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AÑO XLVII
2007
phase
REVISTA BIMESTRAL DE PASTORAL LITÚRGICA
vinculada al
INSTITUTO SUPERIOR DE LITURGIA DE BARCELONA
Publicada por
CENTRE DE PASTORAL LITÚRGICA
Rivadeneyra 6,7. 08002 – Barcelona
Tel. 93 302 22 35; Fax: 93 318 42 18.
E-mail: cpl@cpl.es ● web: www.cpl.es
LOS SACRAMENTOS
EN EL DIÁLOGO ECUMÉNICO
Y LA PASTORAL LITÚRGICA
EDITORIAL
Un estilo de vida sacramental.– Josep Urdeix .................... 5-8
IN MEMORIAM
Don Ignacio Oñatibia, presbítero, patrólogo y liturgista .... 83-85
CRÓNICA
CONRADO FERNÁNDEZ, XXVII semana de estudio y ora-
ción de “Somelit” (México) ..................................... 86-88
CATECUMENADO
E INICIACIÓN
CRISTIANA
Dionisio Borobio
232 págs.
21,00 €
Editorial – 5
y procura vivir, con un estilo de vida propio, un estilo de vida que le
identifique consigo mismo y ante los demás.
Para el cristiano, este “estilo de vida” es el sacramental, el participar
de aquellos signos, gestos o acciones, de aquellas realidades visibles, a
través de las cuales la acción de Cristo y el poder de su Espíritu le hacen
pregustar, le hacen partícipe, en la medida en la que en este mundo se
puede participar de las realidades celestiales, de los dones de la herencia
eterna, que el Señor nos ha prometido, y de la que en Cristo somos
coherederos.
Ciertamente, podría objetarse que lo que define al cristiano, lo
que hace que el cristiano sea conocido como discípulo de Jesús, es la
práctica del nuevo precepto del amor, el amar como Cristo nos ha amado.
Esta práctica tampoco puede estar ausente de la vida del cristiano. No
puede estar ausente, porque la caridad del cristiano, expresada con toda
sinceridad y toda verdad, no deja de ser un signo de su vida de comunión
con Cristo. Por eso era ésta una de las notas que caracterizaban a las
primeras comunidades apostólicas.
Pero si este vivir “en comunión fraterna” no va acompañado de la
vida que brota de los sacramentos, corre el riego de convertirse en un
estilo de vida en el que se vaya acentuando la buena voluntad y el esfuerzo
personal, buenos de por sí para buscar el bien de los demás, pero sin que
este estilo de vida tenga sus verdaderas raíces en Cristo y sin que sea
un fruto maduro de la obra que Cristo ha empezado en nosotros por el
bautismo y va llevando a cabo en nosotros por medio de una continuada
vida sacramental, que hace que todo, en nosotros y en lo que nosotros
hacemos, sea obra de Cristo, que todo tenga el peso específico de los que
viven guiados por el Espíritu de Cristo.
Vivir un estilo sacramental de vida es dar primacía, de manera
concreta, a la obra de Dios en nosotros. A dejar que él haga sus maravillas
en nosotros. A hacer que nuestra vida sea una correspondencia a su gracia,
antes que otra cosa. En el fondo, la vida sacramental es la que alimenta
nuestra caridad y la hace verdaderamente cristiana, la envuelve en la
caridad de Cristo. Por eso, el estilo de vida sacramental, el acercarnos
con asiduidad a los sacramentos, al recibir en ellos, una y otra vez, los
dones de gracia que verdaderamente nos enriquecen, los bienes que nunca
sufrirán merma, es un estilo característico, singular, que nos identifica
como cristianos.
6 – Editorial
En este contexto, puede ser ilustrativo citar unas palabras de uno de
los Sermones de san Efrén. Expresándose en forma de oración, dice: “A
diario, Señor, te abrazamos en tus sacramentos y te recibimos en nuestro
cuerpo. Haznos dignos de sentir en nuestra persona la resurrección que
esperamos. Con la gracia del bautismo hemos escondido tu tesoro en
nuestros corazones; este mismo tesoro se acrecienta en la mesa de tus
sacramentos; concédenos el gozo de tu gracia. Poseemos, Señor, en
nuestra propia persona, tu memorial, tomado en la mesa espiritual; haz
que lleguemos a poseerlo en toda su realidad en la renovación futura.
Que seamos capaces de comprender la belleza de nuestra condición
mediante esta belleza espiritual que crea tu voluntad inmortal en las
mismas criaturas mortales”.
***
***
JOSEP URDEIX
8 – Editorial
Phase, 277, 2007, 9-40
BAUTISMO, EUCARISTÍA
Y MINISTERIO
VEINTICINCO AÑOS DESPUÉS
JAUME FONTBONA
INTRODUCCIÓN
El Documento de la Comisión Fe y Constitución del Consejo
Ecuménico de las Iglesias, aprobado en Lima el año 1982, y que lleva
por título: Bautismo, Eucaristía y Ministerio, ha cumplido veinticinco
años y ha abierto una estela que aún perdura en el diálogo ecuménico.
