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Edición a cargo de

JOSÉ MIGUEL MARINAS


CRISTINA SAN'Í AMARINA

LA HISTORIA ORAL
MÉTODOS Y EXPERIENCIAS

DEBATE
Ilustración de portada: Familia italiana desembarcando
en Ellis Island, 1905, Lewis Hiñes.

Primera edición: octubre 1993

Versión castellana de
JOSÉ MIGUEL MARINAS y CRISTINA SANTAMARIA

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita


de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas
en las leyes, la re, ' ¿ducción total o parcial de esta obra por
cualquier medio o procedimiento, comprendidas la reprografía
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ella, mediante alquiler o préstamo públicos.

© De la Introducción y la traducción, José Miguel Marinas


y Cristina Santamarina
© De la versión castellana. Editorial Debate, S. A.,
Gabriela Mistral, 2, 28035 Madrid

I.S.B.N.: 84-7444-723-2
Depósito legal: M. 22.174-1993
Impreso en Unigraf, Arroyomolinos, Móstoles (Madrid)
Impreso en España
SOBRE EL ANÁLISIS DE LOS RELATOS DE VIDA*

Nicole Gagnon

Entre las diversas escuelas de sociología que están a la búsqueda de


nuevas fuentes de inspiración existe, actualmente, una convergencia de in­
tereses en torno a la perspectiva biográfica. Hermanado con este interés se
aprecia un malestar creciente, provocado por «lo inadecuado de la investi­
gación sociológica que depende de cuestionarios rígidamente estructura­
dos» *l213. Mientras que uña escuela reconoce la autonomía metodológica
potencial de la perspectiva biográfica, otra recomienda su empleo conjun­
tamente con los métodos clásicos. Y, por último, otra insiste en su integra­
ción prioritaria dentro del paradigma histórico-sociológico. Consiguien­
temente, todos los que se acercan a los cuestionarios basados en encuestas
biográficas o longitudinales sin presuponer un cuestionamiento de la natu­
raleza problemática de los métodos cuantitativos, no llegan a sacar prove­
cho del movimiento biográfico.

I. Los límites de los métodos de encuesta por cuestionario

Contra la metodología de encuestas, los promotores del método bio­


gráfico han exhibido su arsenal crítico completo acusando a este paradig­
ma de positivismo, cientificismo, atomismo, psicologismo, ahistoricismo y
adialectisismo.
I. Al tiempo que reproduce el mismo error de etiquetado que Comte,
Bertaux. por ejemplo, ataca al positivismo en contra del verdadero legado
comtiano —el tecnocratismo 11—. De todos modos, es pertinente indicar
- como Bertaux mismo demuestra en otro lugar 14— que la perspectiva
* «On the Analvsis of Life Accounts». Nicole Cagnon, Biography on Societv, Sage Pu-
blications lnc.. 2.a ed.. 1983, California.
12 F. Ferrarotti, «Sobre la autonomía del método biográfico», en este volumen, pp.
121-128.
13 D. Bertaux, «De la perspectiva de la historia de vida a la transformación de la prácti­
ca sociológica», en este volumen, pp. 19-34.
14 D. Bertaux, Histoires de vie ou récits de pratiques? Méthodologie de Vapproche bio-
graphique en sociologie, París, Cordes, 1976, p. 72.

