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LA HISTORIA ORAL
MÉTODOS Y EXPERIENCIAS
DEBATE
Ilustración de portada: Familia italiana desembarcando
en Ellis Island, 1905, Lewis Hiñes.
Versión castellana de
JOSÉ MIGUEL MARINAS y CRISTINA SANTAMARIA
I.S.B.N.: 84-7444-723-2
Depósito legal: M. 22.174-1993
Impreso en Unigraf, Arroyomolinos, Móstoles (Madrid)
Impreso en España
SOBRE EL ANÁLISIS DE LOS RELATOS DE VIDA*
Nicole Gagnon
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biográfica en sociología hablaba desde una ideología perfectamente bien
establecida de corte tecnocrático-cientificista: las investigaciones de Tilo
mas acerca del campesino polaco estaban motivadas por el propósito con
fesado de controlar el cambio social a través del descubrimiento de las
leyes psicológicas que lo gobiernan. De un modo aproximado, si acepta
mos como definición del «positivismo» el rechazo de la especulación y la
norma de sumisión abs.oluta a los hechos, el movimiento biográfico es, en
su mismo núcleo, un avatar flagrante de la vieja doctrina: el sociólogo
j L~ restaura la palabra a los «hechos» sociales, el material que recoge no nece
«9 sita análisis, puesto que «habla por sí mismo».
2. El fusil cientificista se carga con una munición mayor. Por una
parte sostiene la noción de ley, con el ahistoricismo que ésta implica; por
otra, el propósito tecnocrático está implícito en la noción de control. Esta
noción comprende, sin embargo, dos significados- en tanto que el tecnó-
crata persigue el control de la' realidad social, el científico (¿o el adepto al
cientificismo?) busca el coñtróTsolo de los procesos de adquisición desco
nocimiento. Y es sabido que el control déVáriables, más incluso que su
medición real, constituye la característica esencial del método experimen
tal y de su derivado, el método de encuesta. Así pues, es una práctica
anticientificista la que hace posible la perspectiva del relato de vida, pues
la naturaleza real de esta técnica prohíbe intervenir en la estructuración
que el narrador hace de su relato: una vez que ha abdicado de todo con
trol acerca de la producción del material por el informante, el sociólogo
no puede hacer una trasposición científica de dicho material sin ponerse
en ridículo él mismo l5. Aquí hacemos una resumida evaluación de este
fenómeno. La metodología del cuestionario de encuesta sociológica de
muestra, ciertamente, cómo el control de las variables, que en la situación
experimental ocurre a priori, resulta aquí a posteriori. De un modo u otro,
al dejar al narrador la determinación de su propia narración, se da preci
samente un control a priori de la variable «efecto de la intervención del
investigador» que, al contrario de la intención positivista, condiciona el
carácter espontáneo del material producido.
Por muy contrario que uno sea al tecnocratismo o al confinamiento
del pensamiento dentro de la lógica de las relaciones entre variables, no
está obligado a bajarse del corcel cientificista, incluso si ello significa que
ocasionalmente se encuentra uno a sí mismo cabalgando a la vez en dos
caballos. ¿O es que la tarea del sociólogo debe limitarse a rebuscar relatos
de vida y a la transmisión de las significaciones sociales que se encuentran
"V
en ellos? ¿No se trataría, más bien, de hacer que los hechos hablen un
lenguaje sócTofógico? Á través?dé los análisis de relatos de vida, los soció
logos pueden incrementar su conocimiento científico, contando con que es
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el tipo de movilidad social) y la representación de una institución (o la
receptividad al cambio).
