Sei sulla pagina 1di 21

Breve historiJ Jel urbnnismn

Por el momento, bástenos decir que la ciudad 1


• nod
na es un conglomerado en el que pervtven viejas es er,
turas históricas y antiguas formas de vida junto e true.
nuevas del capitalismo y de la técnica. Depende las ºf
que haya s1'd o mas
, f uerte en ca da una segun, su Peee e .lo
., l , , d Lt1tar
evol uc1on, para que e caracter vane e unas a otras. Q ,
duda cabe que París es un centro industrial; pero la t Ue
dición e~ tan fuerte en es~e _c_aso que la «celoma» der;~
ciudad tiene todas las pos1bil1dades de perdurar rnu h
tiempo por su gran capaCI·¿ad de resistencia.
. e0
Otras ci
dades más débiles resisten peor los empellones de la n~:
vedad y son más fácilmente desintegradas.
Lo que caracteriza a la ciudad contemporánea es pre.
cisamcn te rso, su desintegración . Nn es una ciudad pú.
bJi ca a 1a manera clásic:i. no e, 111111 dudad campL'Sina y
doméstica, no es una ciudod inlegr 1c1d.\ por una fucrza cs.
pirit 11al. E~ una ciudnd fr.1gn1cn rnri~. coouc 1, dispcr~a, a
la qt1l' le falta un~1 hgur;1 propin. l onsrn de árca5 indcci-
hk~nH'nt t' cnnge~t 1on.1d.1~l <. <)ll zonus diluict,s en el cam.
po <. tr L und.1111 ~ 1\Ji ~n t1nns puc,k· d,1rsc· la vida <le rda~
t ion , p( H .t!\h \i.l, ni en ou tb por dt:~congcstión.

l ] lhllnhrc. en "u jornada diaria. ~utrt tan cont radicto


rins c~t1mt11< ,, que d n.1,n10, a stn1ej1.1nza de la ciudad
qur hl1hu.1. ,H\1hn por enconrrur"'t rotahncnrc dcsime-
~L tdP .

,
I\-., cl 1 1 1
l u,, ¡, ne• d, l 11' <!• 1c- l 1 ( 1ud 1.t OlO\.)
1
1.,.1 n, :uf" t'n el que per, t\ <'ll vac- 1,~ e~
na~ un tr\J(
, l'- , Ant ,guns torn1t1( de \ 1d.i lllfHo co I
ti lf0~ 1 1~ 1 1 t • (l h
.1 J cnn,t1'11,~n1o , de J., rccntcn . l)cpende el l
nu~·a~ u, 1 • , e 0
qur. lm\B i:1<fo mi1~ tncr1 c en c.1dn _11n.1 -:cgun ~u l'l<!cltlt¡¡,
nhil 101 • para que el caracter v:in_e de un_ .is II otru~ (~
duda cahc que París es un centro 1ndustnul : pero\ 1 tro
di0t6n es tan fuerte en este caso que la «celomc1» <le la
ciudad t1ene todas las posibilidades de perdurar mucho
uemp 0 por su gran capacidad de resistencia . Otras ciu
dadcs más débiles resisten peor los empellones de la no.
\,edad y son más fácilmente desintegradas.
Lo que caracteriza a la ciudad contemporánea es pre-
CJsamcnte eso, su desintegración. No es una ciudad pú-
blica a la 1nanera clásica, no es una ciudad campesina )
domésti ca, no es una ciudad integrada por una fuerza es-
pírírual . Es una ciudad fragmentaria, caótica, dispersa a
la que Je fa1ra una figura propia. Consta de áreas indeci-
b1em~nte congestionadas, con zonas diluidas en el cam-
po circundante. Ni en unas puede darse la vida de reb-
uon~ por asfi xia , ni en otras por descongestión.
L] hon1bre, en su jornada diaria, sufre tan contradi(W
tins C\tí1n ulos que él 1nismo, a semejanza de la ciuJiiJ
qul: hJb it &J , acaba por encontrarse totaln1ente dcsincc·
g I ac.Jo.
1Cl ~ lt lll I rlll wd11.' IClll. l tpo\ hmd.rn1entnlcs de ( md,1d

rll·o ,k l,,s vicins cn ,dac.ks, s,· h~1llu hoy Jc~intc~rado f. .. J ~in


dt.'jur d(' rcrnnocrr lns enormes vcnt nja~ y po~ibilidadcs de
csros 1111cvos medios de tclccomu11icac16n (radio, cinc, tcle-
vision , prensn, t'tc.L seguimos crcycn<lo que Jo~ lugares J e
rcunion publica, tules con10 plazas, paseos, cafés, casinos
populares, cte., donde Ja gente pueda encontrarse libremen-
te. cstrcchnrse la 1nano y elegir el tema de conversación que
sen Je su agrado, no son cosas del pasado, y que, debida-
mente adaptadas a las exigencias de hoy, deben tener lugar
en nuestras ciudades13 .

