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INTRODUCCIÓN

En el​ ​presente trabajo se propone como objetivo conocer sobre las trabajadoras argentinas, el
período que delimité para su análisis abarca desde el siglo XIX hasta principios del XX​.
Dicha delimitación temporal se estableció para poder abarcar en profundidad la temática
propuesta.

Consideré relevante reflexionar en torno al trabajo femenino ya que en la carrera de


Comunicación Social poseemos una asignatura dedicada a la historia latinoamericana
(“Procesos de modernización 1”), pero no se aborda en clave de género. Por lo cual, creo
más que enriquecedor estudiar el trabajo femenino desde la mirada crítica propuesta por la
cátedra.

DESARROLLO

Para analizar el tema propuesto, es menester considerar la división sexual del trabajo
(distribución social de tareas según el sexo), ya que contribuyó a crear diferencias entre sexos
a la hora de acceder a puestos laborales. Incidió en que varones y mujeres no realicen las
mismas tareas productivas basado en la justificación de una diferencia de tipo biológica. Las
mujeres fueron asignadas ​a tareas del hogar, reproductivas y de cuidado. ​Dichas tareas se
apreciaban como extensiones de las funciones naturales de las mismas.

Podemos pensar esta división de roles desde el concepto de género de Scott. Las
características que le eran asignadas a las mujeres “por su rol natural” tiene que ver con la
identidad subjetiva​, que refiere a cómo se constituyen socialmente las identidades genéricas.
También ayudan a construir la noción de género ​los símbolos culturalmente disponibles, los
conceptos normativos y las organizaciones sociales e instituciones políticas​ (Scott, 1990).

En la época que delimite para el análisis, el rol materno y la familia eran las prioridades que
toda mujer “respetable” debía tener. El “maternalismo” gozaba de una fuerte aceptación en la
época, pero debió aceptar frente a la crisis de inicios de la década del treinta que muchas
mujeres tuvieran que salir de sus casas para ayudar a sus familias (Barrancos, 2001).

A la tarea asignada socialmente, el cuidado de los niños y de sus maridos y de la limpieza del
hogar, se agregó una tarea extra para poder traer ingresos económicos al hogar. Esto generó
que las mujeres tuvieran una ​ doble jornada laboral. ​El trabajo podría ser: ​ t​rabajo a
domicilio o a destajo (cuando producen desde el hogar y se paga por la cantidad de trabajo
producido no por horas), o ser realizado fuera del hogar. Desde fines del siglo XIX, se
incorporaron mujeres en grandes fábricas del rubro de la alimentación, la industria de la
carne, fábricas de cigarrillos y fósforos y la industria textil que empleó un amplio número de
mujeres (Lobato,2000). Las menos preparadas salían para cumplir funciones en el servicio
doméstico (Barrancos, 2001).

No era aconsejable, ni deseable, que la mujer trabaje si no había una ​necesidad ​de traer un
sustento extra al hogar. “Había una excepción para que realizaran una tarea ‘en armonía con
su sexo‘ y era cuando una joven era huérfana o se hallaba desamparada en esta
tierra”(Lobato, 2007: 306). Las mujeres inmigrantes representaron un gran caudal dispuesto a
trabajar por la necesidad de sustentarse económicamente en una nueva tierra.

Junto con la noción de entrada al mercado laboral por necesidad, surge la imagen de la
“pobre obrerita”.​ La pobre obrerita era caracterizada como una mujer exhausta por las
largas horas de trabajo y que físicamente no era atractiva al ojo masculino. Eran percibidas
como “un cuerpo que no puede causar placer” (Lobato, 2007: 306). Muy distanciada estaba
esta representación de una imagen de mujer feliz que elegía y disfrutaba de su trabajo. Se
pensaba que era imposible para una obrera formar una pareja y realizarse en la maternidad.
En consecuencia, como la vía para la realización femenina era la maternidad, las obreras eran
una especie de “híbrido degenerado y potencialmente generador” (Lobato, 2000: 100).

Los salarios femeninos al ser percibidos como complementarios al ingreso del varón, siempre
fueron menores. La justificación era que los varones debían proveer a las necesidades de la
familia y por ende debían tener un sueldo mayor. Lamentablemente, cuando la situación era
viceversa y era una mujer quien le tocaba ser jefa de hogar y sostén económico no recibía un
sueldo como los de sus compañeros, sino que se tenía que arreglar con menos (Lobato, 2000).