Como ocurre con el atomismo teórico, Ferrarotti presenta una solu
ción clara, que, gracias a su coherencia, se vincula con las normas científi
cas. Inspirándose en Sartre, Ferrarotti apela a la lógica de las mediaciones
dialécticas como opuestas a las relaciones entre variables, y supera el ato
mismo mediante una sustitución decidida del individualismo por el grupo,
en el que está comprendida la totalidad social. El inconveniente es que la
historia del grupo es algo distinto de una biografía. Se aborda aquí uno de
los problemas más cruciales de la perspectiva biográfica, pero parcialmen
te: ¿está legitimado pensar en una sociología de lo individual? El sentido
común y determinados teóricos considerarían esto absolutamente sin sen
tido, dado que el «individuo», como opuesto a lo «social», cae dentro del
territorio de la psicología. Lucien Séve, por tomar un ejemplo pertinente,
ha propuesto una «psicología de la personalidad» que constituye, en rea
lidad, una sociología del individuo humano l9.
Por suerte, J.-C. Pariente ha despejado no hace mucho la epistemolo
gía de las ciencias humanas de los obstáculos derivados de identificar al
<individuo con lo psicológico 20. Hay que distinguir el concepto lógico, el in-
■*' | dividuo, de la noción común, la persona (el individuo humano), al igual
j ' que la noción común debe ser distinguida de la noción matemática de
elemento, o de la noción psicológica de sujeto. Mientras que una escala
numera elementos, una comprensión individualizada de una realidad em
pírica procede a partir de un conocimiento monográfico, o de un modelo
de conocimiento puramente conceptual. Llamamos psicológico al conoci
miento del ser humano, cuando implica más la conducta de un sujeto que
las prácticas de un actor que no es él mismo su propio centro.
4. Queda aún en pie la cuestión del ahistoricismo, estrechamente li
gada al adialecticismo señalado por Ferrarotti. Para quien quiera estudiar
U las transformaciones culturales, determinar las leyes del cambio social o
Aj dilucidar los procesos históricos de las relaciones socioestructurales, la
‘í biografía —la experiencia vivida, la trayectoria vital o el relato de las
^prácticas— emerge espontáneamente como el material por excelencia. Las
dificultades surgen cuando uno plantea la cuestión de la relación entre esta
temporalidad individual y los procesos sociales, a cuya luz suponemos que
surge aquélla. Es decir tan pronto como uno se enfrenta con el problema
práctico del análisis. A partir de aquí, plantearé la forma en la que nos
hemos enfrentado con esta dificultad en el contexto de nuestra investiga
ción sobre «las transformaciones culturales en el Quebec contemporáneo».
19 Lucien Séve, Marxisme el théorie de la personnalité, París, Éditions Sociales. 3.a ed.
1974, 598 pp.
20 Jean-Claude Pariente, Le langage el 1’individuéI. París, Colin, 1973, 304 pp. («Philo-
sophies pour l’áge de la Science»).
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II. El análisis de la experiencia interior (lo vivido)
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de un conjunto de experiencias de vida observadas. Por vía de ejemplo: al
comparar la lectura crítica del empleado público «L-5» con otras cinco
lecturas, ésta podía ser caracterizada por los siguientes rasgos distintivos:
una concepción o proyecto tradicional de sociedad, la incongruencia de su
situación de vida respecto a este proyecto y una mirada nostálgica hacia
el pasado.
Este camino analítico permitía, de hecho, la creación de una medida de
la adaptación percibida. En último término, así es como se interpretaba en
el ejemplo. Lo que perseguía el trabajo de Morin era asegurar la continui
dad de la comprensión, evaluando sistemáticamente cada acontecimiento
según las tres dimensiones delimitadas por la operación de substrucción
, (provecto tradicional, liberal o desarrollista; congruencia o incongruencia
de la situación; actitud de nostalgia, acción individual o acción colectiva).
Al apoyarse en una generalización puramente exploratoria, el modelo
así obtenido era insatisfactorio. Era una representación de sentido común
(los tres proyectos) que actuaba como una teoría sociológica sustantiva.