Esta tendencia indica la existencia de una vigorosa cam-


paña para reconstruir los órganos públicos de una ciudad
-en una palabra, el ágora-, que si en un tiempo fueron
menospreciados por una civilización orgullosamente utili-
taria, ahora la experiencia los reclama como esenciales en
la vida humana, sobre todo a la vida de comunidad que
representa la ciudad. Si esa campaña diera sus frutos y se
materializara en estructuras físicas, podría considerarse la
ciudad «paleotécnica», sin alma y sin «corazón», como un
fenómeno transitivo, resultado de un estado de provisio-
nalidad, incapaz, por tanto, de fijarse en forma perdura-
ble. Seguirían prevaleciendo como tipos históricamente
consagrados, la polis griega y su heredera la civitas roma-
na, la town anglogermánica y la medina musulmana; pero
la ciudad occidental moderna, hija del desarrollo tecnoló-
gico, resultaría hasta el momento como algo abortivo y
frustrado. Nuestra época, por de pronto, empieza a recla-
mar el ágora. ¿Logrará incorporarla dentro de una estruc-
tura original y dará nacimiento a un nuevo tipo de ciudad
que represente al mundo occidental moderno?

27
del urhan1~mo
Breve h1<.ton,1

: .¡ producto típico de la
. el r11~cnc1c 05 '
l rn '"
y tn 111. l1 '
· ~lc)t"''
bJJ3
nomfo c1p1tah st ª· , . , y asimismo en la neotéc-
ecO . l J ,alcotecn1ca,
En esta c1Ul a r , .co natural, las clases acomo-
. 1 . den 1a .m d ustna
oceso eco og1 e inva . y el
ntct\~ por un pr
d las zonas qu . d ,
dadas huyen e . na periferia ca a vez mas le-
.
comerc10 Yvan ª
fi1 arse en u d d
. nte campestre, on e el cielo
d'1 de un am 6 ie .
jana, en me º d l s fábricas se convierte en poé-
, . . 1humo e a
esta limpio Ye b C n objeto de compensar esta dis-
tico fo~~º de nu_~iza; espiritualmente el centro de las
gregac1on y de v1tb'd por las Ofi cmas,. pero repe1ente
ciudades, a6 sor 1 o
,
f , .
ierran se intenta armar centros c1v1cos
cuan dO estas se c , ., ,, . ¿· .
antigua func1on del agora. con e ific10s
que renueven 1a . . d
·vos culturales de esparcimiento, entro de
representatl , .' . .
ambiente armónico, dignificado por la arqmtectura;
un ·¿ . d d
todo con vistas a tratar de galvanizar una Vl a c1u a ana
que insensiblemente se disuelve.
Esta tendencia se acusa de una manera creciente. El
último congreso de CIAM (Congreso Internacional de
J Arquitectura Moderna) se ha dedicado al estudio de los
centros cívicos de las ciudades y ha dado lugar a una
publicación que lleva por título The core [«centro, co-
razón» J o/ the city, traducido al español por El corazón
de la ciudad. En el trabajo que sirve de introducción
debido a José Luis Sert, se dice: '

. corazó n de 1ª ciu
El estudio del • dad , Y en general de los cen-
tros
• de la vida. común ' se nos presenta actualmente tempes-
tivo y necesario Nuestr . st1. .
t · as tnve gac1ones analíticas demues-
ran que 1as zonas central d 1 .
estériles así e es e as ciudades son cauces
' orno 1o que un d"1ª constituyó
. el corazón, el nú-

26
Lección 1: lnt roduc<.:ión . Ti pos tund.mwnt.,lt, de ciudad

nariamente. Ya no era la cuadrícula de los ideólogos ni


de los colonizadores, sino la de los traficantes de solares.
La factoría, además, se implantaba en los lugares más
amenos y de mayores recursos naturales, como son los
cursos de los ríos y las costas por lo que suponen como
vías de comunicación. Las bellas riberas neoyorquinas y
la naturaleza espléndida de su bahía son precisamente
las franjas expoliadas por las exigencias de la técnica,
con su cohorte de humos y detritus , que sólo por milagro
ha dejado zonas intocadas, como el Riverside Drive. Si
París hubiera sido una ciudad fundada en plena era pa-
leotécnica no tendríamos ahora los famosos qua is, gloria
y regalo de esta urbe.
El otro componente de la ciudad paleotécnica es el
slum. Esta palabra no tiene traducción en español aun-
que podríamos valernos equiparándola a suburbio in-
dustrial. El slum es la horrible colmena regimentada
donde el instrumento hombre se conserva durante la no-
che para volverlo a utilizar de nuevo al día siguiente en la
factoría. No existe, pues, la ciudad en ninguno de sus as-
pectos espirituales, sociales ni domésticos, sino una sim-
ple máquina de producción.
La ciudad paleotécnica pura apenas existe, aunque
Birmingham, Bradford, Pittsburg o Detroit se le acer-
quen mucho. En cambio, lo que sí existe es la ciudad
mixta, donde las estructuras industriales absorben cada
vez un área espiritual y física mayor. Son estas estructu-
ras la factoría, con su red de comunicaciones marítimas ,
fluviales , ferroviarias, que ocupan un espacio inmenso , el
slum, con sus casas iguales y monótonas , estrictamente
calculadas con arreglo al rendimiento económico del tra-

