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“La educación debería liderar el cambio,

pero es la institución más obsoleta”

El psiquiatra chileno Claudio Naranjo (Valparaíiso,


1932) es una de las figuras más relevantes del
humanismo contemporáneo. Aunque se dio a
conocer por sus trabajos en torno a la terapia gestalt y
el eneagrama de la personalidad, desde finales de los
noventa ha centrado sus estudios en el ámbito de la educación. Pese a tener ya 80 años,
Naranjo escribe una media de dos o tres libros al año y sigue impartiendo conferencias en
todo el mundo.
En su última visita a Madrid, Naranjo atendió a El Confidencial en un pequeño piso del
barrio de Ibiza, donde suele pasar las noches cuando visita nuestro país. El psiquiatra no
necesita hoteles: en casi todas las ciudades tiene admiradores que le ofrecen techo,
amistad y le siguen a todas partes. En cierto modo Naranjo parece un profeta, aunque
él nunca se definiría como tal. Su misión, en cualquier caso, sí la tiene clara: trasmitir la
idea de que es necesario cambiar este mundo, y de que ese cambio tiene que empezar
en nosotros mismos.
Sólo hay dos cosas que pueden hacer que el mundo se transforme: un cambio personal y
una nueva educación“Las personas están mal”, explica Naranjo, “y sufren en parte porque
no saben que sufren”. Esta desazón vital, cuenta el psiquiatra, hace que aparezcan la
depresión, las enfermedades psicosomáticas y se pierda la motivación y el sentido de la
vida. “Hay malestar”, asegura, “pero el malestar no llegará más lejos mientras no se
transforme en algo más”. En su opinión, sólo hay dos cosas que pueden hacer que el
mundo se transforme: un cambio personal y una nueva educación.
Cambiar la educación para cambiar el mundo
Para Naranjo la educación es la institución más podrida de nuestra civilización pues lo
que debería servir para hacernos hombres sirve en realidad para acabar con nuestra
humanidad: “Hoy la educación está al servicio del poder y las empresas. Hay una
voluntad política para que la educación sirva para tener a la persona dormida, para que
forme parte del rebaño. No se puede comprobar, pero funciona así. Uno tarda en darse
cuenta porque hemos sido educados en los valores de esta educación. La educación
cumple su función deshumanizadora, pero no nos damos cuenta porque somos
inconscientes”.
La verdadera función de la educación, cuenta el psiquiatra, debería servir para ir más allá
de lo que somos. “En una escuela ideal”, explica Naranjo, “acompañaríamos los procesos
de aprendizaje, fomentaríamos la creatividad y ayudaríamos a los niños a saber, sin la
presión de las clasificaciones. Los exámenes son trabajo, no educación. Se enseña a
los niños a pasar exámenes que no sirven para nada y no son útiles en la vida”.
Los propios maestros, por mucho que critiquen el sistema, son responsables de que éste
siga funcionando. El psiquiatra, que vino a España, entre otras cosas, para impartir un
curso para profesores, cree que los propios maestros, por mucho que critiquen el sistema,
son responsables de que éste siga funcionando sin mayores problemas: “El espanto de
la escuela es que el profesor se pone un uniforme interior, y al dar clase deja de ser
persona. Son como robots. Muchas mujeres están en la educación por un instinto
maternal, pero lo ponen de lado, como si no fuese adecuado dar cariño a los niños y
proporcionales una vida feliz”.
La nave se está yendo a pique, pero tenemos un bote salvavidas
En su último libro, La revolución que esperábamos (Ediciones La Llave), Naranjo asegura
que estamos entrando en una transformación que habíamos dejado de esperar, y que
más bien nos asusta: hasta hoy solo hemos conocido revoluciones políticas e ideológicas,
y lo que ahora ocurre es una revolución de la consciencia.
En opinión de Naranjo, nuestros problemas sólo pueden ser resueltos con una
conciencia distinta de los que los ha creado. “La educación”, cuenta, “debería ser la
institución que liderara este cambio, debería estar a la cabeza, pero es la más obsoleta.
Así son las burocracias. Comienzan teóricamente al servicio de algo, pero al final se
sirven a sí mismas”.
La transformación, por tanto, no vendrá de manos de un cambio político, del que Naranjo
no se fía. “Estoy en una época de mi vida en que estoy tirando la toalla respecto al cambio
de las instituciones”, reconoce el psiquiatra. “No creo que se pueda ya hablar con las
autoridades, con los que supuestamente tienen poder. Creo que la educación cambiará,
si es que cambia, porque cambian los individuos”.
El colapso del sistema es nuestra única esperanza para construir algo mejorA lo largo de
su vida, el psiquiatra, que en Latinoamérica es una reconocida personalidad, se ha citado
con todo tipo de ministros y presidentes para hablarles de sus teorías sobre la educación
pero, a día de hoy, no tiene la más mínima confianza en ellos: “Pienso que los políticos
tienen un acuerdo para irse cambiando sin hacer nada. Cuando llegan al poder creen que
van a ostentarlo, pero son parte de una red que no se puede modificar. Hoy en día la
política no tiene poder. Los partidos tienen algo de poder aparente, no los gobernantes,
pero es el poder económico el que controla todo, y la educación es su socio invisible,
parte del complejo militar-industrial”.
Naranjo ya no cree, siquiera, en la protesta ciudadana. Y tiene un mensaje para la ‘marea
verde’: “Las protestas educativas no tienen contenido, no piden un cambio en la
educación, piden mejores sueldos. No se cree en una educación para trascender la
mente patriarcal”.
Esta mente patriarcal, sobre la que Naranjo ha escrito largo y tendido, es para el
psiquiatra el origen de nuestros males como sociedad. “Es una mentalidad de hombres
cazadores que ya no cazan animales, sino hombres”, explica. “Una mentalidad que nos
convierte en depredadores de nosotros mismos”. Por suerte, cuenta, la nave del sistema
patriarcal, que construimos hace miles de años, ya no funciona, y está naufragando:
“El colapso del sistema es nuestra única esperanza para construir algo mejor. No
debemos preocuparnos por que se hunda o no el barco, debemos preocuparnos por
encontrar el barco salvavidas”.

Claudio Naranjo

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