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¿Cómo rezar el Padre Nuestro?

En la oración, más importantes que las palabras, son las actitudes. De Jesucristo aprendemos estas actitudes:
1. Rezar con la certeza de ser amado. La verdad de Dios que Jesucristo nos ha revelado es que es un Padre generoso,
bondadoso, rico en misericordia, paciente, compasivo, interesado en el bien de cada uno de sus hijos. Dios es amor, es un
Padre amoroso que me crea por amor y que quiere compartir su vida conmigo en un clima de intimidad familiar. Cuando
rezo, es a ese Dios al que tengo delante. No es lo mismo tener una cita con una persona déspota, autoritaria, humillante,
hiriente, impaciente, ofensiva… que estar con Alguien que es todo amor, bondad, ternura y compasión.
«Es necesario contemplar continuamente la belleza del Padre e impregnar de ella nuestra alma» (San Gregorio de Nisa,
Homiliae in Orationem dominicam, 2).
En este sentido, el catecismo afronta con mucho realismo que nuestro concepto y experiencia de la paternidad terrena
podría viciar nuestra relación con Dios Padre: “La purificación del corazón concierne a imágenes paternales o maternales,
correspondientes a nuestra historia personal y cultural, y que impregnan nuestra relación con Dios. Dios nuestro Padre
transciende las categorías del mundo creado.” (CIC 2779)
2. Rezar con actitud de hijo, con una conciencia filial. Cristo nos revela no sólo que Dios es Padre sino que somos sus hijos.
Por el bautismo hemos sido incorporados y adoptados como hijos de Dios. «El hombre nuevo, que ha renacido y vuelto a
su Dios por la gracia, dice primero: “¡Padre!”, porque ha sido hecho hijo» (San Cipriano de Cartago, De dominica
Oratione, 9)
Dios espera que con Él seamos como niños (cf Mt 18, 3) y nos asegura que Él se revela a “los pequeños” (cf Mt 11,
25). Es normal que surja la pregunta: ¿Y podemos hacerlo? Claro que podemos dirigirnos a Dios como Padre, porque el
Padre «ha enviado [...] a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: “¡Abbá, Padre!'”» (Ga 4, 6). El Espíritu
Santo nos enseña a hablar con Dios Padre, más aún, lo hace Él mismo desde dentro de nosotros. Y nos enseña a hacerlo
con términos de ternura filial: Abbá, Padre querido.
Ayer dirigí un taller de oración sobre el Padre Nuestro y al terminar, uno de los participantes me dijo: “Conocer el Plan
de Dios sobre el hombre es bellísimo pero muy comprometedor”. Efectivamente: «Es necesario acordarnos, cuando
llamemos a Dios “Padre nuestro”, de que debemos comportarnos como hijos de Dios» (San Cipriano de Cartago, De
Dominica oratione, 11).
3. Rezar acompañado, junto a Cristo y mis hermanos. Jesús nos enseñó a decir “Padre Nuestro”.«El Señor nos enseña a orar
en común por todos nuestros hermanos. Porque Él no dice “Padre mío” que estás en el cielo, sino “Padre nuestro”, a fin de
que nuestra oración sea de una sola alma para todo el Cuerpo de la Iglesia« (San Juan Crisóstomo, In Matthaeum, homilia
19, 4).
Al rezarlo, hemos de tomar conciencia de que no estamos solos, sino que estamos junto a Cristo y junto a toda la
comunidad eclesial y con ellos rezarmos juntamente a nuestro Padre del cielo.
4. Rezar con actitud de bendición y alabanza. Antes de dirigirnos a Dios para pedirle, hemos de alabarle simplemente porque
merece ser alabado. Es lo que corresponde a una creatura en relación con su Creador. Al iniciar el “Padre Nuestro” lo
primero que hacemos es dar gracias a Dios “por habernos revelado su Nombre, por habernos concedido creer en Él y por
haber sido habitados por su presencia.” (Catecismo 2781)
5. Rezar con audacia humilde. Conscientes de nuestra pequeñez y miseria, se requiere audacia para dirigirnos a Dios
Todopoderoso. Audacia, sí, pero una audacia humilde. La audacia del hijo que reconoce su indigencia y se dirige a su
padre con plena confianza y con la certeza de saberse amado y protegido.