Al reducir la experiencia vivida a la adaptación, se incurría en el conduc-
tismo. Pretendíamos —como Morin— interpretar los relatos más que me
dirlos según categorías prefabricadas al efecto. Por encima de todo, el
modelo desviaba la investigación de su objetivo inicial de reconstruir la
historia tal como ésta es vivida. Sabedor de que toda historia es inevita
blemente el presente proyectado sobre el pasado, Morin repudió el objeti
vo de explotar lo específico del material biográfico: el proceso histórico
que éste recorre en sentido inverso. Consiguientemente, para'oT>sérvar la
experiencia interior tal como él la definió, cualquier entrevista en profun
didad podría ser instrumentalmente equivalente al relato de vida22. ,
De acuerdo con la aplicación de la tipología heredada de Morin, con-
l tinuamos el análisis de los relatos de vida en otras tres direcciones: «la
• j movilidad», «la categorización social» y «la conciencia histórica». Cada
una de estas perspectivas estaba, para nosotros, basada en una noción
\ mediadora entre la psique y lo social. En la medida en que cada una de t
ellas apunta tanto a la perspectiva sociológica global (los sistemas de pro
ducción, los grupos y el cambio social) como a un modo de construcción
de la identidad personal (la carrera, la categoría social dentro de la cual
uno se identifica y la contribución a la historia).
Liberamos la noción de experiencia vivida de su estatuto de objeto.
22 Esta equivalencia la ilustra muy bien otra investigación en el Quebec de la época. Con
una perspectiva psicosocial, Robert Sévigny emplea la entrevista en profundidad sobre la
experiencia interior presente para trazar la autoimagen. Más allá de señalar la coincidencia
de perspectivas, determinados análisis suyos están perfectamente de acuerdo con los nues
tros. (R. Sevigny, Le Québec en hériiage, Montreal.) Véase también Gabriel Gagnon, «Po-
pulisme et progrés: les créditistes québecois», Recherches Sociographiques (Quebec) XVII
(1) (1976): 23-34, 33.
para retomarla desde una perspectiva metodológica: el estudio de la cons
trucción social desde la conciencia subjetiva del actor social.
Ya habíamos explorado esta vía por medio de un modelo analítico
secundario de la experiencia vivida, elaborado en paralelo al trabajo de
Morin. Larouche, tomando el esquema dialéctico de Touraine acerca de la
estructura del sujeto (identidad, alteridad, totalidad), mostró cómo algu
nas significaciones culturales eran utilizadas por los informantes como una
imagen globalizadora de su experiencia.
...así, por ejemplo, el ama de casa que vive en un medio rural, que acepta
el trabajo pesado de su rutina cotidiana como los atributos de la «reina del
hogar»... cada una (de sus acciones) es una actualización de esta imagen de
«reina del hogar» en cuyo interior se ha de encontrar la totalidad significante
que sirve como horizonte y soporte para la tarea diaria. Esta totalidad signi
ficante constituye, a su vez, una actualización de la totalidad más amplia, de
la estructura significante con la que se vincula. Así. la realeza de la «reina
del hogar» deriva de su obediencia a la voluntad de Dios: Dios, en todo
caso, resulta ser esta totalidad significante más amplia que es actualizada en
la noción de «reina del hogar», en la medida que se va trascendiendo 2-\
23 Fernand Larouche, «Le vécu». Quebec, Instituí Supérieur des Sciences Humaines,
Université Laval, 1973, 5 pp. (mecanografiado).
24 Gaétan Tremblay, «La conscience historique et la société globale», Quebec, Départe-
ment de Sociologie, Université Laval, 1971.
25 Fernand Dumont, Le lieu de l'homme. La culture comme dislance el mémoire. Mon-
treal: HMH, 1968, 233 pp., p. 197.
