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LAS REALIDADES OCCIDENTALES Y LAS VISIONES DE LA FAMILIA

Relaciones: La era Pre-Moderna Louis Stevenson: A fines del siglo XIX, los estudiantes
universitarios conocían al sexo opuesto, frecuentemente en escenarios de convenciones. La
iniciación de las citas masculinas no había sido controlada hasta el momento, y entre las relaciones
de clase media todavía se desarrollaban bajo el ojo vigilante de familiares en el espacios de salón.
Luego, en la universidad, el contacto regular e informal entre hombres y mujeres en las clases y en
las actividades estudiantiles, dieron lugar a nuevos códigos de conducta y visiones del sexo
opuesto. “Las relaciones se convirtieron en algo de corta vida, casual y permisivo.” (Reviewing
Lynn D. Gordon's Gender en la Educación Superior en la Era de la Ciencia Progresiva, 17 de Mayo,
1991) II- Las mujeres y el trabajo Una encuesta de CBS News, en Septiembre de 1997: Por primera
vez, desde comienzos de los ’80, más mujeres expresan la preferencia por trabajar fuera de la casa
que dentro de ella, y más de la mitad de las mujeres sintieron que estaban persiguiendo carreras,
más que trabajos. La mayoría de las mujeres sintieron que las mujeres que trabajan suelen ser
peores madres (mientras que la mayoría de los hombres creía que no había diferencia en eso).
Adaptado de un artículo de PAUL STARR en el NY Times, el 11 de Febrero del 2001 (crítica de libro
The Price of Motherhood de Ann Crittendan): Así como debate Ann Crittenden en su poderoso e
importante libro, la elección de convertirse en madre en los EE.UU., hoy en día, implica costos
enormes en la mayoría de las mujeres, incluyendo salarios más bajos y altos riesgos de pobreza,
que los que enfrentan hombres o mujeres sin hijos. El fracaso de nuestras instituciones a la hora
de hacer prevenciones sistemáticas para dar a luz y criar niños significa que no solo decaen los
ingresos de las mujeres justo en el momento en que los costos de la familia aumentan; sino que la
interrupción de sus carreras también reduce las ganancias del total de sus vidas y sus ahorros. Aún
más que la discriminación de los sexos, es “impuestos a las mamas”, como lo llama Crittenden.
Expone a las mujeres a riesgos de pobreza mayores en edades avanzadas o en el caso de un
divorcio. Dichos riesgos se ven agravados por el perjuicio intrínseco de la ley y las políticas con
respecto al empleo remunerado. El trabajo no remunerado en el hogar no cuenta para las
jubilaciones, ni califica para beneficios de discapacidad o de supervivencia. En un matrimonio,
quien gana el cheque, tiene el derecho sobre él. Sorprendentemente, ahora que la mensualidad ha
desaparecido prácticamente, una mujer que enfrenta un divorcio luego de criar a sus hijos, rara
vez recibe consideración en el acuerdo por la pérdida de su capacidad de ingresos. A pesar de
todos los elogios habituales hacia las madres, la devaluación de su trabajo está profundamente
afianzada en nuestros pensamientos y en nuestras instituciones. No es simplemente una cuestión
de comentarios casuales que implican que las mujeres que se quedan en sus casas con sus hijos,
no están trabajando. Cuando nuestras estadísticas económicas oficiales, suman los bienes y
servicios en la economía, dejan afuera al servicio no remunerado llevado a cabo dentro de los
hogares. Las madres en los hogares son, por definición, improductivas, aún cuando educando y
sociabilizando con sus hijos ellas 155 contribuyan al capital humano que resulta crítico para el
crecimiento económico. Y dado que su trabajo no está cuantificado, ella desaparece de las
imágenes de la economía que son apartadas con la información. A diferencia de sus madres, que
en general tenían primero hijos y luego tomaban trabajos remunerados, sí es que lo hacían, las
mujeres de los ’60 y posteriores años han establecido en general, primero sus carreras y luego han
tenido bebés. Esta secuencia aumenta el “impuesto a las mamas” percibido, y destaca el fracaso
de los empleadores y del gobierno para acomodar las demandas de la crianza de un niño.
Comparada con las sociedades europeas que ofrecen licencias por maternidad paga de hasta un
año (con beneficios basados en ingresos previos) así como beneficios infantiles (pagos por hijos no
sujetos a pobreza), los EE.UU. no han hecho mucho por efectivizar los costos de la maternidad. Ni
tampoco nosotros hemos realizado una prevención sistemática de trabajos medio-turno y carreras
que permitan tomarse tiempo para nuestra maternidad. Ningún otro grupo grande se disputa ya el
derecho de las mujeres de seguir una educación superior o carreras. Muchos debaten, sin
embargo, si las mujeres luego deciden tener hijos, lo harán voluntariamente, y sí deben renunciar
a algo, esa será su propia decisión. Pero criar hijos no es una forma más de satisfacción personal;
el florecimiento de la sociedad entera depende de la buena voluntad de comprometerse a hacerlo.
Y por esa elección, las mujeres no deberían pagar el precio de la marginalización social y la
reducción de la seguridad económica.

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