25
}\r<'\t h,~corrn del urham,mo

. 1, 1is ,p,thilidadc~ de continuo intrrcarnt


1
sor1u1 , oonnt ' 1 .: 1 l . ,'• lt()
~J . . v. a un ,tito potencia
111 as act,vi(I J
C jntC'nJ('CH ll1 t.; l ' el ( f:'i
h\J 111
. ~Hl ,14-. ... ' J • 1
11 In nnrstl o rctn1"0 1nc1t1~tn,t . no he
111 1 sp,1na. < , < • • rno~
. 1 1 t111ic 1 t tudad «p,dcotcrntca». nt IJ conoce
con< 'Cll fl s , re
~ t I n ret 1;1, 0 puede ofrecer por lo meno~ e
rn<'', .1 N 1 \H. ~ sa
. I). , 11 •1 J\rf un1 ford con el vocablo expre 51 " O d
\l nt .l J. 1. '- ~ 1g • ,, . e
,cn1C:1» ,1 \a primera era tecni ca, con todo su caó
(( p.l 1C'O t t: l l . ,, .
11,11 \ bmtal desarrollo, que no tuv~ mas ~y ni más con.
trol que la libre competencia, el lazssez /azre de los utili-
ramtas. Esta era paleotécnica ha dado lugar a las más
insensatas y desalmadas ciudades que los hombres han
puesto en pie, y lo que es más grave, r~putadas como
símbolo del progreso. Dice bien el escritor americano,
que la factoría y el slum eran sus dos componentes esen-
ciales y, por decirlo así, únicos. Ya no tenemos ni la pla-
za, ni el common ni la catedral, ni el castillo, ni el palacio
1

barroco, ní siquiera el mercado, como elementos que


significan y elevan a un plano espiritual el papel de la
ciudad. Sólo domina la ley áspera de la producción y el
beneficio económico.
En cuanto a morfología, la ciudad de la era técnica
adopta la árida cuadrícula. Lo que en Grecia fue triunfo
del racionalismo, en Roma del espíritu práctico y militar
Yen Sudamérica de una jerárquica colonización, en el si-
g]o XIX se convirtió en el instrumento de los especulado-
re~ de terrenos. Gracias a la cuadrícula, el aprovech.J·
miento de 1os terrenos era máximo, y la igual importancia
Je la '> talJc:~ pcrsc:g uia el jdcaj de que todos fueran jaual-
mcnte va liol.os. Todas las operaciones J e cálculo det'ren·
clirnicnto~, con1pravcnta, etc., eran faci litadas extraor<li-

24
e

Le(cton I lntn Jucr1 m 11po mndam nraJe~ <k u udl..ld

comprenderse uno a otro. Un c1ld<'ano de t 1 tvlarc,1 ; un o.J -


deano de Sicilio cstan hoy nHÍs prox1mos entre sí que el Jl-
deJno de la Ma rca y el bc:rliné~. Desde c~tc punto de vista
existen verdaderas ciudades. Y este punto Je vista es d que
con máxima evidencia sirve de funda mento a la conciencia
despierta de todas las culturas 11•

Nos queda, pues, el problema de las ciudades sin alma,


que en verdad es un grave problema. Ya lo habíamos
apuntado al explicar cuál fue nuestra sorpresa al con-
templar ciertas aglomeraciones norteamericanas, a las
cuales nos resistimos a dar categoría de ciudades, no
obstante su enorme volumen y su población. De hecho
sigue costándonos un penoso esfuerzo el otorgarles este
honroso título, lo que, sin embargo, no nos exime de te-
ner que enfrentarnos con ellas, ya que son uno de los fe-
nómenos claves de nuestra civilización actual.
Salvo casos especiales o que provienen de otras cultu-
ras distintas de la occidental, la ciudad sin alma coincide
con la ciudad a que ha dado origen la revolución indus-
trial. El nuevo complejo urbano consta, según Lewis
Mumford, de dos elementos fundamentales: la factoría y
el slum. Ellos, de por sí, constituyen lo que se ha llamado
impropiamente ciudad. Una palabra que en este caso no
significa más que un hacinamiento de gente en un lugar
que puede ser designado con nombre propio a los efec-
tos postales. Estas aglomeraciones urbanas, así ha solido
acontecer, pueden aumentar más de cien veces sin ad-
quirir la más leve de las instituciones que caracterizan a
una ciudad en un sentido sociológico. Es decir, según
Mumford, un lugar en el cual se condensa la tradición

23
u,
d rnt< nnr cid \ fri a 1 r ,
, orno
f,lmnti ( hm&a f l tt rnr. en I • Int1rn \ en tod a
c.:1nn • m h, l en a
afes tl Ja Luropa v de la \ m r ~ m. r
~Jf1I1~ f 111'
lnt U(.
n " , 00
i~
et n1 f(l(; < t
una enmarca. pero fl<' torm~in rnt"rt•
~ . r
mJ'feto'-. No oenen alma Iod-i pobJ Jet
me11re mtm dos < • n
mH J\ \ JVC' en
la aldea ven
~
el campo..
N0 ex,~tc p.•rn cll- 1
'f

