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salvos, quienes habían servido y a la postre llevado a la gloria. ¿Entonces
por qué tardó tanto el Espíritu Santo para inspirar a Juan a escribir?
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sería necesario dar confianza a los suyos que creían en su Nombre. El
Espíritu Santo no les dio a Mateo, Marcos y Lucas la responsabilidad de
registrar estas palabras. Esperó hasta que Juan fuera el único testigo vivo
del Señor Jesús, y empleó a aquel siervo anciano para afirmar: "Hizo
además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las
cuales no están escritas en este libro", Juan 20.30.
Debajo de la higuera
Es instructiva la posición de Natanael antes de que Felipe lo llamara. Estaba
debajo de una higuera, figurando un lugar de paz y prosperidad de la nación
en el reinado de Salomón. "Judá e Israel vivían seguros, cada uno debajo de
su parra y debajo de su higuera ... todos los días de Salomón", 1 Reyes 4.25.
Muchas características de ese reinado presentan el carácter bendito del
reino milenario de nuestro Señor Jesús y algo de la paz y prosperidad
gloriosas cuando la nación estaba unida y favorecida bajo el gobierno de
Salomón. Si bien el versículo citado de 1 Reyes menciona la viña (la parra) y
la higuera juntas, los encontramos tratados por separado en el Evangelio
según Juan. Natanael está asociado con la higuera en el capítulo 1, pero en
el capítulo 2 se trata la viña cuando parecía que faltaba el vino en la fiesta
nupcial.
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veras! Viendo en Natanael la nación restaurada, el Señor Jesús dijo: "en
quien no hay engaño".
Todas las características de Jacob según la carne desaparecerán con la
restauración de Israel. La nación que por tanto tiempo procuraba obtener la
primogenitura por astucia, engaño y fuerza propia, va a experimentar su
propio "Peniel" como su padre Jacob en Génesis 32.30. Bajo la amenaza de
una fatalidad por delante, ellos van a ser dejados solos con su Dios, 32.24.
La lucha y la resistencia terminarán a juro, e Israel, exhausto, aprenderá a
asirse a su Dios y solamente a Él. Entonces, y no antes, "el gusano Jacob",
Isaías 41.4, pisoteado y despreciado, será transformado maravillosamente
en "un verdadero israelita", cual príncipe con Dios, porque habrá luchado
con Dios y con los hombres, y vencido, 32.28.
De cierto, de cierto
La disposición de Natanael a venir y reconocer a Jesús como el Hijo de Dios
y el rey de Israel dio lugar al primer de cierto, de cierto que está registrado de
los labios del redentor de Israel. Estamos conscientes de que de cierto, de
cierto quiere decir, verdaderamente, verdaderamente, y llama la atención al
carácter definitivo de aquello que va a ser afirmado. Otra manera de ver esta
expresión viene del origen de la palabra "verdaderamente". El idioma griego,
empleado en la redacción del Nuevo Testamento, se aprovechó de la palabra
hebrea "amén", y es esta palabra que se traduce de cierto, de cierto en
español. Cada evangelio concluye con esta expresión.
Amén
Nosotros también empleamos este término, ¡o por lo menos debemos usarlo!
Es una palabra significativa que quiere decir, "Así sea". Es enfática y
testifica a la verdad de lo dicho o escrito. Es la palabra que, empleada
inteligentemente, significa que los concurrentes están de acuerdo cuando
un hermano ha conducido los santos en acción de gracias o ministerio de la
Palabra. ¡Es estéril y frío el ambiente en una asamblea cuando un hermano
ha participado aceptablemente ante el Señor en ejercicio sacerdotal y vuelve
a su asiento en medio de un silencio ensordecedor! ¡Cuán distorsionado es
cuando el único que dice Amén es aquel que ha hablado!
La palabra Amén no es el medio por el cual el locutor indica haber concluido
su aporte, sino lo que cada creyente puede emplear para significar su
acuerdo con, y endoso de, ese aporte hecho por cuenta de los demás.
"Amén, estoy de acuerdo; él ha hablado por mí". Debemos decirlo prudente y
sensatamente si apreciamos que la participación del hermano en la reunión
de una asamblea no es individual sino colectiva. Si se emplea un Amén
debidamente, el hecho de no decirlo indica que uno considera que el que
intervino en la reunión no ha expresado el sentir de la congregación, ¡y éste
debe reflexionar seriamente antes de pararse en otra ocasión! Amados de
Dios, favor de considerar amigablemente la exhortación, y hagamos el uso
debido de la palabra pequeña pero muy significativa, Amén.
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Salvador dijo estas palabras se ha podido observar que no estaba
introduciendo lo que estaba por decir, sino refrendando con un doble Amén
algo que acaba de decir. Si este es el caso en Juan 1.51, quiere decir que la
declaración en ese versículo es una consecuencia de la confesión de
Natanael en el v. 49, como representante de un Israel restaurada. ¿Y no será
este el caso? La nación puede conocer la bendición milenaria solamente
cuando ella reciba su Mesías por lo que Él es.
Además, un principio bíblico bien establecido está a la vista aquí. Cuando
hay aceptación de, y obediencia a, una verdad revelada, Dios revelará más.
Es de esta manera que los creyentes crecen en la gracia y el conocimiento
del Señor Jesús, porque le agrada al Espíritu Santo revelar verdades divinas
a la mente que se somete a la Palabra de Dios.
Este pasaje bien conocido en el Evangelio según Juan contiene una serie de
tres declaraciones donde cada una comienza con de cierto, de cierto. Visto
desde el ángulo personal e histórico, el dilema que enfrentó un principal
entre los judíos, devoto y religioso, es muy evidente; él está hablando en
privado con el Maestro sin letras de Nazaret. Visto de nuevo, esta vez desde
el ángulo nacional y dispensacional, hay un cuadro del renacimiento de la
nación de Israel en un día todavía futuro. Así como Natanael representaba a
Israel en su futuro reconocimiento de Jesús como el Mesías, Nicodemo
ilustra la experiencia futura de la nación cuando, en la noche de la
tribulación, una lucha proclama el renacimiento de Israel como un pueblo
para Dios.
Desde la perspectiva personal, parece irónico que Nicodemo, un respetado
miembro de la Sanedrín, "maestro de Israel", v. 10, y en el tope de la escala
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social, buscara un encuentro con el Señor a medianoche, cuando, en el
capítulo siguiente, leemos de una mujer reprobada y de reputación
cuestionable, una samaritana despreciada por Israel, favorecida con un
encuentro que el Señor programó para el mediodía. Aparentemente hubo
más "luz" acerca de la mujer samaritana que acerca de Nicodemo, porque
fue ella que se marchó del encuentro con el Salvador, diciendo: "¿No será
éste el Cristo?" 4.29.
Cualquiera el motivo de Nicodemo, parecería sincero su deseo de saber más
acerca del nazareno. Por un lado él estaba muy consciente de los orígenes
humildes y hermosos del hombre a quien quería encontrar, pero, por otro
lado tuvo que confesar que Jesús había venido de Dios como maestro. Los
milagros (literalmente, "las señales") realizados por el Señor hubieran sido
imposibles si Dios no estuviera con Él. Cualquiera que haya sido la
respuesta que Nicodemo esperaba, la que recibió le dejó la cabeza mareada:
"De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no
puede entrar en el reino de Dios".
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La operación del nuevo nacimiento
"De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no
puede entrar en el reino de Dios", 3.5. Habiendo explicado el origen divino
del nuevo nacimiento, ahora el Señor le explica a Nicodemo cómo opera para
tener lugar. Se ha centrado mucho debate sobre la frase, "no naciere del
agua de el Espíritu", y la doctrina falsa de la regeneración bautismal
emergió de una comprensión errónea de esta y otras expresiones similares.
El texto no reza, "del agua y del Espíritu", sino "del agua y el Espíritu". No se
tratan de dos elementos, sino de uno. La "y" es kai en griego y es legítimo
traducirla "aun", conforme con el contexto. Tenemos, entonces, nacer del
agua, aun el Espíritu Santo.
Nicodemo no desconocía el concepto de gente admitida al reino (como él lo
concebía) por agua. Cualquier gentil que abrazaba la fe judía, y aspiraba
entrar en el reino (como ellos lo entendían), sellaba aquella transacción por
agua, es decir, por el bautismo. El ministerio de Juan el Bautista era visto
como una extensión de aquel concepto por el cual aquellos que reconocían
la indignidad de la nación a recibir su tan anunciado rey demostraban su
arrepentimiento personal y disposición para el reino al bautizarse.
Por supuesto Juan predicaba también que, aun cuando bautizado con agua,
Aquel que le dio ese ministerio era "el que bautiza con el Espíritu Santo";
Juan 1.31 a 33. Nicodemo tenía que aprender que no entraba en el reino por
el agua material del bautismo, sino por el Espíritu Santo. El nuevo
nacimiento cuyo origen era "de arriba" se efectuaría por la operación del
Espíritu quien aporta una vida de carácter espiritual, no carnal.