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biográfica en sociología hablaba desde una ideología perfectamente bien
establecida de corte tecnocrático-cientificista: las investigaciones de Tilo­
mas acerca del campesino polaco estaban motivadas por el propósito con­
fesado de controlar el cambio social a través del descubrimiento de las
leyes psicológicas que lo gobiernan. De un modo aproximado, si acepta­
mos como definición del «positivismo» el rechazo de la especulación y la
norma de sumisión abs.oluta a los hechos, el movimiento biográfico es, en
su mismo núcleo, un avatar flagrante de la vieja doctrina: el sociólogo
j L~ restaura la palabra a los «hechos» sociales, el material que recoge no nece­
«9 sita análisis, puesto que «habla por sí mismo».
2. El fusil cientificista se carga con una munición mayor. Por una
parte sostiene la noción de ley, con el ahistoricismo que ésta implica; por
otra, el propósito tecnocrático está implícito en la noción de control. Esta
noción comprende, sin embargo, dos significados- en tanto que el tecnó-
crata persigue el control de la' realidad social, el científico (¿o el adepto al
cientificismo?) busca el coñtróTsolo de los procesos de adquisición desco­
nocimiento. Y es sabido que el control déVáriables, más incluso que su
medición real, constituye la característica esencial del método experimen­
tal y de su derivado, el método de encuesta. Así pues, es una práctica
anticientificista la que hace posible la perspectiva del relato de vida, pues
la naturaleza real de esta técnica prohíbe intervenir en la estructuración
que el narrador hace de su relato: una vez que ha abdicado de todo con­
trol acerca de la producción del material por el informante, el sociólogo
no puede hacer una trasposición científica de dicho material sin ponerse
en ridículo él mismo l5. Aquí hacemos una resumida evaluación de este
fenómeno. La metodología del cuestionario de encuesta sociológica de­
muestra, ciertamente, cómo el control de las variables, que en la situación
experimental ocurre a priori, resulta aquí a posteriori. De un modo u otro,
al dejar al narrador la determinación de su propia narración, se da preci­
samente un control a priori de la variable «efecto de la intervención del
investigador» que, al contrario de la intención positivista, condiciona el
carácter espontáneo del material producido.
Por muy contrario que uno sea al tecnocratismo o al confinamiento
del pensamiento dentro de la lógica de las relaciones entre variables, no
está obligado a bajarse del corcel cientificista, incluso si ello significa que
ocasionalmente se encuentra uno a sí mismo cabalgando a la vez en dos
caballos. ¿O es que la tarea del sociólogo debe limitarse a rebuscar relatos
de vida y a la transmisión de las significaciones sociales que se encuentran
"V
en ellos? ¿No se trataría, más bien, de hacer que los hechos hablen un
lenguaje sócTofógico? Á través?dé los análisis de relatos de vida, los soció­
logos pueden incrementar su conocimiento científico, contando con que es

'5 ibid., p. 114.

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\
4

un conocimiento controlado. Poco importa si los criterios son la lógica


-« clásica de la refutación contrahipótesis, la consistencia tanto del método
estructural como del método hermenéutico o la repercusión social de la
intervención: el cientificismo encuentra aquí lo que le es propio. Teniéndo­
se en cuenta que el sociólogo puede ofrecer garantías contra la arbitrarie­
dad de proyectar su propia percepción teórico-ideológica en su objeto.
3. El atomismo y su corolario aparente, el psicologismo, necesita
mayor aclaración. Por definición, el método cuantitativo obtiene su cono­
cimiento en la medición, cuya operación básica es delimitar las unidades
pertinentes de medida. Este atomismo del método no es, con todo, indiso-
ciable de una percepción liberal (la sociedad como un agregado de indivi­
duos), ni tampoco del psicologismo que se desprende de él. Cuando se
estudian los medios o una ciudad, no se miden estatus o actitudes, sino.
^ más bien pautas y significaciones. Para el comunicólogo o el ecólogo, las
unidades de medida no son individuales, sino extractos espaciales y tex­
tuales, artificialmente aislados para el propósito de la evaluación; y los
objetos que estudian no tienen nada que ver con lo psicológico, la expe­
riencia vivida (vécu), la subjetividad, la conciencia o cualquier cosa que
uno quiera asociar con la noción de sentido común de lo que es un in­
dividuo.
El atomismo, junto con el sesgo psicologizante, no es inherente a la
cuantificación, y, recíprocamente, la perspectiva biográfica no constituye
en sí misma una garantía contra estas dos añagazas. ¡Es perfectamente
posible recoger una serie de relatos de vida, cualitativamente representati
vos de una población homogénea, siguiendo un criterio particular, y apli
caries la lógica topológica, que es en sí misma una operación de medida
(una medida compleja de nivel nominal): por ejemplo, las diferentes onto-
logías del yo en la población trabajadora (Hankiss)lí’, los tipos de habla
que se dan entre empleados públicos que administran los programas de
seguridad social (Aaron-Schnapper)16l718, el tipo de experiencias vividas de
j los quebequenses (Morin) En estos trabajos no se ha rechazado la lógi­
ca de la medida y de las relaciones entre variables. Incluso si la operación
de medida presupone un largo análisis hermenéutico o una técnica semio-
lógica refinada, las conclusiones alcanzadas son invariablemente del tipo
siguiente: existe, por ejemplo, una relación entre el estatus ocupacional (o

16 Véase en este volumen el artículo de Hankiss «Ontologías del yo: la recomposición


mitológica de la propia historia de vida», pp. 251-256.
17 D. Aron-Schnapper y otros, «L’application de la méthode des archives orales á lTtis-
toire de la sécurité sociale: essai d ’une typologie des discours», Nancy, Committe of the
History of Social Security, 103 National Congress of Learned Society, 1978.
18 Louis Morin, La mélhodologie de l ’histoire de vie. II, Quebec. Instituí Supérieur des
Sciences Humaines, Université Laval, 1975, 55 pp. («Cahiers de l’ISSH: Instruments de
travail», 13).