Este artículo quiere hacerse eco de ello y al mismo tiempo quiere
apuntalar los acuerdos conseguidos y apuntar algunas notas en las
que es preciso avanzar en el diálogo teológico.
El diálogo ecuménico en el que está implicada la Iglesia Católica
va avanzando poco a poco, y va asentando unos puntos comunes entre
las diversas Iglesias y comunidades cristianas en diálogo teológico.
Se trata de un diálogo desde la fe y desde el amor, ciertamente guiado
por la acción del Espíritu, que es Espíritu de comunión (2Co 13,13), es
decir, que nos acompaña en el camino hacia la unidad y teje la Iglesia
como misterio de comunión, unidad en la diversidad, a imagen del
misterio de la Trinidad.
En este camino de diálogo entre las Iglesias y comunidades
cristianas hay un sacramento que es la raíz de la unidad, que es el
bautismo y otro que expresa y edifica la comunión, que es la Eucaristía,
Bautismo, Eucaristía y Ministerio. Veinticinco años después – 9
y finalmente un tercero, que es el ministerio de comunión, que está al
servicio de la unidad y de la comunión. La reflexión teológica sobre
estos tres sacramentos nos situará ante el camino recorrido y el que
queda por recorrer.
Ahora bien, la manera de afrontar estos sacramentos se hace
desde la eclesiología, a partir de la reflexión teológica sobre la Iglesia
como sacramento, es decir, como realidad institucional y carismática
al mismo tiempo. Y desde esta perspectiva, el ecumenista JMR Tillard
(1927-2000) indica tres grandes corrientes eclesiológicas en el campo
ecuménico1:
1. Para algunos: “La Iglesia somos nosotros, y nadie más que
nosotros”, sería la posición eclesiológica de una gran parte de los
ortodoxos;
2. Para otros, la Iglesia es una comunión que existe en cada una de
nuestras Iglesias (noción conciliar del subsistit in, serían los anglicanos,
los luteranos, los católicorromanos y algunos ortodoxos);
3. Y finalmente, los que tienen una visión individualista: para
ellos, la Iglesia es esencialmente para la salvación de aquellos que
aceptan a Cristo. Serían básicamente los reformados, los bautistas,
las Iglesias libres o nuevas…
10 – Jaume Fontbona
La Iglesia católica reconoce que, sin los demás cristianos, no
puede actualizar o explicitar su catolicidad.
“El bautismo constituye un vínculo sacramental de unidad,
vigente entre los que han sido regenerados por él. Sin embargo, el
bautismo por sí mismo es sólo un principio y un comienzo, porque
todo él tiende a conseguir la plenitud de vida en Crsito. Así pues, el
bautismo se ordena a la profesión íntegra de la fe, a la incorporación
plena en la economía de la salvación, como el mismo Cristo quiso,
y finalmente a la incorporación íntegra en la comunión eucarística”
(UR 22,2).
La Iglesia católica reconoce una unidad que emana del bautismo,
pero no una plena unidad, en razón sobre todo por defecto (defectus)
del sacramento del Orden (cf. UR 22,3).
La respuesta católica al BEM está de acuerdo en afirmar que el
bautismo, al unir a los bautizados a Cristo, establece entre ellos un
vínculo más profundo que lo que los divide (III,A,2)2. Y añade el
Documento de la Comisión Fe y Constitución del Consejo Ecuménico
de las Iglesias sobre el Bautismo, la Eucaristía y el Ministerio, conocido
como BEM (o Documento de Lima 1982):
“Llama la atención sobre la contradicción entre un único bau-
tismo y comunidades cristianas divididas y llama a las comunidades
a superar sus divisiones y a manifestar visiblemente su comunión
bautismal”.
En la carta encíclica sobre el compromiso ecuménico Ut unum sint
(31 mayo 1995) del obispo de Roma Juan Pablo II, encontramos:
¿Cómo es posible permanecer divididos si con el bautismo hemos
sido “inmersos” en la muerte del Señor, es decir, en el hecho mismo en
que, por medio del Hijo, Dios ha derribado los muros de la división?
La división “contradice clara y abiertamente la voluntad de Cristo,
es un escándalo para el mundo y perjudica a la causa santísima de
predicar el Evangelio a toda criatura (UR 1) (Ut unum sint 6)”.
“(...) Hoy se tiende a sustituir incluso el uso de la expresión
hermanos separados por términos más adecuados para evocar la
BAUTISMO
Siguiendo los círculos concéntricos dibujados por los docu-
mentos del Vaticano II, enpezaremos por el reconocimiento del
mutuo bautismo entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas, y
continuaremos con las Iglesias y comunidades eclesiales surgidas de
la Reforma.
EUCARISTÍA
Sobre el sacramento que manifiesta la comunión eclesial, es decir,
la Eucaristía, se parte de los diversos diálogos teológicos realizados
entre las diversas Iglesias y comunidades eclesiales del mundo
occidental y latino después del Concilio Vaticano II.