«La conciencia que tenemos de nuestra condición de esclavos nos haría meternos bajo tierra, nuestra condición terrena
se desharía en polvo, si la autoridad de nuestro mismo Padre y el Espíritu de su Hijo, no nos empujasen a proferir este
grito: “Abbá, Padre” (Rm 8, 15) ... ¿Cuándo la debilidad de un mortal se atrevería a llamar a Dios Padre suyo, sino
solamente cuando lo íntimo del hombre está animado por el Poder de lo alto?» (San Pedro Crisólogo, Sermón 71, 3).
La audacia humilde y confiada en nuestras relaciones con Dios va creciendo a medida que rezamos el Padre Nuestro
con mayor fe. «Padre nuestro: este nombre suscita en nosotros todo a la vez, el amor, el gusto en la oración [...] y también
la esperanza de obtener lo que vamos a pedir [...] ¿Qué puede Él, en efecto, negar a la oración de sus hijos, cuando ya
previamente les ha permitido ser sus hijos?» (San Agustín, De sermone Domini in monte, 2, 4, 16).
Ojalá que después de leer este artículo recemos el Padre Nuestro con mayor sentido. Ojalá que al pronunciar la primera
palabra de la Oración del Señor con estas actitudes, vibre nuestro corazón por todas las resonancias que evoca su
paternidad.
«Señor, enséñanos a orar, como enseñó Juan a sus discípulos». El les dijo: «Cuando oréis, decid: Padre, santificado sea
tu Nombre, venga tu Reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, y perdónanos nuestros pecados porque también nosotros
perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación». (Lc 11, 1-4)
 Meditación del Papa Francisco
Para rezar no hay necesidad de hacer ruido ni creer que es mejor derrochar muchas palabras. No podemos confiarnos al
ruido, al alboroto de la mundanidad, que Jesús identifica con “tocar la tromba” o “hacerse ver el día de ayuno”. Para rezar
no es necesario el ruido de la vanidad: Jesús dijo que esto es un comportamiento propio de los paganos. La oración no es
algo mágico; no se hace magia con la oración; esto es pagano.
Entonces, ¿cómo se debe orar? Jesús nos lo enseñó: Dice que el Padre que está en el Cielo “sabe lo que necesitáis, antes
incluso de que se lo pidáis”. Por lo tanto, la primera palabra debe ser “Padre”. Esta es la clave de la oración. ¿Es un padre
solamente mío? No, es el Padre nuestro, porque yo no soy hijo único. Ninguno de nosotros lo es. Y si no puedo ser
hermano, difícilmente puedo llegar a ser hijo de este Padre, porque es un Padre, con certeza, mío, pero también de los
demás, de mis hermanos. (Cf. S.S. Francisco, de 2013, homilía en Santa Marta)
 Reflexión
En el mundo del deporte, además de las habilidades personales, un excelente entrenador juega un papel decisivo. Es
parte de nuestra naturaleza el tener que aprender y recibir de otros. Puede parecer una limitación pero es, al mismo tiempo,
un signo de la grandeza y de la maravilla del hombre.
En el Evangelio del día, los discípulos le piden a Jesús: Señor, enséñanos a orar.... La oración es el gran deporte, la gran
disciplina del cristiano. Y lo diría el mismo Jesús en el huerto de Getsemaní: Vigilad y orad para que no caigáis en
tentación. Él es nuestro mejor entrenador. Hoy, nos ofrece la oración más perfecta, la más antigua y la mejor: el Padre
Nuestro. En ella, encontramos los elementos que deben caracterizar toda oración de una auténtico cristiano. Se trata de una
oración dirigida a una persona: Padre; en ella, alabamos a Dios y anhelamos la llegada de su Reino; pedimos por nuestras
necesidades espirituales y temporales; pedimos perdón por nuestros pecados y ofrecemos el nuestro a quienes nos han
ofendido; y, finalmente, pedimos las gracias necesarias para permanecer fieles a su voluntad. Todo ello, rezado con
humildad y con un profundo espíritu de gratitud.
