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Mecanicismo. Sobre el contexto de la filosofía de Descartes.

A René Descartes se lo conoce por ser el “padre” de la modernidad. El filósofo


que inaugura la filosofía moderna. Puede decirse que esta metáfora radica en dos ítems
principales: la fundamentación filosófica de las ciencias, de todo conocimiento
particular, y la constitución de la subjetividad (subjectum) como fundamento de todo
conocimiento posible. Las dos cosas son inseparables. En la medida que la subjetividad
es la fuente de todo conocimiento posible ella es el fundamento último de todo
conocimiento particular; es decir, de toda ciencia que se constituye como saber de un
ente en particular. De este modo, la física, por ejemplo, es un saber que se forma
alrededor de un ente particular: los entes físicos, los entes que pertenecen a la naturaleza
material. Pero Descartes no es un producto aislado. Es parte de lo que tradicionalmente
se denomina “mecanicismo”. Descartes piensa dentro del mecanicismo y lo que hace es
fundamentar filosóficamente al mecanicismo. Su tarea es darle un fundamento
filosófico a cierto modo de investigar la naturaleza durante el siglo XV y XVI. Este
modo de investigar la naturaleza, el mecanicismo, se caracteriza por revertir varios
dogmas del pensamiento escolástico. Podríamos sintetizarlos a través de las siguientes
críticas: 1. Crítica al conocimiento en tanto pura abstracción desvinculado de la labor
manual, 2. Crítica a la noción de autoridad, 3. Crítica a la deducción de propiedades
físicas a partir de propiedades metafísicas, 4. Crítica a la institucionalización dogmática
del saber, 5. Crítica a la división del conocimiento como división del trabajo.
Estas críticas comienzan a imperar desde el siglo XV mediante el desarrollo
paulatino de lo que hoy podemos identificar como “burguesía”; es decir, una
determinada esfera de la sociedad civil que mediante conocimientos instrumentales,
derivados varios de ellos de la investigación en el medioevo (lentes, astrolabio, relojes
mecánicos, cronometro, brújula), posibilitaban el intercambio de mercancías de un
modo cada vez mejor. Aquí “mejor” debe entenderse como cada vez mayor en cantidad
y de un modo preciso y veloz. Gracias a nuevos instrumentos de navegación se puede
llegar a lugares remotos y de un modo preciso, es decir, insumiendo poco tiempo de
traslado. Entonces, a partir de este desarrollo paulatino, comienzan a cobrar vida los
“talleres”, lugares de trabajo manual donde se producen objetos técnicos para un fin
específico. De esta manera el taller pasa a ser el laboratorio moderno a partir del cual se
trata la naturaleza (los diferentes materiales), se la trabaja, con la finalidad de producir
ciertos conocimientos capaces de generar rédito. Ahora bien, el rédito generado no sólo
implica un tipo de ganancia económica. Coexisten con este otro tipo de réditos como la
utilidad política-militar y la social. Ambos beneficios pueden reconocerse en el
desarrollo de lo que hoy distinguimos como ingeniería militar (armamentos, misilística)
e ingeniería civil (desarrollo urbano, puentes, rutas, mejoras de puertos, modos de
construcción de casas, confección de las primeras urbes).