MINISTERIO
A raíz del Concilio Vaticano II, la Iglesia católica reconoce el
sacramento del orden como un ministerio al servicio de la comunión
eclesial, un ministerio que es un don del Espíritu. Estos dos elementos
esenciales también son reconocidos por las Iglesias y comunidades
eclesiales surgidas de la Reforma, y ciertamente, por las Iglesias
ortodoxas. Este ministerio es el ministerio del Espíritu (h` diakoni,a tou/
pneu,matoj), del cual habla el apóstol Pablo (2Co 3,8). Este ministerio
es, al mismo tiempo, un don de Dios y un servicio a la Iglesia.
52 cf. WALTER CARDINAL KASPER, “La mission des évêques dans le mystère
l’Église. Réflexions sur la question de l’ordination des femmes á l’épiscopat dans
l’Église d’Anglaterre”, Service d’Information 122 (2006/II) 67.
Bautismo, Eucaristía y Ministerio. Veinticinco años después – 35
“En la Iglesia primitiva, la predicación de la Palabra de Dios en
el poder del Espíritu se veía como la característica que definía a la
autoridad apostólica (cf. 1Co 1,17; 2,4-5). […] La autoridad se ejerce
en el seno de la Iglesia para el bien de los que están fuera, de manera
que el Evangelio pueda ser proclamado “con poder y con el Espíritu
Santo, con plena persuasión” (1Ts 1,5). Esta autoridad permite a toda
la Iglesia encarnar el Evangelio y convertirse en la sirvienta misionera
y profética del Señor (III,32)”.
Un ejemplo del don de la autoridad recibido es el apóstol Pablo.
En efecto Pablo ha recibido la autoridad (exousia) porque ha sido
llamado a ser apóstol de Jesucristo (1Co 1,1+). Y Pablo es apóstol de
Jesucristo porque: 1) ha visto al Señor resucitado, 2) ha recibido del
Señor la misión de anunciar el Evangelio, y 3) ha visto confirmada
su misión por sus frutos y por su sufrimiento a causa del Evangelio53.
Una misión que implica recibir, ciertamente, una autoridad (exousia)
para llevarla a cabo. Entonces la autoridad es un don de Dios. Y como
don que es, se tiene que ejercer al servicio de la comunión. Y éstas
serían sus características básicas54:
1) Una exousia enraizada en el misterio pascual de Cristo (cf.
2Co 13,3-4) y en la posesión del Espíritu (cf. 1Co 7,40).
2) Una exousia que “sirve para recordar a la Iglesia el Sí que
Dios ha dado a la humanidad en Jesucristo y permite a sus miembros
responder con un Amén fiel” (2Co 1,18-20).
3) Una exousia para edificar y no para destruir: “Y aun cuando
me gloriara, excediéndome algo, en ese poder nuestro que el Señor nos
dio para edificación vuestra y no para ruina, no me avergonzaría (2Co
10.8)”. “[…] no tenga que obrar con severidad conforme al poder que
me otorgó el Señor para edificar y no para destruir (2Co 13,10)”.
4) Y finalmente una exousia que refuerza la pluralidad de
servicios en la Iglesia: Rm 12,6-8; 1Co 12,1-11.28. Y que, por tanto,
está al servicio del discernimiento de los carismas.
Todos los carismas están al servicio de todo el pueblo de Dios,
Conclusiones
El bautismo es la raíz de la comunión entre las diversas Iglesias y
comunidades cristianas, por esto es fundamental que sea reconocido
por las otras Iglesias y comunidades cristianas el bautismo, realizado
en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo y con agua, en
el seno de una de ellas.
La Eucaristía no sólo edifica a la Iglesia como Iglesia de Iglesias,
sino que la manifiesta como comunión, como unidad en la diversidad.
El bautismo lleva a la Eucaristía, y en el bautismo ya está inserido
el deseo de la Eucaristía. Aún queda un camino por hacer para que
la Eucaristía manifieste esta comunión eclesial ya presente, pero
imperfecta, en el bautismo. Hay que reconocerse mútuamente el
JAUME FONTBONA
Facultat de Teologia de Catalunya
40 – Jaume Fontbona
Phase, 277, 2007, 41-55
et aussi comme un acte d’élévation à une fonction déterminée. Cela ressort dès
la première prière commune d’ordination du diacre, du prêtre et de l’évêque (C.
CERNOKRAK, «Le terme néotestamentaire de “cheirotonia” et sa réception par
la tradition liturgique byzantine», en Ordination et Ministères. Conférences
Saint-Serge. XLIIe Semaine d’Études Liturgiques, Paris, 27-30 juin 1995, ed. A.
M. Triacca – A. Pistoia (BEL.S 85), Paris 1996, 62).
13 «Cheirothesia (ceiroqesi,a) y Cheirotonia (ceirotoni,a)»: P. KAZHDAN - A. M.
TALBOT, The Oxford Dictionary of Bizantium, New York-Oxford 1991, 417: In
general, of course, cheirothesia was also a common element in a number of other rites,
such as baptism, in which the laying on of the hands in benediction took place.
