejante?
401
La «solidaridad positivista», tal como Comte la concibió, no parece
depender, como en Leroux, de una solidaridad cósmica metafísica, sino que es
presentada más bien como un atributo de la sociedad humana, al menos de la
sociedad positiva del futuro. La «solidaridad positivista» descansaría «en las
representaciones que unos hombres tienen de otros hasta el punto de hacerse
responsables los unos por los otros». La solidaridad sería un atributo, por tanto,
inmanente a la misma sociedad humana del futuro, en función del Gran Ser y en
el contexto de la «religión de la humanidad». Una solidaridad que, habiendo
llegado a convertirse en un «involuntariamente familiar sentimiento íntimo»,
podría considerarse en la sociedad futura como un hecho que ya no necesitaría
apoyarse en hipotéticas solidaridades cósmicas, puesto que él mismo, el hecho
futuro, sería el apoyo de todas las demás relaciones sociales armónicas, a título
de hecho normativo (no como un hecho neutro).
402
En efecto, a Durkheim (en De la division du travail sociale, de 1893; que ha
de confrontarse con las Règles de la méthode sociologique de 1895 y con Le
Suicidede 1897) se debe la distinción, llamada a tener una enorme influencia,
entre la «solidaridad que resulta de las semejanzas» [y que corresponde a la
solidaridad isológica de la tabla] y la «solidaridad» que resulta de las
desemejanzas» [que corresponderá a la solidaridad heterológica]. Dicho sea de
paso, la distinción de Durkheim recuerda a la distinción que, en la época, propuso
Frazer, en La Rama Dorada, entre la «magia homeopática» y la «magia
simpática».
403
colectivistas. Alfredo Fouillée en su obra sobre la Moral de las Ideas-fuerza (libro
IV, cap. 1) objetó la disyuntiva de Durkheim entre la solidaridad orgánica y la
mecánica proponiendo un tercer tipo de solidaridad que denominó solidaridad
social, como una Idea-fuerza suprema. Esta idea de solidaridad sería capaz de
impulsar a los individuos a actuar en provecho de la sociedad humana, es decir,
en la práctica, tomándola como fin («como ya reconocieron Fichte, Hegel y
Comte»). Pero «en cuanto que su fin moral propio, y el fin de la sociedad humana
en el que vive, coincidan con el fin de la sociedad universal».
404
en aquella familia de hermanos; yo abdicaba mi individualidad por conseguir
solidaridad en un poco de amor...»
9. León Bourgeois ofreció, en los primeros años del siglo XX, un desarrollo
original en el contexto de las doctrinas positivistas de la solidaridad, en la medida
en que ellas abrían perspectivas filosófico-políticas. En su conocida obra Essai
d'une philosophie de la solidarité (París 1902), Bourgeois emprende la tarea,
partiendo (como lo hiciera Leroux) del concepto jurídico de solidaridad, de
construir una idea filosófica (sociológico-político-antropológica) de solidaridad
que, sin embargo, no queda desprendida enteramente (como le ocurría a la idea
construida por Leroux) del marco jurídico originario en el que se forjó.
405
La solidaridad, como deber, se fundaría, en definitiva, en el (supuesto)
cuasicontrato que todos los hombres, por el hecho de ser formados por la
sociedad, suscriben con sus semejantes y cuyos efectos habrán de ser similares
a los de los contratos legales.
406
solidaridad, como vínculo social, dejará de derivarse de principios metaméricos
(respecto de las mismas partes cuya solidaridad se trata de fundamentar) y
comenzará a ser derivada de principios diaméricos, es decir, de la misma
«presión» de unos individuos o grupos sobre otros grupos o individuos.
10. Los primeros años del siglo XX –acaso hasta el estallido de la Primera
Guerra Mundial– conocen una asombrosa floración de libros y folletos en torno
a la idea de solidaridad, así como también de asociaciones sindicales o políticas
407
que se acogen a esta misma idea. León Bourgeois sigue
publicando: Applications sociales de la solidarité (París 1902); Celestino Bouglé
publica Le Solidarisme(París 1907); George Fonsegrive su Solidarité, pitié,
charité: examen de la nouvelle morale (París 1907); L. Fleurant, Sur la
solidarité (Paris 1908) y, por supuesto no hay tratado de moral o de política de la
época que no se refiera de algún modo a la solidaridad, a veces muy
críticamente, y no sólo desde perspectivas cristianas tradicionales. Tengo a la
vista los libros de Léon Désers, por ejemplo, La Morale dans ses Principes (París
1905) y Les Morales d'Aujourd'hui et la Morale Chrétienne (París 1910); o el libro
de Guillermo Leoncio Duprat, traducido al español por R. Rubio (Madrid
1905), La Moral, fundamentos psico-sociológicos de una conducta racional, que
contiene múltiples referencias, a veces muy críticas, a las cuestiones en torno a
la solidaridad.
También en estos años del siglo XX nos encontramos con una notable
floración de asociaciones sindicales o políticas que se conciben a sí mismas
como inspiradas por la solidaridad. Para referirnos a España: Solidaridad
Obrera fue fundada el 3 de Agosto de 1907, reuniendo a sindicatos catalanes
con gran auge hasta la llegada de la CNT («Solidaridad Obrera» fue el periódico
anarcosindicalista portavoz de la CNT que el 19 de Octubre de 1907 apareció
como semanario –con la colaboración de Anselmo Lorenzo o José Prat– y en
1915 como diario. La CNS se incautó en 1939 de este periódico y cambió su
nombre, «Solidaridad Obrera» por el de «Solidaridad Nacional» como órgano del
Sindicato Vertical). En 1916 se constituyó una asociación denominada
«Solidaridad Catalana» que agrupó a la «Lliga Regionalista» y a la «Unió
Nacionalista». En 1923 un grupo anarquista catalán se autodenominó «Los
Solidarios» (sin más determinaciones: el rótulo no nos dice si estos solidarios
eran obreros, catalanes, españoles, musulmanes, &c.), como si ellos tuvieran la
solidaridad por antonomasia. En la Segunda República cambiarán de nombre
por un no menos antonomásico: «Nosotros.»
408
Cabe afirmar que la Idea de solidaridad encarnada por estas asociaciones
tenía un carácter polémico, no armónico, en la medida en que tales asociaciones
concebían su solidaridad como enfrentada polémicamente (a veces, según el
tercer orden de antagonismo) a otros grupos o incluso a otras solidaridades. Se
trataba, por ejemplo, de la solidaridad de nacionalistas vascos contra el
«centralismo de Madrid», o de la solidaridad de los obreros vascos católicos
frente a los obreros socialistas, o de la «solidaridad catalana», frente a Maura,
&c.
§ 4.
Habrá que preguntar ¿acaso es la tríada una idea simple, un mero principio
indivisible? La respuesta, al menos en un terreno no teológico, es negativa, al
menos genéticamente. También el triplete numérico puede ser resultado de la
suma de un impar y un par. Y en todo caso, un triplete puede ser interpretado de
muchas maneras, por ejemplo, como una serie ordenada de ideas o principios
embotellados, o bien como un sistema de tres principios independientes los unos
409
de los otros, o bien como resultado de un cruzamiento de dos pares de términos
opuestos en el que uno de los términos hubiera de quedar anulado.
410
Desde esta perspectiva podríamos comenzar comparando estas tres ideas,
en la medida en que tienen una coloración parenética, con otras ideas afines que
también han sido acuñadas en la tradición del pensamiento ético y moral, como
puedan serlo las ideas de la constelación de las virtudes.
Concluimos: las tres ideas de la serie que nos ocupa, si no están dadas en
el lugar propio de las ideas éticas, habrán de estarlo en el lugar propio de las
ideas morales, o acaso políticas (es decir, económico-políticas). Serían ideas
originariamente morales, sociales, o económico-políticas, lo que no excluye que
puedan proyectarse a escala individual.
411
Ahora bien, las tres ideas que nos ocupan no quedan agotadas en sus
aspectos sintácticos; sus contenidos tienen una carga eminentemente semántica
y pragmática.
412
un triplete indeterminado, no deben hacernos olvidar que las tres ideas son antes
ideas morales o políticas (o económico-políticas), que ideas éticas. Esto significa
que hay que referirlas a grupos frente a otros grupos, porque la «moral universal»
contiene muy pocas líneas normativas, por no decir ninguna.
413
segundo, el trabajo sería imposible porque los cooperantes se estorbarían unos
a otros. Si aplicamos este tipo de leyes a la cooperación económica internacional
entre diferentes tipos de Estados, desarrollados y no desarrollados, las
consecuencias, muy diversas, tienen sin embargo la misma dirección.
414
animales macroscópicos o microscópicos: solidaridad de todos los hombres
contra el SIDA o contra el bacilo de Koch.
415
hermana Túnez, al hermano reino de Marruecos, al hermano pueblo del Irak, a
las fraternas relaciones jordano palestinas, al hermano El Líbano... a los pueblos
hermanos de Sudán y Yemen...»; pero aún cuando expresa su aprecio a las
posiciones coetáneas de Su Santidad el Papa, ya no le llama hermano; y llama
«solidario» al Comité Especial de las Naciones Unidas para el ejercicio de los
derechos inalienables del pueblo palestino. Y no hablamos aquí de otras
fraternidades puramente metafóricas como las «fraternidades masónicas» o la
«fraternidad de los hermanos proletarios» (UHP).
Por ello, cabe concluir que la fraternidad, como concepto estricto (fundado
en relaciones de parentesco de sangre antes que en relaciones de parentesco
de alianza) carece por completo de capacidad para transformares en una Idea
filosófica de alcance ético, moral o político. La razón ya la hemos insinuado: la
idea de fraternidad, para ser aplicada a un campo concreto, en cuanto Idea-
fuerza, requiere fijar la referencia de los parámetros y estos no pueden
determinarse internamente a partir de la idea abstracta (sin parámetros) de
fraternidad. Si los parámetros se fijan en la dirección más estricta, la fraternidad
define simplemente círculos de parentesco (estirpes, phyla, &c.) cuyo alcance se
416
mantiene en los límites de la etnografía o de la genealogía (en cuyo campo,
además, la fraternidad ha de comprender también al enfrentamiento entre los
propios hermanos, enfrentamientos simbolizados por las parejas de Caín y Abel,
de Rómulo y Remo, o de Cástor y Polux).