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relatos de profesionales, de personal de gestión y de militantes obreros,
que tienen un cierto sentimiento de haber participado en la historia de la
sociedad. Trabajando a partir de determinados puntos de referencia, pu
dimos desentrañar las significaciones globales de las historias personales:
la «genealogía mítica» del ministro y diputado retirado que situaba toda su
historia personal dentro de la historia oficial; el «destino perdido» del no
tario que elegía retirarse a la vida familiar; el «espíritu misionero», contra
partida personal de la historia de «la salvación de la lógica interior», co
mún al diputado, al trabajador social y al ex militante obrero. En el relato
del trabajador textil, el profesor o la camarera, sin embargo, no se encon
tró ningún punto de referencia que diese crédito a la existencia incipiente
de una conciencia histórica: es decir el sentimiento de un salto entre la
vocación personal y el destino colectivo.
Existe, de todos modos, una representación del tiempo por debajo de
cada relato. Debido a que los informantes han adoptado la postura de
testigos del cambio, es posible detectar en muchos relatos una representa
ción social de la historia2b, es decir un esquema cognitivo que permite
—en el contexto de una conversación de tipo entrevista— referirse al pa
sado de una manera objetiva. El modelo más frecuente es el de la oposi
ción «en aquellos días/ahora» 11. Es la manera más simple en que un in
formante mayor se dirige a un entrevistador joven nacido en una nueva
cultura, a fin de moldear su memoria. Y este modelo no es el único que
encontramos. En el caso de un trabajador de una fábrica de aviones (un
militante obrero), por ejemplo, el esquema tipo es «en un determinado
momento la gente comenzó a...». La historia aquí no aparece como un
cambio estructural que separa dos épocas, sino más bien como un proceso
colectivo que va adquiriendo sentido como acontecimiento: éste es el caso
del despertar de los quebequenses2B. Con mayor frecuencia aún, encon
tramos que el esquema accidental era «desde que el dinero empezó a cir
cular» N.
Así, el trabajador textil no tiene a su disposición ninguna representa
ción social para expresar las significaciones implícitas en este relato. Ni el
de «en aquellos días» de su primer trabajo (como empleado de una granja)
ni «el despertar de los quebequenses», ni tampoco la intrusión de un nuevo
poder adquisitivo encontraban eco alguno en esta historia. De todos mo-26789
26 Éste remite al concepto perfeccionado por Serge Moscovici (véase La psychanalyse,
son image et son public, París, PUF, 1961, 650 pp.).
27 Véase R. Dominique, «L’ethnohistoire de la Moyenne-Cóte Nord», Recherches So-
ciographiques (Quebec) XVII (2) (1976) 189-220.
28 Jean Bourassa, L ’ouvrier de la avionnerie, Quebec, Instituí Supérieur des Sciences
Humaines, Université Laval, 1977, 80 pp. (mecanografiado).
29 Dominique, op. cit.; véase también Osvaldo Urbano, Répresentation et histoire de
vie. La fonction ag rico le, Quebec, Instituí Supérieur des Sciences Humaines, Univ. Laval,
1975, 81 pp. (mecanografiado). .
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dos, las referencias aparentemente sin sentido, cuando fueron descifradas
pacientemente, revelaron una representación de «nuestra historia más ver
dadera», a través de la cual transpira claramente el sentido de los procesos
biográficos, afectados por la historia y concebidos como destino colec
tivo 30.
El relato de la camarerá es incluso más simple, aparentemente despro
visto de una conceptualización histórica. Sin embargo, el analista puede
detectar una imagen globalizada del proceso biográfico que produce un
excelente relato de su proceso objetivo. La camarera, originariamente una
empleada de lavandería, se convirtió en trabajadora de una fábrica de
municiones en 1940, antes de formar parte del sector de servicios de la
sociedad opulenta de la posguerra. Explica lo siguiente: «Cuando me pro
pongo cambiar, cambio de verdad; sigo el curso de la vida.» Confrontando
esta imagen sugerente con las observaciones del trabajador textil, el analis
ta propone esta interpretación: mientras que el trabajador «rueda su má
quina» a pesar de los obstáculos y en contra del tráfico, la camarera tran
quilamente permite que su barca sea llevada por las corrientes de la
vida31.