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el tipo de movilidad social) y la representación de una institución (o la
receptividad al cambio).
Como ocurre con el atomismo teórico, Ferrarotti presenta una solu­
ción clara, que, gracias a su coherencia, se vincula con las normas científi­
cas. Inspirándose en Sartre, Ferrarotti apela a la lógica de las mediaciones
dialécticas como opuestas a las relaciones entre variables, y supera el ato­
mismo mediante una sustitución decidida del individualismo por el grupo,
en el que está comprendida la totalidad social. El inconveniente es que la
historia del grupo es algo distinto de una biografía. Se aborda aquí uno de
los problemas más cruciales de la perspectiva biográfica, pero parcialmen­
te: ¿está legitimado pensar en una sociología de lo individual? El sentido
común y determinados teóricos considerarían esto absolutamente sin sen­
tido, dado que el «individuo», como opuesto a lo «social», cae dentro del
territorio de la psicología. Lucien Séve, por tomar un ejemplo pertinente,
ha propuesto una «psicología de la personalidad» que constituye, en rea­
lidad, una sociología del individuo humano l9.
Por suerte, J.-C. Pariente ha despejado no hace mucho la epistemolo­
gía de las ciencias humanas de los obstáculos derivados de identificar al
<individuo con lo psicológico 20. Hay que distinguir el concepto lógico, el in-
■*' | dividuo, de la noción común, la persona (el individuo humano), al igual
j ' que la noción común debe ser distinguida de la noción matemática de
elemento, o de la noción psicológica de sujeto. Mientras que una escala
numera elementos, una comprensión individualizada de una realidad em­
pírica procede a partir de un conocimiento monográfico, o de un modelo
de conocimiento puramente conceptual. Llamamos psicológico al conoci­
miento del ser humano, cuando implica más la conducta de un sujeto que
las prácticas de un actor que no es él mismo su propio centro.
4. Queda aún en pie la cuestión del ahistoricismo, estrechamente li­
gada al adialecticismo señalado por Ferrarotti. Para quien quiera estudiar
U las transformaciones culturales, determinar las leyes del cambio social o
Aj dilucidar los procesos históricos de las relaciones socioestructurales, la
‘í biografía —la experiencia vivida, la trayectoria vital o el relato de las
^prácticas— emerge espontáneamente como el material por excelencia. Las
dificultades surgen cuando uno plantea la cuestión de la relación entre esta
temporalidad individual y los procesos sociales, a cuya luz suponemos que
surge aquélla. Es decir tan pronto como uno se enfrenta con el problema
práctico del análisis. A partir de aquí, plantearé la forma en la que nos
hemos enfrentado con esta dificultad en el contexto de nuestra investiga­
ción sobre «las transformaciones culturales en el Quebec contemporáneo».
19 Lucien Séve, Marxisme el théorie de la personnalité, París, Éditions Sociales. 3.a ed.
1974, 598 pp.
20 Jean-Claude Pariente, Le langage el 1’individuéI. París, Colin, 1973, 304 pp. («Philo-
sophies pour l’áge de la Science»).

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II. El análisis de la experiencia interior (lo vivido)