Podemos decir que los talleres son la expresión de un pasaje histórico dentro de la
historia del conocimiento: el pasaje del conocimiento entendido de un modo puramente
teórico y retórico al conocimiento entendido como una empresa técnica. De esta forma
los talleres brindaban una nueva figura del saber: sabio ya no era el maestro sino el
investigador. Aquel que alcanza el saber no es porque ha leído toda la biblioteca de la
universidad sino porque ha extraído su conocimiento del trato con la materia. Y esto
resulta importante: los mecanicistas critican la noción de autoridad en el mismo sentido
en que critican la reducción del saber a la actividad contemplativa de la lectura (la
lectura de los clásicos) y su reproducción cerrada en las universidades. No sólo el
conocimiento no es considerado como tal mediante la finalidad de la contemplación
sino que tampoco se circunscribe a la universidad. Un ejemplo de esto lo podemos
reconocer en el famoso ceramista francés Bernard Palissy que en 1580 publica un texto
titulado Discursos admirables. Este texto es una especie de autobiografía donde redacta
sus conocimientos elaborados en su taller sobre cerámica, orfebrería, alfarería y otras
cosas. Allí, en el comienzo, en la Advertencia a los lectores, Palissy escribe lo siguiente:
“¿Es posible que pueda un hombre saber algo y tener conocimiento de los efectos
naturales sin haber leído los libros escritos en latín por los filósofos?” (Rossi, Los
filósofos y las máquinas, p. 15). En esta frase tenemos condensadas las críticas que
mencionamos antes. Y aquí se muestra con ejemplaridad el medio por el cual era
definido el conocimiento según el dogma de la Iglesia: los libros escritos en latín. Es
decir, no sólo los libros en cuanto tales, como símbolos de acceso al conocimiento, sino
también a través de un idioma que ya no se hablaba: el latín. La filosofía, entendida de
ese modo, era considerada por los mecanicistas como pura palabrería, era una
abstracción totalmente desvinculada de los procesos técnicos desarrollados en los
talleres.
En este sentido, con el mecanicismo comienza a nacer una nueva terminología:
filosofía natural. Este término es el que viene a designar lo que hacen estos hombres en
sus talleres: investigar la naturaleza mediante un trato activo con la materia. Y en la
misma medida en que la investigación llevaba a producir objetos técnicos nuevos
también llevaba a explicar cómo actuaba la naturaleza. Conocer cómo actúa la
naturaleza comienza a ser la acción necesaria para poder producir nuevos objetos
técnicos. El conocimiento ya no era considerado según la coherencia lógica y la
convicción de los argumentos reconocidos en una autoridad clásica. El culto a la
naturaleza se realiza mediante dos operaciones básicas: la observación del fenómeno y
la indagación empírica. Estas operaciones conllevan una estructura de razonamiento que
invierte el procedimiento dominante hasta el momento y se puede sintetizar en la
preponderación de la inducción sobre la deducción. El mecanicismo, la investigación en
filosofía natural, no se realiza a partir de principios metafísicos primeros y luego se
desprende, deduciendo, las diferentes propiedades físicas de la cosa. A la inversa, se
parte de las propiedades físicas de la cosa y se encuentra el comportamiento regular de
ella. De esta manera, la experiencia directa que tenemos con la cosa es la que nos brinda
su conocimiento. No hay nada previo a la indagación empírica. No hay un a priori
constitutivo que nos haga saber cómo se comporta la cosa sino que su comportamiento
sólo puede inducirse desde su experiencia.
Otro ejemplo interesante de esto es Andreas Vesalius o Vesalio. Podemos decir
que fue el primer anatomista en sentido estricto. Publicó un texto famoso que se llama:
Sobre la fabricación del cuerpo humano (De humani corporis fabrica) (1534). En este
texto, en el prefacio específicamente, Vesalio menciona que en Italia “los doctores de
moda, imitando a los antiguos romanos, empezaron a despreciar el trabajo manual.
Confiaban a esclavos las curas que estimaban necesarias para sus pacientes y ellos se
limitaban por su parte a comprender los principios…Los procedimientos para cocinar y
preparar los alimentos de los enfermos fueron dejados a la atención de los enfermeros,
la dosificación de los fármacos a los farmacéuticos, las intervenciones manuales a los
barberos…Una vez que todo el proceso de las operaciones manuales quedó confinado a
los barberos, los doctores no sólo perdieron bien pronto el recto conocimiento de las
vísceras, sino que en seguida sucumbió también la práctica anatómica. Depende de esto
sin duda del hecho de que los doctores no querían arriesgarse a operar, mientras que
aquellos que quienes este cargo era confiado solían ser demasiado ignorantes para poder
leer los escritos de los maestros de anatomía. Y así ha venido a suceder que esta
deplorable división del arte de la medicina ha introducido en nuestras escuelas el odioso
sistema hoy en boga de que uno lleve a cabo la disección del cuerpo humano y otro
vaya describiendo sus partes. Este último, encaramado, en lo alto del púlpito, y con
ademanes sumamente desdeñosos, repite hasta el hastío noticias relativas a hechos que
él jamás ha observado directamente, sino que se los ha aprendido de memoria en libros
ajenos o tiene una descripción de ellos ante los ojos. El diseccionador, ignorante del arte
de hablar, no está capacitado para explicar la disección a los alumnos y dispone
malamente la demostración que debería seguir a las explicaciones del médico, mientras
que éste nunca pone manos a la labor, sino que va orientando despreciativamente el
buque con la ayuda del manual y el habla” (citado por Rossi: 21).
