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De cierto, de cierto

Phil Coulson, Escocia


Believer's Magazine, 2007-2008
(1) El papel de Juan
(2) Juan 1.43 a 51
(3) Juan 3.1 a 12
(4) Juan 5.1 a 30
(5) Juan 5.19 a 47
(6) Juan 6.1 a 4
(7) Juan 6.15 a 33
(8) Juan 6.22 a 58
(9) Juan 8.2 a 59
(10) Juan 8.2 a 59
(11) Juan 10.1 a 18
(12) Juan 12.1 a 50
(13) Juan 13.1 a 38
(14) Juan 14.1 a 14, 16.13 a 27
(15) Juan 21.1 a 25

(1) El papel de Juan

En el transcurso de nuestras vidas se nos bombardea con palabras, y estas


cosas que oímos no tardan en asumir peso en proporción a la autoridad
moral, los conocimientos y la reputación de quien habla. Las palabras de
cierre del ministerio público del Señor Jesús, como Juan las registra,
fueron: "Yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él
me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar ... lo
que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho", 12.49,50.
Él había pronunciado la Palabra y no tenía más que decir a los hombres.
Cada palabra se originó con el Padre y había sido dada en justamente la
ocasión apropiada, de la manera correcta, con el énfasis debido y con el
motivo justo. Cada palabra que salía de los labios del Salvador significaba
sentido divino y comunicó verdad divina.
¡Cuán preciosos para nuestras almas deben ser estos dichos del Señor que
el Espíritu Santo ha registrado para nosotros en las Escrituras! Debemos
leerlos, aprenderlos de memoria al ser posible, meditar sobre ellos, recibirlos
y obedecerlos. Son confiables, puros, preciosos y, más allá de toda duda,
verídicos. ¡Qué cofre de joyas tenemos en los cuatro Evangelios!
El Espíritu no solamente ha registrado estas palabras para nosotros, sino
también las interpreta: "El Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre
enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo
que yo os he dicho", Juan 14.26. Dios nos concedió a cada uno un deseo
más profundo de ocupar la mente y el corazón con cada pronunciamiento de
Cristo, y queremos que el Espíritu Santo revele el sentido de estas palabras
para llenar nuestras almas de adoración y nuestras vidas de una
conformidad obediente con la voluntad de nuestro Señor y Salvador.

Los escritos de Juan


Cada vez que el Señor Jesús hizo una declaración, sus palabras eran, y
solamente han podido ser, la verdad. Así que, cuando veía conveniente
introducir ciertas declaraciones con la expresión, de cierto, de cierto, es
evidente que quería que sus oyentes asignaran gran importancia a lo que
decía. El Espíritu registra veinticinco ocasiones cuando lo hizo, y el hecho
que todas se encuentren en el Evangelio según Juan exige nuestro interés y
estudio.
Tengamos presente cuándo fue que Juan escribió. El Espíritu le encomendó
la tarea de completar el canon de la Escritura. Él escribió el último de los
Evangelios, las últimas de las Epístolas y la última profecía. Fue por medio
de sus escritos que las palabras del Señor en el aposento alto acerca del
ministerio didáctico del Espíritu Santo fueron realizadas de un todo. La
narración evangélica, finalizada por Juan, es empleada por el Espíritu para
recordarnos todo lo que Él ha dicho, 14.26. Las Epístolas son el cuerpo de
doctrina que el Espíritu emplea para "dar testimonio de mí", 15.26, sobre el
señorío, la dirección, el propósito y la preeminencia de Cristo en la iglesia
que es su cuerpo y en toda asamblea local de creyentes congregados a Él.
"La revelación de Jesucristo, que Dios le dio", Apocalipsis 1.1, fue puesta
por escrito por la pluma de Juan para completar el canon de la Escritura, y
por él "el Espíritu de verdad ... os guiará a toda la verdad", Juan 16.13.

Los escritos de Pablo


Juan era un hombre anciano cuando tomó pluma en mano, guiado por el
Espíritu Santo. El otro fiel siervo de Dios y relator de la verdad divina, Pablo,
había estado en la gloria desde veinte años atrás. Uno por uno los apóstoles
habían llegado al final de su carrera y ahora, en más o menos el año 90, de
esa banda que había visto al Señor en resurrección, sólo Juan queda. Pablo
había sido el instrumento por medio del cual se había dado la revelación de
la verdad de la iglesia y, fiel siervo que era, él había enseñado lo que
también había recibido.
Fue a ese cuerpo de verdad en particular que se refirió al escribir en
1 Corintios 13.10: "Cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se
acabará". Los dones espectaculares en forma de señales, dados por el
Espíritu en 1 Corintios 12.8 a 10, iban a desaparecer una vez que Pablo
había recibido la revelación plena y la había entregado a la iglesia, y cuando
Juan dio por completado el Libro, aquel proceso ya estaba en marcha, si es
que no estaba realizado.
Las epístolas de Pablo, Pedro, Santiago y Judas ya estaban circulando entre
el pueblo de Dios desde años atrás y su doctrina enseñada por hombres que
compartían la carga dada en 2 Timoteo 2.2: "Lo que has oído de mí ante
muchos testigos, esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para
enseñar también a otros". Juan sobrevivió a todos los que había al principio,
y aun la segunda generación de creyentes en el Señor Jesús que había sido

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salvos, quienes habían servido y a la postre llevado a la gloria. ¿Entonces
por qué tardó tanto el Espíritu Santo para inspirar a Juan a escribir?

Los escritores de los Evangelios


Mateo, probablemente el primero de éstos, había escrito en primer lugar
para lectores judíos. La conclusión irrefutable de su relato es que Jesús de
Nazaret tiene pleno derecho al trono de Israel y que es sin duda el Cristo de
Dios. Marcos fue inspirado a escribir para sus lectores romanos, cuidándose
de explicar varias palabras, situaciones y eventos judíos que no le harían
falta a ningún lector hebreo. Lucas, guiado por el mismo Espíritu, tenía al
griego en mente cuando redactó su Evangelio.
¿Quién de nosotros, pecadores gentiles salvos por la gracia de Dios, no
siente una sensación peculiar en el alma al leer el Evangelio según Lucas?
Allí encontramos narrada la bondad y ternura sin igual de Aquel Varón
bendito que vino adonde estábamos. "En aquel tiempo estabais sin Cristo,
alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin
esperanza y sin Dios en el mundo", Efesios 2.12. ¡Él vino al rechazado,
marginado y quebrantado de corazón! Gloria a su Nombre. ¡Aleluya! Con
razón amamos el Evangelio según Lucas para los gentiles.

Los problemas que impulsaron a Juan a escribir


¿Entonces para quiénes escribió Juan? Cuando él lo hizo el evangelio de la
gracia de Dios había llegado a Europa en el oeste y a la India, si no a China
también, en el este. La doctrina del evangelio había sido impartida
maravillosamente en la epístola a los romanos, defendida en la carta a los
gálatas y manifestada a los hebreos como la manera única de Dios de salvar
en esta dispensación de su gracia. Hablando humanamente, ahora no hacía
falta más evidencia para establecer quién es el Señor Jesús y por qué vino.
Con todo, se estaban presentando grandes problemas. Como siempre, la
iglesia en crecimiento estaba bajo ataque de parte del adversario. Las
embestidas anteriores de los judaizantes habían sido rechazadas por la
enseñanza paulina y, desde la destrucción de Jerusalén unos veinte años
antes, en el 70, casi se habían desaparecido. Ahora la mayoría de los
cristianos eran de antecedentes gentiles, de manera que se estaban
penetrando la filosofía, la tradición religiosa y el pensamiento gentiles. El
movimiento gnóstico, que decía ser superior a la mente de Dios revelada en
las Escrituras, estaba dañando algunos creyentes.
Así, inspirado por el Espíritu Santo, Juan redactó en un lapso corto su
Evangelio y sus epístolas. Su auditorio primario fue el de los creyentes en el
Señor Jesús quienes, no contando con experiencia directa de los días del
Señor sobre la tierra, ni Pentecostés, ni los primeros esfuerzos misioneros
que divulgaron el evangelio en lugares cercanos y lejanos, se encontraban
perturbados por aquellos que enseñaban, por ejemplo, que el Señor Jesús
tenía cuerpo de carne y la carne de por sí es mala. De esta manera algunos
negaban la deidad esencial del Señor y mucho más; y para contrarrestar
estos errores, Juan, el último testigo sobreviviente, escribió su Evangelio,
tres Epístolas y el Apocalipsis.
En su Evangelio Juan mencionó veinticinco ocasiones cuando el Señor puso
especial énfasis en sus palabras con emplear la expresión de cierto, de
cierto. Él habló en su omnisciencia, plenamente consciente de que algún día

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sería necesario dar confianza a los suyos que creían en su Nombre. El
Espíritu Santo no les dio a Mateo, Marcos y Lucas la responsabilidad de
registrar estas palabras. Esperó hasta que Juan fuera el único testigo vivo
del Señor Jesús, y empleó a aquel siervo anciano para afirmar: "Hizo
además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las
cuales no están escritas en este libro", Juan 20.30.

(2) Juan 1.43 a 51

La conversación excepcional entre el Señor Jesús y Natanael presenta un


cuadro significativo de la experiencia de Israel como una nación. Nos
referimos a menudo a un cuadro como este como una presentación
dispensacional porque en una fotografía histórica hay un vistazo de una
aplicación mucho más amplia de Israel en el desenvolvimiento del propósito
de Dios a lo largo del tiempo. La actitud de Natanael cambia muy
rápidamente de, "¿De Nazaret puede salir algo de bueno?", a, "Rabí, tú eres
el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel". La transformación realizada en
escasos minutos en la experiencia de este hombre ocupa todo el período
entre dos advenimientos para la nación. En el primer advenimiento de su
Mesías ellos dijeron de Él, en las palabras proféticas de Isaías 53, "No hay
parecer en él, ni hermosura", pero en el segundo advenimiento, cuando Él
vuelva en poder y gran gloria para establecer un reino sobre la tierra, Israel
lo reconocerá como su verdadero Mesías, Redentor, Dios y Rey. "¿Quién es
este Rey de gloria? Jehová de los ejércitos, él es el Rey de la gloria. Selah",
Salmo 24.10.

Debajo de la higuera
Es instructiva la posición de Natanael antes de que Felipe lo llamara. Estaba
debajo de una higuera, figurando un lugar de paz y prosperidad de la nación
en el reinado de Salomón. "Judá e Israel vivían seguros, cada uno debajo de
su parra y debajo de su higuera ... todos los días de Salomón", 1 Reyes 4.25.
Muchas características de ese reinado presentan el carácter bendito del
reino milenario de nuestro Señor Jesús y algo de la paz y prosperidad
gloriosas cuando la nación estaba unida y favorecida bajo el gobierno de
Salomón. Si bien el versículo citado de 1 Reyes menciona la viña (la parra) y
la higuera juntas, los encontramos tratados por separado en el Evangelio
según Juan. Natanael está asociado con la higuera en el capítulo 1, pero en
el capítulo 2 se trata la viña cuando parecía que faltaba el vino en la fiesta
nupcial.

En quien no hay engaño


Se menciona el carácter de Natanael en el 1.47: "en quien no hay engaño".
El Señor habló así cuando vio que el otro se le acercaba, y Natanael que al
principio era burlón fue vencido por el entusiasmo de Felipe al decir: "Ven y
ve". Lo hizo; él vino al Mesías de Israel. Glorioso para la nación será el día
cuando la combinación de una tribulación espantosa y el testimonio de un
remanente fiel les impulsen a arrepentirse, dar la vuelta y venir en fe a
Aquel que una vez despreciaron, vituperaron y crucificaron. ¡Israelitas de

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veras! Viendo en Natanael la nación restaurada, el Señor Jesús dijo: "en
quien no hay engaño".
Todas las características de Jacob según la carne desaparecerán con la
restauración de Israel. La nación que por tanto tiempo procuraba obtener la
primogenitura por astucia, engaño y fuerza propia, va a experimentar su
propio "Peniel" como su padre Jacob en Génesis 32.30. Bajo la amenaza de
una fatalidad por delante, ellos van a ser dejados solos con su Dios, 32.24.
La lucha y la resistencia terminarán a juro, e Israel, exhausto, aprenderá a
asirse a su Dios y solamente a Él. Entonces, y no antes, "el gusano Jacob",
Isaías 41.4, pisoteado y despreciado, será transformado maravillosamente
en "un verdadero israelita", cual príncipe con Dios, porque habrá luchado
con Dios y con los hombres, y vencido, 32.28.

De cierto, de cierto
La disposición de Natanael a venir y reconocer a Jesús como el Hijo de Dios
y el rey de Israel dio lugar al primer de cierto, de cierto que está registrado de
los labios del redentor de Israel. Estamos conscientes de que de cierto, de
cierto quiere decir, verdaderamente, verdaderamente, y llama la atención al
carácter definitivo de aquello que va a ser afirmado. Otra manera de ver esta
expresión viene del origen de la palabra "verdaderamente". El idioma griego,
empleado en la redacción del Nuevo Testamento, se aprovechó de la palabra
hebrea "amén", y es esta palabra que se traduce de cierto, de cierto en
español. Cada evangelio concluye con esta expresión.

Amén
Nosotros también empleamos este término, ¡o por lo menos debemos usarlo!
Es una palabra significativa que quiere decir, "Así sea". Es enfática y
testifica a la verdad de lo dicho o escrito. Es la palabra que, empleada
inteligentemente, significa que los concurrentes están de acuerdo cuando
un hermano ha conducido los santos en acción de gracias o ministerio de la
Palabra. ¡Es estéril y frío el ambiente en una asamblea cuando un hermano
ha participado aceptablemente ante el Señor en ejercicio sacerdotal y vuelve
a su asiento en medio de un silencio ensordecedor! ¡Cuán distorsionado es
cuando el único que dice Amén es aquel que ha hablado!
La palabra Amén no es el medio por el cual el locutor indica haber concluido
su aporte, sino lo que cada creyente puede emplear para significar su
acuerdo con, y endoso de, ese aporte hecho por cuenta de los demás.
"Amén, estoy de acuerdo; él ha hablado por mí". Debemos decirlo prudente y
sensatamente si apreciamos que la participación del hermano en la reunión
de una asamblea no es individual sino colectiva. Si se emplea un Amén
debidamente, el hecho de no decirlo indica que uno considera que el que
intervino en la reunión no ha expresado el sentir de la congregación, ¡y éste
debe reflexionar seriamente antes de pararse en otra ocasión! Amados de
Dios, favor de considerar amigablemente la exhortación, y hagamos el uso
debido de la palabra pequeña pero muy significativa, Amén.

Respaldo de lo dicho por Natanael


Es el caso, entonces, que cuando el Señor Jesús dijo de cierto, de cierto, Él
estaba diciendo literalmente, "Amén, amén". Muchas veces cuando el

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Salvador dijo estas palabras se ha podido observar que no estaba
introduciendo lo que estaba por decir, sino refrendando con un doble Amén
algo que acaba de decir. Si este es el caso en Juan 1.51, quiere decir que la
declaración en ese versículo es una consecuencia de la confesión de
Natanael en el v. 49, como representante de un Israel restaurada. ¿Y no será
este el caso? La nación puede conocer la bendición milenaria solamente
cuando ella reciba su Mesías por lo que Él es.
Además, un principio bíblico bien establecido está a la vista aquí. Cuando
hay aceptación de, y obediencia a, una verdad revelada, Dios revelará más.
Es de esta manera que los creyentes crecen en la gracia y el conocimiento
del Señor Jesús, porque le agrada al Espíritu Santo revelar verdades divinas
a la mente que se somete a la Palabra de Dios.