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La obediencia al nuevo nacimiento
El de cierto, de cierto de parte del Señor en vv 11,12 hace ver la necesidad de
obedecer para nacer de nuevo. Él habla de "yo", "nosotros" y "vosotros"
(sobreentendidos en castellano). Los "nosotros" son los que se asocian con
Cristo por el nuevo nacimiento y conocen cuestiones divinas. Los "vosotros"
son los que no reciben el testimonio. El Señor le dijo a Nicodemo que su
incapacidad para ver o entrar en el reino se debía a que "no recibís nuestro
testimonio". Sin la obediencia de la fe en los derechos de Dios, presentados
en el evangelio, no puede haber comprensión ni apropiación del reino de
Dios, v. 5. La asociación con Cristo y la confianza en el propsíto divino
pueden venir solamente al recibir ese testimonio.
La lucha persistió en Nicodemo, 7.50,51, pero a la postre llevó fruto. Él
abrazó al Cristo crucificado, 19.39 a 42, y así será la experiencia de Israel
en un tiempo futuro.
El hombre impotente
La sanidad del hombre impotente en Betesda está registrada en los primeros
versículos de Juan 5. Este milagro, con los eventos posteriores en vv 10 a
18, forma el trasfondo de las próximos tres menciones de de cierto, de cierto
en boca del Señor Jesús. Veamos ahora, entonces, los eventos en Betesda
con miras a considerar en otra entrega los tres de cierto, de cierto.
En este estudio, como en los anteriores, hay un significado dispensacional
además de uno histórico. Esta historia es la tercera de las ocho señales
específicas que Juan registra en su Evangelio. Es importante notar las
referencias al tiempo. La ocasión fue "una fiesta de los judíos" y "era día de
reposo", vv 1,9. Juan no especifica a cuál fiesta se refiere. El énfasis aquí,
como en 6.4, es sobre el hecho que las convocaciones instituidas por Dios se
habían rebajado a ser "fiestas de los judíos". Ceremonias que en un tiempo
habían sido ocasiones de preciosa comunión con Dios eran ahora ritos
muertos y huecos, carentes de agrado para Aquel que las había ordenado.
Esto sucede siempre cuando el redimido pueblo de Dios pierde de vista su
santidad, misericordia y poder para salvar. Nosotros quienes por gracia
tenemos una cercanía a Dios que Israel nunca conocía, de ninguna manera
estamos exentos de la misma dureza de corazón que afligía a aquella nación.
Es una condición que puede chupar la vitalidad de nuestras reuniones y
robarnos de un temor reverencial del Dios vivo. Le niega a Él la adoración
que se merece y nos deja apáticos, fríos, insensibles y sin bendición.
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"enfermo" en este versículo se usa en Romanos para la debilidad corporal y
para la ineficacia de la Ley a causa de la carne, 6.19, 8.3.
En Betesda un estanque, rodeado de pórticos, podía dar aliento, bendición y
salud. Por la debilidad de su cuerpo, este discapacitado, viviendo a la
sombra de aquellos cinco pórticos que son ilustrativos de todos los eventos y
requerimientos de los libros de Moisés ─ el Pentateuco, la Ley ― no podía
disfrutar de lo que el estanque ofrecía. El estanque podía dar lo que él
necesitaba, ¡pero él no podía cumplir con lo que requería de él! Si los cinco
pórticos son una figura de la ley dada por Moisés, ¿el estanque no será una
figura del reposo sabático? Por treinta y ocho años el hombre había estado
postrado y anhelaba estar sano. La Ley no podía levantarlo debido a la
debilidad de la carne, pero el Salvador sí podía; véase Romanos 8.3,4.
El reposo sabático
¡Treinta y ocho largos años! Exactamente la misma duración de las
peregrinaciones del pueblo de Israel en el desierto, Deuteronomio 2.14.
Aquel viaje ha debido requerir once días, 1.2, permitiendo a ese pueblo
entrar en el prometido reposo de Canaán, pero el escritor a los hebreos hace
ver que aquellos que salieron de Egipto nunca disfrutaron de ese reposo;
"aquellos a quienes primero se les anunciaron la buena nueva no entraron
por causa de la desobediencia", 6.4.
El hombre nunca conoció el reposo propio de la creación a causa del
pecado, y el de Canaán les fue negado a los esclavos en Egipto por la misma
razón, pero, promete Hebreos 4.9, "queda un reposo para el pueblo de Dios",
y es precisamente el reposo que emana del Calvario. Las bendiciones del
auténtico reposo sabático pueden ser disfrutadas por solamente los que
están en Cristo y quienes, por gracia, han sido introducidos a la plenitud de
su muerte expiatoria en el Calvario. Descansamos donde Dios descansa, en
la obra consumada de su Hijo amado, cosa que nunca se hubiera conocido
por las obras de la carne, sino efectuada por el poder del Señor Jesucristo
para salvar.
Desde la perspectiva divina el sábado involucraba deleite y el beneficio del
reposo en una obra completa de su Hijo amado, y para la creación el sábado
significaba descanso, recuperación y el beneficio del buen propósito de Dios.
Había un año sabático para el bien de la tierra, y el incumplimiento de esa
norma de parte de Israel a lo largo de 490 años resultó en que Dios los
quitara de la tierra para que fuera restaurado cada uno de los años
abusados, setenta en total. Fue por esto que el cautiverio babilónico duró
exactamente setenta años, 2 Crónicas 36.21.
El sábado les fue exigido a los israelitas en la Ley: "Guardarás el día de
reposo para santificarlo, como Jehová tu Dios te ha mandado. Seis días
trabajarás... Acuérdate que fuiste siervo en tierra de Egipto, y que Jehová tu
Dios te sacó de allá con mano fuerte y brazo extendido", Deuteronomio 5.12
a 15. Así el sábado semanal consagró principios de creación y redención. Si
bien no los observamos de la manera que hacía Israel, el principio aplica
todavía. El abandono del principio del sábado de la creación por parte de la
sociedad occidental, bajo el cual un día de la semana es puesto aparte para
descanso, ha resultado en un aumento en el estrés y el agotamiento. El
principio sabático es beneficioso para la salud humana, y es de notar que la
palabra griega ugiés, salud, se emplea siete veces en la narración de esta
tercera señal a la nación. "¿Quieres ser sano?" se encuentra seis veces en
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Juan 5, y una séptima vez en 7.22, "sané completamente", ¡la salud y fuerza
de la nación restaurada!
Al preguntarle al hombre si quería ser sanado, el Señor sabía que su
respuesta positiva requeriría que él tomara su lecho y caminara en el día
sábado. La restauración del hombre y también el principio sabático serían
vinculadas estrechamente. La aplicación de esta bendición lo pondría en
conflicto directo con el mundo de la hueca formalidad religiosa. ¿Él estaba
dispuesto? Asociarse con Cristo y su poder para salvar es estar para
siempre fuera del campamento de la religión humana de justicia propia. Tan
seguramente como cortarían todos sus lazos al identificarse con la cruz, así
también este hombre se excluiría para siempre de lo desesperado de la
religión al tomar su lecho y andar en comunión con su Salvador en el día
sábado. "Y por esta causa los judíos perseguían a Jesús, y procuraban
matarle, porque hacía estas cosas en el día de reposo", v. 16.
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Al ser acusado de no respetar el sábado, Él dijo que su Padre no dejaba de
trabajar en el sábado y Él tampoco lo haría. Esta afirmación explícita de ser
igual con el Padre enfureció a los judíos; el Señor Jesús respondió con tres
declaraciones solemnes, cada una comenzando con un autoritario de cierto,
de cierto.
En el primero y el último Él habla en tercera persona, explicando la relación
entre el Padre y el Hijo y la armonía total de su actividad. En la segunda
declaración el Señor habla en primera persona, no dejando ninguna duda
en cuanto a su propia deidad e igualdad con el Padre. En todas tres, Él
enfatiza dos grandes hechos: el Hijo puede impartir vida a quien quiera, y
todo juicio le está encomendado a Él. El Dador de esta vida tiene autoridad
para decirle al impotente, "Levántate, toma tu lecho, y anda"; el Juez tiene
autoridad para decir también, "... no peques más, para que no te venga cosa
peor", v. 14.
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Vida, juicio y oído, v. 24
Llegamos ahora a uno de los versículos de la Biblia más conocidos y más
amados. Explica cómo una persona puede saber a cuál de dos grupos
pertenece: los vivos o los juzgados. ¡Cuán maravillosamente precioso es! El
que oye y cree, vive. ¡Allí está! De los labios del Salvador mismo viene la
confianza que pasa de la muerte a la vida aquel que oye y cree.
Este hermoso versículo combina con la sección anterior para propor-
cionarnos uno de los varios casos en el Nuevo Testamento donde el Espíritu
Santo pone lado a lado en la página sagrada la soberanía de Dios y la
responsabilidad humana.
El v. 21 es una declaración de la soberanía en la cuestión de la vida
concedida a pecadores muertos en delitos y pecados: el Hijo levanta a los
que quiere dar vida. El ejercicio de aquella voluntad nunca se hace al azar
ni caprichosamente, sino siempre de acuerdo con la voluntad del Padre.
Para aquellos que son "elegidos según la presciencia de Dios Padre", 1 Pedro
1.2, el Hijo se dispone dar vida, ejecutando de esta manera los propósitos
del Padre en entera armonía con su voluntad. A la postre Él ejecutará juicio
sobre aquellos que no tienen esa vida.