En la segunda etapa industrializadora del país, que surgió a partir de la crisis del 90´y se
intensificó en los principios del siglo XX, apareció la figura de las fabriqueras. Eran vistas
como “las infelices que se afanan durante 10 horas diarias para ganar jornales mezquinos, en
trabajos que minan el organismo y destruyen la salud” (Rocchi, 2000. p 224). Se pensaba en
la época que la fábrica no era el mejor destino para las mujeres, ya que las alejaba del hogar y
las obligaba a trabajar en malas condiciones.
La incorporación del cupo femenino a las fábricas fue criticado por sus compañeros varones,
especialmente los sindicalizados que las veían como competencia, ya que constituían mano
de obra barata para los empleadores. (Rocchi, 2000).

Las mujeres que se desempeñaban en las áreas de servicios como las telefonistas también se
vieron sometidas a duras exigencias. Realizaban jornadas que llegaban hasta las 22 horas, con
un régimen disciplinario más exigente que en la fábrica en lo relativo a atrasos y faltas. Las
sanciones ante dichas "equivocaciones" iban desde multas monetarias que se descontaban de
su sueldo, hasta suspensiones o en el peor de los casos cesantías. Las duras exigencias
laborales hacían que contraten únicamente mujeres jóvenes y solteras. Discriminando a las
casadas al punto de echarlas cuando se enteraban del cambio de estado civil. Esta
discriminación estaba basada en evitar la "problemática" de la maternidad y las licencias que
pudieran traer consigo. Esto fue así hasta 1935 que cambió la reglamentación de la compañía
de telefonía (Barrancos, 2008).

Cuantas más mujeres ingresaban al mundo del trabajo, más crecía la necesidad de
reglamentar el mismo por parte del estado. Las mujeres llevaban en sus vientres el futuro del
estado, por ende debían ser cuidadas y protegidas. Eran consideradas un grupo vulnerable al
igual que los menores de edad. Por eso En 1907 se aprobó una ley para la protección del
trabajo femenino e infantil.

El proyecto de ley, presentado por Alfredo Palacios, establecía la jornada de 8 horas, el


descanso dominical, la prohibición de contratar mujeres en empresas peligrosas e insalubres,
se prohibía el trabajo nocturno, se establecía un tiempo para que la madre pudiera amamantar
a los hijos y un período de no trabajo pre y posparto, que en la práctica se restringía porque
no se garantizaban los ingresos a la madre obrera. En 1924 modificaron dicha ley, esta
modificación agregaba que las empresas con más de 50 empleadas debían instalar salas de
guarderías y se prohibió el despido por embarazo (Lobato, 2000).

Parte del éxito de la aprobación de la ley, se apoyaba en el discurso de Palacios. La ley


regularía la penosa situación actual, pero él “soñaba con el día en que las mujeres ya no
trabajarían en los talleres y se dedicarían exclusivamente a su verdadera y noble tarea de ser
madres” (Rocchi, 2000: 224).

A principios del siglo XX, a la hora de obtener un empleo, las mujeres solo podían ocupar
vacantes para trabajos no calificados. La habilidad manual se convirtió casi en la única
cualidad valorada, ya que las mujeres eran débiles para realizar otras tareas y carecían de los
conocimientos necesarios (Lobato, 2000), mayoritariamente debido a que no se les enseñaba
oficios (ya que era el varón quien debía encargarse de trabajar).

La instrucción femenina era escasa, pero cabe rescatar que existían algunos establecimientos
donde las masas populares podían aprender a leer y escribir, además de aprender diversos
oficios manuales como costureras. etc. Uno de los establecimientos más conocidos fue la
Sociedad de Beneficencia, creada en 1823, fue una agencia1 femenina notable en el plano de
las intervenciones públicas dedicadas a la asistencia (Barrancos, 2005). Además hubo una
notable mejoría en la instrucción femenina cuando se estableció el sistema de educación
pública. Que permitió “equidad social, un mayor equilibrio entre clases y también entre
sexos” (Barrancos, 2010: 95).

