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40 horas para vivir bien.

Más allá de toda la discusión suscitada por el proyecto de reducción de 45 a 40 horas

laborales, que en el congreso ha dado una muestra patente de la política analfabeta

exacerbada por el elemento mediático (cuñas para los noticieros o verborragia

twittera de 280 caracteres y poca densidad), debe destacarse la necesidad de

afrontar una decisión política en torno a esta problemática que afrontamos en Chile.

Ocupamos, dentro de los países de la OCDE (que es con los países con los que nos

gusta compararnos), el quinto lugar dentro de las mayores jornadas laborales. Eso ya
constituye un dato de la causa. Si a eso le sumamos los tiempos de desplazamiento,

¿cuánto pasamos los/as trabajadores/as del país en sus hogares? ¿Cuánto tiempo

libre para la actividad que deseemos realizar, sea con la familia, amigos/as o en

soledad, tenemos? La cerrazón e inflexibilidad de ciertos dogmas ideológicos no

permite que miremos la política económica de un país a escala humana. Los seres

humanos tenemos la capacidad de trabajar, no sólo somos “homo sapiens” sino

también “homo laborans”… pensamos y hacemos. Pero a su vez, el trabajo no lo es

todo, por lo tanto debemos pujar para que no se constituya en aquello que da

sentido e identidad para la vida en una lógica de consumo que consume, si se me


permite parafrasear a Moulian.

Las cifras económicas son sumamente relevantes. Y resulta irrisorio que quienes

cuestionaron toda la vida el economicismo de la ortodoxia marxista durante la guerra

fría, tengan a la disciplina económica como la fuente que basa sus decisiones a modo

del lugar del cual emana la verdad. Una disciplina económica que dejó de lado, en

muchas de las facultades universitarias que la imparten, el carácter de ciencia social

que ésta tuvo. Ese alejamiento de lo social conlleva a que sólo tengamos en cuenta el

factor de la productividad sin pensar en el vivir bien, no entendiendo que


trabajadores/as que viven bien pueden producir más. A su vez, cuando se señala que

a pesar de la cantidad de horas que trabajamos no se condice con nuestra

productividad, endosándonos a los/as trabajadores/as la responsabilidad en dicho

factor, produce una cortina de humo frente a la realidad: los/as trabajadores/as no

tenemos ninguna responsabilidad en la decisión de cuánto y cómo producimos, pues

la decisión la tiene quien toma el sartén por el mango, es decir, quien funge como

empleador. Los/as trabajadores/as producimos aquello que la empresa busca o

puede producir.

Como a la gente le gusta en esto la casuística, y sin referir a jugadores que no

pueden terminar un torneo porque excederían su tiempo de trabajo, referiré a un

ejemplo testimonial. Antes de ingresar a la universidad y mientras hacía mis primeros

estudios de teología, trabajé en una empresa avícola como operario de máquinas en

el proceso de faenación. Mi contrato de trabajo señalaba con toda claridad que mi

empleador podía solicitarme y/o mandatarme la realización de horas extras para

finalizar la producción de dicho día, cosa que ocurría todos los días de la semana,

salvo los lunes y miércoles en el que convenimos mi salida “a la hora” para irme a mi

jornada de clases. Jamás la línea de producción de pollos, gallinas y patos se detuvo


a las 5:15 de la tarde, sino hasta que la última ave faenada llegaba a su destino, haya

sido el local comercial o la refrigeración para su envío a distintos lugares de la región.

Por otra parte, en los meses de enero y febrero la producción descendía tanto, que a

veces la producción del día era finalizada dos horas antes, y teníamos que quedarnos

en nuestro lugar de trabajo, sin hacer absolutamente nada, hasta que se cumpliera el

horario de salida, pues si no se hacía de esa manera se aplicaría un descuento.

Cité dicho ejemplo para relevar con toda la claridad y honestidad posible que los/as

trabajadores chilenos/as no somos flojos/as ni tampoco decidimos respecto de la


producción. Nuestro aporte está en la fuerza de trabajo, en el conocimiento y la

técnica que podemos desplegar en la labor y en la mejora del desarrollo (aporte a la

empresa) y condiciones (sindicalización y derechos laborales) de la misma; mientras

que la decisión del empresariado está en la capacidad de emprender, invertir,

competir y, todo eso genera el cómo y cuánto se produce. Y si hay un factor de larga

duración en el empresariado chileno, salvo honrosas excepciones, es su mixtura de

lógicas tradicionales y modernas, pues a pesar que la Reforma Agraria eliminó el

latifundio, no se eliminó un modo de ser, ese del paternalismo del “palo y bizcocho”

clientelista y de escasa innovación tecnológica. La élite chilena, sobre todo aquella


que ha abrazado ideologías de derechas, ha sido incapaz de producir verdadero

capitalismo en Chile, y la tendencia a la monopolización, a la colusión, y el rechazo de

cualquier mejora en el plano de los derechos laborales a lo largo de nuestra historia

es sumamente decidora.

A su vez, en muchas ocasiones, a base de la caricaturización y del miedo infundado

se ha impedido o ralentizado el avance de mejoras laborales. La descalificación de

este proyecto porque emergió de parlamentarias comunistas, particularmente Camila

Vallejo, quien ha mostrado en el peor momento de la oposición una capacidad de


liderazgo y articulación de transversalidad que es, precisamente, aquello de lo que

ha carecido lo que queda de la Nueva Mayoría, o la entrega de cifras que ya han sido

cuestionadas desde estudios serios: esa idea que la aprobación de las 40 horas

laborales produciría la eliminación de 300.000 empleos (Véase el estudio del

Observatorio de Políticas Económicas, haciendo clic aquí). El “Más lento” del papelito

que circuló ayer en algunas manos parlamentarias es una muestra clara que mayor

cantidad de horas no implica mayor productividad, y es de dudosa reputación

analítica que quienes defiendan a ultranza la flexibilidad laboral mantengan dicha

presuposición. El pago de horas extra y la conservación de los contratos especiales


(que por definición exceden las 40 horas), que se incluyó al proyecto original por la

vía de la proposición y el debate, dan garantías que los sueldos tampoco se

reducirían. Y de hecho, ojalá aumentaran pues los precios suben a un ritmo en que

los salarios no.

El vivir bien está asociado al trabajo y al descanso. Con nuestros trabajos producimos

bienestar para quienes comparten la misma tierra. Con el descanso podemos

recuperar fuerzas, producir alegría, y tener tiempo para la reflexión. Ocio no es lo que

nos vende el mall o algún lugar de entretención, eso es momento de diversión o


mero consumo de objetos que producen placer temporal. El ocio es tiempo para la

contemplación. Y como protestante estoy claramente dispuesto a discutir el tema de

la gran cantidad de días feriados que tenemos en el país, muchos de ellos

provenientes del santoral católico, siempre y cuando el descanso dominical sea

obligatorio (evidentemente, considerando la mantención de los servicios de salud,

de seguridad y estratégicos del país). Pues es fácil aludir a la ética protestante del

trabajo para hablar contra los días feriados sin defender el descanso dominical en su

faceta social (hablé de esto, con mayor profusión, en un artículo sobre la cosmovisión

cristiana del trabajo, que puede leerse haciendo clic aquí).

Enhorabuena, esta reducción de las horas de trabajo avancen. La salud, que incluye

cuerpo, mente, emociones, voluntad y espiritualidad, lo requiere. Es de justicia

pensar en el bolsillo y en el tiempo de quienes somos más.

Luis Pino Moyano.

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