Si esto fuera el único lado del asunto, el evangelio sería un mensaje de
fatalismo y no de fe. Sin embargo, justamente al lado de la clara declaración
de la soberanía está el segundo de cierto, de cierto del Señor en este
discurso. Si una afirmación de su soberanía merece de cierto, de cierto, así
también una exposición del libre albedrío a oir y creer. Ambas verdades
tienen el de cierto, de cierto del Señor Jesús y por lo tanto son de igual peso.
Lea las palabras de nuevo, apreciando la fragancia de la gracia y la
misericordia del Dios quien quiere salvar. "De cierto, de cierto os digo: El
que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a
condenación, mas ha pasado de muerte a vida", 5.24.
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que entendemos que hay programas distintos para los judíos, los gentiles y
la iglesia de Dios.
Cada programa contempla una resurrección distinta. Para la iglesia hay la
resurrección selectiva de creyentes que "duermen en Jesús", 1 Tesa-
lonicenses 4.14; para el judío hay la resurrección de los santos del Antiguo
Testamento juntamente con los mártires de la tribulación, en la
manifestación del Señor Jesús cuando Él viene a reinar en gloria, Daniel
12.13, Apocalipsis 20.6; para las naciones gentiles hay la resurrección en la
consumación del tiempo, cuando aquellos que son resucitados
comparecerán ante el gran trono blanco, Apocalipsis 20.11 a 13.
Aquellos que oyen y creen tienen vida. Aquellos que rechazan la vida del
Hijo de Dios serán juzgados por el Hijo del Hombre. El triple de cierto, de
cierto del Señor Jesús es solemne sin duda.
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Bautista, y los apóstoles que el Señor había enviado para predicar el reino
de Dios recién habían regresado de su misión, Marcos 6, Lucas 6.
Los discípulos propios del Señor no habrán estado inmunes del mucho
movimiento entre el pueblo que estaba buscando un líder para librarlos de
la opresión romana. Una revuelta estaba en el aire, y Galilea era un área
fértil para las protestas, Lucas 13.1. Tal vez fue por estas razones que el
Señor tomó sus discípulos y "se retiró aparte, a un lugar desierto de la
ciudad llamada Betsaida", Lucas 9.10. La necesaria privacidad duró poco,
sin embargo, porque el pueblo fue presto a seguir, "porque veían las señales
que hacía". El Señor "los recibió, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a
los que necesitaban ser curados", Lucas 9.11. ¡Tierna la compasión que
manifestó!
Su primo hermano y precursor espiritual, Juan el Bautista, recién había
sido sepultado. Sus apóstoles estaban llenos de "todo lo que habían hecho",
Mateo 14.12, Lucas 9.10, y ellos también estaban irritados en esas
circunstancias, pero no así el Salvador. Compasivamente, Él atendió a la
multitud que se estaba reuniendo y pacientemente les enseñó en todo el día.
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con lo poco que se le ofrece para el uso suyo! No le hacía falta el aporte del
muchacho, como tampoco necesita los exiguos recursos que usted y yo
poseemos.
La maravilla es que Él estaba dispuesto a incluir al muchacho y los
discípulos en esta gran obra de Dios. Es típico de nosotros pensar en
función de cuánto aportamos al servicio del Señor, pero la sencilla realidad
es que la obra del Señor progresaría mejor sí Él la hiciera solo. Pero, opta
por involucrarnos y usarnos para su gloria. ¡Maravilla que es! Que Dios nos
dé la humildad y fe que tanta falta nos hacen, porque el orgullo y la
incredulidad siempre se ocupan de lo inadecuado del costo, la calidad y la
cuantía.
Cuando Dios protestó por la conducta de Israel en Salmo 50, no fue por una
falta en su atención religiosa al sistema levítico, sino porque "pensaban que
de cierto sería yo como tú", 50.21. Estaban tan orgullosos de su formalidad
que ellos habían perdido de vista la grandeza y gloria de Dios. Pensaban que
sus sacrificios le hacían falta a Él: "Si yo tuviera hambre, no te lo diría a ti,
porque mío es el mundo y su plenitud", fue su reprensión severa del v. 12.
¿Y qué correctivo demandó Él de su pueblo? "Sacrifica a Dios alabanza, y
paga tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia; te libraré, y
tú me honrarás", vv 14,15.
La idea que tienen algunos que la disposición del muchacho a compartir su
merienda dio un ejemplo que todos los demás imitaron es tan patética que
no amerita más comentario. El Señor Jesús tomó en sus manos la comida
proferida, dio gracias (cosa significativa) y procedió a repartirla a los
discípulos, quienes a su vez la pasaron "entre los que estaban recostados",
6.11. Esta no fue nada menos que un milagro de poder creacionista de parte
del Hijo de Dios, de quien está escrito: "En él fueron creadas todas las cosas,
las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean
tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado
por medio de él y para él. Y él es antes de todas las cosas, y todas las cosas
en él subsisten", Colosenses 1.16,17.
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En Galilea, donde estaba el mayor resentimiento y oposición a la ocupación
romana de Israel, el Señor alimentó milagrosamente cinco mil varones
además de mujeres y niños. Para el pueblo, el surgimiento de un hombre
que podía alimentarlos y liderizarlos fue motivo para procurar tomarlo a juro
y hacerlo rey. Es posible que el súbito despacho de sus discípulos al otro
lado haya sido la manera del Señor de asegurar que no fueran infectados
por este fervor nacionalista, pero la narración en los Evangelios deja claro
que había otras razones también para este viaje lleno de incidentes.
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Mientras más consideraban el asunto, más se dieron cuenta de que había
una sola explicación. Él llegó caminando, ¡caminando sobre el mar! Sin
duda el Espíritu Santo les haría recordar la escritura donde Job declara, al
contemplar la grandeza y majestad de Dios: "El solo extendió los cielos, y
anda sobre las olas del mar", Job 9.8. Les habrá recordado también las
hermosas palabras de Etán en Salmo 89: "Oh Jehová, Dios de los ejércitos,
¿Quién como tú? Poderoso eres, Jehová, y tu fidelidad te rodea. Tú tienes
dominio sobre la braveza del mar; cuando se levantan sus ondas, tú las
sosiegas", vv 8,9. Y más; otro salmista declara: "Cambia la tempestad en
sosiego, y se apaciguan sus ondas", 107.29.
¡El hombre que puede atravesar el mar a pie y tornar temepestad en calma
es Dios! Las Escrituras lo declaran y toda ignorancia de la deidad de Jesús
de Nazaret queda descartada. ¿La nación lo recibirá o lo rechazará?
El relato de Marcos
Su pluma guiada por el Espíritu Santo, Marcos ofrece otro enfoque. Al
narrar los eventos de la tempestad y la presencia del Señor, Marcos nos dice
que Él "subió a ellos en la barca, y se calmó el viento; y ellos se asombraron
en gran manera, y se maravillaban. Porque aún no habían entendido lo de
los panes, por cuanto estaban endurecidos sus corazones", Marcos 6.51,52.
El propósito del Salvador en enviar a sus discípulos a entrar en una
tempestad, sabiendo que el susto los sacaría de su autocomplacencia, fue
para ablandar sus corazones.
Aceptando que había otras razones por la quinta señal, no podemos dejar de
preguntarnos si los discípulos se hubieran involucrado si su respuesta a la
visión del Salvador hubiera sido anterior a su respuesta al milagro en la
ladera. Si su obra en la cuarta señal les había causado estar asombrados en
gran manera, "y se maravillaban", no ha debido ser necesaria la lección del
gran viento.
¡Y somos parecidos! Tan a menudo las lecciones que tenemos que aprender
no son dictadas en ocasiones de la evidente bendición y bondad de Dios
para con nosotros, sino en las largas y espantosas horas de la noche cuando
"estaba ya oscuro, y Jesús no había venido", Juan 6.17. El Señor sabía que
estaba enviando sus discípulos a una tempestad y sabía que en la oscuridad
ellos iban a aprender cosas que no los habían hecho mella en la montaña.
Su propósito fue ablandar sus corazones e instarles a maravillar más.
El relato de Mateo
Mateo cuenta la parte de Pedro en todo esto, y cómo aquel pescador fuerte y
emprendedor fue llevado a reconocer que dependía enteramente del Señor.
Cuando ya no pudo por su propia fuerza y habilidad, comenzó a hundirse y
clamó: "¡Señor, sálvame!" Pasó la tempestad; todo estaba bien, y "al
momento Jesús, extendiendo la mano, asió de él, y le dijo: ¡Hombre de poca
fe! ¿Por qué dudaste?" 14.31.
Los discípulos, lejos de tener el corazón endurecido, autocomplaciente,
fueron convertidos en adoradores bien dispuestos y asombrados,
reconociendo de nuevo que no eran nada y que Cristo era todo. Es por esto,
amados santos de Dios, que a veces los nubarrones nos cubren, porque
tantas veces los mayores milagros de sustento no enseñan nuestros
corazones a adorar tan eficazmente como lo hacen los temores y las
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lágrimas de la noche. Pero el Salvador está allí todo el tiempo, vigilando a los
suyos, esperando pacientemente hasta que corazones orgullosos estén más
dispuestos de nuevo a reconocerlo como Señor corazones que se ablandan
para ver de nuevo con compasión a los menesterosos; corazones
autocomplacientes que son impulsados a confesar de nuevo su dependencia
de Él no más, para que Él no más sea adorado.
"De cierto, de cierto, os digo que me buscáis ... porque comisteis el pan ..."