Ojalá que sea, el Padre Nuestro, la oración de todas nuestras familias pero, sobre todo, el reflejo de nuestras vidas como
cristianos y discípulos de Jesucristo.
CUAL ES LA ORACIÓN MÁS PERFECTA
Cuando una amiga te dice que le han dado el anillo de compromiso o que está embarazada, brota espontáneo un abrazo; te
alegras con ella y celebran juntos. Lo mismo cuando tu equipo mete gol, decía el Papa, comentando cómo David danzaba con
todas las fuerzas ante el Señor. Y nos invitaba a hacer más oración de alabanza, superando la frialdad del formalismo en
nuestra relación con Dios.
El Papa Francisco destaca que la oración de alabanza se caracteriza por la espontaneidad. A David, la oración de alabanza
"lo llevó a dejar toda compostura", como a Sara que después de haber dado a luz a Isaac dice: "¡El Señor me ha hecho bailar de
alegría!" Imaginemos a una anciana bailando de alegría para celebrar al Señor por el gran favor que le hizo.
Cuando recibimos un regalo, damos gracias. Cuando tenemos una necesidad, pedimos. Ante un deber, cumplimos. La
alabanza, en cambio, es gratuita. Alabamos a Dios con total desinterés, simplemente porque se lo merece, por ser lo que es; no
porque lo necesitamos ni porque hemos recibido favores, ni por obligación. Por eso, la alabanza es la oración más perfecta.
Celebramos a Dios porque es bueno. Lo alabamos porque es grande y porque su misericordia es eterna. La alabanza no
necesita más motivos ni justificaciones: reconocemos la belleza de Dios y lo celebramos.
"La alabanza es la forma de orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios. Le canta por El mismo, le da
gloria no por lo que hace, sino por lo que El es. Participa en la bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe
antes de verle en la Gloria. Mediante ella, el Espíritu se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios,
da testimonio del Hijo único en quien somos adoptados y por quien glorificamos al Padre. La alabanza integra las otras formas
de oración y las lleva hacia Aquel que es su fuente y su término: "un solo Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas y
por el cual somos nosotros" (1 Co 8,6). Catecismo de la Iglesia Católica 2639.
La alabanza brota de lo más profundo del corazón, está llena de afectos, de calidez, de alegría y es por tanto una oración
fecunda. Es una forma de oración que nos ayuda a dirigirnos a Dios con espontaneidad, dejando que los afectos broten con
toda naturalidad, sin formalismos ni esquemas hechos, con absoluta libertad.
El último Salmo, el 150, nos enseña que al entrar al Tempo podemos alabar a Dios por sus obras magníficas, al ver el
firmamento alabarlo por su inmensa grandeza. Y nos enseña a hacerlo de manera festiva, con instrumentos musicales, , con
cantos y con bailes. Exhorta a todo ser que respira a alabar a su Creador.
Todo puede ser ocasión para alabar a Dios, la vida humana como tal, vivida en plenitud, puede ser una oración de alabanza:
San Ireneo de Lyón nos dice que «la gloria de Dios es el hombre viviente y la vida del hombre está en dar gloria a Dios».
La gratuidad es otra de las características fundamentales de la oración de alabanza. Es como un abrazo: te lo doy porque te
estimo, te lo regalo por el gusto de verte y de estar juntos; no pretendo pedir nada ni recibir nada, simplemente quiero darte un
abrazo. Así ha sido Dios con nosotros: nos ha amado sin límites desde la creación del mundo sin más motivos que el amor, por
pura benevolencia. Y así hemos de ser también nosotros con Él.
Al hablar del amor, San Bernardo nos explica de manera magistral lo que ha de ser la oración de alabanza: "El amor basta
por sí solo, satisface por sí solo y por causa de sí. Su mérito y su premio se identifican con él mismo. El amor no requiere otro
motivo fuera de él mismo, ni tampoco ningún provecho; su fruto consiste en su misma práctica. Amo porque amo, amo por
amar."
A la luz de todo lo dicho, vemos que la oración debe tener tres cualidades de las que no se oye hablar mucho:
espontaneidad, libertad y gratuidad. Y estas tres cualidades son características de la oración de alabanza.

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