§ 5.
417
(dentro de una misma especie) que tienen que ver con la cohesión en
interdependencia de los individuos o de los grupos humanos.
418
No hay por qué desconocer la posibilidad de la intersección de la solidaridad
con la ética, aunque más exacto sería decirlo al revés: las intersecciones de la
ética con la solidaridad, por cuanto la solidaridad moral, del grupo, bando o
nación es, sin duda, un cauce de acogida de intereses éticos. En la solidaridad
del grupo podría el individuo encontrar una seguridad necesaria para consolidar
su firmeza, y no otra cosa venía a ser la «asphaleia» de los epicúreos.
Otro tanto hay que decir, y se ha dicho muchas veces –al menos antes de
nuestra época, en la que la idea general de solidaridad se convierte en un valor
supremo– de la solidaridad de los grupos. Dice Galdós en El Gran Oriente: «los
honrados y los inocentes, que no eran los menos bajo el estandarte de Padilla,
hacían coro a los malvados, por la solidaridad que entre ellos reinaba.» Y
Guillermo Leoncio Duprat, en la obra que hemos citado, concluye que la
solidaridad humana puede ser «un precioso auxiliar para la razón práctica pero
un severo obstáculo para la virtud». Este es su argumento principal: que hay
solidaridad entre gentes honradas, pero también, y aún mayor, entre los
419
criminales, «Lombroso (añade Duprat) ha observado que, en general, el criminal
no gusta de la soledad, ni puede vivir sin compañía; necesita entrar en relación
con seres susceptibles de guiarle, de dirigirle, de dominarle sin cesar, uno de los
rasgos, según Pierre Janet, del histérico y del débil de espíritu». Vemos así como
la secta criminal saca partido del instinto de solidaridad, y de las tendencias a la
obediencia: «ejerce a veces, por la solidaridad, una verdadera trama sobre sus
miembros y aún sobre sus jefes, dóciles instrumentos de la colectividad.»
420
Ahora bien, las solidaridades armónicas se establecen preferentemente a
partir de solidaridades heterológicas, porque los iguales, con frecuencia, se
enfrentan (insolidariamente) entre sí: la armonía, más o menos idealmente
representada, que reinó en algunos lugares y tiempos de las sociedades
esclavistas (pero en tanto estaban enfrentadas a los bárbaros) o feudales
manteniendo unidos a nobles y esclavos, o a señores y vasallos, podría
considerarse mucho más probable que la armonía entre los propios nobles, o los
propios señores feudales (que consideraban al Rey como un primus inter
pares, y sólo se unían, con una solidaridad efímera, contra terceros).
421
2004), que acordaron, «en nombre del pluralismo democrático» (en rigor, para
neutralizar la presencia mayoritaria del PP en el Senado y «diluir» en el
«pluralismo» su condición de segundo partido que, aún derrotado en las
elecciones tras el 11-M, había sido votado por más de nueve millones de
electores), aún renunciando a algunos cargos, su presencia en diversos órganos
de gobierno del Congreso y del Senado. Los dirigentes del partido victorioso, el
PSOE, hablaron entusiásticamente del «consenso» logrado en esta legislatura
por todos los partidos «verdaderamente democráticos». Pero este diagnóstico
estaba equivocado de medio a medio, porque no puede hablarse de «consenso»
cuando precisamente el partido que representa casi la mitad del cuerpo electoral
no acepta un acuerdo orientado a «diluirlo» entre una docena de partidos muy
minoritarios. Aquí no cabe hablar en modo alguno de consenso, pero si de
solidaridad en sus sentido más estricto: la solidaridad polémica; porque, en
efecto, es simple cinismo hablar de consenso cuando de lo que se trataba era
de una solidaridad de «todos contra el PP». Esta solidaridad había sido ya
explícitamente planeada en la campaña electoral por el PSOE, Izquierda Unida
y otros partidos autodenominados «de izquierdas». Pero una vez obtenida la
imprevista victoria del 14-M, debida a los acontecimientos del 11-M, resultaba
improcedente seguir hablando de «unirse contra el PP» y hubo de recurrirse a la
idea del consenso.
422
La Idea general de solidaridad no puede tomarse como una forma capaz de
dar lugar por sí misma a valores positivos. Es preciso romper esa generalidad
hipostasiada, que toma la forma de una idea unívoca, y romperla en sus
diferentes modos, especies o tipos que la modelan como idea analógica.
423
¿Por qué interpretar como un caso de solidaridad el afecto y lealtad de Diego
(Juan, dicen hoy) Marsilla e Isabel Segura, «los amantes de Teruel»? Lo mismo
podríamos decir de la solidaridad de Píramo y Tisbe o de Romeo y Julieta (esta
última inspirada, al parecer, en los amantes de Teruel). ¿Cómo llamar solidaridad
a un amor que lleva a los amantes a la muerte? ¿Y por qué interpretar como
solidaridad a la liberalidad (magnanimidad o megalopsiquia) del señor hacia sus
esclavos, una «solidaridad orgánica» que sólo se despliega «manteniendo las
distancias» de estirpe y estatus que debieran considerarse como insolidarias por
la Idea general socialista de solidaridad? La solidaridad de la que en estos casos
podría hablarse sólo alcanzaría a lo sumo un sentido neutro (axiológicamente
hablando), equivalente a «cohesión social», la cohesión que la liberalidad
aceptada y agradecida por vasallos y esclavos comporta. Pero al reducir esa
liberalidad como un caso más de solidaridad todo quedará confundido. ¿No es
mera pedantería hacer un canto a la solidaridad al contemplar la imagen de una
madre dando de mamar a su hijo?
424
que con una idea sociológica, abstracta o metafísica que roza con el deber o con
la obligación. Y en cualquier caso, el valor de esa «solidaridad» tal como la
anciana la percibe, derivaría de esa tendencia maternal afectuosa, y en modo
alguno el valor de ese instinto genérico derivaría de la solidaridad (que podría
estar impulsada por motivos más oscuros). ¿Y acaso Don Quijote cuando limpia
a su caballo lo hace por solidaridad con Rocinante? Lo hace porque estaba sucio.
Y cuando recibo por cortesía a una persona que viene a visitarme, acaso en
momento inoportuno, no lo hago por solidaridad con ella, sino por costumbre,
adulación o temor a represalias. En todo caso, mi cortesía es una relación
interpersonal pero no una relación moral o abstracta de solidaridad, que también
subsistiría en el supuesto de que, habiendo advertido que mi visitante es un
delincuente peligroso, me apresurarse, por solidaridad con sus posibles víctimas,
a denunciarlo a la policía.
El alcalde de una villa envía a la familia de una villa cercana (una familia
cuyos dos hijos pequeños han fallecido al ser alcanzados por un rayo) un
telegrama en el que les expresa «su solidaridad». En realidad, si no me equivoco,
lo que está queriendo decir el alcalde a la familia es que le expresa su
condolencia. Acaso «solidaridad», añadiría a «condolencia», algo más: la
disposición «apelativa» (no sólo expresiva) de ayudar en lo que sea preciso; pero
este añadido estaría aquí fuera de lugar, si suponemos que la familia afectada
no necesita auxilios. En cambio, si se tratase de una riada, que hubiera producido
grandes destrozos en la villa vecina, la expresión de solidaridad con los
afectados diría algo más que condolencia, diría, de inmediato, disposición de
ayudar o auxiliar a aquellos con quienes nos «identificamos en la desgracia»;
una modulación práctica de la solidaridad que podría inscribirse en el cuadro (15)
de la tabla. Cabría decir, por tanto, que la «condolencia», no implica «solidaridad
práctica», pero sí recíprocamente; pero esta conclusión sería muy artificiosa: la
con-dolencia se presupone que implica también disposición de hacer todo lo que
el afectado considere preciso: «obras son amores». En cualquiera de estos
casos, pero no en general, la solidaridad se mantiene en el terreno de la ética –
del auxilio a personas concretas–, más que en el terreno de la moral o de la
política («solidaridad de un Estado con otro Estado coaligado con él» que ha sido
atacado por una tercera potencia, aun cuando esta solidaridad entrañe la guerra
y, con ella, la conculcación de valores éticos).
Sin duda, algo de común pueden tener estos usos del término solidaridad
(por ejemplo, la acción práctica de unos sujetos operatorios en beneficio de otros,
es decir, algo próximo a la cooperación o el auxilio); pero este núcleo común es
425
tan genérico (por ejemplo, etológico, los sujetos operatorios pueden ser hombres
o animales, y la materia de esos beneficios puede ser ética, moral o política,
buena o perversa respecto de terceros) que sobre él, y sin negar su virtualidad
conversacional –fundada precisamente en una ambigüedad– difícilmente
podremos fundar una doctrina política, o moral, o social, o ética definida; como
tampoco sobre ideas tan generales y confusas como las de «cosa», o
«cacharro», podríamos fundar una tecnología o una teoría física.
El alcalde de una villa envía a la familia de otra villa cercana (una familia
cuyos dos hijos pequeños han fallecido al ser alcanzados por un rayo) un
telegrama en el que les expresa «su solidaridad». En realidad, lo que está
queriendo decir el alcalde a esta familia es que le expresa «su condolencia».
Acaso «solidaridad» añadiría a «condolencia» algo más: la
disposición apelativade ayudar en lo que sea preciso (mientras que
«condolencia» tendría sólo el sentido expresivo del dolor). Pero este añadido
estaría aquí fuera de lugar, si suponemos que la familia afectada no necesita
auxilios. En cambio, si se tratase de una riada, que produjo graves destrozos en
la villa vecina, la expresión de «solidaridad con los afectados» diría algo más que
«condolencia»: diría disposición de auxiliar o ayudar a aquellos con quienes nos
«identificamos en la desgracia»; una modulación práctica de la solidaridad que
podría quedar inscrita en el cuadro (15) de la tabla. Cabría decir acaso que la
condolencia no implica solidaridad práctica, pero sí recíprocamente; pero esta
conclusión sería muy artificiosa, porque la condolencia implica también
disposición de «hacer todo lo que el afectado considere preciso» («obras son
amores»).