Anteriormente, en 1.38, Juan había citado las palabras del Señor Jesús a
dos hombres que lo seguían, "¿Qué buscáis?", y no nos haría mal repasar
nuestras vidas cristianas a ver qué buscamos. Lo amamos por su gran
sacrificio en el Calvario; lo amamos por su misericordia y bondad; lo
amamos por todas las promesas preciosas que ha hecho. Esto es bueno y
agradable a Dios, pero la adoración más sublime, la paz más dulce, y "la
buena parte", Lucas 10.42, es cuando nuestros corazones están cautivados
por lo que nuestro Señor Jesucristo es en sí. El Salvador está preguntando
hoy: "¿Qué buscáis?"
Una de las verdades primarias del Evangelio según Juan es que el Hijo de
Dios vino al mundo, y a la nación judía en particular, para revelar el Padre.
Entre todas las maravillosas obras del Salvador, Juan registra ocho milagros
específicos, cada uno de ellos una señal a la nación: si iban a conocer su
Dios, debían recibir y honrar al Hijo.
Hemos visto en entregas anteriores algo de la importancia de los eventos del
capítulo 6 que detalla la cuarta y la quinta señal a Israel en la alimentación
de los cinco mil y la caminata sobre el mar. Cuatro veces en este capítulo el
Señor Jesús emplea las palabras de cierto, de cierto, y Él concluye la
primera de esas declaraciones, vv 26,27, con decir del Hijo del Hombre: "a
éste señaló Dios el Padre". La verdadera calidad de hijo manifiesta el
carácter del padre, y era de esperar que el Señor dijera de aquel que el Padre
señaló era el Hijo de Dios.
Pero no, el Señor emplea el título Hijo del Hombre, uno que solamente Él
usaba. Los únicos otros casos registrados donde otros emplean este título
acerca del Señor son cuando hombres citaban sus propias palabras, como
por ejemplo en 12.34. Cual Hijo del Hombre, el Señor Jesús era el máximo y
más perfecto ejemplo de todo lo que Dios quería que el hombre fuera,
manifestado en todo su proceder el carácter y las características ideales de
los hombres. Todo lo que Él exhibía, lo era, y no era un Reflector de toda la
gloria de la humanidad perfecta, sino la revelación de ella como es el
singular Hijo del Hombre. Igualmente, no era el Reflector del carácter del
Dios eterno, sino la revelación de ello, porque era en esencia tan divino
como era humano.
Al hablar de la vida eterna, la cual el Hijo del Hombre da, "porque a éste
señaló el Padre", 6.27, el Señor Jesús estaba haciendo ver que el milagro del
alimento y su posterior caminata no fueron obras para glorificarse a sí
mismo como hombre entre hombres, sino señales por las cuales su
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revelación del Padre eran pruebas certificadas por Dios mismo. Si uno que
es indudablemente hombre está haciendo obras que son indudablemente
divinas, Él debe ser Dios mismo, y por ende el Mesías de Israel. El Hijo del
Hombre tenía el sello de comprobación del Padre sobre sus obras y por sus
obras.
"Entonces le dijeron: ¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras
de Dios? Respondió Jesús y les dijo: Esta es la obra de Dios, que creáis en el
que él ha enviado", vv 28,29. Si estos versículos figuraran aparte, podríamos
concluir de ellos que Dios requiere de su pueblo una obra en particular, la
de creer en su Hijo. Sin embargo, el favor con Dios (y específicamente la
salvación) nunca es con base en las obras, sino por fe. El versículo que
sigue y el discurso subsiguiente nos explican la respuesta del Señor. Por
supuesto, siempre es importante leer una escritura en su contexto. Cuando
el Señor Jesús afirmó que "esta es la obra de Dios", Él se refería al milagro
de alimentar a los cinco mil. Dios el Padre había hecho una gran obra por
medio del Hijo del Hombre, y fue con el fin de "creáis en el que él ha
enviado". Fue de esta manera que el Padre había señalado, o autentificado,
el Hijo del Hombre, y así como el Hijo había revelado al Padre, también el
Padre al Hijo.
Esto explica por qué "le dijeron entonces: ¿Qué señal, pues, haces tú, para
que veamos, y te creemos? ¿Qué obra haces?" v. 30. Evidentemente la
muchedumbre estaba dispuesta a aceptar que el reparto milagroso fue una
obra de Dios, pero si era obra de Dios, ¿qué podía hacer este hombre
presente entre ellos para demostrar su propio poder? El énfasis en el v. 30
está sobre la tú. ¿Qué es tu señal, qué es tu obra? El incumplimiento de los
judíos a ver el Padre revelado en el Hijo venía acompañado de una
comprensión errónea de la fuente del maná dado a sus padres en el
desierto. Fue para corregir esta falta de entendimiento que el Señor
pronunció otro de cierto, de cierto.
Los judíos, siempre buscando señales a causa de su incredulidad, querían
ver al Señor hacer algo que sería indiscutiblemente suyo propio. Decían en
efecto: "Cuando Moisés se presentó para guiar la nación, él invocó pan del
cielo. Reconocemos que hemos visto una obra de Dios en la alimentación de
los cinco mil, ¿pero qué puedes hacer por tu propia cuenta?"
"Y Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: No os dio Moisés el pan del
cielo, mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios
es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo", vv 32,33. En su cita de
Salmo 78.24,25 los judíos pensaban que fue Moisés que dio a comer, pero el
Señor les enseñó que quien lo hizo fue Dios mismo. Moisés fue el mediador
en la bendición, el instrumento en su entrega, pero Dios "señaló" a Moisés a
la vista del pueblo, y de una manera aun más maravillosa, ahora el Señor
Jesús se presentaba ante ellos como el antitipo de aquel maná.
Moisés nunca multiplicó panes en sus propias manos. Él dependía del maná
para su propio sustento, así como el pueblo, pero el Hombre que podía
multiplicar el pan y los peces no sólo proveyó comida material sin límite sino
también podía atender a la gran necesidad espiritual de su pueblo con tan
sólo que ellos aceptaran. El alimento espiritual no era algo que Él dio, sino
algo que Él era en sí. "Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá
hambre", v. 35. Así como el Señor había demostrado su superioridad sobre
Jacob en el capítulo 4 cuando le dio a la mujer de beber agua viva, también
demostró su superioridad sobre Moisés en el capítulo 6. Moisés gestionó
20
comida material para el pueblo, pero el Salvador mostraría ser el verdadero
pan del cielo para todo aquel que comiera de Él y lo tomare para sí.
21
Las próximas tres ocasiones cuando el Señor Jesús pronunció las palabras
de cierto, de cierto están todas en la sección de Juan 8 donde fue sujetado a
uno de los más intensos abusos verbales que los judíos jamás lo dirigieron.
Los vv 21 a 59 narran una disputa que fue tan intensa de parte de los
judíos como fue dignificada de parte del Señor.
22
Deuteronomio 10 no se menciona el oro que forraba el arca. El hombre
perfecto glorificado en el cielo no está a la vista, sino el hombre que vino
aquí de Dios en toda la gloria moral de una vida impecable, inmarcesible y
santa. El Salvador no hizo caso omiso del pecado de la mujer en aquella
ocasión, sino otro día en amor murió por ese pecado.
“Yo soy”
Escribió John Phillips: “Conviene tener presente que Yo soy era el más
destacado nombre para Dios que los judíos conocían y ellos lo trataban con
la mayor reverencia. Era conocido como el nombre inefable, y ellos no lo
usaban. Se dice que cuando un escriba copiaba las Escrituras y llegaba a
este nombre para Dios, él tomaba una plumilla nueva sólo para escribirlo.
Se dice que cuando un lector en la sinagoga llegaba a este nombre en el
texto sagrado, él no lo leía sino inclinaba la cabeza en reverencia, y la
congregación, sabiendo que estaba pensando en el nombre inefable, se
inclinaba también”.
Tal vez podemos imaginarnos, entonces, el impacto sobre los judíos cuando
el Nazareno no sólo pronunció el nombre sagrado tres veces ―no una vez―
en escasos minutos, sino también lo tomó para sí. Estas declaraciones, sin
embargo, no describían a un hombre que estaba decepcionado, así como los
judíos acusarían más adelante, v. 48. Adicional a esta declaración de
23
deidad, el Señor Jesús recalcó también su humanidad dependiente con
palabras tales como, “Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre,
entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino según
me enseñó el Padre, así hablo. Porque el que me envió, conmigo está; no me
ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”, vv 28,29.
Si algunos se escandalizaron, otros creyeron en Él, y es a ellos que el Señor
se dirige ahora.
Habiendo visto algo del trasfondo de tres de cierto, de cierto del Señor Jesús
que Juan registra, nos dirigimos ahora a las declaraciones en sí.
24
no halla cabida en vosotros. Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y
vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre”, vv 34 a 38.
La situación del pecador es desesperada en verdad. “Todo aquel que hace
pecado”, en este contexto, se refiere a aquellos que están señalados por el
pecado como un hábito o una práctica continua. Se refiere a aquellos que
están en un estado irregenerado, y no incluye a una persona que, aun
cuando justificada por fe, todavía comete pecado de tiempo en tiempo como
resultado de la vieja naturaleza que no ha cambiado.