En 1962, en el contexto de una investigación bidisciplinar (sociología/


historia), recogimos unas 150 entrevistas biográficas con la perspectiva de
responder a la pregunta: «¿cómo se han experimentado los cambios socia­
les que han tenido lugar en Quebec desde 1940?» En orden a mantener la
representatividad cualitativa de nuestra noción intuitiva de «la juventud de
Quebec de 1940», la muestra recogía categorías ocupacionales y regiona­
les, pero se concentraba en las edades entre 50 y 60 años. Las entrevistas
fueron hechas por cinco estudiantes, y la primera fase de análisis corría a
cargo de un investigador joven y sin experiencia21.
Nuestro corpus tenía limitaciones en el sentido de que estaba recogido
sin controles, tanto desde el punto de vista teórico —no teníamos una
L problemática precisa— como operativo (las cuotas de muestra, los proto­
colos y técnicas de entrevista quedaban a discreción del entrevistador).
Unos pocos jóvenes se limitaban a pedir a los viejos quebequenses —con­
tactados Dios sabe cómo— que contasen su vida, por la pura y simple
razón de que querían saber lo que ocurría en Québec desde 1940. Nuestro
analista Morin estaba completamente desbordado por este material, tan
penosamente recogido y tan heterogéneo si lo comparamos, por ejemplo,
con los relatos de Los hijos de Sánchez, que casualmente estaban ausentes
de la cabeza de los instigadores de este estudio. De todos modos, aproxi­
madamente 150 quebequenses hablaron acerca de sí mismos durante dos
horas cada uno. ¿Cómo iba a ser digerido este material?
/
(a) Una teoría metodológica de la experiencia interior
En todo caso, teníamos un gran problema de metodología en nuestras
manos y Morin se puso a trabajar en él. La noción de base de la investiga­
ción nos proporcionó un marco de referencia: se trataba de la noción de
experiencia interior Ivéciú. Morin proponía entenderla como «una dimen-
j sión real y constrictiva de la realidad sociocultural», como un objeto de
conocimiento para cuya observación el relato de vida era la técnica apro-
piadaTTerféccionó entonces una teoría auxiliar, tomada de la escuela del
mteraccionismo simbólico, mediante la cual definió los datos recogidos
utilizando la técnica del relato de vida: cada relato expresa una lectura
crítica de una situación; una lectura determinada por un proyecto; y está
construido con la ayuda de las significaciones adquiridas a través de la
experiencia biográfica. Para .conducir estaánvestigación hacia el nivel ma-
crosociológico, bastaba con proceder mediante la substrucción tipológica
21 Factores institucionales, en particular los objetivos del organismo que subsidiaba,
pusieron en claro lo que podía ser una práctica aberrante (véase N. Gagnon y B. Jean, «Les
histoires de vie et la transformation du Québec contemporain», Sound Heritage, Victoria,
BC, IV, I: 56-63, 57, n.° I).

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de un conjunto de experiencias de vida observadas. Por vía de ejemplo: al
comparar la lectura crítica del empleado público «L-5» con otras cinco
lecturas, ésta podía ser caracterizada por los siguientes rasgos distintivos:
una concepción o proyecto tradicional de sociedad, la incongruencia de su
situación de vida respecto a este proyecto y una mirada nostálgica hacia
el pasado.
Este camino analítico permitía, de hecho, la creación de una medida de
la adaptación percibida. En último término, así es como se interpretaba en
el ejemplo. Lo que perseguía el trabajo de Morin era asegurar la continui­
dad de la comprensión, evaluando sistemáticamente cada acontecimiento
según las tres dimensiones delimitadas por la operación de substrucción
, (provecto tradicional, liberal o desarrollista; congruencia o incongruencia
de la situación; actitud de nostalgia, acción individual o acción colectiva).
Al apoyarse en una generalización puramente exploratoria, el modelo
así obtenido era insatisfactorio. Era una representación de sentido común
(los tres proyectos) que actuaba como una teoría sociológica sustantiva.
Al reducir la experiencia vivida a la adaptación, se incurría en el conduc-
tismo. Pretendíamos —como Morin— interpretar los relatos más que me­
dirlos según categorías prefabricadas al efecto. Por encima de todo, el
modelo desviaba la investigación de su objetivo inicial de reconstruir la
historia tal como ésta es vivida. Sabedor de que toda historia es inevita­
blemente el presente proyectado sobre el pasado, Morin repudió el objeti­
vo de explotar lo específico del material biográfico: el proceso histórico
que éste recorre en sentido inverso. Consiguientemente, para'oT>sérvar la
experiencia interior tal como él la definió, cualquier entrevista en profun­
didad podría ser instrumentalmente equivalente al relato de vida22. ,
De acuerdo con la aplicación de la tipología heredada de Morin, con-
l tinuamos el análisis de los relatos de vida en otras tres direcciones: «la
• j movilidad», «la categorización social» y «la conciencia histórica». Cada
una de estas perspectivas estaba, para nosotros, basada en una noción
\ mediadora entre la psique y lo social. En la medida en que cada una de t
ellas apunta tanto a la perspectiva sociológica global (los sistemas de pro­
ducción, los grupos y el cambio social) como a un modo de construcción
de la identidad personal (la carrera, la categoría social dentro de la cual
uno se identifica y la contribución a la historia).
Liberamos la noción de experiencia vivida de su estatuto de objeto.