· d om 1·11 ada <<ciudad>>. ExtcrtPrf'!1rnre habr I. s,"'


a escr:H.: ,a en
J 1..11

duda. aµ,ropacic, ,es que 5e distingan de L1 aldcc_1: pero es lli


• Pfü jnncs no son ciudade", sino merc<1do~. puntos de re
111
umon para Jo!) intereses rurales, centros en donde no puede
dccrrsc.- que se viva una vida peculiar Y propia. Los hilbHJn-
tc~ de un rnC"rrado, aun cuando sean artesanos o nlt'rG1deres.
!:>Íguen v1\'Íendo y pLnsando como aldeanos. Hay que pene::
rrar~c bien del scntim,íenro especial que significa eJ que.: una
aldea eg1pcia primitiva - breve punto en medio del campo
inmenso- sr convierta en ciudad. Esta ciudad no se distin
gut" ~ Kaso por nada exteriorn1ente; pero espiritualmente c:s
d lug,ir desde donde el hombre contempla ahora el campo
como 1111 alrededor, co1no algo distante y subordinado. A par-
rrr de <:!>h.~ ínsranre, hay dos vidas: la vida dentro y la vida fue-
r.i Je lJ dudad, y el aldeano lo siente con la misn1a daridaJ
qut- d ciudacL1no. El herrero de la aldea y el herrero Je ti
nuJad d ,1kalde de la aldea y el burgomaestre Je la ciuibd.
, J\ Ln ~n dos munclc, _1·r.
'"' alJ cano y el c1udau.H1l'
\ u11crcntes. El . J
son d1~1111r1>s sea:!> p ·
· nmc:ro sien. ten la dtf..crcnciu que Jo~ ~l·
par.,. lm:~•o nn do 1ll m¡ic . J0 ~ por e ll a, al fin
. acab,m por tlll

22
Lección l: Introducción T' t
. ipos undamcntalc~ de ciudad

Es muy difícil, pues, encerrar en una sol d . . ,,


sas tan diferentes y no es de _ ª efin1c1on co-
' extranar que div
res parezcan contrad · ersos auto-
. ec1rse, cuando lo que sucede es ue
en ellos
. predomtna
., un enfoque d e t ermma
. d o. q
S1. no a1m
es el caracter de vida públi· l d
ca e que pue e defintr
.
un1vers . a una ciudad , ya que hemos visto
ente . que
otras no. 1o tienen, . cabe pensar en un a nota mas ,, amp .a
11
que acoJa a estas diferentes especies.
Según Spengler,

lo que distingue la ciudad de la aldea no es la extensión,


no es el tamaño, sino la presencia de un alma ciudadana
[.. .] El verdadero milagro es cuando nace el alma de una
ciudad. Súbitamente, sobre la espiritualidad general de
la cultura, destácase el alma de la ciudad como un alma
colectiva de nueva especie, cuyos últimos fundamentos
han de permanecer para nosotros en eterno misterio. Y
una vez despierta, se forma un cuerpo visible. La aldea-
na colección de casas, cada una de las cuales tiene su
propia historia, se convierte en un todo conjunto. Y este
conjunto vive, respira, crece, adquiere un rostro peculiar
y un a forma e historia internas. A partir de este momen -
to, adem ás de la casa particular, del templo, de la cate-
dral y del palacio, constituye la imagen urbana en su uni -
dad el objeto de un idioma de formas y de una historia
estilística, que acomp aña en su curso todo el ciclo vital
de una cultura 10 •

En realidad, para una mente germánica como S?e? g~er,


el alma , 0 si se quiere el espíritu, sustituye a 1a d1alect1ca
de la ciudad clásica. El Geist en lugar del Logos Y como 1

21
fü rvr h,sior1,1 drl urh:rni~mo

tras que 1(\.",e nuestras' acabaron _, ~icndo, .<..'n alguno~ e"nS<>, ,


conven t os. hechos· ciudad . l~sta ,.
pcrultar c~tru. ctura , re.'
prescn t at 1·v(,1 Jn J,1Es¡1 aña catoli ca ck. los Austnas
"' ..,. • •
<.:s l
' ~ , >or
paradójico que parezca, ~esultado d1r~cto, y b1~n cvidcri
te por et·erto , de la peculiar morfologLa
, de la /c111c.lad rn ll-
111

sult11ana. Encontra1nos aqu1 un aspecto mas <le córno


nuestra religiosidad se ha vertido muchas veces en mol.
des islá1nicos.
Muchos conventos españoles se fundaron a raíz de la
Reconquista en ciudades hispano-musulmanas, y si las
iglesias se hicieron generalmente (no siempre) de nueva
planta, los edificios de la vida monástica fueron el resul-
tado de encerrar, dentro de altas tapias, casas, palacios,
callejones y pasadizos, formando así enormes e irregula-
res manzanas que lo absorbían todo9 • De este modo, por
los nuevos conventos se preservaban y acotaban impor-
tantes sectores de las antiguas ciudades islámicas, que
quedaban fijados para siempre en el tiempo inmóvil, de-
tenido más allá de las tapias. Lo «privado» de la forma
de vida musulmana se había refugiado en la más privada
de las sociedades cristianas: la clausura. Todavía Toledo
está lleno de conventos cuyas recóndita~ clausuras, cu-
yos escondidos patios y estancias refrescadas por surti-
dores, dicen mucho de la vida íntima del moro.
En las civilizaciones que más de cerca nos afectan tene-
mos, pues, constituidos tres tipos de ciudades:
a) la ciudad pública del mundo clásico la civitas roma-
na, la ciudad por antonomasia· '
. ciud ª<l domestica
/b) la / · y campestre
' ·,,
de la civilizac10n
nord1ca, y
e) la ciudad privada y religiosa del islam.

20

-
Leccion l Int rodun ión T f
. IJX~ llíh 1am nta) de c.n1<.lad

1a ciudad europea, clásica O mod . .