Los creyentes en el Señor Jesús, salvos por la gracia divina, son justificados
“de todo aquello”, Hechos 8.39, pero como muy bien sabemos, todavía
cometemos pecados. Tenemos que diferenciar entre la condición y la
conducta. Si fuera posible la perfección, el creyente sobre la tierra estaría
inmune del pecado ―pero es imposible― y la condición y la conducta serían
una misma cosa.
Escribió Pablo: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para
obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para
muerte, o sea de la obediencia para justicia?” De seguida, sin embargo, él
dijo tocante a nuestra condición, “Pero gracias a Dios, que aunque erais
esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de
doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser
siervos de la justicia”, Romanos 6.16 a 18.
La jactancia de los judíos a quienes el Señor estaba hablando era que,
gracias a su vinculación nacional con Abraham, ellos tenían derecho a, y
garantía de, un lugar “en la casa”. Pero las Escrituras decían ya: “Este es mi
pacto, que guardaréis entre mí y vosotros y tu descendencia después de ti:
Será circuncidado todo varón de entre vosotros. Circuncidaréis, pues, la
carne de vuestro prepucio, y será por señal del pacto entre mí y vosotros. Y
de edad de ocho días será circuncidado todo varón entre vosotros por
vuestras generaciones; el nacido en casa, y el comprado por dinero a
cualquier extranjero, que no fuere de tu linaje. Debe ser circuncidado el
nacido en tu casa, y el comprado por tu dinero; y estará mi pacto en vuestra
carne por pacto perpetuo. Y el varón incircunciso, el que no hubiere
circuncidado la carne de su prepucio, aquella persona será cortada de su
pueblo; ha violado mi pacto”, Génesis 17.9 a 14.
En la percepción de los judíos, ellos nacieron “en la casa”, y eran
circuncidados. Por ende, les correspondía a ellos también todo lo que era de
su padre Abraham. Eran los herederos.
Más adelante, al concluir que todos están bajo el pecado, Pablo escribió en
la apertura de la Epístola a los Romanos: “No es judío el que lo es
exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne;
sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del
corazón, en espíritu”, 2.28,29. Era una característica de los judíos rehusar
tajantemente la enseñanza de tanto el Señor Jesús como del apóstol Pablo
acerca de la necesidad de la circuncisión espiritual y la paternidad
espiritual. Ellos se jactaban de una libertad que no poseían y una relación
de hijos que no era suya. En verdad, eran simplemente esclavos bajo la
servidumbre de un amo temible y matón. La evidencia clara de su condición
espiritual, y la identidad de su verdadero amo, se veía en que querían matar
a su Mesías. Bien les dijo el Señor: “Sois de vuestro padre el diablo, y los
deseos de vuestro padre queréis hacer”, 8.44.
25
La confianza perdurable del santo
“De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra nunca verá la
muerte”, v. 51.
Esta declaración del Señor Jesús nos retrotrae a una ocasión anterior
cuando dijo: “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al
que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado
de muerte a vida”, 5.24.
Inmediatamente los judíos demostraron que eran de su padre el diablo,
v. 44, distorsionando las palabras del Salvador. Dijeron: “Tú dices: El que
guarda mi palabra, nunca sufrirá muerte”, v. 52. Pablo dijo acerca del diablo
y sus mentiras que “no ignoramos su maquinaciones”, 2 Corintios 2.11, y
hacemos bien al recordar que su resolución a distorsionar y negar la
Palabra de Dios no es menos ahora de lo que era. ¡Qué arrogancia y
atrevimiento fue citar mal al Hijo de Dios en su propia presencia! Toda la
escena nos lleva al Huerto de Edén, donde Adán aceptó lo dicho por el
diablo y de una vez sufrió la muerte espiritual.
Los judíos estaban en la misma condición, excepto que Adán conoció y
confesó su estado caído pero los judíos rehusaban reconocer el suyo. El
Señor Jesús, hablando del Padre, dijo en el v. 55, “Le conozco, y guardo su
palabra”, y la misma sumisión y obediencia que le caracterizaba a Él debía
caracterizar a sus oyentes también si no iban a “ver muerte”. Por esto el
Señor Jesús dijo, “El que guarda mi palabra, nunca verá muerte”, la
promesa perdurable es a todo creyente de parte del postrer Adán, el segundo
hombre, que es el Señor del cielo, 1 Corintios 15.45,47.
26
ellos era mayor que Jacob, Juan 4.12, mayor que el templo, Mateo 12.6,
mayor que Jonás, 12.41, mayor que Salomón, 12.42, y mayor que Abraham.
La conclusión de todas sus palabras era ineludible, por difícil que haya sido
comprenderlas. ¡Jesús de Nazaret, cuyas palabras habían oído con asombro,
cuyos milagros habían visto con sus propios ojos, era el Mesías, Dios
manifestado en carne! No había por dónde maniobrar, ni espacio para más
debate. Ellos debían confesar su necedad, ceguera y orgullo. Debían doblar
la rodilla y reconocer su Mesías como el Señor y Rey. Debían ceder ante la
evidencia clara de todas sus señales y maravillas. ¡O no! “Tomaron entonces
piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y
atravesando por en medio de ellos, se fue”, v. 59.
27
pastores ciegos e indiferentes lo expulsaron del templo, así como en efecto
habían hecho con el Señor al final del capítulo 8.
Obsérvense ahora las palabras empleadas por el Señor en el v. 4: “Cuando
ha sacado fuera todas las propias, va delante de ellas, y las ovejas le siguen,
porque conocen su voz”. “Ha sacado” traduce ekbállo, expulsar, como en
9.34. ¿Él había sido echado del templo? Así el Señor antes de él. ¿Los
hombres lo habían echado del templo? Sí, pero detrás de las acciones de
estos fariseos ciegos, impíos estaba una mano poderosa que estaba
“sacando fuera” al hombre como una oveja para seguir al Buen Pastor. ¿Y el
Señor no había explicado ya a sus discípulos, respondiendo su pregunta
sobre la causa de la ceguera del hombre: “No es que pecó éste, ni sus
padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él”, 9.3?
¡Maravilloso! El Señor no simplemente se interesa en el caso de un ciego
para usar su condición como un medio para enseñar una lección espiritual.
Años antes de suceder los eventos de Juan 9, padres amorosos se afligían
por un bebé ciego. No sabían, como los discípulos tampoco iban a entender,
que el soberano Dios del cielo tenía un propósito para el muchacho ciego. Él
no sólo estaba destinado a recibir su visita, sino también a ser contado
entre los fieles de Israel que seguirían al Cristo de Dios fuera del estrecho,
seco redil del judaísmo hueco y cruel a la vida y libertad de abundantes
pastos verdes. ¿No fue este el caso también con Jairo, quien no ha podido
saber que su gesto de fe en apelar al Salvador por la vida de su hijo sería el
medio para que una mujer desconocida recibiera bendición?
La mano soberana de Dios se mueve sin impedimento en las circunstancias
de la vida, generalmente sin que lo sepamos. Quizás el amado santo que lee
este escrito esté perplejo por alguna circunstancia cuyo porqué no puede
comprender. Busque reposo en la verdad de que “las obras de Dios se
manifiesten en él”. Deje que Dios realice su propio propósito, que siempre
resultará en bendición para los que creen.
El redil del 10.1 era cosa muy conocida en cualquier pueblo o aldea oriental.
Era un encierro protegido donde varios rebaños se juntarían para abrigo
nocturno. Mientras los pastores dormían, un portero servía de guardián.
Pasada la noche, los pastores llegaban al redil para reclamar sus rebaños y
conducirlos a los pastos. El portero conocía todas las ovejas y llamaba cada
una de una manera singular que de una vez hacía moverse el animal
respectivo. Cualquier desconocido al portero no podía entrar por la puerta,
pero si estaba resuelto a hacer alguna perversidad, podía forzar su entrada
por otra vía. Nadie con buenas intenciones por las ovejas tendría que hacer
semejante cosa, de manera que por definición aquel que buscaba una
alternativa era ladrón o salteador. Bien ha dicho uno que el ladrón se
caracteriza por sigilo y misterio y el salteador por violencia y brutalidad.
Judas era un ladrón y Barrabás un salteador.
Los fariseos se preguntaban por qué el Señor les hablaba de algo tan común
y bien entendido. No captaron nada del significado espiritual. Dentro del
redil del judaísmo, había dos rebaños, el uno grande y compuesto de judíos
incrédulos y el otro compuesto de “las propias”, v. 4. Todas las ovejas oían
su voz, v. 3, pero sólo “las propias” salían tras Él. Todas las ovejas habían
oído su voz en el capítulo 9, pero solamente el hombre nacido ciego había
sido llamado por nombre y le siguió al Señor fuera del redil. En realidad esta
es la historia del Evangelio según Juan, el proceso de revelación seguida por
28
recepción o rechazamiento. Cuán llamativo es leer que: “Oyó Jesús que le
habían expulsado; y hallándole, le dijo: ¿Crees tú en el Hijo de Dios?” 9.35
El llamamiento del Salvador en el redil del judaísmo fue de separación. Su
llamada fue oída por todos, pero solamente los que eran en verdad suyos
respondieron y lo siguieron. Los Evangelios están repletos de relatos de
hombres y mujeres de esta clase, quienes, oyendo la palabra de vida,
respondieron por fe y siguieron a Cristo.