14 C. CERNOKRAK, «Le terme néotestamentaire», 61. Afanassieff, por
ejemplo, ha criticado esta separación en la práctica litúrgica reciente y en los
formularios teológico-dogmáticos, porque esta distinción establece una diferencia
en la concepción del ministerio y, en su opinión, la Iglesia antigua no conocía
el ministerio “no carismático”: N. AFANASSIEFF, L’Église du Saint Esprit, Paris
1975.
La ordenación del presbítero en el rito Bizantino-Griego – 51
Dionisio-Areopagita.15 Esta fórmula recitada por el obispo al inicio
de la ordenación presbiteral tiene dos elementos importantes: la
imposición de la mano sobre la cabeza del ordenando y su contenido
textual. El primer elemento, -la imposición de mano-, sólo se
contempla en el Eucologio Barberini como un “hapax” histórico que
desconocen todos los eucologios posteriores. El segundo elemento,
-su contenido-, expresa una elección por parte de la Iglesia y una
invitación a orar por el candidato elegido.
– Las plegarias de ordenación. Tras esta fórmula declarativa, el rito
bizantino proclama dos grandes plegarias de ordenación. Son textos
muy antiguos que entroncan con la teología y lenguaje de los primeros
siglos de la Iglesia.16 El análisis del texto descubre la estructura y
la segunda mitad del siglo VIII y el códice G)b)I de Grottaferrata, alias “Codex
Bessarionis” (C. CERNOKRAK, «Le terme néotestamentaire», 60). Otro autor,
Pentkovsky, apoyándose en el contenido textual de las oraciones, presupone que
la primera plegaria es más antigua que la segunda, y ambas de autores diferentes
(M. ARRANZ, Sacramentaria, 169, nota 5).
17 El rito romano no conoce una fórmula indicativa para la ordenación
similar al rito bizantino y otros ritos orientales, sino que las plegarias para el
episcopado, presbiterado y diaconado son fórmulas deprecativas. Estas tres
oraciones comienzan expresando la misma idea de la fórmula proclamativa
oriental: Dios dispone la existencia de órdenes para el crecimiento de su Iglesia.
El modo de expresión es más abstracto y menos enérgico, pero la idea es
fundamentalmente la misma. Ver: B. BOTTE, «La formule d’ordination», 296.
18 Los comentarios a la Divina Liturgia son un verdadero género de
literatura eclesiástica en la tradición ortodoxa. Una muestra representativa de
estos antiguos comentarios los encontramos en el De sacra Liturgia de Simeón
de Tesalónica: Symeonis Thessalonicensis Archiepiscopi Opera omnia, ed. J. P.
Migne (PG 155), Paris 1866, 253-304; y la Explicación de la Divina Litúrgia
de Nicolás Cabásilas: N. CABASILAS, Explication de la Divine Liturgie, ed. S.
Salaville (SCh 4 bis), Paris 21967. Conviene conocer también las aportaciones a
este tema del ieromonaco GREGORIO CHATZIEMMANOUIL y de R. BORNERT, Les
La ordenación del presbítero en el rito Bizantino-Griego – 53
con el obispo y presbíteros presentes no son muy explícitas. Se limitan
a reseñar este gesto sin más explicaciones. Mientras el Eucologio
Barberini sólo contempla el saludo del obispo, otras fuentes añaden
el saludo al neordenado de los presbíteros presentes.
– Contexto celebrativo. En el rito bizantino, la ordenación del
obispo, presbítero y diácono tiene lugar en el santuario y acontece
antes del momento ritual en el que ejercen su ministerio o misión
propia. La ordenación del obispo se realiza al inicio de la divina
liturgia para que pueda presidir la celebración; el presbítero en los
ritos preanafóricos para que pueda unirse a los concelebrantes en
el sacrificio eucarístico; el diácono antes del rito de comunión para
que pueda ayudar en su distribución.19 Se observa que no todas
las ordenaciones coinciden en un mismo momento celebrativo. El
momento elegido dice ya algo de la concepción teológica y eclesial de
cada una de las ordenaciones. Si se elige para la ordenación presbiteral
el momento previo a la anáfora y al sacrificio eucarístico acentúa la
visión sacerdotal y eucarística que tiene la tradición bizantina de
este ministerio. La ordenación del presbítero y del obispo se realiza
en el marco de las dos liturgias denominadas “completas”, es decir,
con anáfora: la Divina Liturgia de San Juan Crisóstomo y la de San
Basilio.
– Participación de la asamblea. Tal vez el momento fundamental
de la participación del pueblo de Dios en la liturgia de ordenación sea
el canto de la aclamación ¡Es digno! (Axios) en los ritos explanativos. El
estudio de las fuentes litúrgicas muestra que se trata de una aclamación
20 La proclamación del axios (él es digno) en las ordenaciones es hecha por los
laicos; ellos son también los que, en los actos cultuales, pronuncian el amén litúrgico
final, puesto que ellos son co-liturgos en la liturgia eucarística bajo la presidencia del
obispo o del presbítero (S. CHARALAMBIDIS, «Los ministerios en la Iglesia. Punto de
vista ortodoxo», Seminarios 21 (1975) 386; La consagración de los portadores del
ministerio sacerdotal es acogida por el pueblo presente con esta aclamación: ¡Digno!