Lo interesante aquí es que también se muestra en la misma división del saber una
división del trabajo. La filosofía natural, y Vesalio ubica su texto como una parte de la
filosofía natural, implica una inversión a todo nivel. El mecanicismo, podemos decir, es
una explosión cultural que subvierte todos los subsistemas significativos de la cultura
medieval. El carnicero o barbero es el que pasa a importar, y, de hecho, es el que
termina escribiendo un manual en lengua vulgar para la enseñanza de los nuevos
médicos. El conocimiento, como producción técnica, invierte la valoración del mismo
conocimiento y del trabajo que él implica. El mecanicismo, en suma, subvierte la
valoración antigua de la contemplación por la investigación empírica. La división entre
un saber dirigido al mundo celeste y un saber dirigido al mundo sublunar que, al mismo
tiempo, comportaba una comprensión de la filosofía como la producción de un saber
puro, es decir, desligado de toda injerencia material, queda hecha añicos. La filosofía es
ahora filosofía natural, es decir, una comprensión unívoca de la ciencia como saber del
mundo natural en tanto se considera lo natural como aquello que posee propiedades
físicas experimentables. Y lo experimentable debe entenderse como aquello que se
presenta como una cosa objetiva, es decir, una cosa susceptible de ser utilizada y
tratada según los fines que se pretendan bajo el conocimiento de sus causas naturales.
El comportamiento del objeto resulta, en definitiva, en averiguar cómo él se
mueve, entendiendo el movimiento en un sentido amplio: cómo se traslada de lugar,
cómo se transforma, cómo varían sus elementos primarios, cómo cambian sus
propiedades secundarias, etc. Para el mecanicismo, en suma, el estudio empírico tiene
que ver con el estudio de las causas motrices que hacen que una cosa sea. Por “causas
motrices” debe entenderse aquellas causas naturales del movimiento del objeto. Por lo
tanto, la filosofía debe trabajar investigando las regulaciones físicas de los cuerpos
naturales. Lo que interesa acá es conocer el comportamiento de los cuerpos (orgánicos e
inorgánicos) y por eso importa hallar la regularidad que posibilita tal o cual movimiento
de los cuerpos físicos. Conociendo cómo actúan regularmente los cuerpos, entonces, no
sólo se puede describir la esencia de su naturaleza sino también se puede saber cómo
manipularlos y predecir de qué modo se van a comportar en el futuro. De esta manera,
aparecen dos problemas que van a definir a la filosofía moderna: el del método y el de
la sustancia. El primero radica en el acceso correcto, en saber cuál es el modo o la forma
en que se deben estudiar los cuerpos. El segundo radica en averiguar la constitución
natural de esos cuerpos, en saber cuáles son sus elementos últimos que hacen que el
objeto sea de determinado modo y actúe de determinada manera.
Estos dos problemas, que se desarrollan en el marco de la filosofía entendida
como filosofía natural, son los que confluyen en la filosofía cartesiana. Descartes se va a
caracterizar, como se dijo al principio, por realizar una fundamentación filosófica del
saber científico que se estaba desarrollando en su época. Esto significa que el interés del
filósofo francés se focalizó en la unidad del saber humano; es decir, su pensamiento se
caracterizó esencialmente por encontrar los principios que hacen posible el
conocimiento más allá de su aplicación a cualquier esfera particular de objetos. Para
Descartes la unidad del saber humano se encuentra en los principios arquitectónicos del
conocimiento, y esos principios son los que obedecen a la constitución del sujeto como
una “cosa que piensa”, algo que podemos reconocer en el hilo argumentativo de
Meditaciones Metafísicas.

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