Los fariseos, dejando de ver aún la conexión entre los eventos anteriores y el
proverbio hablado por el Señor, continuaron en su ceguera. Para aquellos
con oído para oir, sin embargo, el Señor habló de nuevo con el fin de
explicar la alegoría: “De cierto, de cierto os digo: Yo soy la puerta de las
ovejas”, v. 7. Está a la vista otro rebaño, más pequeño y único. Algunos
pastores no querían o no podían aceptar un redil comunitario y la función
de un portero. Esos hombres tenían un redil pequeño para sus ovejas
propias, y dormían en la entrada. Se hicieron literalmente “la puerta de las
ovejas”. Aquellos que fueron “sacados afuera” del redil del judaísmo por su
fe en Cristo eran ahora este rebaño más pequeño. Era un lugar de seguridad
y sustento para los judíos creyentes.
Pero hay otro rebaño, v. 16. “Tengo otras ovejas que no son de este redil,
aquellas también debo traer, y oirán mi voz, y habrá un rebaño, y un
pastor”. Un rebaño no es un redil. El rebaño en referencia no es judío sino
gentil, los creyentes están seguros en Cristo. La verdad majestuosa de la
elección individual, soberana le permitió al Salvador decir que tenía ovejas
de otro redil y debía traerlas, y la verdad igualmente fuerte de la
responsabilidad individual a ejercer fe en Cristo se ve en las palabras, “oirán
mi voz”.
De estos dos rebaños, el uno de creyentes judíos y el otro de gentiles, el
Señor haría uno solo. Se ha comentado a menudo que un redil tiene una
circunferencia pero no tiene un centro, mientras que un rebaño tiene un
centro pero ninguna circunferencia. El judío y el gentil, unidos en Cristo por
gracia, forman el rebaño único. ¿Y cómo se haría esta gran obra? “El Buen
Pastor su vida da por las ovejas”, v. 19. ¡Alabado sea su nombre!
Los eventos de Juan 12 señalan el fin del ministerio público del Señor Jesús
a la nación de Israel. El capítulo 1 lo presenta como el Verbo eterno que vino
al mundo para expresarse como la declaración más clara y detallada de Dios
a su pueblo. “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras
en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha
hablado por el Hijo”, Hebreos 1.1,2. La afirmación más completa y elocuente
de la verdad divina estaba encapsulada en una Palabra, y esa Palabra era el
Hijo de Dios, el Mesías de Israel, Jesús de Nazaret.
En las señales que dio por la aplicación de su poder maravilloso, por las
palabras que habló, y por todo aspecto de su vida, el Señor Jesús declaró
quién era y por qué había venido. Las demandas divinas sobre una nación
escogida pero rebelde fueron expresadas con una claridad que no dejó lugar
para ignorancia. Tal fue la plenitud de la Palabra que cualquier negación de
29
arrepentamiento de parte de Israel y sus líderes se debía a una franca
rebelión y no por malentendido o confusión.
La ceguera de Israel
Si la ignorancia es la base para recibir misericordia (Números 15.25, Hechos
17.30, 1 Timoteo 1.13) entonces la nación de Israel, y sus gobernantes en
particular, estaban atrayendo sobre sí juicio inexorable, porque la Palabra
de Dios se había pronunciado con claridad y verdad irrefutable. Aun la
incer-tidumbre en aquellos que en sí no eran antagónicos a Cristo no podía
ser esgrimida como excusa. ¿De veras era posible que el carpintero de
Nazaret, el hijo de María, fuese el Mesías de las Escrituras?
El Señor tuvo que decir a los suyos: “Si me conocieseis, también a mi Padre
conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor,
muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que
estoy con vosotros, y no me has conocido”, 14.7 a 9. La ceguera de la nación
era intensa sin duda, pero no existían tinieblas que la Luz del mundo no
podía penetrar.
La declaración pública completada
El Salvador completó la declaración pública cuando dijo: “El que cree en mí,
no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió.
Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no
permanezca en tinieblas. Al que oye mis palabras, y no las guarda, yo no le
juzgo; porque no he venido a juzgar al mundo, sino a salvar al mundo. El
que me rechaza, y no recibe mis palabras, tiene quien le juzgue; la palabra
que he hablado, ella le juzgará en el día postrero. Porque yo no he hablado
por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo
que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida
eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho”,
12.44 a 50.
Se emplea una palabra para comunicar un pensamiento, y para que lo haga,
tiene que ser expresada claramente. La Palabra eterna, la Verdad, había
hablado y las palabras de cierre del ministerio público del Señor fueron: “Lo
que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho”.
El último de cierto, de cierto de su ministerio público fue pronunciado una
vez que había dicho: “Ha llegado la hora para que el Hijo del Hombre sea
glorificado”, 12.23. Pero está en el futuro todavía el tiempo cuando el Hijo
del Hombre será glorificado, el tiempo cuando volverá para establecer su
reino milenario sobre la tierra. “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí
con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el
Anciano de días, y le hicieron acercarse delante de él. Y le fue dado dominio,
gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran;
su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no
será destruido”, Daniel 7.13,14. “Cuando el Hijo del Hombre venga en su
gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de
gloria”, Mateo 25.31.
El hogar en Betania
Entonces, ¿qué del pronunciamiento del Señor: “Ha llegado la hora para que
el Hijo del Hombre sea glorificado”? Posiblemente la respuesta se encuentre
30
en los tres eventos que Juan registra en los versículos precedentes del
capítulo.
El primero está en vv 1 a 3 donde encontramos al Señor en Betania. ¿Cómo
habrá disfrutado Él de la comunión quieta y amorosa de aquel hogar? Era
quizás el único lugar donde podía refrescarse entre aquellos que lo amaban
por lo que era, donde nadie estaba buscando de qué acusarlo o hacerlo
equivocar en sus dichos. Muchas veces cansado y necesitado de reposo, el
Salvador siempre era recibido en Betania por esos santos amados que tanto
querían darle la bienvenida y manifestar su devoción a Él. ¿Y todo creyente
no debe esforzarse para reproducir un hogar como aquel? ¿Los nuestros
tienen una puerta abierta para aquellos entre el pueblo del Señor que están
solitarios y cansados? ¿Los creyentes jóvenes que están alejados de su
familia por sus estudios tienen que pedir cita para visitarnos, o en cualquier
momento pueden apartarse de un mundo de prácticas y palabras viles para
descansar en el santuario de hogares cristianos? ¿Podemos nosotros aplicar
las palabras que el Señor dirá en el día de su gloria: “en cuanto lo hicisteis a
uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”, Mateo 25.40?
Era hermosa la escena en Betania. Marcos nos cuenta, 14.3, que la casa era
de un “Simón el leproso”, y podemos presumir que él estaba allí y ahora no
sufría de esa temible enfermedad. Lázaro estaba también y, con aquellas
preciosas hermanas Marta y María, ellos prepararon una cena para Jesús.
¿No es un cuadro hermoso de la Iglesia en la gloria? Simón (el vivo
cambiado) y Lázaro (el muerto resucitado) están sentados con otros en
comunión preciosa con Cristo.
El segundo evento en Juan 12 lo encontramos en vv 12 a 15. La multitud
galilea clamaba: “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor, el
Rey de Israel!”. En su libro El Príncipe que Ha de Venir, Robert Anderson
hace ver que se trata de precisamente el cierre de las sesenta y nueve
semanas de la profecía de Daniel. Ahora fue la ocasión para que el Mesías
fuese “cortado”. En este día brilló una luz sobre las profesías de Daniel 9.26,
Isaías 62.11, Zacarías 9.9 y Salmos 25 y 26, pero dentro de una semana,
este mismo pueblo gritaría, “¡Crucifíquelo!”
31
posteridad le servirá”. Ciertamente, “verá el fruto de la aflicción de su alma,
y quedará satisfecho”, Isaías 53.11.
La humillación propia
“Así que, después que les hubo lavado los pies, tomó su manto, volvió a la
mesa, y les dijo: ¿Sabéis lo que os he hecho?” 13.12. Haríamos bien al
considerar estas palabras en relación con nuestra propia experiencia de la
gracia salvadora del Señor. Por medio de Él hemos sido salvados de la
condenación, traídos a la bienaventuranza de la vida eterna, aceptados en el
Amado, constituidos sacerdotes a nuestro Dios, investidos del espíritu de
adopción, puestos como miembros de cuerpo espiritual de Cristo y
concedidos una miríada de bendiciones más. Reflexione un rato sobre las
palabras del Salvador: “¿Sabéis lo que os he hecho?” Un resultado de esta
meditación será una disposición de obedecer al Señor y “lavaros los pies los
unos a los otros”, v. 14.
Importancia propia
Llegamos ahora a los cuatro usos de de cierto, de cierto en este capítulo, los
primeros dos formando una pareja: “De cierto, de cierto os digo: El siervo no
es mayor que su señor, ni el enviado es mayor que el que le envió. De cierto,
32
de cierto os digo: El que recibe al que yo enviare, me recibe a mí; y el que me
recibe a mí, recibe al que me envió”, vv 16 y 20.
En estas declaraciones enfáticas el Señor Jesús habla de la importancia del
siervo en sus propios ojos y la importancia asignada a su servicio por otros.