• I
r . . . erna. 1.13 Ca\a s1gn1Í1ca
que pruna a necesidad 1nd1vidua) 1 JI •
, . , Y a ca e c.,uponc· que
so bre ell a prevalece un imperativo .
· · d J superior, cual L-S fa
exigencia e a cosa pública La ca]] > J d
· e representa e or en
?le_y _general a q~e se supedita el capricho o la voluntad
mdiv1dual.
. ,, . unperativo superior h a f a1ta do en lru,
. Este
audades . d d
por pertenecer a una 80 c1e ,
. . . 1slarrucas,
. a mas
prm11t1va e unperfecta, donde no se encuentra desarro-
llada la noción abstracta del bien común. El individuo
no tiene deberes para con la sociedad y sólo se halla reli-
gado con los poderes ultraterrenos. Sociedad y política
están asfixiadas por la religión.
En gran parte, la ciudad española ha supuesto un in-
tento de conciliar la urbe latina, locuaz y dialéctica, con
el hermetismo, con el harén de la sociedad islámica. La
existencia del español, por este hecho, todavía resulta
más escindida que la del musulmán. La mujer se queda
en casa, con escasísima vida de relación, y el hombre se
va a la calle y a la plaza a participar de una vida pública
mucho más intensa que la del musulmán. La mujer se
conforma con mirar la calle desde los espesos cierres con
grandes rejas v9ladas y celosías. Trasposición cristiana de
los ajimeces musulmanes. Para ampliar el horizonte de
estos furtivos miradores, aún se ven en muchos pueblos
de Andalucía depresiones talladas en los muros de las fa-
chadas por donde la mirada puede resbalar más lej~s ..
Durante la era barroca, España dio forma a una t1p1ca
ciudad que en otro lugar hemos llamado ciúda?-conven-
to. No es que otras ciudades europeas no tuVIeran den -
tro de los muros y en los arrabales numerosos conven.tos~
pero no pasaron d e ser c1u · d ad es con conventos. m1en -

19
. riu dd urlHllll!- IIH'
Hrc,·c l 11sr<>

, . ·) obedecen a u na conccpci(,11 un¡ t,


nto~ 11n11tes I a.
monun1~ ~· d darse una C[11le n1usu m ana con cas
. , isi no pue e , 1,, . as
ria.~· . . . dra l 1·unto a un agora e as1ca o cuaJ
, · ni una cate . -
goucas. b . ación d e elem e n tos h eterogéneo ,
·er otra con1 1n . . . s.
qw bana es esen cialmente un1tan a. Die.
Cada estructura ur . d d , . e
. 'd , fundam ental d e una c1u a es ta implica.
Egli que 1a 1 ea . . d . d dª
.d
da en 1a 1 ea e
d la casa ind1v1dual e esta c1u a . Obser
. ·
. , b tan te aguda que, desde luego, se manifiesta
vac1on as ' l
. .d mente en la ciudad musu
. mana. ,
d ar1v1 ente
Esto no q W
·ere decir que una ciudad. sea . solo un con -
junto de casas, visión excesivamente sunphst~ del fenó-
meno urbano. Casas existen en el campo, dispersas 0
f ormando grupos, como en las alquerías y almunias, y,
sin em bargo, éstas no constituyen ciudades. Por consi-
guiente, la ciudad es otra cosa; una determinada organi-
zación funcional que cristaliza en estructuras materiales.
Pero esto no quita que uno de los elementos determi-
nantes de tal cristalización sea la casa, en ordenación con
el resto de los factores imperantes.
La fórmula de la ciudad musulmana es la organización
de dentro afuera (desde la casa hacia la calle, por así de-
cirlo), cuando en la ciudad occidental lo corriente ha
sido lo contrario: desde la calle, previamente trazada,
con plan o sin él, las casas han ido ocupando su sitio y
conformándose a su ley distributiva. En la ciudad musul-
mana ha sido la casa la que ha prevalecido y la que ha
obligado a la calle a encontrar su acomodo un poco su-
?repticiamente, por entre los huecos que l;s casas le de-
Jaba~· I?e aquí que las calles hayan resultado tortuosas,
la~ennt1cas e inverosímiles.
Esta es una actitud mas ,, 1nme
· . ,, . que l a de
d.1ata y b1olog1ca

18
1 f'H u,n J 1,,. n ltfuu ,.,11 Jipo4¡ f undnrnt n• t 1 1
• t N < t < 11" ul

.,bren pn~o en el rornplcjo con 1 , , t< 10 f , 1·c. . ,


. . 1 . • • • e e urrn ce 1,1cac,on
1n1brt(\ lll tl. l 1e n t' nni r h:1 nHís in,r1orr ,1, 1, ., , h
• " < , 1 , orno e1 esa o
~<1 el p,It to l.J llc lu r t1lle.
Tnn1poco existe en la r iud·td isl-'im,·c,,} Ja P1JZa como
• , ' • '- C1 ,

