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EDITORIAL| No estamos haciendo lo suficiente

Hoy 25 medios latinoamericanos sostenemos que “El compromiso del periodismo con este
momento es histórico. Es necesario interpelarnos y preguntarnos si realmente estamos
haciendo lo suficiente. Como nunca antes en la historia, contamos con las mejores
herramientas para comunicar información a una escala global y a velocidades tan rápidas
como la de un haz de luz. Llegó la hora de actuar, y el periodismo debe ser capaz de hacer
viajar a esa velocidad las soluciones y acciones que se necesitan para detener la catástrofe
de la que ya estamos advertidos. El tiempo se acaba”.

Por El Desconcierto / 01.01.2019


Donde sea que miremos hoy en el mundo hay señales del desastre ambiental. En la atmósfera:
hemos depositado millones de toneladas de CO2 que están generando un calentamiento de la
temperatura promedio global y que podría superar el umbral de los 2 grados a fines de este siglo. En
los océanos, ese exceso de dióxido de carbono, está incrementando la acidez de las aguas y
destruyendo los arrecifes de coral, poniendo en riesgo su existencia. En estos mismos mares, flota
para nuestra vergüenza una isla de plástico tres veces el tamaño de Francia, y también de ellos la
industria pesquera extrae todos los días toneladas de especies marinas.

El impacto del hombre y la extracción de recursos continúan en tierra. A los bosques los estamos
destruyendo a un ritmo en el que, al hacerlo, liberamos aún más CO2 a la atmósfera del planeta,
alteramos los patrones de lluvia, reducimos la biodiversidad, acorralamos a pueblos indígenas que
habitan esos territorios hace siglos y, al mismo tiempo, borramos para siempre especies de plantas y
animales que ni la ciencia ha tenido tiempo de observar y conocer. En la Amazonía, las mafias
criminales envenenan con toneladas de mercurio los ríos para extraer el oro que termina
alimentando las refinerías de Europa, Asia y Estados Unidos.

Nuestra especie está destruyendo árboles y animales antes de que siquiera podamos descubrirlos y
maravillarnos ante ellos. Los insectos, el principio de la cadena alimenticia de todos los seres vivos,
están esfumándose con consecuencias aterradoras.

Según la Agencia Internacional de Energía, desde 1990 el uso de combustibles fósiles ha


aumentado. Aunque la producción de petróleo creció a un ritmo más lento entre 1990 y 2017, la
producción de carbón se duplicó en el mismo periodo sobre todo en China. Incluso, las inversiones
en energía limpia se han realizado con una racionalidad puramente económica y bajo un manto de
corrupción. Un estudio publicado en 2017 en la revista científica Plos One, pronostica que la
construcción de solo seis represas podría cambiar el ciclo de vida de la cuenca amazónica. Estamos
provocando un apocalipsis del que más temprano que tarde seremos víctimas.
El naturalista británico David Attenborough (Inglaterra, 1926) sintetiza este panorama de forma clara:
ha dicho y repetido de la forma más clara posible: “En este momento nos enfrentamos a un desastre
hecho por el hombre a escala global, nuestra mayor amenaza en miles de años es el cambio
climático. Si no actuamos, el colapso de nuestras civilizaciones y la extinción de gran parte del
mundo natural está en el horizonte”.

El último informe del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC),
publicado en octubre de 2018, nos advierte que el desastre es inminente si es que hoy no hacemos
algo. El documento elaborado por el grupo de científicos más importante del mundo tiene mensajes
para todos, gobernantes y hasta el último ciudadano de a pie: cada pequeño aumento de la
temperatura importa, cada año importa, cada decisión que tomemos tendrá consecuencias en el
futuro cercano. Tenemos menos de 10 años para detener la intensidad actual con la que emitimos
gases en la atmósfera. Ya no valen mucho más los diagnósticos. Hasta de cifras e informes está
saturado el Planeta. Es tiempo de actuar.

Pero cada ser humano sobre el planeta tiene también una responsabilidad. Mientras un joven
holandés ideó un método para recolectar el plástico del océano, decenas de ambientalistas y líderes
indígenas dan su vida todos los años por la protección de bosques y otros recursos naturales a lo
largo y ancho del mundo. Algunos empresarios renuevan la esperanza subvirtiendo la forma
tradicional de hacer negocios para integrar la naturaleza en sus cuentas y balances. En laboratorios
se reinventan las formas de producir energía, desde la fusión nuclear que imita la potencia del sol,
hasta paneles solares de última generación, motores de hidrógeno. También vemos renacer
costumbres sencillas y pérdidas como el uso de fibras naturales para reemplazar materiales no
biodegradables.

El periodismo no es un oficio aislado a esta responsabilidad. Los periodistas de todo el continente


tenemos un compromiso profundo para entender que el planeta entero debe transitar hacia un
modelo de crecimiento y desarrollo diferente. Un cambio que sin duda estará atravesado por
conflictos, pero también de nuevas esperanzas y oportunidades. Detrás de las migraciones masivas
que todos los días aparecen en nuestras páginas y pantallas, detrás de las protestas de los Chalecos
amarillos en París y el rimbombante negacionismo de algunos líderes globales parece estar el mismo
fenómeno: una sociedad global acomodándose ante el más grande desafío que ha encarado desde
que los primeros hombres salieron de África hace 200.000 años.

El compromiso del periodismo con este momento es histórico. Es necesario interpelarnos y


preguntarnos si realmente estamos haciendo lo suficiente. Como nunca antes en la historia,
contamos con las mejores herramientas para comunicar información a una escala global y a
velocidades tan rápidas como la de un haz de luz. Llegó la hora de actuar, y el periodismo debe ser
capaz de hacer viajar a esa velocidad las soluciones y acciones que se necesitan para detener la
catástrofe de la que ya estamos advertidos. El tiempo se acaba.

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