De esta manera el Señor está advirtiendo a los suyos de la tendencia
inherente de la autoestima. Es Lucas quien dice en su descripción inspirada
por el Espíritu de los eventos en el aposento alto, que en la misma ocasión
que el Señor estaba compartiendo con sus discípulos el peso que sentía,
“Hubo también entre ellos una disputa sobre quién de ellos sería el mayor”,
2.24. Sus mentes estaban tan enfocadas sobre la idea que era inminente la
gloria del reino que dejaron de darse cuenta de, o comprender, el significado
de que el Salvador estaba partiendo el pan con ellos por última vez. Si el
reino estaba por inaugurarse, ¿quiénes entre ellos ocuparían puestos de
autoridad?
Ellos tenían que aprender primeramente que la grandeza espiritual está
vinculada con la humildad, no con la posición. No solamente eso, sino que
cuando se ocupaban de servicio para el Maestro, y su ministerio recibía
acogida, no se debía a ellos sino a Aquel que los había comisionado. ¡Una
lección crucial pero difícil de aprender!
El ejemplo de humildad en servicio de parte del Señor debe instruir tanto al
maestro como a aquel que va ser enseñado, tanto al servidor como al
servido. Hay una marcada tendencia entre el pueblo del Señor a poner a
ciertos varones en un pedestal, y hay en los corazones de todos ellos aquello
que los incita a disfrutar de ese prestigio. Un afán constante de emular, con
la ayuda del Espíritu Santo, el ejemplo del Señor Jesús en su humildad es
la única antídota a esa importancia propia en el siervo. Aun cuando es
procedente que los siervos del Señor reciban el debido respeto, éste debe ser
solamente el respeto que se da a todo el pueblo del Señor, cualquiera su
esfera de servicio por el Maestro en ministerio público y predicación. El que
ha sido enviado, ha sido enviado por Aquel infinitamente mayor, y al recibir
la palabra dada, aquellos que la oyen no están recibiendo al mensajero sino
a Aquel que lo envió.
Hay una gran necesidad de humildad genuina entre el pueblo del Señor,
tanto de parte del conferencista como del oyente, para que toda la gloria se
adscriba al Señor Jesús y sólo a Él. No debemos esquivarnos de la realidad
del enorme daño que ha sido infligido sobre el testimonio local en el pasado,
y todavía ahora, por hombres que maniobraban por posición y poder con
base en una importancia propia. La humildad es ajena a la naturaleza
caída, y es algo que se desprecia más y más en estos días de promoción
propia en un mundo impío. El Salvador preguntó, “¿Sabéis lo que os he
hecho?” y una consideración de esta pregunta resultaría en un renovado
examen de nuestra autoestima, y debe retarnos a desear la realidad.
Interés propio
“Habiendo dicho Jesús esto, se conmovió en espíritu, y declaró y dijo: De
cierto, de cierto os digo, que uno de vosotros me va a entregar”, 13.21.
Habiendo mostrado a los discípulos tanto de lo que Él tenía en su propio
corazón, y habiéndoles hablado de la importancia propia que ellos
guardaban en sus corazones, el Señor se dirige ahora, con corazón
atribulado, a la cuestión del interés propio. Es alarmante para todos
nosotros considerar que Judas entregaría por una insignificante suma de
33
dinero a Aquel que él profesaba ser su Señor y Maestro. El espantoso desliz
a la perdición de aquel hombre miserable comenzó con el interés propio y,
desagradable que es reconcerlo, el interés propio es otra característica de la
naturaleza caída que hay en nosotros mismos.
El interés propio nos permite criticar los esfuerzos y el servicio de otros aun
cuando estamos dejando de hacer lo que debemos. El interés propio nos
permite excusar nuestra negación a someternos a algún aspecto en
particular de la verdad o la práctica que sabemos ser nuestro deber. Nos
permite eludir responsabilidades en la asamblea y a no contribuir a la obra
del Señor. Es síntoma de una voluntad no quebrantada e infidelidad a Aquel
que nos compró con su sangre preciosa. El interés propio y la infidelidad a
Cristo estaban a la raíz de la traición de Judas, y aun cuando él era
irregenerado, la naturaleza caída en el ceyente todavía es capaz de estas
cosas que pueden conducir a la postre a que neguemos a Aquel que
llamamos Señor y Maestro.
La confianza propia
“Jesús le respondió: ¿Tu vida pondrás por mí? De cierto, de cierto te digo:
No cantará el gallo, sin que me hayas negado tres veces”, 13.38. Nuestro
querido hermano Pedro, a quien el Señor dirigió este pronunciamiento
solemne, claramente no estaba interesado en el interés propio, porque él
estaba dispuesto a probar su fidelidad al Señor a costa de su propia vida.
La traición y la negación son dos cosas muy diferentes. Judas era culpable
de la una y Pedro de la otra. Muchos de nosotros, como Pedro, hemos
sabido qué es “salir y llorar amargamente”, Lucas 22.52, como resultado de
no habernos declarado por el Señor en un momento crucial. La traición
puede emanar del interés propio, pero negar al Señor puede ser la
consecuencia de la confianza propia.
Pedro era de un todo sincero al prometer su fidelidad al Señor Jesús, pero
no había aplicado la lección dada por el Señor en Mateo 26.41: “Velad y
orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está
dispuesto, pero la carne es débil”. ¡Cuánto tenemos que aprender de aquella
lección nosotros también!
La necesidad de la verdadera humildad, la intimidad con el Señor y la
limpieza de la contaminación de la senda está siendo rechazada por algunos
hoy día porque la consideran “demasiado espiritual”. Sin embargo, aprender
estas lecciones y aplicarlas a nuestras vidas no podría ser más importante.
¿No es que nuestro Señor haya dicho: “Si sabéis estas cosas,
bienaventurados seréis si las hicieres”, Luan 13.17?
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la cruz, que el Señor Jesús manifestó la consideración más compasiva,
tierna y amorosa para los suyos. Por un lado ellos parecían estar seguros de
que el Reino prometido estaba muy cerca, y que de alguna manera la
creciente enemistad y el odio de los gobernantes religiosos se cambiarían en
una bienvenida sumisa. Los sacrificios que los discípulos habían hecho en
seguir al Señor serían compensados maravillosamente y, juntos con Él, ellos
reinarían en gloria en vez de ser pobres y despreciados.
Por otro lado, estaba por marcharse Aquel en quien ellos confiaban para
suplir todas sus necesidades, por quien habían renunciado sus
ocupaciones, a quien habían llegado a amar y en quien confiaban. Sonaban
aún sus palabras: “Hijitos, aún estaré con vosotros un poco. Me buscaréis;
pero como dije a los judíos, así os digo ahora a vosotros: A donde yo voy,
vosotros no podéis ir”, Juan 13.33. Poco sorprende ver que ellos estaban
perplejos, y el Salvador, consciente de su perturbación, en gracia los cubrió
con sus alas protectoras y los trajo muy cerca de sí.
Él hace lo mismo hoy día cuando sus “hijitos”, incapaces de discernir la
razón por la tristeza y ansiedad en sus vidas, lo buscan así como hizo
Tomás, y dicen: “Señor, no sabemos”, 14.5. No vemos “el cuadro grande”, el
diseño vasto y perfecto del propósito divino, y el Señor sabe que nuestra
comprensión es muy reducida. Sin embargo, cuando Él habla, sus palabras
son Sí y Amén. “En cuanto a Dios, perfecto es su camino”, Salmo 18.30, y
con toda razón el Señor espera que confíen en su palabra aquellos que lo
conocen y lo aman, aun cuando el camino por delante parezca oscuro e
incierto.
El peor escenario posible para los discípulos, en su opinión, era que el Señor
los dejara, pero es precisamente lo que les había dicho que iba a hacer. Sus
corazones estaban profundamente perturbados y Él lo sabía, pero sabía
también que les esperaban bendiciones más maravillosas que su presencia
física. Mandó a confiar en Él y creer su palabra, y hace lo mismo a usted y a
mí hoy por hoy.
En los próximos tres de cierto, de cierto del Señor Jesús, y contra el
trasfondo de su ansiedad y temor, Él trata la amplitud de sus obras, la
brevedad del lloro y la bienaventuranza de esperar en Dios.
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palabras del Señor Jesús], y podrás hacer las obras que yo hago; por cierto,
harás mayores, porque yo voy a mi Padre”.
Las obras que el Señor Jesús hacía eran obras que honraban y glorificaban
al Padre. El hombre caído carece del deseo y la capacidad de hacer
semejantes obras, pero el Espíritu Santo mora en aquellos cuya fe está en el
Señor Jesús. Él da el deseo y la capacidad que por naturaleza faltan en
nosotros. Esta declaración a Felipe es el trampolín para la revelación del
Señor a los suyos de la persona y obra del Espíritu Santo, y cómo la
presencia del Espíritu puede ser conocida solamente como consecuencia de
la ida del Señor y su regreso al cielo.
No era solamente que aquellos cuya fe está en Cristo Jesús serían
capacitados para hacer obras del mismo carácter de las suyas, sino que la
amplitud y el alcance de estas obras serían mayores que aquellas de su
propio ministerio. En general, las obras milagrosas del Salvador obraron la
recuperación del oído, la vista física, habla, movilidad, sanidad y vida. Sería
mayor el ministerio de los suyos como consecuencia de la presencia del
Espíritu Santo en el sentido que los resultados serían la recuperación
espiritual y la vida eterna. El ministerio del Señor Jesús nunca se extendió
más allá de los linderos de la nación, pero los suyos, en el poder del
Espíritu, serían canales de bendición a hombres y mujeres a lo ancho del
globo.