demento de _r~lacton ~tíblica. La fun ción de la plaza la


cumple tambten el patio, en este caso el patio de la mez-
quit~1. Pe~o con10 ya no se trata de política, sino de reli-
gión. su tunción en la vida social es muy diferente. No
estan10s ante un ágora para la discusión y la dialéctj ca,
sino an te un espacio para la meditación silenciosa y para
la pasiva delectación del tiempo que fluye. Por eso, en
lugar de plaza como entidad urbana abierta, los musul-
manes, incluso para la vida en común, prefieren de nue-
vo el patio, donde vuelven a encontrarse encerrados,
«privados», en una actitud que pudiéramos llamar extá-
tico-religiosa. El único elemento de la ciudad que ad-
quiere vida y está dominado por el bullicio humano es el
zoco, la alcaicería o el bazar. Pero esto obedece ya a una
necesidad puramente funcional insoslayable.
La ciudad musulmana está montada sobre la vida pri-
vada y el sentido religioso de la existencia, y de aquí nace
su fisonomía. No puede, por tanto, confundirse con la
ciudad pública ni tampoco con la ciudad doméstica.
Según Ernst Egli, los elementos estructurales que com-
ponen la ciudad son: la casa, la calle, la plaza, los edifi-
cios públicos y los límites que la defin en dentro de su
emplazamiento espacial. Es de tal suerte una ciudad, que
todos es tos elementos obedecen a necesidades profun-
das de la comunidad, a circunstancias espirituales de
todo orden y a condiciones nacidas del entorno físico,
clima y paisaje. Todos estos elementos (casa, calle, plaza,

17
Breve hiswría del urbanismo

, . ya que existe la vida de harén. Esto, un 1·d


da d e1astca, . . . If oa
. ncia que en el 1sla1n ttene e actor religi·
la 1mporta . ,, . os()
or dar una especia 1 fisonomia a la ciudad. '
b
aca a P d' . l . .
ida de harén con ic1ona a organización de l
La v . h ,, . a
ana como un recinto ermeticamente
casa n1us ulln ,, ce.
rrado al exterior y, lo que es mas, compl~tamente dis.
, ragando por las .tortuosas calleJuelas árabe s,
frazad o. v:
llenas de recodos y pasadizos, nun~a sabemos si bor.
deamos los muros de un gran palacio o la casa misera-
ble donde se hacinan los desheredados. Todo está im-
bricado, revuelto y confuso de tal manera que el
camouflage resulta perfecto. La vida completamente re-
clusa, sin apariencia exterior alguna, da lugar a una di-
fícil ciudad sin fachadas, algo opuesto totalmente a la
ciudad clásica, donde el escenario y la fachada eran lo
principal. Tal situación debía llevar fatalmente a orga-
nizar la vida doméstica en torno al patio. Este elemento
lo tomaron los árabes del mundo helenístico, pero lo
transformaron, atemperándolo a sus exigencias vitales.
Con el peristilo helenístico y el jardín encerrado entre
tapias, de tradición irania, constituyeron la casa que de-
seaban, dentro de la cual podían gozar de las delicias
de la vida al aire libre en un espacio estrictamente pri-
vado. La calle en la ciudad musulmana puede decirse
que no existe, ya que se trata de eludir la exterioriza-
ción de la vivienda -fachada-, que es lo que constituye
la razón de ser de la calle. El pueblecito de New England
no tenía calles porque estas, ,, a 1o mas,,, eran senderos por
el campo Y entre las casas dispersas. Las medinas musul-
manas tampoco 1 r·
,, . as ienen, porque se convierten en inve-
ros1m1 1es pasadiz .
os entre tapias, que difícilmente se

16
1 ('l ,~h 111 1· ln1 rndu( t ton 1',pfh fur, J • I
1
( L mcnra 1e, • r. rn1d.ul

llegar ,al rcnt ro drjun un gr nn ,.. (: 11,,c,·o .~ JJ d


.. e vauo, ama o
'-.:l (
m111111011. Es tt· 1Ym1111011 no es ni m ucho m
. ·· enos, 1ma p 1a-
7d. un agoru, stno unu ¡1art t ·1,,J cam¡)o ,, .
1• · J-
.., . '- h.. '-specra mente
qrescn·ada . Con10 s1 las casas a) unirse si'nt,·cr J
r-- , • , • an a nos-
rulgiu dd campo dejado a la espalda, vuelven a recupe-
rnrlo en la parte más eminente, poniéndolo en valor,
exaltándolo. En lugar de una secesión del cosmos, se tra-
ta de una valoración del paisaje, encuadrándolo conve-
nienten1ente. En la pradera del common pacen los reba-
ños y rumian los bovinos bajo gigantescos y bellísimos
olmos. La ciudad doméstica y callada es una ciudad emi-
nentemente campesina, lo mismo que la ciudad locuaz y
civil es eminentemente urbana.
Entre la ciudad doméstica y la ciudad civil queda flo-
tando, con difícil referencia a esta polaridad, la ciudad
islámica. A nuestro juicio, la clave nos la dan los versícu-
los 4 y 5 del capítulo XLIX del Corán, llamado «El San-
tuario»:

El interior de tu casa -dice Mahoma- es un santuario: los


que lo violen llamándote cuando estás en él, faltan al respeto
que deben al intérprete del cielo. Deben esperar a que salgas
de allí: la decencia lo exige.