22 Esta equivalencia la ilustra muy bien otra investigación en el Quebec de la época. Con
una perspectiva psicosocial, Robert Sévigny emplea la entrevista en profundidad sobre la
experiencia interior presente para trazar la autoimagen. Más allá de señalar la coincidencia
de perspectivas, determinados análisis suyos están perfectamente de acuerdo con los nues­
tros. (R. Sevigny, Le Québec en hériiage, Montreal.) Véase también Gabriel Gagnon, «Po-
pulisme et progrés: les créditistes québecois», Recherches Sociographiques (Quebec) XVII
(1) (1976): 23-34, 33.
para retomarla desde una perspectiva metodológica: el estudio de la cons­
trucción social desde la conciencia subjetiva del actor social.
Ya habíamos explorado esta vía por medio de un modelo analítico
secundario de la experiencia vivida, elaborado en paralelo al trabajo de
Morin. Larouche, tomando el esquema dialéctico de Touraine acerca de la
estructura del sujeto (identidad, alteridad, totalidad), mostró cómo algu­
nas significaciones culturales eran utilizadas por los informantes como una
imagen globalizadora de su experiencia.

...así, por ejemplo, el ama de casa que vive en un medio rural, que acepta
el trabajo pesado de su rutina cotidiana como los atributos de la «reina del
hogar»... cada una (de sus acciones) es una actualización de esta imagen de
«reina del hogar» en cuyo interior se ha de encontrar la totalidad significante
que sirve como horizonte y soporte para la tarea diaria. Esta totalidad signi­
ficante constituye, a su vez, una actualización de la totalidad más amplia, de
la estructura significante con la que se vincula. Así. la realeza de la «reina
del hogar» deriva de su obediencia a la voluntad de Dios: Dios, en todo
caso, resulta ser esta totalidad significante más amplia que es actualizada en
la noción de «reina del hogar», en la medida que se va trascendiendo 2-\

Rastrear la historia de la destrucción y reconstrucción de estas imáge­


nes globalizadoras, ¿no podría ser una vía adecuada para enfrentarnos con
el proceso de las transformaciones culturales?

(b) Conciencia histórica


De las tres perspectivas utilizadas en la segunda fase de análisis, la de
la conciencia histórica resultó ser la más sugerente, así como la mejor
adaptada a la meta general de la investigación. ]Por ésta, como ya hacía la
conceptualización filosófica, entendíamos «la repercusión, sentida por el
individuo, que surge de su inserción en la historia»232425. En la práctica, esto
equivalía al examen de cómo se ha experimentado y comprendido el cam­
bio social. Lina primera fórmula operativa de esta concepción consistía en
rastrearlos puntos de referencia históricos (fechas, acontecimientos, carac­
teres) utilizados para señalizar el relato de vida. Aquí nos encontramos
con una definición más precisa de F. Dumont: «La transcripción de los
puntos de referencia que ordenan el tiempo social en los territorios perso­
nales en los que el sujeto consciente reconoce su temporalidad» 2\
Este modo analítico nos resultó fructífero cuando lo aplicamos a los

23 Fernand Larouche, «Le vécu». Quebec, Instituí Supérieur des Sciences Humaines,
Université Laval, 1973, 5 pp. (mecanografiado).
24 Gaétan Tremblay, «La conscience historique et la société globale», Quebec, Départe-
ment de Sociologie, Université Laval, 1971.
25 Fernand Dumont, Le lieu de l'homme. La culture comme dislance el mémoire. Mon-
treal: HMH, 1968, 233 pp., p. 197.