Bajo la noción de conciencia histórica debemos, por consiguiente, dis-
tinguir tres modalidades diferentes de reconstrucción del tiempo: la con
(
ciencia histórica per se, cuando^se hajeatrevistado acerca de la historia
oficial o se ha logrado expresar «nuestra verdadera historia»; la represen
tación social del cambio que permite la objetivización del pasado; y final
mente, una imagen personal del tiempo. Además de esta delimitación o
incluso medición de las herramientas mentales utilizadas para totalizar los
procesos biográficos, el análisis hermenéutico revela el contenido cultural
que esta operación conlleva (la figura ancestral o la imagen del viaje, la
visión cristiana de la salvación o el esquema determinista de la evolución,
«la reina del hogar» o el «patrón a bordo», etc.). Frente al análisis de
Morin, basado en la lectura crítica de la situación en curso, esta vía permi
te una mejor aprehensión de cómo se comprende el pasado. De todos
modos, al centrar nuestro análisis en las significaciones, seguimos corrien
do el riesgo de producir un corte en la secuencia lógica del conocimiento
histórico —proyección del presente sobre el pasado—. Y sin ella no po
dríamos lograr una reconstrucción arqueológica de la emergencia de cada
figura de la historicidad.
Aquí nos topamos con la ambigüedad de nuéstro presupuesto, la no
ción de conciencia histórica. En principio se trata de un concepto socioló
gico, indisociable de la idea de acción: la historia, en su hacerse, se encar
30 Jean Bruno, «Un ouvrier du textile», Recherches sociographiques, Quebec, XVII (1)
(1976): 73-114.
31 Carmen Bouchard, La filie de table, Quebec, Instituí Supérieur des Sciences Humai-
nes, Univ. Laval, 1977, 16 pp. (mecanografiado).
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na virtualmente en las normas de acción -12. En esta perspectiva, la idea de
recoger datos de vida era un camino para comprender la cultura en su
hacerse, por mediación de una ética. Era la transcripción metodológica de
una cierta concepción teórica de la historicidad. Si el futuro, a todos los
efectos y propósitos, es una profundidad temporal no existente, únicamen
te puede ser actualizado a través de la temporalidad inversa. Como la
historiografía para la comunidad, así el relato de vida no es sino la pro
fundidad temporal de una identidad que se proyecta en la realidad.
(c) La memoria
Dado el carácter bidisciplinar de nuestra investigación, nos limitamos
a despachar rápidamente el concepto de historicidad, atribuyendo a la
conciencia histórica una funcmñ'ffé memoria. Mientras que la conciencia
"histórica —en el sentido preciso del término— alberga el pasádolfn un
espacio cognitivo constituido en función de la historia todavía no'Recha,
la memoria es la presencia inmediata de un pasado sólidamente reteñido.
La memoria no está hechá“de conocimientos, sino de imágenes, de senti
mientos inscritos en el cerebro. Su punto de referencia social no es el
conocimiento sino el contexto físico de esos sentimientos;1'.