El musulmán lleva al extremo la defensa de lo privado,


ero or ello no puede permanecer durante mucho
p p ,, 1 "l . mo se ha preparado, y su
tiempo en la caree que e m1s .d d 1 . , n No
. .d d harén y vi a e re ac10 .
vida se escinde en vi ª e l ·d domés tica ya
bl de una p ena vi a '
puede, pues, h a arse . . t dividida. Ta mpoco
,, h 11 nst1tut1vamen e .
que esta se a a co_ .d ' blica como en la c1u-
cabe decir que domina la v1 a pu '

15
Hr~ve histontt dd ur h,mismo

Esto me sucedió a mí .
cuando me encontré con la . .
d . crv1•
. ...1· ; 11 v Ja vida america nas. Presa e un cierto estu
Jtz,1<. < ., Por
escribí lo siguiente: '

Entonces, en un esfuerzo por desasirme de todo lo conocí.


do, y ya sin vacilar en plantearme los hechos en todo su radi.
calismo, me atreví a proponerme una verdad, que puede ser
subjetiva - también hay verdades subjetivas-, pero que para
mí sigue siendo válida. La verdad es, sencillamente, ésta: que
me hallaba ante una civilización sin ciudades 7•

Contando América con las más gigantescas aglomera-


ciones humanas, esto podría parecer una boutade,- pero
no lo es, siempre que identifiquemos el concepto de ciu-
dad con el de vida exteriorizada y civil.
Para los anglosajones será difícil asimilar la idea de que
carecen de ciudades en el sentido de la civitas latina o de
la polis griega. Acaso pueda decirse que poseen towns,
palabra que deriva del viejo inglés tun y del viejo teutó-
nico túnoz y que significa un recinto cerrado, parte del
campo que corresponde a una casa o a una granja. No se
trata, pues, de un concepto político, sino de un concepto
agrano.
Los Estados Unidos carecen de ciudades tal y como
nosotros las entendemos, aunque existan aglomeracio-
nes humanas, concentraciones industriales, regiones su-
burbanas, «conurbaciones», etc.
A este respecto, es sintomática la construcción de los
pu~bleci_tos de New England. En medio del campo las
casitas aisladas empiezan a apiñarse, nunca demasiado Y
desde 1uego sin to carse n1· perder su autonomia;, pero al

14
Lc<r.1on l fru rnclu« 1Pn 'ltpostun«lm nral,11.Jc,1,uh,I

donJc se convcr~n y donde lo~ contttcto~ pnmurio~ pre-


dominan sob re lo~~cctmdario~. El ,i~orn e~ la ~ran sala de
rcuuión y sede de la tertulia ciudada na, que a la Lu~a es
fo tertulia política. Qué duda cabe que este tipo J e ciu -
dad locuaz y parlera ha tenido 1nucho que ver con el de-
sarrollo de la vida ciudadana, y que en la medida en que
esta locuacidad se pierde decae el ejercicio de la ciudada-
nía. Por eso las ciudades de la civilización anglosajona,
ciudades calladas o reservadas, tienen de vida doméstica
lo que les falta de vida civil. Esta distinción entre ciuda-
des domésticas y ciudades públicas es más profunda de lo
que parece y no ha sido suficientemente explayada por
aquellos que se han dedicado al estudio de la ciudad. Una
es ciudad de puertas adentro y otra es ciudad de puertas
afuera. Aunque a primera vista resulte paradójico, la ciu-
dad exteriorizada es mucho más opuesta al campo que a
la ciudad interiorizada. La cosa es obvia: para los vecinos
de la primera, el verdadero hábitat es el exterior, la calle
y la plaza, que, aunque no tiene techo, tiene paredes (fa-
chadas) que lo segregan del campo circundante. Sin em-
bargo, la ciudad íntima tiene su hábitat en la casa, defen-
dida por techos y paredes. No necesita segregarse del
campo, ya que éste, en el fondo, es aislante que ayuda po-
derosamente a la intimidad. Por consiguiente, la ciudad
de las fachadas es mucho más urbana, si por tal se entien-
de una entidad opuesta al campo, que la ciudad de los in-
teriores. Por tanto, es perfectamente comprensible que
para todo hombre latinizado y mediterráneo lo esencial y
definitivo de la ciudad sea la plaza y lo que ésta signifique,
de modo que cuando falta no acierta a comprender que
una aglomeración urbana pueda llamarse ciudad.

13
• tt· .,qttt t·I runccptu , k l:1 c.iudacl barroca , d<· carác.tcr
~"'tltll't.al ( ~t'wJ, ·,,~ ,1,1,/t) v c n1 111c.•111(•nH\1H<: <.:on~urnidnra,
dt,ndc rl·in.t t'l lujo. que, stg 111 1 Wcn}(·r Son1hart, fue el
t)fl\,cn de L,~gr. 1ndcs ri ud:1dcs de ( >c.:c:1dcntc, ante~ del ad
,~ci~rnicntn lk' In en1 ind ust rinl.
P.,r.t ( )ncg:1 ~, C. ;nsser\

IJ ciudad t'S un ensayo de secesión que hace el hombrt para


vivir fuera .,v frente al cosn10s, tomando de éJporciones selec-
ras ,. acotadas.

Basa Ortega y Gasset su definición en una diferenciación


radical entre ciudad y naturaleza, considerando aquélla
como una creación abstracta y artificial del hombre. Esto
es sólo una parte de la verdad, o por lo menos es una ver-
dad aplicable a determinado tipo de ciudades. Para Orte-
ga, la ciudad por excelencia es la ciudad clásica y medite-
rránea donde el elemento fundamental es la plaza:

La urbe -dice- es, ante todo, esto: plazuela, ágora, lugar


para la conversación, la disputa, la elocuencia, la política. En
rigor, la urbe clásica no debía tener casas, sino sólo fachadas
que son necesarias para cerrar una plaza, escen a artificial
que el animal político acota sobre el espacio agrícola5•
La ciudad clásica nace de un ins tinto opuesto al domésti-
co. Se edifica 1a casa para estar en ella; se funda la ciudad
para salir Je: la casa y reun irse con otros que también han sn-
Jido Je: ~us casas<,.