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relatos de profesionales, de personal de gestión y de militantes obreros,
que tienen un cierto sentimiento de haber participado en la historia de la
sociedad. Trabajando a partir de determinados puntos de referencia, pu­
dimos desentrañar las significaciones globales de las historias personales:
la «genealogía mítica» del ministro y diputado retirado que situaba toda su
historia personal dentro de la historia oficial; el «destino perdido» del no­
tario que elegía retirarse a la vida familiar; el «espíritu misionero», contra­
partida personal de la historia de «la salvación de la lógica interior», co­
mún al diputado, al trabajador social y al ex militante obrero. En el relato
del trabajador textil, el profesor o la camarera, sin embargo, no se encon­
tró ningún punto de referencia que diese crédito a la existencia incipiente
de una conciencia histórica: es decir el sentimiento de un salto entre la
vocación personal y el destino colectivo.
Existe, de todos modos, una representación del tiempo por debajo de
cada relato. Debido a que los informantes han adoptado la postura de
testigos del cambio, es posible detectar en muchos relatos una representa­
ción social de la historia2b, es decir un esquema cognitivo que permite
—en el contexto de una conversación de tipo entrevista— referirse al pa­
sado de una manera objetiva. El modelo más frecuente es el de la oposi­
ción «en aquellos días/ahora» 11. Es la manera más simple en que un in­
formante mayor se dirige a un entrevistador joven nacido en una nueva
cultura, a fin de moldear su memoria. Y este modelo no es el único que
encontramos. En el caso de un trabajador de una fábrica de aviones (un
militante obrero), por ejemplo, el esquema tipo es «en un determinado
momento la gente comenzó a...». La historia aquí no aparece como un
cambio estructural que separa dos épocas, sino más bien como un proceso
colectivo que va adquiriendo sentido como acontecimiento: éste es el caso
del despertar de los quebequenses2B. Con mayor frecuencia aún, encon­
tramos que el esquema accidental era «desde que el dinero empezó a cir­
cular» N.
Así, el trabajador textil no tiene a su disposición ninguna representa­
ción social para expresar las significaciones implícitas en este relato. Ni el
de «en aquellos días» de su primer trabajo (como empleado de una granja)
ni «el despertar de los quebequenses», ni tampoco la intrusión de un nuevo
poder adquisitivo encontraban eco alguno en esta historia. De todos mo-26789
26 Éste remite al concepto perfeccionado por Serge Moscovici (véase La psychanalyse,
son image et son public, París, PUF, 1961, 650 pp.).
27 Véase R. Dominique, «L’ethnohistoire de la Moyenne-Cóte Nord», Recherches So-
ciographiques (Quebec) XVII (2) (1976) 189-220.
28 Jean Bourassa, L ’ouvrier de la avionnerie, Quebec, Instituí Supérieur des Sciences
Humaines, Université Laval, 1977, 80 pp. (mecanografiado).
29 Dominique, op. cit.; véase también Osvaldo Urbano, Répresentation et histoire de
vie. La fonction ag rico le, Quebec, Instituí Supérieur des Sciences Humaines, Univ. Laval,
1975, 81 pp. (mecanografiado). .

42
dos, las referencias aparentemente sin sentido, cuando fueron descifradas
pacientemente, revelaron una representación de «nuestra historia más ver­
dadera», a través de la cual transpira claramente el sentido de los procesos
biográficos, afectados por la historia y concebidos como destino colec­
tivo 30.
El relato de la camarerá es incluso más simple, aparentemente despro­
visto de una conceptualización histórica. Sin embargo, el analista puede
detectar una imagen globalizada del proceso biográfico que produce un
excelente relato de su proceso objetivo. La camarera, originariamente una
empleada de lavandería, se convirtió en trabajadora de una fábrica de
municiones en 1940, antes de formar parte del sector de servicios de la
sociedad opulenta de la posguerra. Explica lo siguiente: «Cuando me pro­
pongo cambiar, cambio de verdad; sigo el curso de la vida.» Confrontando
esta imagen sugerente con las observaciones del trabajador textil, el analis­
ta propone esta interpretación: mientras que el trabajador «rueda su má­
quina» a pesar de los obstáculos y en contra del tráfico, la camarera tran­
quilamente permite que su barca sea llevada por las corrientes de la
vida31.
Bajo la noción de conciencia histórica debemos, por consiguiente, dis-
tinguir tres modalidades diferentes de reconstrucción del tiempo: la con­
(
ciencia histórica per se, cuando^se hajeatrevistado acerca de la historia
oficial o se ha logrado expresar «nuestra verdadera historia»; la represen­
tación social del cambio que permite la objetivización del pasado; y final­
mente, una imagen personal del tiempo. Además de esta delimitación o
incluso medición de las herramientas mentales utilizadas para totalizar los
procesos biográficos, el análisis hermenéutico revela el contenido cultural
que esta operación conlleva (la figura ancestral o la imagen del viaje, la
visión cristiana de la salvación o el esquema determinista de la evolución,
«la reina del hogar» o el «patrón a bordo», etc.). Frente al análisis de
Morin, basado en la lectura crítica de la situación en curso, esta vía permi­
te una mejor aprehensión de cómo se comprende el pasado. De todos
modos, al centrar nuestro análisis en las significaciones, seguimos corrien­
do el riesgo de producir un corte en la secuencia lógica del conocimiento
histórico —proyección del presente sobre el pasado—. Y sin ella no po­
dríamos lograr una reconstrucción arqueológica de la emergencia de cada
figura de la historicidad.
Aquí nos topamos con la ambigüedad de nuéstro presupuesto, la no­
ción de conciencia histórica. En principio se trata de un concepto socioló­
gico, indisociable de la idea de acción: la historia, en su hacerse, se encar­
30 Jean Bruno, «Un ouvrier du textile», Recherches sociographiques, Quebec, XVII (1)
(1976): 73-114.
31 Carmen Bouchard, La filie de table, Quebec, Instituí Supérieur des Sciences Humai-
nes, Univ. Laval, 1977, 16 pp. (mecanografiado).