Esta recepción es elemento integrante del acto de ordenación y es constitutiva de su
validez (C. K. FELMY, Teología ortodoxa actual (Verdad e Imagen 152), Salamanca
2002, 317); Bien que l’ordination soit conférée par les évêques, elle doit cependent
recevoir l’approbation de tout le peuple de Dieu; c’est pourquoi à un moment du
service, l’assemblée tout entière approuve en criant «Axios» (il en est digne) (K.
WARE, L’orthodoxie. L’Église des sept Conciles, Paris 2002, 375).
La ordenación del presbítero en el rito Bizantino-Griego – 55
Phase, 277, 2007, 57-72
CELEBRAR DIGNAMENTE
LA CONFIRMACIÓN.
Aproximación a algunos aspectos importantes*
1. LA PREPARACIÓN.
En primer lugar hay que destacar que, para conseguir una
celebración digna y fructuosa es necesario preparar bien a las personas
(confirmandos y comunidad) al acontecimiento que vamos a celebrar.
La preparación próxima debe explicar los “ritus et preces”, para que
sean mejor captados, pero también conducirles de la mano al sentido
espiritual de lo que van a realizar y a recibir. No es suficiente que
conozcan la “materialidad” de la celebración, es preciso hacerles
entrar en un clima de fe, de apertura a la Trinidad y, de modo especial,
al Espíritu con sus dones. Los adolescentes y jóvenes son sensibles al
concepto y experiencia de encuentro.
Se trata de un encuentro interpersonal, en el que Cristo toma la
iniciativa, viene a estar con ellos, les dirige su Palabra, les comunica
2. LA CELEBRACIÓN.
Me referiré brevemente a los elementos fundamentales de la
estructura de la celebración, indicando sucintamente lo que ayudará
a mejorar y dignificar la celebración.
b) La Liturgia de la Palabra.
La rúbrica del n 24 indica que pueden elegirse las lecturas
tomándolas total o parcialmente o bien de la misa del día o bien del
RC cap. V, cuando se prohibe la misa propia (cf. Ibid.). La Liturgia
de la Palabra debe tener gran relieve (Cf. RC 13).
Comprende estos pasos: la presentación de los confirmandos
(puede hacerse de modos distintos, n. 25) con una monición modélica,
que puede ser suplida por una confeccionada a tenor de aquella. Esta
monición debe hacerla el responsable de la acción catequética, que da
fe ante el Obispo de que los niños o jóvenes “han recibido la catequesis
adecuada a su edad”. Luego tiene lugar la homilía o exhortación. La
rúbrica que precede (n. 26) es preciosa en su género e iluminadora para el
Obispo o presbítero que presida. Habla de: breve homilía, que explique
las lecturas proclamadas en orden a preparar a los confirmandos,
padres, padrinos y a toda la comunidad “a una inteligencia más
profunda del significado del sacramento de la Confirmación”. Y añade:
...puede hacerse con estas o semejantes palabras”.
La que ofrece el RC, a mi entender, es una buena exhortación
homilética; podría leerse explicando brevemente algunos puntos;
podría hacerse una paráfrasis siguiendo el esquema mismo; podría
añadirse algún aspecto en su sitio oportuno, partiendo de las lecturas.
Falta quizás una referencia más explícita a la relación del Espíritu
Santo y la Confirmación con la Eucaristía. La Confirmación tiene
como meta a la que se orienta la Eucaristía; ésta culmina el proceso de
la Iniciación cristiana y es el contexto más idóneo para la celebración
de la Confirmación. La homilía siempre termina con la referencia del
Obispo al Bautismo, cuyas promesas se renuevan (Cf. RC 27).
Celebrar dignamente la Confirmación – 65
La renovación de las promesas del Bautismo consta de dos
formularios: el clásico (el primero) con la pregunta muy concreta
y significativa sobre la fe en el Espíritu Santo, presentando la
Confirmación como un Pentecostés actual. Este interrogante debería
ser objeto de catequesis anterior con los confirmandos y el Obispo;
quizás debería leerlo con énfasis particular y más despacio.
El segundo formulario es de nueva composición. Debería ser objeto,
si se utiliza, de una catequesis mayor, quizás en momentos de oración o
revisión por parte de los confirmandos. Se trataría no sólo de entender,
sino de pedir a Dios gracia para “luchar” contra el pecado. Podrían ser
puntos de examen de conciencia para el sacramento de la Penitencia.
Sólo así puede ser verdadera la respuesta: “Sí, estoy dispuesto”. Lo
mismo se diga de otras preguntas y respuestas (Cf. p 33).
El asentimiento del Obispo con la fórmula también presente en
el Bautismo, sería más significativa si se hiciera cantando y recitada
por toda la comunidad. Se puede hacer de forma dialogada; con
otra expresión o un canto con que los fieles proclamen su fe. Más
formularios nn. 104-108.
c) La imposición de manos.