Tres factores harían posible este ministerio asombroso: la fe en el siervo; un
hombre en el cielo, porque “voy a mi padre”; y la presencia del Espíritu
Santo, “porque mora en vosotros, y estará en vosotros”, 14.17. Si nuestro
propio servicio fuera realizado con un sentido más profundo de la entera
dependencia del varón en el cielo y en el poder del Espíritu Santo en la
tierra, entonces tal vez veríamos más de obras “aun mayores”.
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cuando ya no lo podían ver, porque su regreso al Padre dispararía el envío
del Espíritu Santo al mundo con todo su maravilloso ministerio de revelar a
Cristo.
“De cierto, de cierto os digo, que vosotros lloraréis y lamentaréis”, 16.20. De
esta manera el Señor describe el primer “un poco”. Sin embargo, el segundo
“un poco” tiene un sabor muy diferente: “vuestra tristeza se convertirá en
gozo”.
Pedro arrepentido
Podemos observar que parte de nuestra disposición de aprender sus
lecciones está reflejada en que el detalle que más se discute parece ser el
significado de los 153 peces, en vez de la confianza de perdón que el Señor
le dio tierna y afectuosamente a Pedro en su restauración al servicio del
Señor y Maestro a quien él amaba. Pero si vemos este último de cierto, de
cierto como el Señor llevando a Pedro al arrepentimiento, nos equivocamos.
El arrepentimiento de parte del santo que ha entristecido al Señor es
siempre un precursor necesario de la restauración al servicio. Seguramente
los dos eventos están ligados, pero son muy distintos.
Sin duda la ocasión de la confesión personal y el arrepentimiento de Pedro
fue cuando en resurrección el Señor se reveló a propósito y privadamente a
este siervo acongojado. Bien sabían los once que Pedro había tenido una
entrevista privada con Él, porque hablaban de esto cuando la pareja de
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Emaús interrumpió con su propio testimonio de la resurrección del Señor:
“Ha resucitado verdaderamente, y ha aparecido a Simón”, Lucas 24.34, y el
apóstol Pablo testificaría más adelante que “apareció a Cefas, y después a
los doce”, 1 Corintios 15.5. El hecho del arrepentimiento de Pedro, y su
naturaleza genuina, han debido ser del conocimiento de los otros discípulos,
quienes, como habían hecho antes de su caída, de buena voluntad lo
siguieron cuando anunció que salía a pescar, 21.3. Además, es difícil
imaginarse que el Señor participaría en un desayuno con Pedro si no se
había confesado ni había sido restaurado.
Hay lecciones importantes para nosotros en esto. Es cierto que la confesión
de pecado trae el perdón de una vez ― “Si confesamos nuestros pecados, él
es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda
maldad”, 1 Juan 1.9 ― pero no debemos presumir que nuestro servicio
puede continuar como si no sucedió nada. Pareciera que Pedro tenía esta
idea errada, porque, al volver a una tarea que conocía bien, él encontró que
una noche de labor no produjo nada. Puede que estaba arrepentido en
verdad, pero su fallo había lesionado su sensibilidad a la dirección del Señor
y había restado de su entera dependencia de Él. Parece haberse olvidado del
impacto de su experiencia anterior de no lograr nada en una noche entera,
cuando “cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor,
porque soy hombre pecador”, Lucas 5.8. Estaba arrepentido, pero todavía no
restaurado.
Jesús presente
La presencia del Señor en la playa fue otra de las ocasiones posteriores a su
resurrección cuando adrede escondió su identidad hasta querer revelarse.
Lo había hecho con María ante el sepulcro y con los dos dicípulos en el
camino a Emaús, y ahora lo hace de nuevo. En cada caso al inicio estaban
deprimidos y desconsolados aquellos que iban a tener el tremendo privilegio
de conocer al Señor resucitado, y los pescadores cansados no eran ninguna
excepción.
Llama la atención que haya sido Juan el primero en darse cuenta de que el
hombre en la playa era el Señor. ¿Fue por tener mejor vista o mejor oído que
Pedro? No. Fue más bien que había estado más cerca del Señor. “Estaban
junto a la cruz su madre … y el discípulo a quien él amaba”, Juan 19.25,26,
pero de Pedro dice, “Pedro le seguía de lejos hasta dentro el patio del sumo
sacerdote; y estaba con los aguaciles, calentándose al fuego”, Marcos 14.54.
En aquellas terribles horas cuando el Salvador sufrió y murió, Juan se
había caracterizado por estar cerca de la cruz pero Pedro por estar cerca de
la fogata de los impíos. Corazón quebrantado, él había confesado su fracaso
al Señor y había sido perdonado, pero faltaba aún la restauración al
servicio.
David también había conocido el mismo trato en gracia después de su
pecado referente a Urías y Betsabé. Se habla de Salmo 51 como la
penetencia de David pero realmente es Salmo 32 que describe el
arrepentimiento de ese gran hombre. En Salmo 51 David es un varón que
ha confesado y ha sido perdonado, pero está buscando la restuaración del
gozo y la comunión con Dios. Donde hay verdadero arrepentimiento, habrá
también un ambrumador sentido de culpa e indignidad de más misericordia
divina.
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Tal vez Pedro, como David antes de él, estaba en peligro de ser “consumado
de demasiada tristeza”, 2 Corintios 2.6. La gratitud por haber sido
perdonado vino acompañada de un temor que ahora él era inútil para el
servicio. Posiblemente, cuando el Señor llamó a sus amados desde la playa,
Pedro no reconoció la voz porque ahora no esperaba oírla más. Sin embargo,
lejos de descalificarlos para más servicio para el Señor, tanto David como
Pedro resultaron ser pastores más eficaces debido a su restauración por
gracia divina.
Pedro restaurado
La confesión y el arrepentimiento de Pedro tuvieron lugar en una
conversación privada con el Señor quien él amaba pero con quien incumplió
grandemente. Su restauración sería vista por sus hermanos. Si ver las
brasas de aquel fuego trajo amargos recuerdos a la mente de Pedro, ver los
panes y el pez le habrá hecho recordar días más felices cuando Pedro y sus
hermanos habían colaborado con el Señor para satisfacer la necesidad de
cinco mil hombres y muchas mujeres y niños. No debemos revolcarnos en
nuestros pecados cuando han sido confesados y perdonados, pero tampoco
debemos olvidar nuesta debilidad y las fallas. El primer error nos dejará
inútiles y el otro nos hará asirnos al Señor para fuerza en su servicio.
En su restauración pública de Pedro al servicio para sí, el Señor también iba
a enseñar a los discípulos el sentido del perdón. ¿No es el caso nuestro que,
si uno nos decepciona feamente, quizás lo perdonamos pero nos es
desesperadamente difícil confiar en esa persona de la misma manera en el
futuro? Así no es cómo el Señor perdona. Él estaba por encomendarle a
Pedro el cuidado de sus corderos y sus ovejas, aquellos por quienes había
derramado su sangre y le eran muy preciosos. No lo haría de mala gana, a
medias, perdonando en parte. Fue total.
¿Nosotros nos atrevemos a perdonar a nuestros hermanos de la misma
manera? El perdón exige el arrepentimiento, pero se hace ver en la
restauración. “Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta,
vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre,
considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado”, Gálatas
6.1.
¿Cuál fue la causa del fracaso de Pedro? Fue la misma fuente como la de
nuestras fallas: el orgullo y la confianza propia. “¿Me amas más que éstos?”
el Salvador le preguntó a Pedro. Él había prometido con motivo puro pero
ignorando su propia debilidad. “Aunque todos se escandalicen, yo no”,
Marcos 14.29. Aquella declaración hecha en orgullo y confianza propia
había sido puesta a prueba, no por soldados sino por una muchacha. El
hombre fuerte que podía arrastrar a la playa una red llena de peces, v. 11,
se desmoronó ante las preguntas de una criada.
Ahora fue el Salvador quien iba a hacer las preguntas, no para avergonzar a
su siervo sino para fortalecerlo. ¿Qué es el primer requisito para un pastor
de la grey comprada por el Señor? Posiblemente responderíamos, “amor por
los santos”, pero el Señor dijo que es amor por Él. ¿Y esto no es crucial,
cualquiera el servicio nuestro?
Para Pedro, restaurado ya, el Señor anunció un último de cierto, de cierto.
“Cuando eras más joven, te ceñías, e ibas a donde querías; mas cuando ya
seas viejo, extenderás tus manos, y te ceñirá otro, y te llevará a donde no
quieras”, v. 18. Él iba a servir al Señor en vida y glorificarlo en muerte,
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v. 19. Fue el único creyente, hasta donde sabemos, que no podía anticipar el
Rapto, porque su Maestro le había dicho que iba a morir la muerte de un
mártir. ¿Esto fue algo cruel a manera de castigo? El hecho es que las
palabras del Salvador serían de gran consuelo a Pedro en su
encarcelameiento cuando preso de Herodes en Hechos 12. ¿Cómo podía
dormir cuando Jacobo ya había sido muerto? Porque el Maestro le había
dicho que viviría hasta viejo. Un día él, como su Señor antes de él, sería
muerto por hombres impíos, pero confianza en Dios y amor por su Señor le
darían fuerza para vivir y gracia para morir.
Así fue que el Maestro se fue, ¿y el siervo no debe seguir?
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