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na virtualmente en las normas de acción -12. En esta perspectiva, la idea de
recoger datos de vida era un camino para comprender la cultura en su
hacerse, por mediación de una ética. Era la transcripción metodológica de
una cierta concepción teórica de la historicidad. Si el futuro, a todos los
efectos y propósitos, es una profundidad temporal no existente, únicamen­
te puede ser actualizado a través de la temporalidad inversa. Como la
historiografía para la comunidad, así el relato de vida no es sino la pro­
fundidad temporal de una identidad que se proyecta en la realidad.

(c) La memoria
Dado el carácter bidisciplinar de nuestra investigación, nos limitamos
a despachar rápidamente el concepto de historicidad, atribuyendo a la
conciencia histórica una funcmñ'ffé memoria. Mientras que la conciencia
"histórica —en el sentido preciso del término— alberga el pasádolfn un
espacio cognitivo constituido en función de la historia todavía no'Recha,
la memoria es la presencia inmediata de un pasado sólidamente reteñido.
La memoria no está hechá“de conocimientos, sino de imágenes, de senti­
mientos inscritos en el cerebro. Su punto de referencia social no es el
conocimiento sino el contexto físico de esos sentimientos;1'.
Un estudio serio sobre la memoria hubiera requerido una estrategia de
investigación infinitamente más precisa: hubiera implicado preguntar al
informante en la escena real de su pasado. Nosotros, por el contrario,
recurrimos a los puntos de referencia abstractos de la historia oficial, para
así poder dotarnos de un primer soporte común para el diálogo. Sin em­
bargo, cuando el informante no tenía a su disposición puntos de referencia
cognitiva, o una representación social del cambio, nos quedábamos limi­
tados a extraer de sus observaciones una imagen hipotética del tiempo. Y
esto en la medida en que el relato mismo no hubiera degenerado hacia una
expresión insulsa de opiniones estereotipadas. Por eso, el recurso al méto­
do radical de «vuelta a la escena» no es indispensable. Implicaría el aban­
dono de la autonomía del método biográfico. Incluso sin el uso de una
sofisticada anámnesis técnica —como hizo Millar, por ejemplo 14—, se ha
descubierto que la memoria es espontáneamente activa en la mayor parte
de los acontecimientos vitales. Está expresada esencialmente de forma
anecdótica. Está comúnmente admitido que la recolección cTe^anécdotas
sólo sale a la superficie a través de las significaciones de la experiencia
vivida actual, y en función del interlocutor que solicita el relato. A menu-324

32 Cfr. Dumont, op. cit., cap. 6: «La culture en tant que conscience historique».
33 Pueden aqui reconocerse las tesis clásicas de Halbwachs.
34 D. Millar, «Mémoire, histoire órale et conscience historique», en N. Gagnon y J.
Hamelin (eds.), L ’h istoire órale, Saint-Hyacinthe (Quebec), Edisemn 1978, 96 pp. («Métho-
des des Sciences humaines», 1).

44
J

do también el tiempo la desgasta. Por otro lado, la forma sensible en que


se manifiesta es garantía suficiente de que nos enfrentamos a una expe­
riencia vivida que viene del pasado. Tomemos por ejemplo el caso del
trabajador de la fábrica de aviones que cuenta sus viajes de juventud con
un amigo: «Cuando la gente nos veía, pensaba en Mutt y Jeff.»

Esté o no filtrado el recurso al pasado por los esquemas de interpreta­


ción contemporáneos, la realidad de quien habla está realmente presente, de
forma pura y completa. Poco importa si llega a la superficie caminando por
la escalera o a través de una escalera mecánica, el caso es que está aquí, y,
gracias a su emergencia, la distancia que nos separa del pasado se convierte
en un muro transparente. Esta realidad simbólica que es la interpretación de
la escena histórica particular no ha sido superada ” .

** Aún no está superada pero, por otra parte, está completamente situada
en el pasado. Si el trabajador recuerda sus viajes es porque continúa so­
ñando con ellos, más o menos porque su matrimonio puso fin a esos via-
jes. La escena está en el presente intacta, precisamente porque ha dejado
de sH*^royéctáda. La anécdota és, enTópces, una experiencia vivida, per- j 41!
durable hasta el punto de que ha tenido su día; es una auténtica traza del :
pasado y el certificado de defunción de una época.