La promesa de gloria milenaria


La confesión, no obstante el prejuicio anterior, fue premiada con una
maravillosa promesa de parte del Rey por venir acerca de la gloria del reino
milenario. En una referencia clara al sorprendente sueño de Jacob en
Génesis 28, el Señor Jesús describe como en aquel milenio el cielo será
abierto y su administración conocida en la tierra. En aquel día los ángeles
serán mensajeros visibles entre la Jerusalén celestial y la gloriosa Jerusalén
terrenal, y ellos ascenderán y descenderán delante el Hijo del Hombre, el
Señor mismo.
La palabra traducida sobre en la frase "sobre el Hijo del Hombre" se traduce
delante en Marcos 13.9, "os entregarán ... delante de gobernadores", y con
en 1 Timoteo 5.19, "con dos o tres testigos". Se ve que su sentido claro es
"en presencia de". De manera que, en el milenio el Señor Jesús, un hombre
glorificado, será rodeado de santos y ángeles al reinar en justicia y paz. ¡Las
huestes celestiales obedientes a su mando! Ellos le ministraron a Él en su
debilidad y hambre en el desierto, Mateo 4.1, pero en aquel día servirán
gustosamente al eterno Hijo de Dios. Habiendo Él llevado una perfecta
humanidad al cielo, habrá regresado a la tierra para reinar como el Hijo del
Hombre.

(3) Juan 3.1 a 12

Este pasaje bien conocido en el Evangelio según Juan contiene una serie de
tres declaraciones donde cada una comienza con de cierto, de cierto. Visto
desde el ángulo personal e histórico, el dilema que enfrentó un principal
entre los judíos, devoto y religioso, es muy evidente; él está hablando en
privado con el Maestro sin letras de Nazaret. Visto de nuevo, esta vez desde
el ángulo nacional y dispensacional, hay un cuadro del renacimiento de la
nación de Israel en un día todavía futuro. Así como Natanael representaba a
Israel en su futuro reconocimiento de Jesús como el Mesías, Nicodemo
ilustra la experiencia futura de la nación cuando, en la noche de la
tribulación, una lucha proclama el renacimiento de Israel como un pueblo
para Dios.
Desde la perspectiva personal, parece irónico que Nicodemo, un respetado
miembro de la Sanedrín, "maestro de Israel", v. 10, y en el tope de la escala

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social, buscara un encuentro con el Señor a medianoche, cuando, en el
capítulo siguiente, leemos de una mujer reprobada y de reputación
cuestionable, una samaritana despreciada por Israel, favorecida con un
encuentro que el Señor programó para el mediodía. Aparentemente hubo
más "luz" acerca de la mujer samaritana que acerca de Nicodemo, porque
fue ella que se marchó del encuentro con el Salvador, diciendo: "¿No será
éste el Cristo?" 4.29.
Cualquiera el motivo de Nicodemo, parecería sincero su deseo de saber más
acerca del nazareno. Por un lado él estaba muy consciente de los orígenes
humildes y hermosos del hombre a quien quería encontrar, pero, por otro
lado tuvo que confesar que Jesús había venido de Dios como maestro. Los
milagros (literalmente, "las señales") realizados por el Señor hubieran sido
imposibles si Dios no estuviera con Él. Cualquiera que haya sido la
respuesta que Nicodemo esperaba, la que recibió le dejó la cabeza mareada:
"De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no
puede entrar en el reino de Dios".

El origen del nuevo nacimiento


Nicodemo no sabía que el hombre con quien hablaba era uno que "no tenía
necesidad de que nadie le diese testimonio del hombre", 2.23. Sus
pensamientos y motivos eran transparentes al Señor, como era también su
concepto del reino venidero. Si deseaba un debate teológico, sin duda se
sorprendió cuando el Señor comenzó con decir que sin renacer uno no
puede percibir el reino de Dios. El Señor no iba a debatir propósitos divinos
con un hombre que, si bien fuera versado en las Escrituras, era un ciego
espiritual. Al contrario, simplemente afirmó una verdad y esperó la
respuesta del fariseo.
Aquí encontramos una lección para nosotros. Puede que muchas veces se
nos acerque un amigo o colega inconverso con el deseo de debatir lo que
creemos. Debemos llevar en mente siempre que "el hombre natural no
percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura",
1 Corintios 2.14. Uno precisa de sabiduría para atender a estas preguntas,
teniendo presente que la sinceridad de parte de la otra persona no lo otorga
comprensión espiritual. La verdad de la palabra de Dios debe ser
presentada, no razonada, porque "la fe es por el oír, y el oír, por la palabra
de Dios", Romanos 10.17.
La expresión "nacido de nuevo" es una que ha entrado en el habla común y
se emplea generalmente en un tono un tanto burlón en boca de los impíos.
El Señor le dijo a Nicodemo que debía nacer "de arriba", enfatizando de esta
manera el origen del nuevo nacimiento. La palabra traducida "de nuevo" en
los vv 3 y 7 es el término griego que figura también en el v. 31, "El que viene
de arriba, es sobre todo". Se la emplea en Mateo 27.51 y Marcos 15.38 del
velo roto "de arriba abajo" y de nuevo en Juan 19.23 de la túnica de un solo
tejido "de arriba abajo". De esta manera Nicodemo fue instruido que el reino
de Dios no se realizaría por ritos carnales, por devotos que fuesen, sino por
un nacimiento de arriba. La ceguera del principal se demostró en la
incredulidad de su respuesta en el v. 4. El Salvador habló de nuevo,
paciente y tiernamente.

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La operación del nuevo nacimiento
"De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no
puede entrar en el reino de Dios", 3.5. Habiendo explicado el origen divino
del nuevo nacimiento, ahora el Señor le explica a Nicodemo cómo opera para
tener lugar. Se ha centrado mucho debate sobre la frase, "no naciere del
agua de el Espíritu", y la doctrina falsa de la regeneración bautismal
emergió de una comprensión errónea de esta y otras expresiones similares.
El texto no reza, "del agua y del Espíritu", sino "del agua y el Espíritu". No se
tratan de dos elementos, sino de uno. La "y" es kai en griego y es legítimo
traducirla "aun", conforme con el contexto. Tenemos, entonces, nacer del
agua, aun el Espíritu Santo.
Nicodemo no desconocía el concepto de gente admitida al reino (como él lo
concebía) por agua. Cualquier gentil que abrazaba la fe judía, y aspiraba
entrar en el reino (como ellos lo entendían), sellaba aquella transacción por
agua, es decir, por el bautismo. El ministerio de Juan el Bautista era visto
como una extensión de aquel concepto por el cual aquellos que reconocían
la indignidad de la nación a recibir su tan anunciado rey demostraban su
arrepentimiento personal y disposición para el reino al bautizarse.
Por supuesto Juan predicaba también que, aun cuando bautizado con agua,
Aquel que le dio ese ministerio era "el que bautiza con el Espíritu Santo";
Juan 1.31 a 33. Nicodemo tenía que aprender que no entraba en el reino por
el agua material del bautismo, sino por el Espíritu Santo. El nuevo
nacimiento cuyo origen era "de arriba" se efectuaría por la operación del
Espíritu quien aporta una vida de carácter espiritual, no carnal.

La consecuencia del nuevo nacimiento


Ha debido darle un susto a Nicodemo oir que él, con todo su pedigrí fariseo,
estaba fuera del reino. Le faltaba vida nueva si alguna vez iba a percibir o
entrar en el reino al cual pensaba pertenecer por nacimiento humano. Poco
nos sorprende que haya exclamado: "¿Cómo puede hacerse esto?"
Con todo, si hubiera entendido las Escrituras, como ha debido conocerlas
"un maestro en Israel", hubiera reconocido la ilusión a la profecía de
Ezequiel 11.19,20: "Les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro
de ellos; y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré
un corazón de carne, para que anden en mis ordenanzas, y guarden mis
decretos y los cumplan, y me sean por pueblo, y yo sea a ellos por Dios".
Es interesante que esta sección de Ezequiel venga inmediatamente después
del relato de un juicio justo en relación con la santidad de la casa de Dios, y
no debemos pasar por alto su nexo con Juan 2.13 a 17 (la purificación del
templo). Se cumplirá el pasaje en Ezequiel cuando Israel sea restauardo al
final del período de tribulación. Se engendrá después de una larga noche de
lucha.
¿Y la exclamación perpleja de Nicodemo no es un eco de las palabras de
Isaías 66.8 a 10? "¿Quién oyó cosa semejante? ¿quién vio tal cosa?
¿Concebirá la tierra en un día? ¿Nacerá una nación de una vez? Pues en
cuanto Sion estuvo de parto, dio a luz sus hijos. Yo que hago dar a luz, ¿no
haré nacer? dijo Jehová. Yo que hago engendrar, ¿impediré el nacimiento?
dice tu Dios. Alegraos con Jerusalén ..."

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La obediencia al nuevo nacimiento
El de cierto, de cierto de parte del Señor en vv 11,12 hace ver la necesidad de
obedecer para nacer de nuevo. Él habla de "yo", "nosotros" y "vosotros"
(sobreentendidos en castellano). Los "nosotros" son los que se asocian con
Cristo por el nuevo nacimiento y conocen cuestiones divinas. Los "vosotros"
son los que no reciben el testimonio. El Señor le dijo a Nicodemo que su
incapacidad para ver o entrar en el reino se debía a que "no recibís nuestro
testimonio". Sin la obediencia de la fe en los derechos de Dios, presentados
en el evangelio, no puede haber comprensión ni apropiación del reino de
Dios, v. 5. La asociación con Cristo y la confianza en el propsíto divino
pueden venir solamente al recibir ese testimonio.
La lucha persistió en Nicodemo, 7.50,51, pero a la postre llevó fruto. Él
abrazó al Cristo crucificado, 19.39 a 42, y así será la experiencia de Israel
en un tiempo futuro.

(4) Juan 5.1 a 30

El hombre impotente
La sanidad del hombre impotente en Betesda está registrada en los primeros
versículos de Juan 5. Este milagro, con los eventos posteriores en vv 10 a
18, forma el trasfondo de las próximos tres menciones de de cierto, de cierto
en boca del Señor Jesús. Veamos ahora, entonces, los eventos en Betesda
con miras a considerar en otra entrega los tres de cierto, de cierto.
En este estudio, como en los anteriores, hay un significado dispensacional
además de uno histórico. Esta historia es la tercera de las ocho señales
específicas que Juan registra en su Evangelio. Es importante notar las
referencias al tiempo. La ocasión fue "una fiesta de los judíos" y "era día de
reposo", vv 1,9. Juan no especifica a cuál fiesta se refiere. El énfasis aquí,
como en 6.4, es sobre el hecho que las convocaciones instituidas por Dios se
habían rebajado a ser "fiestas de los judíos". Ceremonias que en un tiempo
habían sido ocasiones de preciosa comunión con Dios eran ahora ritos
muertos y huecos, carentes de agrado para Aquel que las había ordenado.
Esto sucede siempre cuando el redimido pueblo de Dios pierde de vista su
santidad, misericordia y poder para salvar. Nosotros quienes por gracia
tenemos una cercanía a Dios que Israel nunca conocía, de ninguna manera
estamos exentos de la misma dureza de corazón que afligía a aquella nación.
Es una condición que puede chupar la vitalidad de nuestras reuniones y
robarnos de un temor reverencial del Dios vivo. Le niega a Él la adoración
que se merece y nos deja apáticos, fríos, insensibles y sin bendición.

Los cinco pórticos


La descripción de Betesda, la casa de misericordia, hace mención específica
de que contaba con cinco pórticos. Yacían en ellos una multitud de gente
impotente, cojo, ciego y atrofiado, y de entre ellos el Señor se fijó en un
señor que estaba enfermo desde hacía 38 años, v. 5. La palabra traducida

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"enfermo" en este versículo se usa en Romanos para la debilidad corporal y
para la ineficacia de la Ley a causa de la carne, 6.19, 8.3.
En Betesda un estanque, rodeado de pórticos, podía dar aliento, bendición y
salud. Por la debilidad de su cuerpo, este discapacitado, viviendo a la
sombra de aquellos cinco pórticos que son ilustrativos de todos los eventos y
requerimientos de los libros de Moisés ─ el Pentateuco, la Ley ― no podía
disfrutar de lo que el estanque ofrecía. El estanque podía dar lo que él
necesitaba, ¡pero él no podía cumplir con lo que requería de él! Si los cinco
pórticos son una figura de la ley dada por Moisés, ¿el estanque no será una
figura del reposo sabático? Por treinta y ocho años el hombre había estado
postrado y anhelaba estar sano. La Ley no podía levantarlo debido a la
debilidad de la carne, pero el Salvador sí podía; véase Romanos 8.3,4.

El reposo sabático
¡Treinta y ocho largos años! Exactamente la misma duración de las
peregrinaciones del pueblo de Israel en el desierto, Deuteronomio 2.14.
Aquel viaje ha debido requerir once días, 1.2, permitiendo a ese pueblo
entrar en el prometido reposo de Canaán, pero el escritor a los hebreos hace
ver que aquellos que salieron de Egipto nunca disfrutaron de ese reposo;
"aquellos a quienes primero se les anunciaron la buena nueva no entraron
por causa de la desobediencia", 6.4.
El hombre nunca conoció el reposo propio de la creación a causa del
pecado, y el de Canaán les fue negado a los esclavos en Egipto por la misma
razón, pero, promete Hebreos 4.9, "queda un reposo para el pueblo de Dios",
y es precisamente el reposo que emana del Calvario. Las bendiciones del
auténtico reposo sabático pueden ser disfrutadas por solamente los que
están en Cristo y quienes, por gracia, han sido introducidos a la plenitud de
su muerte expiatoria en el Calvario. Descansamos donde Dios descansa, en
la obra consumada de su Hijo amado, cosa que nunca se hubiera conocido
por las obras de la carne, sino efectuada por el poder del Señor Jesucristo
para salvar.
Desde la perspectiva divina el sábado involucraba deleite y el beneficio del
reposo en una obra completa de su Hijo amado, y para la creación el sábado
significaba descanso, recuperación y el beneficio del buen propósito de Dios.
Había un año sabático para el bien de la tierra, y el incumplimiento de esa
norma de parte de Israel a lo largo de 490 años resultó en que Dios los
quitara de la tierra para que fuera restaurado cada uno de los años
abusados, setenta en total. Fue por esto que el cautiverio babilónico duró
exactamente setenta años, 2 Crónicas 36.21.
El sábado les fue exigido a los israelitas en la Ley: "Guardarás el día de
reposo para santificarlo, como Jehová tu Dios te ha mandado. Seis días
trabajarás... Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu
Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido", Deuteronomio 5.12
a 15. Así el sábado semanal consagró principios de creación y redención. Si
bien no los observamos de la manera que hacía Israel, el principio aplica
todavía. El abandono del principio del sábado de la creación por parte de la
sociedad occidental, bajo el cual un día de la semana es puesto aparte para
descanso, ha resultado en un aumento en el estrés y el agotamiento. El
principio sabático es beneficioso para la salud humana, y es de notar que la
palabra griega ugiés, salud, se emplea siete veces en la narración de esta
tercera señal a la nación. "¿Quieres ser sano?" se encuentra seis veces en

10
Juan 5, y una séptima vez en 7.22, "sané completamente", ¡la salud y fuerza
de la nación restaurada!
Al preguntarle al hombre si quería ser sanado, el Señor sabía que su
respuesta positiva requeriría que él tomara su lecho y caminara en el día
sábado. La restauración del hombre y también el principio sabático serían
vinculadas estrechamente. La aplicación de esta bendición lo pondría en
conflicto directo con el mundo de la hueca formalidad religiosa. ¿Él estaba
dispuesto? Asociarse con Cristo y su poder para salvar es estar para
siempre fuera del campamento de la religión humana de justicia propia. Tan
seguramente como cortarían todos sus lazos al identificarse con la cruz, así
también este hombre se excluiría para siempre de lo desesperado de la
religión al tomar su lecho y andar en comunión con su Salvador en el día
sábado. "Y por esta causa los judíos perseguían a Jesús, y procuraban
matarle, porque hacía estas cosas en el día de reposo", v. 16.