Es uno de los gestos significativos de la transmisión del Espíritu
Santo. No pertenece a la esencia (para la validez) del sacramento,
pero es importante para la integridad del rito y para una más plena
comprensión del sacramento. Este gesto invoca el don del Espíritu
Santo de un modo muy acomodado a la comprensión del pueblo
cristiano (Cf. Divinae consortium naturae p 14)9.
La imposición de manos va precedida de dos moniciones a elegir.
La primera sigue la línea de Pentecostés- Apóstoles- Espíritu Santo-
Obispos-Confirmación –imposición de manos de éstos. La segunda
parte de la profesión de fe de los confirmandos-Obispo-reiteración
del gesto apostólico- Espíritu Santo- consagración de piedras vivas
de la Iglesia. A la comunidad se le pide unirse a esta plegaria y orar
en silencio (Cf. RC 30). El Obispo ora de pie con las manos juntas
pidiendo a Dios que envíe el Espíritu Santo sobre los confirmandos:
d) La crismación.
La crismación pertenece a la esencia del signo sacramental (DCN
pp. 13-14) por el que se comunica el Espíritu Santo. La unción con el
crisma y las palabras que le acompañan significan claramente el efecto
del don del Espíritu Santo (Cf. RC 9). La monición que precede (n. 33)
indica que es el “momento culminante de la celebración”. El Obispo
los marca con la cruz gloriosa de Cristo para indicar que son propiedad
del Señor. La unción con Crisma les asemeja a Cristo (ungido por el
Espíritu Santo), “con su misma misión: dar testimonio de la verdad
y ser, por el buen olor de las buenas obras, fermento de santidad en
el mundo” (Cf. también CCE 1293-1296)..
Es muy importante, en la catequesis previa, que este texto de la
monición sea conocido, interiorizado y orado por los confirmandos.
El confirmado es sellado para siempre (carácter,“sfragís”=sello) con la
cruz de Cristo, pero transfigurada por su resurrección; es la cruz gloriosa
de la “beata passio”, que los señala como propiedad y pertenencia del
Señor. La unción con el aceite perfumado los destina a la misma misión
de Cristo: testimoniar la verdad (vivir en estado de martirio para que
reine la verdad en el mundo) y ser fermento de santidad por el buen
olor (el crisma es aceite mezclado con aromas) de las obras al estilo de
Jesús. Este contenido mistérico y sacramental, asimilado en clima de
fe, de silencio, de oración, de revisión de vida, debe dar profundidad y
sentido espiritual al sacramento (Cf. CCE 1297-1300).
Antes de la crismación, el padrino, o el que presenta al con-
firmando, coloca su mano derecha sobre éste y dice al Obispo su
nombre. El Obispo realiza en la frente la señal de la cruz, con el pulgar
empapado en el Crisma y dice: “N. , recibe por esta señal el Don del
Espíritu Santo”. El confirmando responde: “Amén”.- “La paz sea
contigo”.- “Y con tu espíritu” (n. 34).
Estas palabras, en sus primeros indicios, aparecen ya en los siglos
Celebrar dignamente la Confirmación – 67
IV y V en el rito de la Crismación. Tales palabras “fueron recibidas
muy pronto por la Iglesia de Constantinopla y son empleadas todavía
por las Iglesias de rito bizantino (Cf. DCN p. 13). Esta fórmula la
adopta Pablo VI, “traducida casi literalmente” (Ibid. pp. 13-14) para
la Iglesia latina, con motivo de la publicación del RC.
“El bautizado, signado por la mano del Obispo con el aceite
aromático, recibe el carácter indeleble, señal del Señor, al mismo
tiempo que el don del Espíritu, que lo configura más perfectamente
con Cristo y le confiere la gracia de derramar “el buen olor entre los
hombres” (RC 9; Cf. CCE 1300). “No hay nada más agradable que
el aroma del Señor (la ofrenda de la tarde, que por la resurrección se
convirtió en matutina: la pasión y muerte del Señor): que todos los
creyentes huelan así” (San Agustín, Salmo 140, 4-6: CCL 40, 2028-
2029; Vol. II, LH p 146).
Mientras dura la Crismación puede cantarse algún canto
apropiado. Debería inspirarse en la fórmula sacramental o en la
monición precedente (n. 33), en la exhortación homilética o en
los efectos que se derivan del sacramento (Cf. CCE 132-1305). El
canto tiene una importancia muy grande en la celebración de la
Confirmación, pero debe ser compuesto con inspiración litúrgica
(letra bíblica o litúrgica), tener calidad musical y estar al servicio del
momento o gesto celebrativo (no puede ser un adorno, una pieza que
no encaja).
f) La Liturgia eucarística.
La Confirmación se tiene normalmente dentro de la Misa para
que aparezca más clara la conexión de este sacramento con toda la
iniciación cristiana, que tiene su culmen en la Comunión del Cuerpo y
la Sangre de Cristo. Los confirmados participan de la Eucaristía, que
completa su iniciación cristiana (cf. Ritual de la Iniciación cristiana
de adultos (=RICA) 36). La DCN (p. 11) explica la vinculación entre
la Confirmación y la Eucaristía por el injerto de los confirmados
de manera plena en el Cuerpo de Cristo mediante la participación
eucarística; el CCE reafirma que la Eucaristía culmina la iniciación
cristiana y los confirmados participan por medio de la Eucaristía
con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor (n 1322; cf.