111. Una evaluación provisional

El que nuestro método utilizara una muestra dispersa y estuviera basa­


do en análisis en profundidad de casos individuales arrojó sobre nosotros
una acusación, apenas velada, de psicologismo: «Los aspectos sociológicos
ceden el paso al análisis de la experiencia vivida» '6. Si le damos importan­
cia a la definición de lo psicológico mencionada anteriormente, la crítica
es admisible. Ciertamente, hemos tratado de comprender cada relato
como surgiendo de un sujeto que es su propio centro. Desde el momento
en que el sujeto al que preguntamos no es un montaje de facultades, ni
una máquina deseante ni una mera cristalización de actitudes. Tampoco es
un efecto del discurso, sino más bien un nudo y una fuente de significacio­
nes. Nuestra presuposición podría ser definida como una psicología social
en el sentido de Thomas —el estudio del aspecto subjetivo de la cultura—.
Y en última instancia, como una sociología real— que nos proporciona la
facultad de no limitar el dominio de la sociología al poder de las relacio-356

35 Jean Bourassa, Dossier Méthodologique, Quebec, Instituí Supérieur des Sciences


Humaines, Univ. Laval.
36 Yves Chevalier, «La biographie et son usage en sociologie», Archives des Sciences
Sociales de la Coopération et du Développement 43 (1978): 77-90, 86.

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nes estructurales —reinterpretando la definición de Thomas, en el sentido
en que la hemos intentado complementar: la cultura estudiada como la
materialización en el individuo de un mundo de significaciones y, recípro­
camente, como la convergencia de la práctica simbólica de una pluralidad
de sujetos 3738.
¿Hasta qué punto era necesario nuestro rodeo a través de la experien­
cia vivida de un conjunto de sujetos —o por el contrario no tenía senti­
do—, si lo que intentamos es rescatar la historia de la cultura de una
colectividad? Pensamos que esto estaba justificado por una preocupación
epistemológica, que ya Blumer expresó en su trabajo crítico acerca de
Thomas. Es evidente, escribía Blumer, que las concepciones teóricas del
propio Thomas no surgían del material analizado; por el contrario, es la
interpretación la que derivaba de categorías preconcebidas que eran apli­
cadas al relato 3K. Desde nuestro punto de vista, de acuerdo con los requi-
j sitos cientificistas que subyacen a las anotaciones de Blumer, interpretar
J un relato consistiría más bien en inducir categorías adecuadas a partir del
material mismo. Por esto es por lo que hemos dejado nuestro material
descargado de aparato teórico; por lo mismo que todavía estamos a la
búsqueda de nuestro objeto: la cultura.
A lo largo del proceso, nuestro despojamiento teórico era relativo: si
exceptuamos un sesgo positivista riguroso, la inconsciencia sociológica so-
, Tamente puede ser ilusoria. Un análisis de relatos de vida es una relación
■ sociaLentre una conciencia culturaf-y-una-concrencia sociológica. Es una
relación estructurante, desde el momento en que uno logra insertar las
significaciones recogidas en un discurso sociológico. Una relación de otro
tipo haría funcionar este discurso únicamente como mera herramienta
para desenterrar significaciones. De la misma manera que el cuantitativis-
ta recurre a la teoría estadística para construir sus variables, el analista, en
otras palabras, necesita una teoría metodológica para transformar su ma­
terial en datos sociológicamente analizables.
Nos queda la tarea de hacer converger las significaciones detectadas
para ampliar esta perspectiva. Si, al final de nuestro recorrido, consegui­
mos un relato para los «archivos de la memoria» y hacemos que los es­
quemas culturales de la conciencia histórica sírvan para reconstruir la his­
toria de la cultura, nuestra vía de investigación puede reconocer que ha
quedado justificada.

37 Asumiendo una reciprocidad entre la noción de cultura y la noción de persona, nues­


tro trabajo podría entenderse en la misma línea de pensamiento que el de Kardiner sobre la
estructura básica de la personalidad. Pese a ello, no aludimos a la perspectiva psicoanalítica
ni a una determinada teoría psicológica.
38 Herbert Blumer, Critiques o f Research in the Social Sciences: l. An Appraisal o f
Thomas and Znaniecki’s «The Polish Peasant in Europe and America», Nueva York, Social
Science Research Council, 1939, pp. 74, 78, 109.

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