Un estudio serio sobre la memoria hubiera requerido una estrategia de
investigación infinitamente más precisa: hubiera implicado preguntar al
informante en la escena real de su pasado. Nosotros, por el contrario,
recurrimos a los puntos de referencia abstractos de la historia oficial, para
así poder dotarnos de un primer soporte común para el diálogo. Sin em
bargo, cuando el informante no tenía a su disposición puntos de referencia
cognitiva, o una representación social del cambio, nos quedábamos limi
tados a extraer de sus observaciones una imagen hipotética del tiempo. Y
esto en la medida en que el relato mismo no hubiera degenerado hacia una
expresión insulsa de opiniones estereotipadas. Por eso, el recurso al méto
do radical de «vuelta a la escena» no es indispensable. Implicaría el aban
dono de la autonomía del método biográfico. Incluso sin el uso de una
sofisticada anámnesis técnica —como hizo Millar, por ejemplo 14—, se ha
descubierto que la memoria es espontáneamente activa en la mayor parte
de los acontecimientos vitales. Está expresada esencialmente de forma
anecdótica. Está comúnmente admitido que la recolección cTe^anécdotas
sólo sale a la superficie a través de las significaciones de la experiencia
vivida actual, y en función del interlocutor que solicita el relato. A menu-324
32 Cfr. Dumont, op. cit., cap. 6: «La culture en tant que conscience historique».
33 Pueden aqui reconocerse las tesis clásicas de Halbwachs.
34 D. Millar, «Mémoire, histoire órale et conscience historique», en N. Gagnon y J.
Hamelin (eds.), L ’h istoire órale, Saint-Hyacinthe (Quebec), Edisemn 1978, 96 pp. («Métho-
des des Sciences humaines», 1).
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J
** Aún no está superada pero, por otra parte, está completamente situada
en el pasado. Si el trabajador recuerda sus viajes es porque continúa so
ñando con ellos, más o menos porque su matrimonio puso fin a esos via-
jes. La escena está en el presente intacta, precisamente porque ha dejado
de sH*^royéctáda. La anécdota és, enTópces, una experiencia vivida, per- j 41!
durable hasta el punto de que ha tenido su día; es una auténtica traza del :
pasado y el certificado de defunción de una época.
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nes estructurales —reinterpretando la definición de Thomas, en el sentido
en que la hemos intentado complementar: la cultura estudiada como la
materialización en el individuo de un mundo de significaciones y, recípro
camente, como la convergencia de la práctica simbólica de una pluralidad
de sujetos 3738.
¿Hasta qué punto era necesario nuestro rodeo a través de la experien
cia vivida de un conjunto de sujetos —o por el contrario no tenía senti
do—, si lo que intentamos es rescatar la historia de la cultura de una
colectividad? Pensamos que esto estaba justificado por una preocupación
epistemológica, que ya Blumer expresó en su trabajo crítico acerca de
Thomas. Es evidente, escribía Blumer, que las concepciones teóricas del
propio Thomas no surgían del material analizado; por el contrario, es la
interpretación la que derivaba de categorías preconcebidas que eran apli
cadas al relato 3K. Desde nuestro punto de vista, de acuerdo con los requi-
j sitos cientificistas que subyacen a las anotaciones de Blumer, interpretar
J un relato consistiría más bien en inducir categorías adecuadas a partir del
material mismo. Por esto es por lo que hemos dejado nuestro material
descargado de aparato teórico; por lo mismo que todavía estamos a la
búsqueda de nuestro objeto: la cultura.
A lo largo del proceso, nuestro despojamiento teórico era relativo: si
exceptuamos un sesgo positivista riguroso, la inconsciencia sociológica so-
, Tamente puede ser ilusoria. Un análisis de relatos de vida es una relación
■ sociaLentre una conciencia culturaf-y-una-concrencia sociológica. Es una
relación estructurante, desde el momento en que uno logra insertar las
significaciones recogidas en un discurso sociológico. Una relación de otro
tipo haría funcionar este discurso únicamente como mera herramienta
para desenterrar significaciones. De la misma manera que el cuantitativis-
ta recurre a la teoría estadística para construir sus variables, el analista, en
otras palabras, necesita una teoría metodológica para transformar su ma
terial en datos sociológicamente analizables.
Nos queda la tarea de hacer converger las significaciones detectadas
para ampliar esta perspectiva. Si, al final de nuestro recorrido, consegui
mos un relato para los «archivos de la memoria» y hacemos que los es
quemas culturales de la conciencia histórica sírvan para reconstruir la his
toria de la cultura, nuestra vía de investigación puede reconocer que ha
quedado justificada.
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