426
tampoco sobre ideas tan confusas como las de «cacharro» o las de «cosa»
podríamos fundar una doctrina tecnológica o física, porque tanto una taza como
un ordenador son «cacharros», y tanto una estatua como una estrella son
«cosas».
§ 6.
427
sentido pueden tener las consignas parenéticas que apelan a la solidaridad
ciudadana, las exhortaciones cívicas tales como «ciudadanos, tenéis el deber de
ser solidarios»? ¿Acaso podrían tener más sentido que las exclamaciones que
un astrónomo entusiasta de Newton dirigiéndose al cielo dijera: «planetas,
atraeos en proporción directa de vuestras masas y en proporción inversa al
cuadrado de vuestras distancias»?
Se dirá que no hay paridad alguna entre el sistema solar –cuyos planetas
están sometidos a una ley de gravitación inexorable– y el sistema social –en el
cual los individuos, acaso por su libertad, se supone pueden escapar a la ley de
la solidaridad entendida como ley constitutiva–. Pero no es nada clara una
disparidad tan absoluta; ni tampoco es pertinente entrar aquí en la cuestión de
si un ciudadano es más libre al recorrer las órbitas de su carrera que un planeta
al recorrer la suya propia. Pues la cuestión es si la solidaridad es o no es
constitutiva del sistema social (sean los ciudadanos libres o no) a la manera cono
la ley de la gravitación es constitutiva del sistema solar. En todo caso, la paridad
entre el sistema solar y el sistema social respecto de sus respectivas leyes
(supuestamente) constitutivas podrá perseguirse por otro lado.
428
diferentes núcleos capaces de deformar el «espacio-tiempo» de Minkowski;
núcleos que han de ser previamente dados.
Más aún: los ciudadanos o grupos que forman parte de un sistema social,
aún estando sometidos constitutivamente a una «ley de solidaridad», podrían,
en el límite, no sólo escapar de la influencia de una determinada presión solidaria
para entrar en la influencia de otra presión diferente, sino quedar exentos de toda
presión, y no por que la ley de solidaridad perdiera su aplicación en ellos, sino
porque tales aplicaciones quedaran neutralizadas por presiones iguales y de
sentido contrario.
429
(«construye tu propia casa, construye tu propio barco»). En menor medida la
insolidaridad política predicada por los epicúreos y que inspira, a quien justifica
su conducta de «buena persona», porque pasa su vida (una vida de idiota) «del
trabajo a su casa y de sus casa al trabajo». O simplemente el autismo de quien
identifica su libertad con el autismo que se alimenta de sus propias opiniones, o
que imprime a su vida el sentido de «llegar a ser su propio yo», en el marco de
la individualidad más acusada.
Ante todo, como la presión sobre una solidaridad dada (entre los miembros
de una familia, de un círculo de amigos...) de otras solidaridades (por ejemplo, la
solidaridad de un partido político o de una ONG).
430
frailes idiorrítmicos en monorrítmicos). La «cultura de la solidaridad» tomará la
forma preferente de una acción pedagógica, impulsada por el Estado y orientada
por ejemplo a sustituir los juegos en solitario (crucigramas, juegos de baraja) por
juegos solidarios, casi siempre entendidos en sentido armónico (aunque la
práctica demuestre que los juegos polémicos o competitivos –tipo rugby o fútbol–
son más atractivos, y no menos solidarios).
Por ello, una cultura de a solidaridad tiene muy poco que ver con una «mera
activación» de una supuesta «solidaridad natural» y orientada en una dirección,
a la que tenderían por ley social todos los hombres. Una cultura de la solidaridad
es siempre una cultura ideológicamente inspirada y, como tal cultura, habrá de
transportar una carga de artificiosidad mayor que la «carga de naturaleza» que
suele serle atribuida, en la medida en que se le supone acogida a una ley general
de la solidaridad.
431
utilizaran un término general neutro que todos entienden porque todos saben
que habrían de entenderlo a su manera. Y este término es «solidaridad».
432
asesino, o un criminal de guerra: las estatuas, tapices, retratos o relatos literarios
que en torno a Aquiles se han ido tejiendo en la historia habrían de ser
repudiados y destruidos, juntamente con las salas de los museos en las que se
exhiben, para que la educación de las nuevas tiernas generaciones no sufran
menoscabo. Un solidario y a toda costa debe ser también iconoclasta.
433
El «funcionalismo» de esta acepción etológica de la solidaridad, como
«calidad de solidario», que sería la predominante en nuestros días, consistiría
precisamente en su neutralidad etológica, que permite dibujar una forma de
comportamiento frente a otros comportamientos («egoístas», «rácanos») sin
necesidad de entrar en profundidades éticas, morales, políticas o religiosas.
Apreciamos un cierto pudor en el misionero, en el bombero, o en el miembro de
cualquier ONG, cuando utiliza el término solidaridad, en lugar de hablar de
caridad, de com-pasión (sim-patía) o de generosidad, cuando trata de describir
la línea de su actuación. «Actúo por solidaridad» corresponde a una
conceptuación más neutra que la que se expresa en la frase: «actúo por
generosidad», o «actúo por caridad», o «actúo por patriotismo». Y, sin embargo,
lo cierto es que esa neutralidad es sólo aparente, porque quien utiliza el término
neutral lo está haciendo siempre desde algún marco ideológico, muy borroso, sin
duda, pero que para unos será moral, para otros ético, para otros político, para
otros religioso y para otros espiritista. Y esto es lo que tendría de «indecente» la
acepción etológica del término solidaridad: que quien invoca su condición de
«solidario», apelando a la «solidaridad» en abstracto, no muestra, sino que
oculta, las fuentes del valor supraetológico de su conducta y procede como si la
solidaridad fuese ya por sí misma, la fuente del valor; como si no pudiera
acogerse a la solidaridad tanto el bandido de los cuarenta ladrones, del que
hemos hablado, mejor dispuesto a cooperar con los planes de su capitán, como
el misionero mejor dispuesto a atender a cualquier incidencia que surja en su
misión, frente al misionero «rácano» que prefiere seguir la vida contemplativa.
434
Sobre la obligatoriedad
de la asignatura «Religión»
Gustavo Bueno
Introducción
435
Obviamente, en la cuestión que nos ocupa, la perspectiva de lege
datapresupone la referencia a una ley vigente determinada y efectiva (en tanto
que no estamos haciendo simplemente Historia). Por tanto, la ley dada genérica
que aquí tenemos que presuponer es la Constitución española de 1978,
principalmente en sus artículos 16.3 («Ninguna confesión tendrá carácter estatal.
Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad
española, y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la
Iglesia católica y las demás confesiones») y 27.3 («Los poderes públicos
garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la
formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones»).
También forman parte de estas leyes fundamentales los Acuerdos suscritos por
el Estado español con la Santa Sede, y muy principalmente el Acuerdo sobre
enseñanza y asuntos culturales de 3 de enero de 1979 (ratificado ese mismo
año, en 4 de diciembre), cuyo artículo 2 establece que los planes educativos
«incluirán la enseñanza de la religión católica en todos los centros de
educación»; y cuyo artículo 3 establece, a su vez, que «la enseñanza religiosa
será impartida por las personas que, para cada año escolar, sean designadas
por la autoridad académica entre aquellas que el Ordinario diocesano proponga
para ejercer la enseñanza».
Los debates de lege data se mueven, por tanto, en el terreno jurídico, que,
en definitiva, se reducen a la constitucionalidad o inconstitucionalidad de la
asignatura «Religión», y al alcance y evaluabilidad de dicha asignatura desde el
punto de vista de las diversas leyes específicas. De hecho, quienes mantienen
el debate en el terreno jurídico (por ejemplo, los profesores de asignaturas no
evaluables, que se consideran perjudicados ante la fuga de alumnos potenciales;
o bien los profesores que protestan por la decisión del Ordinario de no prorrogar
sus nombramientos por motivos derivados de su «vida privada») invocan
constantemente la Constitución. Por ejemplo alegan que la aconfesionalidad del
Estado, según el artículo 16.3, es incompatible con una asignatura confesional
de «Religión católica», y sugieren que esta asignatura, en la que ven una
catequesis disfrazada (o propaganda fidei) debiera pasar a las parroquias. Pero
esta alegación es contestada con el artículo 27.3, que garantiza el derecho que
asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral, &c.
Otra cosa es que los debates que se mantienen en el terreno jurídico, dentro
del marco constitucional, menos aún cuando estos debates se promueven desde
un gobierno socialista, crean prudente regresar más allá de la Constitución,
crean prudente, por ejemplo, pedir la reforma del artículo 16.3, al menos en lo
que concierne a la mención explícita de la Iglesia católica; o incluso creen
prudente denunciar los acuerdos de la Santa Sede del 4 de diciembre de 1979,
teniendo en cuenta, precisamente, la circunstancia de que la gran mayoría de su
electorado potencial es católico. Cualquier político socialista de estos años
consideraría imprudente el poner obstáculos al apoyo institucional o económico,
central o autonómico, que tradicionalmente se presta a las manifestaciones
públicas católicas, aunque repercutan directamente en el calendario escolar,
como puedan serlo las procesiones de Semana Santa, con la que se «identifican
en masa» los militantes, obreros y menos obreros, del Partido Socialista en
Andalucía. El incremento de los inmigrantes musulmanes podrá comenzar a
poner objeciones a este apoyo confesional que las instituciones, no sólo del PP,
sino del PSOE, vienen prestando a la Iglesia católica; instituciones que fueron
creadas precisamente, en el siglo XVI, como instrumento de lucha contra el
islamismo juntamente contra el protestantismo. Por la misma razón podrían
reivindicar algunos musulmanes o judíos (si no estuviesen en minoría) que se
retirase, al menos por parte de un gobierno socialista, de «izquierda progresista»,
la cruz de la mesa de juramentos o promesas de ministros o autoridades; o al
menos que se acompañase la cruz con la media luna y la estrella de David, y
que se agregase a la Biblia un Corán y un Talmud para que un eventual ministro
socialista de confesión musulmana o judía pudiese jurar o prometer ante ellos.