La respuesta del Señor


El Señor respondió, diciendo: "Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo";
es decir, Él trabaja aun en este momento. El carácter del sábado no excluía
las obras beneficiosas de gracia y bondad, porque Dios no retiene sus
"beneficios diarios" en un cierto día de la semana. Si "mi Padre" trabaja hoy,
dijo Jesús, Yo también.
De una vez esta declaración escandalizó a los judíos como nunca. "Por esto
los judíos aun más procuraban matarle, porque no sólo quebrantaba el día
de reposo, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose
igual a Dios", v. 18.
El Señor respondió a esta acusación doble en vv 19 a 30, y es en esta
sección que encontramos la segunda mención triple de de cierto, de cierto.
Todo pende de la igualdad del Señor Jesús con el Padre; es asunto de su
deidad esencial. Si Él es igual con el Padre, entonces de cierto "el Hijo del
Hombre es Señor del día de reposo", Mateo 12.8. Si esto es cierto entonces
El no solamente no ha hecho nada digno de muerte, sino Aquel a quien
acusan debe ser su Mesías. De ahí el Señor hace tres declaraciones
categóricas que afirman su igualdad con el Padre, y las estudiaremos en la
próxima entrega.

(5) Juan 5.19 a 47

Nuestra entrega anterior trata de los eventos en Betesda que proveyeron el


trasfondo a tres de cierto, de cierto que el Señor Jesús pronunció. Él había
restaurado vida y salud al hombre impotente cuyos esfuerzos propios para
alcanzar el estanque ─ un tipo del descanso sabático ― nunca iban a
prosperar. Viviendo a la sombra de cinco pórticos ― típicos de las demandas
de la Ley en el Pentateuco ─ el desafortunado podía ver la meta de sus
débiles esfuerzos pero nunca lograrla. Así también la nación, de un todo
incapaz de guardar la Ley y entrar en sus bendiciones a causa de la
desobediencia de la carne, entrará en el reposo sabático solamente al
someterse a, y creer en, la Persona y la obra del Señor Jesucristo.

11
Al ser acusado de no respetar el sábado, Él dijo que su Padre no dejaba de
trabajar en el sábado y Él tampoco lo haría. Esta afirmación explícita de ser
igual con el Padre enfureció a los judíos; el Señor Jesús respondió con tres
declaraciones solemnes, cada una comenzando con un autoritario de cierto,
de cierto.
En el primero y el último Él habla en tercera persona, explicando la relación
entre el Padre y el Hijo y la armonía total de su actividad. En la segunda
declaración el Señor habla en primera persona, no dejando ninguna duda
en cuanto a su propia deidad e igualdad con el Padre. En todas tres, Él
enfatiza dos grandes hechos: el Hijo puede impartir vida a quien quiera, y
todo juicio le está encomendado a Él. El Dador de esta vida tiene autoridad
para decirle al impotente, "Levántate, toma tu lecho, y anda"; el Juez tiene
autoridad para decir también, "... no peques más, para que no te venga cosa
peor", v. 14.

Vida, juicio y honra, vv 19 a 29


En respuesta a la acusación indignada de los judíos que Él se hacía igual a
Dios, v. 18, el Señor habla de la relación entre el Padre y el Hijo. Sus
palabras de apertura son en realidad una declaración de principio, que el
auténtico nexo de hijo siempre desplaza el carácter del padre. "Respondió
entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo
hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que
el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente", v. 19.
La protesta de los judíos en Juan 8 que ellos tenían a Abraham de padre fue
repudiada por la reprimenda: "Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los
deseos de vuestro padre queréis hacer", 8.44. Bien han podido señalar un
linaje natural desde Abraham, pero esto no los consitituía hijos. Ellos no
manifestaban el carácter del fiel Abraham, sino el de su verdadero padre, el
diablo. Los hechos, entonces, son una evidencia de ser un hijo.
Las obras del Señor Jesús nunca estaban desvinculadas de la voluntad del
Padre. Había demostrado su poder para impartir vida y su autoridad para
juzgar, acciones que sus adversarios no dejaron de atribuir a Dios solo. Por
cuanto sus hechos concordaban con los del Padre, Él debe ser el Hijo de
Dios y su posición de igualdad absolutamente cierta.
La acusación de sus enemigos insinuaban que el Señor se estaba
presentando como un rival a Dios, no solamente igual sino independiente.
Por esto el Salvador declara que, lejos de ver el Padre en rivalidad en el Hijo,
Él lo ama y se deleita en manifestarle todo lo que está haciendo. Lo que el
Padre dispone, el Hijo ejecuta para la gloria del Padre. El Padre, por su
parte, despliega aun más su gloria por medio de las obras del Hijo, y un
pueblo incrédulo estaba por ver obras mucho más extensas en alcance y
poder que la sanidad de un hombre impotente.
El propósito del Padre es muy claro y da lugar a una de las mayores
declaraciones en la Escritura en cuanto a la deidad esencial y la co-igualdad
del Hijo con el Padre. "El que no honra al Hijo, no honra al Padre que le
envió", v. 23. Si los judíos querían ver en el Señor Jesús un impostor y
atrevido, el Padre declara su amor por Él al mostrarle sus propósitos,
dándole todo juicio y exigiendo que el Hijo sea honrado aun como le honra a
Él, el Padre. Aquellos que profesan honrar a Dios pero hablan des-
pectivamente de nuestro Señor son viles, y el mismo que vilipendian es
quien los juzgará en un día venidero.

12
Vida, juicio y oído, v. 24
Llegamos ahora a uno de los versículos de la Biblia más conocidos y más
amados. Explica cómo una persona puede saber a cuál de dos grupos
pertenece: los vivos o los juzgados. ¡Cuán maravillosamente precioso es! El
que oye y cree, vive. ¡Allí está! De los labios del Salvador mismo viene la
confianza que pasa de la muerte a la vida aquel que oye y cree.
Este hermoso versículo combina con la sección anterior para propor-
cionarnos uno de los varios casos en el Nuevo Testamento donde el Espíritu
Santo pone lado a lado en la página sagrada la soberanía de Dios y la
responsabilidad humana.
El v. 21 es una declaración de la soberanía en la cuestión de la vida
concedida a pecadores muertos en delitos y pecados: el Hijo levanta a los
que quiere dar vida. El ejercicio de aquella voluntad nunca se hace al azar
ni caprichosamente, sino siempre de acuerdo con la voluntad del Padre.
Para aquellos que son "elegidos según la presciencia de Dios Padre", 1 Pedro
1.2, el Hijo se dispone dar vida, ejecutando de esta manera los propósitos
del Padre en entera armonía con su voluntad. A la postre Él ejecutará juicio
sobre aquellos que no tienen esa vida.
Si esto fuera el único lado del asunto, el evangelio sería un mensaje de
fatalismo y no de fe. Sin embargo, justamente al lado de la clara declaración
de la soberanía está el segundo de cierto, de cierto del Señor en este
discurso. Si una afirmación de su soberanía merece de cierto, de cierto, así
también una exposición del libre albedrío a oir y creer. Ambas verdades
tienen el de cierto, de cierto del Señor Jesús y por lo tanto son de igual peso.
Lea las palabras de nuevo, apreciando la fragancia de la gracia y la
misericordia del Dios quien quiere salvar. "De cierto, de cierto os digo: El
que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a
condenación, mas ha pasado de muerte a vida", 5.24.

Vida, juicio y hora, vv 25 a 29


En la tercera solemne declaración de la verdad, el Señor Jesús habla de dos
distintos períodos de tiempo: el primero, "viene la hora, y ahora es", v. 25; el
segundo, "vendrá hora", v. 28.
El primer período ya había comenzado cuando el Salvador hablaba estas
palabras, y se ha prolongado por unos dos mil años. Es el tiempo en el cual
los espiritualmente muertos oyeron la voz del Hijo de Dios mientras Él
estaba en la tierra y desde su regreso a la gloria y desde la venida al mundo
del Espíritu Santo, los muertos han oído su voz en la predicación del
"evangelio de Dios ... acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo", Romanos
1.1,3. La confianza deleitosa que este Hijo de Dios da es: "los que la oyeren
vivirán".
Sin embargo, algún día terminará el período largo de este ministerio de vida,
y vendrá la hora contemplada en el v. 28. En aquella hora su voz no será
para los espiritualmente muertos sino para los físicamente muertos.
Debemos tener presente que cuando el Señor Jesús dijo estas cosas, no se
había revelado el programa divino de una resurrección selectiva. Los santos
del Antiguo Testamento estaban convencidos de que habría distinciones
entre los grupos a ser resucitados (los justos y los injustos), pero no sabían
de la distinción en el tiempo. Es por las Escrituras del Nuevo Testamento

13
que entendemos que hay programas distintos para los judíos, los gentiles y
la iglesia de Dios.
Cada programa contempla una resurrección distinta. Para la iglesia hay la
resurrección selectiva de creyentes que "duermen en Jesús", 1 Tesa-
lonicenses 4.14; para el judío hay la resurrección de los santos del Antiguo
Testamento juntamente con los mártires de la tribulación, en la
manifestación del Señor Jesús cuando Él viene a reinar en gloria, Daniel
12.13, Apocalipsis 20.6; para las naciones gentiles hay la resurrección en la
consumación del tiempo, cuando aquellos que son resucitados
comparecerán ante el gran trono blanco, Apocalipsis 20.11 a 13.
Aquellos que oyen y creen tienen vida. Aquellos que rechazan la vida del
Hijo de Dios serán juzgados por el Hijo del Hombre. El triple de cierto, de
cierto del Señor Jesús es solemne sin duda.

(6) Juan 6.1 a 40

El sexto capítulo del Evangelio según Juan es el más extenso y es


excepcionalmente sustancioso. Los eruditos nos explican que había
transcurrido todo un año entre la sanidad del impotente en Betesda,
narrada en el capítulo 5, y la alimentación de la multitud como se la cuenta
en el capítulo 6, pero el único evento que Juan registra de esa coyuntura es
el milagro de la comida y la disputa que generó. Un estudio cuidadoso de los
Evangelios Sinópticos revelará que el Espíritu Santo ha registrado más de
veinte otros eventos durante ese período del ministerio del Señor, de manera
que la alimentación de los cinco mil varones (además de mujeres y niños)
fue claramente una crisis en la presentación del Salvador a la nación de
Israel. Por esta razón también, este milagro es el único que todos cuatro
evangelistas incluyen en sus escritos.
Cuatro veces en el capítulo el Señor enfatiza con de cierto de cierto,
exigiendo nuestra atención solemne. Acordémonos (porque somos muy
propensos a olvidar) que Él hablaba solamente como el Padre le instruía
hacerlo: "Yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él
me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar", 12.49.
Las palabras del Salvador, por lo tanto, emanan del trono de Dios y nosotros
debemos reverenciarlas.
Cuando el Señor Jesús tuvo a bien introducir determinadas declaraciones
con de cierto, de cierto, cuánto más debemos reflexionar sobre el significado
y peso de sus enseñanzas. Como hemos hecho en entregas anteriores, en
esta debemos ver el escenario y luego el contexto de las declaraciones
divinas que estudiaremos en la entrega siguiente.

Los antecedentes del milagro


De las tres pascuas que el Señor menciona en 2.13, 6.4 y 11.55, la segunda
forma el trasfondo de la milagrosa alimentación de la multitud. El Señor
estuvo en Jerusalén en la primera y la tercera ocasión, pero en Galilea en la
segunda. La pascua era siempre una temporada de mucha emoción, pero,
inmediatamente antes de ésta, Herodes había dado muerte a Juan el

14
Bautista, y los apóstoles que el Señor había enviado para predicar el reino
de Dios recién habían regresado de su misión, Marcos 6, Lucas 6.
Los discípulos propios del Señor no habrán estado inmunes del mucho
movimiento entre el pueblo que estaba buscando un líder para librarlos de
la opresión romana. Una revuelta estaba en el aire, y Galilea era un área
fértil para las protestas, Lucas 13.1. Tal vez fue por estas razones que el
Señor tomó sus discípulos y "se retiró aparte, a un lugar desierto de la
ciudad llamada Betsaida", Lucas 9.10. La necesaria privacidad duró poco,
sin embargo, porque el pueblo fue presto a seguir, "porque veían las señales
que hacía". El Señor "los recibió, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a
los que necesitaban ser curados", Lucas 9.11. ¡Tierna la compasión que
manifestó!
Su primo hermano y precursor espiritual, Juan el Bautista, recién había
sido sepultado. Sus apóstoles estaban llenos de "todo lo que habían hecho",
Mateo 14.12, Lucas 9.10, y ellos también estaban irritados en esas
circunstancias, pero no así el Salvador. Compasivamente, Él atendió a la
multitud que se estaba reuniendo y pacientemente les enseñó en todo el día.

