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"LLAQTA MASIYKUNA KAY INTI RAYKU, NUQA HINA WAÑUYTA YACHAYCHIS", que traducido al
castellano dice: "AZANGARINOS POR ESTE SOL QUE NOS ALUMBRA, APRENDED A MORIR COMO
YO".
Estudió en el Real Colegio de San Bernardo del Cusco junto a José Gabriel Condorcanqui, ambos
sirvieron al ejército realista, para luego dedicarse al comercio (arriero), alcanzando la
prosperidad principalmente con el traslado de productos desde la plata entre Potosí y el Cusco,
ruta que le permitió concibir ideales de libertad y romper la cadena de invasión española.
Sus permanentes recorridos por las regiones del Perú, Bolivia y Argentina, les permitieron ver de
cerca las condiciones de explotación inhumana que sufrían sus hermanos de raza y establecer
estrategias de lucha y continuar con el alzamiento en las provincias del sur del Perú entre Cusco
y el Altiplano puneño, la dirigencia insurgente se fijó como objetivo la toma de Sorata para cuyo
fin partieron columnas cusqueñas y azangarinas bajo su mando y de los jefes militares
veteranos; Miguel Bastidas y Andrés Túpac Amaru. Sin embargo la capital de Larecaja no pudo
ser tomada en este primer intento.
El 4 de mayo de 1781 inició el segundo sitio de Sorata al mando de 20.000 indígenas. Para
vencer la resistencia de la ciudad, se recurrió a la estrategia de represar el río para lanzar sus
aguas contra las defensas.
Para provocar la deserción de los rebeldes los españoles ofrecieron el indulto y finalmente
vencieron a Vilcapaza en Condorcuyo, replegándose éste a Puno y Huancané, a fines de 1781 se
firmó la capitulación de los rebeldes que aceptaron el indulto, pero Vilcapaza se negó a rendirse
y se levantó desde Azángaro.
El aguerrido jefe español respiró recién cuando vio ante sí prisionero e indefenso al terrible
insurrecto. Lo contemplo largamente. Con esos restos de hidalguía castellana que aún quedaban
en algunos jefes del ejército del rey, el Mariscal del Valle tuvo que reconocer el heroísmo y el
coraje indomable de su contendor. Aquella captura constituyó sin duda uno de sus mayores
triunfos militares. Aunque ella le costó fuertes pérdidas. Después de dar un descanso a sus
tropas volvió a Azángaro llevando bien custodiado el magno trofeo de su victoria y los de más
jefes rebeldes que cayeron junto con el caudillo a quién profesaban cariño y lealtad entrañables.
Estos quisieron correr su misma suerte y no lo abandonaron.
Siguiendo la vieja táctica hispana Del Valle no se durmió sobre sus laureles. Estaba en terreno
pantanoso. Y aun corría peligro. El foco ígneo no estaba del todo extinguido.
Quedaban todavía brazas que podrían provocar un nuevo incendio. Seguían soplando vientos
rebeldes. Llegando a Azángaro reunió un consejo de guerra que se dio la gloria de sentenciar a
muerte a uno de los más valientes caudillos de la sublevación. No quedaba mayor significado a
su triunfo, sentenciar al último caudillo de la resistencia. La sentencia de aquel consejo de guerra
fue que Vilca Apaza sea sometido al bárbaro suplicio del potro o sea el descuartizamiento por
cuatro caballos. Quiso hacer el mismo alarde de ferocidad que en la ejecución de Tupac Amaru
para amedrentar a los rebeldes. Pero el sadismo de los realistas estaba latente.
Conocedores de las fabulosas hazañas de Vilca Apaza y los magníficos botines que conquistó en
sus expediciones punitivas al Alto Perú, quisieron antes de ejecutarlo arrancarle el secreto del
lugar donde lo había ocultado. Intentaron todos los medios para conseguir este fin. Lo
sometieron a tortura. Toda una noche ensayaron suplicios refinados para arrancarle el secreto.
Vano empeño. Vilca Apaza no solo soportó estoicamente los atroces tormentos que le aplicaron,
sino que increpaba y apostrofaba con términos gruesos e insolentes a sus cobardes verdugos.
La tradición ha conservado sus palabras viriles. Enfrentando. Enfrentado al jefe español, vencido,
pero no humillado lo dio una tremenda lección de hombría y virilidad. Este le exige que declare
donde estaban los tesoros. Vilca Apaza irónico y sonriente lo escupe es respuesta tajante:
Vuestra cobardía me da asco. Sé que si no declaro me van a matar, pero si declaro también voy
a correr la misma suerte. No hablaré. Miserables y cobardes ¡mátenme de una vez!
Estas palabras postreras del Gran Rebelde cortaban como puñales. Quedaron fríos. Resolvieron
acatar pronto. Si alguien hubiera puesto un arma a su alcance era seguro que se habría quitado
la vida sin vacilar para respetarles ese gusto a sus verdugos. Pero estaba maniatado.
El alba del ocho de abril de 1782, presencio la inmolación gloriosa. Lo sacaron encadenado. Un
pregonero que acompañaba el cortejo iba leyendo en alta voz la sentencia del consejo de guerra
como era natural en las ejecuciones.
Sullkka es la última Pukara. La última trinchera del Puma Indomable. Aquí se juega la última
carta de aquella porfiada lucha del indio por los santos ideales de libertad y justicia que
flamearon como banderas o Wifalas de combate en aquella gesta rebelde. Es el epílogo
sangriento de aquella epopeya libertaria que convulsionó a América haciendo tambalear el
poderío español demostrando al mundo de que es capaz el indio cuando se rebela. Es también el
cadalso de Vilca Apaza. Como gurrero auténtico supo perder la partida. Hasta después de
muerto sus miembros descuartizados son un apostrofe mudo y una amenaza para sus cobardes
enemigos. Todavía su cabeza de rebelde inspira una leyenda de bizarría y de fiero orgullo
quechua. Muere como los héroes. Muere de pie apostrofando a sus verdugos. Hasta el postrer
instante da ejemplos de valor y hombría. Con su muerte heroica honra a su raza honra a su raza
esclavizada. La redime del oprobio.
Su martirio es una glorificación porque ha muerto, de cuatro siglos con el dolor que consumió al
indio en su incruenta esclavitud. Se hunde sereno y firme en su gran noche iluminada
encendiendo una llamarada de administración. El Gran Rebelde cayó inmolado. Pero su recuerdo
siguió ardiendo como una tea. Siguió ardiendo alimentada por su rebeldía inmortal. Pasó a la
historia. La tierra guardo su voz sanguínea, el eco de sus cóleras quemantes; el palpitar de ese
motor poderoso que fue un corazón de bronce; el temple magnifico de su voluntad indomable.
Entró a la mansión serena de la historia a ocupar un sitio de honor junto a los indios inmortales.
Junto a los Tupac Amaru y los Tupac Catarí. Junto a las figuras próceras del gran Pumakawa. De
Atusparia, el amauta; de Juan Bustamante, el redentor. Para él la historia no podrá poner otro
epitafio que éste: el rebelde inmortal, porque su vida no fue sino eso, en poema trunco de
rebeldía. su muerte un bello epílogo de aquel poema.
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Rosario Navarro Tovar en PAUCARBAMBA
12 h ·