A pesar de los avances, se pensaba en la educación de las mujeres no por ellas en sí, sino en
función de cómo influía a los varones. "No se olvide las muchas ventajas que proporciona
una madre ilustrada a la sociedad, y los males que trae a ella la que no ha recibido otro

1
Acción
​ humana organizada racionalmente para la prosecución de fines.
cultivo que el que la ha prestado la naturaleza" (Barrancos, 2010: 114). Siempre pensada a la
mujer de la época en el rol de madre.

Aún así, la posibilidad de estudiar otorgó un mejor pasar a muchas argentinas. El trabajo
femenino en la educación fue uno de los que más legitimidad gozó, ya que era visto como
una extensión sus funciones naturales, a saber, el cuidado de los niños. Una de las razones del
respeto a la profesión era que el magisterio no se identificaba, por los contemporáneos, con
las características propias de un “trabajo” (Barrancos, 2001).

Un acontecimiento importante para mejora de la educación femenina fue que a partir de 1880
la Universidad de Buenos Aires empezó a aceptar mujeres como alumnas. Lo cual otorgó, a
las pocas que accedieron en esa época, una perspectiva de futuro diferente. (Barrancos, 2001).
La enfermería fue uno de los primeros ámbitos donde se incorporaron las mujeres, ya que
estaba alineado con su rol natural de cuidado.

Poder acceder a la educación fue un salto abismal teniendo en cuenta que unos años antes (en
1869) el código civil argentino sancionó la inferioridad jurídica de las mujeres, donde
establecía que las casadas no podían administrar sus bienes y debían tener autorización para
educarse, profesionalizarse o ejercer cualquier actividad económica.​ Por lo que la vida
laboral de las mujeres casadas quedaba a merced de la decisión de su marido​ (​ Barrancos,
2005).

A modo de reflexión final podemos decir que si bien en la época delimitada para el análisis
se realizaron ciertos cambios, como el hecho de que las mujeres puedan acceder con el paso
del tiempo a puestos de trabajos más diversificados, se mantuvieron ciertas continuidades
como no poder emanciparse de su rol de cuidadoras (del hogar y de la familia).
BIBLIOGRAFÍA CONSULTADA

● BARRANCOS, Dora. “Agencias femeninas en la Argentina: un balance sucinto entre


los Centenarios”, ​Criterio​ Nº 2008, Año 78, septiembre 2005.
● _______ “La puñalada de Amelia (o cómo se extinguió la discriminación de las
mujeres casadas del servicio telefónico en la Argentina)”, ​Trabajos y
Comunicaciones​, Nº 34, 2º Época, Universidad Nacional de La Plata, 2008,
disponible en:​ www.memoria.fahce.unlp.edu.ar
​ uenos
● _______ ​Mujeres en la sociedad Argentina: Una historia de cinco siglos. B
Aires. 2010.
● _______ “Moral sexual, sexualidad y mujeres trabajadoras en el período de
entreguerras”, en Fernando Devoto y Marta Madero (directores), ​Historia de la vida
privada en la Argentina​, Vol III; Buenos Aires, Taurus, 2001.
● LOBATO, Mirta. “El Estado y el trabajo femenino: el Departamento Nacional del
​ n Las políticas sociales argentinas en perspectiva histórica. Argentina
Trabajo”​. E
1870-1952. ​Buenos Aires. 2005.
● ________ ​Historia de las trabajadoras en la Argentina (1869-1960)​. Buenos Aires,
Edhasa, 2007.
● ________“Lenguaje laboral y de género en el trabajo industrial, Primera mitad del
siglo XX”, en​ ​Historia de las mujeres.​ ​Buenos aires. Taurus, 2000.
● SCOTT, Joan, “El género: una categoría útil para el análisis histórico”. En Nash y
Amelang (eds.) ​Historia y género: las mujeres en la Europa moderna y
contemporánea.
● ROCCHI, Fernando, “Concentración de capital, concentración de mujeres. Industria y
trabajo femenino en Buenos Aires, 1890-1930”, en Fernanda Gil Lozano, Valeria
Silvina Pita y María Grabriela Ini, ​Historia de las mujeres en la Argentina,​ Buenos
Aires, Siglo XX, 2000.

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