1212; RICA n 36).
En la Eucaristía los confirmados, hechos sacerdotes reales (por
el Bautismo y la Confirmación) toman parte activa en la oración
de los fieles, y, en cuanto sea posible, llevan las ofrendas al altar;
con la comunidad entera participan en la acción del Sacrificio del
Señor, recitan la oración dominical, en la que manifiestan el espíritu
de adopción filial, recibido en el Bautismo. Por fin, “al comulgar
el Cuerpo entregado por nosotros y la Sangre derramada también
por nosotros, ratifican los dones recibidos y pregustan los eternos”
(RICA 36).
Hay tres formularios alternativos de oraciones: colectas,
sobreofrendas y postcomunión. Las tres colectas alternativas destacan
que la Confirmación: configura más perfectamente a Cristo, donador
Celebrar dignamente la Confirmación – 69
del Espíritu; introduce más profundamente en la filiación divina
que nos hace decir “Abbá, Padre” (Rm 8, 15) ; comunica el don del
Espíritu Santo; marca con la cruz y la unción de Cristo como un sello,
que indica la pertenencia a su servicio para siempre y la promesa de
la protección divina en la gran prueba escatológica (Cf. Ap 7, 2-3; 9,
4; Ez 9, 4-6; CCE 1296).
A partir de los efectos producidos en los confirmados, las tres
oraciones piden que, la participación en la Eucaristía, les impulse
a dar testimonio de Jesucristo. Deberán ser verdaderos testigos de
Cristo, confesar valientemente su nombre y no avergonzarse jamás
de la cruz (cf. CCE 1303). Estas oraciones piden para ellos el aumento
de los dones del Espíritu Santo (Cf. CCE 1303).
El prefacio de la Confirmación (“Marcados con el sello del
Espíritu” , Misal Romano, Coeditores lit. 1988, p. 471) ofrece una
buena síntesis de lo que es el sacramento de la Confirmación, en el
marco de la Iniciación cristiana. Explicar brevemente este prefacio,
desde sus fuentes, sobre todo bíblicas y litúrgicas, aportaría una
magnífica imagen del sacramento y su celebración.
Las cuatro plegarias eucarísticas primeras preven la introducción
de sendos embolismos en el lugar que se denomina “memento” o de las
peticiones. Se recuerdan a los confirmados, se afirma que han recibido
el don del Espíritu Santo (su sello) y se pide que Dios conserve en
ellos “el don de tu amor”.
En las tres oraciones de poscomunión que conectan la celebración
con la vida, ellas son las peticiones que la Iglesia formula al Padre
para los confirmados:
– que alegren con santidad a la Iglesia y, por medio de sus obras
y de su amor, la hagan crecer en el mundo.
– que vivan en el amor, plenitud de la ley, manifiesten la libertad
gloriosa de los hijos de Dios y cumplan su misión profética en el mundo
(por la santidad).
– que vivan siempre unidos a tu amor, los que han participado de
un mismo sacramento pascual.
Conclusión
La Confirmación es un sacramento que se integra en la Iniciación
cristiana, otorga el don del Espíritu Santo en el mayor grado que puede
recibir el simple cristiano, configura más plenamente con Cristo, une
más estrechemente a la Iglesia de Jesucristo, fortalece al bautizado con
los dones y gracias del Espíritu Santo, prepara a recibir la Eucaristía
como sacramento culminante y le envía a testimoniar a Jesucristo
esparciendo el “buen olor” de sus obras, sobre todo del amor.
Es muy importante conocer su teología y naturaleza sacramental,
unida al sacramento del Bautismo al que completa y la Eucaristía
con la que culmina la iniciación cristiana. La teología debe marcar
la práctica pastoral, ya se confirme en la adolescencia (después de la
primera Eucaristía), ya en torno a la edad de la discreción. Los efectos
o frutos producidos por el sacramento derivan de la naturaleza del
mismo. El CCE 1303 los concreta en éstos:
– “introduce más profundamente en la filiación divina”. Hay
un crecimiento y profundización mayor en la realidad ontológica de
ser hijo de Dios.
– Une al confirmando “más firmemente a Cristo”. Por el
Bautismo ya era miembro del Cristo total (Cabeza + Cuerpo), ahora
por la acción del Espíritu Santo se estrecha más está unión. Es una
realidad ontológica, no solo moral o afectiva.
– “Aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo”. Se trata
Celebrar dignamente la Confirmación – 71
de disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir
sus impulsos y llamadas. Se suelen concretar en siete: sabiduría,
inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios”
(CCE 1830-1831).
– “Hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia” (LG 11;
CCE 1303). La presencia del Obispo indica esta relación con la
Iglesia diocesana y universal. De ahí brota la obligación de difundir
y defender la fe, como testigo de Cristo, por las obras y palabras.