El reparto milagroso para todos


Mateo, Marcos y Lucas nos relatan que los discípulos iniciaron la
distribución de comida para el gentío con aconsejar a Jesús a despedir a
todos. ¡Consejo para el Señor! De una vez Él respondió con mandar a darles
de comer. Juan no hace mención del preludio, sino se enfoca sobre cómo el
Señor probó a Felipe. Aquel discípulo no tardó en estimar la magnitud del
problema; costaría una fortuna dar un poquito a cada uno, aun suponiendo
que fuera posible obtener semejante cantidad de alimentos localmente a esa
hora del día. Andrés trajo a un muchacho que cargaba cinco panes de
cebada y dos peces pequeños, pero "¿qué es esto para tantos?" 6.9.
¡Qué de extremos! Doscientos denarios fue el concepto que tenía Felipe de la
insuficiencia, casi las dos terceras partes de un jornal diario. Cinco de los
panes de la gente pobre y dos pequeños peces ─ ¡oh, qué poca cosa! ― fue la
medida que puso Andrés a la futilidad de intentar a satisfacer la necesidad
de la multitud. Costo, calidad y cuantía son mediciones humanas y siempre
serán inadecuadas para la obra del Señor.
Diga, amado creyente, ¿cuán grande es su Dios? Posiblemente seamos de la
gente que "piensa en grande", el tipo de persona de "doscientos denarios".
Aun pensando así, nos damos cuenta de lo inadecuado de tan grande suma
cuando apreciamos cuánta es la necesidad. Doscientos es un número que
parece estar vinculado con lo limitado del pensamiento humano. Le hizo a
Acán caer, Josué 7.20,21; y Micaía, Jueces 17.1 a 5; y Absalón, 2 Samuel
14.26,27, 15.11; y, derrotará a grandes ejércitos, Apocalipsis 9.16. Más
probablemente somos de la gente que se quedan pasmados ante la pequeñez
de nuestros recursos, tanto materiales como espirituales. ¡Los cálculos y
razonamientos humanos son grandes enemigos de la fe en la obra de Dios!
Quién sabe por qué el muchacho estaba preparado cuando todos los otros
no estaban. ¡No es típico de un muchacho guardar su almuerzo hasta el
final del día! ¿Será que era un pastorcillo, desconcertado por la intrusión de
un gentío en la soledad de su pasto? Las laderas de lo que conocemos hoy
día como Los Altos de Golán estaban verdes con la hierba de primavera, y
fue en ellas que el Señor mandó a la multitud a sentarse. ¡Siempre es
provechoso reflexionar sobre las grandes cosas que el Señor puede hacer

15
con lo poco que se le ofrece para el uso suyo! No le hacía falta el aporte del
muchacho, como tampoco necesita los exiguos recursos que usted y yo
poseemos.
La maravilla es que Él estaba dispuesto a incluir al muchacho y los
discípulos en esta gran obra de Dios. Es típico de nosotros pensar en
función de cuánto aportamos al servicio del Señor, pero la sencilla realidad
es que la obra del Señor progresaría mejor sí Él la hiciera solo. Pero, opta
por involucrarnos y usarnos para su gloria. ¡Maravilla que es! Que Dios nos
dé la humildad y fe que tanta falta nos hacen, porque el orgullo y la
incredulidad siempre se ocupan de lo inadecuado del costo, la calidad y la
cuantía.
Cuando Dios protestó por la conducta de Israel en Salmo 50, no fue por una
falta en su atención religiosa al sistema levítico, sino porque "pensaban que
de cierto sería yo como tú", 50.21. Estaban tan orgullosos de su formalidad
que ellos habían perdido de vista la grandeza y gloria de Dios. Pensaban que
sus sacrificios le hacían falta a Él: "Si yo tuviera hambre, no te lo diría a ti,
porque mío es el mundo y su plenitud", fue su reprensión severa del v. 12.
¿Y qué correctivo demandó Él de su pueblo? "Sacrifica a Dios alabanza, y
paga tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia; te libraré, y
tú me honrarás", vv 14,15.
La idea que tienen algunos que la disposición del muchacho a compartir su
merienda dio un ejemplo que todos los demás imitaron es tan patética que
no amerita más comentario. El Señor Jesús tomó en sus manos la comida
proferida, dio gracias (cosa significativa) y procedió a repartirla a los
discípulos, quienes a su vez la pasaron "entre los que estaban recostados",
6.11. Esta no fue nada menos que un milagro de poder creacionista de parte
del Hijo de Dios, de quien está escrito: "En él fueron creadas todas las cosas,
las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean
tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado
por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas
en él subsisten", Colosenses 1.16,17.

El resultado del milagro


La expresión "aquellos hombres" en el v. 14 es completamente enfática.
Ellos habían visto milagros anteriores, v. 2, y habían seguido al Señor,
queriendo ver más. Ahora habían sido participantes en este gran milagro
que les dio a comer, y en conjunto querían apoderarse de Él y hacerle rey, v.
15. Algunos de ellos, según narra Lucas, suponían que el Señor era Juan el
Bautista resucitado de los muertos, otros Elías y todavía otros algún otro
profeta.
De ninguna manera estaban unidos en esto, que el hombre que les había
alimentado, y había efectuado otros milagros también, era aquel que
querían como líder de su insurrección contra los opresores. De una vez el
Señor actuó de tres maneras: mandó a sus discípulos ir a Betsaida, despidió
la multitud y se fue al monte a orar, Marcos 6.45,46.

(7) Juan 6.15 a 33

16
En Galilea, donde estaba el mayor resentimiento y oposición a la ocupación
romana de Israel, el Señor alimentó milagrosamente cinco mil varones
además de mujeres y niños. Para el pueblo, el surgimiento de un hombre
que podía alimentarlos y liderizarlos fue motivo para procurar tomarlo a juro
y hacerlo rey. Es posible que el súbito despacho de sus discípulos al otro
lado haya sido la manera del Señor de asegurar que no fueran infectados
por este fervor nacionalista, pero la narración en los Evangelios deja claro
que había otras razones también para este viaje lleno de incidentes.

Las ocho señales


Juan registra ocho señales específicas que el Señor efectuó, señales que
demostraron claramente a la nación que Él era Dios y Mesías. Su rechazo de
Él a la postre no se debía a algún mal entendido sino a una rebelión total
contra todo lo que habían oído y visto en los milagros que Él hizo.
La alimentación de los cinco mil fue la cuarta señal para la nación, y en su
secuencia inmediata, la quinta fue dada cuando el Señor caminó sobre el
agua y calmó la tempestad. El hecho que las primeras tres señales (el
milagro en Caná, la sanidad del hijo de un noble y la de un impotente en
Betesda) precedan a nuestro estudio del capítulo 6, y que lo sigan las tres
últimas señales (vista para el que nació ciego, la resurrección de Lázaro y la
gran pesca), hace ver que los eventos vinculados de la cuarta y la quinta son
fundamentales en el Evangelio según Juan. Cuatro veces en este capítulo el
Señor dice de cierto, de cierto, vv 26, 32, 47 y 53.

La cuarta y la quinta señal


Los eventos de estas dos señales son el tema de 6.1 a 31. Luego el Señor
procede a dar una exposición de las señales, vv 32 a 59. Se ve, entonces,
que el primer de cierto, de cierto, v. 26, viene al final de los eventos y antes
de la exposición de ellos. "De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no
porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os
saciasteis". De esta manera el Salvador pone el dedo justamente sobre los
problemas de la nación: ellos eran sensuales y no espirituales, ciegos aun
cuando podían ver, muertos aunque vivos, ignorantes pero poseídos de los
oráculos de Dios. Buscaban al Señor, sí, pero no por quererlo a Él. Habían
visto los milagros, sí, pero no habían visto a través de los milagros para
contemplar la deidad de Aquel que los hizo. ¡Nación ciega, necia, impìa!
Somos prestos a considerar su necedad, ¿no es cierto? ¡Pero espere! ¿Qué
del corazón mío ante el Salvador hoy mismo? ¿Qué es mi apreciación de Él?
Es del todo correcto que yo lo ame por lo que ha hecho por mí, ¡bendito sea
su nombre! ¿Pero veo más allá de la bendición que Él da? ¿Miro a través del
don hasta el Dador? ¿Miro más allá de la maravilla de la salvación a la
dignidad del Salvador? ¡Pobre corazón el mío, tan propenso a ser sensual en
vez de espiritual, tan tardo para creer y tan torpe para asirse a Cristo por lo
que Él es!
En el milagro de la quinta señal (la caminata sobre el agua y la tempestad
dominada) el Señor demostró su deidad ante la nación. La multitud sabía
bien que solamente una barca zarpó para cruzar hacia Capernaum, v. 17,
y el Señor Jesús no estaba abordo, v. 22. Se asombraron, pues, cuando
habiendo cruzado el lago el día siguiente, encontraron que el Señor ya
estaba en Capernaum. ¿Cómo llegó?

17
Mientras más consideraban el asunto, más se dieron cuenta de que había
una sola explicación. Él llegó caminando, ¡caminando sobre el mar! Sin
duda el Espíritu Santo les haría recordar la escritura donde Job declara, al
contemplar la grandeza y majestad de Dios: "El solo extendió los cielos, y
anda sobre las olas del mar", Job 9.8. Les habrá recordado también las
hermosas palabras de Etán en Salmo 89: "Oh Jehová, Dios de los ejércitos,
¿Quién como tú? Poderoso eres, Jehová, y tu fidelidad te rodea. Tú tienes
dominio sobre la braveza del mar; cuando se levantan sus ondas, tú las
sosiegas", vv 8,9. Y más; otro salmista declara: "Cambia la tempestad en
sosiego, y se apaciguan sus ondas", 107.29.
¡El hombre que puede atravesar el mar a pie y tornar temepestad en calma
es Dios! Las Escrituras lo declaran y toda ignorancia de la deidad de Jesús
de Nazaret queda descartada. ¿La nación lo recibirá o lo rechazará?

El relato de Marcos
Su pluma guiada por el Espíritu Santo, Marcos ofrece otro enfoque. Al
narrar los eventos de la tempestad y la presencia del Señor, Marcos nos dice
que Él "subió a ellos en la barca, y se calmó el viento; y ellos se asombraron
en gran manera, y se maravillaban. Porque aún no habían entendido lo de
los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones", Marcos 6.51,52.
El propósito del Salvador en enviar a sus discípulos a entrar en una
tempestad, sabiendo que el susto los sacaría de su autocomplacencia, fue
para ablandar sus corazones.
Aceptando que había otras razones por la quinta señal, no podemos dejar de
preguntarnos si los discípulos se hubieran involucrado si su respuesta a la
visión del Salvador hubiera sido anterior a su respuesta al milagro en la
ladera. Si su obra en la cuarta señal les había causado estar asombrados en
gran manera, "y se maravillaban", no ha debido ser necesaria la lección del
gran viento.
¡Y somos parecidos! Tan a menudo las lecciones que tenemos que aprender
no son dictadas en ocasiones de la evidente bendición y bondad de Dios
para con nosotros, sino en las largas y espantosas horas de la noche cuando
"estaba ya oscuro, y Jesús no había venido", Juan 6.17. El Señor sabía que
estaba enviando sus discípulos a una tempestad y sabía que en la oscuridad
ellos iban a aprender cosas que no los habían hecho mella en la montaña.
Su propósito fue ablandar sus corazones e instarles a maravillar más.

El relato de Mateo
Mateo cuenta la parte de Pedro en todo esto, y cómo aquel pescador fuerte y
emprendedor fue llevado a reconocer que dependía enteramente del Señor.
Cuando ya no pudo por su propia fuerza y habilidad, comenzó a hundirse y
clamó: "¡Señor, sálvame!" Pasó la tempestad; todo estaba bien, y "al
momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca
fe! ¿Por qué dudaste?" 14.31.
Los discípulos, lejos de tener el corazón endurecido, autocomplaciente,
fueron convertidos en adoradores bien dispuestos y asombrados,
reconociendo de nuevo que no eran nada y que Cristo era todo. Es por esto,
amados santos de Dios, que a veces los nubarrones nos cubren, porque
tantas veces los mayores milagros de sustento no enseñan nuestros
corazones a adorar tan eficazmente como lo hacen los temores y las

18
lágrimas de la noche. Pero el Salvador está allí todo el tiempo, vigilando a los
suyos, esperando pacientemente hasta que corazones orgullosos estén más
dispuestos de nuevo a reconocerlo como Señor  corazones que se ablandan
para ver de nuevo con compasión a los menesterosos; corazones
autocomplacientes que son impulsados a confesar de nuevo su dependencia
de Él no más, para que Él no más sea adorado.
"De cierto, de cierto, os digo que me buscáis ... porque comisteis el pan ..."
Anteriormente, en 1.38, Juan había citado las palabras del Señor Jesús a
dos hombres que lo seguían, "¿Qué buscáis?", y no nos haría mal repasar
nuestras vidas cristianas a ver qué buscamos. Lo amamos por su gran
sacrificio en el Calvario; lo amamos por su misericordia y bondad; lo
amamos por todas las promesas preciosas que ha hecho. Esto es bueno y
agradable a Dios, pero la adoración más sublime, la paz más dulce, y "la
buena parte", Lucas 10.42, es cuando nuestros corazones están cautivados
por lo que nuestro Señor Jesucristo es en sí. El Salvador está preguntando
hoy: "¿Qué buscáis?"

(8) Juan 6.22 a 58

Una de las verdades primarias del Evangelio según Juan es que el Hijo de
Dios vino al mundo, y a la nación judía en particular, para revelar el Padre.
Entre todas las maravillosas obras del Salvador, Juan registra ocho milagros
específicos, cada uno de ellos una señal a la nación: si iban a conocer su
Dios, debían recibir y honrar al Hijo.
Hemos visto en entregas anteriores algo de la importancia de los eventos del
capítulo 6 que detalla la cuarta y la quinta señal a Israel en la alimentación
de los cinco mil y la caminata sobre el mar. Cuatro veces en este capítulo el
Señor Jesús emplea las palabras de cierto, de cierto, y Él concluye la
primera de esas declaraciones, vv 26,27, con decir del Hijo del Hombre: "a
éste señaló Dios el Padre". La verdadera calidad de hijo manifiesta el
carácter del padre, y era de esperar que el Señor dijera de aquel que el Padre
señaló era el Hijo de Dios.
Pero no, el Señor emplea el título Hijo del Hombre, uno que solamente Él
usaba. Los únicos otros casos registrados donde otros emplean este título
acerca del Señor son cuando hombres citaban sus propias palabras, como
por ejemplo en 12.34. Cual Hijo del Hombre, el Señor Jesús era el máximo y
más perfecto ejemplo de todo lo que Dios quería que el hombre fuera,
manifestado en todo su proceder el carácter y las características ideales de
los hombres. Todo lo que Él exhibía, lo era, y no era un Reflector de toda la
gloria de la humanidad perfecta, sino la revelación de ella como es el
singular Hijo del Hombre. Igualmente, no era el Reflector del carácter del
Dios eterno, sino la revelación de ello, porque era en esencia tan divino
como era humano.