437
Dado el carácter minoritario de las confesiones islámicas o hebreas les
parecerá más prudente apoyarse en el artículo 16.3 para pedir la eliminación, sin
más, de la asignatura de «Religión».
3. De lege ferenda
Nuestra perspectiva crítica, que quiere ser ante todo filosófica, no quiere sin
embargo ser abstracta, sino práctica política, más que jurídica. Y la piedra de
toque decisiva en la argumentación filosófico política es la de la prudencia
política regulada por la eutaxia de una sociedad política determinada, en nuestro
caso, de España, en tanto la suponemos acogida a una constitución
democrática, la de 1978.
438
«¿Es que tu no tienes religión?». «Si padre –respondió el aspirante a bachiller–
tengo la religión del padre Incio», refiriéndose al libro de texto del entonces
conocido autor. Una respuesta, en su ingenuidad, acaso más profunda de lo que
parece; al menos recuerda la respuesta que Eddington propuso para la pregunta
¿Qué es la Física?: «Lo que se contiene en el Tratado de Física.» Y, sobre todo
nos invita a reproducir cuestiones similares a las que, a propósito de aquélla
anécdota de exámenes, suscitaba yo (en una época en la que estudiaba
el Análisis matemáticode Rey Pastor) a quienes se reían de la rudeza de aquél
estudiante, a propósito de la definición del Algebra o de las Ciencias formales en
general. ¿Qué es el Algebra?: «Lo que se contiene en el Análisis matemático de
Rey Pastor y en otros tratados semejantes.» Pues, ¿dónde, fuera de los libros
de Algebra, existe el Algebra? ¿Acaso la Revelación mosaica existe fuera de
ciertos libros del Antiguo Testamento?
439
Por nuestra parte suponemos que cuando hablamos de la asignatura
«Religión» en los debates de lege ferenda sobre los planes de estudio, sólo
indirectamente nos referimos a la religión natural, es decir, siempre a través de
las religiones positivas y, en España, más precisamente, a las religiones del libro;
lo que no puede hacernos olvidar, teniendo a la vista los procesos de
globalización e inmigración crecientes, que en un futuro acaso no muy lejano
habrá que tener en cuenta también al hinduismo, a la cienciología, al jainismo, al
budismo, a los harekrisnas y hasta al vudú y al candomblé (pues también los
inmigrantes de Haití o del Brasil que arriben a las costas españolas podrán
reivindicar sus «derechos espirituales»).
440
con la realidad de las religiones superiores, terciarias, no clandestinas, sobre
todo con las religiones confesionales que son proselitistas y de naturaleza
pública. ¿Cómo podría un cristiano dejar de intentar, no solamente por amor o
caridad, sino por imperativo evangélico –«id y predicad a todas las gentes»,
Mateo 28:19–, convertir a su religión a quien está fuera de ella? ¿Como podrían
tolerar los católicos españoles, y sobre todo los andaluces, sin perjuicio de su
militancia en el Partido Socialista Obrero Español, que se les prohiban o graven
con impuestos (a título de tasas publicitarias) las manifestaciones públicas de su
fe en Cristo y en la Virgen en sus procesiones de Semana Santa? Las religiones
positivas, en general, son públicas y no privadas (como pudiera serlo la magia,
según el criterio del propio Durkheim: la magia es asunto privado entre el mago
–por ejemplo, el echador de cartas o el usuario de la bola de cristal– y su cliente;
pero el mago no es sacerdote, aunque muchas veces hay intersecciones
importantes entre ambas figuras).
441
I
Cuatro alternativas posibles
442
(«la asignatura 'Religión' debe figurar en el plan de estudios propuesto por el
Estado») también pueden apoyarse en principios opuestos entre sí, a saber: o
bien partir de principios confesionales (las religiones positivas encarnan valores
específicos o genéricos, de trascendencia social y temporal, que deben ser
tenidos en cuenta por un Estado atento a promover el bien común de los
ciudadanos), o bien a partir de principios ilustrados o impíos (las religiones
positivas son reliquias del Antiguo Régimen, en cuya liquidación deberá estar
comprometido el Estado, a través, entre otras formas, de la educación, del mismo
modo a como se compromete en la erradicación del delito o de la enfermedad).
443
asignatura «Religión» y la condición de la religión como un hecho normativo, en
cuyo campo de influencia se encuentra la propia asignatura– nos permite
establecer (mediante la inserción del «sí» y el «no» en los contextos en que
puede producirse) un sistema completo (exhaustivo) de cuatro posiciones
disyuntivas, que son las que exponemos a continuación.
Ahora bien, conviene distinguir aquí tres vías diferentes que son
conducentes a esta misma primera posición:
444
mayoría o la presión social obliga a instituir la asignatura, aceptémosla como
tal.»
A esta primera alternativa disyuntiva podrá llegarse desde tres vías que
parten de posiciones opuestas entre sí:
445
Por esta vía caminarán también cómodamente quienes consideran que, en
un estado laico, la religión debe replegarse al mundo privado, abandonando toda
pretensión pública propia de un Estado confesional. La institución de una
asignatura de «Religión» en un plan de estudios público, equivaldría a tratar a la
religión como un asunto público, en contra del supuesto.
446
En efecto, se partirá del supuesto de que las religiones positivas, además
de los valores específicamente religiosos que ellas puedan soportar (apreciados
por sus propios confesionales) implican también valores de otros órdenes, y
valores que podrían ser disociados de los contenidos específicos. No sería
necesario por tanto hacer propaganda fidei (como en el caso de la posiciones
confesionales o de la mentira política). Bastaría que neutralizásemos estos
valores, poniéndolos entre paréntesis, sin afirmarlos ni negarlos (incluso
acogiéndonos a un agnosticismo positivo) a fin de resaltar las conexiones que
las religiones mantienen con el arte, con la pintura, con la música, con la filosofía,
con la asistencia social, con las terapias psiquiátricas o psicológicas, con el
psicoanálisis.
Podrían algunos considerar como una forma de neutralización (una forma
que, en todo caso, cumpliría las más estrictas exigencias de la «tolerancia
democrática» y del «irenismo más refinado») la implantación ecléctica, por
conjunción, de todas las confesiones encontradas, fundándose en la más
exquisita tolerancia recíproca, tal como se encuentra, por ejemplo, en la
concurrencia de diferentes servicios religiosos en un mismo templo (a la manera
como ocurre en algunas salas de aeropuerto, en la que judíos, musulmanes o
cristianos celebran por turno o simultáneamente sus ritos). Podría esperarse que
la conjunción de cosas incompatibles (como pueda serlo el desarrollo de ritos
musulmanes, que consideran blasfemo al cristianismo, frente a un Santísimo
expuesto en un templo cristiano, aunque sea de origen sarraceno, como ocurre
con la Mezquita de Córdoba; o bien la celebración de una misa cristiana en un
recinto islámico, aunque en tiempos hubiera sido cristiano, como Santa Sofía de
Estambul) podría conducir a la segregación o desprendimiento de contenidos
específicos positivos de cada religión. Voltaire aplaudió la absoluta tolerancia
religiosa, esperando que mediante ella las diferentes «supersticiones» se
destruirían las unas a las otras. Se esperaría que este modelo de neutralización
por conjunción abriría un proceso que, llevado al límite, nos conduciría hacia la
religión natural, según la idea que acaso inspiró a Lessing en su Natham el
Sabio, su famosa alegoría de los tres anillos. Si aplicásemos este modelo de
neutralización por conjunción positiva a la asignatura «Religión» obtendríamos
un modelo pedagógico muy original cuya posibilidad acaso sólo exigiera el
esfuerzo, a los parlamentarios, de conceder a esta asignatura cinco horas
semanales, a fin de que los lunes la religión fuera explicada confesionalmente
por un profesor católico, el martes por un evangelista, el miércoles por un rabino,
el jueves por un imán y el viernes por un bonzo.
447
posibilidad de una asignatura denominada «Religión». Habría, sí, que cambiar
su contenido. Y en lugar de concebirlo en el sentido apologético, o apostólico, o
propagandístico, o simplemente neutral, se le concebiría en el sentido ilustrado,
como medio de colaboración a la demolición de la falsa conciencia inherente a
la «alienación religiosa» de las sociedades del presente.
448
ninguna esperanza que pudiera venir de un más allá de la propia sociedad
humana; por tanto, cuando el Estado asume su responsabilidad de educar a los
ciudadanos, corrigiendo la falsa conciencia de sí mismos, que es promovida muy
especialmente por las religiones positivas, pero también por la religión natural.
II
Discusión de cada una de las cuatro alternativas
La vía piadosa (la que hemos reseñado bajo el epígrafe a) del punto 1 de la
primera parte) sólo tiene posibilidades de prosperar cuando se de la
situación c)reseñada en el mismo punto. La vía pragmática, c), afecta
únicamente al gobernante, cuya prudencia política tendrá también que sopesar
la fuerza social de la confesión «protegida».
449
Los argumentos de lege ferenda orientados a impedir («bloquear») la
entrada de la religión en un plan de estudios, por medio de la asignatura de
«Religión», o bien, a abolir dicha asignatura, si figuraba en el plan, en cuanto
argumentos que actúan más o menos explícitamente en muchas corrientes de
opinión pública, o en idearios de partidos políticos, son de muy diversa
naturaleza, y, lo que es más significativo, incompatibles muchas veces entre sí.
Los hemos agrupado en argumentos «piadosos» y en argumentos «impíos», o
«progresistas». Lo que no excluye la posibilidad de que, en un momento dado,
pudiera producirse una coalición, en un parlamento, entre representantes de los
piadosos y representantes de los progresistas. No estaríamos ante un caso de
coalición contra natura, sino simplemente ante un caso más de «solidaridad» de
fuerzas opuestas entre sí, pero unidas en un «bloque histórico» contra los
terceros que defendieran la necesidad de incluir la asignatura de «Religión» en
el plan de estudios.