– “nos concede una fuerza especial del Espíritu Santo para
difundir y defender la fe mediante la Palabra y las obras...” (CCE 1303).
Es la fuerza para el testimonio hasta el martirio y no avergonzarnos
nunca de la cruz de Cristo.
Además imprime el “carácter”, es decir una marca espiritual
indeleble. “Es el signo de que Jesucristo ha marcado al cristiano con
el sello de su Espíritu revistiéndolo de la fuerza de lo alto para que
sea su testigo” (Lc 24, 48-49; CCE 1304). El “carácter” perfecciona
el sacerdocio común de los fieles, recibido en el Bautismo, y `el
confirmado recibe el poder de confesar la fe de Cristo públicamente,
y como en virtud de un cargo (quasi ex officio)” (n 1305).
Una buena catequesis con método mistagógico, una preparación
de la celebración fomentando el clima de silencio, de oración sobre los
dones del Espíritu, el recorrido de los “ritus el preces” de la celebración,
tratando de asimilar su sentido y espiritualidad, ayudarán mucho a
la celebración. La celebración del sacramento con la participación
fructuosa de la comunidad, la concreción de los diversos ministerios, la
presencia significativa del Obispo, el clima espiritual que crea el canto
y la oración eclesial, hará de ella un acontecimiento celebrativo para
las comunidades parroquiales. El fruto deberá incluir la convicción de
los confirmandos de continuar en las tareas de la Iglesia y la presencia
activa y alegre en la celebración del día del Señor.
RAMIRO GONZALEZ
(Ourense)
72 – Ramiro González
Phase, 277, 2007, 73-82
RECUPERAR EL VALOR
DE LOS SACRAMENTALES
PLANTEAMIENTO DE LA CUESTIÓN
Los sacramentales hemos de considerarlos dentro de la única
economía divina, dentro de la historia de la salvación de Dios. Los
sacramentos y los sacramentales son realizaciones concretas de la
salvación de Dios, cuya plenitud es el misterio pascual de Jesucristo,
misterio que abarca a todo el acontecimiento salvador de Dios.
La salvación se despliega y se revela, se hace presente y se actualiza
en la vida sacramental. La acción sacramental es acción eclesial, las
acciones sacramentales son acciones de la Iglesia, en y con la Iglesia.
Nunca acabaremos de comprender del todo y completamente las
acciones sacramentales si no partimos de una recta comprensión de la
Iglesia, de su misión, de su mediación y de su servicio a la instauración-
implantación del Reino de Dios.
Obviamente, tenemos que decir que Cristo es el sacramento
2 Para mayor profundización del tema en general citamos las siguientes obras:
TOMÁS IGNACIO CÁNOVAS en AA.VV, La liturgia en los inicios del tercer milenio. A
los XL años de la Sacrosanctum Concilium, Baracaldo, 2004, 523-568; D.BOROBIO,
La celebración en la Iglesia III, ritmos y tiempos de celebración, Salamanca 1990;
A. BUGNINI, La reforma de la liturgia, Madrid, 1999; A. DONGHI, Sacramentales
en NDL 1778-1797; P. FARNÉS, Los sacramentos y los sacramentales en Phase 82
(1974) 324-336; M. KUNZLER, La liturgia de la Iglesia, Valencia 1999, 481-493;
M. LÖHRER, Sacramentales, SM 6, Barcelona 1976; B. MAGGIONI, Liturgia e culto
nell`antico en el nuevo Testamento, en Arte e liturgia, ed. San Paolo, Milano 1993; A.
G. MARTIMORT, La Iglesia en oración, Barcelona 1986; G. RAMIS, El libro litúrgico.
74 – José Antonio Ferreiro
No vamos a desarrollar aquí una reflexión teológica sobre los
sacramentales. La doctrina teológica sobre los sacramentales ha de
nacer de la teología sacramental. Queremos acercarnos al tema de los
sacramentales como una llamada de atención, conscientes de que es
un tema pendiente de una mayor reflexión teológica, y convencidos
de que ésta sólo vendrá desde su recuperación en la vida pastoral de
la Iglesia. El campo de los sacramentales es, tal vez, poco tenido en
cuenta y, por lo tanto, creemos que lleno de posibilidades para vivir
el encuentro del hombre con Dios en la cotidianidad de la vida (y en
acontecimientos decisivos).
CONCLUSIÓN
Ante nosotros se abre un campo de inmensas posibilidades
pastorales. Es verdad que el campo de los sacramentales plantea
problemas, sobre todo porque es un campo muy abierto y, en algún
sentido, cambiante en cada época e incluso distinto en cada lugar.
Se abre para nosotros una reflexión mayor sobre la capacidad
simbólica del hombre moderno y el valor que éste da a los signos. Se
abre para nosotros una profundización seria de los signos en los ritos
sacramentales.
Sería positivo para el creyente de hoy ayudarle a mantener
F. XAVIER ARÓZTEGUI
(Terrassa)
In memoriam – 85
CRÓNICA
P. CONRADO FERNÁNDEZ F.
88 – Crónica