Al hablar de la vida eterna, la cual el Hijo del Hombre da, "porque a éste
señaló el Padre", 6.27, el Señor Jesús estaba haciendo ver que el milagro del
alimento y su posterior caminata no fueron obras para glorificarse a sí
mismo como hombre entre hombres, sino señales por las cuales su

19
revelación del Padre eran pruebas certificadas por Dios mismo. Si uno que
es indudablemente hombre está haciendo obras que son indudablemente
divinas, Él debe ser Dios mismo, y por ende el Mesías de Israel. El Hijo del
Hombre tenía el sello de comprobación del Padre sobre sus obras y por sus
obras.
"Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras
de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el
que él ha enviado", vv 28,29. Si estos versículos figuraran aparte, podríamos
concluir de ellos que Dios requiere de su pueblo una obra en particular, la
de creer en su Hijo. Sin embargo, el favor con Dios (y específicamente la
salvación) nunca es con base en las obras, sino por fe. El versículo que
sigue y el discurso subsiguiente nos explican la respuesta del Señor. Por
supuesto, siempre es importante leer una escritura en su contexto. Cuando
el Señor Jesús afirmó que "esta es la obra de Dios", Él se refería al milagro
de alimentar a los cinco mil. Dios el Padre había hecho una gran obra por
medio del Hijo del Hombre, y fue con el fin de "creáis en el que él ha
enviado". Fue de esta manera que el Padre había señalado, o autentificado,
el Hijo del Hombre, y así como el Hijo había revelado al Padre, también el
Padre al Hijo.
Esto explica por qué "le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para
que veamos, y te creemos? ¿Qué obra haces?" v. 30. Evidentemente la
muchedumbre estaba dispuesta a aceptar que el reparto milagroso fue una
obra de Dios, pero si era obra de Dios, ¿qué podía hacer este hombre
presente entre ellos para demostrar su propio poder? El énfasis en el v. 30
está sobre la tú. ¿Qué es tu señal, qué es tu obra? El incumplimiento de los
judíos a ver el Padre revelado en el Hijo venía acompañado de una
comprensión errónea de la fuente del maná dado a sus padres en el
desierto. Fue para corregir esta falta de entendimiento que el Señor
pronunció otro de cierto, de cierto.
Los judíos, siempre buscando señales a causa de su incredulidad, querían
ver al Señor hacer algo que sería indiscutiblemente suyo propio. Decían en
efecto: "Cuando Moisés se presentó para guiar la nación, él invocó pan del
cielo. Reconocemos que hemos visto una obra de Dios en la alimentación de
los cinco mil, ¿pero qué puedes hacer por tu propia cuenta?"
"Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del
cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios
es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo", vv 32,33. En su cita de
Salmo 78.24,25 los judíos pensaban que fue Moisés que dio a comer, pero el
Señor les enseñó que quien lo hizo fue Dios mismo. Moisés fue el mediador
en la bendición, el instrumento en su entrega, pero Dios "señaló" a Moisés a
la vista del pueblo, y de una manera aun más maravillosa, ahora el Señor
Jesús se presentaba ante ellos como el antitipo de aquel maná.
Moisés nunca multiplicó panes en sus propias manos. Él dependía del maná
para su propio sustento, así como el pueblo, pero el Hombre que podía
multiplicar el pan y los peces no sólo proveyó comida material sin límite sino
también podía atender a la gran necesidad espiritual de su pueblo con tan
sólo que ellos aceptaran. El alimento espiritual no era algo que Él dio, sino
algo que Él era en sí. "Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá
hambre", v. 35. Así como el Señor había demostrado su superioridad sobre
Jacob en el capítulo 4 cuando le dio a la mujer de beber agua viva, también
demostró su superioridad sobre Moisés en el capítulo 6. Moisés gestionó

20
comida material para el pueblo, pero el Salvador mostraría ser el verdadero
pan del cielo para todo aquel que comiera de Él y lo tomare para sí.

La incredulidad deliberada de los judíos se ve claramente cuando lo niegan y


dicen en el v. 34, "Señor, danos siempre de ese pan", murmurando porque
les hacía ver que el pan que buscaban era Él mismo, v. 41. (La palabra
"Señor" en el v. 34 es la misma forma de hablar usada por la mujer
samaritana en el capítulo 4).
La incredulidad es una condición por demás debilitante. "Incredulidad"
quiere decir literalmente no tener fe, y la actitud sin fe de parte de los judíos
los condujo a pensamientos cada vez más extremos e irracionales. Cuando
una persona rechaza una verdad que ha sido revelada claramente, él o ella
justificará su posición con cualquier argumento por absurdo que sea.
Tristemente, hay creyentes que se recurrirían a toda suerte de gimnasia
intelectual para explicar por qué no se someterán a la instrucción de las
Escrituras.
El rechazo del Señor de parte de los judíos después de la clara
manifestación de su deidad y humildad en Juan 6 los indujo a lanzar una
pregunta absurda e indiscreta: "¿Cómo puede éste darnos a comer su
carne?" v. 52. Sus palabras y hechos lo declaron ser el Hijo de Dios, el
revelador del Padre, pero para ellos en su deliberada incredulidad Él era
"Jesús, el hijo de José", v. 42.
En el tercer de cierto, de cierto del capítulo el Señor declaró con meridiana
sencillez: "De cierto, de cierto, el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el
pan de vida", vv 47,48. Era evidente a cualquier mente abierta que el Señor
no hablaba de pan material ni de sustancia física. Era claro para la fe que
en el Señor había vida, vida eterna, y aquellos que le recibían por fe
tomarían esa vida para sí. La vida a ser encontrada en Él sería a costa del
sacificio de la vida suya, v. 51, pero en vez de postrarse en adoración los
judíos "contendían entre sí". La murmuración y contienda hacían recordar
vívidamernte sus padres en el desierto, Éxodo 16, Números 20.
En el de cierto, de cierto final de este capítulo sustancioso, el Señor repite un
punto vital que los judíos no habían captado. "Vuestros padres comieron el
maná en el desierto, y murieron", enfatizando así la naturaleza temporal del
pan del cielo, aun cuando era "pan de ángeles". Estaban más impresionados
por sus recuerdos deficientes del maná material que por la revelación de la
verdadera naturaleza del pan del cielo, el Señor Jesucrito. El Salvador cerró
su discurso con un contraste vívida entre aquellos que recibieron el maná
material y aquellos que recibieron a Aquel de quien el maná era meramente
un tipo. "Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres
comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente",
v. 58.

(9) Juan 8.2 a 59

21
Las próximas tres ocasiones cuando el Señor Jesús pronunció las palabras
de cierto, de cierto están todas en la sección de Juan 8 donde fue sujetado a
uno de los más intensos abusos verbales que los judíos jamás lo dirigieron.
Los vv 21 a 59 narran una disputa que fue tan intensa de parte de los
judíos como fue dignificada de parte del Señor.

La mujer tomada en adulterio


La primera causa de este nuevo intento a matar al Señor Jesús fue su
conducta en el incidente al comienzo del capítulo 8 donde los escribas y
fariseos le habían presentado una mujer tomada en adulterio. Esta más
reciente iniciativa torpe y cruda “para poder acusarle”, v. 6, los obligó a
marcharse del templo uno tras otro, convictos de su pecado, mientras su
víctima indefensa resultó perdonada y gozosa de corazón.
Por mucho tiempo los estudiantes de las Escrituras han discutido el asunto
del Salvador escribiendo con el dedo en la tierra del templo. Quizás uno de
los criterios que más apela es que Él escribió los nombres de los acusadores,
uno por uno, conscientes todos ellos de las palabras de Jeremías el profeta:
“¡Oh Jehová, esperanza de Israel! Todos los que te dejan serán avergon-
zados; y los que se apartan de mí serán escritos en el polvo, porque dejaron
a Jehová, manantial de aguas vivas”, 17.13.
¿Y recientemente estos hombres no habían dejado a Jehová, manantial de
aguas vivas, cuando “en el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en
pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba”, 7.37,38?
Lo habían dejado, y ahora en el capítulo 8 sus nombres están “escritos en el
polvo”. Poner al descubierto el error y el pecado siempre genera enojo en el
corazón no arrepentido, y el enojo de los judíos fue tal que, al poder hacerlo,
querían matarlo a Él allí mismo.

Los acusadores se alejan


Es llamativo que el atrio de las mujeres, normalmente muy concurrido,
donde había tenido lugar el incidente de la adúltera, se haya encontrado
desocupado, excepto por el Señor y la mujer, v. 9. Aquí hay evidencia de
“disensión entre la gente a causa de él”, 7.43. Los acusadores, convictos
pero no arrepentidos, evitaron la mirada penetrante y la presencia
enteramente santa del Señor Jesús, pero el temor de la mujer arrepentida se
volvió en gozo cuando ella experimentó la mirada misericordiosa y las
palabras tiernas de Aquel que ahora era su Salvador.
¿Y no fue así cuando fuimos salvos? ¿No sentimos como a solas con el
bendito varón del Calvario, cuando convictas nuestras almas por las
demandas del evangelio que el Espíritu Santo nos presentaba? Mientras
otros igualmente necesitados hacían caso omiso de la misericordia de Dios y
el poder para salvación del Señor Jesús, la gracia divina nos alcanzó en toda
nuestra angustia particular y nos llevó a conocer al único Salvador de los
pecadores.
Aquella querida mujer tiene perpetuo motivo para dar gracias a Dios por la
segunda escritura en el suelo por mano del Salvador, 8.8. La primera
escritura del dedo de Dios grabó en piedra la ley que la condenaba, pero la
segunda escritura, Deuteronomio 10.1 a 5, fue guardada en el arca del
pacto de madera de acacia, un hermoso cuadro típico de la ley consagrada y
preservada en el corazón del hombre perfecto. Obsérvese que en

22
Deuteronomio 10 no se menciona el oro que forraba el arca. El hombre
perfecto glorificado en el cielo no está a la vista, sino el hombre que vino
aquí de Dios en toda la gloria moral de una vida impecable, inmarcesible y
santa. El Salvador no hizo caso omiso del pecado de la mujer en aquella
ocasión, sino otro día en amor murió por ese pecado.

Los acusadores regresan


Pronto los atrios del templo eran hervidores de nuevo, ahora como si fuera
con una manada de perros que se habían dado cuenta de que perseguían
un animal más fuerte que ellos. Los judíos empezaron cautelosamente a
rodear al Señor de nuevo, como un pronóstico evidente del día cuando se
cumplirían las palabras de Salmo 22.16: “Perros me han rodeado; me ha
cercado cuadrilla de malignos”. Sin embargo, la iniciativa no es suya, y el
Señor habla primero, comenzando con el segundo de los siete grandes Yo
soy que Juan registra: “Yo soy la luz del mundo”, 8.12.
Por cuanto el Señor testificó a la veracidad de su propio ministerio, Él
reconoció que la ley requería el testimonio de dos hombres al menos para
sustanciar una carga, v. 17. Fácilmente ha podido convocar a sus
acusadores como testigos, porque ellos habían demostrado la verdad de lo
que había dicho: “No envió Dios a sus Hijo al mundo para condenar al
mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree no es
condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído
en el nombre del unigénito Hijo de Dios. Y esta es la condenación: que la luz
vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque
sus obras son malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y
no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que
practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son
hechas en Dios”, 3.17 a 21.
Confrontados por la Luz del Mundo, estos miserables hipócritas se
escondieron en los rincones recónditos cuando sorprendidos por una luz.
¡Cuán pacientemente el Salvador aguantó su proceder impío! Con todo, el
Señor no apeló a sus testigos. Él llamó a los testigos del Padre, suscitando
la pregunta: “¿Dónde está tu Padre?” v. 19. Ahora el escenario está
preparado para que el Señor Jesús tome para sí tres veces (el número del
testimonio perfecto) el título divino Yo soy. Lo hace en los vv 24, 28 y 58.

“Yo soy”
Escribió John Phillips: “Conviene tener presente que Yo soy era el más
destacado nombre para Dios que los judíos conocían y ellos lo trataban con
la mayor reverencia. Era conocido como el nombre inefable, y ellos no lo
usaban. Se dice que cuando un escriba copiaba las Escrituras y llegaba a
este nombre para Dios, él tomaba una plumilla nueva sólo para escribirlo.
Se dice que cuando un lector en la sinagoga llegaba a este nombre en el
texto sagrado, él no lo leía sino inclinaba la cabeza en reverencia, y la
congregación, sabiendo que estaba pensando en el nombre inefable, se
inclinaba también”.
Tal vez podemos imaginarnos, entonces, el impacto sobre los judíos cuando
el Nazareno no sólo pronunció el nombre sagrado tres veces ―no una vez―
en escasos minutos, sino también lo tomó para sí. Estas declaraciones, sin
embargo, no describían a un hombre que estaba decepcionado, así como los
judíos acusarían más adelante, v. 48. Adicional a esta declaración de

23
deidad, el Señor Jesús recalcó también su humanidad dependiente con
palabras tales como, “Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre,
entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino según
me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me
ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”, vv 28,29.
Si algunos se escandalizaron, otros creyeron en Él, y es a ellos que el Señor
se dirige ahora.

“Muchos creyeron en él”


Algunos expositores distinguen entre aquellos que “creyeron en él” en v. 30
y los del v. 31 que (según se sugiere) solamente “habían creído”. [Aquí
ciertas traducciones dejan afuera “en él”]. El primer grupo, dicen, era de
verdaderos creyentes, pero el segundo de los que solamente aceptaron
mentalmente.
El espacio no nos permite abundar sobre esta idea, pero tal vez baste decir
que el “creer” aquí no necesariamente encierra el ejercicio de una fe
salvadora. El Señor se dirige a una gente caracterizada por ser “de este
mundo”, v. 23, y con mentes cerradas a cualquier revelación divina. Él va a
decirles luego, “¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis
escuchar mi palabra”, v. 43. El mensaje global de su ministerio (“mi
testimonio”) había sido rechazado, de manera que el medio mismo de
explicarlo (“mi palabra”) no era comprensible. De todos modos, parece que
no hay ninguna diferencia entre los oyentes que a la postre tomaron piedras
para lanzarlas contra Él, v. 59.
A los que creyeron, aunque temporalmente, el Señor declaró que: “la verdad
os hará libres”, v. 32.
Con eso, los oyentes se apresuraron para responder indignados que eran de
la simiente de Abraham y nunca estuvieron en esclavitud a nadie, v. 33.
¡Esto de un pueblo cuya historia incluía servidumbre varias veces, como
aquella en Egipto, otra en Babilonia y varias más relatadas en el libro de
Jueces! Evidentemente, sin embargo, por sus ojos de orgullo y arrogancia
nacional y espiritual, ellos vieron estos eventos como episodios menores de
inconveniencia en la historia de una nación que tenía seguridad de parte de
Dios de superioridad en el mundo, una condición basada en una promesa
inequívoca a su padre Abraham.
Esto es algo del trasfondo de los tres de cierto, de cierto en Juan 8.

(10) Juan 8.2 a 59

Habiendo visto algo del trasfondo de tres de cierto, de cierto del Señor Jesús
que Juan registra, nos dirigimos ahora a las declaraciones en sí.

La condición esclavizada del pecador


“De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del
pecado. Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para
siempre. Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. Sé que
sois descendientes de Abraham; pero procuráis matarme, porque mi palabra

24
no halla cabida en vosotros. Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y
vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre”, vv 34 a 38.
La situación del pecador es desesperada en verdad. “Todo aquel que hace
pecado”, en este contexto, se refiere a aquellos que están señalados por el
pecado como un hábito o una práctica continua. Se refiere a aquellos que
están en un estado irregenerado, y no incluye a una persona que, aun
cuando justificada por fe, todavía comete pecado de tiempo en tiempo como
resultado de la vieja naturaleza que no ha cambiado.
Los creyentes en el Señor Jesús, salvos por la gracia divina, son justificados
“de todo aquello”, Hechos 8.39, pero como muy bien sabemos, todavía
cometemos pecados. Tenemos que diferenciar entre la condición y la
conducta. Si fuera posible la perfección, el creyente sobre la tierra estaría
inmune del pecado ―pero es imposible― y la condición y la conducta serían
una misma cosa.
Escribió Pablo: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para
obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para
muerte, o sea de la obediencia para justicia?” De seguida, sin embargo, él
dijo tocante a nuestra condición, “Pero gracias a Dios, que aunque erais
esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de
doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser
siervos de la justicia”, Romanos 6.16 a 18.
La jactancia de los judíos a quienes el Señor estaba hablando era que,
gracias a su vinculación nacional con Abraham, ellos tenían derecho a, y
garantía de, un lugar “en la casa”. Pero las Escrituras decían ya: “Este es mi
pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti:
Será circuncidado todo varón de entre vosotros. Circuncidaréis, pues, la
carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros. Y
de edad de ocho días será circuncidado todo varón entre vosotros por
vuestras generaciones; el nacido en casa, y el comprado por dinero a
cualquier extranjero, que no fuere de tu linaje. Debe ser circuncidado el
nacido en tu casa, y el comprado por tu dinero; y estará mi pacto en vuestra
carne por pacto perpetuo. Y el varón incircunciso, el que no hubiere
circuncidado la carne de su prepucio, aquella persona será cortada de su
pueblo; ha violado mi pacto”, Génesis 17.9 a 14.
En la percepción de los judíos, ellos nacieron “en la casa”, y eran
circuncidados. Por ende, les correspondía a ellos también todo lo que era de
su padre Abraham. Eran los herederos.
Más adelante, al concluir que todos están bajo el pecado, Pablo escribió en
la apertura de la Epístola a los Romanos: “No es judío el que lo es
exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne;
sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del
corazón, en espíritu”, 2.28,29. Era una característica de los judíos rehusar
tajantemente la enseñanza de tanto el Señor Jesús como del apóstol Pablo
acerca de la necesidad de la circuncisión espiritual y la paternidad
espiritual. Ellos se jactaban de una libertad que no poseían y una relación
de hijos que no era suya. En verdad, eran simplemente esclavos bajo la
servidumbre de un amo temible y matón. La evidencia clara de su condición
espiritual, y la identidad de su verdadero amo, se veía en que querían matar
a su Mesías. Bien les dijo el Señor: “Sois de vuestro padre el diablo, y los
deseos de vuestro padre queréis hacer”, 8.44.