450
cuando se inmola haciendo detonar el cinturón de explosivos, ni es menor que
el sentimiento de un practicante de vudú o de candomblé.
Lo que ocurrió en Europa en los siglos XVII, XVIII y XIX con el pluralismo de
las iglesias cristianas, se incrementará en los siglos XX y XXI con el pluralismo
de las confesiones religiosas determinado por la inmigración masiva de
musulmanes (sobre todo) a los Estados históricamente cristianos.
Ahora bien: la ideología del pluralismo religioso lleva, como hemos dicho,
sobre todo a las confesiones minoritarias en un país (como es el caso de los
musulmanes en España) a posiciones favorables a la del bloqueo de la
asignatura «Religión». Una confesión minoritaria, que se acoge a los principios
de la democracia, sospechará siempre que la asignatura «Religión», incorporada
451
por el Estado aconfesional (pero no anticonfesional) a un plan de estudios, será
siempre ventajosa para la religión socialmente mayoritaria; y esto le llevará a
impugnar tal asignatura, reivindicando la conveniencia de que en un Estado laico
o aconfesional la religión pase a ser asunto de las iglesias, de las mezquitas, de
las sinagogas o de las parroquias, y no asunto de aulas académicas. Se sabe
también que cuando estas confesiones son mayoritarias en otros países, la
asignatura «Religión» u otras semejantes comenzarán a ser defendidas como
asignaturas obligatorias únicas, como ha ocurrido recientemente en Afganistán
en la época del dominio de los talibanes.
452
que toma una posición militante contra toda religión positiva, como fue el caso
del Estado jacobino en el siglo XVIII, o del Estado soviético en el siglo XX.
453
intereses de la religión católica. La mayoría católica de una sociedad
democrática, aunque esté gobernada por agnósticos íntimos (o creyentes
vergonzantes), como parece ser el caso de muchos dirigentes del PSOE o de
Izquierda Unida, habrá de reflejarse, de algún modo, en el tratamiento de la
asignatura «Religión», de la misma manera que la mayoría protestante de una
sociedad democrática, se verá reflejada también directa o indirectamente en la
política de su gobierno. Las soluciones intermedias (abolición de la
obligatoriedad pero reconocimiento de la asignatura con carácter voluntario);
procedimientos de evaluación o de horarios capaces de ejercer efectos
disuasorios; alternativas con otras asignaturas como «Etica» o «Deportes»,
reflejan también el peso relativo, en la sociedad política, del contrapeso de las
confesiones correspondientes. En cualquier caso, cabe levantar críticas de
principio, desde un punto de vista filosófico, a los planes que proponen
alternativas a la asignatura voluntaria «Religión» tales como la asignatura de
«Etica», puesto que esta alternativa parece poner de manifiesto las ideas que el
legislador tiene relativas a la ética y a la religión, ideas que no podrían ser
ratificadas, desde luego, por una filosofía materialista. La alternativa –en rigor,
prácticamente disyuntiva– religión/ética, sugiere que el legislador, o bien
mantiene, sin necesidad de saberlo, una idea kantiana de la religión (de la
reducción de la religión a ética), o bien priva de la ética a los alumnos que optan
por la religión; lo que a su vez sólo podría justificarse si el legislador supone
gratuitamente que la asignatura «Religión» puede suplir los fines de la ética, y
no recíprocamente.
Dos son las principales vías para definir los procedimientos o vías del
neutralismo. Una es la vía positiva y ecléctica, de la aceptación conjunta de las
diferentes confesiones, de la que ya hemos hablado; otra es la vía reductiva, la
454
vía de la reducción de las religiones específicas a sus materiales genéricos, a
sus contenidos culturales.
Pero, sobre todo, la vía del eclecticismo que quiere abrirse «a la realidad del
hecho religioso» no podría olvidar que, entre los componentes más
características de muchas religiones y aún de las más importantes hay que
contar a las relaciones polémicas que estas religiones mantienen con las otras,
y sobre todo con algunas determinadas. El judaísmo considera blasfemo al
cristianismo, ante todo por su dogma fundamental, el dogma de la Encarnación
de la Segunda Persona en el hijo de María; algo similar ocurre con los
mahometanos (que llamaron siempre politeístas a los cristianos, por su dogma
de la Trinidad), y a su vez los cristianos consideran al islam como una herejía
suya. ¿Y cómo olvidar los conflictos entre luteranos, calvinistas y papistas? Los
conceptos de heterodoxia, blasfemia, profanación, y los procedimientos de
excomunión o de condenación, son todos ellos categorías religiosas; de forma
que una asignatura en la que los propios creyentes expresen sus puntos de vista
(más o menos atemperados por un irenismo imposible, si lo positivo de la religión
455
se mantiene), la asignatura de «Religión» se convertiría en una plataforma
académica en la que se reproducirían las condenaciones, excomuniones,
blasfemia o herejías que han tenido lugar a lo largo de los siglos. Un profesor
católico de religión católica no puede ocultar a sus alumnos que sus dogmas
fundamentales (Encarnación, Eucaristía, &c.) están en contradicción con el
islamismo o con el judaísmo; recíprocamente un profesor sarraceno de religión
mahometana no puede ocultar a sus alumnos el carácter politeísta del
cristianismo, por su dogma de la Trinidad, y la condición blasfema del mismo al
considerar a un hombre como si fuera Dios mismo, &c. Dice el Ministro socialista
del Interior que es necesario mantener el «control de toda actividad religiosa del
culto que sea» y, en particular, que no puede admitirse que en las mezquitas
erigidas en España se haga propaganda política, incluso terrorista fuera de los
límites estrictamente religiosos a los que ha de atenerse la predicación de los
imanes. Pero ¿quién establece esos límites? ¿Ignora el señor Ministro que el
islamismo se caracteriza por incorporar la política a su propia religión? Si algunos
musulmanes tienden a interpretar su religión en sentido pacifista ¿quién impedirá
que otros grupos musulmanes, asentados en España y pensando en la mezquita
de Córdoba, recuerden algunos versículos del Corán, como el 187 del capítulo
II: «Matad a vuestros enemigos donde quiera que los encontréis; arrojadles de
los lugares de donde ellos os arrojaron antes. El peligro de cambiar de religión
es peor que el del crimen»?
456
Una Historia comparada de las religiones, como contenido neutro de la
asignatura «Religión», entraña también grandes dificultades, derivadas de la
necesidad de selección y del enfoque, que no pueden ser neutrales. Muy distinta
será la comparación de las religiones hecha por un católico, por un luterano o
por un mahometano; y no porque la comparación la haga un racionalista impío
se conseguiría la neutralidad: «El que no está conmigo está contra mí.»
457
cuatro elementos, o la del geocentrismo. En cuanto «hechos culturales» será
preciso estudiarlos, pero sin que ello signifique que haya que mantenerlos
preservados, «por respeto a ellos», de una crítica demoledora. Sin duda es
necesario incluir en los programas de bachillerato, sea en la asignatura
«Religión», o en las asignaturas de «Historia del Arte» o de «Historia de la
Filosofía» el estudio de muchos materiales de las religiones positivas, pero esto
no significa que deba orientarse este estudio del modo más crítico y clasificador
posible.
458
el criterio, la asignatura «Religión» quedaría bien respaldada, como asignatura
obligatoria, dada la importancia que se le atribuye, no sólo desde el punto de
vista ético (sino también espiritual y político), siempre que a esta asignatura se
le dieran los contenidos no confesionales pertinentes.
459
religión natural («el deísmo es un ateísmo cortés») como momentos de un
estadio evolutivo y social de las culturas humanas que habrá de ser superado,
propugna la conveniencia de una asignatura «Religión» cuyo contenido fuera
precisamente el de la crítica y demolición de las religiones positivas, a fin de
lograr una educación racional de los ciudadanos del futuro, para hacerlos salir
del empobrecimiento al que les lleva el simple «respeto» a las religiones
positivas. En realidad, esta interpretación de la asignatura «Religión» viene a
equivaler a la propuesta de una sustitución de las religiones positivas y naturales,
y de su enseñanza, por la de una «Filosofía de la religión», desarrollada
necesariamente desde perspectivas materialistas y ateas. Una filosofía
esencialmente crítica (= clasificadora) que, por ejemplo, no tiene por qué
concebirse como orientada a «descalificar» ahistóricamente y globalmente a
todas las religiones positivas como meras supersticiones indignas, o mitos
infantiles promovidos por «grupos pequeñísimos de sacerdotes y gobernantes»
para mantener sometidos a los pueblos mediante la mentira política. La crítica
materialista y atea de las religiones positivas tendrá también que determinar qué
componentes o funciones de los dogma o rituales calificados de míticos puedan
hoy considerarse más arcaicos, y cuáles puedan haber contribuido, en la
dialéctica del proceso histórico y social, a la conformación de esto que llamamos
«logos»; pongamos por caso, hasta qué punto el dogma judeocristiano de la
creación del Mundo, o el dogma católico de la Eucaristía, pueden ponerse en el
origen mismo de la ciencia moderna, que se desarrolló en el ámbito de las
sociedades cristianas europeas (en contraposición de lo que ocurrió con el islam,
cuyo necesarismo teológico se interpreta muchas veces como un obstáculo
invencible para el desarrollo de una ciencia y tecnología operatorias, una vez
agotados los modelos grecorromanos desde los cuales los mahometanos se
beneficiaron hasta el siglo XII en el que Averroes fue obligado a enmudecer por
las propias autoridades sarracenas).
III
Correspondencia de las alternativas expuestas con diversas alternativas
políticas
460
clasificación de referencia. Por nuestra parte nos atendríamos a la clasificación
expuesta en El mito de la Izquierda (Ediciones B, Barcelona 2003), en la cual
clasificación figura por un lado una derecha global, vinculada al antiguo régimen,
en la tradición europea, o a las sociedades teocráticas del presente musulmán,
principalmente; y, por otro lado, seis géneros o generaciones de izquierda
política definida: la «jacobina», la «liberal», la «anarquista», la
«socialdemócrata», la «comunista» y la «asiática».