Se.: m11cvc, por tanto, ()rrcga dentro de la órbita de In


ciudad clúsica, es decir , de la ciudad política. La ciuc_h1d

12
Lección J : Jntr<-dttc-dón Tinnc t l
• i•v ..a un( arncntales de ciu<lad

la ciudad medieval; son distinta<; una ºJl . .


. 1 · Vt a cristiana y una
me dma musu mana, una ciuda<l•tem J ,
,. ¡· Po, como Pekín y
una metropo J comerciaC como Nueva York ,
Aristóteles dice que ·

una ciudad es un cierto número de ci·ud d d d


a anos, e mo 0
que debemos considerar a quién hay que llamar ciudadanos
y quién es el ciudadano[. .. ] Llamamos, pues, ciudadano de
una ciudad al que tiene la facultad de intervenir en las fun -
ciones deliberativa y judicial de la misma, y ciudad en gene-
ral, al número total de estos ciudadanos que basta para la
suficiencia de la vida 1•

Es una definición que corresponde a un concepto po-


lítico de la ciudad, que conviene al tipo de ciudad-estado
de Grecia. El Estado es la ciudad, y la ciudad es el Esta-
do. El problema de la ciudad como tal se traslada al pro-
blema de la situación o estado político de sus habitantes,
los ciudadanos.
Alfonso el Sabio2 define la ciudad como «todo aquel
lugar que es cerrado de los muros con los arrabales et los
edificios que se tiene con ellos». Se trata de la ciudad me-
dieval, que no se concibe sin unos muros que la defien-
dan de la amenaza exterior.
Cantillon, en el siglo XVIII, imagina así el origen de una
ciudad:

Si un príncipe o un señor fija su residencia en un lugar grato,


y si otros señores acu d en all a, Y se est"ªblecen para verse
. , y tra-
tarse en agradable soc1e . dad, este 1ugar se converttra en una
ciudad3 .

11
Breve historw df· I urban ismo

las cobijan» (A lbcrti). Y no son éstos los únicos enfoques


posibles, porque la ciudad, Ja más comprehensiva de las
nhrns del ho1nbre, como dijo Walt Whitman , lo reúne
todo, y nada que se refiera al hombre le es ajeno. No de-
ben1os olvidar que en su interior anida la vida misma has-
ta confundjrnos y hacernos creer que son ellas las que vi-
ven y respiran. Todo aquello que al hombre le afecta,
afecta a la ciudad, y por eso muchas veces lo más recóndi-
to y significativo nos lo dirán los poetas y los novelistas. La
gran novelística del pasado siglo ha tenido casi siempre
una ciudad como telón de fondo, y lo mismo que las me-
jores descripciones del cuerpo y el alma de París se las de-
bemos a Balzac, las de Madrid son obra de Galdós. No
deben, pues, perderse de vista, al estudiar las ciudades, las
valiosas fuentes que nos ofrece la literatura.
No es posible, por tanto, recoger cosecha tan copiosa
como la que ofrece el estudio de las ciudades al cultiva-
dor diligente. Podremos, todo lo más, apuntar ideas,
desbrozar caminos, plantear cuestiones, aportar datos,
etc. , que fatalmente tendrán mucho de fragmentario y a
veces de inconexo.
La primera dificultad que encontramos está en la defi-
nición de lo que es una ciudad. Si queremos, por la vía
clásica, empezar explicando cuál es el objeto de nuestro
estudio, en la primera puerta nos acecha la duda. Se han
dado multitud de definiciones, y algunas, si no contra-
dictorias, por lo menos nada tienen que ver con otras,
igualmente respetables. No se trata de que exista error,
sino que estas definiciones se refieren a conceptos de la
ciudad enteramente diferentes o a ciudades que consti-
tutivamente lo son. Nada tiene que ver la polis griega con

10
J crrinn 1

Introdu cción. Tipos fundamentales


de ciudad

El estudio de la ciudad es un tema tan sugestivo como


amplio y difuso; imposible de abordar para un hombre
solo, si se tiene en cuenta la masa de saberes que habría de
acumular. Una ciudad se puede estudiar desde infinitos
ángulos. Desde la historia: «La historia universal es histo-
ria ciudadana», ha dicho Spengler; desde la geografía:
«La naturaleza prepara el sitio, y el hombre lo organiza de
tal manera que satisfaga sus necesidades y deseos», afirma
Vidal de La Blache; desde la economía: «En ninguna civi-
lización la vida ciudadana se ha desarrollado con indepen-
dencia del comercio y la industria» (Pirenne): desde lapo-
lítica: la ciudad, según Aristóteles, es un cierto número de
ciudadanos; desde la sociología: «La ciudad es la forma y
el símbolo J e una relación social integrada» (Nlun1ford):
desde el arte y la arquitectura: «Ln grandeza de b arqui-
tectura está unida a la de la ciudad, y b solidez de las ins-
tituciones se suele medir por la solidez de los muros que

Potrebbero piacerti anche