25
La confianza perdurable del santo
“De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra nunca verá la
muerte”, v. 51.
Esta declaración del Señor Jesús nos retrotrae a una ocasión anterior
cuando dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al
que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado
de muerte a vida”, 5.24.
Inmediatamente los judíos demostraron que eran de su padre el diablo,
v. 44, distorsionando las palabras del Salvador. Dijeron: “Tú dices: El que
guarda mi palabra, nunca sufrirá muerte”, v. 52. Pablo dijo acerca del diablo
y sus mentiras que “no ignoramos su maquinaciones”, 2 Corintios 2.11, y
hacemos bien al recordar que su resolución a distorsionar y negar la
Palabra de Dios no es menos ahora de lo que era. ¡Qué arrogancia y
atrevimiento fue citar mal al Hijo de Dios en su propia presencia! Toda la
escena nos lleva al Huerto de Edén, donde Adán aceptó lo dicho por el
diablo y de una vez sufrió la muerte espiritual.
Los judíos estaban en la misma condición, excepto que Adán conoció y
confesó su estado caído pero los judíos rehusaban reconocer el suyo. El
Señor Jesús, hablando del Padre, dijo en el v. 55, “Le conozco, y guardo su
palabra”, y la misma sumisión y obediencia que le caracterizaba a Él debía
caracterizar a sus oyentes también si no iban a “ver muerte”. Por esto el
Señor Jesús dijo, “El que guarda mi palabra, nunca verá muerte”, la
promesa perdurable es a todo creyente de parte del postrer Adán, el segundo
hombre, que es el Señor del cielo, 1 Corintios 15.45,47.

El carácter eterno del Hijo


“De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy”, v. 58. Al
comienzo de este discurso en particular con los judíos, el Señor Jesús había
dicho: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida”, v. 12. Al describirse así a sí mismo, el
Señor decía ser el Mesías de Israel, porque “los rabinos denominaban al Ser
Supremo como la luz del mundo, y el hecho de que el Señor asumiera este
título fue causa de ofensa para los judíos”. (Benjamín Wilson) El señor
Lighfoot cita al rabino Biba Sangorium como habiendo dicho: “La luz es el
nombre del Mesías”.
Ahora, además de su afirmación, el Señor Jesús dejó igualmente en claro
que poseía deidad absoluta. Su declaración es clara y precisa, carente de
cualquier ambigüedad. “Antes que Abraham ―antes que él existiera ― yo
soy”. (No, “yo era”). Si el Señor hubiera querido señalar meramente su
existencia previa, ha podido decir gramaticalmente, “Antes que Abraham
era, yo existía”, pero dijo más bien, “Yo soy”, un vocablo de existencia
eterna.
Los judíos que le oyeron no dejaron de percibir el enorme significado de sus
palabras, conociendo bien el coloquio entre Dios y Moisés al comienzo del
éxodo de Egipto: “Dijo Moisés a Dios: He aquí que llego yo a los hijos de
Israel, y les digo: El Dios de vuestros padres me ha enviado a vosotros. Si
ellos me preguntaren: ¿Cuál es su nombre?, ¿qué les responderé? Y
respondió Dios a Moisés: Yo soy el que soy. Y dijo: Así dirás a los hijos de
Israel: Yo soy me envió a vosotros”, Éxodo 3.13,14. Aquel que estaba ante

26
ellos era mayor que Jacob, Juan 4.12, mayor que el templo, Mateo 12.6,
mayor que Jonás, 12.41, mayor que Salomón, 12.42, y mayor que Abraham.
La conclusión de todas sus palabras era ineludible, por difícil que haya sido
comprenderlas. ¡Jesús de Nazaret, cuyas palabras habían oído con asombro,
cuyos milagros habían visto con sus propios ojos, era el Mesías, Dios
manifestado en carne! No había por dónde maniobrar, ni espacio para más
debate. Ellos debían confesar su necedad, ceguera y orgullo. Debían doblar
la rodilla y reconocer su Mesías como el Señor y Rey. Debían ceder ante la
evidencia clara de todas sus señales y maravillas. ¡O no! “Tomaron entonces
piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y
atravesando por en medio de ellos, se fue”, v. 59.

(11) Juan 10.1 a 18

Sucede a menudo que las divisiones en capítulos y versículos en nuestra


Biblia oscurecen la conexión entre los pensamientos en un pasaje y otros.
Por esta razón es bueno cultivar el hábito de leer todo un libro a la vez, o por
lo menos leer una sección entera de un libro para captar el sentido. Por
ejemplo, en el Evangelio según Juan el ministerio público del Señor Jesús
está narrado en los primeros doce capítulos. Esta es una sección discreta
del libro, y a su vez contiene sus propias narraciones que pueden ser
presentadas en capítulos adyacentes.
Los primeros dos de cierto, de cierto de parte del Señor en el capítulo 10
forman parte de una narración continua en los capítulos 7 a 10. La hermosa
verdad del Buen Pastor en el capítulo 10 hace que ese capítulo sea un
favorito para muchos creyentes, pero entenderíamos mejor su sentido al
considerar lo que va antes, en particular en el capítulo 9.

Los primeros seis versículos del capítulo 10 son definidos en el v. 6 como


“esta alegoría”. La palabra griega paroimía figura en 16.25,29 también y
puede ser traducida como ‘proverbio’ pero no como ‘parábola’. Estos seis
versículos no dan ninguna revelación. El Señor Jesús no afirma en esta
corta sección ser el Buen Pastor ni la Puerta, sino simplemente presenta
una máxima común que por sí misma sería entendida fácilmente por sus
oyentes. No obstante, “ellos no entendieron qué era que les decía”, v. 6. Así,
el Señor responde de una manera muy convincente la pregunta que los
fariseos hicieron momentos antes: “¿Acaso nosotros somos también ciegos?”
9.40. Él había respondido, “Si fuerais ciegos no tendríais pecado, mas ahora
… vuestro pecado permanece”.
La ceguera de los fariseos a la verdad espiritual era muy real, pero ellos ni la
reconocían ni buscaron con fe a Aquel único que podía abrirles los ojos. Su
ceguera, entonces, fue por voluntad propia, pero con todo asumieron el
lugar de maestros y pastores de Israel. Muchos años antes, Salomón había
escrito: “Para entender proverbio y declaración, palabras de sabios, y sus
dichos profundos. El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; los
insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza”, Proverbios 1.6,7. Al
ciego, que ahora veía, dijeron en su orgullosa autocomplacencia: “Tú naciste
del todo en pecado, ¿y nos enseñas a nosotros?” 9.3,4. Entonces los

27
pastores ciegos e indiferentes lo expulsaron del templo, así como en efecto
habían hecho con el Señor al final del capítulo 8.
Obsérvense ahora las palabras empleadas por el Señor en el v. 4: “Cuando
ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas, y las ovejas le siguen,
porque conocen su voz”. “Ha sacado” traduce ekbállo, expulsar, como en
9.34. ¿Él había sido echado del templo? Así el Señor antes de él. ¿Los
hombres lo habían echado del templo? Sí, pero detrás de las acciones de
estos fariseos ciegos, impíos estaba una mano poderosa que estaba
“sacando fuera” al hombre como una oveja para seguir al Buen Pastor. ¿Y el
Señor no había explicado ya a sus discípulos, respondiendo su pregunta
sobre la causa de la ceguera del hombre: “No es que pecó éste, ni sus
padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”, 9.3?
¡Maravilloso! El Señor no simplemente se interesa en el caso de un ciego
para usar su condición como un medio para enseñar una lección espiritual.
Años antes de suceder los eventos de Juan 9, padres amorosos se afligían
por un bebé ciego. No sabían, como los discípulos tampoco iban a entender,
que el soberano Dios del cielo tenía un propósito para el muchacho ciego. Él
no sólo estaba destinado a recibir su visita, sino también a ser contado
entre los fieles de Israel que seguirían al Cristo de Dios fuera del estrecho,
seco redil del judaísmo hueco y cruel a la vida y libertad de abundantes
pastos verdes. ¿No fue este el caso también con Jairo, quien no ha podido
saber que su gesto de fe en apelar al Salvador por la vida de su hijo sería el
medio para que una mujer desconocida recibiera bendición?
La mano soberana de Dios se mueve sin impedimento en las circunstancias
de la vida, generalmente sin que lo sepamos. Quizás el amado santo que lee
este escrito esté perplejo por alguna circunstancia cuyo porqué no puede
comprender. Busque reposo en la verdad de que “las obras de Dios se
manifiesten en él”. Deje que Dios realice su propio propósito, que siempre
resultará en bendición para los que creen.

El redil del 10.1 era cosa muy conocida en cualquier pueblo o aldea oriental.
Era un encierro protegido donde varios rebaños se juntarían para abrigo
nocturno. Mientras los pastores dormían, un portero servía de guardián.
Pasada la noche, los pastores llegaban al redil para reclamar sus rebaños y
conducirlos a los pastos. El portero conocía todas las ovejas y llamaba cada
una de una manera singular que de una vez hacía moverse el animal
respectivo. Cualquier desconocido al portero no podía entrar por la puerta,
pero si estaba resuelto a hacer alguna perversidad, podía forzar su entrada
por otra vía. Nadie con buenas intenciones por las ovejas tendría que hacer
semejante cosa, de manera que por definición aquel que buscaba una
alternativa era ladrón o salteador. Bien ha dicho uno que el ladrón se
caracteriza por sigilo y misterio y el salteador por violencia y brutalidad.
Judas era un ladrón y Barrabás un salteador.
Los fariseos se preguntaban por qué el Señor les hablaba de algo tan común
y bien entendido. No captaron nada del significado espiritual. Dentro del
redil del judaísmo, había dos rebaños, el uno grande y compuesto de judíos
incrédulos y el otro compuesto de “las propias”, v. 4. Todas las ovejas oían
su voz, v. 3, pero sólo “las propias” salían tras Él. Todas las ovejas habían
oído su voz en el capítulo 9, pero solamente el hombre nacido ciego había
sido llamado por nombre y le siguió al Señor fuera del redil. En realidad esta
es la historia del Evangelio según Juan, el proceso de revelación seguida por

28
recepción o rechazamiento. Cuán llamativo es leer que: “Oyó Jesús que le
habían expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios?” 9.35
El llamamiento del Salvador en el redil del judaísmo fue de separación. Su
llamada fue oída por todos, pero solamente los que eran en verdad suyos
respondieron y lo siguieron. Los Evangelios están repletos de relatos de
hombres y mujeres de esta clase, quienes, oyendo la palabra de vida,
respondieron por fe y siguieron a Cristo.
Los fariseos, dejando de ver aún la conexión entre los eventos anteriores y el
proverbio hablado por el Señor, continuaron en su ceguera. Para aquellos
con oído para oir, sin embargo, el Señor habló de nuevo con el fin de
explicar la alegoría: “De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las
ovejas”, v. 7. Está a la vista otro rebaño, más pequeño y único. Algunos
pastores no querían o no podían aceptar un redil comunitario y la función
de un portero. Esos hombres tenían un redil pequeño para sus ovejas
propias, y dormían en la entrada. Se hicieron literalmente “la puerta de las
ovejas”. Aquellos que fueron “sacados afuera” del redil del judaísmo por su
fe en Cristo eran ahora este rebaño más pequeño. Era un lugar de seguridad
y sustento para los judíos creyentes.
Pero hay otro rebaño, v. 16. “Tengo otras ovejas que no son de este redil,
aquellas también debo traer, y oirán mi voz, y habrá un rebaño, y un
pastor”. Un rebaño no es un redil. El rebaño en referencia no es judío sino
gentil, los creyentes están seguros en Cristo. La verdad majestuosa de la
elección individual, soberana le permitió al Salvador decir que tenía ovejas
de otro redil y debía traerlas, y la verdad igualmente fuerte de la
responsabilidad individual a ejercer fe en Cristo se ve en las palabras, “oirán
mi voz”.
De estos dos rebaños, el uno de creyentes judíos y el otro de gentiles, el
Señor haría uno solo. Se ha comentado a menudo que un redil tiene una
circunferencia pero no tiene un centro, mientras que un rebaño tiene un
centro pero ninguna circunferencia. El judío y el gentil, unidos en Cristo por
gracia, forman el rebaño único. ¿Y cómo se haría esta gran obra? “El Buen
Pastor su vida da por las ovejas”, v. 19. ¡Alabado sea su nombre!

(12) Juan 12.1 a 50

Los eventos de Juan 12 señalan el fin del ministerio público del Señor Jesús
a la nación de Israel. El capítulo 1 lo presenta como el Verbo eterno que vino
al mundo para expresarse como la declaración más clara y detallada de Dios
a su pueblo. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras
en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha
hablado por el Hijo”, Hebreos 1.1,2. La afirmación más completa y elocuente
de la verdad divina estaba encapsulada en una Palabra, y esa Palabra era el
Hijo de Dios, el Mesías de Israel, Jesús de Nazaret.
En las señales que dio por la aplicación de su poder maravilloso, por las
palabras que habló, y por todo aspecto de su vida, el Señor Jesús declaró
quién era y por qué había venido. Las demandas divinas sobre una nación
escogida pero rebelde fueron expresadas con una claridad que no dejó lugar
para ignorancia. Tal fue la plenitud de la Palabra que cualquier negación de

29
arrepentamiento de parte de Israel y sus líderes se debía a una franca
rebelión y no por malentendido o confusión.