461
asumidas por los gobiernos del PSOE en España, a motivos pragmáticos,
«electoralistas» («París bien vale una misa»), relacionados con el
reconocimiento de la composición social de la España actual, cuyo electorado,
aunque suele declararse no practicante, en altos porcentajes, entiende este
concepto principalmente como «no ir a misa, ni confesarse, ni comulgar», pero
siguiendo siendo practicante de hecho, masivamente en Andalucía –con mayoría
permanente del PSOE–, con su participación entusiasta en las procesiones de
Semana Santa o en la romería de la Virgen del Rocío, y en el resto de España a
propósito de los ritos de paso de los que ya hemos hablado. También ha de tener
algo que ver en esta «anomalía» la circunstancia de que un gran número de
militantes y dirigentes del PSOE y de Izquierda Unida procedan de los tiempos
del diálogo marxismo cristianismo; muchos dirigentes de estos partidos han sido
o siguen siendo clérigos católicos reconvertidos y, en consecuencia, afectos a
alguna forma de implantacionismo.
Los gobiernos del siglo XIX, durante el reinado de Isabel II, ya fueran
conservadores o progresistas, se atuvieron a Constituciones de confesión
católica. No por ello podrían ser consideradas como meras versiones del Antiguo
Régimen, porque la monarquía era constitucional. Sin embargo, es evidente que
mantenían importantes herencias, dada la masiva implantación social de la
iglesia católica en España. No es de extrañar que, ya avanzado el siglo, por
ejemplo, en el Plan de Estudios de 17 de septiembre de 1845 (siendo ministro
don Pedro José Pidal), figuran como asignatura de segundo curso de los
estudios de segunda enseñanza, unos Principios de moral y religión, asignatura
que se mantendrá en el plan de estudios de 8 de julio de 1847 (ministro don
Nicomedes Pastor Díaz), y aumenta en el plan del 14 de agosto de 1849 (de
Bravo Murillo), que implanta la asignatura Religión y moral en los cuatro primeros
cursos. La «Ley Moyano» (23 de septiembre de 1857) reduce la asignatura al
tercer curso, en la forma de Historia Sagrada, explicación del catecismo y moral
cristiana, que se mantendrá, trasladada al primer curso, en el Plan del Marqués
de Corvera, Ministro de Fomento, del 21 de agosto de 1861. El plan Orovio (9 de
octubre de 1866) añade consideraciones interesantes en sus preámbulos y
exposiciones. Por ejemplo, en el artículo 10 del «Reglamento de segunda
enseñanza» leemos: «...se formará una Junta inspectora que vigile con el mayor
esmero sobre la educación literaria y enseñanza religiosa de los jóvenes. Esta
Junta la compondrán el párroco, el alcalde y un padre de familia. (...) En las
capitales de provincia estas casas de estudio [los Institutos] serán
inspeccionados por el director del Instituto y el delegado eclesiástico del ordinario
diocesano en la Junta de Instrucción Pública.» En las disposiciones relativas al
«segundo período de la enseñanza» leemos: «Los alumnos de los tres años del
segundo período de la segunda enseñanza asistirán los lunes y los viernes, a la
hora que el director señale, a una conferencia o explicación de Historia sagrada
y exposición de la doctrina cristiana, en lo cual se invertirá una hora».
462
Durante los gobiernos de la Restauración, tras el «sexenio revolucionario»,
la asignatura «Religión» también se recupera con justificaciones interesantes
que se apoyan más que en los específicos contenidos dogmáticos de la Iglesia
católica, en consideraciones culturales y espirituales (en las que cabe ver ecos
terminológicos de las filosofías idealistas y evolucionistas de cuño hegeliano o
krausista). Por ejemplo, en el plan de estudios del 13 de septiembre de 1898,
siendo Ministro de Fomento don Germán Gamazo, se afirma en la Exposición:
«La asignatura Religión, existente en no pocos de nuestros antiguos planes y
recientemente restablecida después de amplia discusión en el Parlamento, debe
sostenerse sin vacilación alguna, por responder a una de las fases, la más
elevada de todas, de la cultura del espíritu; su desaparición dejarían sin base los
estudios filosóficos y morales y el hecho de mantenerla en sus programas países
como Austria, Alemania, Suecia, Noruega, Rusia, Suiza e Inglaterra [países
protestantes u ortodoxos], cuya superior ilustración nadie osará poner en tela de
juicio, debe servir de saludable ejemplo, si para su sostenimiento necesitara la
asignatura de Religión de otros argumentos que los nacidos de su innegable
importancia intrínseca y de su positiva acción educadora.»
463
presencia oficial, en plena Guerra Civil y en la «España rebelde», a partir del plan
de estudios de 20 de septiembre de 1938, siendo Ministro de Educación Nacional
don Pedro Sáinz Rodríguez: la asignatura «Religión» figurará en los siete cursos
del bachillerato, con tres horas semanales. Es del mayor interés constatar, sin
embargo, que la justificación de la asignatura «Religión» que el preámbulo de
esa ley ofrece, avanzando mucho más allá de las justificaciones «culturales
espirituales» que apuntaba, entre otras, la ley Gamazo de 1898, se asienta ya
en motivos, no ya formalmente dogmáticos o específicamente religioso
vivenciales, sino explícitamente en fundamentos histórico culturales y políticos
(huyendo, al parecer, de los fundamentos espirituales culturales al modo
hegeliano o krausista); y sólo a su través se «recupera» la «Religión» como
asignatura:
464
Decreto de 14 de diciembre de 1994, establece que la enseñanza de la religión
católica se impartirá en los centros docentes de segundo ciclo de educación
infantil, educación primaria, educación secundaria obligatoria y bachillerato,
tanto públicos como privados: será de oferta obligatoria para los centros y de
carácter voluntario para los alumnos. El artículo 2 garantiza también el derecho
a recibir enseñanza de otras confesiones religiosas, integradas en la Federación
de Entidades Religiosas Evangélicas de España, Federaciones de Comunidades
Israelitas de España y Comisión Islámica de España. De este modo llegamos a
la paradoja de que un Estado aconfesional, gobernado por el PSOE, incorpora a
sus planes de estudios como oferta obligatoria, no sólo a la religión de confesión
mayoritaria, sino también a otras confesiones, a veces con presencia puramente
testimonial. En el artículo 3 este Decreto prevé, para los alumnos que no hayan
elegido «Religión», actividades complementarias de materia muy variada. Tras
la victoria del PP en las elecciones del año 1996 y 2000 llegamos, año 2002, a
la LOCE, hoy en cuarentena, tras las elecciones del 14 de marzo de 2004.
Cabría decir que los debates jurídicos que en estos meses de 2004 tienen
lugar entre quienes buscan «recortar» la LOCE, para mantener el ideario
izquierdista, o mantener y ampliar la LOGSE, se mueven dentro del más ambiguo
eclecticismo teórico entre la alternativa (1), en retirada, y la alternativa (2),
abolicionista, pero nunca en sentido radical, al parecer, por parte del nuevo
gobierno. Sí en cambio, por parte de algunos portavoces de la Comisión islámica,
cuyo abolicionismo es, como hemos dicho, puramente coyuntural y defensivo del
peligro que ellos advierten de una asistencia mayoritaria del alumnado voluntario
a las clases de religión católica.
465
el plan Villalobos, de 29 de agosto de 1934, la asignatura «Religión» queda
abolida.
466
a) Ante todo, siguiendo una orientación humanista espiritualista, es decir,
entendiendo la asignatura «Religión» como Religión natural, y tratando de
reinterpretar su historia y sus componentes culturales como expresión de una
religión natural (o de una ética, en sentido kantiano).
Final
467
que sopesar hasta qué punto, cuando presuponemos, como materia de elección,
la implantación de la religión católica, en lo que esta tenga, como se ha dicho,
de recapitulación de las demás religiones positivas (y aún de la religión natural)
–el catolicismo ha incorporado el Antiguo Testamento; el islamismo o el
protestantismo son «secreciones» o herejías suyas; ni tampoco le faltan algunas
gotas de budismo– no pueden ser más efectivos unos cursos bien llevados de
religión católica que una ensalada de antropología, de sociología o de historia de
las religiones, dada además la gran probabilidad de que quienes impartan estas
disciplinas no sean demasiado competentes en las mismas; y si lo fueran, su
erudición no se canalizaría fácilmente en la escala de la enseñanza media. Y
habrá que tener en cuenta que los propios cursos de religión católica,
desarrollados según el «método escolástico», ni siquiera constituyen un
obstáculo para que el alumno pueda distanciarse, sin trauma alguno, de la misma
religión. Por mi parte puedo asegurar, basándome en mi propia experiencia, que
fue a través de los cursos de religión católica del bachillerato de un instituto
público como me enteré de la existencia de Lucrecio, de Volney, de Voltaire o de
Marx; por tanto me inclinaría a sugerir al victimario que dice experimentar
terribles traumas ante este tipo de «experiencias escolares», que debiéramos
atribuirlos antes a sus entendederas, o quizá a alguna osteoporosis de su
cráneo, que a la asignatura misma de religión católica.
468
Vías muertas
hacia la democracia participativa
Gustavo Bueno
469
En las democracias procedimentales este supuesto se verifica con
frecuencia. En una comunidad de vecinos se toman decisiones importantes,
muchas veces por la pequeñísima minoría que asiste a las juntas; se supone que
los vecinos que no asisten reconocerán tácitamente, sin embargo, las decisiones
que adopte la minoría, porque confían en quienes se han interesado por acceder
a la junta y «estudiar el caso».
470
serlo la Unión Europea. Y es interesante (por no decir sorprendente) analizar las
medidas que proponen los políticos y los medios de comunicación democráticos
(prensa, radio, televisión, es decir, el poder espiritual de las sociedades
democráticas actuales, cuyas funciones son equivalentes a las que
desempeñaba el clero en las sociedades del Antiguo Régimen). Estas medidas
se reducen principalmente a dos: hacer obligatorio el voto o, sobre todo, lograr,
a través de campañas de «concienciación» (concientización, decían los más
profesionalizados en el asunto), un incremento notable en la participación en las
próximas elecciones. Medidas que dan por supuesto que la participación masiva,
conseguida de este modo, iría orientada hacia un contenido determinado de los
votos, hacia la afirmación de la Europa política y de su Constitución, en el caso
que aquí consideramos.