La ceguera de Israel
Si la ignorancia es la base para recibir misericordia (Números 15.25, Hechos
17.30, 1 Timoteo 1.13) entonces la nación de Israel, y sus gobernantes en
particular, estaban atrayendo sobre sí juicio inexorable, porque la Palabra
de Dios se había pronunciado con claridad y verdad irrefutable. Aun la
incer-tidumbre en aquellos que en sí no eran antagónicos a Cristo no podía
ser esgrimida como excusa. ¿De veras era posible que el carpintero de
Nazaret, el hijo de María, fuese el Mesías de las Escrituras?
El Señor tuvo que decir a los suyos: “Si me conocieseis, también a mi Padre
conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor,
muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que
estoy con vosotros, y no me has conocido”, 14.7 a 9. La ceguera de la nación
era intensa sin duda, pero no existían tinieblas que la Luz del mundo no
podía penetrar.
La declaración pública completada
El Salvador completó la declaración pública cuando dijo: “El que cree en mí,
no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió.
Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no
permanezca en tinieblas. Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le
juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El
que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra
que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. Porque yo no he hablado
por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo
que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida
eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho”,
12.44 a 50.
Se emplea una palabra para comunicar un pensamiento, y para que lo haga,
tiene que ser expresada claramente. La Palabra eterna, la Verdad, había
hablado y las palabras de cierre del ministerio público del Señor fueron: “Lo
que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho”.
El último de cierto, de cierto de su ministerio público fue pronunciado una
vez que había dicho: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea
glorificado”, 12.23. Pero está en el futuro todavía el tiempo cuando el Hijo
del Hombre será glorificado, el tiempo cuando volverá para establecer su
reino milenario sobre la tierra. “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí
con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el
Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio,
gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran;
su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no
será destruido”, Daniel 7.13,14. “Cuando el Hijo del Hombre venga en su
gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de
gloria”, Mateo 25.31.

El hogar en Betania
Entonces, ¿qué del pronunciamiento del Señor: “Ha llegado la hora para que
el Hijo del Hombre sea glorificado”? Posiblemente la respuesta se encuentre

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en los tres eventos que Juan registra en los versículos precedentes del
capítulo.
El primero está en vv 1 a 3 donde encontramos al Señor en Betania. ¿Cómo
habrá disfrutado Él de la comunión quieta y amorosa de aquel hogar? Era
quizás el único lugar donde podía refrescarse entre aquellos que lo amaban
por lo que era, donde nadie estaba buscando de qué acusarlo o hacerlo
equivocar en sus dichos. Muchas veces cansado y necesitado de reposo, el
Salvador siempre era recibido en Betania por esos santos amados que tanto
querían darle la bienvenida y manifestar su devoción a Él. ¿Y todo creyente
no debe esforzarse para reproducir un hogar como aquel? ¿Los nuestros
tienen una puerta abierta para aquellos entre el pueblo del Señor que están
solitarios y cansados? ¿Los creyentes jóvenes que están alejados de su
familia por sus estudios tienen que pedir cita para visitarnos, o en cualquier
momento pueden apartarse de un mundo de prácticas y palabras viles para
descansar en el santuario de hogares cristianos? ¿Podemos nosotros aplicar
las palabras que el Señor dirá en el día de su gloria: “en cuanto lo hicisteis a
uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”, Mateo 25.40?
Era hermosa la escena en Betania. Marcos nos cuenta, 14.3, que la casa era
de un “Simón el leproso”, y podemos presumir que él estaba allí y ahora no
sufría de esa temible enfermedad. Lázaro estaba también y, con aquellas
preciosas hermanas Marta y María, ellos prepararon una cena para Jesús.
¿No es un cuadro hermoso de la Iglesia en la gloria? Simón (el vivo
cambiado) y Lázaro (el muerto resucitado) están sentados con otros en
comunión preciosa con Cristo.
El segundo evento en Juan 12 lo encontramos en vv 12 a 15. La multitud
galilea clamaba: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el
Rey de Israel!”. En su libro El Príncipe que Ha de Venir, Robert Anderson
hace ver que se trata de precisamente el cierre de las sesenta y nueve
semanas de la profecía de Daniel. Ahora fue la ocasión para que el Mesías
fuese “cortado”. En este día brilló una luz sobre las profesías de Daniel 9.26,
Isaías 62.11, Zacarías 9.9 y Salmos 25 y 26, pero dentro de una semana,
este mismo pueblo gritaría, “¡Crucifíquelo!”

Los griegos deseosos


Si en los eventos de Betania tenemos un vistazo de la Iglesia arrebatada, y
también, en vv 12 a 15, de Israel recibiendo su Mesías, el cuadro milenario
se completa en vv 20 a 23, cuando los griegos dijeron: “Señor, quisiéramos
ver a Jesús”. Los distintos programas divinos para la Iglesia, el judío y los
gentiles se encajarán cuando: “Ha llegado la hora para que el Hijo del
Hombre sea glorificado”. Estaban presentes en Juan 12 todos los
componentes que anticipan aquella hora, de manera que el Señor dijo: “Ha
llegado la hora”, auque en realidad no podía llegar hasta que el Salvador
hubiese sufrido en el Calvario. Por esto Él agregó: “De cierto, de cierto os
digo, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si
muere, lleva mucho fruto”.
Toda bendición futura para la Iglesia, para Israel y para las naciones
depende de la poderosa obra en el Calvario. ¡Qué cosecha habrá por haber
caído en tierra aquel grano de trigo! Lo vemos angustiado y solitario en
Salmo 22, pero, consecuencia de aquel sufrimiento, leemos: “Anunciaré tu
nombre a mis hermanos; volverán a Jehová todos los confines de la tierra; la

31
posteridad le servirá”. Ciertamente, “verá el fruto de la aflicción de su alma,
y quedará satisfecho”, Isaías 53.11.

(13) Juan 13.1 a 38

Entre el fin de su ministerio público y su muerte en el Calvario, el Señor usó


siete veces el enfático de cierto, de cierto. Las primeras cuatro ocasiones se
registran en Juan 13 donde se narran eventos en el aposento alto.
Difícilmente encontraríamos una porción de las Escrituras que ofrece una
más amplia, más rica percepción del amor, la compasión y la gracia del Hijo
de Dios.
Los primeros quince versículos de Juan 13 son de los más conocidos y
estimados entre el pueblo de Dios, apreciados juntos con Filipenses 2.5 a 8
como testimonio eterno al carácter humilde del Señor Jesús. Si bien nunca
debemos perder de vista la naturaleza de la auténtica humildad que está
demostrada por el Ejemplo perfecto, tampoco debemos pasar por alto su
enseñanza acerca de la limpieza propia.
Al lavar los pies de los discípulos, el Señor no estaba haciendo algo que
sería solamente una muestra de su humildad. Fue también un acto práctico
de limpieza, necesario y refrescante a la vez. En este lavamiento de los pies
de los discípulos el Señor manifiesta muy sencillamente la diferencia por
demás importante entre el lavamiento una vez por todas que trata de la
pena por los pecados y el repetitivo lavamiento espiritual de los pies que es
necesario a causa de la polución de los pecados. Por esto le dijo a Pedro: “El
que está limpio [lavado ampliamente] no necesita sino lavarse los pies, pues
está todo limpio, y vosotros limpios estáis, aunque no todos”. Porque sabía
quién le iba a entregar; por eso dijo: “No estáis limpios todos”, 13.10. Judas
nunca conoció la regeneración y salvación de su alma, no obstante haber
acompañado mucho al Salvador.

La humillación propia
“Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la
mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho?” 13.12. Haríamos bien al
considerar estas palabras en relación con nuestra propia experiencia de la
gracia salvadora del Señor. Por medio de Él hemos sido salvados de la
condenación, traídos a la bienaventuranza de la vida eterna, aceptados en el
Amado, constituidos sacerdotes a nuestro Dios, investidos del espíritu de
adopción, puestos como miembros de cuerpo espiritual de Cristo y
concedidos una miríada de bendiciones más. Reflexione un rato sobre las
palabras del Salvador: “¿Sabéis lo que os he hecho?” Un resultado de esta
meditación será una disposición de obedecer al Señor y “lavaros los pies los
unos a los otros”, v. 14.

Importancia propia
Llegamos ahora a los cuatro usos de de cierto, de cierto en este capítulo, los
primeros dos formando una pareja: “De cierto, de cierto os digo: El siervo no
es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. De cierto,

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de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me
recibe a mí, recibe al que me envió”, vv 16 y 20.
En estas declaraciones enfáticas el Señor Jesús habla de la importancia del
siervo en sus propios ojos y la importancia asignada a su servicio por otros.
De esta manera el Señor está advirtiendo a los suyos de la tendencia
inherente de la autoestima. Es Lucas quien dice en su descripción inspirada
por el Espíritu de los eventos en el aposento alto, que en la misma ocasión
que el Señor estaba compartiendo con sus discípulos el peso que sentía,
“Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor”,
2.24. Sus mentes estaban tan enfocadas sobre la idea que era inminente la
gloria del reino que dejaron de darse cuenta de, o comprender, el significado
de que el Salvador estaba partiendo el pan con ellos por última vez. Si el
reino estaba por inaugurarse, ¿quiénes entre ellos ocuparían puestos de
autoridad?
Ellos tenían que aprender primeramente que la grandeza espiritual está
vinculada con la humildad, no con la posición. No solamente eso, sino que
cuando se ocupaban de servicio para el Maestro, y su ministerio recibía
acogida, no se debía a ellos sino a Aquel que los había comisionado. ¡Una
lección crucial pero difícil de aprender!
El ejemplo de humildad en servicio de parte del Señor debe instruir tanto al
maestro como a aquel que va ser enseñado, tanto al servidor como al
servido. Hay una marcada tendencia entre el pueblo del Señor a poner a
ciertos varones en un pedestal, y hay en los corazones de todos ellos aquello
que los incita a disfrutar de ese prestigio. Un afán constante de emular, con
la ayuda del Espíritu Santo, el ejemplo del Señor Jesús en su humildad es
la única antídota a esa importancia propia en el siervo. Aun cuando es
procedente que los siervos del Señor reciban el debido respeto, éste debe ser
solamente el respeto que se da a todo el pueblo del Señor, cualquiera su
esfera de servicio por el Maestro en ministerio público y predicación. El que
ha sido enviado, ha sido enviado por Aquel infinitamente mayor, y al recibir
la palabra dada, aquellos que la oyen no están recibiendo al mensajero sino
a Aquel que lo envió.
Hay una gran necesidad de humildad genuina entre el pueblo del Señor,
tanto de parte del conferencista como del oyente, para que toda la gloria se
adscriba al Señor Jesús y sólo a Él. No debemos esquivarnos de la realidad
del enorme daño que ha sido infligido sobre el testimonio local en el pasado,
y todavía ahora, por hombres que maniobraban por posición y poder con
base en una importancia propia. La humildad es ajena a la naturaleza
caída, y es algo que se desprecia más y más en estos días de promoción
propia en un mundo impío. El Salvador preguntó, “¿Sabéis lo que os he
hecho?” y una consideración de esta pregunta resultaría en un renovado
examen de nuestra autoestima, y debe retarnos a desear la realidad.

Interés propio
“Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu, y declaró y dijo: De
cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar”, 13.21.
Habiendo mostrado a los discípulos tanto de lo que Él tenía en su propio
corazón, y habiéndoles hablado de la importancia propia que ellos
guardaban en sus corazones, el Señor se dirige ahora, con corazón
atribulado, a la cuestión del interés propio. Es alarmante para todos
nosotros considerar que Judas entregaría por una insignificante suma de

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dinero a Aquel que él profesaba ser su Señor y Maestro. El espantoso desliz
a la perdición de aquel hombre miserable comenzó con el interés propio y,
desagradable que es reconcerlo, el interés propio es otra característica de la
naturaleza caída que hay en nosotros mismos.
El interés propio nos permite criticar los esfuerzos y el servicio de otros aun
cuando estamos dejando de hacer lo que debemos. El interés propio nos
permite excusar nuestra negación a someternos a algún aspecto en
particular de la verdad o la práctica que sabemos ser nuestro deber. Nos
permite eludir responsabilidades en la asamblea y a no contribuir a la obra
del Señor. Es síntoma de una voluntad no quebrantada e infidelidad a Aquel
que nos compró con su sangre preciosa. El interés propio y la infidelidad a
Cristo estaban a la raíz de la traición de Judas, y aun cuando él era
irregenerado, la naturaleza caída en el ceyente todavía es capaz de estas
cosas que pueden conducir a la postre a que neguemos a Aquel que
llamamos Señor y Maestro.
La confianza propia
“Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo:
No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces”, 13.38. Nuestro
querido hermano Pedro, a quien el Señor dirigió este pronunciamiento
solemne, claramente no estaba interesado en el interés propio, porque él
estaba dispuesto a probar su fidelidad al Señor a costa de su propia vida.
La traición y la negación son dos cosas muy diferentes. Judas era culpable
de la una y Pedro de la otra. Muchos de nosotros, como Pedro, hemos
sabido qué es “salir y llorar amargamente”, Lucas 22.52, como resultado de
no habernos declarado por el Señor en un momento crucial. La traición
puede emanar del interés propio, pero negar al Señor puede ser la
consecuencia de la confianza propia.
Pedro era de un todo sincero al prometer su fidelidad al Señor Jesús, pero
no había aplicado la lección dada por el Señor en Mateo 26.41: “Velad y
orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está
dispuesto, pero la carne es débil”. ¡Cuánto tenemos que aprender de aquella
lección nosotros también!
La necesidad de la verdadera humildad, la intimidad con el Señor y la
limpieza de la contaminación de la senda está siendo rechazada por algunos
hoy día porque la consideran “demasiado espiritual”. Sin embargo, aprender
estas lecciones y aplicarlas a nuestras vidas no podría ser más importante.
¿No es que nuestro Señor haya dicho: “Si sabéis estas cosas,
bienaventurados seréis si las hicieres”, Luan 13.17?

(14) Juan 14.1 a 14, 16.13 a 27

Ciertamente es un estudio precioso observar al Salvador mientras Él


prepara sus discípulos para vida y servicio después de su regreso al Cielo.
¿Quién puede sondear el pesar de corazón y la intensidad de tristeza en su
alma al experimentar esas últimas horas antes de ir al Calvario? Si hubiera
vivido esas horas en soledad y consideración propia, ¿quién no hubiera
entendido? Pero fue en aquellas horas, cuando se veía delante la sombra de

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la cruz, que el Señor Jesús manifestó la consideración más compasiva,
tierna y amorosa para los suyos. Por un lado ellos parecían estar seguros de
que el Reino prometido estaba muy cerca, y que de alguna manera la
creciente enemistad y el odio de los gobernantes religiosos se cambiarían en
una bienvenida sumisa. Los sacrificios que los discípulos habían hecho en
seguir al Señor serían compensados maravillosamente y, juntos con Él, ellos
reinarían en gloria en vez de ser pobres y despreciados.
Por otro lado, estaba por marcharse Aquel en quien ellos confiaban para
suplir todas sus necesidades, por quien habían renunciado sus
ocupaciones, a quien habían llegado a amar y en quien confiaban. Sonaban
aún sus palabras: “Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis;
pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy,
vosotros no podéis ir”, Juan 13.33. Poco sorprende ver que ellos estaban
perplejos, y el Salvador, consciente de su perturbación, en gracia los cubrió
con sus alas protectoras y los trajo muy cerca de sí.
Él hace lo mismo hoy día cuando sus “hijitos”, incapaces de discernir la
razón por la tristeza y ansiedad en sus vidas, lo buscan así como hizo
Tomás, y dicen: “Señor, no sabemos”, 14.5. No vemos “el cuadro grande”, el
diseño vasto y perfecto del propósito divino, y el Señor sabe que nuestra
comprensión es muy reducida. Sin embargo, cuando Él habla, sus palabras
son Sí y Amén. “En cuanto a Dios, perfecto es su camino”, Salmo 18.30, y
con toda razón el Señor espera que confíen en su palabra aquellos que lo
conocen y lo aman, aun cuando el camino por delante parezca oscuro e
incierto.
El peor escenario posible para los discípulos, en su opinión, era que el Señor
los dejara, pero es precisamente lo que les había dicho que iba a hacer. Sus
corazones estaban profundamente perturbados y Él lo sabía, pero sabía
también que les esperaban bendiciones más maravillosas que su presencia
física. Mandó a confiar en Él y creer su palabra, y hace lo mismo a usted y a
mí hoy por hoy.
En los próximos tres de cierto, de cierto del Señor Jesús, y contra el
trasfondo de su ansiedad y temor, Él trata la amplitud de sus obras, la
brevedad del lloro y la bienaventuranza de esperar en Dios.