471
cada día y cada hora. Internet creará la nueva vía a través de la cual se
recuperará en las sociedades modernas, constituidas por millones de
ciudadanos, la democracia directa propia de las asambleas del ágora de las
sociedades antiguas, cuyo cuerpo electoral no alcanzaba siquiera un décimo de
millón de ciudadanos.
472
clasificaciones. Al final habría que recaer de nuevo en la autoridad de los
expertos.
473
«Estamos motivados»
Gustavo Bueno
Este formalismo tiene seguramente algo que ver con la inhibición que
sistemáticamente se practica, cada vez más, de los individuos privados respecto
de la vida pública, y con la ideología que acompaña a tal inhibición: «En realidad
lo verdaderamente importante es el presunto proceso delictivo, el que se haya
conculcado el ordenamiento jurídico, rozándose un tipo delictivo bien
determinado; el agente concreto de este roce es secundario, porque en cualquier
caso la acción de ese agente es accidental, y sólo pasajeramente imputable a
él, puesto que su personalidad, en cualquier caso, se mantiene íntegramente
intacta, juntamente con sus derechos; de lo que se trata es de reinsertar
rápidamente al asesino en el plazo más breve posible.»
474
Un crimen es importante como delito, y no por el criminal, que pudiera serlo
cualquiera. A la manera, podría añadirse, como un presunto enfermo de
legionela o de sida es importante por las bacterias o virus que transporta, cuando
se supone que la medicina podrá curar al enfermo en el plazo más breve posible,
lo que es un modo de decir que no hay enfermos, sino enfermedades. Así,
tampoco habrá criminales, sino crímenes.
475
No importa que estos motivos, en las ratas, sean bolas de alimento real o
sean bolas de alimento simulado; lo importante es que desencadenen, tras el
entrenamiento adecuado, la reacción deseada. No importan tanto, en
consecuencia, las causas o razones objetivas (los motores o las razones
motoras), las causas o razones reales que son capaces de mover
justificadamente a la acción a jugadores o soldados.
476
La base de la firmeza
Gustavo Bueno
El Fuero que hizo de Avilés una villa ejemplar fue otorgado por Alfonso VI y
ratificado por Alfonso VII, el Emperador. ¿Y cómo sería concebible que Avilés
hubiera dado figuras e instituciones tan universales si no hubiera estado
entroncada desde el principio con España?
477
La gran figura avilesina de la Edad Media, Rui Pérez de Avilés, intervino, a
las órdenes de Fernando III El Santo, en la toma de Sevilla: en el escudo de
Avilés, la proa en forma de sierra para cortar las cadenas que cerraban el paso
del Guadalquivir, lo atestigua.
Este mismo Diógenes a sus discípulos les obligaba a llevar colgada una
sardina cuando salían a pasear por las calles de Atenas. A sus discípulos les
daba vergüenza llevarla. ¿Y por qué les daba vergüenza? Porque no habían
conocido la sardina de oro que «Sabugo, ¡Tente Firme!» nos ha entregado.
478
Octubre de 1934
Gustavo Bueno
Todos los años, pero sobre todo cada diez, a partir de Octubre de 1934, se
conmemoran los «hechos» que tuvieron lugar en España y, muy singularmente,
en Asturias. Todavía viven muchos de quienes intervinieron como agentes, como
pacientes o como simples espectadores en aquellos hechos. Todos, o casi todos,
recuerdan los hechos y sus testimonios suelen ser muy apreciados como
«ejercicios» de la llamada memoria histórica.
479
la memoria, y esto dicho a pesar de la metáfora de Francisco Bacon que tanta
fortuna ha tenido y sigue teniendo precisamente a propósito de Octubre del 34 y
otros sucesos colindantes.
Otros, en cambio, me han objetado que aquel octubre del 34 no fue ni guerra
preventiva ni defensiva, sino simplemente ofensiva contra la República
burguesa. Pero si se hubieran tomado la molestia de leer mi artículo, hubieran
podido advertir que cuando yo utilicé el calificativo de «guerra preventiva» para
octubre del 34, no pretendía decir que no fuera ofensiva contra la república
burguesa (como, a mi juicio, lo fue). Yo estaba utilizando la fórmula «guerra
preventiva» ad hominen, en un debate contra los pacifistas de izquierda
socialista, comunista o republicana que se escandalizaban, en la primavera de
2003, ante el concepto de «guerra preventiva» utilizado por Bush II y sus aliados.
480
Pero lo que yo dije fue esto: «las izquierdas que hoy se escandalizan ante las
justificaciones de Bush II y sus aliados de la intervención en Irak, como una
guerra preventiva, deberían también escandalizarse ante la justificación que
suelen dar de Octubre del 34 como guerra defensiva contra el fascismo, puesto
que el ataque aún no se había producido». Pero como en los cruces de opiniones
a través de la televisión o de la prensa no suele hilarse fino, el crítico no quiere
saber nada de argumentos ad hominem y te atribuye, sin más averiguaciones,
«el absurdo proceder» de equiparar situaciones históricas tan distintas como
Octubre de 1934 y Febrero de 2003.
481
Otros van más lejos: aunque reconocen, casi como un defecto político, el
carácter utópico y romántico de Octubre del 34, terminan «justificándolo» no por
sus principios, métodos o causas, sino por sus efectos. Es el caso de Santiago
Carrillo:
***
482
Sólo un teólogo, hablando de la ciencia de visión divina, podría decir que
Octubre de 1934 fue «un prólogo en el Cielo» de Julio de 1936. Pero, para quien
no sea teólogo, ni musulmán, será muy difícil considerar a Octubre de 1934 como
prólogo de algo que todavía «no estaba escrito». Otra cosa es que, a partir de
Julio de 1936, pudiera ser utilizada esta metáfora para subrayar las relaciones
de continuidad que se percibían con sucesos ocurridos hacía menos de dos
años.
483
3. ¿Cuál es el culpable histórico de la Revolución de 1934?
484
unos, de signo anarcosindicalista otros, o de signo socialdemócrata fuerte unos
terceros.
7. ¿Qué consiguió?
10. ¿En qué lado cree que habría estado usted de encontrarse en ese
momento histórico?
Para responder a esta interesante pregunta tendría que comenzar por poner
entre paréntesis todo lo que yo pueda saber sobre las consecuencias, directas o
indirectas, de ese momento histórico a lo largo de los setenta años posteriores
(incluyendo la caída de la Unión Soviética). Haría trampa si me situase en aquel
momento histórico con todos esos saberes relativos a su posterioridad. Pero si
pongo entre paréntesis estos saberes, ya no podré decir que era yo, un niño de
diez años entonces, «quien me encontraba en aquel momento».
485
La viscosa ideología pacifista
de la farándula socialdemócrata
Gustavo Bueno
486
Lo cierto es que, a lo largo del siglo XX, la mayor parte de la farándula
europea (Cabaret, Brecht, La Barraca, &c.) se había ido polarizando hacia la
izquierda, en sus versiones divagantes o extravagantes. En España, ya en la
Guerra Civil, comenzó a presentarse bajo el rótulo «Intelectuales y Artistas».
Siguió actuando la farándula contra el franquismo («Libre como el viento») y, en
los años últimos, fueron incorporándose a ella algunas corrientes afines (entre
los «intelectuales»: periodistas, profesores de derecho internacional o de historia
contemporánea, algún que otro diplomático, clérigos anticlericales,
presentadores de televisión, tertulianos, &c.; entre los «artistas»: músicos,
directores de cine, cantantes, residuos de la movida madrileña, actores,
diseñadores, &c.).
Pero las cosas habían cambiado. Desde Europa el 11S quedaba cada vez
más lejos, y cada vez más cerca el petróleo de Irak y la necesidad sentida por
Francia y Alemania por controlarlo, al margen de Estados Unidos. España había
decidido comprometerse con los Estados Unidos en el mantenimiento del orden
internacional establecido; esperaba, no sin fundamento, que si se
comprometieran también otros Estados europeos, el control del Irak –de su
petróleo– y del terrorismo islámico podría conseguirse plenamente.
Pero la socialdemocracia española vio con claridad que si esto ocurría podía
ya despedirse del gobierno. Optó por unirse a Francia y Alemania y salió a las
calles, teniendo como altavoces a los intelectuales y a los artistas, a la farándula
en general, de cuyas filas salían los lectores de los comunicados en las
manifestaciones. La farándula había heredado las funciones que los frailes del
Antiguo Régimen, incluso en la época del Padre Cádiz, asumieron: predicaba la
Paz, la Humanidad, a través de la necesaria caída de Aznar y de Bush.
487
Todo encajaba: la España progresista podía golpear con fuerza a Aznar y a
Bush porque tenía con ella a «Europa» (a Francia y Alemania: como si Inglaterra,
Italia, Polonia, &c., no fuesen Europa). Incluso creía también firmemente que el
pueblo americano estaba amordazado por los republicanos: suponía que el
pueblo que alentaba la democracia americana era evidentemente el pueblo
representado por el Partido Demócrata, como su propio nombre lo indicaba. Se
trataba, por tanto, de derribar a Bush para que el pueblo americano, secuestrado
por él, pudiera volver de nuevo a tomar las riendas de su destino oculto.
La masacre del 11M servirá para derribar al gobierno del PP si los autores
han sido los musulmanes. Si hubiera sido ETA la masacre favorecería al
gobierno de Aznar. Hay que descubrir, por tanto, las pruebas, no buscando en la
dirección de ETA, sino en la dirección del terrorismo islámico, fuera marroquí,
fuera argelino, fuera iraquí: lo importante es que hubiera tenido algún contacto
con Al Qaeda, con el Irak.
488
infraestructura, los planos, &c.? ¡Qué mas daba! Los autores responsables eran
ellos.
«La derecha» había caído por fin en España. Muy pronto caería también la
«derecha republicana» en Estados Unidos. También allí el pueblo tenía que
obtener la victoria, a través de Kerry, el demócrata, en las elecciones del otoño.
También los norteamericanos «querían saber» (lo que ya sabían): que no se
habían encontrado armas de destrucción masiva, olvidando que ninguno lo sabía
cuando comenzó la guerra del Irak. Bush, hombre basto, casi analfabeto,
reaccionario, estúpido... –daba por supuesto la farándula– debía caer ante la
justicia popular, expresada en las urnas democráticas, como antes había caído
Aznar, tras la masacre.
489
Gobierno, retiró la invitación que se había hecho a una representación del
ejército norteamericano en el desfile de la Castellana del 12 de octubre de 2004.
Con este desaire a Bush, a Norteamérica, Zapatero reafirmaba, aunque sin salir
de la ambigüedad, su «europeísmo», es decir, su alineamiento con Francia y
Alemania.
490
¿Acaso interesaba tanto Kerry a la farándula española a causa de la
identificación con sus colegas norteamericanos? No, porque este interés era
común a la farándula española y a la izquierda socialdemócrata.
Más bien parece que si el duelo Bush-Kerry interesaba tanto en España era
porque en él querían ver, tanto la farándula como la socialdemocracia española,
la reproducción ampliada del duelo de meses antes entre Rajoy y Zapatero. La
victoria de Kerry (por la que Zapatero llegó a apostar) significaría la confirmación
de que no solamente el pueblo norteamericano, sino también el pueblo español,
es decir la izquierda socialdemócrata universal (puesto que también se contaba
con la socialdemocracia europea), estaba contra Bush, es decir, contra la
derecha reaccionaria y conservadora, casi fanática. Confiaban por tanto que la
España renovada tras la masacre del 11M podría volver a reconciliarse con el
pueblo y el gobierno norteamericano.
Pero llega el martes negro. Bush resulta victorioso, por un margen popular
de cuatro millones de votos. La ideología socialdemócrata y la ideología de la
farándula se derrumban.
Y no importa aquí tanto subrayar las consecuencias que ello pudiera tener
en la política real posterior a la reelección de Bush, y al éxito de las medidas
tendentes a acortar el abismo abierto entre España y el gobierno reforzado de
Bush. Puede suponerse que, sin perjuicio de todo lo ocurrido en las elecciones
de Marzo o de Noviembre, lo más probable es que las aguas desbordadas
vuelvan a sus cauces, que todo pueda seguir igual, o incluso mejor.
Lo que sí parece esencial es tratar de analizar, del modo más claro posible,
a partir de las reacciones de los intelectuales y los artistas, la ideología de estos
intelectuales y artistas, de la farándula, y de la socialdemocracia rampante.
Pues ocurre que esta ideología, incluso cuando las aguas van volviendo a
sus cauces, se mantiene como si fuese impermeable a los sucesos ocurridos.
Puede afirmarse que las reacciones de estos intelectuales se orienta a digerir
estos sucesos, pero de modo tal que la textura de su ideología permanezca
invariante.
491
Ante todo, y esto es muy importante, los «intelectuales» evitan en lo posible
reconocer la equivocación de sus pronósticos. Un tal reconocimiento equivaldría
a un rasgón escandaloso en el tejido de la ideología pacifista, democrática y
humanista, del «destino manifiesto» del «género humano», con la que se cubre
tanto a España como a Estados Unidos y a Europa.
Olvidando, en lo posible, lo que se había dicho hasta unas horas antes del
escrutinio, los «intelectuales» se entregarán a la tarea de explicar las causas del
fracaso electoral de los demócratas. Pero, por supuesto, estas causas no podrán
buscarse en el terreno político (desde luego, en el terreno de la misma
democracia procedimental), sino en otros terrenos, que los «analistas» creen
político, pero que en realidad es un terreno psicológico, sociológico o religioso.
Allí irán a buscar la explicación del cataclismo; y no por azar, sino porque no
quieren ir a buscarla en el terreno político, sea porque no necesitan explicación
(porque no «quieren saber nada» en este terreno), sea porque la temen. Pero
las explicaciones extrapolíticas (las que se apoyan en el terreno de la psicología,
de la sociología o de la religión) amenazan rasgar ellas mismas el tejido
ideológico de los intelectuales, aunque ellos ni siquiera se den cuenta. Por
ejemplo:
Unos alegarán que la razón del resultado electoral estriba en que los «roles»
(como dicen los intelectuales) o papeles (psicológicos) de Kerry y Bush han
estado cambiados: Kerry es liberal y progresista, pero la imagen que ofrece es
distante, taciturna y elitista; Bush es reaccionario, basto, pero ofrece una imagen
juvenil, próxima, simpática. Por ello «el pueblo norteamericano» votó a Bush y
no a Kerry.
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confía en Dios (además de confiar en los dólares, que recuerdan, también a
Kerry y a los demócratas, la necesidad de confiar en él: «In God We Trust»).
Pero, ¿no pone también esta explicación en peligro a la ideología democrática
en el momento en que discrimina en el cuerpo electoral un voto evangélico,
acaso de otro coránico? Evangélicos y coránicos, rubios y morenos, hombres y
mujeres, homosexuales y heterosexuales, ¿no debían quedar reabsorbidos,
para los demócratas, en el cuerpo místico electoral? «Ya no somos galos ni
francos, ya no somos borgoñones ni aquitanos: somos todos franceses.» ¿O es
que habría que comenzar neutralizando el voto evangélico, es decir, prohibiendo
ese voto, o haciendo apostatar a los creyentes, para que el cuerpo electoral
norteamericano se purificase y el sufragio pudiera ser absolutamente limpio?
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Más aún, si siguen esta regla, debieran concluir que cuando un candidato
llega al Pueblo, aunque sea poniendo previamente su mano en el corazón, es
porque en realidad la está poniendo en el corazón del electorado, porque logra
engranar con él, con su voluntad.
Es decir, debieran concluir que los que votaron a Bush, y en particular los
menos letrados, sabían perfectamente lo que querían, como sabían lo que
querían los fascistas italianos que empujaron a Mussolini hacia la marcha sobre
Roma, o los nazis alemanes que encumbraron a Hitler. Otra cosa es que,
pasados los años, después de la derrota, rectificaran, aunque sin reconocer su
error, es decir, imputándoselo a aquéllos a los que habían elegido.
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las estructuras políticas, con otras explicaciones basadas en la estructura política
misma de Estados Unidos? ¿Y cómo podría una explicación política de las
elecciones últimas orillar el hecho fundamental de que la democracia
estadounidense se encuentra ejercida por una sociedad política que es al mismo
tiempo, y de un modo incontestable, un Imperio, el Imperio por antonomasia de
nuestros días?
Todos saben, incluso los más iletrados, que los marines norteamericanos
están distribuidos por toda la Tierra. Todos saben, y por supuesto también los
demócratas (la farándula acaso ni siquiera sabe esto: harto tiene con mirarse al
espejo), que su bienestar depende de su condición hegemónica. Están
orgullosos de ella. Pero los republicanos tienen un patriotismo vivo, fundado en
la historia y en su propio poder. Y han sentido el ataque del 11S en el centro
mismo del Imperio como un ataque a su propia existencia. Saben que su poder
se funda en el control sobre los enemigos y en la ayuda de los amigos; entre
otras cosas, y muy principalmente, en el control del petróleo.
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demócrata. Y entonces se encuentra con un frente cerrado de fiscales, de
abogados y de cantantes que le acusan de falsedad y de engaño.
Lo que hubiera habido que explicar sería por qué la mayoría del pueblo
norteamericanos no hubiera votado a Bush. Pero el pueblo norteamericano votó
a Bush por razones políticas internas a su Imperio. Y estas razones deben ser
apreciadas, aunque no sean las nuestras, para entender, políticamente, lo que
ha ocurrido. Bush ha dicho a los norteamericanos que tras las elecciones, y con
la unión de todos, Norteamérica, el Imperio, no tiene límites. Esto es
precisamente lo que la mayoría del electorado norteamericano quería
saber; esto es lo que los socialdemócratas y la farándula no pueden reconocer,
aún cuando quieren seguir viviendo en su mismo terreno.
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expectativa de lo que ocurre en un Imperio cuya influencia se extiende a toda la
Tierra; ni tampoco en el interés que España, que se había distanciado
simbólicamente de Bush, podría tener, tras la victoria de Kerry, en una nueva y
cómoda situación para reanudar las relaciones de amistad deterioradas, porque
esta reanudación tendría que producirse de cualquier modo. El interés principal
no habría brotado tampoco del afán de establecer paralelismos, sino de la
necesidad –esta es nuestra hipótesis– de justificar o corroborar la legitimación
de la victoria, inesperada también, que el PSOE obtuvo el 14 de marzo.
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¿Qué es el idealismo trascendental?
Gustavo Bueno
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la gloria de Dios). Pero tampoco se hace ningún esfuerzo para dejar de lado
estas representaciones: sencillamente se mantienen las formas, dejando «fuera
de foco» sus únicos contenidos posibles. Esto parece suficiente.
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porque la «ciencia misma» lo sea). Asimismo podrá decirse que la ideología de
la política democrática de mercado, una vez derrumbada la Unión Soviética,
tiene también en líneas generales la inspiración kantiana. Recordemos, por
ejemplo, la creación de la Sociedad de las Naciones por inspiración del
Presidente Wilson, que era kantiano; recordemos a Rawls y su teoría de la
justicia; recordemos la teoría de la paz perpetua entre las democracias de
Michael Doyle, &c. También la metodología de la Libertad, a través de la Cultura,
asumida por la mayor parte de los estados democráticos, en la época de la
«Globalización», es también kantiana.
De todo lo cual podríamos concluir que una de las tareas principales que el
materialismo filosófico tiene que asumir en este bicentenario de la muerte de
Kant sigue siendo la tarea de demolición del sistema del idealismo trascendental,
si es verdad que este sigue aún vivo entre nosotros. Este es nuestro homenaje
a Kant: reconocerle su vigencia y redefinir al materialismo filosófico como un
sistema que sólo toma su verdadera conciencia de sí mismo por su oposición al
idealismo kantiano.
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