La amplitud de las obras de los discípulos


“De cierto, de cierto os digo: El que en mí cree, las obras que yo hago, él las
hará también; y aun mayores hará, porque yo voy al Padre”, 14.12.
Al animarle a Felipe a quitar la vista de lo físico y contemplar lo espiritual, el
Señor dijo clara y maravillosamente: “El que me ha visto a mí, ha visto el
Padre”, v. 9. No hay nada que se puede aprender del Dios invisible que no
puede ser visto en la persona del Señor Jesús. Su unión esencial con el
Padre había sido manifestada por todas sus palabras y obras. “Felipe”, el
Señor estaba diciendo, “¿requieres algo tangible y visible para que creas? Si
estás luchando con el concepto espiritual, fíjate en mis palabras y hechos.
Ellos declaran mi unión con el Padre”.
En realidad Felipe estaba dando expresión al dilema nacional. Todos
estaban de acuerdo en que “jamás hombre alguno había hablado como este
hombre”, 7.46; todos estaban de acuerdo en que “nadie puede hacer estas
señales que tú haces”, 3.2. Que Dios estaba con este hombre, aun sus
enemigos lo sabían. Que este hombre era Dios, era una confesión que
demandaba fe. “Créelo, Felipe [seguimos parafraseando reverentemente las

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palabras del Señor Jesús], y podrás hacer las obras que yo hago; por cierto,
harás mayores, porque yo voy a mi Padre”.
Las obras que el Señor Jesús hacía eran obras que honraban y glorificaban
al Padre. El hombre caído carece del deseo y la capacidad de hacer
semejantes obras, pero el Espíritu Santo mora en aquellos cuya fe está en el
Señor Jesús. Él da el deseo y la capacidad que por naturaleza faltan en
nosotros. Esta declaración a Felipe es el trampolín para la revelación del
Señor a los suyos de la persona y obra del Espíritu Santo, y cómo la
presencia del Espíritu puede ser conocida solamente como consecuencia de
la ida del Señor y su regreso al cielo.
No era solamente que aquellos cuya fe está en Cristo Jesús serían
capacitados para hacer obras del mismo carácter de las suyas, sino que la
amplitud y el alcance de estas obras serían mayores que aquellas de su
propio ministerio. En general, las obras milagrosas del Salvador obraron la
recuperación del oído, la vista física, habla, movilidad, sanidad y vida. Sería
mayor el ministerio de los suyos como consecuencia de la presencia del
Espíritu Santo en el sentido que los resultados serían la recuperación
espiritual y la vida eterna. El ministerio del Señor Jesús nunca se extendió
más allá de los linderos de la nación, pero los suyos, en el poder del
Espíritu, serían canales de bendición a hombres y mujeres a lo ancho del
globo.
Tres factores harían posible este ministerio asombroso: la fe en el siervo; un
hombre en el cielo, porque “voy a mi padre”; y la presencia del Espíritu
Santo, “porque mora en vosotros, y estará en vosotros”, 14.17. Si nuestro
propio servicio fuera realizado con un sentido más profundo de la entera
dependencia del varón en el cielo y en el poder del Espíritu Santo en la
tierra, entonces tal vez veríamos más de obras “aun mayores”.

La brevedad del lloro de los discípulos


Aun cuando aplicamos frecuentemente a los capítulo 13 a 16 de Juan la
expresión, “el ministerio del aposento alto”, la descripción se refiere más
correctamente a los capítulos 13 y 14. Las palabras del Señor: “Levantaos,
vámonos de aquí”, señalan una fase nueva en su enseñanza, y muchos
expositores sugieren que el resto de su discurso tuvo lugar en el camino a
Getsemaní.
Sea como fuere, el humor de los discípulos fue uno de un creciente temor y
profunda preocupación. Parece que su perplejedad llegó al máximo cuando
el Señor les dijo: “Todavía un poco, y no me veréis, y de nuevo un poco, y me
veréis; porque yo voy al Padre”, 16.16. Se traducen como veréis dos palabras
diferentes. La primera quiere decir contemplar; la segunda, comprender.
Algunos sugieren que el Señor estaba enseñando la secuencia de un lapso
breve entre su muerte y sepultura (“no me veréis”) y luego un período
adicional cuando le verían en resurrección. Sin embargo, el contexto de
estas palabras es la instrucción del Señor acerca de la obra del Espíritu, así
que el sentido del versículo, es una secuencia de cuatro elementos:
Primeramente, “un poco”, el período de su muerte, sepultura, resurrección y
los cuarenta días que siguieron. Segundo, “no me veréis” cuando Él es
alzado en ascención de vuelta al cielo. Tercero, otro “un poco” de diez días
hasta que el Espíritu Santo venga en Pentecostés. Cuarto, y como resultado
del resto del miniserio del Espíritu, “Me veréis (comprenderéis)”. Su
conocimiento de Él sería, por lo tanto, más amplia, más bienaventurada,

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cuando ya no lo podían ver, porque su regreso al Padre dispararía el envío
del Espíritu Santo al mundo con todo su maravilloso ministerio de revelar a
Cristo.
“De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis”, 16.20. De
esta manera el Señor describe el primer “un poco”. Sin embargo, el segundo
“un poco” tiene un sabor muy diferente: “vuestra tristeza se convertirá en
gozo”.

La bienaventuranza de los discípulos


al esperar en Dios
Después de ilustrar su enseñanza del “un poco”, el Señor Jesús exigió la
atención de los discípulos de nuevo con decir: “De cierto, de cierto os digo,
que todo cuanto pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará”, v. 23. Tal vez
nos parezca “un cheque en blanco” ese todo. Sin embargo, el secreto de la
oración eficaz se encuentra en en mi nombre. Hasta este punto en su
enseñanza, los discípulos del Señor siempre habían mirado a Él al
presentarse una necesidad o problema. ¿Qué iban a hacer cuando no
podían verlo y hablar con Él?
Tendrían que valerse de una relación nueva con su Dios quien les sería
“Padre”. Así como habían hablado con el Señor en los días de su carne,
ahora hablarían al Padre. Pedir “en mi nombre” significaría pedir aquellas
cosas que el Señor mismo pediría, porque la promesa “os lo dará” está
calificada por aquellas cosas que le honrarían a Dios y lo glorificarían en la
tierra. Aplica maravillosamente a sus amados en estos tiempos todo lo que
el Señor había prometido para los suyos en el aposento y en el camino.

(15) Juan 21.1 a 25

Al acercarnos al escenario de la última ocasión registrada en que el Señor


usó la expresión de cierto, de cierto, probablemente no podríamos encontrar
un cuadro más emocionante, práctico o aplicable a nosotros personalmente.
El epílogo al Evangelio según Juan es un capítulo que haríamos bien en
aprender de memoria, porque nos vemos en él fácil y frecuentemente.

Pedro arrepentido
Podemos observar que parte de nuestra disposición de aprender sus
lecciones está reflejada en que el detalle que más se discute parece ser el
significado de los 153 peces, en vez de la confianza de perdón que el Señor
le dio tierna y afectuosamente a Pedro en su restauración al servicio del
Señor y Maestro a quien él amaba. Pero si vemos este último de cierto, de
cierto como el Señor llevando a Pedro al arrepentimiento, nos equivocamos.
El arrepentimiento de parte del santo que ha entristecido al Señor es
siempre un precursor necesario de la restauración al servicio. Seguramente
los dos eventos están ligados, pero son muy distintos.
Sin duda la ocasión de la confesión personal y el arrepentimiento de Pedro
fue cuando en resurrección el Señor se reveló a propósito y privadamente a
este siervo acongojado. Bien sabían los once que Pedro había tenido una
entrevista privada con Él, porque hablaban de esto cuando la pareja de

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Emaús interrumpió con su propio testimonio de la resurrección del Señor:
“Ha resucitado verdaderamente, y ha aparecido a Simón”, Lucas 24.34, y el
apóstol Pablo testificaría más adelante que “apareció a Cefas, y después a
los doce”, 1 Corintios 15.5. El hecho del arrepentimiento de Pedro, y su
naturaleza genuina, han debido ser del conocimiento de los otros discípulos,
quienes, como habían hecho antes de su caída, de buena voluntad lo
siguieron cuando anunció que salía a pescar, 21.3. Además, es difícil
imaginarse que el Señor participaría en un desayuno con Pedro si no se
había confesado ni había sido restaurado.
Hay lecciones importantes para nosotros en esto. Es cierto que la confesión
de pecado trae el perdón de una vez ― “Si confesamos nuestros pecados, él
es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda
maldad”, 1 Juan 1.9 ― pero no debemos presumir que nuestro servicio
puede continuar como si no sucedió nada. Pareciera que Pedro tenía esta
idea errada, porque, al volver a una tarea que conocía bien, él encontró que
una noche de labor no produjo nada. Puede que estaba arrepentido en
verdad, pero su fallo había lesionado su sensibilidad a la dirección del Señor
y había restado de su entera dependencia de Él. Parece haberse olvidado del
impacto de su experiencia anterior de no lograr nada en una noche entera,
cuando “cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor,
porque soy hombre pecador”, Lucas 5.8. Estaba arrepentido, pero todavía no
restaurado.

Jesús presente
La presencia del Señor en la playa fue otra de las ocasiones posteriores a su
resurrección cuando adrede escondió su identidad hasta querer revelarse.
Lo había hecho con María ante el sepulcro y con los dos dicípulos en el
camino a Emaús, y ahora lo hace de nuevo. En cada caso al inicio estaban
deprimidos y desconsolados aquellos que iban a tener el tremendo privilegio
de conocer al Señor resucitado, y los pescadores cansados no eran ninguna
excepción.
Llama la atención que haya sido Juan el primero en darse cuenta de que el
hombre en la playa era el Señor. ¿Fue por tener mejor vista o mejor oído que
Pedro? No. Fue más bien que había estado más cerca del Señor. “Estaban
junto a la cruz su madre … y el discípulo a quien él amaba”, Juan 19.25,26,
pero de Pedro dice, “Pedro le seguía de lejos hasta dentro el patio del sumo
sacerdote; y estaba con los aguaciles, calentándose al fuego”, Marcos 14.54.
En aquellas terribles horas cuando el Salvador sufrió y murió, Juan se
había caracterizado por estar cerca de la cruz pero Pedro por estar cerca de
la fogata de los impíos. Corazón quebrantado, él había confesado su fracaso
al Señor y había sido perdonado, pero faltaba aún la restauración al
servicio.
David también había conocido el mismo trato en gracia después de su
pecado referente a Urías y Betsabé. Se habla de Salmo 51 como la
penetencia de David pero realmente es Salmo 32 que describe el
arrepentimiento de ese gran hombre. En Salmo 51 David es un varón que
ha confesado y ha sido perdonado, pero está buscando la restuaración del
gozo y la comunión con Dios. Donde hay verdadero arrepentimiento, habrá
también un ambrumador sentido de culpa e indignidad de más misericordia
divina.

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Tal vez Pedro, como David antes de él, estaba en peligro de ser “consumado
de demasiada tristeza”, 2 Corintios 2.6. La gratitud por haber sido
perdonado vino acompañada de un temor que ahora él era inútil para el
servicio. Posiblemente, cuando el Señor llamó a sus amados desde la playa,
Pedro no reconoció la voz porque ahora no esperaba oírla más. Sin embargo,
lejos de descalificarlos para más servicio para el Señor, tanto David como
Pedro resultaron ser pastores más eficaces debido a su restauración por
gracia divina.

Pedro restaurado
La confesión y el arrepentimiento de Pedro tuvieron lugar en una
conversación privada con el Señor quien él amaba pero con quien incumplió
grandemente. Su restauración sería vista por sus hermanos. Si ver las
brasas de aquel fuego trajo amargos recuerdos a la mente de Pedro, ver los
panes y el pez le habrá hecho recordar días más felices cuando Pedro y sus
hermanos habían colaborado con el Señor para satisfacer la necesidad de
cinco mil hombres y muchas mujeres y niños. No debemos revolcarnos en
nuestros pecados cuando han sido confesados y perdonados, pero tampoco
debemos olvidar nuesta debilidad y las fallas. El primer error nos dejará
inútiles y el otro nos hará asirnos al Señor para fuerza en su servicio.
En su restauración pública de Pedro al servicio para sí, el Señor también iba
a enseñar a los discípulos el sentido del perdón. ¿No es el caso nuestro que,
si uno nos decepciona feamente, quizás lo perdonamos pero nos es
desesperadamente difícil confiar en esa persona de la misma manera en el
futuro? Así no es cómo el Señor perdona. Él estaba por encomendarle a
Pedro el cuidado de sus corderos y sus ovejas, aquellos por quienes había
derramado su sangre y le eran muy preciosos. No lo haría de mala gana, a
medias, perdonando en parte. Fue total.
¿Nosotros nos atrevemos a perdonar a nuestros hermanos de la misma
manera? El perdón exige el arrepentimiento, pero se hace ver en la
restauración. “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta,
vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre,
considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”, Gálatas
6.1.
¿Cuál fue la causa del fracaso de Pedro? Fue la misma fuente como la de
nuestras fallas: el orgullo y la confianza propia. “¿Me amas más que éstos?”
el Salvador le preguntó a Pedro. Él había prometido con motivo puro pero
ignorando su propia debilidad. “Aunque todos se escandalicen, yo no”,
Marcos 14.29. Aquella declaración hecha en orgullo y confianza propia
había sido puesta a prueba, no por soldados sino por una muchacha. El
hombre fuerte que podía arrastrar a la playa una red llena de peces, v. 11,
se desmoronó ante las preguntas de una criada.
Ahora fue el Salvador quien iba a hacer las preguntas, no para avergonzar a
su siervo sino para fortalecerlo. ¿Qué es el primer requisito para un pastor
de la grey comprada por el Señor? Posiblemente responderíamos, “amor por
los santos”, pero el Señor dijo que es amor por Él. ¿Y esto no es crucial,
cualquiera el servicio nuestro?
Para Pedro, restaurado ya, el Señor anunció un último de cierto, de cierto.
“Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya
seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no
quieras”, v. 18. Él iba a servir al Señor en vida y glorificarlo en muerte,

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v. 19. Fue el único creyente, hasta donde sabemos, que no podía anticipar el
Rapto, porque su Maestro le había dicho que iba a morir la muerte de un
mártir. ¿Esto fue algo cruel a manera de castigo? El hecho es que las
palabras del Salvador serían de gran consuelo a Pedro en su
encarcelameiento cuando preso de Herodes en Hechos 12. ¿Cómo podía
dormir cuando Jacobo ya había sido muerto? Porque el Maestro le había
dicho que viviría hasta viejo. Un día él, como su Señor antes de él, sería
muerto por hombres impíos, pero confianza en Dios y amor por su Señor le
darían fuerza para vivir y gracia para morir.
Así fue que el Maestro se fue, ¿y el siervo no debe seguir?

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